lunes, 31 de enero de 2022

PÚBLICO VS. PRIVADO

Hay un mito, maliciosamente mantenido por toda la ideología capitalista neoliberal y privatista dominante, que muestra casi con obstinación que «ir a un hospital o centro de salud público es la muerte». Y no es así. ¿Quién dijo que lo privado funciona mejor que lo público? Las fuerzas armadas latinoamericanas son públicas, pagadas con los impuestos de la población, y cuando tuvieron que funcionar, funcionaron muy bien. Que lo digan los habitantes del Altiplano, pueblos originarios de Guatemala.



 

sábado, 29 de enero de 2022

UNA APUESTA

Me lo contó mi primo Fernando, a quien le creo todo. No tendría motivos para mentirme. Según me dice, él mismo lo vio con sus propios ojos.

 

Era diciembre; por lo tanto, hacía bastante frío. La noche sin luna era tétrica. Pero Anacleto había apostado y no podía dejar de cumplir.

 

Las negociaciones, según me contó mi primo, habían sido largas, complicadas: no quedaba claro si quienes lo desafiaban con la apuesta lo hacían en serio, o todo era una tomadura de pelo. Lo cierto es que el reto cobró forma, y el dinero se apostó de verdad.

 

“Clavar un clavo sobre la tumba del finado Humberto Armengol”, habían pactado. Y debía ser en una noche sin luna. Eso le daba más atractivo a la apuesta.

 

Exactamente a medianoche Anacleto saltó la tapia del cementerio. Envuelto en su capa buscó a tientas el sepulcro en cuestión. Los otros –incluido mi primo Fernando– miraban desde fuera.

 

Con pocos golpes de martillo hundió el clavo. Al comenzar a salir fue agarrado por algo que le retuvo. Murió en el acto de un paro cardíaco. “¡La mano del muerto!”, exclamaron todos.

 

Luego se supo que había clavado su propia capa, y al intentar caminar el clavo se lo impidió.

 

De más está decir que nadie le devolvió el dinero a la familia de Anacleto. El silencio sobre el asunto fue total, y recién ahora, después de más de diez años, mi primo se atrevió a contármelo.

 

Aunque yo…, la verdad, bueno…. ¿será que se clavó la capa…., o fue el finado Humberto?



 

jueves, 27 de enero de 2022

“SI HAY TERCERA GUERRA MUNDIAL, LA CUARTA SERÁ A GARROTAZOS”

El título de este opúsculo es una frase habitualmente atribuida a Einstein, muy elocuente de la situación actual que vive la Humanidad. Es sabido que de desatarse una nueva guerra mundial, las grandes potencias implicadas (Estados Unidos y Rusia principalmente, China en segundo lugar) poseen una capacidad en armamentos nucleares tan monumental que podría pensarse en la desaparición de toda especie viva de la faz del planeta. Sería un holocausto superior incluso al que ocurrió hace 66 millones de años, con la caída de un meteorito en lo que hoy se conoce como el Cráter de Chicxulub, en la península de Yucatán, México, cuando desapareció el 75% de toda forma viva (animal y vegetal), produciendo la extinción de los dinosaurios.

 

Hoy día, en realidad, el gran público no puede saber con exactitud cuánto armamento nuclear existe efectivamente en el mundo. Como todos los muy guardados secretos de orden militar, los ciudadanos de a pie podemos tener retazos de información, podemos especular un poco, intuir algo. Los académicos y centros de investigación que estudian estos temas tienen acceso a determinados datos, aunque todo indica que no a su totalidad. Muchos menos, a los planes estratégicos que tienen trazadas las potencias que manejan el orden global.

 

Lo cierto es que, hasta donde se sabe, existen en el mundo alrededor de 15.000 armas nucleares. En el momento más álgido de la Guerra Fría, que enfrentaba a Estados Unidos y la Unión Soviética como superpotencias con poder atómico, hacia 1985 llegó a haber 65.000 armas activas. Con el desmantelamiento de la segunda, se produjeron significativos recortes a esos arsenales. De todos modos, muchas de esas armas que oficialmente salieron de servicio de acuerdo a los tratados de desarme firmados, nunca se destruyeron, sino que fueron parcialmente desmanteladas, estando en condiciones de volver a ser operativas con rapidez. El poder de fuego nunca desapareció; en todo caso se redujo al nivel de la época en que se desató la llamada “crisis de los misiles”, en 1962, cuando la Unión Soviética estacionó armamento nuclear en la isla de Cuba, a kilómetros de La Florida.

 

En otros términos: la capacidad de destrucción total nunca desapareció, aunque hoy día no se curse una Guerra Fría (y caliente en determinadas regiones del mundo, donde se enfrentaban las dos superpotencias a través de guerras locales: África, Medio Oriente, Centroamérica). La capacidad instalada en la actualidad, aunque menor a los peores momentos de aquella guerra nunca desatada, continúa siendo altamente letal. Del total de bombas atómicas, el 92% pertenece a las dos superpotencias nucleares: Estados Unidos y la Federación Rusa, heredera de la Unión Soviética, con alrededor de 7.000 cada una. Otros países –curiosamente, todos los otros miembros del Consejo de “Seguridad” de Naciones Unidas– completan el cuadro: Francia, China y Gran Bretaña. Junto a ellos, también otros Estados poseen este armamento, en mucho menor medida: India, Pakistán, Corea del Norte e Israel (que oficialmente dice no disponerlo).

 

Debe remarcarse que el poder destructivo de cada uno de estos artefactos es, como mínimo, 20 veces superior a las bombas que lanzó Estados Unidos en 1945 sobre Japón (Hiroshima y Nagasaki), único país de la historia en utilizar este armamento en acciones de enfrentamiento real, y justamente cuando la Segunda Guerra Mundial ya estaba decidida y la nación nipona prácticamente rendida. Pero hay un agravante: los medios para hacer llegar esos ingenios a sus objetivos han seguido desarrollándose, y hoy asistimos a misiles hipersónicos, con una velocidad estratosférica, capaces de burlar todas las defensas enemigas. En estos momentos Rusia tiene la total delantera al respecto, siendo que China acaba de realizar una prueba –negada por Pekín, agigantada por Washington, que vivió esa experiencia como un nuevo y devastador “momento Sputnik”– de un misil de este tipo que va dejando a Estados Unidos a la zaga. Se calcula que el país americano lleva un retraso de, al menos, tres años en relación a sus rivales en esta capacidad bélica.

 

¿Por qué decir todo esto? Valen aquí palabras de Freud, judío de familia, en respuesta a una carta de otro judío atemorizado por el avance del nazismo en la década del 30 del pasado siglo: Albert Einstein. En contestación a esa carta-pregunta del físico alemán, ¿por qué los seres humanos pareciera que viven matándose continuamente a través de la historia?, el médico vienés respondió en 1932, en un texto imprescindible conocido luego como “El porqué de la guerra”: “Usted se asombra de que sea tan fácil incitar a los seres humanos a la guerra y supone que existe en los seres humanos un principio activo, un impulso de odio y de destrucción dispuesto a acoger ese tipo de estímulo. Creemos en la existencia de esa predisposición en el ser humano”. A eso Freud lo llamó, en lo que él mismo consideraba su “mitología” conceptual: pulsión de muerte (Todestrieb).

 

Todo indica, desde la clínica individual al estudio del curso de la historia, que efectivamente habría una tendencia destructiva muy grande en los seres humanos. “La violencia es la partera de la historia, pudo decir Marx al ver la marcha de la Humanidad. Entonces: ¿es posible hoy la desaparición de la especie humana producto de una guerra que desate la furia nuclear acumulada? Sí, sin dudas.

 

Según los científicos conocedores de estos asuntos, de activarse todos los arsenales nucleares disponibles en la actualidad se podría producir una explosión de tales dimensiones cuyas secuelas llegarían hasta los confines del Sistema Solar, hasta la órbita de Plutón. Ello podría ocasionar la muerte de millones y millones de seres humanos en forma inmediata producto del impacto, más otros miles de millones al corto tiempo por efecto de las nubes radioactivas que envolverían todo el planeta. Quienes eventualmente sobrevivieran, morirían de hambre a la brevedad, porque el invierno nuclear (polvo levantado por las explosiones, similar a lo del meteorito de Yucatán) cubriría el sol por una década como mínimo, creando una noche continuada que eliminaría toda forma viva. La frase de Einstein respecto a una posible cuarta guerra mundial queda así demasiado esperanzadora, en exceso optimista: ¡no quedaría nadie!

 

Es imposible predecir si eso puede pasar. Queremos creer que la racionalidad y la sensatez se impondrían, y que nadie quiere comenzar un conflicto que puede terminar en ese Armagedón atómico. De hecho, las potencias utilizan la expresión MAD: Mutually Assured Destruction (Destrucción Mutua Asegura), relación también conocida como “1+1=0”, para referirse al eventual escenario de una guerra nuclear: ninguno de los dos adversarios sobreviviría. Mad, curiosamente, significa “loco” en idioma inglés. Confiamos en que nadie va a ser tan “loco” de oprimir el primer botón. Pero la intuición freudiana –no muy distinta a lo que pueden haber dicho Marx o Einstein– parece tener mucha consistencia.

 

En estos momentos se está jugando con fuego. Y no debe olvidarse que cuando se juega con fuego… nos podemos quemar. El detalle a tener en cuenta es que ahora esa quemazón implica la posible desaparición de la Humanidad. ¿Por qué decir esto? Porque una vez desatado un ataque nuclear, la vuelta atrás es imposible. Todos los análisis coinciden en que es técnicamente imposible una conflagración nuclear, porque allí no habría ganadores. Las bravuconadas, amenazas y mentiras son parte esencial de la guerra.

 

Es obvio que, aunque sin nombrarla, vivimos ya una nueva guerra fría. La clase dominante de Estados Unidos, o mejor aún: el complejo militar-industrial de ese país, que es quien fija su política exterior, se beneficia de ese clima de bravuconería y amenazas. Ver en el otro un enemigo monstruoso obliga a mantener siempre en funcionamiento la industria militar. Industria, no olvidarlo nunca, que es la más próspera de todas en el planeta, con facturaciones que equivalen al Producto Bruto Interno de muchos países juntos del Sur global.

 

Ese complejo militar-industrial necesita enemigos; de su aparición, y cuanto más temible sea, depende su éxito comercial. La Unión Soviética fue la excusa perfecta para mantener ese gran negocio por décadas. Ahora es Rusia, y recientemente también China pasó a ser buen candidato. En un libro aparecido en plena pandemia, en 2021: “2034: A Novel of the Next World War” (“2034: una novela de la próxima guerra mundial”), el almirante de la Marina estadounidense, ahora retirado, Jim Stavridis, quien fuera comandante de las fuerzas de la OTAN en Europa, junto al escritor Elliot Ackerman, pintan el escenario de una tercera guerra mundial iniciando en el Mar de China. Más allá del posible sensacionalismo novelesco, más de algún comentarista preguntó por qué poner esa guerra con China tan lejana, porque ya estaría comenzando en un par de años.

 

¿Estados Unidos desea una guerra nuclear? Una guerra total con todas las armas desplegadas, no. Pero no faltan estrategas dentro del Pentágono que hablan de “guerras nucleares limitadas”, “guerras atómicas de baja intensidad”. Locura absoluta. Otros estrategas militares, conocedores de estos temas y con visiones más racionales, afirman que eso es incontrolable, por dos motivos: 1) las nubes radioactivas se diseminan por todo el planeta (Europa Occidental, casi en su totalidad, sigue sufriendo contaminación en sus suelos por el desastre de Chernóbil de hace ya varias décadas). 2) El inicio de una guerra solo habla de cómo comienza la misma, jamás de cómo termina. Esto significa, como dijera Freud, que es “tan fácil incitar a la guerra [pues] supone que existe en los seres humanos un principio activo, un impulso de odio y de destrucción” por el que nadie quiere perder. Además, en el transcurso del combate, pueden surgir imponderables que deciden el final: errores humanos, sabotajes, aprovechamiento del escenario por terceras fuerzas que indirectamente se benefician de la situación, acciones locas y desesperadas de quien va perdiendo. Las guerras no son racionales: son humanas. Y los humanos distamos mucho de ser robots racionales.

 

La clase dominante de Estados Unidos pareciera que realmente se cree depositaria de un destino manifiesto de salvación de la Humanidad. Articulando eso con los negocios y con un american way of life que solo ve al resto del mundo como subordinado, al que hay que llevarle los “buenos principios” de la democracia liberal y la prosperidad capitalista, desde hace 100 años la emprende contra todos. Los Documentos de Santa Fe, piedra basal de esa élite dueña de buena parte del mundo, llevan por título “Por un nuevo siglo americano”, dando por supuesto que los destinos de la Humanidad deben seguir siendo regidos desde la Casa Blanca de Washington en el siglo XXI, similar a lo ocurrido en el XX.

 

Pero el mundo no es más unipolar, como pareció serlo cuando caía el Muro de Berlín, se desintegraba la URSS y China abrazaba el libre mercado. Aunque la Unión Europea –otrora dominadora del planeta, arrogante y racista– ahora sea un triste furgón de cola de Estados Unidos, ahí están Rusia y China mostrando que el mundo no es solo como lo conciben los halcones guerreristas de Washington. El mundo no es un paraíso, y ninguna de esas dos potencias euroasiáticas lo promete. En realidad, no hay paraíso, ni lo podrá haber nunca. La historia humana se escribe con sangre. Pero puede haber algo más equitativo que el actual desastre del capitalismo global al que asistimos, donde su principal negocio ¡es la guerra! El experimento del primer estado obrero y campesino en Rusia muestra que otro mundo sí es posible. La actual Rusia capitalista y mafiosa ¿será solo un accidente de la historia y volverá el socialismo? La Nueva Ruta de la Seda china no es, hoy por hoy, la solución a los problemas de la Humanidad, pero abre preguntas sobre el mundo por venir, mostrando que hay alternativas al capitalismo más rapaz y sanguinario. Las provocaciones cada vez más descaradas de Estados Unidos contra Rusia (con el calentamiento de Ucrania en este momento, lo que forzó a Moscú a declarar que si la OTAN no cesa en su acercamiento preocupante llevará a instalar misiles rusos en Venezuela y Cuba) y contra el gigante asiático (con la militarización del Mar de la China y una subida provocación con una tremenda flota de guerra en el área) pueden deparar cualquier cosa. Quizá todo no pasa de escaramuzas bélicas con algunos muertos con armamento convencional, pero ¿quién lo sabe? Insistamos: se puede saber cómo empiezan las guerras, pero no cómo terminan.

 

Nadie quiere perder en una guerra, y la avidez de la clase dirigente norteamericana parece no tener freno, más aún ahora que comienza a ver que va cayendo su hegemonía planetaria. ¿El gigante herido estará dispuesto a hacer cualquier cosa para mantener su predominio? ¿Armas nucleares? Pero… quien juega con fuego, se quema. Alguien, parafraseando la frase de Einstein que sirve como título del presente escrito, dijo mordazmente: “Que venga de una vez la guerra atómica total. Quizá así, los que sobrevivan pueden empezar de nuevo y no lo hagan tan mal como se hizo hasta ahora”. ¿Valdrá la pena esperar el holocausto termonuclear para recomenzar, o mejor luchar ahora por un mundo sin las inequidades de las que, aunque quiera, no puede salir el sistema capitalista?



miércoles, 26 de enero de 2022

ASIMETRÍAS

Por robar unos elotes: cinco años de cárcel.

Por financiamiento ilegal a los partidos políticos: una disculpa pública.

Por robarse todo el petróleo de un país luego de invadirlo: galardón como paladines de la democracia.

Por no pagar impuestos y evadir el pago de la seguridad social de los trabajadores: un saludo.

Los misiles de la OTAN son buenos; los de rusos, chinos y norcoreanos: malos.

¡CUÁNTAS ASIMETRÍAS!

 

TENÍA RAZÓN BERTOLT BRECTH: “ES DELITO ROBAR UN BANCO, PERO MÁS DELITO ES FUNDARLO”.



martes, 25 de enero de 2022

DEMOCRACIA REPRESENTATIVA Y CAMBIOS SOCIALES

Si votar sirviera de algo, ya estaría prohibido”.

 

En una investigación desarrollada por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en el año 2004 en países de América Latina, se destacaba que el 54.7 % de la población estudiada apoyaría de buen grado un gobierno dictatorial si eso le resolviera los problemas de índole económica. Aunque eso conllevó la consternación de más de algún politólogo, incluido el por ese entonces Secretario General de Naciones Unidas, el ghanés Kofi Annan (quien afirmó: “La solución para sus problemas no radica en una vuelta al autoritarismo sino en una sólida y profundamente enraizada democracia”), ello debe abrir un debate genuino sobre el porqué la gente lo expresa así. Esa democracia formal sin soluciones económicas no sirve a las grandes mayorías, es un puro gesto cosmético sin mayor implicancia en su cotidianeidad.

 

En el marco de las llamadas democracias representativas (sinónimo de economías regidas por el mercado), las elecciones constituyen un episodio más del paisaje social, que en realidad no alteran en lo más mínimo la estructura de base. Es similar en cualquier país que presente esa estructura. La diferencia entre los países ricos del Norte y los pobres del Sur no está, precisamente, en su forma política –análogas en lo fundamental– sino en su estructura económica, pilar de todo el edifico social.

 

¿Quién manda en esas democracias? ¿Realmente es el “pueblo” a través de sus representantes, elegidos en comicios libres cada cierto período de tiempo? Difícil creerlo. Tal como están las cosas, hablando de la política que ha devenido una actividad “profesional”, vale la sarcástica definición de Paul Valéry: todo esto “Es el arte de impedir que la gente se entrometa en lo que realmente le atañe”. Deberíamos agregar: “haciéndole creer que decide algo”. La política en manos de una casta profesional de políticos termina siendo una perversa expresión de manipulación de los grupos de poder, lo cual no tiene nada que ver con la repetida idea de democracia, de gobierno del pueblo y rimbombantes palabras que no se cree nadie. La experiencia muestra que más allá de ese acto ritualizado del voto, las decisiones fundamentales de la vida social pasan a años luz de las urnas.

 

¿Se le pregunta a algún votante alguna vez sobre el aumento de los precios de los combustibles o de los productos de primera necesidad, sobre la declaración de una guerra, sobre el porcentaje del presupuesto nacional que se debe dedicar a educación o a salud? ¿Alguna vez el ciudadano de a pie es consultado realmente para ser tomado en cuenta? ¿Cuántas veces un diputado discute los problemas sobre los que habrá de legislar con la población a la que se supone representa, cuántas veces los vecinos participan en juntas municipales para decidir efectivamente en torno a problemas de su comunidad? La democracia, así, termina siendo un puro acto cosmético.

 

La recomendación de pensar bien el voto antes de emitirlo en cada elección suena vacía, o incluso hipócrita. ¿Qué significa eso? ¿Acaso el desastre a que se asiste en Guatemala, por ejemplo (por mencionar uno de los tantos países que se dice vivir en democracia), se debe a que los votantes no pensaron bien antes de votar? Resulta un tanto absurdo, cuando no perverso. Las penurias de la población, ¿dependen de su mala decisión entonces? ¿Tienen la culpa los mismos votantes de sus desgracias por “no elegir bien”? No olvidar que si la masa votante elige alguien que el statu quo no aprueba, muy fácilmente se puede terminar ese experimento “socializante” con un cruento golpe de Estado, o con lo que hoy Washington ha comenzado a ejecutar como “golpes suaves”.

 

En el país de marras, Guatemala (sigamos con ese ejemplo), ya van más de 30 años que se retornó esto que se llama “democracia”. O más precisamente dicho: a ese escenario en que cada cuatro años los mayores de edad asisten a un centro comicial para depositar un voto. Ya se salió entonces de lo que hace unos años atrás se denominaba “transición democrática” (¿se habrá llegado a la democracia plena entonces?). Diez administraciones pasaron desde el final del generalato, y las causas que en la década de los 60 del siglo pasado dieron lugar a un sangriento conflicto armado con un cuarto de millón de muertos y desaparecidos no se modificaron. Más aún: se han empeorado, salvo cambios cosméticos mínimos.

 

Los ciudadanos van a votar cada cuatro años, pero nada cambia en lo fundamental, más allá de la cara del gerente de turno: el 70% de población bajo el límite de la pobreza, el extendido analfabetismo crónico abierto y/o funcional, la desnutrición, la exclusión de grandes mayorías, el racismo, el patriarcado, todo eso siempre sigue igual independientemente de la administración electa con voto popular. ¿Para qué se vota entonces?

 

Dentro de los marcos del capitalismo no hay salida para esa crisis. No se trata de “buenos” o “malos” gobernantes, gobernantes un poco más o un poco menos corruptos. El problema es estructural: los políticos profesionales no son directamente el problema a vencer. La corrupción es un síntoma más, entre otros, junto a la impunidad, la violencia generalizada, etc. El problema es el sistema en su conjunto, por fuera del elenco gobernante.  

 

Esta situación se repite por igual en todos los países que presentan este modelo de “democracias de mercado”. Más allá de las caras visibles, no hay cambios sustanciales luego de cada elección. Estados Unidos o cualquier potencia capitalista europea sigue su curso allende el mandatario en cuestión: son países imperialistas con un relativo bienestar de su clase trabajadora. En el autonombrado “paladín de la democracia”, Estados Unidos, ¿qué diferencia real existe entre alguno de sus partidos republicano o demócrata? En el Tercer Mundo, sin despreciar las políticas redistribucionistas que pueden implementar gobiernos más “progresistas” de centro-izquierda (los que se han dado recientemente en Latinoamérica, por ejemplo), la explotación y la miseria de las grandes mayorías persiste. Hay matices, por supuesto; pero para las poblaciones votantes, y en relación a la dinámica establecida hoy por hoy en el mundo (Norte imponiendo sus mandatos al Sur global, Sur pagando la inmoral deuda externa), las cosas no cambian en lo profundo con ese gerente que se sienta por algunos años en la casa presidencial.  

 

¿Desautoriza todo esto la lucha electoral para buscar cambios? No, por supuesto. Pero debe tenerse bien en claro que el sistema permite ciertos juegos político-sociales, tolera algunas modificaciones cosméticas, aunque cuando se trata de los resortes últimos que lo mantienen (los económicos), ante cualquier posibilidad real de cambio profundo reacciona inmediatamente. Ello no lleva a descartar la lucha en los marcos de la institucionalidad democrática capitalista, pero debe advertirse de sus límites, infranqueables por cierto. Vale entonces el epígrafe. Los cambios reales, profundos, los que mueven la historia, se consiguen con lucha, mal que nos pese. La violencia sigue siendo “la partera de la historia”.



lunes, 24 de enero de 2022

LA FALACIA DEL CRECIMIENTO ECONÓMICO

En diciembre pasado representantes de la Junta Monetaria y del Banco de Guatemala establecieron que el Producto Bruto Interno (PBI) nacional creció 7.5% durante el 2021. Aparentemente eso podría ser una buena noticia. El CACIF (cúpula empresarial determinante en la política interna) celebró jubiloso la noticia, felicitando al gobierno. Si el empresariado aplaude, quizá no sea buena noticia para toda la población.

 

La felicitación que recibe el gobierno va acompañada también del beneplácito por la aprobación del reglamento del Convenio 175 de la OIT, que abre la posibilidad de contratos laborales a tiempo parcial, una forma –legal y sutil– de ampliar la explotación de los asalariados.

 

Además, no puede obviarse en el análisis que esa supuesta recuperación económica que se da tras la tremenda caída producto de la pandemia de Covid-19, se debe en parte a las crecientes remesas que llegan desde el exterior. Alrededor de un 15% del PBI lo constituyen esos envíos, lo que evidencia la situación patética en que se encuentra la gran mayoría de la población. Pese a la crisis sanitaria y al endurecimiento de las políticas migratorias de Estados Unidos, más las terribles penurias que deben soportarse en el viaje, unas 200 personas salen diariamente camino al supuesto “sueño americano”. Eso muestra el estado de precariedad en que se vive. Gracias a esas remesas, en parte –parte muy mínima, por cierto– se atempera un poco la pobreza generalizada del país (70% de guatemaltecas y guatemaltecos sobreviven en esa situación). Eso, en modo alguno puede ser un desarrollo nacional sano y sostenible.

 

Esa supuesta mejora económica de la que habla el gobierno es prosperidad solo para un muy reducido sector. La gran mayoría de la población sigue mal. Si bien últimamente ha habido inflación, por tres años consecutivos no hubo aumento de salarios. Ahora, en diciembre pasado, luego de interminables negociaciones, gobierno, empresariado y sindicatos fijaron un aumento de 4.75% para el salario mínimo en las tres ramas tratadas: actividades agrícolas, no agrícolas y de maquila. Ese magro incremento no equipara en absoluto el precio real de la canasta básica (casi el triple de esos sueldos).

 

Por otro lado, son muchísimos más las trabajadoras y trabajadores que ni siquiera reciben ese escuálido ingreso. Aunque gobierno y empresariado hablen de crecimiento y mejoras, es sabido que muy buena parte de la población trabajadora no es contratada con todas las prestaciones de ley, se evade el pago del Seguro Social y existe una gran evasión fiscal. Los contratos a tiempo parcial constituyen un mecanismo para ampliar la explotación. La instalación de maquilas y call centers (maquilas para los que hablan inglés) no es ninguna solución, pues ahí también la explotación es inmisericorde. Pedir “la milla extra” ya terminó siendo la norma. ¿Quién puede oponerse? Sindicatos están prohibidos. Que alguien explique entonces dónde está el crecimiento de la economía, a quién favorece eso. 

 

Pasó el aniversario número 25 de la Firma de los Acuerdos de Paz Firme y Duradera sin mayor pena ni gloria. Ya eso se ve como algo muy lejano en la historia, sin ninguna incidencia real en nuestras vidas actuales. Las transformaciones sociales que, tibiamente, establecían estos acuerdos, nunca fueron cumplidas. Hubo algunos cambios cosméticos luego de finalizado el conflicto armado interno, pero en lo sustancial nada cambió. La carga impositiva, que se había fijado en un piso del 12% del PBI para llegar al 20% (la media latinoamericana) nunca se cumplió. El Estado sigue siendo raquítico. Si bien la economía puede haber crecido en términos macro luego del parón ocasionado por la crisis de la pandemia, al pueblo trabajador, a los históricamente excluidos no les llega nada de esa mejora. Y la justicia sigue cooptada por mecanismos mafiosos.

 

El Estado, que debería ser un mecanismo regulador de las tensiones y dinámicas de toda la sociedad, claramente toma partido a favor de la corrupción e impunidad. En otros términos, el país sigue igual. ¿Quién crece entonces?



domingo, 23 de enero de 2022

¿RACISMO EN LA ONU?

La organización encargada del tema cultural en Naciones Unidas, la UNESCO –Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura– tiene como logo algo que representa un gran patrimonio cultural de la humanidad: un templo de la Grecia clásica, el Partenón. Sin dudas, eso es significativo de la obra civilizatoria humana. Pero, ¿por qué un logro de eso que llamamos “Occidente”? La historia la escriben los que ganan, y en estos últimos siglos el capitalismo occidental (noratlántico) tomó la delantera (que ya empieza a perder en este momento). Ahora bien: ¿por qué no, en vez del Partenón, una pagoda china, o una chabola africana? ¿Cultura hay solo en la Grecia clásica? Cuando se piensa en cultura, al menos con los patrones eurocéntricos dominantes –que son los que están en la UNESCO– se piensa en bellas artes, museos y una sinfonía de Mozart. Visión algo restringida, sin dudas. ¿No se podrían usar logos más abarcativos? ¿Por qué no algo más humano y universal como, por ejemplo, un hacha de piedra, indumentaria de las distintas civilizaciones, una fogata?

 

¿SERÁ QUE EL RACISMO ATRAVIESA TAMBIÉN A LA ONU?

 


sábado, 22 de enero de 2022

CORRUPTOS ¿TODOS O SOLO ALGUNOS?

Ya pasó la marea mediática de la lucha contra la corrupción. Como producto de ese “despertar” –CICIG y Ministerio Público impulsados por Estados Unidos mediante– quedaron presos algunos personajes de La Línea. La Línea 1, como se la llamó. ¿Y La Línea 2?



viernes, 21 de enero de 2022

RACISMO

Cuando en el año 1883 la erupción del volcán Krakatoa, en Indonesia –a la sazón colonia holandesa– produjo un maremoto con tremendas olas de 40 metros de altura que provocaron la muerte de 40.000 habitantes, un diario en Ámsterdam tituló la noticia: “Desastre en lejanas tierras. Mueren ocho holandeses y algunos lugareños”. ¡Qué racismo!, podríamos decir hoy escandalizados. Lo cierto es que la historia no ha cambiado mucho 140 años después.

Ya estamos tan habituados a Hollywood y montajes hollywoodenses, que vemos el mundo en términos de “buenos” y “malos”, de “muchachitos” justicieros (siempre blancos, defensores de la “democracia y el estilo de vida occidental y cristiano”, “triunfadores” por antonomasia) que castigan a “bandidos” (que, casualmente, son siempre indios, negros, y desde hace un tiempo musulmanes). Tanto se nos metieron estos esquemas en la cabeza –¡nos los han metido!– que interpretamos todo lo que pasa a nuestro alrededor según esa clave.

Y lo peor: los discriminados por el racismo ¡muchas veces nos mimetizamos con el amo! ¿Por qué un negro se pinta el cabello de rubio y, en general, no pasa a la inversa?



jueves, 20 de enero de 2022

VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES: ¿HASTA CUÁNDO?

“¿Qué siente un varón cuando tiene que pasar caminando solo ante una pandilla parada en una esquina, todos armados?” Con esas palabras quería dar a entender una dirigente femenina cuál es el sentimiento común de una mujer en su relación cotidiana con los varones fuera de su casa. Seguramente: algo duro.

Ahora bien: si se quedan en sus casas -como cierta visión moralista podría aconsejarlo: “¿qué hace una buena mujer por la calle?”- no les va mucho mejor: la violencia hogareña contra el “sexo débil” no baja, y las emergencias hospitalarias se llenan de mujeres golpeadas. Todo indica que la cultura dominante permite (¿alienta?) esa violencia, porque si bien se la condena, no falta también quien piensa que “por algo habrá sido” que una mujer resulta golpeada, justificando así esa práctica.

La violencia contra las mujeres sucede en todos los estamentos sociales y a todas las edades. Es común, está “normalizada”. Nos alarmamos ante la delincuencia cotidiana, pero en general no tomamos como un delito una golpiza del esposo a su pareja. Hasta hace muy pocos años era ley constitucional que un violador quedara libre de responsabilidad penal si la mujer violada (mayor de edad) aceptaba casarse con él. Si esa es la ley, hoy día derogada, está claro que la concepción dominante lo acepta. Y aunque ya no existe el instrumento jurídico, no es infrecuente comprobar que las golpizas hacen parte de lo cotidiano, siendo una herencia que se transmite de generación en generación.

Por supuesto que no hay justificación para esa violencia; eso está de más decirlo. Si sucede, es sólo porque existe una cultura patriarcal que concede todo el poder a los varones aplastando a las mujeres. ¿Hasta cuándo?



miércoles, 19 de enero de 2022

¿QUÉ ES EL SOCIALISMO?

Desde que se desarmó la Unión Soviética, y con el auge del neoliberalismo, hablar de SOCIALISMO parece una mala palabra. El término “lucha de clases” desapareció del mapa. Pero sigue habiéndolas, claro…

 

Hoy día un presidente “progre”, que gana una elección en los marcos de la democracia capitalista (democracia representativa, donde la gente solo vota, aunque no decide más nada), ya se ve como alguien de IZQUIERDA.

 

Pero socialismo no es un cacique carismático que obsequia cosas, que distribuye un poquito mejor la riqueza nacional. El socialismo es la posibilidad de transformar el mundo de verdad, terminando con TODAS las inequidades: económicas, de género, étnicas, sociales, culturales, etc., donde el pueblo trabajador toma las riendas de su destino.



 

martes, 18 de enero de 2022

¿QUIÉN TIENE LA BATUTA?

Con sus 24 años para muchos era ya el mejor director de orquesta sinfónica de la historia, superior a Toscanini, a von Karajan, a Mehta o a Bernstein, los grandes del siglo XX.

 

Oriundo de Brasil, se había educado en Europa. Tenía muchas manías (obsesivo compulsivo, lo habían diagnosticado): se lavaba más de 50 veces por día las manos, usaba 4 toallas para bañarse, medía siempre su batuta antes de empezar a dirigir -temía que no tuviera la longitud adecuada-). Era un perfeccionista insoportable, un maniático chiflado para lo que no fuera música.

 

Nunca había dirigido el Oratorio El Mesías, de Händel. Ahora lo iba a presentar en Nueva York, con la Filarmónica de Londres y el Coro Monteverdi, dos de las mejores agrupaciones del planeta. Contrariando a los productores, había exigido ensayar un año exacto antes del estreno, a razón de 25 horas por semana. Nadie pudo convencerlo que era demasiado. “La presentación tenía que ser absoluta y radicalmente perfecta” decía. Nadie podía contradecirlo.

 

El último ensayo, el 15 de diciembre, había sido impresionante, espectacular. Al día siguiente se embarcaron para la Gran Manzana, donde se presentarían. Seguramente jamás se había logrado un amalgamiento tan perfecto entre instrumentistas y cantores. Algunos críticos que habían escuchado el postrer ensayo dijeron que “no se podía creer la perfección obtenida, la rigurosidad técnica y la pasión expresiva”.

 

El día anterior a la presentación, X. creyó morir de un paro cardíaco en el hotel donde se alojaba. Cuando despertó, comprobó que nada había cambiado y recordó el cuento de Tito Monterroso sobre el dinosaurio. Sobre unos sucios cartones en la zona roja de San Pablo, su ciudad natal, había dormido bastante plácidamente. Los efectos de la inhalación de thinner lo mareaban profundamente, y así se olvidaba del mundo. Su brillante carrera musical se había cortado a los 22 años, cuando estaba comenzando con notorio éxito. El alcohol, sin dudas, puede ocasionar desastres. Lo único que quedaba de aquella época, siempre guardada entre sus ropas, era su batuta.



lunes, 17 de enero de 2022

YANKIS HABLAN DE LA UNIÓN SOVIÉTICA: “EL SOCIALISMO NO FRACASÓ”

El socialismo sigue siendo una esperanza. Del capitalismo nada, absolutamente nada puede esperar la gran masa de población mundial. El socialismo NO fracasó. Es el capitalismo el que fracasa. No olvidar que con el capitalismo, para que un 15% de la población mundial viva con relativa comodidad (como quien está leyendo esto: clase media que come todos los días, tiene una casa y agua potable, educación y acceso a internet) o viva en la más inmoral opulencia (una muy minúscula élite con jet privado y joyas carísimas), el 85% restante pasa las más increíbles penurias.

 

Roger Keeran y Thomas Kenny, dos autores estadounidenses, en su libro “Socialismo traicionado. Tras el colapso de la Unión Soviética 1917–1991”, publicado por El Viejo Topo (edición española de 2014) hacen un resumen sumamente valioso de los logros de la Unión Soviética, la primera experiencia socialista del mundo:

 

«Esa nación no solo eliminó la explotación de clases del antiguo orden, sino que además terminó con la inflación, el desempleo, la discriminación racial y estableció la igualdad entre las etnias y las nacionalidades; acabó con la pobreza extrema, la desigualdad flagrante de riquezas e ingresos; estableció el derecho universal a la educación y la igualdad de oportunidades. En 50 años, el país transitó de una producción industrial que era de solo el 12% comparada con la de Estados Unidos hasta llegar al 80% y una producción agrícola del 85% equiparada con la de los norteamericanos. A pesar de que el consumo per cápita de los soviéticos se mantuvo más bajo que el de los Estados Unidos, no ha habido una sociedad que haya incrementado el nivel de vida y de consumo tan rápidamente en tan corto período de tiempo y para todo su pueblo. El empleo estaba garantizado. La educación gratuita a disposición de todos, desde el preescolar hasta los niveles secundarios (educación general, técnica y vocacional), las universidades y las escuelas en horario extralaboral. Además de la matrícula gratuita, los estudiantes recibían estipendios. El servicio de salud también lo era y para todos; disponían de cerca del doble de médicos por persona en relación con los Estados Unidos. Los trabajadores tenían todas las garantías laborales, además de seguro salarial y social para casos de accidentes o enfermedades. A mediados de la década del setenta los trabajadores alcanzaban un promedio de 21,2 días de vacaciones (un mes cada año) y los sanatorios, los lugares de descanso o los planes vacacionales para los niños eran subsidiados o gratuitos. Los sindicatos tenían el poder de vetar las expulsiones del trabajo e interpelar a los administradores y gerentes. El Estado regulaba los precios y subsidiaba el costo de la canasta básica alimentaria y de la renta de la vivienda. Esta constituía solo el 2% o el 3% del presupuesto familiar; el agua, la electricidad, el gas y la calefacción, entre el 4% y el 5%. No había segregación habitacional por ingresos. Con excepción de algunos barrios que eran reservados para altos funcionarios, en todos los demás lugares los directores de fábricas y plantas, las enfermeras, los profesores, los bedeles… vivían como vecinos».



domingo, 16 de enero de 2022

¿POBRES O NO POBRES?

De acuerdo a los estándares fijados por Naciones Unidas, la gente que gana menos de dos dólares diarios se considera que está “por debajo del nivel de pobreza”.

 

Y quienes ganan dos dólares y medio al día ¿ya no son pobres entonces?

 


sábado, 15 de enero de 2022

¿LUCHA CONTRA EL SIDA O CONTRA EL TERRORISMO?

Sida: (síndrome de inmunodeficiencia adquirido): síndrome que afecta el sistema inmunológico tornándolo deficiente, adquirido a partir del contagio por el virus de inmunodeficiencia humana (VIH). La definición es clara y no admite dudas.

 

Esta enfermedad produjo alrededor de 80 millones de infectados desde que dio inicio en los años 80 del siglo pasado, cobrando casi 40 millones de vidas en todo este período. Diariamente más de 4.000 personas en el mundo contraen ese virus, básicamente por relaciones sexuales sin la correspondiente protección (97% de los casos, el resto se contagia por compartir instrumentos contaminados –material quirúrgico, jeringas, afeitadoras– o porque una madre infectada lo transmite a su hijo durante el embarazo), produciéndose más de 2.000 muertes cada día por su causa. Aunque gracias a los medicamentos antirretrovirales existentes la sobrevivencia una vez adquirido el virus puede ser de años (más de 20, dependiendo de los casos), incluso con una buena calidad de vida, indefectiblemente su tasa de mortalidad es del 100%. Es decir: se trata de una enfermedad sin cura de momento. En términos sanitarios estamos ante una grave pandemia muy lejos aún de ser vencida.

 

Aunque se sabe claramente qué es el Sida, no se han generado aún las políticas necesarias para revertirlo. En algunos lugares, como en el África subsahariana, la infección llega a casi la mitad de la población total de algunos países, condenada irremediablemente a morir. Serían necesarios 7.000 millones de dólares para poder revertir esta calamidad sanitaria, pero los presupuestos destinados por los países desarrollados rondan apenas los 5.000 millones; y en los países empobrecidos no hay recursos con los que enfrentar el problema. No alcanza el dinero, y la crisis sigue creciendo. Curiosamente –lo cual puede dar lugar a todo tipo de suspicacias– una enfermedad como el Covid-19, con una tasa de mortalidad mucho menor que el VIH-Sida que no supera el 5%, movilizó de una manera monumental a la humanidad completa, y en un tiempo récord –un año, contra 10 a 15 como pasa en general con otros biológicos– contrariando todos los protocolos de investigación, se tuvo la vacuna para inmunizar a la población mundial completa. Curioso que quienes imponen los estándares mundiales (que son siempre poderes del Norte capitalista) aplauden las vacunas occidentales (Pfizer BioNtech, Johnson & Johnson, Moderna, Oxford-AstraZeneca), desconociendo y/o torpedeando las chinas, la rusa y la cubana (tan o más efectivas que las anteriores).

 

De todos modos, si bien se dispone de esta medida sanitaria, los países acaudalados del Norte acapararon buena parte de la producción, y aunque sus poblaciones están altamente vacunadas e incluso recibieron dosis de refuerzo, la gran mayoría de la humanidad (el Sur global) tiene problemas para acceder a las mismas (70% de población vacunada en Europa contra 8% en África), lo cual llevó al Director General de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, a decir que eso es una “locura epidemiológica y moralmente repugnante”.

 

La salud, desconociendo lo que se había dicho en 1978 en la histórica Conferencia Internacional sobre Atención Primaria realizada en Alma-Ata, Kazajistán (por aquel entonces parte de la Unión Soviética), con su lema “Año 2000: Salud para todos”, vemos que cada vez más es un buen negocio para las grandes empresas farmacéuticas. El personal sanitario (médicos en lo fundamental, y también enfermeros, paramédicos, psicólogos, personal de apoyo, etc.) está crecientemente preparado para diagnosticar y recetar. El consumo de medicamentos crece día a día, aunque no así la calidad de vida de la población. Según estudios consistentes, hasta un tercio de los medicamentos vendidos son inoperantes: no sirven clínicamente, aunque generan ganancias a sus fabricantes. Pero el VIH-Sida continúa presente, y si bien se han dado pasos importantes en su prevención y tratamiento, aún resta muchísimo por hacer.

 

Terrorismo: aquí es más difícil dar una definición. Se han aportado varias, pero los mismos ideólogos que lo debaten no encuentran una versión convincente. Se dice que “se constituye, tanto en el ámbito interno como en el mundial, en una vía abierta a todo acto violento, degradante e intimidatorio, y aplicado sin reserva o preocupación moral alguna”. En esa definición puede entrar de todo; extremando las cosas, mantener una relación sexual sin protección, principal vía de acceso al VIH. El Vaticano, por ejemplo, con su prédica de crítica a la contracepción, abomina del uso de preservativos, con lo que está haciendo un llamado a mantener la pandemia. ¿No sería eso terrorismo también?

 

En alguna Ley antiterrorista de algún país latinoamericano puede leerse que “Comete el delito de terrorismo quien con la finalidad de alterar el orden constitucional, el orden público del Estado o coaccionar a una persona jurídica de Derecho Público, nacional o internacional, ejecutare acto de violencia, atentare contra la vida o integridad humana, propiedad o infraestructura, o quien con la misma finalidad ejecutare actos encaminados a provocar incendio o a causar estragos o desastres ferroviarios, marítimos, fluviales o aéreos”. Curiosa la definición de “terrorismo”, porque siempre son terroristas quienes atacan el orden constituido, con lo que queda blindada toda posibilidad de transformación social, por atroz que sea la injusticia en juego. Protestar públicamente, entonces ¿es terrorismo? Los manifestantes que protestaban en el 2019 en numerosas partes del mundo, ¿eran terroristas? ¿O lo son las fuerzas estatales que los reprimieron con balas de goma apuntadas directamente a los ojos, como pasó en numerosos países? Estas últimas, por supuesto, nunca quedan como “terroristas”, pero sí los manifestantes. Curiosa esta definición, ¿verdad?

 

Para ampliar esa confusión sobre el tema, digamos que también se habla de “terrorismo de Estado”: lo que sucedió en numerosos países latinoamericanos durante los álgidos años de la Guerra Fría, décadas de los 70 y 80 del pasado siglo, cuando los propios gobiernos, utilizando fondos públicos (los impuestos de la población) llevaron a cabo “guerras sucias” con atentados contra la vida de numerosos personas, desaparición forzada, torturas, masacres, entierros clandestinos colectivos, robo de niños, violaciones sexuales sistemáticas, todo para “mantener el orden” y evitar “caer en las garras del comunismo”. Las bombas que lanzan los palestinos son terroristas; no así las que lanza el Estado de Israel. No hay dudas que esto del “terrorismo”, distinto al VIH-Sida, no termina de convencer como “concepto”. Los avionazos contra las Torres Gemelas de Nueva York en el 2001 fueron “actos terroristas”. ¿No lo sería también el bombardeo de Estados Unidos y la coalición que formó contra Irak, donde murió más de un millón de civiles?

 

Según datos disponibles a nivel mundial, ese mal definido terrorismo mata en promedio 12 personas diarias, contra 2,424 que produce el VIH-Sida. Lo curioso es que el terrorismo ha movilizado buena parte de las últimas guerras, impulsadas siempre por Estados Unidos y secundadas –casi obligadamente– por la OTAN, con el forzado acompañamiento político de la Unión Europea, que hace de “perro faldero” de la Casa Blanca. Pero si alguien se beneficia de esas guerras es la industria militar del país americano. Pese a tantas guerras antiterroristas, y una vez más “curiosamente”, el terrorismo no termina. Pareciera, por el contrario, que no hay el más mínimo interés de terminarlo. ¿Buen negocio para el complejo militar-industrial?

 

La invasión estadounidense a Afganistán en el 2001, pretendida respuesta al atentado contra el Centro Mundial de Comercio en New York el 11 de septiembre de ese año, marcó el formal inicio de la potencia en su “guerra contra el terrorismo”. Esa fabulosa cruzada universal contra ese flagelo, esa nueva “plaga bíblica” –que para el caso es siempre terrorismo islámico– solo logró alimentar en forma creciente más y más grupos catalogados como “terroristas”. Muy probablemente eso es lo que se busca por parte de Washington, con lo que mantiene en movimiento perpetuo su maquinaria bélica. Dígase de paso que los principales países “terroristas” tienen siempre, curiosamente, petróleo, gas o minerales estratégicos en sus entrañas. En estos momentos, pese a la dificultad de saber con exactitud qué es “terrorismo” (¿un grupo islámico fundamentalista?, ¿un sindicato combativo?, ¿una manifestación popular de protesta?, ¿un librepensador?, ¿un narcotraficante?, ¿el narcolavado?, ¿aquel que llama al no uso del preservativo?), el gobierno de Estados Unidos mantiene actividades antiterroristas en más de 80 países alrededor del mundo, con ganancias de más de 300.000 millones de dólares anuales producto de la venta de armas para combatir ese “mal”. Valga decir que mientras la economía mundial –salvo la de la República Popular China– se contrajo alrededor de un 5% durante el 2020 debido a la pandemia de Covid-19, la industria bélica norteamericana (gigantes como Lockheed Martin, Boeing, Northrop Grumman, Raytheon, General Dynamics, Honeywell, Halliburton, BAE System) creció en un 4,4%. Obviamente la supuesta “guerra contra el terrorismo”, aunque produce infinita muerte y destrucción y no termina con el terrorismo –eso es lo más importante: ¡no termina con el terrorismo!–, da suculentas ganancias a algunos.

 

O hay un error en los cálculos, o evidentemente la apreciación de los estrategas que formulan las hipótesis de conflicto se equivocan, puesto que ven una mayor amenaza a la seguridad de la especie humana en el impreciso “terrorismo” que en esta enfermedad del VIH-Sida. O, más crudamente: el negocio en juego no permite objetividad. ¿Es realmente prioritaria esa inversión en armamentos cada vez más sofisticados que la salud de los infectados con el VIH?