lunes, 30 de noviembre de 2020

DIFERENCIAS INEXPLICABLES

El 31 de agosto de 1997 en París murió lady Diana, princesa de Gales. Para su funeral, un millón de londinenses salió a las calles, 2,000 millones de personas lo siguieron por televisión y numerosas personalidades estuvieron presentes para rendirle homenaje. Ese mismo día, en Londres murió Thomas Brown, albañil (cayó de un andamio). ¡Ni una sola nota necrológica!

 

Diosito lindo ¿querrá esas diferencias? Como dijo Atahualpa Yupanqui:

 

Un día, yo pregunté
Abuelo, ¿Dónde está Dios?
Mi abuelo se puso triste
Y nada me respondió

 

Mi abuelo murió en los campos
Sin rezos, ni confesión
Y lo enterraron los indios
Flauta de caña y tambor

 

Al tiempo, yo pregunté
Padre, ¿qué sabes de Dios?
Mi padre se puso serio
Y nada me respondió

 

Mi padre murió en las minas
Sin doctor, ni protección
¡Color de sangre minera
Tiene el oro del patrón!

 

Mi hermano vive en los montes
Y no conoce una flor
Sudor, malaria y serpiente
Es vida del leñador

 

Y que nadie le pregunte
Si sabe dónde está Dios
¡Por su casa no ha pasado
Tan importante señor!

 

Yo canto por los caminos
Y cuando estoy en prisión
Oigo las voces del pueblo
Que canta mejor que yo

 

Hay un asunto en la tierra
Más importante que Dios
Y es que nadie escupa sangre
Pa' que otro viva mejor

 

¿Qué Dios vela por los pobres?
Tal vez sí y tal vez no
¡Pero es seguro que almuerza en la mesa del patrón!



 

domingo, 29 de noviembre de 2020

DIOS BENDIGA A GUATEMALA…. E INFILTRADOS QUEMAN BUS

Nadie, absolutamente nadie de los manifestantes en la plaza llevaba elementos para quemar un bus. Nadie, absolutamente nadie se adjudicó el hecho, y todos, absolutamente todos los presentes repudiaron el incidente.

MONTAJE REPULSIVO, PROPIO DE LOS AÑOS DE LA GUERRA FRÍA



¿LOS CORRUPTOS DEL GOBIERNO O LOS DUEÑOS DE LA FINCA?

Hoy día protestamos por la casta política corrupta que maneja arbitrariamente los resortes del Estado. Se pide su destitución: presidente y vice, ministros, diputados, muchas veces pensando que ahí está la causa de nuestras penurias. ¿Cuánto gana un diputado? Alrededor de 4,000 DÓLARES MENSUALES (30,000 quetzales).

 

¡CUIDADO! Ese grupo (corrupto y mafioso) solo “hace los mandados” a los “dueños de la finca”. ¿Cuánto ganan los pocos grupos que son dueños del país desde la colonia? (grandes grupos económicos que no ponen la cara en la televisión): en promedio 10 MILLONES DE DÓLARES ¡¡POR MES!!

 

(O sea que un diputado debería trabajar unos 200 años para tener el ingreso mensual de esos a quien sirve)

 

¿DÓNDE ESTÁ REALMENTE EL PROBLEMA?

 

Vale la pena ver esta información:

https://nomada.gt/pais/el-capital-de-260-guatemaltecos-equivale-al-56-del-pib/#:~:text=Una%20consultora%20de%20consumo%20de,con%20el%2072%20por%20ciento




 

viernes, 27 de noviembre de 2020

¿RIGOR CIENTÍFICO O BUENA IMAGEN?

En muchas universidades privadas hoy día se buscan denodadamente “clientes”, que no estudiantes. Para ello se implementan técnicas de mercadeo reñidas con la calidad académica. Por ejemplo, se pide a los catedráticos que sean “benévolos” con las notas, que den clases virtuales “atractivas” y que se presenten “con imagen impecable”.

¿ESTÁ CLARO POR QUÉ LA EDUCACIÓN PÚBLICA ES SUPERIOR A LA PRIVADA?

 



miércoles, 25 de noviembre de 2020

CATÁSTROFES

En el año 2010 un terremoto en Haití mató un número indeterminado de personas que se calcula superaron los 200,000, mientras que produjo 250,000 heridos; un sismo de igual magnitud en Hokkaido, Japón, en el año 2003, dejó 400 heridos y ni un muerto. Lo que destruye no es tanto la naturaleza sino la forma en que nos relacionamos con ella. Es obvio, entonces, que a mayor cantidad de recursos, mayores posibilidades de salir airosos de estas catástrofes. Dicho de otro modo: los eventos naturales como terremotos, maremotos, huracanes, erupciones volcánicas, tornados, inundaciones, sequías, no son exactamente “desastres” naturales sino que, el desastre de modelo social que existe en tantos lugares del mundo -Guatemala es uno de ellos-, los convierte en catástrofes.

 

Es como lo que está sucediendo con la naturaleza en términos globales: no hay “cambio climático” en curso, sino catástrofe ecocida generada por los modelos de producción y consumo reinantes. Es decir: no nos mata la madre naturaleza sino la forma en que nos relacionamos con ella.

 

En Japón, se podría aducir, hay una gran riqueza material acumulada, de ahí que un movimiento telúrico puede ser procesado muy distintamente a Haití. Pero ¿qué decir de Cuba? Con infinitamente menos recursos que otros países desarrollados, el continuo paso de huracanes por su territorio no constituye una calamidad nacional; por el contario, con un aceitado mecanismo de preparación para desastres, lo que en nuestros países son catástrofes de proporciones descomunales allí, donde un Estado realmente funciona, son eventos bien abordados que no terminan nunca en infiernos.

 

En nuestro país acaban de pasar dos desastres casi pegados uno al otro: las depresiones tropicales Eta, y días después: Iota. Con alrededor de 150 personas muertas y/o desaparecidas por las inundaciones, los daños ocasionados son cuantiosos. Las comunidades afectadas -campesinos pobres de las regiones más olvidadas del país- demorarán años en recuperarse. Como siempre, los gobiernos de turno, más allá de pomposas y altisonantes declaraciones, no están a la altura de las circunstancias. En este caso, la catástrofe de las inundaciones se suma a la terrible crisis sanitaria producto de la pandemia de COVID-19 que no ha cejado. El Estado, como siempre, de espaldas a las necesidades de las poblaciones. Es ese mismo Estado el que, en muchos de los territorios ahora afectados por las tormentas, ha reprimido y desalojado grupos que intentaban recuperar sus territorios ancestrales, robados por los terratenientes de esas zonas.

 

En ese estado de vulnerabilidad, ¿qué pasará ante la nueva catástrofe que nos golpee? Y esto no es puro negativismo agorero: sabemos que Guatemala está hondamente expuesta a estos eventos: terremotos, huracanes, erupciones volcánicas, sin hablar de otros “terremotos” sociales como la impunidad o la violencia con su goteo diario de muertes. Mientras se dan estas catástrofes sociales, el Congreso se aumenta su propio presupuesto quitándole fondos al Procurador de Derechos Humanos.

 

La pregunta anterior pretende poner en evidencia que estamos mal preparados para afrontar lo que, lamentablemente, podrá seguir viniendo. Nuestro Estado está muy debilitado. Pero no solo por los “políticos corruptos que se roban todo”, tal como el discurso de la prensa hace años nos pretende hacer creer; está debilitado por las políticas de privatización que desde hace varias décadas estamos soportando. Un Estado debilitado en todos los aspectos, sin recursos, con raquítica recaudación fiscal (la segunda más baja en Latinoamérica), sin proyecto político como nación más allá de la rapiña de cada administración puntual que lo maneja por cuatro años, no está nunca en condiciones de gestionar adecuadamente las crisis que significan cualquiera de estos eventos catastróficos.

 

En China el Estado tiene proyectos de largo aliento ya pensando en el siglo XXII. ¿Por qué aquí no podemos tener un plan que supere el efímero paso de una administración? Evidentemente porque hay intereses para que el Estado siga siendo este botín de guerra, ineficiente y bobo, que no puede superar un precario asistencialismo post desastres. Definitivamente, nos merecemos algo mejor.



martes, 24 de noviembre de 2020

GUATEMALA: EL 2020 NO ES EL 2015

El año 2015 marcó un momento importante en la dinámica política del país: numerosas movilizaciones populares abrieron paso a nuevas formas de participación, ayudando a mandar preso a un binomio presidencial acusado de cuantiosos actos corruptos. Independientemente que aquellas reuniones sabatinas sin proyecto político claro, consistentes en cantar el himno nacional no pasando de mostrar el descontento hacia la corrupción de la casta política en una plaza, puedan haber sido manipuladas por el proyecto estadounidense como laboratorio para impulsar luego la estrategia de lucha anticorrupción en Brasil y Argentina (sacándose así de encima gobiernos no alineados con Washington), sin dudas abrieron nuevos horizontes.

 

Producto de esas movilizaciones -urbanas y clasemedieras si se quiere, muy “tibiecitas” quizá, pero movilizaciones sociales al fin- comenzaron a pasar cosas importantes. Ese movimiento trajo la politización de sectores juveniles, hasta ese entonces desconectados de cuestiones sociales. Se conformaron nuevos actores políticos, y entre otra de las consecuencias, los estudiantes de la Universidad de San Carlos lograron recuperar la histórica AEU -Asociación de Estudiantes Universitarios-, desplazando a mafias corruptas allí enquistadas. Vistas a la distancia, si bien no había una propuesta articulada de cambio profundo, las movilizaciones del 2015 dejaron algo positivo.

 

No dejaron todo lo que hubiéramos querido, porque la sociedad y el contexto político no daba para más. Fue la primera vez, luego de años de apatía, que se veían protestas de ese calado (llegó a haber100,000 personas en la plaza en la ciudad de Guatemala). La guerra vivida, con sus secuelas de miedo y despolitización que aún hoy están presentes, más los planes de capitalismo salvaje (eufemísticamente llamado “neoliberalismo”), crearon un clima de silencio y desmovilización social enorme en todo el campo popular. El 2015 vino a romper -al menos en parte- esa quietud.

 

Ahora han pasado cinco años. En lo sustancial, nada ha cambiado en Guatemala. La pretendida lucha contra la corrupción, en buena medida impulsada como estrategia regional por el entonces gobierno demócrata de Barak Obama, fue desapareciendo. El llamado “Pacto de Corruptos” (empresarios, casta política, militares, mafias del crimen organizado) fue enseñoreándose y copando crecientemente las diversas estructuras del Estado, ocupando los tres poderes. Sus ramificaciones cubren los diversos espacios políticos del país, desde alcaldías hasta ministerios, desde el Congreso hasta juzgados. Las economías “calientes” (narcoactividad, contrabando, tráfico de personas, contratistas espurios con obras grises aborrecibles) ocupan ya un 10% del producto bruto interno, con importante presencia en la población, generando diversos puestos de trabajo y clientelismo.

 

Esa nueva burguesía ascendente no siempre habla el mismo lenguaje que la oligarquía tradicional, que son los grandes grupos económicos que han manejado el país desde su fundación. Incluso más de alguna vez chocan. Pero desde que se implementó esa pretendida “cruzada anticorrupción” desde la Casa Blanca con la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala -CICIG- de Naciones Unidas, se unieron. Sus intereses no son exactamente los mismos: la aristocracia de abolengo mira con desdén a sus ex guardaespaldas, ahora devenidos “nuevos ricos”; pero como clase social dominante cuidan sus intereses por igual. De ahí que ambos sectores al unísono trabajaron para quitarse de encima esa molestia de la CICIG.

 

Se llega así a ese acuerdo llamado “Pacto de Corruptos”, evidenciado claramente en el manejo que viene teniendo el Congreso. Allí la conducta política mafiosa no tiene límites. Los pocos obstáculos que encuentra en su accionar, los pocos recursos que quedan para defender con decoro el estado de derecho: Procurador de Derechos Humanos, Corte de Constitucionalidad, algunos pocos jueces probos, son sistemáticamente bombardeados. El Estado pasó a ser un abierto y descarado botín, y la política partidaria -financiada tanto por la oligarquía tradicional como por la narcoactividad- es una deplorable práctica gansteril. Con este panorama político dominante, la estructura socioeconómica no cambia un milímetro. El país -una de las diez economías más prósperas de Latinoamérica- presenta tremendas asimetrías en la repartición de la riqueza: los sectores más beneficiados ostentan fortunas fabulosas, mientras 70% de la población sobrevive en pobreza y pobreza extrema. Eso no cambia en toda la historia, y en estos cinco años transcurridos desde el 2015 no se movió un milímetro. Por el contrario, se profundizó. Con la actual administración de Alejandro Giammattei, no se volvieron a mencionar los Acuerdos de Paz, y los militares (retirados y en activo) pasaron a ocupar cada vez más puestos de gobierno. Por otro lado, la represión y criminalización de la protesta social aumenta día a día.

 

Pero algo pasó en este tiempo. Por un lado, la insolencia impune de esta casta de políticos rentistas y mafias gansteriles llegó a un colmo inaudito con la aprobación del presupuesto nacional 2021. En un país históricamente golpeado por el empobrecimiento de su población, con un racismo que marca toda su historia, población ahora sacudida más aún por la crisis del COVID-19 y por el paso de dos huracanes devastadores (Eta e Iota), pasar un presupuesto que se burla de la desgracia crónica de la gente fue sentido como la gota que derramó el vaso. Esta banda corrupta enquistada en el gobierno tuvo el descaro de quitar fondos de programas sociales (lucha contra la desnutrición y Procuraduría de Derechos Humanos) para destinarlos al Congreso; y junto a ello, amplificó de un modo desmedido el presupuesto para construcción de obra gris, favoreciendo a empresas ligadas a ese Pacto de Corruptos, dejando fuera a los tradicionales grupos económicos. La reacción de ambos sectores no se hizo esperar. Producto de la protesta del sector empresarial -cuyo “vocero” oficioso: el vicepresidente Guillermo Castillo, llegó a pedir la renuncia del binomio presidencial- y de una amplia masa de población de a pie que el sábado 21 de noviembre se movilizó contra esa corrupción galopante, la actual administración debió retroceder, dejando sin efecto el presupuesto, llamando a su revisión. Valga decir que dicha manifestación popular fue brutalmente reprimida, mostrando que las mafias gobernantes están dispuestas a todo para mantener sus privilegios. De esa represión hay heridos y detenidos varios.

 

La suspensión de la aprobación del presupuesto muestra que, por un lado, la oligarquía tradicional sigue decidiendo los destinos del país. Pero muestra también que el pueblo en la calle es un definitorio factor de poder. A quienes no apostamos por la continuidad de este modelo, sea en su versión oligárquica tradicional o de nuevos ricos mafiosos, quienes pensamos que otra sociedad es posible -¡e imperiosamente necesaria!-, la movilización popular nos alienta. Hoy, 2020, no estamos ante la manipulación y la salida controlada de la crisis vivida en el 2015. Hoy hay un nuevo panorama político.

 

Las protestas sociales en toda Latinoamérica, en Medio Oriente, en Europa, que tuvieron lugar en el transcurso del año 2019, silenciadas luego por la pandemia de coronavirus, marcan un camino. Lo sucedido hace cinco años atrás en Guatemala sin dudas quitó el miedo a mucha gente en el país. Nuevos actores políticos juveniles se han sumado a esta dinámica. Si hace 5 años la consigna básica era la protesta contra la corrupción de los gobernantes de entonces hoy, una población que ha madurado mucho más políticamente, pide no solo la anulación del presupuesto y la limpieza de tanto politiquero corrupto, sino la instalación de una Asamblea Nacional Constituyente, con miras a la refundación del Estado.

 

Está más que claro que la población ya no tolera más los planes neoliberales que la han empobrecido mucho más de lo que históricamente ha sido; del mismo modo, está claro que hoy la población no aguanta más la corrupción e impunidad descaradas de funcionarios venales que se burlan de sus electores, y está más que claro también que la gente reclama cambios profundos. Una Asamblea Constituyente Plurinacional, como ha comenzado a demandarse, se abre en el horizonte como una posibilidad de cambio.

 

En la actualidad no existe todavía un movimiento popular aceitadamente organizado, con una conducción clara y un proyecto político transformador. Las izquierdas están fragmentadas, y en muchos casos, sin articularse en un proyecto que pueda tener real impacto de cambio profundo. Pero lo sucedido recientemente en Chile puede mostrar un camino. De todos modos, es preciso no perder de vista que una Constituyente no es suficiente para lograr todas las transformaciones que la sociedad requiere si no se tiene garantizado un verdadero poder popular, único reaseguro de cambios sostenibles. Aunque muy importante, no olvidar que es apenas un primer paso para cambiar algo estructural.

 

Si en el 2015 las consignas eran contra la corrupción del gobierno de Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti, ahora, en el 2020, se han profundizado y puede aspirarse a más. Del trabajo político con las bases populares, de la genuina y profunda organización que se podrá lograr con los desposeídos y excluidos de siempre (clase trabajadora, pueblos originarios, sectores precarizados y marginalizados de la riqueza social) dependerá la posibilidad de un cambio real de estructuras. No se ve todavía una instancia que vehiculice claramente esas luchas, pero ya se visualizan fuerzas políticas con raíces populares que en el 2015 no existían. A todo eso (organización popular, poder desde abajo, democracia participativa, grupos no burocratizados con propuestas transformadoras por fuera de la institucionalidad oficial) años atrás se le llamaba revolución socialista. Ese término ha ido saliendo del vocabulario político, así como el de lucha de clases. ¿Será hora de recuperarlos?





viernes, 20 de noviembre de 2020

DESARROLLOS TECNOLÓGICOS INNECESARIOS

Si bien no se puede limitar el desarrollo de la investigación científica, se deben abrir cuestionamientos éticos sobre mucho de ella, tanto respecto a su implementación como del «avance» en sí mismo que representa como bien social. Hay tecnologías que ya han dado saltos fabulosos y, hoy por hoy, no necesitan seguir desarrollándose. Por ejemplo: la calidad de la reproducción de todos los actuales medios audiovisuales (cine, televisión, videojuegos, pantallas de computadoras y/o de teléfonos móviles). El punto alcanzado es definitivamente muy bueno y se torna innecesaria su evolución en estos momentos; si se lo hace, es solo en función de continuar generando mercancías para colmar políticas empresariales, pero tecnológicamente no hay nada que las justifique.

 

Otro tanto pasa con la industria de los vehículos automotores; sabiendo que los motores de combustión interna son uno de los principales agentes causantes del efecto invernadero negativo, lo racional y éticamente correcto sería utilizar los nuevos avances tecnológicos en la producción de transportes públicos no contaminantes, buscando la paulatina eliminación del automóvil privado. Pero el hambre de ganancias de las gigantescas corporaciones fabricantes de vehículos, indisolublemente unidas a las grandes compañías petroleras, prefiere continuar con la producción irracional de autos particulares en vez de promover salidas viables con medios de movilidad públicos. La tecnología automotriz actual se sigue desarrollando solo por el afán de ventas, siendo que ya no sería necesario su avance sino, por el contrario, su reconversión hacia otro tipo de vehículos: no contaminantes y de uso masivo, eliminando el agresivo, en términos ecológicos, automóvil unipersonal o familiar.




 

jueves, 19 de noviembre de 2020

DISFRACES

 

Vivimos disfrazándonos. Y quizá no hay otra alternativa. ¿Por qué para ser director de orquesta sinfónica hay que vestir de levita, y para ser rockero hay que dejarse el pelo largo y saltar en el escenario? Una mujer exitosa viste con joyas, y una alternativa con la camiseta del Che Guevara. Los “disfraces”, definitivamente, nos dan identidad. ¿Muestra de la inexorable finitud humana?




 

miércoles, 18 de noviembre de 2020

MISOGINIA: ¿HASTA CUÁNDO?

Durante la pasada guerra en Bosnia el Papa Juan Pablo II -ultra conservador, artífice de la caída del comunismo en Polonia e indirectamente de todo el bloque soviético- mandó una carta abierta a las mujeres que habían quedado embarazadas después de ser violadas pidiéndoles explícitamente que no se practicaran un aborto y que cambiaran la violación en "un acto de amor" haciendo a ese niño "carne de su carne". ¿Con qué derecho un anciano misógino que no sabe nada de la sexualidad, habiendo hecho voto de castidad, puede decirles a las mujeres qué hacer con sus cuerpos?



 

martes, 17 de noviembre de 2020

HIPOCRESÍA EMPRESARIAL

 

Últimamente enormes corporaciones económicas de impacto mundial (Coca-Cola, Mc Donald’s, Nestlé, Shell, Pfizer, Microsoft, etc.) parecen haber tomado la delantera en la defensa de ciertos derechos humanos, y alzan la voz con publicidades beligerantes en determinados temas. La “responsabilidad social empresarial” ha llegado y está de moda. Así, llamativamente, se llenan la boca hablando de lucha contra el racismo, o contra el machismo, o en defensa del medio ambiente… Loable, sin dudas, pero… ¿Y la explotación económica? Todos estos temas, por igual, son imprescindibles: ¡todos a la vez deben encararse para transformarlos! Si no, se corre el riesgo de gestos vacíos, políticamente correctos pero sin cambios reales en lo fundamental.

Significativo que compañías explotadoras como ellas solas ahora hagan este mea culpa constituyéndose en adalides de estas luchas. Remeda lo dicho por un dirigente campesino guatemalteco en relación a la cooperación internacional: “rasca donde no pica”.




lunes, 16 de noviembre de 2020

¡NO HAY QUE SER MARICAS!

 

Así dijo el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, refiriéndose a la necesidad de enfrentar la pandemia de COVID-19 “con el pecho abierto”, como verdaderos “machos”, dejándose de protestar y lloriquear. Uy…. ¿y las mujeres cómo la enfrentan? ¿Y la población de diversidad sexual?



 

domingo, 15 de noviembre de 2020

CIVILIZACIÓN

 

Sin dudas, cada vez la especie humana se civiliza más. En el fondo, seguimos siendo unos trogloditas sanguinarios, pero cada vez con más normas sociales que regulan la vida y la hacen menos brutal. Por ejemplo:

En la Roma imperial los gladiadores peleaban a muerte. Hoy día, los gladiadores modernos (boxeadores) usan guantes y protectores bucales, y hay un árbitro que detiene la pelea cuando el castigo es muy grande.

En la antigüedad, en muchos pueblos había sacrificios humanos. Hoy día toda forma de asesinato directo es un delito (el hambre de grandes mayorías es un asesinato indirecto).

En el Medioevo europeo, los hombres le ponían cinturón de castidad a las mujeres. Hoy día, aunque sigue habiendo muchísimo machismo, nos reiríamos de esa práctica medieval.

Antiguamente muchas culturas practicaban la antropofagia (comían a su adversario derrotado para, supuestamente, tomar su fuerza y su energía). Hoy día no hay caníbales, y la tradición católica come la hostia, un recurso simbólico para “tener” el cuerpo de su presunto Mesías salvador.

En el circo romano los leones hambrientos se comían a los cristianos. Hoy día en algunos pueblos (¡que se dicen civilizados, pero mantienen monarquías!) se mata a un toro luego de torturarlo suficientemente.

Antes en las guerras valía todo, y cuanto más daño se podía infligir al enemigo: mejor. Hoy día existen convenciones sobre cómo hacer la guerra (Convenios de Ginebra), a quién matar y a quién no (por ejemplo, los heridos, los que se rindieron, los refugiados en una iglesia).

Antiguamente el amo esclavista mantenía a latigazos a sus esclavos. Hoy día el patrón paga sueldos por ocho horas de trabajo.

LAS “BESTIAS FEROCES” NO TIENEN TODA ESA CIVILIZACIÓN, POR SUPUESTO….



 

sábado, 14 de noviembre de 2020

UN GUAIDÓ A LA GRINGA…

  

El gobierno de Estados Unidos se permite desconocer al presidente democráticamente electo en Venezuela, Nicolás Maduro, nombrando un “presidente” alterno, la marioneta Juan Guaidó. ¡Qué locura!

Entonces, dado que ahora Donald Trump se niega a dejar el poder alegando un supuesto fraude del Partido Demócrata, ¿podremos los pueblos del mundo elegir un “presidente alterno” para ese país? ¿Quién podría ser? ¿Madonna? ¿Woody Allen? ¿Tal vez Mike Tyson? ¿Quizá Britney Spears? Alguien propuso al Ratón Mickey. ¿Será? ¿Por qué no el Pato Donald o El Guasón?




 

jueves, 12 de noviembre de 2020

GUATEMALA Y LA PERSISTENTE TRAGEDIA CAMPESINA

Guatemala es uno de los países de todo el orbe donde las injusticias son más evidentes, más impunes y descaradas. Ello se debe a una sumatoria de causas; hay una historia que pareciera inmodificable tras todo ello. 36 años de sangrienta guerra civil no lograron transformarlo.

 

Para decirlo brevemente: es un país eminentemente campesino, cuyas principales fuentes de recursos las da el agro. Tanto en los rubros de agroexportación que generan la mayor cantidad de divisas y alimentan a opulentas aristocracias (las tradicionales azucareras y cafetaleras, recientemente también ligadas a la palma aceitera), así como en la producción de los granos básicos con que sobrevive la gran mayoría de su población, el campo es la fuente principal de riqueza. Últimamente, manejada por nuevos sectores emergentes salidos de la pasada guerra interna (militares retirados en buena medida, y nuevas mafias) podría agregarse la producción de plantas que servirán como droga (cannabis) o como materia prima para la elaboración de heroína (amapola). Este es un rubro muy reciente y todavía no incide especialmente en el Producto Bruto Interno, pero va camino. En síntesis: lo rural tiene una importancia definitoria en la dinámica nacional.

 

En términos económico-sociales, según datos proporcionados por los Informes de Desarrollo Humano aportados por Naciones Unidas, Guatemala, junto a un pequeño puñado de países con características bastante similares, siempre evidencia los peores índices de distribución de la renta nacional; es decir, es de los diez lugares del mundo donde las diferencias entre ricos y pobres son más irritantes. Una investigación realizada por la empresa Wealth- X, asociada al banco suizo UBS, estudio citado y analizado por la desaparecida publicación electrónica guatemalteca Nómada, mostraba que hay 260 ultra-ricos guatemaltecos que poseen un capital de US$30 mil millones, lo que representa el 56% del PIB. [Es decir que] 0.001 por ciento de los 15 millones de guatemaltecos tienen más capital que el resto de la sociedad. (…) Los $30 mil millones [de dólares] son Q231 mil millones [de quetzales]. Esto equivale a lo que el Estado de Guatemala recauda cada cuatro años.

 

Las injusticias –estructurales e históricas– se manifiestan igualmente en la discriminación étnica, hondamente presente en la vida cotidiana. En un país donde alrededor del 60% de su población es de origen maya, los grupos indígenas están marginados en su propia tierra, condenados a la exclusión social, económica y política. Hasta mediados del pasado siglo, cuando la Revolución de Octubre de 1944, las fincas se vendían con "todo lo clavado y plantado, indios incluidos". Esta situación ha comenzado a cambiar –muy lentamente, por cierto–, pero el racismo imperante aún permea todas las relaciones. Para ilustrarlo: es común escuchar entre la población no-indígena el dicho "seré pobre pero no indio". Pese a unos primeros y muy tibios cambios, la población maya sigue siendo la más excluida, presentando los peores índices socioeconómicos, con mayores niveles de desnutrición, analfabetismo y carencias varias.

 

En términos generales, el campesinado maya sobrevive con escasos recursos con una agricultura de subsistencia de muy pequeña escala, siendo mano de obra –barata, no sindicalizada, siempre en situación de precariedad– de las grandes unidades terratenientes. En algunos casos, incluso, es brutalmente despojada de sus territorios ancestrales por terratenientes que buscan terreno para los cultivos de exportación, o por las nuevas industrias extractivas: hidroeléctricas y minería, instaladas en abierta violación de normativas nacionales e internacionales. O, incluso, por la narcoactividad, que busca tierras para sus cultivos. En otros términos: ese campesinado sigue viviendo una tragedia iniciada hace cinco siglos con la conquista española. En lo fundamental, nada ha cambiado. Y la ocurrencia de eventos naturales, como el recién pasado huracán ETA que golpeó Centroamérica, se transforman en tragedias dado el grado de vulnerabilidad en que sobrevive.

 

A estas injusticias de cuño ancestral, que definen en buena medida la identidad del país, se suman otras más recientes, ligadas a la Guerra Fría y a los escenarios que la confrontación Este/Oeste trajo aparejadas en estas últimas décadas. Guatemala fue uno de los países de América Latina donde la guerra interna entre movimiento guerrillero y ejército cobró mayor virulencia; luego de 36 años de lucha armada hay 200,000 muertos, 45,000 desaparecidos, más de 600 masacres de aldeas en zonas rurales, un millón de personas desplazadas. La militarización de toda la vida nacional fue enorme, con consecuencias que aún permanecen, y que sin dudas seguirán estando presentes todavía por algunas generaciones. A ello se agrega, como un elemento que ha dañado muy profundamente –y seguirá haciéndolo por décadas–, una forzada división de la población de las áreas rurales donde, desde una maniquea manipulación con que se llevó a cabo la estrategia contrainsurgente, las redes comunitarias tradicionales fueron virtualmente pisoteadas, extinguidas.

 

Como parte de las estrategias antiguerrilleras del Estado, se forzó a la población masculina de las áreas rurales –donde operaban las fuerzas insurgentes–, desde adolescentes a tercera edad, a integrarse a fuerzas paramilitares, oficialmente presentadas como voluntarias: las llamadas Patrullas de Autodefensa Civil –PAC–. Durante los años más álgidos del conflicto armado llegó a haber alrededor de un millón de patrulleros. Todos campesinos pobres, mayas, usados como tropa de apoyo en la lógica de la Doctrina de Seguridad Nacional, fueron el principal aliado –aliado forzado, sin dudas– del ejército en su lucha contra la guerrilla, y más aún, contra la base social de la misma: otros campesinos pobres, mayas, tan excluidos históricamente como los mismos patrulleros.

 

Estos PAC fueron denunciados como victimarios de numerosas masacres y miembros activos de la feroz represión que se vivió en Guatemala por espacio de largos años. Lo trágico de esta historia es que tanto víctimas como victimarios son, en sustancia, lo mismo: campesinos pobres, de origen maya, sin peso político en las decisiones nacionales, sin tierra o con exiguas parcelas que permiten una muy magra subsistencia, con muy escaso grado de estudios formales, viviendo en áreas donde prácticamente no hay servicios del Estado (salud, infraestructura básica, educación, seguridad social). Terminada la guerra –básicamente porque la nueva recomposición de fuerzas luego de la caída del bloque soviético ya no la necesitó– víctimas y victimarios no cambiaron su situación de campesinos pobres y de indígenas discriminados. Pero la ruptura de sus redes sociales de base quedó establecida; los enconos de la militarización siguen vigentes, y aunque víctimas y victimarios deben compartir por fuerza el mismo espacio geográfico –las montañas que fueran teatro de operaciones bélicas, las más remotas aldeas alejadas de la capital–, la historia de tajante división sufrida no va a extinguirse en lo inmediato. 

 

Si bien los Acuerdos de Paz firmados en 1996 y que pusieron fin a ese largo enfrentamiento estipularon medidas de reparación para las víctimas, más de dos décadas después de finalizada la guerra interna la justicia ante tanto crimen aún no llega. Y nada indica que vaya a llegar; solo algunos casos puntuales, importantísimos sin dudas, pero gotas en el océano, que no alcanzan para cambiar en profundidad el estado general de las cosas. Se habla mucho de reconciliación, pero ante una injusticia que cada vez se vuelve más grosera, aquella se torna sumamente difícil. ¿Cómo podría reconciliarse una población desgarrada si toda la estrategia consistió en destruir los tejidos sociales, romper la solidaridad, fomentar la desconfianza y la paranoia de guerra? ¿De qué manera reconciliar una sociedad que sigue viendo, entre aterrorizada y atónica, cómo la impunidad campea soberbia por doquier? El ícono de esa represión antipopular, el general José Efraín Ríos Montt, sentenciado finalmente varias décadas después de su dictadura por crímenes de lesa humanidad (genocidio) a 80 años de prisión inconmutable, a partir de presiones de la élite económica a la que sirvió pasó solo una noche en la cárcel. Luego, con ardides leguleyos, vivió en libertad hasta su muerte en 2018. No es posible construir la paz sobre tanta injusticia; no es posible la paz con hambre y con impunidad. Y como siempre, esa masa campesina sigue olvidada, excluida, falta de atención por parte del Estado. Empobrecida y excluida por la eterna segregación étnica, igual que en la colonia. Y para colmo, desintegrada por esos perversos mecanismos de la contrainsurgencia.

 

Esa masa de ex patrulleros que de buenas a primeras se encontró con el final de la guerra –para lo cual no decidió nada–, luego de la Firma de la Paz Firme y Duradera el 29 de diciembre de 1996 fue olvidada por sus mandos reales: el ejército. Ninguno de ellos recibió compensación alguna por su trabajo paramilitar dado que, al menos supuestamente, eran voluntarios.

 

Años después de su formal desmovilización, la administración del Frente Republicano Guatemalteco –de quien fuera fundador y hombre fuerte el ex dictador general Ríos Montt– y bajo la presidencia de Alfonso Portillo, entre el 2000 y el 2004, nombró a esa masa de campesinos "héroes de la patria", concediéndoles una pensión. La administración siguiente, de Oscar Berger, entre 2004 y 2008, prosiguió con los pagos. Todo ello abrió un profundo debate social: los ex patrulleros ¿son víctimas?, ¿merecen resarcimiento?, ¿se les debe abrir juicio como violadores de derechos humanos? Campesinos mayas pobres reprimiendo a otros campesinos mayas pobres… La tragedia campesina sigue al rojo vivo.

 

Su utilización como "fuerza acompañante" del ejército, supuestamente en decisión voluntaria (que, por supuesto, no lo fue), hace pensar en la misma estrategia utilizada por la CIA años atrás en Nicaragua para enfrentar a la Revolución Sandinista: la creación de una fuerza contrarrevolucionaria, conocida como "Contra", alimentada básicamente con campesinos pobres manipulados, a los que se le presentó el sandinismo como el peor apocalipsis posible ("¿Por qué se metió a la Contra?", se le preguntó a un comando desmovilizado en 1991, ("Porque si no venían los sandinistas y le ponían una vacuna que lo convierte a uno en ateo y comunista"). Esa Contra fue la que minó la revolución nicaragüense con su guerra de baja intensidad, llevándola a su derrota en las urnas en 1990. Los PAC en Guatemala sirvieron en definitiva para detener cualquier intento revolucionario, alternativo al sistema. ¿Estrategia bien planificada? Campesinos pobres matando a otros campesinos pobres.

 

Más allá de la discusión que todo esto genera, si algo muestra la actual situación creada es que las injusticias siguen en Guatemala. Además de haberse destruido las redes mínimas de convivencia –eso buscaron las estrategias contrainsurgentes, regenteadas en definitiva por Washington–, la polarización insalvable que queda en la sociedad se refuerza una vez más con lo que está sucediendo. Ante las cantidades monumentales de víctimas que dejó la guerra (muertos, mutilados, huérfanos, viudas, gente que perdió sus escasas pertenencias, población con traumas psicológicos), la respuesta del Estado ante estas calamidades ha sido mínima, por no decir inexistente. Solo años después de finalizado el conflicto, con mucha lentitud e irregularidades, se puso en marcha un Programa Nacional de Resarcimiento, con fondos de la cooperación internacional y no del presupuesto ordinario de la nación. Paradójico que los PAC recibieron su indemnización mucho antes que las víctimas; o que "las otras" víctimas, las víctimas reales. Y no puede obviarse que el resarcimiento de estas últimas consistió solo en un desembolso económico –magro, por cierto– sin ningún plan de sostenibilidad a mediano y largo plazo.

 

¿Fueron los Patrulleros de Autodefensa Civil víctimas? ¿Los utilizó el ejército, obligándolos a convertirse en verdugos de sus mismos hermanos, para luego abandonarlos? Por supuesto que en medio de la guerra hubo de todo: aprovechamientos, "ajustes de cuenta" entre grupos, odios personales que se resolvieron con sangre. Como siempre: las situaciones límites sacan lo mejor y lo peor de los seres humanos, la solidaridad más genuina o el acomodamiento más individualista más repulsivo. Hubo PAC que respiraron tranquilos cuando terminó la guerra –y que secretamente colaboraban con la guerrilla–; otros aprovecharon la situación y se quedaron con las tierras y las viudas de quienes ajusticiaron. Evidentemente, la ruptura de los tejidos sociales y el odio generado por el enfrentamiento armado, aumentado por la llegada en masa de las iglesias neoevangélicas que inundaron las aldeas rurales con mensajes apocalípticos y anticomunistas, aumenta la tragedia campesina. Los nuevos cultos evangélicos fundamentalistas que llegaron con la guerra –no olvidar que el general Ríos Montt era pastor evangélico– dividieron más aún el tejido social, quitándole lugar a la Teología de la Liberación de la Iglesia católica. "No somos mayas sino evangélicos", dijo alguna vez un campesino maya-quiché. ¿Divide y reinarás?

 

Entonces: ¿cómo lograr una genuina reconciliación entre población tan dividida? La misma es muy difícil, imposible quizá, si no hay justicia. Así todo, con justicia, es difícil reconciliar dos actores tan extremos, tan enfrentados como víctimas y victimarios. En definitiva: ¿por qué van a reconciliarse? Una cosa es la idea, externa al proceso, por cierto, de decir: "una sociedad no puede vivir eternamente en guerra, por tanto, hay que reconciliarse". Otra cosa muy distinta es la posibilidad real de que ello suceda. ¿Por qué un torturado, o una viuda, van a abrazarse con su verdugo? ¿Cómo, en nombre de qué? Lo que sí sucede es que la vida continúa, por fuerza, y las poblaciones generan mecanismos para seguir sobreviviendo, para compartir incluso espacios comunitarios entre víctimas y victimarios, aunque en lo profundo siga el odio. Es posible la reconciliación en términos individuales, después de una pelea con la propia pareja, con un familiar, con un vecino; pero eso no funciona con similares categorías en términos sociales. Pasados más de 60 años los nazis siguen siendo odiados por los judíos víctimas o descendientes de víctimas del Holocausto, y por los no-judíos en tanto ejemplo de lo que nunca más se debe transitar: el odio racial, la idea de "raza superior". ¿Quién podría reconciliarse con esos asesinos engreídos? En todo caso, se les juzgó, en el memorable Juicio de Nüremberg, y se les condenó. Homologando la pregunta: ¿por qué pedirle a una viuda campesina que vio cómo torturaban a su hijo o a su esposo y luego lo mataban a machetazos o prendiéndole fuego, que se reconcilie con el varón que luego se quedaría con su parcela y que actuaba como PAC en aquel entonces? ¿Cómo podría aceptarlo nuevamente como un igual, un amigo, un compañero de su comunidad? La estrategia del "divide y reinarás" se cumplió a cabalidad.

 

Los pueblos mayas siguen siendo olvidados. El movimiento campesino, asentado en el Altiplano Occidental y el norte del país, aunque está supuestamente reivindicado con los Acuerdos de Paz, no ha cambiado su situación de exclusión en lo fundamental. Incluso hoy sigue el despojo. En muchas ocasiones finqueros de las zonas norte del país, en los departamentos de Alta y Baja Verapaz, Izabal, Petén, arremeten contra los pueblos originarios (en este caso: campesinos mayas-quekchíes fundamentalmente) quitándoles sus territorios. Esto se difunde muy poco por los medios de comunicación masivos, o en todo caso se presenta en forma tergiversada, criminalizando la defensa de sus propios territorios ancestrales como "invasiones" a la "sacrosanta e inalienable" propiedad privada terrateniente. Allí no se mencionan los abusos que están cometiendo guardias privados al servicio de esos terratenientes, muchas veces con complicidad de fuerzas estatales, contra los campesinos del lugar, quitándoles tierras para sus negocios, para las plantaciones de palma aceitera, desviando ríos para sus centrales hidroeléctricas, en ocasiones para la instalación de pistas de aterrizaje o laboratorios para el procesamiento y/o trasiego de drogas ilegales. A quienes protestan contra esos atropellos se les calla, y regularmente, con el asesinato.

 

Definitivamente la balanza se sigue inclinando de forma injusta en Guatemala, y la tragedia campesina, la tragedia de los pueblos mayas no da miras de terminar en lo inmediato. La "democracia" retornada hace ya más de tres décadas no parece solucionar mucho.




miércoles, 11 de noviembre de 2020

¿SOLIDARIDAD?

 

¿Existe la solidaridad desinteresada? ¡Por supuesto! A veces se da. Pero no siempre. Y otras veces, actos que parecen solidarios encubren hipócritamente la más repulsiva mezquindad. Eso se puede ver, a veces, en las donaciones que llegan luego de catástrofes naturales. No hace mucho, luego de uno de esos eventos, a un país centroamericano llegó un cargamento completo de miles de zapatos…. ¡todos izquierdos! Y no son infrecuentes donaciones de medicamentos o comida enlatada vencida o por vencer. Solidaridad… ¡a veces!




 

martes, 10 de noviembre de 2020

CORRUPCIÓN: ¿VERDADERO PROBLEMA? LA CORRUPCIÓN ES LA GUINDA DEL PASTEL


En Guatemala, pese a la riqueza existente, la mayoría de su población vive mal. Está entre los países del mundo con mayor nivel de desnutrición infantil pese a ser un productor neto de alimentos, y alrededor de dos tercios de su población económicamente activa trabaja en condiciones de precariedad, sin prestaciones sociales, librada a su suerte. El Estado brilla por su ausencia en la provisión de servicios básicos. Es raquítico, pues vive de magros impuestos, teniendo la segunda carga impositiva más baja del continente, después de Haití.

 

Desde hace un par de años la “corrupción” pasó a ligarse casi automáticamente con el incumplimiento de deberes de los funcionarios públicos y la pobreza reinante. La corrupción funciona desde largo tiempo atrás en toda la sociedad, desde las raíces coloniales, como forma de vida, como cultura. Puede encontrársela en los más diversos ámbitos, no sólo en los agentes del Estado: desde la venta de tareas escolares o la redacción de tesis universitarias hasta el cobro doble de viáticos por parte de un modesto empleado, desde el “moco” que debe pagarse a un intermediario en muchas transacciones comerciales hasta la exacción o chantajes (cobros compulsivos) en cualquier de sus formas (de un médico a un paciente exigiendo más honorarios de los que fija el seguro, la reventa de boletos para cualquier espectáculo a un precio mayor que el oficial, la compra obligatoria de artículos innecesarios en los colegios privados, la venta de puestos en cualquier fila, el aumento del precio de un producto según la cara del cliente, o del pasaje de bus en horario nocturno, el cotidiano incumplimiento de las normas de tránsito, los cobros ocultos y disfrazados de muchas empresas como las telefónicas o las tarjetas de créditos, etc., etc.).

 

¿No son también formas de corrupción el sempiterno engaño masculino hacia las mujeres –una de cada tres mujeres con hijos es madre soltera, producto del abandono del padre biológico–, el “cuello” al que se apela para conseguir cualquier favor, el “robo hormiga” de muchos empleados en sus empresas? ¿Y qué decir del acarreo de “seguidores” en las campañas proselitistas o el día de las elecciones, y por el otro lado, la aceptación de todos los regalos que ofrecen los candidatos de campaña, no importando el color político? ¿No es corrupto también el declarado celibato violado luego por lo bajo? Los jóvenes de “zonas rojas” le temen más a la policía que a los mareros; ¿por qué será? La lista de corruptelas es larga, muy larga, y quizá nadie que habita el país puede quedar eximido: compra de discos “piratas”, “mordidas” varias, infracciones de tránsito como hecho normal (de conductores y peatones; ¿cuántos de los que leen esto no han manejado con una copa de más encima?). La proverbial llegada tarde (simpáticamente llamada “hora chapina”), ¿no es también una forma de corrupción e impunidad? (cagarse en el otro).

 

La corrupción es uno más entre tantos males que aquejan a Guatemala. La exclusión y el estado de empobrecimiento crónico de grandes masas populares no se deben sólo al enriquecimiento ilícito de mafias corruptas enquistadas en el poder político, como ahora pareciera denunciarse con fuerza creciente. Si hay pobreza estructural y exclusión histórica, a lo que se suma machismo patriarcal casi delirante o un racismo atroz que condena a alguien a ser humillado por su pertenencia étnica (“seré pobre pero no indio”, puede decir un no-indígena), ello no es sólo por los funcionarios venales que hacen del Estado un botín de guerra. Sin con esto querer ni remotamente defender al Pacto de Corruptos que se ha adueñado de las estructuras estatales, debe enfatizarse que la corrupción puede ayudar, pero no es la causa fundamental; es, en todo caso, herencia de un desastre histórico-estructural que lleva ya siglos de maduración.

 

Si de causas se trata, la situación va por otro lado. Una investigación realizada por la empresa Wealth-X, asociada al banco suizo UBS, estudio citado y analizado por la desaparecida publicación electrónica Nómada, mostraba que hay 260 ultra-ricos guatemaltecos que poseen un capital de US$30 mil millones, lo que representa el 56% del PIB. [Es decir que] 0.001 por ciento de los 15 millones de guatemaltecos tienen más capital que el resto de la sociedad. (…) Los $30 mil millones [de dólares] son Q231 mil millones [de quetzales]. Esto equivale a lo que el Estado de Guatemala recauda cada cuatro años.

 

Guatemala no es un país pobre; es la primera economía centroamericana y la decimoprimera de latinoamericana. En todo caso, es tremendamente inequitativo, que no es igual que pobre. Un mínimo porcentaje (unas cuantas familias) concentran en forma abrumadora la riqueza nacional, en tanto el 59% de la población total vive por debajo del límite de pobreza (2 dólares diarios, según la ONU). Dos tercios de los trabajadores, en promedio nacional, no cobran siquiera salario mínimo, de por sí muy escaso. Y ese sueldo mínimo apenas cubre un tercio de la cesta básica. Ahí radica el verdadero problema que hace del país uno de los más inequitativos del mundo (y por tanto explosivo: un barril de pólvora listo para estallar en cualquier momento). La corrupción es la guinda del pastel.