El socialismo sigue siendo una esperanza. Del capitalismo nada, absolutamente nada puede esperar la gran masa de población mundial. El socialismo NO fracasó. Es el capitalismo el que fracasa. No olvidar que con el capitalismo, para que un 15% de la población mundial viva con relativa comodidad (como quien está leyendo esto: clase media que come todos los días, tiene una casa y agua potable, educación y acceso a internet) o viva en la más inmoral opulencia (una muy minúscula élite con jet privado y joyas carísimas), el 85% restante pasa las más increíbles penurias.
Roger
Keeran y Thomas Kenny, dos autores estadounidenses, en su libro “Socialismo traicionado. Tras el colapso de
la Unión Soviética 1917–1991”, publicado por El Viejo Topo (edición
española de 2014) hacen un resumen sumamente valioso de los logros de la Unión
Soviética, la primera experiencia socialista del mundo:
«Esa nación no solo eliminó la explotación de
clases del antiguo orden, sino que además terminó con la inflación, el
desempleo, la discriminación racial y estableció la igualdad entre las etnias y
las nacionalidades; acabó con la pobreza extrema, la desigualdad flagrante de
riquezas e ingresos; estableció el derecho universal a la educación y la
igualdad de oportunidades. En 50 años, el país transitó de una producción
industrial que era de solo el 12% comparada con la de Estados Unidos hasta
llegar al 80% y una producción agrícola del 85% equiparada con la de los
norteamericanos. A pesar de que el consumo per cápita de los soviéticos se
mantuvo más bajo que el de los Estados Unidos, no ha habido una sociedad que
haya incrementado el nivel de vida y de consumo tan rápidamente en tan corto
período de tiempo y para todo su pueblo. El empleo estaba garantizado. La
educación gratuita a disposición de todos, desde el preescolar hasta los
niveles secundarios (educación general, técnica y vocacional), las universidades
y las escuelas en horario extralaboral. Además de la matrícula gratuita, los
estudiantes recibían estipendios. El servicio de salud también lo era y para
todos; disponían de cerca del doble de médicos por persona en relación con los
Estados Unidos. Los trabajadores tenían todas las garantías laborales, además
de seguro salarial y social para casos de accidentes o enfermedades. A mediados
de la década del setenta los trabajadores alcanzaban un promedio de 21,2 días
de vacaciones (un mes cada año) y los sanatorios, los lugares de descanso o los
planes vacacionales para los niños eran subsidiados o gratuitos. Los sindicatos
tenían el poder de vetar las expulsiones del trabajo e interpelar a los
administradores y gerentes. El Estado regulaba los precios y subsidiaba el
costo de la canasta básica alimentaria y de la renta de la vivienda. Esta
constituía solo el 2% o el 3% del presupuesto familiar; el agua, la
electricidad, el gas y la calefacción, entre el 4% y el 5%. No había
segregación habitacional por ingresos. Con excepción de algunos barrios que
eran reservados para altos funcionarios, en todos los demás lugares los
directores de fábricas y plantas, las enfermeras, los profesores, los bedeles…
vivían como vecinos».
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