sábado, 31 de marzo de 2018
viernes, 30 de marzo de 2018
CREDO QUIA ABSURDUM EST (CREO PORQUE ES ABSURDO)
Eso dijo Tertuliano,
un gran teólogo cristiano del siglo III, Padre de la Iglesia Católica. “Creo
porque es absurdo”, por ejemplo, que de una mujer virgen pudo nacer un niño, o
que un muerto revivió luego de su defunción y salió volando hacia el cielo. Son
VERDADES DE FE, reñidas con las VERDADES DE LA RAZÓN. Y se creen… ¡aunque sean
absurdas!
Que creer absurdos se
dijera hace casi dos milenios atrás en un mundo plagado de oscurantismos, de
ignorancia y supersticiones, se entiende. Pero… ¿cómo entenderlo hoy, con el
portentoso avance científico-técnico? ¿Por qué seguir creyendo cosas
increíbles? ¿POR QUÉ NOS SIGUE FASCINANDO LA MAGIA?
jueves, 29 de marzo de 2018
MILITARES EN LATINOAMERICA: ¿"MALOS DE LA PELICULA" O FIELES GUARDAESPALDAS DE SUS AMOS?
En Latinoamérica, donde durante el siglo XX los militares gobernaron con
golpes de Estado en prácticamente todos los países por medio se sangrientas
dictaduras, existe la tendencia de ver a la casta militar como la responsable
directa de tanta ignominia y penurias del campo popular.
Sin desculpabilizarlos en lo más mínimo, es preciso no perder nunca de
vista que el enemigo histórico de la clase trabajadora está dado por quienes
realmente la explotan: los empresarios (industriales y banqueros) y
terratenientes. Los políticos profesionales son los encargados de mover el
aparato estatal, y los militares son los fieles perritos falderos de la
oligarquía, de la clase burguesa, de esos industriales, banqueros y
terratenientes, con armas en las manos (armas que, paradójicamente, paga el
mismo pueblo con sus impuestos). En otros términos: los militares son los
guardaespaldas de la clase dirigente. Punto; aquello de “defensa de la patria”
y otras altisonancias por el estilo… ¡hacen reír!
Los militares están muy profesionalmente preparados para defender la
propiedad privada de los grandes propietarios ante el reclamo popular, ante el
"avance del comunismo", tal como reza la doctrina en que se han
formado. De ahí que ellos no se sienten asesinos por todas las tropelías
cometidas porque, de algún modo, no lo son (para eso los prepararon, y las
doctrinas militares actuales propician esas guerras sucias). En realidad son el
brazo armado de la clase dirigente, y defenderla es su única y real función.
Conclusión: sin dejar de juzgar los horrendos crímenes del pasado
(desaparición forzada de personas, torturas, cárceles y cementerios
clandestinos, aldeas arrasadas, guerra psicológica), debe apuntarse a ver quién
son los verdaderos beneficiarios de esas crueldades. ¿Son los militares?
NO. ¡ES LA CLASE DIRIGENTE!
En todo caso: ¡hay que juzgar a ambos!
miércoles, 28 de marzo de 2018
martes, 27 de marzo de 2018
lunes, 26 de marzo de 2018
¿POR QUÉ SE ARMÓ TANTO ESCÁNDALO CON LA PROCESIÓN DE LA PODEROSA VULVA? ¿POR QUÉ LA SEXUALIDAD ES TAN PROBLEMÁTICA?
Días atrás la
sociedad guatemalteca se vio conmocionada con una marcha atípica: la Procesión
de la Poderosa Vulva. La acción desató interminables reacciones: desde rechazo
visceral (en los sectores más conservadores) hasta la “travesura” de llenar una
página entera de Facebook con la palabra “vulva”, no faltando quien, de manera
abominablemente oportunista, quisiera aprovechar la situación para sacudirse al
Procurador de los Derechos Humanos. Se estuvo a favor o en contra del hecho,
pero nadie pudo permanecer al margen sin tomar posición.
¿Por qué sucede eso?
Quedarse con la idea –real pero limitada para la explicación– que somos una
sociedad muy conservadora, y que una marcha así es una provocación para la que
no estamos todavía preparados, no da cuenta de todo lo que efectivamente se
juega ahí. La sensación de que en países “más avanzados” (Suecia por ejemplo)
eso no sucede, es equivocada. Es cierto que en Guatemala padecemos de un enfermizo
exceso de moralismo, de doble discurso, de hipocresía; es cierto que es una
sociedad profundamente patriarcal, donde el machismo nos atraviesa hasta los
tuétanos (las cuotas de poder de las mujeres aun son ínfimas: ser “puto” hasta
puede ser una virtud, pero “puta” es extremadamente denigrante). De todos
modos, la sexualidad, siempre y en todos lados, es problemática: http://brujula.com.gt/la-sexualidad-y-nuestros-rollos/
En Suecia o Noruega,
al igual que en Guatemala, o en una tribu en las profundiades de la selva, en
un templo shaolín o en un burdel, la sexualidad es siempre la asignatura
eternamente pendiente, y sin “solución” posible. Pero… ¿cuál sería la solución?
¿Solución de qué?
¿Por qué en todos
lados, aunque se haga una manifestación provocativa como la de los otros días
rompiendo ataduras, estos temas “ponen colorado”, provocan tantas y tan airadas
reacciones? ¿Por qué, en todos lados, se cubren los órganos genitales y se
hacen interminables chistes sobre el asunto? PORQUE LA SEXUALIDAD ES LA
EVIDENCIA DE LOS LÍMITES HUMANOS, DE LAS CARENCIAS QUE NUNCA SE PUEDEN COLMAR.
Y DE ESO NO QUEREMOS SABER NADA, PORQUE LOS LÍMITES ATERRAN.
domingo, 25 de marzo de 2018
sábado, 24 de marzo de 2018
LA UNIVERSIDAD DE SAN CARLOS DE GUATEMALA SIGUE COPADA POR EL CRIMEN ORGANIZADO
Solidaridad
con el compañero agredido: Jorge Santos, repudio a la acción vandálica y
exigencia a las autoridades (Consejo Superior Universitario) para que se
investigue y castigue a los responsables del delito cometido en la Huelga de
Dolores del 23 de marzo por parte de las mafias que siguen enseñoreadas en la
Universidad.
viernes, 23 de marzo de 2018
jueves, 22 de marzo de 2018
LOS NEGROS TAMBIÉN PIENSAN…
Ustedes pensarán que la historia que sigue no es verídica.
Pues bien: ¡se equivocan! Va a suceder. O si queremos decirlo de otro modo,
sucedió ya, en el futuro.
Quienes lean esto ahora podrán no creerlo. De todos modos,
recuerden que el relato no es sino la transcripción casi literal de lo que nos
contó un visitante del futuro en su misión hacia atrás en el tiempo. Fue cuando
compartimos una bella excursión al Kilimanjaro que tuvimos ocasión de conocer
la historia. Aunque suene a increíble, si nos fijamos bien en el significado
histórico del hecho, no debería sorprendernos para nada. ¿Por qué? Pues…
racismo ha existido siempre, ¿o acaso vamos a desconocer que hubo y sigue
habiendo? Eso siguió igual por muchos años, también en el futuro inmediato del
siglo actual.
Los acontecimientos que presentaremos ahora tuvieron lugar
hacia la séptima década del siglo XXI. El personaje en cuestión tenía sobre sí
la –sin dudas terrible– carga de haber sido nombrado el ciudadano número ocho mil
millones. Decimos “terrible” porque para ese entonces la explosión demográfica
aún seguía firme, y era consenso generalizado que “no era de buen gusto” seguir
maltratando así al planeta con más y más nacimientos. René no tenía la culpa de
ser ese número, pero eso no era cualquier cosa. Cuando nació, tuvo cierta
notoriedad. Incluso su madre recibió algunos regalos y pasó sus minutos de
gloria mediática; al tiempo ya nadie les recordaba.
Afrodescendiente –ya no se decía más “negro”, no era
políticamente correcto–, nacido en Haití, pobre como el 90 por ciento de sus
conciudadanos, la maldición de provenir del primer país de América que había
osado independizarse de las potencias europeas allá por inicios del siglo XIX,
seguía pesando. La decisión tácita de los poderosos de haberle hecho una cruz
eterna a “esa sarta de esclavos que
habían querido ser libres” se extendía ya por 250 años. El terrible
terremoto del año 2010 que redujo el país prácticamente a escombros aún se
sentía varias décadas después. La pobreza crónica era la factura pasada por los
“desarrollados” a Haití por haberse querido sentir un igual; las consecuencias
de ese terremoto eran un efecto de todo ello. Ser el ciudadano número ocho mil
millones no hacía sino recordar continuamente la precariedad de su vida, de la
de los haitianos, de los pobres del mundo en general.
Para el momento de la historia que vamos a contar, René
vivía en Estados Unidos. Igual que durante todo el siglo XX, los
afrodescendientes –o sea, la mayoría del país– seguían tan pobres y excluidos
como siempre. Por tal motivo, era muy raro, casi imposible que un hijo de
pescador, tal como él era, pudiera haber superado la mitad de la escuela
secundaria. La universidad, por supuesto, seguía siendo un lujo inalcanzable.
Pero de todos modos, como todo el mundo, tenía su teléfono móvil y su
computadora. ¿Por qué esa difundida idea que teniendo esas cosas se
“progresaba”? ¿Cuándo y quién inventó eso?
Era talentoso, sin dudas. Habiendo decidido irse ilegal a la
alicaída ex gran potencia de Estados Unidos, que continuaba siendo aún un
paraíso para muchos pobres del mundo, había aprendido el inglés en las calles
de Nueva York. En menos de dos años lo manejaba casi a la perfección. Se ganaba
la vida como podía. Siempre en forma legal; o, al menos, todo lo legalmente que
su situación de indocumentado le permitía: sabía algo de reparación de equipos
de computación, algo de cerrajería, y si las cosas venían duras, no le
espantaba trabajar de ayudante de albañil, o de basurero, como había hecho el
invierno pasado.
Era muy reservado. Hablaba lo indispensable. Y si podía,
menos aún.
Cuando tenía 19 años –ya hacía 3 que vivía en el país del
norte, siempre muerto de frío porque no podía desacostumbrarse al calor
caribeño de su país natal– descubrió el ajedrez. La primera vez que lo vio
jugar en una cafetería de dudosa reputación (dos viejos con aspecto demacrado,
alcohólicos o drogodependientes seguramente), rió. Le parecía absurdo que dos
personas pasaran tanto tiempo quietas con la vista fija en esas cositas que
parecían muñequitos, calladas, sin mirarse. Pero eso mismo fue lo que lo
entusiasmó: se comunicaban sin necesidad de hablar. Eso parecía interesante.
René era no sólo reservado: era introvertido, especialmente
solitario. Él mismo no lo sabía de pequeño, pero su pasión pasaba por lo
matemático. Quedarse horas resolviendo problemas numéricos lo llenaba de un
gozo imposible de describir. Había llegado al extremo –para él absolutamente
normal– de preferir concluir una ecuación que salir con una muchacha de su edad
que buscaba cortejarlo.
En el ajedrez encontró un campo enteramente similar a lo
numérico. Ahí podía pensar mucho, y pensar en silencio, hacer cálculos, dejarse
llevar por la frialdad de las predicciones aritméticas. Descubrió ahí su
verdadera pasión.
Sus maestros fueron esos viejos borrachos de las cantinas de
mala muerte que frecuentaba. En sentido estricto, nunca recibió clases. Sólo
escasas orientaciones, dadas de mala gana por gente que también había aprendido
empíricamente el arte del ajedrez y que no sabían cómo transmitir lo poco que
conocían o intuían. Así, a los golpes, fue adentrándose en un mundo que desde
el primer momento que conoció sintió que lo atrapaba, que era para él como
ninguna otra cosa en el mundo.
Su pasión por el juego-ciencia fue siempre en aumento. Con
los escasos dólares que iba juntando adquirió su primer libro de ajedrez, que
fue, además, el primer libro que comprara en su vida. De ahí en adelante, la
pasión por saber siempre más de este juego lo llevó a devorar más y más libros.
Él mismo estaba sorprendido. Las consultas a bibliotecas se le iban haciendo
rutinarias, a punto que en la Biblioteca Pública de la ciudad, en la Quinta
Avenida, ya era personaje conocido. Por internet, igualmente, consumía todo lo
que podía.
En pocos meses ya estaba familiarizado con el nombre de las
jugadas, había estudiado varias partidas célebres de grandes maestros y cada
día iba descubriendo nuevos secretos. Alguien bastante entendido en el tema con
quien jugó alguna vez –y a quien jaqueó con una suficiencia realmente digna de
admiración– lo animó a participar en un concurso. Como ilegal que era, dudó si
debía hacerlo. Volver a la pobreza crónica de su Haití natal lo espantaba. La
posibilidad, muy remota sin dudas, pero posibilidad al fin, de poder ganar
algún centavo con esta peculiar ocupación del ajedrez, lo animó. Su ocasional
“mecenas” –un profesor universitario de arte– vio en René una potencialidad
fuera de lo común. Fue él quien lo ayudó a gestionar su residencia.
Nuestro amigo haitiano en todo momento pensó que había
alguna agenda oculta tras tamaña muestra de afecto; supuso que sería un
homosexual que, finalmente, le aparecería con alguna propuesta difícil de
sortear. Pero no fue así: la amistad genuina y la solidaridad, aunque especies
en extinción para la segunda mitad del siglo XXI, aún existían. Los buenos
oficios del Profesor Herkinsky se lo dejaron ver.
Con la residencia otorgada y los contactos que pudo empezar
a establecer a partir de ahí, más la inestimable ayuda de Herkinsky, las cosas
comenzaron a facilitársele. Participó en varios torneos de ajedrez, y en todos
descollaba. Tenía un juego fuera de lo común: un conocimiento asombroso de los
grandes maestros –memorizaba de un modo prodigioso jugadas que habían tenido
lugar a principios del siglo XX por ejemplo, pudiendo introducirle variantes de
una profundidad asombrosa– y un espíritu de ataque, una agresividad que dejaban
atónito. Jamás jugaba a la defensiva; era un ofensivo neto. No eran infrecuentes,
incluso con rivales ya de buen juego, fulminantes jaque-mates Pastor.
Cuando se fijó una partida con el por ese entonces campeón
nacional de Estados Unidos, Edward Button, su fama ya era considerable en los
círculos ajedrecísticos del país. Quiso la casualidad que el mismo día del
evento –era una partida amistosa, no más que eso, no daba puntos para acercarse
a disputar el cetro nacional– René se encontraba en una sala contigua a la de
los organizadores, en el Madison Square Garden, ya bastante alicaído para ese
entonces, utilizado más que nada para predicadores neopentecostales. Eran tres
empresarios blancos. Como sólo lo conocían de referencia y no físicamente pese
a haber organizado el espectáculo, cuando lo vieron pensaron que era algún
muchacho de limpieza, por eso siguieron hablando con toda naturalidad. Los
chistes racistas que escuchó René lo enardecieron. “Blanco con delantal blanco: médico; negro con delantal blanco:
heladero”. Y cosas peores aún: “Blanco
con automóvil de lujo: empresario exitoso; negro con automóvil de lujo:
chofer…, o vehículo robado”.
Ya estaba acostumbrado a ese tipo de expresiones agresivas;
pero esta vez, sintiéndose que era ya un ajedrecista hecho y derecho y que se
le debía más respeto, no lo soportó. Los insultó entre dientes (porque no se
atrevía a hacerlo abiertamente). Los tres rubios, petulantes y altaneros, lo
escucharon, pero no quisieron reaccionar. Sólo uno de ellos, el más voluminoso,
gordo de rojos cachetes y sonrisa burlona, socarronamente le pidió que le
lustre los zapatos… “si tenía tiempo,
claro…”. René, para evitar más problemas, prefirió salir de la escena.
Grande fue la sorpresa de los tres cuando momentos más tarde
daba inicio la ceremonia de presentación de la partida. No podían creer que “el negrito ese” fuera la promesa de la
que les habían hablado y gracias al cual iban a ganar buen dinero organizando
este espectáculo. El ajedrez, igual que décadas atrás para el momento en que
seguramente estarás leyendo esto, estimado lector, seguía siendo un juego
bastante selecto. Pero para mediados del siglo XXI conocía un momento de esplendor,
y merced a un muy logrado mercadeo, había pasado a ser producto de consumo
relativamente masivo. Es por eso que estos inversionistas se dedicaban a
organizar torneos del juego-ciencia; no generaban enormes fortunas como en la
época de oro de Hollywood, pero sí interesantes ganancias.
Si bien la figura de René podría haberles sido una buena
ficha a la que apostarle, el racismo pudo más. Rápidamente los tres, contrario
a una sopesada decisión económica con cabeza fría, optaron por la rápida salida
visceral. “A este pedazo de carbón aquí
se le termina su carrera como ajedrecista” sentenció altivo el más grande
de los tres. El triunfo con sabor a paliza que le propinó al campeón nacional
Button no les significó nada. Hubiera podido ser el inicio de un muy buen
negocio, pero los prejuicios étnicos se impusieron.
Efectivamente René empezó a encontrar obstáculos en su
carrera. Luego del categórico triunfo sobre Button, quien reconoció luego el
juego perfecto de su rival, y cuando todo hubiera hecho pensar que se le abrían
puertas, contrariamente comenzó a ver cerrados los caminos.
Fue la intervención del profesor Herkinsky que lo salvó una
vez más. Amante del ajedrez como era este buen catedrático, y muy respetuoso de
los derechos de las minorías –como judío, en su hogar también había conocido lo
que en siglos pasados su pueblo había sufrido–, sus buenos oficios consiguieron
que en la universidad donde enseñaba se organizaran algunos torneos. Por
supuesto que René era la sensación: no tenía rivales, y llegó a hacer partidas
simultáneas de más de 15 tableros. Obviamente lo más que unos aventajados estudiantes
de ajedrez lograron fue llegar a un decoroso empate el día en que René, en una
demostración de dominio pleno de este arte, compitió contra 32 tableros
simultáneos.
Si bien era cierto que la cuota de poder que tenían estos
racistas empresarios era grande, la excelencia de René era más grande y
espectacular aún. Tanto, que comenzó a abrirse camino por vías impensadas. Un
noticiero de la televisión china, sabiendo de su calidad, le dedicó un especial
de 10 minutos. Eso le cambió la vida.
La nota se difundió por todo el mundo con velocidad
vertiginosa, e inmediatamente muchísimos quisieron conocer a ese “genio sin
título de campeón”. La presión mediática fue grande, y también lo fue la de
varias empresas chinas que empezaron a organizar certámenes para promocionarlo.
La Federación Internacional de Ajedrez rápidamente tomó cartas en el asunto. El
hecho de ser el ciudadano número 8.000 millones ponía una nota de mayor interés
al asunto.
Décadas atrás, cuando Washington manejaba los hilos del
mundo en prácticamente todo, algo así hubiera sido imposible; pero ahora, con
su alicaído poderío, no tuvo más remedio que permitir esa injerencia. Tres
representantes de la Federación llegaron a New York para conocer al prodigio.
Los deslumbró. Poco tiempo después, cuando se le midió su
coeficiente Elo (la medida que se continuaba utilizando para conocer la
destreza de un ajedrecista), sorprendió a todos con el puntaje obtenido: 3.114.
Nunca jamás en la historia se había superado la barrera de los 3.000 puntos.
Sabido esto, inmediatamente la IBM –en ese entonces propiedad de un consorcio chino-alemán–
organizó una partida entre René y su más moderno y desarrollado programa
computacional. Probado en varias demostraciones, ese programa había vencido ya
a cuatro recreaciones de grandes campeones de la historia: Boris Spassky,
Tigran Petrosian, Alexánder Aliojin (Alekhine) y el cubano Capablanca. Pero no
pudo con René. Para sorpresa y admiración de todo el mundo, el haitiano –a
quien ya querían nacionalizar estadounidense, porque lo veían buen negocio–
derrotó al programa de la super computadora. Pero no sólo venció a la máquina:
lo hizo con paliza demoledora.
Formalmente no tenía el título de campeón mundial; ni
siquiera el de Estados Unidos, y mucho menos el de Haití. De todos modos, se
arreglaron las cosas para concertar una partida con el por ese entonces
monarca, el egipcio Abdul Al Rajá. De más está decir que fue una cómoda
victoria para nuestro negro ajedrecista.
Ya en la cumbre de la gloria –pero siempre manteniendo su
humildad; por lo pronto nunca compró auto propio, sólo andaba en bicicleta–,
campeón del mundo y reconocido como “la
más deslumbrante inteligencia ajedrecística de la historia”, alguna vez
quiso reencontrarse con los promotores que se habían burlado de él en el
Madison Square Garden el día de aquel encuentro amistoso con Button. En
particular, con el que le había pedido que le lustre los zapatos, el gordo de
los rojos cachetes. Su posición actual le permitió darse ese “lujo”.
Cuando finalmente se concretó el encuentro, el empresario en
cuestión llegó pidiendo perdón, tratando de explicar que “lo de aquella vez había sido un malentendido”. Enorme fue su
sorpresa cuando René le preguntó con qué pie quería comenzar. Ante la mirada atónita
del rubio grandote, el ajedrecista sacó una franela y una lata de pomada
disponiéndose para empezar el lustre. Nos contó nuestro viajero del tiempo que,
según se dijo en ese entonces y fue motivo de mofa por varios meses, el
empresario rompió a llorar y no se le ocurrió otra cosa que decir: “los negros también piensan”.
miércoles, 21 de marzo de 2018
HUELGA DE DOLORES: ¿AGUDA CRÍTICA POLÍTICA O SARTA DE MAFIOSOS?
En
el Informe “Guatemala: nunca más”, del Proyecto REMHI de la Iglesia católica,
puede leerse: “En el mes de agosto de 1989
varios dirigentes estudiantiles de la AEU fueron secuestrados y desaparecidos o
asesinados en la ciudad de Guatemala. Los intentos de reorganizar el movimiento
estudiantil, que estaba prácticamente desarticulado, se vieron así nuevamente
golpeados por la acción contrainsurgente. Las sospechas iniciales de
infiltración por parte de la inteligencia militar (EMP) se vieron posteriormente
confirmadas por varios testimonios. (…) Se invitó a un grupo de estudiantes que se habían contactado para
viajar a México, a un Encuentro de Estudiantes que se organizaba en Puebla.
Contactaron a Willy Ligorría, que era presidente de la Asociación de
Estudiantes de Derecho (…).
Ligorría fue posteriormente investigado por un estudiante quien informó sobre
sus fuertes vínculos con una ‘mara’ de la zona 18, cuyos miembros andaban
armados; siempre se sospechó que estas maras habían sido formadas por el ejército”.[1]
¿Por
qué comenzar con esa cita? Pues para mostrar cómo entender el porqué la Huelga
de Dolores, de ser una muy importante crítica social, sana y chispeante, con
gran arraigo popular, pasó a ser un cuestionable ejercicio de matonaje abusivo
y corrupción.
Durante
los años más álgidos del Conflicto Armado Interno uno de los objetivos
prioritarios del Ejército en su estrategia contrainsurgente era la
neutralización de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Objetivo que, sin
dudas, se cumplió a cabalidad. Se cumplió a un costo terriblemente alto:
cantidades monstruosas de catedráticos y estudiantes muertos y desaparecidos, o
marchados al exilio. El golpe que eso representó para la educación superior fue
muy grande. Tanto, que al día de hoy, después de más de tres décadas de esa
estrategia, la universidad pública no termina de recomponerse.
Según
lo indicado constitucionalmente, la Universidad de San Carlos “cooperará al estudio y
solución de los problemas nacionales” [elevando] “el nivel espiritual de los
habitantes de la República, promoviendo, conservando, difundiendo y
transmitiendo la cultura”. La realidad nos confronta con algo muy
distinto. De ningún modo puede decirse que la Alma mater dejó de ser para
siempre un semillero de ideas, de posiciones cuestionadoras. Pero no caben
dudas que ese espíritu crítico que la alentó en otras épocas, esa vocación de “estudio y solución de los
problemas nacionales” que dio como resultado constituirse en una
fuente de pensamiento crítico, tanto en estudiantes como en catedráticos, eso
ya no existe. Sigue habiendo producción intelectual de altura, por supuesto,
siendo la universidad que más investiga y publica en el país, mientras que
alrededor del 60% del alumnado universitario nacional pasa por sus aulas. Pero
la suma de represión sangrienta más posiciones neoliberales y privatizadoras
fueron convirtiendo a la Universidad de San Carlos, al menos en muy buena
medida, en una institución que sólo otorga títulos profesionales, no más. Y en
muchos casos, con cuestionables niveles académicos.
La
represión estuvo muy bien dirigida y cumplió su objetivo. Por ejemplo: lo que
fuera uno de los más insignes símbolos de un pensamiento contestatario y
subversivo años atrás, la AEU (Asociación de Estudiantes Universitarios), fue
transformado en un mecanismo absolutamente funcional a esa política represiva,
ahora, con mucho sacrificio, recuperado. De ahí que la Huelga de Dolores, de
insignia de la sana rebeldía estudiantil pasara a ser también, siguiendo la
evolución general de la casa de estudios, una demostración de la mediocridad
imperante.
No
puede decirse que la decadencia, cuestionable vulgaridad y violencia absurda de
toda la Huelga actual en su conjunto se explica por la cita del REMHI con la
que se abría el presente texto; pero ello marca un horizonte imposible de no
ser tomado en cuenta. La capucha de los huelgueros, por ejemplo, absolutamente
justificada cuando comenzó a usarse luego del golpe militar del 54 como una
elemental medida de protección, hoy día sólo sirve para esconder la impunidad y
la corrupción que campean en la Tricentenaria.
Tal
como están las cosas en la actualidad, la Huelga no parece tener solución; es
una demostración más del excelente trabajo que logró el Estado contrainsurgente
de décadas pasadas: neutralizar toda expresión crítica del estudiantado y de la
universidad en su conjunto. ¿Qué habrá que hacer para recuperar esa Huelga?
¿Quizá suspenderla por algunos años para retomarlo con nuevos aires más
adelante?
[1] Proyecto REMHI,
ODHAG, Guatemala, 1998. “Guatemala:
nunca más”. Informe REMHI, en su Tomo II (“Los mecanismos del horror”), Sub-tema: La infiltración.
martes, 20 de marzo de 2018
¿QUÉ ES UN DIPUTADO?
En general, un profesional de clase media, lleno de sueños de ascenso social. Dicho en otros términos: un "muerto de hambre" dispuesto a hacer cualquier cosa para "trepar".
En general alguien que, pese a poder poseer estudios universitarios, no tiene la más mínima vocación de estudiar, de profundizar acuciosamente en un tema, de investigar (independientemente que pueda mostrar muchos títulos y galardones). En otros términos: alguien reñido con la búsqueda de la verdad e impulsado por el discurso del encubrimiento, de la manipulación, del engaño (léase: talante psicopático).
Alguien que, obnubilado por el afán de "triunfar en la vida" (es decir: de imitar a los amos para quien trabaja, de gozar de algunas migajas de esos lujos), está dispuesto a hacer cualquier cosa para obtenerlo (¿vender el alma al diablo? O sea: ¿aprobar las leyes que les pidan los que les financian las campañas?, ¿mentirle descaradamente a sus electores?, ¿contradecirse sin la más mínima vergüenza cuando da declaraciones públicas?)
Una persona acrítica que defiende a muerte la continuidad del sistema para el que trabaja. Alguien que, por esa misma naturaleza conservadora, repite los patrones dominantes. Es decir, alguien que es racista, machista, autoritario, mentiroso, con doble moral, convencido que es "más", que es "mejor" porque tiene guardaespaldas o porque viaja en un vehículo lujoso, o porque lleva un reloj Rolex o toma whisky caro, alguien que se puede "golpear el pecho" en público para mantener las apariencias, alguien que, más allá de pomposos discursos politiqueros de muy mediocre contenido, justifica y defiende las injusticias que las leyes que ayuda a establecer vuelven "normales".
En otros términos: una pieza clave del sistema de opresión dominante que, nacido pobre, ansía con toda su fuerza salir de pobre, por lo que es exponente de la más patética cultura del "nuevo rico" (exhibiendo ostentosamente sus oropeles). Lo cual lo puede llevar muchas veces a conductas transgresoras (quedarse con vueltos, doble facturación de viáticos, recibir sobornos), saltándose así las mismas leyes que legisla.
lunes, 19 de marzo de 2018
domingo, 18 de marzo de 2018
sábado, 17 de marzo de 2018
¿QUÉ ES LA EQUIDAD DE GÉNERO?
Igualdad para mujeres y varones en todo
sentido:
- equidad en las cuotas de
poder
- equidad en el acceso a
los beneficios del desarrollo
- equidad en derechos y
responsabilidades
- equidad en las decisiones
sobre el propio cuerpo
Quizá teniendo claro esto, se puede
trabajar DE VERDAD en la lucha contra el patriarcado (una de las tantas
iniquidades que pueblan la vida humana, junto a las injusticias económicas, las
étnicas, la asimétrica distribución de poder).
Si no, se corre el
riesgo de quedar entrampado en acciones confusas, quizá inconducentes: ¡SANTA VULVA
SÍ O SANTA VULVA NO! (decir “matria” en vez de “patria”, o “sororidad” en vez
de “fraternidad”), acciones que, al final del día, no contribuyen tanto, o nada
(porque pueden confundir) a luchar contra el patriarcado.
Pero que hay que luchar
denodadamente contra el patriarcado… ¡está fuera de discusión!
viernes, 16 de marzo de 2018
¿Y SI SE JUNTAN FIRMAS PARA PEDIR EL RETIRO DE FUNCIONARIOS CORRUPTOS?
Recientemente el Procurador
de Derechos Humanos, Jordán Rodas, se vio envuelto en un confuso episodio
ligado a una reivindicación feminista. En forma oportunista, los diputados más
conservadores del Congreso montaron un patético espectáculo donde, golpeándose
el pecho y clamando por la defensa de la grey católica, encontraron un
argumento para cobrarle la factura pendiente al magistrado de conciencia, quien
vez pasada defendió la permanencia del Comisionado de la CICIG, Iván Velásquez.
Tan bien montaron el
show que, manipulando sensibleramente la religiosidad popular, están juntando
firmas para pedir la destitución del Procurador.
Ante tan grotesca
maniobra, ¿no se podría repetir la acción (dándole otro sentido) y juntar
firmas de la población exigiendo juicio y castigo de tanto funcionario
corrupto?
jueves, 15 de marzo de 2018
¿QUIÉN MATÓ AL CAPITÁN BYRON LIMA?
Confuso, muy confuso….
Según Wikipedia: “Fue
asesinado en la cárcel de Pavón, en el municipio de Fraijanes, el 18 de julio
de 2016 en un confuso incidente en el que hubo disparos con armas de grueso
calibre, la explosión de una granada, la toma del control de la prisión por
parte de los reos por varias horas para poder limpiar la escena del crimen, e
incluso la muerte de una modelo argentina que se encontraba visitando a Lima
Oliva en su habitación. Con toda candidez, los funcionarios del Ministerio de
Gobernación de Guatemala declararon esa misma tarde que desconocían los
pormenores del ataque, que no pudieron ingresar al penal por el amotinamiento
de los reos y que no sabían cómo se ingresaron ni qué se hicieron las armas que
se utilizaron para perpetrar el hecho. La premura con la que se procedió con su
sepelio -tan solamente un día después de su asesinato y sin dar tiempo para que
se hicieran las investigaciones forenses pertinentes- hizo que varios sectores
dudaran de la autenticidad de su muerte.”
«No se
olviden los que saben lo que yo sé», declaró Byron Lima al ser capturado por la
CICIG en 2014.
¿ALGUIEN CON MUUUUUCHO PODER Y QUE NO
QUERÍA QUE EL MILITAR HABLARA?
miércoles, 14 de marzo de 2018
martes, 13 de marzo de 2018
TODO LO QUE USTED SIEMPRE QUISO SABER SOBRE LAS BRUJAS DE SALEM Y NUNCA SE ATREVIÓ A PREGUNTAR
Leer escuchando el Aleluya del Oratorio El Mesías, de
Haendel, como fondo (funciona como antídoto).
Alice Parris quería
reivindicar el buen nombre de la familia. 300 años atrás, su antepasado, la
esclava negra Tituba, de desconocida procedencia –¿del África?, ¿de La
Martinica?– había sido condenada por bruja en el pequeño pueblo de Salem,
Massachusetts, en 1692. Cabe decir que Alice llevaba el apellido de quien fuera
el amo de Tituba allá por fines del siglo XVII, cuando tuvieron lugar los
hechos tristemente célebres del poblado: el reverendo puritano Samuel Parris.
Era costumbre que los esclavos tomaran el nombre de sus amos. Así fue como se
constituyó la familia Parris con gente negra, paralelamente a los Parris
blancos, provenientes de Irlanda, previo paso por las Antillas, todos devotos
puritanos. Obviamente los negros eran los esclavos de los blancos.
Hoy Alice era guía
turística. En todo su linaje se había mantenido el color negro, pues nunca
había habido cruce con personas blancas. Los Parris negros eran ya una
legendaria familia en el Salem actual. Varios de ellos habían llegado a la
universidad. Y uno en particular –Oswald– había amasado una considerable
fortuna con su tienda de electrodomésticos. El padre de Alice tenía una modesta
imprenta, con la que no vivían mal.
Los Parris blancos,
por el contrario, descendientes directos de aquel viejo reverendo llegado a
Salem desde las islas del Caribe trayendo como esclava a Tituba junto a su propia
hija Elizabeth y a su sobrina Abigail Williams, no habían tenido la mejor de
las suertes. Peso a ello, la familia se fue quedando en el poblado y, andando
el tiempo, ya nunca se fue. Por supuesto, siguieron siendo consecuentes
puritanos, rígidos en sus creencias. Hoy, la que se consideraba la más directa
representante de la familia Parris blanca, Candy, también trabajaba como guía
de turismo, para el caso bajo las órdenes de Alice.
Ésta, casi como
historiadora/detective/arqueóloga aficionada, estaba empeñada en aclarar esa
oscura historia que continuaba siendo motivo de fascinación…, y también de
vergüenza. La prácticamente totalidad de quienes visitaban el poblado lo hacían
por las resonancias que había con toda la historia de los famosos juicios del
siglo XVII. Si por algo era conocido Salem era por su historia de brujas.
Todo eso era motivo
de cierta sonrisa cómplice entre sus habitantes. Nadie creía realmente en
brujas, aquelarres ni alianzas con el demonio. No creían…, pero nadie lo negaba
categóricamente. En realidad, eso hacía parte de un pacto secreto. En muy buena
medida la economía del poblado dependía de los turistas que venían “a ver
brujas”; por tanto, mejor no negarlo, mejor seguir la corriente. A nadie hacía
mal, y por otro lado, era hasta divertido. Para Halloween las ganancias se
disparaban exponencialmente. ¿Quién se querrá perder eso?
La rivalidad entre
las dos familias Parris era histórica. Asentaba, por supuesto, en un racismo
profundo que recorría buena parte del país, por no decir todo. La gente negra
traída del África siglos atrás, aún al día de hoy, aunque hubiera obtenido
cierto éxito económico como estos Parris, era discriminada. Alguna vez Candy
dijo –cosa que llegó a oídos de Alice, y la desesperó– que ella, Candy, era “pobre pero no negra”.
“¡Bruja hija de puta!”, fue la reacción de la aludida. “Bruja… ¡y racista!”
En realidad lo que
Alice buscaba afanosamente era limpiar la historia truculenta que acompañaba a
su familia. O, en todo caso, buscaba venganza. La esclava Tituba era el punto
de partida de la pelea.
Tres siglos atrás
había tenido lugar el elemento desencadenante, y desde ese entonces eran más
las cosas no dichas, lo silenciado, que lo que realmente se decía en el pueblo.
Existía ese tácito acuerdo de silencio porque, en definitiva, la mentira urdida
daba dinero con el turismo. Y en un país como Estados Unidos cualquier cosa se
debe dejar de lado anteponiendo el dinero como lo primero. Si ahí hay un dios
(¡o un diablo!) todopoderoso, es el dinero. “Poderoso
caballero es don dinero”, gustaba de citar Alice en un muy buen español,
dado que hablaba perfectamente esa lengua (igual que el francés) para su
trabajo de guía turística.
Las confesiones de
Tituba tres siglos atrás habían sido el disparador de esa cacería de brujas que
se dio por un determinado período en Salem. Las hipótesis para explicarlo, al
menos hoy día, eran varias. Quizá el clima de loco puritanismo, de fanatismo
religioso en que vivía la población por aquel entonces había permitido esa
andanada de denuncias, de ver brujería y demonios por todos lados. Casualmente,
siempre las acusaciones iban para gente pobre. Cuando comenzaron a aparecer
denuncias sobre connotados del pueblo, los juicios terminaron.
También se dijo que
toda esa histeria colectiva respondía a rivalidades entre familias poderosas
que se disputaban cuotas de poder, fundamentalmente entre los Putnam y los Porter, a la sazón los más distinguidos
de aquel entonces. Las
denuncias eran, en ese sentido, “pasadas de facturas”, métodos de presión,
arteras armas en una despiadada lucha a muerte para acabar con el otro. Esa
gigantomaquia, en definitiva, se servía de algunas víctimas sacrificiales, que
para el caso eran las supuestas brujas y brujos que pululaban (o que se
inventaban) por el Salem de aquellas épocas.
Toda esa persecución,
esa inquisitorial locura colectiva desatada, tenía también como fundamento una
misoginia de base, muy propia de la época, que sólo siglos después había ido
cediendo, no desapareciendo, pero sí al menos atemperándose. El machismo, igual
que el racismo, estaba en la génesis de toda esa fiebre generalizada.
Existía otra teoría
aún, que reforzaba las anteriores explicaciones: la población podía haber sido
víctima del “Fuego de
San Antonio” o “Fuego del infierno”, lo que hoy día, con un lenguaje científico, se llamaría
ergotismo. Es decir, una intoxicación causada por el ergot o cornezuelo (Claviceps purpurea), hongo
que contamina el centeno, y con menor frecuencia el trigo, la avena o la
cebada, y que se ingiere al comer pan preparado con alguno de esos cereales corrompidos.
De ese hongo deriva la ergotamina, con lo que en la actualidad se elabora el
ácido lisérgico. En otros términos: los habitantes de Salem en 1692 habrían
sufrido alucinaciones al igual que si en la actualidad hubieran utilizado LSD. Dado
que lo dominante por aquella época era el espíritu religioso, con una fuerte dosis
de fanatismo como había, tales visiones permitían ver brujas por todos lados.
Lo cierto es que, sin
saberse a ciencia cierta por qué sucedió esa cacería en aquel año fatídico, la
historia del pueblo atesoraba ese secreto. Nadie creía en verdad que se tratara
de brujas; esas eran las habladurías populares que, al día de hoy, aseguraban
el movimiento turístico. ¿Quién podría creer en brujas en la actualidad?
Alice.
Ella, profunda
estudiosa de estos fenómenos, era la única de su familia que seguía
consecuentemente la pelea entre los dos clanes Parris. Sabía, por tradición
oral y por haber desempolvado viejos documentos, que en el momento de los
históricos juicios había habido peleas a muerte entre dos brujas, y que esas
antiguas luchas estaban marcadas en el destino que esos combates mantendrían
por los tiempos de los tiempos en Salem.
Pero sabía también que
las peleas entre brujas ¡son descomunales! Las peores de todas, abominables,
terribles. El diablo se regocijaba de ello…, según decía la tradición. No había
cosa que lo excitara más que ver dos de sus mujeres peleándose por él. Estaba
claro que en el clan Parris negro la bruja en cuestión era la desaparecida
Tituba. Pero no se tenía certeza sobre quién lo era en el grupo Parris blanco.
Alice estaba obsesionada con eso. Sabía, pero más aún: lo sentía, pues la
sangre le hervía y había algo visceral que se lo marcaba, que esa lucha estaba
recomenzando con una fuerza infinitamente aumentada.
Puntillosa escudriñadora
de todo esto como era, en una de sus incansables lecturas había descubierto en
un pasaje del Malleus Maleficarum,
también conocido como “Martillo de las brujas”, publicado en latín en
1487 por los monjes inquisidores dominicos de origen
alemán Heinrich Kramer y Jacob Sprenger, que las brujas, al ser sometidas a juicio, si no
mueren, entran en un período de hibernación por 300 años. Luego de ese tiempo,
reaparecen. Y su poder, acrecentado por los años de espera, es más maléfico que
antes. En el momento que sucedía esta historia que ahora relatamos, se acababan
de cumplir esos años, los tres siglos. Por tanto, alarmadísima, Alice se puso a
trabajar denodadamente para terminar de una vez con ese regreso de esta impía mujer
de Satán.
Entre brujas, en
general, se defienden, se apañan; incluso hasta pueden mantener relaciones
carnales. Las escobas, además de vehículo, sirven para eso. Es muy raro que se
denuncien. Sin embargo, ello puede pasar. Es casi excepcional, pero sucede.
Ello se debe a amores excesivamente grandes de su amo, el demonio, compartido
por igual con dos de sus pupilas al mismo tiempo. En esos casos, raros pero no
imposibles, no es el mismo demonio el que decide la suerte de las enfrentadas,
sino que la pugna queda en mano de las mismas brujas. Y en esos casos, se vale
todo. De ahí que puede llegarse al extremo que una bruja, por supuesto con
apariencia no brujeril, denuncie a su contrincante ante un tribunal religioso
–de la religión enfrentada con el dios Lucifer, por supuesto–.
Nadie lo expresaba
con exactitud, pero era conocido en todo Salem, al menos por las familias más
tradicionales, que la esclava Tituba, acusada por Elizabeth Parris y Abigail
Williams de cometer brujería en su contra, en realidad nunca fue juzgada. Sólo
pasó una breve temporada en la cárcel y luego, misteriosamente, había
desaparecido. Pero en verdad –así lo decía el libro citado en alguno de sus
perdidos rincones, como glosa marginal– que en esos casos de denuncia, quien se
fortalecía luego del proceso (en esta situación, con la espera de 300 años) no
era la bruja atacada… ¡sino la atacante!
Tituba había sido la
atacada. Luego del suplicio aplicado por su amo, el reverendo Samuel Parris –se
dice que le introdujo un hierro candente en la vagina para hacerla hablar–
confesó su pacto con Lucifer. Entre gemidos y aullidos aterrorizadores, con
espuma en la boca reveló –así constaba en las actas de uno de los juicios; no
el suyo, sino el de otra presunta bruja: Sarah Osborne– que volaba en su
escoba, que mantenía relaciones sexuales pecaminosas (coito anal) con el
diablo, que había devorado a cuatro de los hijos nacidos de esos encuentros, y
habló de sacrificios con animales como perros negros, cerdos con cola bífida, ratas
rojas y lobos que vociferaban palabras humanas sicalípticas y escupían leche mezclada
con sangre.
Lo que le resultaba
más curioso a Alice es que las supuestas embrujadas por Tituba –Elizabeth y
Abigail– nunca fueron exorcizadas, y en ningún lado constaba cómo salieron del
embrujo. Se supone que, de haber sido cierto el efecto del hechizo de la negra
esclava, ambas jovencitas deberían haber pasado por una cura, un antídoto para
“desintoxicarse”. Pero nada de ello constaba en ningún documento. “¿Cómo salieron del hechizo?”, se
preguntaba insistente.
Eso había llevado a
pensar a Alice que no había tal hechizo (entre brujas no funcionan los
hechizos, eso es ya largamente sabido). Era bastante obvio que había sido todo
un montaje de las muchachas, seguramente con apoyo de su familia, para forzar
un juicio con Tituba. Evidentemente la actuación había funcionado. Los gritos,
contorsiones y convulsiones de las jóvenes habían impresionado al público y a
los jueces; todo ello era motivo suficiente para enjuiciar a la esclava del
reverendo Parris. Era obvio también que el reverendo era parte del plan. De lo
que se trataba, en definitiva, era de demoler a la rama negra de esas mujeres
de Satán que venían de las Antillas. Las únicas esposas legítimas del Rey de
las Tinieblas querían ser las Parris blancas. Candy era la descendiente directa
de esa tradición. Por eso, había podido llegar a deducir Alice, había que
eliminarla a toda costa ahora que los tres siglos de espera habían culminado.
Cuando Alice lo habló
con su padre, el tipógrafo Bruce Parris, dueño de una pequeña imprenta
artesanal –Lucy Fer Graphics Workshops–, éste rió benevolente.
“No, hija. Me parece que estás desvariando. Ya quedó más que
demostrado que aquella que dicen que fue nuestra antepasada, la esclava Tituba,
sólo para seguirles la corriente se declaró bruja. ¡Pero las brujas no existen!
Sucede que en aquel entonces, todos unos fanáticos fundamentalistas, veían
apariciones por todos lados. ¿Quién podría haberse resistido a esas torturas
como dicen que le hizo el reverendo? ¡No hay brujas, Alice! ¡No las hay!
Quitémonos todas esas pamplinas de la mente, mi amorcito”.
Esas palabras, así
como entraron por una oreja en la cabeza de Alice, salieron por la otra sin
dejar la más mínima huella. Su convicción respecto a la historia que se había
ido forjando en relación a los pactos con Satán era total, absoluta. Tal como
lo era su desprecio –y ahora su temor– por Candy, su empleada blanca, con la
que compartía similar apellido.
Candy, en realidad,
era una tímida joven veinteañera; trabajaba como guía turística y tenía un
novio con el que planeaba casarse y tener tres hijos. Alice tenía 33 años, “la edad de Jesús de Nazareth, ese
circuncidado rey de los judíos cuando fue crucificado por subversivo” según
gustaba decir. Era soltera, y nunca se le había conocido pareja. La timorata
empleada casi no hablada con su jefa. Cuando se dirigía a ella, siempre con
sumo respeto, solía ponerse toda roja de la vergüenza. Ni siquiera se le podía
cruzar por su imaginación que su superior la detestaba de la forma que lo
hacía. Mucho menos que albergaba contra ella todas esas ideas de venganza, de
retaliación. Hubiera muerto de terror de enterarse que quería repetir con ella el
suplicio del hierro candente utilizado por el reverendo Parris en 1692. De
haber sabido que Alice quería lavar el nombre de Tituba, una esclava muerta
hacía 300 años, seguramente hubiera echado a reír…, o se hubiera marchado sin
decir palabra quizá, entre horrorizada y consternada.
“Se hace la santita, pero es la peor de las peores concubinas
que ha tenido nuestro Padre Todopoderoso, el Gran Lucifer, Amo y Señor nuestro
y de nuestras vaginas”, vociferaba Alice en la mesa familiar. Ya habían comenzado a
pensar en su círculo cercano la posibilidad de una internación en algún
hospital psiquiátrico, cosa que, por supuesto, no iba a resultar fácil.
Alice preparó las
condiciones para “el gran día”, como dio en llamarlo. Según documentos
desempolvados quién sabe de dónde, afirmaba que tenía que ser el segundo
miércoles del mes. Para la ocasión, tenía que estar ataviada convenientemente.
Por tanto, ese día llegó a su trabajo más temprano que lo habitual y se encerró
en su oficina. Se vistió con una toga color púrpura, lo cual llamó mucho la
atención luego, cuando se la encontró. Llevó también una pequeña estufa
eléctrica con la que calentó el hierro sacrificial hasta ponerlo al rojo vivo.
Con unas tenazas pensaba retenerlo, para cuando comenzara la operación
planificada. A tales efectos preparó sendas tazas de café; la destinada a Candy
tenía suficiente soporíferos para dormir a tres elefantes, como mínimo. A las
8: 35 de las mañana, unos minutos después de abierta la agencia y cuando se
informó que ya su empleada había llegado, la mandó a llamar a su despacho con
cualquier excusa. Candy, temblorosa, se presentó de inmediato.
Lo curioso es que
nadie la vio salir. La taza destinada a ella no había sido tocada, y el hierro
candente, increíblemente retorcido, se alojaba en la sangrante vagina de Alice,
no en la de Candy. El médico forense de la policía, a eso de las 9 de la
mañana, estimó que hacía una media hora que había sucedido el hecho. Nadie
escuchó gritos, nadie sintió forcejeos; nada había fuera de su lugar en la
oficina de Alice. Solamente su cuerpo con ese hierro clavado, todavía algo caliente
cuando la encontraron.
Lo llamativo fue el
papel hallado junto al cadáver. Era una fotocopia de un libro que se suponía
bastante antiguo. Luego los investigadores del FBI pudieron determinar que se
trataba del “Malleus maleficarum”. La fotocopia presentaba un texto en latín,
abajo del cual se veía una traducción al inglés escrita a mano, en color azul.
Algunas empleadas de la agencia de viaje, sin poderlo asegurar de modo
categórico, dijeron que creían era la letra de Candy. El texto de marras decía:
“Las brujas de la clase superior engullen
y devoran a los niños de la propia especie. (…) Ésta es la peor clase de brujas que hay, ya que persigue causarle a sus
semejantes daños inconmensurables. (…)
Entre sus artes está la de inspirar odio y amor desatinados, según su
conveniencia; cuando ellas quieren, pueden dirigir contra una persona las
descargas eléctricas y hacer que las chispas le quiten la vida, así como
también pueden matar a personas y animales por otros varios procedimientos”.
Lo más inexplicable
fue la inscripción encontrada en la ropa interior de Alice; era sangre –luego
se pudo determinar que porcina–, y en inglés rezaba: “¡Volví!”
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