1.
RENUNCIA
A: Y, ¿cómo fue que
pudiste conseguir ese trabajo en la ONG? No tienes título universitario,
¿verdad? ¿Cómo hiciste?
B: Uy… es largo de
explicar. Y me duele cada vez que lo relato.
A: ¡Tranquila! No es
necesario que lo cuentes entonces.
B: No, no…
¡Quiero hacerlo de todos modos! Es doloroso, pero siempre es bueno decirlo. Y
cada vez que lo hago, se me ratifica más la necesidad de cambio. Pues bien… ¿te
acordarás de la visita esa que hizo la princesa rubia aquella a nuestro país
hace como tres décadas?
A: Sí, claro. La
parásita esa que vive gracias a lo que nos roban a nosotros.
B: Exacto. Como todos
los reyes europeos. Pero, bueno… esa vieja llegó hace años a nuestra aldea,
rodeada de un millón de guardaespaldas, por supuesto. Y por supuesto, tampoco
probó bocado de nuestra comida. ¡Ni agua quiso tomar! Traían cientos de
botellas.
A: ¿Seremos perros
sarnosos?
B: Así
parece. Lo cierto es que llegó hasta mi madre, que era mamá soltera con cuatro
hijos, en ese entonces, y había perdido una pierna, producto de una mina
antipersonal sembrada durante la guerra.
A: ¡No sabía eso!
B: Sí, así fue…
Pobrecita. Le tocó duro a mi viejita. Mucho más que a esta princesa, que viaja
con no sé cuántas damas de compañía, y tiene un vestido para cada día del año.
Y nunca jamás en su perra vida vivió como nosotras.
A: ¡Qué infamia! ¿no?
Y todavía tienen el descaro de venir al África, después que nos hicieron
mierda, a fotografiarse con estos “exóticos” negritos.
B: Sí, es
deplorable… Pues bien: yo era una de las hijas de esa pobre mujer. La tal
princesita, sacada de los cuentos de hada, llegó a nuestro caserío y nos sirvió
un plato de comida a todas. Éramos como cien niñas. Fue un asqueroso gesto
demagógico.
A: Creo haber visto
esa foto muchas veces.
B: Seguramente. Se
hizo famosa. Bueno… y la historia continuó. Años después, de una de esas
llamadas agencias de cooperación, como yo era quizá la más movediza de los
hijos -siguió teniendo, llegó a ser madre de once niños- me ofrecieron entrar
en la ONG.
A: ¿Por qué motivo?
B: Porque
yo era como un símbolo. Me usan.
A: Pero, ¿pagan bien?
B: Sí, sin dudas. Te
compran el silencio con eso.
A: ¿Estás cómoda
allí?
B: ¡Para
nada! Me siento una traidora de mi gente. Pronto voy a renunciar.
2.
ISLA
DESPOBLADA
El yate, de
5 millones de dólares, partió del puerto de B. con 12 personas a bordo.
Viajaban su propietario, el excéntrico multimillonario M., con algunas amigas y
amigos, además de la tripulación: el capitán, dos marineros y un grumete.
Después de dos días de navegación, se desató inesperadamente una terrible
tormenta que terminó hundiendo la nave. Por avatares del destino, solo pudieron
salvarse M. y el joven aprendiz de marinero, J., de tan solo 18 años. A duras
penas ellos dos pudieron llegar hasta una muy pequeña isla despoblada. Allí
empezaron su sobrevivencia. Después de un par de semanas en la más grande
precariedad, esperando siempre algún barco salvador, un pajarito escuchó este
diálogo, que ahora nos relató:
A: Muchacho, tráeme unos cocos más.
Hoy me quedé con hambre.
B: ¿Sabe una cosa? Estaba pensando por
qué tengo que hacerle yo todas estas cosas.
A: ¿Cómo por qué? ¿No eres el ayudante
acaso? ¿No estás para eso?
B: Bueno…, en el barco así era. Pero
aquí estamos los dos de igual a igual, como náufragos.
A: Uy… ¿qué te pasa? ¿Desde cuándo esa
rebeldía? Pero ¿acaso no se te paga para que nos atiendas?
B: ¿Pagar? ¿Usted me va a pagar en esta
isla desierta? ¿Acaso soy su empleado?
A: Bueno…, así son las cosas, ¿no? Así
son las reglas de juego, te guste o no te guste. Eres pobre y yo soy el dueño
del yate. Soy yo el que tiene los billetes. No te olvides nunca de eso,
muchacho.
B: Yo diría que… ¡tenía! los billetes.
Aquí, en esta soledad, somos los dos iguales. Y ni siquiera somos iguales,
porque yo soy más joven, más fuerte, estoy mejor preparado para sobrevivir. En
realidad, aquí no somos iguales: soy yo un poco superior. Al menos para
soportar esta vida.
A: Pero no tienes una abultada cuenta
bancaria. Esa es la pequeña diferencia…
B: ¿Cuál cuenta? Aquí eso no existe, M.
Aquí estamos los dos semi desnudos, y el más fuerte, que soy yo, es el único
que puede treparse palmeras para buscar cocos, o ir a pescar con ese
improvisado arpón que hice. Si aquí hay alguna diferencia, la hay a mi favor.
¿De qué billetes me habla?
A: Cuando nos rescaten volveremos a la
normalidad. Y tú seguirás siendo grumete, marinero a lo sumo, pescador. Si te
va bien: capitán de un pobre barquito pesquero, cuando envejezcas. Yo, en cambio,
volveré a mi pent house, a mi limusina, a mi jet privado… ¡Esa es la
normalidad!, y no lo que estamos sufriendo aquí.
B: Sí, claro… Si tiene la suerte de
sobrevivir aquí volverá a “esa” normalidad. Porque ahora la normalidad es esta,
donde usted come gracias a mi trabajo. O sea: sobrevive si a mí se me ronca el
culo de seguir pescando y bajando cocos para usted. Acuérdese, M., que desnudos
y medio barbudos como estamos, es decir: como dios nos trajo al mundo, no hay
diferencias. Las limusinas, las joyas y las cuentas bancarias son accesorios
que no nos definen. Nada de
eso se lleva al más allá.
A: ¡Comunista había salido el muchacho!
B: No sé cómo se llamará eso…, pero es la pura, absoluta y
descarnada verdad. ¿O las diferencias las da un Rolex de oro?
3.
SORPRESA
A: Queríais hablar
conmigo, ¿verdad Sor Rita?
B: Sí, madre
superiora. Por favor….
A: Bueno, os escucho.
B: Es que…, me da
mucha vergüenza. No sé por dónde empezar.
A: Vamos, vamos
hermana… No temáis. Desembuchad. Vamos… ¡O escucho!
B: Sucede que… he
pecado.
A: Aha. ¿Qué habéis
hecho?
B: Tuve una
mala acción, de la que me arrepiento mucho. Estoy avergonzada.
A: Bueno, tranquila,
Sor Rita. Decidme: ¿cuál fue vuestro pecado?
B: Es que…, es que….
Me permití besar en la boca con Sor Mercedes.
A: ¡¿Sor Mercedes?!
La muy desgraciada… Zorra de mierda.
B: Pero,
¿por qué decís eso, madre superiora?
A: Esa ramera me
había prometido que solo conmigo estaría.
B: ……
4.
DUPLICACIÓN
A: Yo soy niña arco
iris.
B: Ah, ¡qué
bien…. ¿Y eso qué significa?
A: Es la persona que
nace después que la madre tuvo un aborto.
B: O sea que naciste
después de un niño que no nació.
A: Exacto. Mi mamá
perdió un bebé antes que yo naciera.
B: ¿Cómo lo
supiste?
A: Lo descubrí a
partir de mi psicoterapia, con mi psicólogo. Y luego, informándome, hablando
con una tía.
B: ¿Cómo es eso? No
te entiendo.
A: Mi vieja siempre
me decía que yo soy su arco iris.
B: ¿Y eso?
A: Yo no entendía.
Pensé que me quería decir que yo era hermosa, una suma de colores, algo bello
como el arco iris. A quién no le gusta el arco iris, ¿no?
B: Sí, es
cierto. Pero… ¿qué es lo que descubriste? ¿Te molestó ese descubrimiento?
A: Bueno, sí… Me
molestó un poco. Porque alguna vez, después de tanta preguntadera de mi parte,
me confesó que había habido otra niña antes que yo.
B: Aha,
¿entonces?
A: La muy hija de
puta me puso el mismo nombre que a la muerta.
B: ¿Cómo es
eso? ¿Y tu papá qué dijo?
A: Soy hija de madre
soltera.
B: ¿Y por
qué hizo eso tu vieja?
A: No lo sé. Pero ya
no se le puede preguntar.
B: ¿Murió?
A: ¡La maté a la muy
perra!
B: ¡¿De
verdad?!
A: Claro, por eso
estoy acá, en la cárcel. Aquí no te ponen por bonita.
B: Pero, ¿por eso te
la tronaste?
A: Por supuesto. ¿A
quién le va a gustar ser el reemplazo de alguien? Cuando descubrí por qué mis
primos me decían Adela dos, no aguanté. Siete puñaladas le metí.
B: Como los
colores del arco iris.
5.
EN EL
CONFESIONARIO
A: Padre, he pecado.
B: ¿Qué hiciste,
hijo?
A: Maté.
B: ¿Estás
arrepentido?
A: Un poco. Pero…,
era mi trabajo.
B: ¿Tu trabajo?
A: Sí, padre: soy
militar. Estamos en guerra.
B: ¿Te consideras un
buen hombre?
A: ¡Por supuesto! Soy
buen cristiano, buen padre de familia, defensor de nuestros valores
occidentales… Pero a veces siento que los comunistas también son seres humanos,
y me agarran esas culpas.
B: No te preocupes;
reza diez padrenuestros y el Señor te acogerá gozoso.
A: Gracias. Padre:
no me reconoce, ¿verdad?
B: No. ¿Quién eres?
A: El general
Francisco Franco.
B: ¡¿El
generalísimo?!... Con dos padrenuestros es suficiente, Excelencia.
6.
CAFECITO
A: Mi amigo, se acaba
de pasar el semáforo en rojo.
B: Sí, ya
lo sé agente. Sí, ¡qué vergüenza! Yo nunca hago eso…, pero esta vez estoy en
una situación especialísima.
A: ¡No me diga! ¿Y
cuál es la excusa?
B: Créame, agente: no
es excusa. Voy apuradísimo porque estoy desesperado.
A: ¿Sí? ¿Y qué lo
desespera tanto?
B: Lo que
le acaba de pasar a mi señora. Entraron ladrones a la casa, y me dice que la
violaron.
A: ¿De verdad? Uy…
¡pobrecita!
B: No se burle,
agente. ¡De verdad! Recién me acaba de llamar, y lloriqueando me lo contó.
A: Mire: no se lo
puedo creer, pero veo que se la supo ingeniar bien. La verdad es que lo
felicito. Hasta voy a hacer como que se lo creo. Déjese algo para el cafecito y
se me va a la chingada.
B: ¡Buena
onda, poli! Aquí le dejo un billetito para el café. Muchas gracias. De verdad
que se lo agradezco. Y le juro que no se va a volver a repetir la infracción.
A: ¡No, maestro! ¿De
qué viviríamos nosotros entonces?