jueves, 31 de octubre de 2019

AMÉRICA LATINA DICE NO AL NEOLIBERALISMO




I

América Latina se está moviendo en estos tiempos. O más que moverse: está que arde, está en estado de ebullición. En estos últimos días se dieron varios hechos que son una clara manifestación de repudio a las políticas socioeconómicas vigentes, comúnmente conocidas como neoliberalismo.

Éste, que en realidad es un brutal capitalismo sin anestesia, se viene aplicando en forma lapidaria en todo el mundo, con secuelas que muy probablemente persistan aún por un buen tiempo. Para describirlo, en pocas palabras podría decirse que consiste en un plan económico de acumulación fabulosa de riqueza por parte de un pequeño grupo de capitales con poder cada vez más creciente a nivel global, a costa del empobrecimiento inversamente proporcional de grandes masas de población, también a nivel de todo el planeta.

Dicho así, podría considerarse que se agota en un triunfo del mercado, de la lógica de la libre empresa contra la clase trabajadora y contra cualquier intento de estatización, destruyendo sin piedad también al medio ambiente, que es visto como una mercancía comercializable más. En otros términos: todo se privatiza, absolutamente todo es mercancía. Y la fuerza de trabajo, que también es una mercancía, pierde considerablemente valor ante el capital omnímodo.

Pero el neoliberalismo, en realidad, es algo mucho más complejo, más profundo. Después de los avances del campo popular en la primera mitad del siglo XX (revoluciones socialistas, organización sindical y popular, diversos procesos emancipatorios, liberación de colonias de sus metrópolis, avances sociales diversos), la reacción del sistema capitalista fue brutal. Ahí es donde surgen estas políticas, iniciadas en Chile en la década de los 70 del siglo XX de la mano de la dictadura de Augusto Pinochet (laboratorio de pruebas), extendidas luego a prácticamente todo el mundo. Sus íconos representativos en los inicios fueron Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Los organismos crediticios internacionales: Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial, brazos operativos de la gran banca mundial que maneja las finanzas globales, se constituyeron en los verdaderos mandamases planetarios. ¿Qué persiguen estos planes? No solo acumular cada vez más riqueza en un reducido grupo de poderosos capitalistas sino, además, y quizá fundamentalmente, acallar todo tipo de protesta, de disenso, de posibilidad de transformación de lo ya establecido. La idea final es desarticular las luchas populares, empobrecer, hacer retroceder todas las conquistas ganadas en décadas de lucha. En otros términos: desaparecer las esperanzas de cambio. La palabra “comunismo” pasó a ser la peor blasfemia, impronunciable, anatematizada por siempre.

Toda esta detención de las luchas se ha logrado parcialmente de momento. Con la desintegración de la Unión Soviética y la desaparición del campo socialista europeo, el capital se sintió vencedor. “La historia ha terminado”, pudo gritar exultante uno de sus conspicuos voceros, el ideólogo Francis Fukuyama. El golpe recibido por la clase trabajadora internacional fue tremendo. Las iniciativas impuestas por los organismos crediticos de Bretton Woods fueron las directivas que marcaron –y siguen marcando– el rumbo de las sociedades, en lo económico y en lo político. Los capitales globales, estadounidenses en mayor medida, marcan el paso. Solo Rusia y China escapan a esa lógica; por lo demás, todo el mundo se alineó con los ajustes anti-estatales, con la precarización laboral y con un discurso pro empresarial (ya no hay “trabajadores” sino “colaboradores”).

II

A partir de esas políticas, que a su turno mansamente fueron cumpliendo todos los gobiernos, los Estados nacionales se debilitaron a un máximo, privatizándose cuanta iniciativa pública hubiera. Temas medulares como salud, educación, infraestructura, servicios básicos, quedaron totalmente en manos de la iniciativa privada, en muchos casos dada por capitales transnacionales. Todo eso, como no podía ser de otro modo, provocó enormes cambios en las dinámicas sociales. Las políticas neoliberales influyeron en todo el globo; en América Latina, por supuesto, vienen definiendo la historia de una manera grotesca desde la primera experiencia chilena a partir de 1973, donde las tesis de la Escuela de Chicago, lideradas por el economista Milton Friedman, se implantaron como experiencia piloto.

A partir de estos planes de ajuste neoliberal, riqueza y pobreza se acrecentaron de modo exponencial. La “teoría” del derrame, donde supuestamente el crecimiento macroeconómico de un país terminaría beneficiando a todos los sectores por igual, “derramándose” desde las clases privilegiadas a las subordinadas, se mostró en absoluto falsa. Los capitales crecieron devorando todo a expensas de las clases trabajadoras y los pueblos en general, destruyendo también sin piedad la naturaleza. Por supuesto, hubo reacciones ante todo esto, muchas y variadas. La más importante, quizá, fue el Caracazo, en Venezuela, en 1989, a partir del cual algún tiempo después aparece la Revolución Bolivariana, con Hugo Chávez a la cabeza. Ello motivó posteriormente un ciclo de gobiernos progresistas en varios países (el Partido de los Trabajadores en Brasil, matrimonio Kirchner en Argentina, Revolución Ciudadana liderada por Rafael Correa en Ecuador, Frente Amplio en Uruguay, Fernando Lugo en Paraguay), beneficiados en su momento (comienzos del siglo XXI) por los altos precios de productos primarios, base de sus economías: petróleo, gas, minerales, carnes, cereales. Ese movimiento hizo renacer las esperanzas de cambios sociales, y así aparecieron intentos integracionistas con una filosofía distinta a la crudamente mercantil: la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos -ALBA-TCP-, Petrocaribe, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños -CELAC-, la Unión de Naciones Suramericanas -UNASUR-, Telesur, Radio del Sur, impulsados en buena medida por la Revolución Bolivariana de Venezuela y su enriquecida cuenta petrolera.

Pero más allá de estos gobiernos progresistas, de “centro-izquierda”, como se les dio en llamar, que sin dudas trajeron mejoras a sus poblaciones, los daños causados por las políticas neoliberales no desaparecieron. Se siguieron pagando las deudas externas, las condiciones generales de trabajo no mejoraron, los Estados siguieron empobrecidos y las privatizaciones no se revirtieron. Ninguno de estos gobiernos, con excepción de Bolivia y en alguna medida Venezuela en los inicios de la Revolución Bolivariana, pudo batir las políticas neoliberales, dado que estas constituyen un entramado destinado a hacer retroceder la organización popular y los proyectos de revolución socialista por largo tiempo, quizá para siempre en la cabeza de los ideólogos que las pergeñaron, meta que parece seguir cumpliéndose. México, con Manuel López Obrador, se sumó posteriormente al grupo de países con administraciones progresistas, pero las políticas neoliberales no pueden ser modificadas. El único caso donde se palpan evidentes los logros de un proyecto alternativo es en Bolivia, con la dirección del Movimiento al Socialismo, liderado por el indígena aymará Evo Morales, donde efectivamente el crecimiento económico (la tasa más alta de todo el continente americano en el 2019, casi el 5% de aumento interanual del PBI) se convierte en planes sociales de alto impacto (salud, educación, vivienda, microcréditos populares).

Con distintas características y tiempos en cada país, después de aproximadamente una década de progresismo, la derecha más reaccionaria volvió a tomar la iniciativa (Bolsonaro en Brasil, Macri en Argentina, Lenín Moreno en Ecuador, Piñera en Chile, Duque en Colombia). Así, asistimos hoy a gobiernos de ultra derecha en buena parte de América Latina, todos mansamente alineados con Washington, con un lenguaje absolutamente antipopular y programas que benefician solo a la banca internacional y a las oligarquías locales. Con el agregado que todos, de igual modo, participan de una recalcitrante posición de derecha anti Venezuela y anti Cuba, siguiendo las directivas impuestas por la Casa Blanca.

III

Pero no todo está perdido. Los pueblos, además del legendario Caracazo, siempre han seguido reaccionando. Las protestas populares se sucedieron interminables en estos años: movimientos indígenas y campesinos reivindicando territorios ancestrales despojados por la industria extractivista (mineras, hidroeléctricas, petroleras, cultivos extensivos para exportación), pobres urbanos desocupados, familias en crisis abrumadas por las deudas, jóvenes sin futuro, población en general golpeada por las políticas en curso, alzaron la voz, quizá sin una dirección política clara, sin proyecto transformador, pero como reacción espontánea a un estado de pauperización creciente y sin salida a la vista. En Argentina, sin proyecto transformador, pero hastiada de las políticas privatistas, al grito “¡Que se vayan todos!”, la población quitó a cinco presidentes en el lapso de quince días, en Ecuador, un movimiento indígena abrumado por esas mismas políticas y eternamente discriminado por un racismo irracional, hizo renunciar a tres presidentes, en Bolivia una población básicamente indígena harta de explotación, miseria y racismo, llevó al poder -y recientemente volvió a darle un voto de confianza- a una propuesta socialista con la presidencia de Evo Morales.


Estos años se sucedieron las protestas, marchas, cacerolazos y demostraciones de repudio a los planes de capitalismo criminal y despiadado, pero nada de eso logró conmocionar en su médula al sistema vigente, hasta que en este último tiempo la reacción tomó forma de rebelión espontánea con acciones contundentes. Ecuador, con poderosos movimientos indígenas y populares enfrentándose al traidor Lenín Moreno (supuestamente de izquierda en los gobiernos anteriores), actual “perro faldero” del FMI, Chile con un formidable movimiento popular que se tomó las calles superando a los carabineros y desafiando las medidas reaccionarias del presidente Sebastián Piñera, Haití con una poderosa protesta popular espontánea que pide la renuncia del corrupto y neoliberal mandatario Jovenel Moïse, Honduras y una aguerrida resistencia ya largamente reprimida que se opone al ilegítimo presidente Juan Orlando Hernández, mantenido a sangre y fuego por Estados Unidos, todo eso constituye un claro ejemplo del cansancio de la gente y de su reacción espontánea contra líneas que la desfavorecen muy grandemente.

Por su parte Chile, exhibido desde hace años por la prensa comercial de todo el mundo como ícono del neoliberalismo triunfador (“Primer mundo”, según esa engañosa propagada), presenta una desigualdad monstruosa (octavo país del mundo en asimetrías socioeconómicas, igual que Ruanda en el África), y es quien ha escenificado las protestas más grandes. La población, hastiada de las medidas de privatización, falta de acceso a los beneficios reales de un supuesto desarrollo, patéticamente endeudada con los bancos, reaccionó visceralmente ante el alza del pasaje de metro, lo que motivó por parte del Ejecutivo (siguiendo la sugerencia de asesores estadounidenses) la declaración de estado de sitio y toque de queda. Sin dudas, la población del país trasandino es la que más fuertemente ha alzado la voz, lo cual llevó a un brutal endurecimiento del gobierno, con casi 20 muertos y cientos de heridos producto de la represión, con el ejército controlando las calles “América del Sur se nos puede embrollar de modo incontrolable si no tenemos siempre a la mano un líder militar, y en el caso de Chile, esto reclama un jefe de la calidad solidaria del general Augusto Pinochet”, pudo decir sin la más mínima vergüenza Mike Pompeo, secretario de Estado de Estados Unidos, en una Comisión de Urgencia de la Cámara de Representantes, ante “la preocupante situación de Chile”. Ello deja ver que América Latina sigue siendo, tristemente, el patio trasero de la potencia del Norte, y lo que en esta zona sucede se decide en Washington.

Las recientes elecciones de Argentina, donde ganó el peronista Alberto Fernández con un electorado que dijo rotundamente “no” los planes de más achicamiento y más empobrecimiento levantados por Mauricio Macri (con el apoyo del FMI y el Banco Mundial) muestran que las poblaciones ya no aguantan más.

IV

¿Por qué esta serie de explosiones populares que parecen dinamizar la actualidad en América Latina al día de hoy? Porque la pobreza que causó el neoliberalismo, donde no hubo el preconizado “derrame”, ya es insoportable. El subcontinente, terriblemente rico en recursos naturales (tierras fértiles, abundante agua dulce, petróleo, gas, innumerables recursos minerales, enormes litorales oceánicos) presenta índices de desigualdad socioeconómica realmente alarmantes. Con economías prósperas en términos macro (crecimiento del PBI, inflación bajo control, paridad cambiaria estable), ocho de los diez países más desiguales del planeta están en esta región: Haití, Honduras, Colombia, Brasil, Panamá, Chile, Costa Rica y México. Los problemas sociales se multiplican en forma continua, con desempleo, falta de perspectivas, violencia callejera, salarios de hambre, un agro tradicional que se empobrece y desertifica producto de la explotación inmisericorde de las grandes propiedades y su uso de pesticidas, poblaciones originarias reprimidas y olvidadas, jóvenes sin futuro y, junto a ello, gobiernos corruptos que se ríen en la cara de tanta desgracia, todo ello constituye una poderosa bomba de tiempo. Si no estalló masivamente antes, es porque la represión y el miedo histórico de las décadas pasadas (guerras sucias que ensangrentaron todos los países, con 400.000 muertos, 80,000 desaparecidos y un millón de presos políticos, más cantidades monumentales de exiliados) siguen obrando como una fuerte “pedagogía del terror”.

¿Qué sigue ahora? No puede decirse que el neoliberalismo esté muerto, porque sigue direccionando las políticas impuestas por los grandes poderes (capitales globales que manejan el mundo), políticas que, definitivamente, no han cambiado. De todos modos, estos capitales no son ciegos, y ven que Latinoamérica arde. Ahí están las declaraciones de Mike Pompeo, un operador político de esos capitales, y su precaución ante lo que puede venir: “Hay que tener siempre a la mano un líder militar”.

Cantar victoria y decir que el campo popular triunfó, que el neoliberalismo está fracasado y se firmó su acta de defunción, es un exitismo quizá peligroso. De momento los planes del capitalismo global no han cambiado. Ver lo que sucede en Cuba, donde persiste el cruel bloqueo que intenta asfixiar la triunfante revolución socialista, o en Bolivia, donde la derecha internacional intenta por todos los medios cerrar el paso a un nuevo mandato electoral del socialista Evo Morales, o las avanzadas contra Venezuela, donde se sigue bloqueando inhumanamente la economía del país con las acusaciones de narco-dictadura a la presidencia de Nicolás Maduro y la posibilidad siempre abierta de una intervención militar, muestra que quienes mandan en este “patio trasero” no están en retirada. Los capitales globales (estadounidenses en su mayoría, pero también europeos y asiáticos, todos fundidos en esta oligarquía planetaria que opera desde paraísos fiscales) ¿están derrotados?

¿Seguirá o aumentará la represión contra los pueblos en protesta? En Chile fueron asesores militares de Estados Unidos, viendo que la policía estaba sobrepasada, quienes recomendaron el uso de la fuerza bruta del ejército (violaciones, desapariciones, crear terror en la población, toque de queda) para calmar los ánimos. Qué hará el capitalismo rapaz (léase Estados Unidos y sus secuaces: Unión Europea y gobiernos de derecha instalados por doquier): ¿negociará y dará algunas válvulas de escape? Cuidado: ¡no debemos confundirnos! Los gobiernos de centro-izquierda que pasaron años atrás no lograron cambiar el curso de las iniciativas neoliberales surgidas de Bretton Woods. O más precisamente: surgidas de los bancos privados (Rockefeller, Morgan, Rothschild, Lehmann, Merry Lynch) quienes le fijan las líneas al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional. Los planes redistributivos que se dieron estos años no cambiaron de raíz la propiedad privada de los medios de producción; fueron importantes paños de agua fría para poblaciones históricamente olvidadas, pero no constituyeron alternativas de cambio sostenibles. Todo indica que dentro de las democracias representativas no hay posibilidad de cambios profundos reales. Además, sin caer en exitismos: Piñera sigue gobernando en Chile y Lenín Moreno en Ecuador. El binomio Fernández-Fernández en Argentina, que asumirá la presidencia el próximo 10 de diciembre, ¿es una alternativa socialista? No olvidar que Cristina Fernández propone un “capitalismo serio”. Serio o no serio… capitalismo al fin. (Si no es “serio”, ¿cómo sería?)

Con estas explosiones populares espontáneas con que está ardiendo ahora América Latina, ¿vamos hacia la revolución socialista? No pareciera, porque no hay dirección revolucionaria, no hay proyecto de transformación que en este momento esté a la altura de los acontecimientos y pueda dirigir hacia una nueva sociedad. Como se dijo más arriba, la idea de “comunismo” sigue profundamente anatematizada, vilipendiada. Por eso en las pasadas elecciones pudieron ganar personajes como Bolsonaro, o Macri, o Piñera, o Giammattei en Guatemala, o Bukele en El Salvador. Quizá es útil recordar una pintada callejera anónima aparecida durante la Guerra Civil Española: “Los pueblos no son revolucionarios, pero a veces se ponen revolucionarios”.

Los acontecimientos actuales abren preguntas (similares a las que abrieron los “chalecos amarillos” meses atrás en Francia): ¿dónde llevan estas puebladas?, ¿por qué la izquierda con un planteo de transformación radical no puede conducir estas luchas?, ¿el enemigo a vencer es el neoliberalismo o se puede ir más allá? Como sea, el actual es un momento de intensidad sociopolítica que puede deparar sorpresas. Vale la pena estar metido en esta dinámica.

miércoles, 30 de octubre de 2019

¡MICHAEL MOORE PRESIDENTE DE ESTADOS UNIDOS!




Ahora que está “de moda” esto de auto-proclamarse presidente de un país (Juan Guaidó en Venezuela, Óscar Ortiz probablemente en Bolivia para neutralizar a Evo Morales con un golpe de Estado “suave”), propongo juntar firmas a nivel internacional para PROCLAMAR LA FÓRMULA MICHAEL MOORE-JANE FONDA COMO BINOMIO PRESIDENCIAL DE ESTADOS UNIDOS.

Son gente progresista, de izquierda, y quizá hacen menos daño que lo que conocimos hasta ahora. ¿Quién firma?




martes, 29 de octubre de 2019

¡NECESITAMOS UN PINOCHET!



Así dijo el secretario de Estado de los Estados Unidos, Mike Pompeo,  en una Comisión de Urgencia de la Cámara de Representantes, ante "la preocupante situación de Chile":

 "América del Sur se nos puede embrollar de modo incontrolable si no tenemos siempre a la mano un líder militar, y en el caso de Chile, esto reclama un jefe de la calidad solidaria del general Augusto Pinochet".


lunes, 28 de octubre de 2019

EL VIH SIDA FUE CREADO EN LABORATORIOS MILITARES POR EE.UU



“Milton W. Cooper, alto Oficial de la Inteligencia Naval Militar de EE.UU, división administrativa que forma parte de la Corporación de Inteligencia de los Estados Unidos, revela que el VIH SIDA fue desarrollado en instalaciones biológicas militares de la base de Fort Detrick en 1972 por el Pentágono, como parte del Proyecto MK-NAOMI, siguiendo una orden ejecutiva directa y dando cumplimiento a una Agenda global establecida por el Departamento de Estado.”

https://nuevodiario.es/noticia/4872/diario-tech/el-vih-sida-fue-creado-en-laboratorios-militares-por-ee.uu.html


domingo, 27 de octubre de 2019

LA HISTORIA BÍBLICA SILENCIADA: RUBICUNDA





Las lámparas ardían sin cesar ya bien entrada la madrugada. En la sala imperial estaban el emperador Constantino con tres de sus asesores sentados en torno a una inmensa mesa plagada de pergaminos y copas doradas con vino, y seis soldados de custodia algo más lejos, parados en torno a las dos puertas de la enorme habitación. Las caras tensas de todos los reunidos denotaban preocupación.

Así es, señores– sentenció Constantino con aire ceremonial. –Es imprescindible que en forma urgente hagamos algo… Y creo que los cristianos… Bueno, la jerarquía de los cristianos, todos sus obispos, el obispo de Roma, los de Oriente, el de Libia, todos ellos, de poder ser quienes hundan al imperio, si los sabemos poner de nuestro lado, podrán ser nuestra salvación–.

Sí, Majestad. Claro que sí, pero… no será tarea fácil–.

¿Y quién dijo que lo fuera? Nada es fácil, señores. ¡Nada! ¿O creen, acaso, que no costó muchísimo vencer a Licinio? Por supuesto que sí… ¡Pero lo hice!–, agregó levantando atronadoramente el tono de la voz. –Insisto: si los cristianos son el peligro para el imperio, no hay más camino que neutralizarlos–.
Es lo que venimos haciendo desde hace trescientos años, Majestad–.

Pero no alcanza. No alcanza, al menos, hacerlo de esa manera–.

De pronto, dirigiéndose a uno de sus asistentes con una copa de vino en la mano y los ojos llenos de un brillo asesino, Constantino preguntó casi con desdén:

Dinos, Plinio: ¿cuántos cristianos se llevan comidos ya los leones?

No sabría deciros la cifra exacta, Eminencia. Pero calculo que en estos últimos años…–, la expresión de desconcierto del interrogado era evidente. Sacando fuerzas de donde no las tenía, agregó: –calculo…este…que varios miles–.

Bueno, aunque no sepas la cantidad exacta, es evidente que matamos cristianos, y matamos más cristianos… y nunca deja de haber más. ¿Qué tiene esta creencia que atrae tanto a la gente?

En realidad, la última expresión del emperador no era una pregunta en sentido estricto. Era una reflexión con forma de interrogación. Se lo estaba preguntando a sí mismo.

Es que…estos cristianos siguen las enseñanzas de ese subversivo…– terció uno de los asesores, sintiéndose interpelado.

¿Quién? ¿Ese que llaman el rey de los judíos?–, interrumpió furioso Constantino.

El mismo, Excelencia. Ese mismo–.

Se hizo un silencio tenso en la estancia. Nadie se atrevía a continuar hablando a la espera de la reacción del emperador.

De pronto, dando un manotazo sobre la mesa, gritó imperioso: –¡A dormir, señores! Ya es muy tarde. Y haremos así: si matándolos no podemos detenerlos, neutralizaremos a sus jefes. Tal vez eso es lo que tendríamos que haber hecho hace tiempo: trabajar con la dirigencia en vez de hacer correr tanta sangre. Ya lo hablé con el obispo Osio de Córdoba. Haremos esa reunión aquí mismo, cerca de Constantinopla. Será en Nicea, para el mes de mayo–. Diciendo esto, se levantó. Todos lo hicieron tras él, y en respetuoso silencio lo saludaron agachando discretamente la cabeza.

Faltaban tres meses para el encuentro. Constantino había estipulado que el 20 de mayo, por la tarde, comenzaría el evento, el mismo día en que, por la mañana, darían inicio las celebraciones del triunfo sobre su rival Licinio con el que quedaba unificado el imperio. Para demostrar claramente que era el único emperador sin sombra de dudas, festejaría su poderío militar y político al mismo tiempo que pondría en marcha el plan para terminar con esa molestia de los cristianos, que no cesaban de crecer y fortalecerse.

Los preparativos para el concilio religioso se sucedían a marcha forzada. En relativamente poco tiempo fueron convocados cerca de cuatrocientos obispos de todos los puntos del imperio; incluso el obispo de Roma, Silvestre I, fue directamente invitado por Constantino a través de una carta firmada de su propia mano. Contar con esa presencia era fundamental para su estrategia imperial, estimaba el monarca. Faltando unas pocas semanas para el inicio de la gran cita, el prelado informó que no podría estar en persona debido a su avanzada edad, pero enviaba en su lugar dos representantes, Víctor y Vicentius.

No está mal– concluyó Constantino. –Por último, viene alguien–.

Los cristianos, de una secta esotérica, habían pasado a ser un verdadero poder a lo largo y ancho de todo el imperio. Si bien no detentaban ninguna autoridad política ni militar, su presencia moral les confería una fuerza que las lanzas de los soldados imperiales no lograban silenciar.

Esto de amarse unos a los otros todos como iguales, además de ser una locura, es peligroso. ¿Dónde se ha visto tamaña afrenta a la jerarquía? ¿Cómo permitirlo? Los de abajo deben temer a los de arriba, no amarlos. Y nosotros, los superiores, ¿cómo vamos a amar a nuestros súbditos, a nuestros esclavos?

Constantino el Grande, como gustaba hacerse llamar, no sabía mucho de teología. Ni le interesaba saber. Para él esas discusiones eran absurdas, una completa pérdida de tiempo. Con una de sus amantes, la preferida: Gilberta, se permitió ser bastante locuaz al respecto:

Para serte franco, yo, en lo más recóndito, sigo siendo un ferviente adorador del “Sol Invicto”, el dios al que profesaran respeto mis padres y cuya tradición me transmitieron. ¡No puedo entender esta moda moderna del cristianismo! Aunque en verdad, lo que más me incomoda de todo esto no son esas cuestiones ridículas de si el rey de los judíos fue mandado por un dios todopoderoso, si pudo revivir después de muerto en la cruz y si voló hacia los cielos. No, todo eso me tiene sin cuidado, Gilberta–, decía emocionado el soberano ante los ojos de una muchacha que lo miraba con ojos desorbitados luego de haber hecho tres veces el amor. Era evidente que la pobre no entendía ni una palabra lo que su señor le decía, pero no dejaba de seguirlo con atención.

¿Sabes qué es lo que más me indigna en verdad? Ese desprecio que tienen los cristianos por la autoridad. ¿Viste cómo nos desprecian a nosotros, la autoridad del imperio más grande del mundo? ¿Tú te has dado cuenta la forma en que tratan a nuestros soldados? No los agreden sino que… ¡los aman!

Mira, mi señor: con humilde respeto me permito deciros que, hasta donde yo puedo darme cuenta, ellos transmiten bondad, humildad. Cuando dicen que son todos iguales, ¿porque eso es lo que dicen, verdad?, pues… cuando dicen eso, lo creen. Lo creen y lo practican–.

Constantino quedó sorprendido. Jamás hubiera imaginado que una de sus amantes pudiese decir algo así. No sólo por el contenido de lo dicho. Eso, por lo pronto, ya lo exasperaba. Pero más aún lo sacaba de quicio que una mujer, una “vulgar amante”, como solía decir, pudiera tener criterio propio.

¡Pero qué! ¿Tú también eres cristiana entonces?–, vociferó el emperador.

La joven comenzó a temblar atemorizada. Ya sentía el filo de la daga en su garganta, y antes que ello ocurriera se tiró al piso abrazando los pies de su señor.

No, mi amo. No, por favor…Os pido perdón–. Las lágrimas brotaban profusas en sus ojos despavoridos.

Levántate, vamos, levántate–, dijo magnánimo Constantino. –No es contigo el problema. Pero me haces ver claramente lo que venía pensando, me lo reafirmas. Tú eres alguien del pueblo finalmente, una plebeya. Y ves en estos subversivos lo que, seguramente, ve todo el populacho: una promesa, y por tanto, ¡un peligro para el imperio!

Pero ¿por qué dices eso, mi amo y señor?–, preguntó Gilberta conmocionada.

¿Es que no terminas de verlo? Estos fanáticos, subversivos y revolucionarios, son un nuevo Espartaco para la seguridad del imperio. Y si no los paramos a tiempo serán ellos los que terminarán derrotándonos. ¡Pero ya sé cómo los neutralizaremos! Compraremos a sus dirigentes. Mucho oro, piedras preciosas, buenas ropas… ¿A quién no le gusta eso? Todo hombre tiene su precio, mi querida Gilberta–. Dicho lo cual, volvieron a hacer el amor dos veces más, con más ferocidad que las anteriores.

A los colaboradores directos del emperador llamó un tanto la atención tal acumulación de riquezas. Nunca habían visto tantas monedas de oro juntas, ni tantas piedras preciosas. Había objetos de arte y maravillas traídas desde todos los puntos del imperio, y de más allá: tapices de Persia, joyas de Libia, tejidos finos de Siria, marfil de la India, las mejores espadas de acero de Iberia, vinos de Grecia, adornos en mármol de Italia. En el botín se habían considerado también esclavas negras, atractivas jovencitas de provocativos cuerpos y lasciva mirada. Había también leones de Eritrea y rarezas como tigres de la Bengala o una gran alberca con animales acuáticos como serpientes marinas, medusas de colosal tamaño y cocodrilos gigantes del Nilo. Nadie sabía exactamente para qué era todo eso. Sólo el emperador lo sabía. El emperador y algunos de sus pocos asesores de confianza.

¡Magistral, Su Excelencia! Seguro que aceptarán. ¿Quién rehusaría a tanto esplendor?– fueron las obsecuentes palabras de alguno de ellos.

La oferta era más que generosa: fin de las persecuciones, fin de los suplicios para los cristianos y grandes riquezas para los obispos, para todos por igual, incluso cargos públicos en la dirección del imperio. Todo ello a cambio de moderar el discurso subversivo, o que al menos Constantino y la aristocracia gobernante consideraban subversivo, por parte de la secta de los cristianos. Había que demostrar que las enseñanzas del que consideraban su Maestro, ese carpintero predicador al que se le atribuían milagros y que hablaba del amor incondicional, de la igualdad entre todos los hombres, que todo eso era secundario. Lo importante era la adoración de un dios omnipotente, único, absoluto, no comprometido con cuestiones terrenales y que prometía a todos un paraíso eterno luego de la muerte. Y no era eso precisamente lo que había enseñado este judío ajusticiado junto a dos ladrones. Había que empezar a escribir una nueva historia.

El populacho, finalmente, cree y hace lo que le dicen sus dirigentes. Para algo nuestros antepasados habrán inventado aquello de “pan y circo”, ¿verdad?– explicaba Constantino sin tapujos. Su claridad, no por descarnada, era menos acertada.

Los obispos fueron llegando hacia principios de mayo. En general era gente pobre, del pueblo, convencidos de su obra y de su prédica. Todos habían aceptado ir a Nicea sin conocer de la oferta que les esperaba; pero todos habían visto en la propuesta del emperador la posibilidad de poner fin a la persecución de su gente. Eso es lo que les había impulsado a asistir. Eran ya trescientos años de sufrimientos, y si ahora se podía poner un remedio a esa situación, no era de desaprovecharse la ocasión.

Muchos de ellos habían sido duramente torturados por los soldados del imperio en años recientes, y todos llevaban a sus espaldas las indecibles penurias de su pueblo cristiano, en nombre del cual ahora hablaban. Todos los obispos fueron recibidos personalmente por Constantino, quien les presentó la oferta uno por uno.

También lo mismo fue para con Arrio, el rebelde presbítero de Alejandría.

Llegó acompañado de Eusebio de Nicomedia, pero por no ser obispo, si bien podía estar en el cónclave, no tenía derecho a participar en las deliberaciones. De todos modos, era figura clave. Era él, popular y amado por sus seguidores, quien constituía sin dudas el principal obstáculo para los planes de manipulación de toda la dirigencia cristiana. El problema estribaba en asuntos teológicos, pero de decisiva importancia práctica, políticos por tanto.

No importa si este predicador que andaba los caminos de la Palestina existía desde siempre como espíritu o fue creado en un momento por el dios que adoran los cristianos. No importa si son de la misma sustancia padre e hijo. Miren, señores: todas esas son pamplinas intrascendentes. Y si a este tal Arrio de Alejandría le interesa profundizar en esos temas y hacer una causa en la defensa de su tesis, bueno… mientras quede en puras discusiones teológicas, pasa. Pero si con esto de que Jesús era un mortal iluminado por el dios padre, lo que se transmite finalmente al populacho es la preocupación por la igualdad entre todos los mortales…, si es así: ¡señores, entonces estamos perdidos!

Las palabras de Constantino ante sus asesores más cercanos estaban cargadas de pasión, de profunda convicción. Se veía que en el asunto le iba la vida. Y no sólo la suya: ahí se jugaba la vida del imperio del que era amo supremo y conductor. Cualquier alzamiento que contradijera la rígida estructura social de las clases dominantes era una alarma intolerable. La rebelión esclava de trescientos años atrás aún estaba presente en la memoria de la aristocracia, y este movimiento que reivindicaba la igualdad solidaria entre todos los seres humanos tenía el valor de una nueva afrenta insoportable, peor que la de los esclavos.

Esto que os diré ahora es un riguroso secreto de Estado, y si alguno de vosotros osara hacer la más mínima confesión al respecto, confesiones de esas que solemos hacerle a nuestras amantes al calor de algún trago, si alguno cometiera la tamaña estupidez de permitir que se le escapase una letra al respecto, por mi honor de Emperador os juro que con estas manos le cortaré el cuello–. El silencio en la recámara era absoluto. Se podía escuchar la respiración alterada de todos; nadie se atrevía a tomar la palabra. Fue Lúculo quien se atrevió a preguntar:

Majestad, con todo el respeto del caso, ¿en qué consiste el plan?

Hay que transformar a este Jesús de Nazareth en un dios, una deidad inalcanzable, alguien que no tenga nada que ver con las penurias mundanas, alguien a quien se alabe por su majestuosidad inapelable y no porque incite a la rebelión–.

No necesitamos un nuevo Espartaco– agregó victorioso Lúculo.

¡Exacto!, querido amigo. Necesitamos un nuevo Júpiter, un nuevo Zeus. Que el populacho se preocupe por la salvación de sus almas, por la vida de ultratumba y que nos deje las riquezas tranquilas. Si ahora el dios de moda se llama Jehová, Jesús o judío crucificado, pues que así sea. Y si este harapiento carpintero barbado rey de los judíos nos sirve para mantenernos en paz: ¡viva Jesús de la cruz! Y hagámonos todos cristianos. Pero cuidado: ¡basta de rebeliones y amor entre iguales! ¿Está claro?

Como siempre que Constantino hablaba con ese tono lapidario, sus rodeantes callaban; y en muchos casos, temblaban de miedo. En este momento no estaba increpando a ninguno de los presentes, pero de todos modos su actitud era tan arrolladora, el brillo de sus ojos tan feroz y su voz tan estentórea que los cuatro acompañantes se sentían cohibidos.

Nunca se supo exactamente qué dijo el emperador a cada uno de los dirigentes cristianos con los que habló en forma personal. A todos les dispensó no menos de una hora en su cámara imperial. A todos ofreció buen vino y mejores viandas. También a los heterodoxos Arrio de Alejandría y Eusebio de Nicomedia.

Todos los obispos de entre los alrededor de trescientos asistentes, o la gran mayoría al menos, salieron rebosantes de alegría de su reunión con el sumo dignatario imperial. También Eusebio. Pero no así Arrio.

La propuesta de bienes materiales y cargos jerárquicos del imperio en sus respectivas zonas de influencia conmovió a la casi totalidad. También a Eusebio. Fueron necesarias fuertes reprimendas por parte de Arrio para que su compañero no cayera en la tentación de la oferta. Tocado en su conciencia, finalmente optó por defender las tesis arrianas durante el concilio. Pero las riquezas y el poder en juego inclinaron la balanza totalmente hacia lo que perseguía el emperador. Por casi absoluta mayoría todos los obispos decidieron anatematizar la posición arriana.

Dado que el mismo Arrio no podía tomar parte en las deliberaciones a puerta cerrada de los jerarcas por no ser obispo, durante mucho tiempo del cónclave se dedicó a vagar por la ciudad de Nicea, por los jardines del palacio donde se hospedaba, a contactar gente del lugar. Fue así que conoció a Gilberta, la amante preferida de Constantino.

La carne es débil– se decía Arrio justificándose, –y la mía mucho más aún–.

Fue conocerse y mutuamente desearse en forma desenfrenada. La pasión desatada era grande. Arrio no quería desentenderse un momento del desarrollo de las deliberaciones, y también quería estar todo el tiempo con su recién conocida amante. Entre una y otra actividad pasó los días en que tuvo lugar el concilio.

Parecía que todos los obispos habían aceptado de buen grado la oferta de Constantino y todos coincidían en la necesidad de dejar claro que Jesús era dios quitándole su carácter mundano. Pero ante ello Arrio decidió contraatacar. Toda una noche pasó junto con Eusebio redactando el alegato que usarían para probar la terrenalidad del predicador de Nazareth. Al día siguiente Arrio prefirió desestimar el llamado de Gilberta, quien tenía la certeza de estar sola todo el día puesto que el emperador asistiría a las reuniones con los religiosos; él quería acompañar fervientemente, aunque fuera del recinto, la defensa que realizaría su compañero delante a todo el sínodo.

Eusebio, gran orador, pronunció una encendido discurso en latín. Sus argumentos fueron contundentes, directos. No quedaban dudas que el Maestro, enviado de dios, venía a traer un mensaje novedoso para aquel entonces: el amor y la tolerancia. Era más importante incluso, según su fervorosa presentación, la figura de Jesús que la del mismo padre celestial. El nuevo movimiento de los cristianos, según sus palabras, estaba llamado a ser una salvación en un mundo plagado de injusticias y guerras. El amor incondicional entre todos los seres humanos era la clave, tanto como la renuncia a la soberbia, a la arrogancia que confieren las riquezas materiales y el poder.

Pero en medio de la ponencia de Eusebio fueron varios los obispos que lo interrumpieron al grito de “¡hereje!”, “¡blasfemo!”. Incluso, en un conato de agresión contra su persona, le quitaron de su mano el pliego donde tenía escritas sus notas y lo rompieron.

“¡Destierro, destierro!”– fue el pedido generalizado de los presentes. Constantino, presente en la sala de deliberaciones, sonreía complacido.

Consecuencia de ello fue que tanto el ponente, Eusebio, como la cabeza del movimiento, Arrio de Alejandría, fueron condenados al exilio. El libro de este último, Talía, un compendio de sermones usualmente cantados con profundo fervor por los feligreses de su diócesis, fue quemado públicamente.

Pero la otra consecuencia, seguramente la más importante, fue la aprobación del documento que el emperador tanto ansiaba, la declaración que legitimaba la naturaleza divina del predicador subversivo y que no daba lugar a futuras controversias, lo que posteriormente se conoció como el Credo Niceno: “Creemos en un Dios Padre Todopoderoso, hacedor de todas las cosas visibles e invisibles. Y en un Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, engendrado como el Unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios; luz de luz; Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no hecho; consustancial al Padre; mediante el cual todas las cosas fueron hechas, tanto las que están en los cielos como las que están en la tierra; quien para nosotros los humanos y para nuestra salvación descendió y se hizo carne, se hizo humano, y sufrió, y resucitó al tercer día, y vendrá a juzgar a los vivos y los muertos. Y en el Espíritu Santo”.

Como era de esperarse, ni Arrio ni Eusebio firmaron el documento, marchando prestos al exilio. Tan apresurados salieron que Arrio ni siquiera pudo despedirse de Gilberta.

Todo esto trajo profundas consecuencias, tanto para los cristianos como para la dinámica del imperio. Cooptados los principales dirigentes de ese movimiento tan molesto a la corona que era la naciente iglesia cristiana, comprada buena parte de sus obispos con el oro imperial, las nuevas relaciones que comenzaron a tejerse entre ambas instancias fueron dejando atrás el espíritu fraterno de los primeros seguidores del Maestro Jesús. El lujo, la adoración de la riqueza y de los poderes temporales fueron haciéndose cada vez más presentes entre la jerarquía eclesiástica. Aquello de “poner la otra mejilla” terminó por ser una mera declaración vacía, y las mieles del poder fueron tiñendo la práctica cotidiana de los jerarcas, cada vez más hasta hacerlos sentir un nuevo poder, poder que persistió en el tiempo más allá del mismo Imperio Romano.

El cristianismo, a partir del concilio de Nicea, comenzó a hacerse cada vez más popular por todo el imperio, dado que ya no era perseguido; no llegó a ser aún la religión oficial en tiempos de Constantino, pero devino la religión popular, la religión de moda, pues era la que profesaba el emperador. De hecho, él cada vez más se intrometía en cuestiones supuestamente teológicas, pero que no eran sino la marcha política del movimiento hasta ayer contestatario. Eran, en realidad, cuestiones de Estado. Después de su intervención para forzar el Credo Niceno, se sentía ya un especialista en estos temas de fe. “El obispo de los de afuera de la Iglesia, gustaba decirse, no sin cierta sorna.

De esta manera, con su intervención se lograba dar fin a un largo proceso de unificación para todo el imperio. Con su reciente triunfo sobre Licinio había un solo emperador, y por tanto una ley y una ciudadanía única para todos los hombres libres. Para que la unificación fuese completa faltaba una religión única. De ahí la necesidad tan imperiosa de este concilio para lograr una sola cristiandad, dócil y uniformada al máximo posible.

La inversión en unas cuantas joyas y monedas de oro no fue mal negocio– reflexionaría satisfecho.

La iglesia cristiana, de un factor de enfrentamiento al poder, terminaría siendo con los años un poder en sí mismo. Caído el imperio, sería ella quien sobreviviría victoriosa.

Eusebio de Nicomedia, hábil político y pariente en grado lejano de Constantino, fue logrando acercarse nuevamente a la corona hasta lograr su rehabilitación. Finalmente llegaría a ser el confesor privado del monarca y quien lo bautizaría ya en su lecho de muerte, dado que Constantino nunca fue realmente cristiano durante toda su vida.

En un primer momento, apenas concluido el concilio en Nicea, el emperador había pensado que lo mejor para cortar en forma terminante con todas esas discusiones teológicas que sólo servían para confundir a la gente, sería acabar con Arrio. Había pensado mandarlo a matar, y eso mismo le contó a Gilberta en una noche de amor –con ella era con quien más se permitía esas licencias confesándole, a veces imprudentemente, secretos de Estado–.

Conmocionada por la noticia, la joven rogó una y mil veces al soberano con lágrimas en los ojos que reconsidera la medida. Constantino, hondo conocedor de las pasiones humanas, entrevió algo raro en ese ruego, y sin pensarlo dos veces hizo asesinar a Gilberta días después.

Por ahora, me conviene más vivo que muerto este loco de Arrio. Pero esta perra… ¡muy probablemente hasta me haya engañado con él!... Seguro que sí, si no, no me hubiera suplicado ese perdón–.

Ya no hubo cristianos comidos por los leones en el Coliseo. La feligresía cristiana, como ocurre siempre con la gran masa, no entendía muy bien qué estaba sucediendo. Las conclusiones emanadas de Nicea eran ininteligibles al común de la gente. Eso de la “consustanciabilidad”, de “engendrado pero no hecho” eran galimatías fuera de su alcance; lo cierto es que ya no había persecuciones. También era cierto –cosa que llamaba poderosamente la atención– que los obispos y predicadores de la palabra iban abandonando el contenido humanista y de preocupación por la cotidianeidad en sus sermones. Había pasado a ser más importante la salvación del alma luego de la muerte que la solidaridad y el amor en el día a día, cambio que afectaría inexorablemente a la iglesia cristiana para la posteridad.

Arrio vivió en el destierro por diez años, en una remota comarca de Eritrea, donde tenía expresamente prohibido predicar cualquier enseñanza religiosa, y mucho menos escribir. Pero luego, a pedido del mismo Eusebio de Nicomedia, quien ya había vuelto a ganarse los favores de Constantino, fue mandado a buscar del exilio. Por motivos que nunca quedaron claros, el mismo emperador, con la venia de muchos obispos, decidió su readmisión en la comunión de la iglesia. Eso iba tener lugar en junio del año 336, once años después de haber sido excomulgado en Nicea. Pero la noche anterior al acto de rehabilitación, murió en circunstancias extrañas, aparentemente envenenado.

Según un palimpsesto que data del siglo V que da cuenta fragmentaria de estos acontecimientos –hallado por investigadores ingleses alrededor de 1750 en lo que hoy es la zona del Líbano– y de acuerdo a las reconstrucciones un tanto azarosas que pudieron hacerse, todo indicaría que el emperador Constantino I el Grande mandó a una de sus amantes a seducir a Arrio, cosa que habría sucedido efectivamente, para luego, utilizando sus dones femeninos, proceder a envenenarlo. La mujer habría sido originaria de Eleusis –la patria de Esquilo– y, según el palimpsesto de marras, se llamaba Rubicunda.


sábado, 26 de octubre de 2019

OEA: MINISTERIO DE COLONIAS DE ESTADOS UNIDOS



Se suponía que la OEA era una instancia supranacional de todos los países del continente americano de carácter neutro, válida para dirimir conflictos y fortalecer la sana convivencia. Pero viendo este documento -y en especial el texto subrayado- puede observarse que es, lamentablemente, un burdo y caricaturesco Ministerio de Colonias de Washington.


viernes, 25 de octubre de 2019

HAITÍ EXISTE, PERO LA MALDICIÓN PERMANECE




Se habla de las protestas populares en distintas partes del mundo, se habla hasta el hartazgo de Lionel Messi o del último disco de Shakira, pero de Haití nunca se habla una palabra. ¿Por qué?

Haití fue el segundo país del continente americano, luego de Estados Unidos, en liberarse del yugo de una potencia colonialista europea. Para el caso: de Francia, en 1804. Pero con el detalle que fueron esclavos negros quienes lograron su independencia. Ese fue el motivo por el que Europa y Estados Unidos decretaron la maldición que rige hasta ahora: Haití nunca más debería levantar la cabeza.

La maldición parece seguir vigente. Pero ¡¡Haití existe!! Y en este momento está en pie de lucha, igual que Chile, o que Ecuador en estos días. Informémonos.


jueves, 24 de octubre de 2019

CHILE Y LA MENTIRA DEL NEOLIBERALISMO



Chile no entró en el Primer Mundo, como pomposamente se viene declarando. Con los planes neoliberales que se implementaron a partir de la sangrienta dictadura de Pinochet, no es cierto que hubo un "milagro" económico.

Chile está entre los ocho países más desiguales del mundo. Por eso la presente reacción popular. ¡La gente ya no soporta más y salió a protestar, y el gobierno neoliberal y neopinochetista reprime brutalmente!





miércoles, 23 de octubre de 2019

SE PREPARA UN GOLPE DE ESTADO EN BOLIVIA




Luego de las elecciones del 20 de octubre, con la acusación de fraude, la oposición y toda la derecha levantan el grito de “¡Fraude electoral!, ¡No a la dictadura de Evo Morales!” Ello prepara las condiciones para un posible alzamiento contra el actual presidente (habría sectores en las Fuerzas Armadas ya listas para eso), con lo que se procedería a la autoproclamación de un nuevo mandatario (no sería el contrincante Carlos Mesa sino un nuevo personaje), todo al estilo de Juan Guaidó en Venezuela, por supuesto, pergeñado desde Washington.

Todo indica que NO HUBO FRAUDE. Veamos las declaraciones de observadores internacionales.



martes, 22 de octubre de 2019

YO ME QUITO LA VENDA



El camino del infierno está plagado de buenas intenciones….

“Atacar la desnutrición infantil nos une como país”, se dice por ahí. Sin dudas la falta de alimentos es un problema tremendo (con población desnutrida hoy, el futuro jamás podrá mejorar). Pero… ¿cómo se termina con este flagelo? ¿Qué significa “unirnos todos”? ¿Terminar con las diferencias socioeconómicas?

Si nos quitamos la venda, ¿qué veremos? Una sociedad absolutamente asimétrica (una de las más inequitativas del mundo según la ONU) donde la falta de comida es un síntoma grosero de esa inequidad. ¿Reformas bienintencionadas o cambios estructurales entonces?





lunes, 21 de octubre de 2019

PROTESTA POPULAR: ÚNICO CAMINO PARA CAMBIAR ALGO




En Ecuador la gente salió a la calle a protestar, y el gobierno tuvo que derogar el “paquetazo” económico.

En Chile la gente salió a la calle a protestar, y el gobierno tuvo que derogar el aumento del pasaje del metro.

En Rusia en 1917 la gente salió a la calle a protestar e hizo una revolución que mejoró sus condiciones de vida.

En Cuba en 1959 la gente salió a la calle a protestar e hizo una revolución que mejoró sus condiciones de vida.

En Guatemala en 2015 la gente salió a la calle a protestar (en buena medida manipulada por un plan escrito en inglés) y el gobierno corrupto tuvo que renunciar.


CONCLUSIÓN: LAS COSAS GRANDES DE UN PAÍS PUEDEN CAMBIAR SOLO CON LA MOVILIZACIÓN POPULAR.