lunes, 29 de abril de 2019

EL SOMBRERO ROJO




Un martes por la tarde en aquel lejano 1940 llegó al pueblo. Hacía mucho calor, y el polvo del camino se le había pegado al cuerpo con la transpiración.

Buscó algún hotel con la esperanza de poder darse una ducha y refrescarse un poco. El calor y la suciedad lo tenían desesperado. Pero después de dos búsquedas infructuosas, en el tercer hotel que visitó y donde sí encontró habitación, no había agua.

Se resignó: seguiría sucio. Al menos, ya tenía dónde pasar la noche. En compensación, tomaría algo fresco. Fue al bar contiguo a la pensión y pidió cerveza bien helada. Para aumentar su disgusto le dijeron que desde un día atrás estaba cortada la energía eléctrica, y que en todo caso podían ofrecerle cerveza a temperatura ambiente con cubitos de hielo. Le pareció espantoso, pero no habiendo otra cosa…, aceptó.

La llegada al pequeño pueblo no había sido muy triunfal precisamente. No esperaba un recibimiento apoteósico, por cierto. Pero sí algo más de gratificaciones. Sucio, empapado de sudor y polvoso, tomando cerveza tibia enfriada con trocitos de hielo –parecía orín, pensó– y molesto por la falta de electricidad, ese día prefirió acostarse lo más pronto posible. Mañana quizá las cosas irían mejor.

El miércoles despertó con energía. Como siempre, alegre ante cualquier adversidad, su proverbial esperanza volvía a renacer. Pensó cómo haría la campaña publicitaria.

Megáfono en mano, a bordo de su destartalado Ford modelo 28 y siempre con su infaltable sombrerito rojo, comenzó a rodar por las polvorientas calles anunciando el evento.

“¡Este domingo, después de misa de diez, en la plaza central del pueblo, no se pierda la espectacular presentación del Gran Dioso!”

Lo llamativo del anuncio concitó la atención. Los rumores comenzaron a propalarse.

Esa tarde, de un calor insoportable y sol rajante, después de la siesta volvió a salir con su vehículo redoblando la invitación. “¡No se lo pierda: este domingo, después de misa de diez, extraordinaria presentación del nunca visto Gran Dioso!”

Nadie sabía exactamente de qué se trataba. Lo curioso del nombre atraía tanto como lo insólito de la oferta: ¿qué sería lo que haría este tipo?

Una vez más, el jueves por la mañana salió a anunciar la función. Los corrillos en el pueblo no paraban. Lo habían bautizado “El del sombrerito rojo”, porque eso era lo más llamativo de su figura. En realidad, no tenía nada de particular, de grandioso, más allá del provocativo nombre. Gordito, de baja estatura, cara inexpresiva y piernas arqueadas, su aspecto no era muy atlético. No tenía nada que llamara la atención como personaje de circo. En todo caso, parecía más un viajante llegado al pueblo a ofrecer productos cosméticos, o ropa, o quizá medicinas. Fuera de su particular sombrero, nada en él provocaba asombro.

Aunque sí lo provocaba lo que venía anunciando.

Tanto asombro provocaba que ese mismo jueves, al mediodía, fue visitado por el alcalde y el jefe de policía, junto a dos agentes, en el restaurante donde se había sentado a almorzar. La conversación fue amable, aunque para las autoridades del pueblo no sirvió mucho como aclaración. No quedó claro exactamente en qué consistiría el espectáculo ofrecido. Lo único que lograron, cosas que los tranquilizó bastante, fue arreglar que un cuarto de lo recaudado quedaría para la municipalidad.

En realidad nadie sabía si era legal o no poder cobrar entrada para un espectáculo público en la plaza. De todos modos ni el alcalde ni el comisario se opusieron al cobro de una entrada, dado que parte de esa recaudación volvería al pueblo. Bueno, al menos… eso prometió dar el forastero, y nadie supervisaría el hecho, por lo que… una sonrisa picaresca iluminó la cara de ambos funcionarios.

Prometieron que le facilitarían las cosas, y para el domingo se dispondrían bastantes sillas en la plaza, para que se acomodara una buena cantidad de público. La propuesta no pareció entusiasmarle demasiado al Gran Dioso, pero tampoco se opuso. Amigablemente se separaron, y nuestro héroe, después de una rápida siesta, volvió a su campaña promocional.

Ese jueves, y también el viernes por la mañana, continuó con la misma prédica, anunciando que el domingo sería el “gran espectáculo”, pero sin dar detalles de en qué consistía. Recién el viernes a la tarde comenzó a develarse el misterio. La gente del pueblo quedó boquiabierta.

“El domingo por la mañana, después de misa de diez, el Gran Dioso se disparará una bala de cañón ante todo el público. ¡El Gran Dioso no tiene miedo a nada, ni siquiera a los cañones!”

La población no sabía cómo reaccionar, si eso era una broma de mal gusto, una provocación, la invitación a la más arriesgada prueba de circo nunca vista, o simplemente la locura de un chiflado que había aterrizado por ese pueblo. Se empezaron a tejer las más diversas –y disparatadas– conjeturas. Rápidamente, el visitante fue rebautizado como “el loco del sombrero rojo”.

El sábado por la tarde el clima humano del pueblo era una mezcla rara de furor, fascinación y cierto toque de miedo. Nadie entendía a ciencia cierta de qué se trataba todo esto. El alcalde y el jefe de policía, consultados insistentemente sabiendo que se habían entrevistado con el forastero –por lo que, se suponía, debían estar mejor informados– no dieron ninguna pista concreta sobre lo que estaba en juego. No la dieron, porque simplemente no sabían de qué se trataba todo.

El domingo por la mañana el pueblo despertó en un verdadero estado de ansiedad generalizado, de conmoción. Había llegado gente de pueblos vecinos incluso, enterada ya del magno evento. En la misa de diez, el cura párroco hizo alguna alusión al hecho. No lo alabó, pero tampoco lo fustigó. Indirectamente invitaba a la feligresía a asistir a la plaza. La curiosidad general se desbordaba.

A las once de la mañana, bajo un sol rajante, todo estaba listo para el esperado espectáculo. El Gran Dioso muy temprano, antes de misa de seis, había colocado un pequeño escenario con un cañón de espaldas al público, apuntando hacia una silla donde él se sentaría, la cual sí miraba a la concurrencia. Para su sorpresa, el alcalde había mandado a colocar infinidad de bancas mirando hacia la silla donde se sentaría el actor principal. Entre la silla destinada al Gran Dioso y el cañón –una antigua pieza de artillería de fines del siglo XIX– mediaban varios metros de mecha.

Empleados de la Alcaldía municipal se encargaron de cobrar la entrada. Toda la plaza había sido rodeada con lazos, y estaba custodiada por policías. 25 centavos por asistente, para varios miles que se agolparon, hacían una recaudación más que considerable.

El Gran Dioso, pasadas las once, apareció en escena. Siempre con su infaltable sombrero rojo, una pulcra camisa blanca, pantalón negro y zapatos prolijamente lustrados, con su inexpresiva cara recién afeitada se dirigió con parsimonia hacia la silla que le estaba reservada. El silencio se hizo sepulcral. Todas las miradas estaban concentradas en su persona.

Sin mediar palabra, encendió la punta de la mecha; la llama comenzó a correr hacia el cañón. La multitud contenía la respiración. Hasta el viento y los pájaros parecían haberse puesto de acuerdo en no hacer ningún ruido. Todo era una tensa espera.

La llama avanzó sobre la mecha, y en pocos segundos la misma se consumió por completo. De pronto, se produjo una gran explosión. ¡Bum!... y un denso humo cubrió la escena… Nadie pronunció una palabra…. Hasta que algún niño, ya aburrido, comenzó a marcharse, seguramente por no entender lo que estaba pasando.

Del Gran Dioso nadie vio nunca ni una uña. El sombrero rojo ahora lo usa, a veces, el hijo del alcalde, en general los días festivos. Eso fue lo único que se encontró. El Fordcito y el cañón fueron a parar a un depósito municipal, y allí siguen oxidándose a la intemperie.

miércoles, 24 de abril de 2019

EL MUNDO SIGUE SIENDO BLANCO Y EUROCÉNTRICO




Mientras ardía la Catedral de Notre Dame en París, también se quemaba la mezquita de Al-Aqsa en Jerusalén. De la primera todo el mundo habló, y se juntaron cuantiosos fondos para su reconstrucción. La segunda pasó desapercibida.

1,000 millones de euros recaudados para reconstruir el monumento francés. ¿No hay mucha hipocresía en todo esto?





martes, 23 de abril de 2019

ESTUPIDECES....


DIJO EINSTEIN: “HAY DOS COSAS INFINITAS: EL UNIVERSO Y LA ESTUPIDEZ HUMANA. DE LA PRIMERA NO ESTOY TAN SEGURO. ¡DE LA SEGUNDA SÍ!”



sábado, 20 de abril de 2019

¿QUÉ HACER CON LOS POLÍTICOS CORRUPTOS? TENÍA RAZÓN SIMÓN BOLÍVAR….




Los candidatos presidenciales violan las normas del Tribunal Supremo Electoral. ¿Qué esperar de gente así si llegan a la presidencia? Narcotraficantes, matones, mentirosos, traficantes de niños, evasores fiscales, que pueden mandar a incendiar un archivo para eliminar pruebas, deshonestos, acosadores sexuales, faltos de principios….



jueves, 18 de abril de 2019

MIGRACIONES Y GOLPES DE PECHO




Ya es moneda corriente levantar la voz, indignados, por la suerte aciaga que corren los migrantes al llegar a la frontera de Estados Unidos. Los gringos aparecen así como “los malos de la película”.

No es que sean buenos, de ningún modo, pero su negativa a impedir pasar a los migrantes ¿es el verdadero problema? Si nos ponemos estrictos y legalistas, ese país, como cualquier otro, tiene normas migratorias que deben respetarse (al menos, esa es la legalidad institucionalizada dentro del capitalismo: hay normas migratorias que establecen los Estados, en Nepal, en Burkina Faso, en Estados Unidos o donde sea).

¡¡El problema está en los países que EXPULSAN gente!! Y la expulsión es, básicamente, porque no hay oportunidades de vida (pobreza crónica, violencia, exclusión social). ESE ES EL VERDADERO “MALO DE LA PELÍCULA”. ¡¡¡Cuidado!!! ¡¡No nos confundamos!!

¿Acaso la solución de todos esos problemas es salir corriendo del propio país? ¿Esa puede ser una solución real, o es solo una huida desesperada, individualista e insostenible en términos sociales?





miércoles, 17 de abril de 2019

LA SEXUALIDAD DE LAS MUJERES EN GUATEMALA




Extracto de una entrevista con Olga Rivas, activista por los derechos de género, pionera de UNAMG (Unión Nacional de Mujeres de Guatemala)


(…) Pregunta: Dijiste sexualidad. Mencionaste varias veces que el trabajo que han hecho por años tenía que ver con el tema de la violencia contra la mujer, la discriminación y el tema de la sexualidad. Esto último, ¿cómo lo encaraban, como lo han hecho eso?

Olga: Fue surgiendo por la misma experiencia que hemos hecho las mujeres. Fue surgiendo en los talleres en los que hablábamos de la identidad. Cuando tocaba hablar de “quién soy”, no se conocían ellas mismas, para nada. Por ejemplo, cuando hablábamos del embarazo, de la menstruación, de cómo había sido la experiencia de todo eso, para algunas mujeres fue traumático, porque nadie les enseñó de qué se trataba. Entonces sentían como un rechazo contra la madre. Fueron golpes que nosotras no nos hubiéramos imaginado que estaban ahí; decían ellas, por ejemplo: mi mamá nunca me habló, no me dijo nada, me explicó que solo me cuidara, que tuviera cuidado con los hombres, que durante el período de la menstruación no volteáramos a ver a los hombres, que no tuviéramos relaciones sexuales. Había una serie de mitos en relación a la menstruación; eso era lo que a nosotras nos servía para identificar cómo abordarlo. Hubo mujeres que nos decían que ni siquiera sabían cómo resultaban embarazadas, porque los hombres solo se subían sobre ellas, tenían el acto sexual y a los tres meses era que se empezaban a dar cuenta que estaban embarazadas –olvidate del orgasmo y esas cosas–. No sabían del orgasmo, ¡para nada! Iban con la partera para que les viera y ver qué les decía. La persona más indicada para darle la indicación sobre la menstruación, la relación sexual, el embarazo o el parto era la partera, la comadrona. Ella era la confidente en sexualidad, en contexto urbano, incluso. Ni se diga en área rural. Como empezaban a contarnos toda esta situación, a partir de eso fue como fuimos abordándolo: eran sus temores, sus desconocimientos. De los anticonceptivos, ni se diga. Otra cosa que nos dimos cuenta en las visitas a las bananeras, con las mujeres, eran las muertes por abortos. Abortos clandestinos, por supuesto, porque iban a ver a la persona que les metía las agujas, y allí morían, se desangraban. Todo esto era lo que nosotras identificábamos en los talleres cuando las mujeres nos contaban sus experiencias. Allí nos dábamos cuenta del desconocimiento que había sobre su propia vida, sobre su propio cuerpo, y con eso buscábamos dar respuestas. Así planificábamos los cursos, para que pudieran tener ayuda en todos estos temas que desconocían. También identificábamos problemas emocionales, como la relación madre-hija, el problema de mujeres que nunca pudieron expresar lo que sentían, que nunca sintieron el afecto de la madre, o el ver a un padre maltratador, alcohólico, a veces hasta violador.


¡CUIDADO CON LOS EXTREMISMOS!

lunes, 15 de abril de 2019

INCONGRUENCIAS





Benjamin Netanyahu va por su quinto período como Primer Ministro de Israel. Nadie, absolutamente nadie en el mundo lo menciona como dictador, pese a esta larguísima permanencia en el poder. Evidentemente su población lo estima, por eso lo elige como mandatario. ¡Cinco períodos!... Es mucho, ¿no?

Y si a Netanyahu nadie lo trata de dictador por tener cinco períodos en ese cargo, ¿por qué sí se lo hace con Fidel Castro, o con Nicolás Maduro, a quienes la población también elige y aprueba?



domingo, 14 de abril de 2019

FUNDAMENTALISMO ISLÁMICO: OTRA MANIOBRA SIMILAR A LOS CULTOS NEOEVANGÉLICOS





Todo indicaría que esta supuesta "religiosidad" extrema que está en juego en el mundo musulmán, lo que menos tiene es, justamente, religión. Un dato curioso, nada desdeñable: "casualmente" este despertar fundamentalista que hay que reprimir antes que ataque con la estrategia de "guerras preventivas" que inauguró el Pentágono durante la administración de Bush hijo, se da en países donde -¡vaya coincidencia!- hay petróleo y gas.




viernes, 12 de abril de 2019

ELECCIONES A LA VISTA




  • ·         Con Arzú el índice de pobreza estaba en 60% de la población. Entraron los planes neoliberales y se firmó la paz.
  • ·         Con Portillo el índice de pobreza estaba en 60% de la población. Crecieron exponencialmente las maras.
  • ·         Con Berger el índice de pobreza estaba en 60% de la población. Hubo planes de limpieza social.
  • ·         Con Colom el índice de pobreza estaba en 60% de la población. Hubo tímidos planes de asistencia social y comenzó a bajar la tasa de homicidios.
  • ·         Con Pérez Molina el índice de pobreza estaba en 60% de la población. La “mano dura” no detuvo la delincuencia. Se hicieron públicos grandes negociados.
  • ·         Con Maldonado (presidencia efímera, llegado sin voto popular) el índice de pobreza estaba en 60% de la población. Pasó sin pena ni gloria.
  • ·         Con Morales el índice de pobreza se mantuvo en 60% de la población. Se retrocedió en algunos avances democráticos y la corrupción siguió igual que siempre.




PARA EL POBRERÍO, ES DECIR, LA MAYORÍA DE LA POBLACIÓN: ¿DIFERENCIAS SUSTANCIALES ENTRE UNO Y OTRO PERÍODO?



martes, 9 de abril de 2019

EL TEACHER





A los doce años comenzó a beber. En realidad fue su padre quien lo inició en esas lides. Estadounidense de origen, llegado a Colombia a los veinte años a probar fortuna, el gringo Jack –como se lo conoció toda la vida– era un bohemio consuetudinario que dejó más de una docena de hijos esparcidos por ahí. Alfonso fue el menor.

Nació en el caribeño puerto de Turbo. Heredó lo corpulento y los ojos azules de su padre, así como la piel trigueña de su madre, bella mulata que murió cuando Alfonso era un niño de seis años.
Fue criado hasta la temprana adolescencia por una viejecita cuyo grado de parentesco nunca quedó claro. Él siempre la llamó tía. Ese período fue decisivo en muchas cosas; fueron los años del frío, entre otras. Por siete años vivió con su madre adoptiva en los Andes, en la colonial ciudad de Tunja. El acento de la región lo acompañó toda su vida en su español. El inglés lo habló siempre con el acento de los estados sureños de Estados Unidos, de donde era originario su padre. Con él mantuvo siempre una relación peculiar: si bien nunca vivieron juntos, salvo un corto período de dos meses cuando visitaron el pequeño poblado de Paris, Texas –el pueblo originario de su progenitor– estuvieron siempre en contacto hasta ser ya Alfonso un adulto joven. Entre ambos se comunicaban sólo en inglés.
A sus veinte años dejó de verlo, y nunca más volvió a tener noticias suyas. Incluso alguna vez, saliendo de una memorable borrachera, se atrevió a llamar por teléfono a Texas, sin saber bien con quién comunicarse, pidiendo alguna pista. Nadie supo decirle nada, y ahí terminó la historia de su padre. O al menos él quiso darla por terminada.
Hizo los más variados trabajos, dentro y fuera de Colombia. Marinero, ayudante de cocina, cuidador de caballos de carrera, vendedor de ropa, encargado de un prostíbulo. Era talentoso, sin dudas. Todo lo hacía bien. Tenía un encanto especial; enorme de estatura, con cara aniñada, era sumamente locuaz y jamás resultaba chocante. Al contrario, en cuanto lugar estaba –trabajando, paseando, contando historias– era siempre bienvenido. Nunca le faltaba compañía femenina. Alfonso sabía de su talento para las relaciones humanas, y por cierto sabía aprovecharlo.
De todos los trabajos realizados había dos que le encantaban en especial. Recordaba con profunda emoción su época de ayudante de chofer de ambulancia en Matagalpa, la norteña ciudad nicaragüense donde vivió dos años durante la revolución sandinista, uno de los períodos más luminosos de su vida, según él mismo decía. Fue siempre ayudante; nunca aprendió a manejar. El otro, y que le daba su actual sobrenombre, era el de maestro de inglés.
Desde que se instaló en Santa Fe de Bogotá, ya a los cuarenta años de edad, su principal fuente de ingresos fueron las clases privadas de lengua inglesa. Hablaba el inglés con la fluidez de quien habla su idioma materno; el problema es que no podía ejercer la docencia en ninguna institución dada su falta de diploma.
De hecho en toda su vida –asistemático como era– no pasó de un tercer año de escuela media, aunque había asistido algún período a la Universidad a título de alumno oyente. Fue la época de interés político, de algún compromiso con grupos juveniles –cuando ya tenía más de treinta años–, por lo que decidió seguir unos cursos de filosofía. Interés que se desvaneció cuando lo invitaron a leer textos de Marx, no tanto por el peligro de semejante empresa, sino por el esfuerzo intelectual que ello conllevaba.
Dar clases de inglés le cuadraba a la perfección; más aún, lo que especialmente le gustaba eran los encuentros de conversación y no tanto el abc para principiantes. Hablar con alguien horas y horas sobre cualquier tema –en general, cerveza de por medio–, y además cobrar por eso, para él era la gloria.
Luego de algún tiempo, habiendo ganado cierta fama en el ámbito docente, tenía una aceptable cantidad de alumnos. Vivía modestamente, pero sin pasar sobresaltos económicos.
No era un alcohólico en sentido estricto, un enfermo. Toda su vida bebió considerablemente. No fueron pocas las borracheras, pero en general no era ése su problema. Jamás dejó de reconocer que le gustaba beber, y de hecho lo hacía con profusión, pero ello nunca le impidió ganarse la vida y tener alguna pareja.
Nunca se casó ni tuvo hijos, aunque se le conocieron innumerables mujeres. Más de una vez recibió propuestas serias; en especial de una viuda de Cali, finquera bien acomodada que lo estuvo persiguiendo por más de seis meses ofreciéndole vivir juntos y colocarle una casa a su nombre. La historia terminó de manera triste, yendo la mujer a parar a una clínica psiquiátrica con un calamitoso estado depresivo luego del rechazo de Alfonso. En realidad nunca quiso profundamente a alguna de sus parejas. La relación más duradera fue de tres meses escasos; buscaba sexo y nada más. Más allá de su eterno histrionismo, era reservado, sombrío incluso. Hacer el amor no era su principal especialidad; prefería el momento de la seducción, hablar, engañar. En eso se sentía como pez en el agua.

***

El cambio comenzó a darse gradualmente; los primeros dos años de vida en Bogotá le dieron una enorme cantidad de conocidos y de relaciones. En todos lados era apreciado, y sabiendo de sus quehaceres profesionales lo bautizaron el Teacher. Casi todas las noches, luego de sus lecciones, terminaba cenando en algún restaurante –de los más caros, por cierto– haciéndose invitar. Era raro que él pagara.
El Teacher pasó a ser popular –más aún: infaltable– en un amplio círculo de gente. Buen conversador, incansable contador de historias reales o inventadas, siempre se lo escuchaba con atención. No tenía una gran preparación académica, pero su talento nato, su discurso locuaz, remediaba esa falta. Jamás nadie hubiera podido decir de él que no tenía argumento, que su plática era inconsistente.
Luego de esos dos primeros años de su estadía bogotana, comenzó a beber con más fuerza. No era infrecuente que luego de cualquier velada que amenizara hasta el amanecer cayera borracho. No hubo ninguna causa específica que pudiera buscarse como provocadora de ese cambio; o, más correctamente, de ese agravamiento en su carrera alcohólica. Simplemente se fue dando.
Cuando por primera vez el Teacher pensó en eso ya había perdido la casi totalidad de sus alumnos. Sus formas, sus actitudes seguían siendo las mismas: hablador empedernido, simpático. Pero ya no se lo podía considerar con seriedad para un trabajo. Más de una vez amanecía durmiendo en una acera. En un par de oportunidades, incluso, fue llevado por la policía como vagabundo. Buenos amigos pagaron la fianza.
La merma en el trabajo fue trayéndole aparejado un empobrecimiento general. Su apariencia fue transformándose; con cuarenta y cuatro años empezó a lucir como un viejo. Desaliñado, sin cuidados personales, los signos de envejecimiento no tardaron en ganarle todo su aspecto. La mala alimentación, las borracheras cada vez más frecuentes, fueron terminando de completar el cuadro. A partir de ese entonces no se le volvió a conocer mujer.
El proceso de decadencia se profundizó, llegando por fin a postrarlo moralmente. El Teacher trataba que sus viejos conocidos no lo vieran así; si en alguna ocasión se cruzaba con alguien de su anterior círculo, buscaba por todos los medios que no lo reconocieran.
Las entradas a las comisarías se hicieron más frecuentes; en más de una oportunidad, dormido en cualquier cantina de mala muerte, le robaron las cada vez más escasas pertenencias. Fue perdiendo casi todos sus bienes personales; primero las pocas joyas que tenía –un anillo y una cadenita de oro–; luego un buen reloj que conservaba de mejores épocas. Ropa, un televisor, algunos libros, un equipo de sonido; paulatinamente perdió casi todo. La bebida era el destino de los magros fondos que le reportaban esas malas ventas. Pocas veces, y con vergüenza, había mendigado. Se había jurado no volver a hacerlo, pero se encontraba repitiéndolo con mucha frecuencia, y las limosnas cada vez alcanzaban para menos.
Casi no se alimentaba. La vez que tuvo oportunidad de verse en un espejo de cuerpo entero, se asustó. Delgado, demacrado, con la ropa andrajosa, se estremeció mucho al verse así. Lloró, y sin poder creer que ese esperpento fuera él, tomo la decisión: no podía seguir en esas condiciones.

***

Fue ahí donde empezó el cambio. En realidad no se propuso dejar la bebida; decidió cambiar su aspecto. Comer y vestirse bien serían la clave.
Cuando pensó en la transformación, encontró que no tenía un centavo. Difícil tarea entonces: ¿cómo alimentarse y vestirse con el bolsillo vacío? Trabajar nuevamente de profesor no se le ocurrió; en todo caso, la sola idea le disgustó. Había que buscar otras alternativas.
Durante el último tiempo de su estadía en Bogotá había alquilado un modesto apartamento en un barrio humilde de la periferia. Con los escasos recursos que le iban quedando, aunque en forma irregular, pudo conseguir pagar la renta. Cuando decidió cambiar de vida debía sólo dos meses de arriendo.
Aún conservaba la agenda con direcciones de amigos y conocidos. Era realmente enorme. Más de cuatrocientas personas figuraban allí. Releyéndola se sorprendió de los nombres que aparecían: embajadores, actores de televisión, deportistas famosos, intelectuales, un Premio Nobel, políticos. A muchos ya no los recordaba ni sabía por qué aparecían ahí.
El trabajo que le esperaba era largo, difícil, pero necesario. Si quería superar ese estado funesto que le había devuelto el espejo debía emprender un penoso camino.

El primer obstáculo que encontró fue no tener teléfono ni oficina. Apelando a sus contactos nunca del todo perdidos, pudo obtener el apoyo logístico mínimo para comenzar las llamadas. En un mes la cuenta telefónica fue tan alta como lo que habitualmente la oficina que le prestaron gastaba en un semestre. Al Teacher no lo inmutó en lo más mínimo la nueva deuda contraída. Sabía que algún precio debería pagar por salir del pozo en que se veía; unos centavos adeudados a un amigo no lo inquietaban.
Cuando le ofrecían trabajo –como docente de inglés o de cualquier otra cosa: le propusieron ser recepcionista, una agregaduría de algo inventado en el servicio diplomático, ayudante de ambulancia como en sus viejos tiempos en Nicaragua, guardaespaldas– lo rechazaba categóricamente. El no buscaba trabajo; buscaba apoyo. Y tenía muy claro lo que quería. El plan ya lo tenía bien trazado; ahora era cuestión de implementarlo de la manera adecuada.
Con paciencia, lentamente, fue construyendo lo que ansiaba. Le costó algunos meses, pero lo logró. Todo era cuestión de saber comenzarlo, de poner en marcha la cadena. Su cálculo no había fallado.

***

Ahora se lo veía bastante bien vestido. Claro que la ropa tenía, a veces, algo de bizarro; parecía que no la hubiera comprado a su medida, y las combinaciones eran muchas veces forzadas. De todos modos asombraba la calidad del vestuario: siempre de traje, con marcas finas de modistos franceses o italianos, zapatos carísimos, corbatas de las más estilizadas.
Quienes lo veían por primera vez, o lo volvían a ver luego de su período de casi mendigo, no lo terminaban de entender, de procesar. ¿Por qué, a veces, llevaba un saco demasiado ajustado, tal vez de color claro, con una camisa excesivamente holgada y color anaranjado? Si bien las prendas eran siempre de alta costura, su combinación y los tamaños le daban un toque casi payasesco. Parecía que no las hubiera comprado para él.
En realidad, no las compraba. Había establecido un mecanismo muy singular para vestirse por el que nunca dejaba de visitar los funerales de varones de alguna posición económica. Preguntando con sutileza entre los asistentes a las exequias se hacía un mapa general del muerto, luego de lo cual se presentaba ante la viuda. Consternado, llorando muchas veces, le daba el pésame, para explicarle, acto seguido, que el finado tenía por costumbre regalarle ropa que ya no usaba más, y que él, Alfonso, dada su modestia, apreciaba grandemente, y usaba muy contento. Ante tamaña declaración en general las viudas quedaban sorprendidas, más aún porque se resaltaba una virtud de su marido que ellas desconocían, y la respuesta habitual era invitarlo a pasar, un tiempo prudencial luego del entierro, por la casa de la familia a elegir algo del vestuario que ya nadie emplearía.
A través de esta peculiar metodología el Teacher, en unos pocos meses, disponía de un surtido de prendas de calidad para no repetir la misma camisa y la misma corbata en, por lo menos, varias semanas. Que algunas –o muchas– no fueran de su talla parecía no importarle mucho. El buen gusto nunca había sido su fuerte precisamente.
Con la comida había ideado algo no menos ingenioso. Buscando prolijamente en los periódicos cada mañana, o haciéndose enviar invitaciones personales a su casa dando referencias falsas –en general decía pertenecer a organismos diplomáticos–, cada día tenía para elegir entre varias ofertas para el desayuno, el almuerzo y la cena. Nunca faltaban, en una populosa ciudad como Santa Fe de Bogotá, eventos de los más variados que incluían la alimentación. Recepciones en hoteles, fiestas en embajadas, encuentros de trabajo organizados por la cooperación internacional, reuniones sociales de las más variadas, tenían como invitado obligado al Teacher.
En general es norma no impedir el paso a alguien que, bien vestido y con toda la naturalidad, se presenta a estos encuentros. Su locuacidad le permitía sortear con elegancia la falta de invitación, o explicar de manera ininteligible, y por ello mismo convincente, por qué llegaba a una fiesta a la que no había sido invitado. En muchas ocasiones –presentaciones de libros, festivales culturales–, cuando el ingreso era libre y gratuito y lo ofrecido consistía en un discreto vino de honor, comía por varios. En realidad todo el dispositivo montado era una pequeña estafa, pero que jamás podía ser tomada por tal y que, en definitiva, le permitía comer a sus anchas, a veces hasta dándose el lujo de elegir a qué lugar asistir descartando alguna celebración que no prometiera ser tan opípara como otra.
Al poco tiempo de haber concebido este peculiar modo de alimentarse, el Teacher recuperó el peso perdido. Eso sí: la bebida no la abandonó. Así como comía por varios en cada evento, así también bebía. Pero con elegancia, claro. Ya no quedaba tendido en las aceras.
Luego de las apetitosas cenas, que no le faltaban ni un día de la semana, también había concebido cómo movilizarse. No tenía automóvil, pero nunca dejaba de irse de las reuniones en vehículo –bus, jamás hubiera pensado en tomar.
Apelando a su proverbial labia siempre encontraba algún ocasional benefactor que lo llevaba, o incluso compartía el taxi con quien se iba en la misma dirección. Por supuesto, jamás lo pagaba.
En más de una ocasión, inventando la historia adecuada al momento, quedaba durmiendo en casa de alguien –a veces sin siquiera conocerlo. Estos casos siempre eran bienvenidos por el Teacher, ya que le permitían ampliar su cartera de contactos. Dormía, se bañaba al día siguiente (en ocasiones se permitía pedir prestada ropa interior, que jamás devolvía), desayunaba, leía el periódico, en más de un caso pedía hacer alguna llamada telefónica o consultar Internet para revisar el correo electrónico –tenía una cuenta gratuita– y saludando con el mayor desparpajo se iba.

***

Luego de esta recuperación la vida tenía otro sentido para nuestro héroe. Se sentía una persona nueva, y sin dudas lo era. Bien vestido, bien alimentado, nunca cansado dado que no trabajaba, los días se sucedían felices. La cantidad de gente conocida había aumentado notoriamente. Muchos ya lo conocían de verlo en cuanto encuentro social se daba en la ciudad. El Teacher se había vuelto famoso.
Había quien lo tomaba por un vulgar impostor, un aprovechado que no dejaba pasar ocasión para comer y beber gratis, que no tenía ninguna ocupación conocida, y cuya única virtud era hablar empalagosamente de cuanto tema le propusieran. Pero para muchos era un respetado personaje.
No dejaba pasar oportunidad de hablar en inglés, lo cual le daba un cierto aire de persona preparada. Como no era en absoluto vergonzoso, hablaba de todo y con cualquiera. Nunca le faltaba tema, sobre el asunto que fuera opinaba, por lo que jamás hacía un mal papel. Con el curso del tiempo había ido perfeccionando ese estilo en el que decía puras generalidades –siempre con un tono académico, grave incluso– que, si su interlocutor lo consentía, podía pasar por profundo.
No faltaba quien lo tomara por un profeta, un sesudo conocedor de las más variadas facetas humanas, a quien jamás lo hacía retroceder debate alguno. A partir de simplezas y banalidades -tal era su habitual discurso- había quien veía en el Teacher un insondable pensador dado a las metáforas y a los juegos de palabras. Una profesora de filosofía –autoridad en la materia a nivel nacional– llegó a llamarlo el nuevo Heráclito, por lo oscuro de su pensamiento.
Alfonso percibía perfectamente todo esto y sabía sacarle partido. Fue eligiendo los ambientes donde moverse, donde más impacto tenía. Vio que no era tanto en el mundillo empresarial donde estaba su fuerte sino en el ámbito artístico e intelectual. Por tanto hacia allí dirigió sus baterías.
Luego de un primer período en que se lo veía en todo tipo de evento, fue haciéndose más selectivo. Así, se "especializó" en cosas culturales.
No había mesa redonda ni foro con sabor "intelectual" donde no estuviera. El campo de los derechos humanos, según fue constatando, era especialmente prolífico. De modo que terminó por ser conocido entre abogados, sociólogos y activistas de organizaciones progresistas. Muchas mujeres se le acercaban, jóvenes, bellas y dispuestas a llevarlo a la cama casi con urgencia. Si bien el Teacher no les rehusaba, tampoco era lo que más anhelaba. En general las evitaba. Su interés estaba puesto en dedicarse a asegurar buena comida, buenos tragos y muchos contactos. El fantasma que lo perseguía era quedarse sin gente conocida.
Conforme fue pasando el tiempo se sentía más conocedor de los temas que se trataban en esos lugares. Tímidamente al principio, paulatinamente con mayor agresividad, comenzó a preguntar a los asistentes cuando era el turno de las intervenciones del público. El Teacher sabía que era por desconocimiento, y por tanto por temor al ridículo, que las primeras interrogaciones eran ingenuas. De todos modos, muchos veían en ellas agudas cuando no sabias apreciaciones, a veces con doble sentido, que buscaban enredar al interrogado. La verdad era que no pasaban de simplezas, verdades de Perogrullo, que dichas con tanta naturalidad como lo hacía Alfonso podían interpretarse de infinitas maneras.
El áurea que comenzó a acompañarle fue luego, rápidamente, parte vital de su personalidad. Él mismo no se la había procurado, pero tampoco le molestaba que así fuera, por lo que siguió alimentando el juego. Sabía que, cuanto más ingenuo, para muchos era más astuto.

Llegó un momento en que el Teacher, sin que él mismo supiera cómo y cuándo se había operado el cambio, pasó a ser autoridad. Cuando hablaba, así fuera para pedir quién lo podía llevar de regreso en automóvil, todos lo escuchaban con atención. Su palabra valía mucho.
Mientras tanto seguía con su ya bien estructurado y rutinario plan: estudiar qué actividades había cada día, dónde podía desayunar, almorzar y cenar, ver si necesitaba más ropa –para lo que investigaba en los diarios acerca de velorios– y leer trifoliares o páginas de Internet que le permitieran tener los elementos necesarios para expresarse con propiedad, sabiendo qué palabras y expresiones claves debía utilizar. A la bebida, por supuesto, nunca la abandonó. Incluso, con cierta benévola tolerancia, muchos le dejaban excederse en algunas copas. Incluso había quien opinaba que con algunos tragos encima era más perspicaz.
Desarrollo sustentable, gobernabilidad, políticamente correcto, equidad de género, declaración universal de derechos humanos, entre otros términos, pasaron a ser de sus más comunes usos. El Teacher comenzó a sentirse un especialista.

***

Llegaron épocas de elecciones. El país era un hervidero, y las propuestas partidarias se sucedían frenéticamente. Algunos sectores del movimiento guerrillero se habían desmovilizado no hacía mucho tiempo, y por vez primera iban a participar en elecciones democráticas. Dado que no tenían todo el peso ni la estructura política que les pudiera asegurar un triunfo a nivel nacional, hicieron alianza con el Partido Social Cristiano y con los medioambientalistas. El Teacher, más por inercia que por genuinas convicciones, participó algo en la campaña de la coalición.
Luego de años de administraciones militares la población vio en este frente una opción de recambio, y contrariamente a lo que se podía haber pensado en el inicio de la carrera electoral, su perfil fue creciendo más y más. Tanto que terminó por ganar la primera vuelta. La alegría entre sus miembros fue mayúscula, al igual que la sorpresa. En realidad nadie se lo esperaba, por lo que dejó a todos un poco desconcertados; más allá de fórmulas bastante generales, no tenían planes pormenorizados para cada área de gobierno dado que no se imaginaban un desempeño electoral tan bueno. A marcha forzada debieron armar equipos ante la posibilidad de un triunfo en la segunda vuelta.
Y el triunfo se dio. Por una amplia mayoría el Frente Patriótico por la Paz y la Justicia –FREPAPAJU– obtuvo una victoria inobjetable.
El Teacher vivía horas de éxtasis. Si bien no tenía profundas ideas políticas, su acercamiento al mundillo de los derechos humanos lo había ido sensibilizando en relación a temas sociales, y aunque su cosmovisión era una mezcolanza imprecisa hecha de retazos de conceptos y frases sueltas, sabía que lo que estaba sucediendo era importante. No quería quedarse al margen de los acontecimientos. El mismo día del triunfo electoral estuvo toda la noche, durante el momento del recuento de los votos, apostado en la sede del partido acompañando la alegría desbordante de sus correligionarios y amigos.

El día siguiente, con el sabor de la victoria aún fresco, comenzaron los problemas en la fuerza política ganadora. Se trataba de conformar los equipos de trabajo y repartir cargos, y eso no era fácil en una alianza de tres partidos. Rápidamente comenzaron los malestares.
El Ministerio de Relaciones Exteriores fue asignado a un viejo político de los socialcristianos, el doctor Faustino Pérez Salazar. Hombre de la iglesia, militante histórico comprometido con los proyectos pastorales y con sensibilidad social, aunque provenía de una de las más aristocráticas familias de Colombia, toda su trayectoria pública estuvo marcada por la decencia y la preocupación hacia los más humildes. Todavía se recordaba, al menos las generaciones más viejas, su histórica huelga de hambre –junto con otros cuatro compañeros– cuando era un estudiante universitario que había ayudado, o decidido, la suerte de un presupuesto anual para el Ministerio de Educación. Hombre probo, de reconocida honestidad, se vio embarazado al tener que armar su equipo. Dadas las interminables componendas que significaba la alianza que ahora lo ponía en ese puesto, se veía forzado a tener que devolver favores políticos. Nunca había sido partidario de la lucha armada, por lo que en más de una ocasión se permitió criticar duramente a la guerrilla; los vaivenes de la historia lo colocaban ahora como aliado de la misma. Sin embargo, decidió no convocar a nadie de esa agrupación para los puestos de confianza.
La situación se complicaba; el movimiento armado quería tener al menos un representante en cada ministerio, y dada la negativa de Pérez Salazar, solamente en la Cancillería no lo había logrado. Amenazaba con producirse una primera crisis.
Quiso la casualidad que el Teacher consultara su agenda aquel miércoles por la mañana, como tantas veces lo hacía. Con eso se ponía al día en relación a sus contactos, repasando los viejos y buscando consolidar los nuevos. Faustino Pérez Salazar estaba entre los recientes, pero no conseguía recordar quién era. Sin pensarlo dos veces lo llamó al teléfono celular que había apuntado.
Luego de las primeras palabras el futuro canciller reconoció inmediatamente a su interlocutor: era imposible no recordar a un tal personaje. Y la idea le surgió súbita. ¿Quién mejor que el Sr. Alfonso.... –¿qué apellido tenía?, es decir: el Teacher– quién mejor que él para ocupar la vicecancillería?
Los acuerdos se lograron muy rápidamente, y para el día del traspaso de mando el señor vicecanciller lucía un lujoso traje Armani a su medida, nuevo, impecable.

***

Si bien su apellido era Greenberg, hacía años que nadie lo usaba. A punto tal que ni siquiera Alfonso lo recordaba. La fuerza de repetir siempre su pseudónimo lo había ido convirtiendo en "el Teacher", ya con valor autónomo de nombre, incuestionable por cierto. Cuando Pérez Salazar lo vio en su acordado encuentro, casi sin pensarlo lo saludó como don Alfonso Eltích –no se le podía ocurrir que eso fuera un sobrenombre. El Teacher no quiso desdecirlo, y así comenzó a tejerse la nueva historia. El licenciado Eltích lucía el día de la asunción de su nuevo puesto, además de nuevo vestuario, también nuevo apellido.
Sentado en su despacho en el Ministerio, el Teacher no terminaba de creerlo. Ahora no debía estar a la búsqueda de reuniones y actividades sociales para ir a comer; al contrario: sobraban. Se daba el lujo de elegir a cuáles no asistir –por supuesto, eran muchas más a las que iba. Le habían asignado guardaespaldas, pero prefería no utilizarlos. Eso lo constreñía mucho y no se sentía cómodo. En realidad, básicamente su vida no había cambiado mucho. Si bien ahora tenía que cumplir un horario –bastante elástico, por cierto–, eso no afectaba sus grandes preocupaciones. La línea política de la cancillería no la fijaba él, por lo que su tarea era más bien formal. Hacer buenas relaciones diplomáticas jamás le había costado, y ahora cobrar un buen salario por eso era tocar el cielo. Para todos pasó a ser el licenciado Eltích, y ya no quiso volver a hablar del tema. Lo importante no le faltaba: buena comida y bebida a discreción.

La placidez de un cargo que le permitía desplegar sus mejores dotes histriónicas y le hacía sentir su momento de mayor éxtasis, se vio rápidamente interrumpida: a los dos meses murió Pérez Salazar en un accidente aéreo. El Teacher tuvo que asumir la cancillería. En el seno de la alianza se discutió bastante el asunto. La guerrilla tenía una posición bastante radical, pretendiendo fijar una posición de no alineamiento con Washington, y de ser posible, de distanciamiento. Se sucedieron varias reuniones, acaloradas en más de un caso; en la última participó el Teacher. Su intervención fue decisiva para tomar la decisión final.

Dado que era un apartidario no comprometido con ninguna línea en particular y que nadie hacía una oposición especial, las distintas corrientes de la coalición estuvieron de acuerdo en nombrarlo Ministro. Por supuesto que el Teacher aceptó sin pensarlo dos veces (los banquetes serían mejores aún, fue su lógica implacable).

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Las primeras escaramuzas tuvieron lugar en la zona de Arauca, en la región fronteriza con Venezuela. Las reservas de petróleo eran la verdadera causa, y no era ajena la mano del Tío Sam en toda la situación. Antes de tener oportunidad de verse con alguna autoridad venezolana, un alto directivo de la empresa petrolera estadounidense estaba ya pidiendo –exigiendo– una entrevista, la que se concretó dos días después de los primeros disparos.

La sorpresa del estadounidense fue grande al encontrar en su interlocutor un acento inglés similar al suyo. Casualmente también él era originario de Paris, Texas, de donde había salido siendo adolescente. Pero la sorpresa fue más grande aún ante las respuestas que daba el Teacher. No sabía si se estaba mofando de él o eran sutilezas que le costaba entender.

Después de una hora de conversación, Mr. Adams –así se llamaba el gerente petrolero– tenía las cosas cada vez más confusas. Su intención original era persuadir al gobierno colombiano de no responder a la provocación venezolana, dejando los territorios en disputa bajo jurisdicción de Caracas (las relaciones de Washington con Venezuela eran mucho más fluidas que con Bogotá, con lo que podían asegurarse las reservas de petróleo en disputa sin mayores contratiempos). Pero luego de su intercambio con el Teacher ya no estaba tan convencido de lo que debía hacer; llegó a pensar que su interlocutor tenía razón.

En realidad el señor canciller no había dicho nada claramente; eran todas medias frases, plagadas de contradicciones, que podían leerse de las más diversas maneras. Ante eso, Mr. Adams no tenía claro cómo reaccionar. Apesadumbrado, optó por retirarse.

Nunca le había ocurrido algo similar en su vida de funcionario de una gran empresa; con un tono de mando fríamente ensayado, siempre obtenía lo que buscaba. Era una mezcla especial de diplomático y militar autoritario. Pero esta vez, confrontado con el Teacher, había fallado. Cuando tuvo que informar a sus superiores en Dallas, Texas, se sintió avergonzado por no poder decir con exactitud a qué resultado había llegado. En realidad estaba desconcertado; no sabía si había encontrado eco en el extraño personaje con quien había conversado, haciéndolo atemorizar con sus amenazas, o si había recibido una virtual declaración de hostilidades. Confundido, y para aclarar de una vez esta incómoda situación, pidió otra cita para el día siguiente.

El Teacher no tenía un especial encono contra la potencia americana; en verdad, sus sentimientos nunca eran muy claros. No amaba ni odiaba a nadie con vehemencia; lo único que le interesaba era tener garantizadas sus cuotas diarias de alcohol y de comida. Incluso alguna vez hasta había barajado la posibilidad de instalarse a vivir en el país de su padre, idea que finalmente desechó, más que nada porque temía los vuelos en avión, y se le antojaba demasiado largo el viaje por tierra. De todos modos, envalentonado como estaba por el discurso antiimperialista que lo rodeaba y que lo había llevado a ocupar su cargo actual, afloró su espíritu patriótico.

Nadie lo asesoró, con nadie lo habló; fue una invención exclusivamente suya.

Recibió a Mr. Adams con una cortesía excesiva, que no había tenido el día anterior. El petrolero comenzó a hablar en inglés, directo, cortante. La orden –de eso se trataba, sin cortapisas– era categórica: las autoridades de Bogotá debían dejar el territorio en disputa sin mayores comentarios. Nada de promover reivindicaciones nacionalistas, nada de hacer públicas esas cuestiones. La reserva de petróleo que se había hallado –la tercera más grande del planeta– era de prioridad absoluta para Washington, por tanto no se toleraría ningún gobierno patriótico que osara impedir su explotación. Las formas de presión podían ser muchas y variadas, desde el chantaje económico hasta la invasión militar directa, si la situación lo ameritaba. Todo esto lo decía Mr. Adams con una frialdad pasmosa, como si estuviera contando un cuento de hadas. Para sorpresa del norteamericano, el Teacher hablaba sólo en español, y cada intervención del estadounidense, antes de contestarla, la traducía con lujo de detalles al castellano.

Todo lo que obtuvo el gerente de la compañía petrolera fue una vaga promesa de estudiar la situación, sin compromiso. El Teacher parecía burlarse de cada una de sus palabras. En realidad, se burlaba. La conversación había sido transmitida en directo, obviamente sin que Adams lo supiera, por una radio bogotana de poca cobertura ligada al movimiento guerrillero. Alfonso había arreglado los detalles a última hora, y se habían instalado convenientemente un par de micrófonos en su despacho. Además, toda la charla había sido grabada, y al día siguiente no había medio de comunicación que no se peleara por tener la noticia. El escándalo fue mayúsculo.

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Años después del incidente aún se yergue la estatua al "maestro patriota", tal como se la llamó, en la plaza del Boquerón –un espacio verde menor, sin gran relevancia en la urbanística de Santa Fe de Bogotá. Evoca la figura de un prócer nacionalista que murió en un accidente automovilístico bajo circunstancias bastante confusas. Dos días después de la famosa entrevista que sostuviera con el gerente de la compañía americana, el Teacher se desbarrancó desde más de quinientos metros de altura con su automóvil guiando sólo, sin escolta, desde un camino en las afueras de la capital. Lo curioso es que Alfonso no sabía manejar.