martes, 18 de enero de 2022

¿QUIÉN TIENE LA BATUTA?

Con sus 24 años para muchos era ya el mejor director de orquesta sinfónica de la historia, superior a Toscanini, a von Karajan, a Mehta o a Bernstein, los grandes del siglo XX.

 

Oriundo de Brasil, se había educado en Europa. Tenía muchas manías (obsesivo compulsivo, lo habían diagnosticado): se lavaba más de 50 veces por día las manos, usaba 4 toallas para bañarse, medía siempre su batuta antes de empezar a dirigir -temía que no tuviera la longitud adecuada-). Era un perfeccionista insoportable, un maniático chiflado para lo que no fuera música.

 

Nunca había dirigido el Oratorio El Mesías, de Händel. Ahora lo iba a presentar en Nueva York, con la Filarmónica de Londres y el Coro Monteverdi, dos de las mejores agrupaciones del planeta. Contrariando a los productores, había exigido ensayar un año exacto antes del estreno, a razón de 25 horas por semana. Nadie pudo convencerlo que era demasiado. “La presentación tenía que ser absoluta y radicalmente perfecta” decía. Nadie podía contradecirlo.

 

El último ensayo, el 15 de diciembre, había sido impresionante, espectacular. Al día siguiente se embarcaron para la Gran Manzana, donde se presentarían. Seguramente jamás se había logrado un amalgamiento tan perfecto entre instrumentistas y cantores. Algunos críticos que habían escuchado el postrer ensayo dijeron que “no se podía creer la perfección obtenida, la rigurosidad técnica y la pasión expresiva”.

 

El día anterior a la presentación, X. creyó morir de un paro cardíaco en el hotel donde se alojaba. Cuando despertó, comprobó que nada había cambiado y recordó el cuento de Tito Monterroso sobre el dinosaurio. Sobre unos sucios cartones en la zona roja de San Pablo, su ciudad natal, había dormido bastante plácidamente. Los efectos de la inhalación de thinner lo mareaban profundamente, y así se olvidaba del mundo. Su brillante carrera musical se había cortado a los 22 años, cuando estaba comenzando con notorio éxito. El alcohol, sin dudas, puede ocasionar desastres. Lo único que quedaba de aquella época, siempre guardada entre sus ropas, era su batuta.



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