domingo, 31 de enero de 2021

¿OTRA CICIG? PERO… ¿TODO LO QUE PASA EN LATINOAMÉRICA LO DECIDEN EN WASHINGTON?

Guatemala, no es ninguna novedad, presenta altísimos índices de corrupción. Su oligarquía tradicional, los nuevos ricos de estos años (negocios “calientes”) y los operadores políticos de ambos grupos de poder (los gobiernos de turno), se mueven con la más absoluta impunidad. Corrupción e impunidad son históricas. El único momento en que se atacaron (más cosméticamente que otra cosa) fue cuando la administración de Barack Obama decidió “limpiar la corrupción” en Centroamérica, potenciando la CICIG. Se hizo algo, mínimo, pero las cosas de fondo no cambiaron (¡¡NI PODÍAN CAMBIAR!!)

 

Ahora el Pacto de Corruptos sigue su marcha con total tranquilidad. Pero llegan aires nuevos a la Casa Blanca. La asunción de Joe Biden y Kamala Harris parece una “buena noticia”. No lo es, porque todo sigue igual. Quienes REALMENTE toman las decisiones están en Wall Street: https://publicogt.com/2021/01/28/blackrock-captura-las-finanzas-de-joe-biden-y-kamala-harris/?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed%3A+Publicogtcom+%28publicogt.com%29

Esta nueva administración se “preocupa” más que Donald Trump por los migrantes, y probablemente “atienda” más de cerca a Centroamérica. Ya habló de pasar 4,000 millones de dólares para mejorar la situación de estos países, y combatir la corrupción. De ahí que ve con “mucha preocupación” la tramposa elección de un juez como Mynor Moto para la Corte de Constitucionalidad. ¿Una nueva CICIG en camino?

 

Bienvenido el apoyo a cualquier lucha contra la impunidad y la corrupción, pero… ¿solo se puede hacer si el Tío Sam lo decide?



 

sábado, 30 de enero de 2021

PREMONICIONES DE UN ENFERMO MENTAL…

Aunque padezca “serios problemas de salud mental” –tal como indica el texto de abajo– estoy sumamente contento, porque parece que soy medio adivino, premonitorio. ¿Seré como Nostradamus quizá? Véanlo ustedes mismos….

 

LA REALIDAD SUPERA LA FANTASÍA

El escritor ítalo-argentino Marcelo Culossi (SIC), radicado actualmente en Guatemala y con serios problemas de salud mental (más SIC), escribió vez pasada un cuento (“Con las uñas pintadas...” / https://drive.google.com/file/d/1bv9h8ZBFrN3qNPnmGCZxQE-9p7eRgdnM/view?usp=sharing), el que fue ásperamente criticado por muchos dado su “excesivo y reloco espíritu delirante”. Lo cierto es que algún tiempo después apareció una noticia proveniente de México donde lo que parecía un argumento alucinado por parte del referido narrador, es una realidad palpable: monjitas prostituidas para salvar a mujeres de la trata y el proxenetismo: https://www.sinembargo.mx/06-12-2015/1571528?fbclid=IwAR0q3SlYyus6l6dsy9DQEoPjvBpKpM49n4LRoDQfVj0xUm1h9-iMYtVFuug  




 

viernes, 29 de enero de 2021

EUROCENTRISMO INSULTANTE

Costa Rica, en Centroamérica, hace años que mantiene un sistema democrático, igual que Suiza en Europa. A Costa Rica se le dice “la Suiza de Centroamérica”; a Suiza nadie le dice “la Costa Rica europea”.

 

El sur-occidente de Argentina, junto a la cordillera de Los Andes, tiene unos paisajes espectaculares, muy parecidos a los que se encuentran en los Alpes suizos (ambas formaciones geológicas: Alpes y Andes, pertenecen a la Era Terciaria). Se suele decir: Bariloche (provincia de Río Negro, junto al lago Nahuel Huapi) parece Suiza. Nadie dice: los Alpes suizos parecen Bariloche.


¿SE PODRÁ TERMINAR ALGÚN DÍA EL EUROCENTRISMO, HERENCIA DE LA GLOBALIZACIÓN COMENZADA EN 1492 CON LA INVASIÓN A AMÉRICA Y EL DESARROLLO DEL CAPITALISMO EUROPEO? ¡¡YA VA SIENDO HORA!! ¿NO?



 

jueves, 28 de enero de 2021

EDUCACIÓN: ¿BIEN COMÚN O NEGOCIO?

La educación privada, como negocio que es en todos sus niveles -pre-primaria, primaria, secundaria, universitaria, post-grado universitario- ha perdido plata con los encierros generados por el COVID-19. Y como es un negocio ¡NO SE PUEDE PERDER PLATA! Por tanto ahora, en muchos colegios privados de Guatemala, para las clases virtuales que se siguen impartiendo, se comienza a exigir UNIFORMES para el estudiantado. Es decir: habrá que COMPRARLOS en el centro educativo correspondiente.

 

¿ESTUDIANTES UNIFORMADOS PARA VER UNA PANTALLA? ¿ESTAMOS TODOS LOCOS?

NO…. BUSINESS ARE BUSINESS!!…



 

miércoles, 27 de enero de 2021

KAMALA VICE: ¿FIN DEL RACISMO? ¿LOS NEGROS AL PODER?

Al racismo de los que desprecian al indio porque creen en la superioridad absoluta y permanente de la raza blanca, sería insensato y peligroso oponer el racismo de los que superestiman al indio, con fe mesiánica en su misión como raza en el renacimiento americano.

José Mariátegui

 

I

 

El racismo no es un problema nuevo. La historia humana, para decirlo de una forma muy general, ha sido -y continúa siendo- una sucesión de enfrentamientos, de luchas interminables. “La historia es un altar sacrificial”, expresará Hegel. Enfrentamientos diversos, por cierto, entre los que el conflicto étnico es uno más.

 

¿Por qué, muchas veces, atacamos lo distinto?, ¿por qué lo diverso atemoriza? Estas son preguntas que pueden contestarse desde variadas ópticas: social, psicológica, antropológica. Queda claro, desde ya, que el ámbito de esas respuestas corresponde al campo de las ciencias sociales; no hay razón biológica que dé cuenta de estos fenómenos; menos aún, que los justifique.

 

La propia experiencia personal, la observación de conductas cercanas a cualquiera de nosotros, la revisión imparcial de la historia, todo ello nos muestra definitivamente que la convivencia humana no es precisamente un paraíso. Con esto, claro está, no se pretende hacer un panegírico de la violencia ni de la ley del más fuerte; pero una mirada serena a nuestro alrededor nos confronta con esta realidad. Aunque sean expresiones para debatir largamente, el solo hecho que hayan sido formuladas y acuñadas en la cultura, muestra que el problema ya está entrevisto largamente y desde hace tiempo, expresado de diferentes maneras: “si quieres la paz prepárate para la guerra, el hombre es el lobo del hombre, a Dios rogando y con el mazo dando”, “la violencia es la partera de la historia”, “tomamos las armas para construir un mundo donde no sean necesarios los ejércitos”, etc.

 

La pretensión de una convivencia armónica, pacífica, de sana y tranquila coexistencia entre dispares, hasta ahora al menos, no pasa de ser aspiración. Lo cual, desde ya, es sumamente importante. Aunque la violencia y la guerra persisten en las sociedades, planteárselas como problema ya es un enorme paso adelante en relación a un mejoramiento en la calidad de vida. (Huelga decir al respecto que hay infinitamente mucho que hacer todavía, porque la guerra, el femicidio, la tortura, el racismo, siguen siendo lo cotidiano).

 

Hoy día no se queman en la hoguera a los sospechosos o disidentes, o no se mata al mensajero que trae malas noticias; y hasta se toleran (¿aceptan?) reivindicaciones de los derechos homosexuales. O por lo menos todas las prácticas discriminatorias pueden encontrar -más que antes- un espacio donde ser confrontadas. Existe la posibilidad de hablar de los derechos universales, de propiciar leyes que los garanticen, de exigir su cumplimiento. Aunque rápidamente conviene aclarar lo siguiente: no necesariamente la Humanidad ha entrado en una fase de definitiva superación de los problemas. Ya no se quema a nadie en la pira, pero persiste la tortura; hay sistemas jurídicos socialmente establecidos, pero continúan los linchamientos; terminó el derecho de pernada, pero no desapareció el acoso sexual. Ha habido cambios en la historia, superaciones, sin lugar a dudas; pero resta aún mucho por mejorar. El ser humano llega a Marte, pero no puede terminar con el hambre en la Tierra.

 

Las constituciones políticas de todos los países reconocen y defienden las diversidades étnicas; la carta fundacional del sistema de Naciones Unidas existe a partir de la enorme variedad de etnias y culturas que conforman la especie humana y la más que obvia necesidad de su aceptación y respeto. Pero más allá de toda esta intencionalidad, el racismo sigue siendo un hecho. ¿Hay vacuna contra el racismo?

 

II

 

El fenómeno de la discriminación étnica no se restringe a algún país en especial, donde se podría estar tentado de endilgar el fenómeno a “atrasos culturales”. Por el contrario, barre el mundo por los cuatro puntos cardinales. Sociedades llamadas “desarrolladas” dan las peores muestras de intolerancia étnica. En Alemania (uno de los pueblos más educados de Europa) hace apenas unas décadas se persiguió a los judíos por millones, en Estados Unidos el Ku Klux Klan y los grupos supremacistas blancos siguen teniendo una considerable cuota de poder, en Italia la Liga del Norte propone la separación del sur “subdesarrollado”, en varios países europeos gobiernos xenófobos con planteos neonazis disputan, y en algunos casos, ganan el poder político, sólo por dar algunos ejemplos. Estados Unidos tuvo un presidente afroamericano (período con el mayor número de guerras impulsadas por Washington y con mayor cantidad de deportaciones de latinoamericanos, ¡no olvidar!), y ahora una vicepresidenta de origen negro…, pero George Floyd y la represión policial ensañada con los niggers sigue siendo un hecho. Y proporcionalmente, la mayor cantidad de personas en prisión pertenece a “gente de color”.

 

En Guatemala una mujer indígena -Rigoberta Menchú- se ha hecho acreedora (no sin resistencias locales) al Premio Nobel de la Paz, casualmente el día en que se cumplían 500 años de la invasión española: el 12 de octubre de 1992. Paso importante, sin dudas; quizá a principios del siglo pasado, o apenas algunas décadas atrás, eso hubiera sido inconcebible (todavía en el país se vendían las fincas “con todo lo clavado y plantado, indios incluidos”). Más allá del gesto reivindicatorio de ese premio, la discriminación étnica no ha desaparecido. ¿Hay forma que desaparezca? Incluso podríamos ser más cáusticos en la pregunta: ¿hay posibilidades reales que desaparezca?

 

Viendo las experiencias del mundo, podría estarse tentados a suponer que el racismo está enraizado en la misma condición humana. Hay incluso quien piensa que existiría un presunto determinante biológico que lo impulsa (“lo distinto asusta”). Por principios debemos decir que el racismo no es natural, pero ¿por qué es tan frecuente y cuesta tanto eliminarlo? De todos modos, pensemos en que debe haber alternativas, ¿o nos quedamos con la idea de “razas superiores”?  

 

El desciframiento del genoma humano nos mostró con total evidencia que no hay ninguna diferencia entre todos los que pisamos este planeta, más allá de circunstanciales variaciones externas -color de la piel, de los ojos, forma del cabello-, explicables en función de la pura adaptación al medio ambiente (un africano tiene en su piel más melanina que un sueco por el sol tropical que debe soportar, o un nórdico tiene ojos claros por la falta de luz en el Polo). Definitivamente, ¡¡no hay razas!! Mucho menos: razas “superiores”.

 

III

 

El racismo, ya está más que dicho y sabido, no es sino una justificación para la explotación económica del otro. Nunca es de doble vía: el blanco discrimina al negro, el conquistador “civilizado” al conquistado “primitivo”, pero no se da la recíproca. Por una cuestión de explotación material, económica, se “arma”, se inventa la idea de superioridad racial. Y siempre, ¡oh, casualidad!, el explotador es el civilizado que explota (civiliza) al bárbaro primitivo.

 

¿En dónde radica la pretendida “superioridad” de la “raza superior”? Es un puro ejercicio de poder. Trabajar como esclavo es trabajar “como negro”. Esa expresión lo dice todo. “Con perfecto derecho los españoles imperan sobre estos bárbaros del Nuevo Mundo e islas adyacentes, los cuales en prudencia, ingenio, virtud y humanidad son tan inferiores a los españoles como niños a los adultos y las mujeres a los varones, habiendo entre ellos tanta diferencia como la que va de gentes fieras y crueles a gentes clementísimas. ¿Qué cosa pudo suceder a estos bárbaros más conveniente ni más saludable que el quedar sometidos al imperio de aquellos cuya prudencia, virtud y religión los han de convertir de bárbaros, tales que apenas merecían el nombre de seres humanos, en hombres civilizados en cuanto pueden serlo?”, decía en el siglo XVI el español Juan Ginés de Sepúlveda refiriéndose a la población americana. Estamos en el siglo XXI, y en muchas personas esas ideas no han cambiado en lo sustancial: ¿civilizados versus bárbaros primitivos? ¿Razas superiores?

 

Esas relaciones económicas, de explotación, son las que subyacen a la discriminación étnica. A la población negra mantenida como esclava en Estados Unidos se le dio la libertad en 1865 no por razones humanitarias, por principios éticos, sino porque el esclavismo ya “no era negocio”: resultaba más lucrativo tener asalariados que consumieran los productos elaborados por la pujante industria. De todos modos, el racismo visceral incrustado en la ideología del ciudadano estadounidense blanco término medio permaneció, y la aparición de un presidente o una vice que desciende de africanos no logra cambiar esa cultura, ni las relaciones de poder que hacen que la población negra del país siga siendo la más excluida. Constituyendo el 16% del total, presenta estos datos:

 

         En promedio, el patrimonio de las familias blancas es de 933,700 dólares; el de las negras, apenas 138,200 dólares.

         La esperanza de vida para un ciudadano blanco es de 77 años; para un negro es de 66.

         La tasa de desempleo para trabajadores negros es el doble de la población blanca.

         La tasa de mortalidad infantil es de 4.9 por mil entre la población blanca, y de 11.4 por cada mil nacimientos entre la población negra.

         En la pandemia de COVID-19 el pueblo afro-estadounidense sufrió el 41% de las muertes (y los latinos el 34%).

         La policía (agentes blancos básicamente) mata dos ciudadanos negros por semana. El 24% de los delincuentes muertos es negro.

         El 40% de los presos son afroamericanos.

 

Por lo tanto, más allá de lo políticamente correcto que pueda haber en juego, la elección de una funcionaria de ascendencia no-blanca no constituye sino una fachada cosmética. ¿Cómo se cambian realmente las cosas? Con un verdadero y efectivo cambio en las relaciones de poder.

 

IV

 

No debe caerse rápidamente en reduccionismos, por más tentador que ello parezca. Sería muy fácil concluir de lo dicho que el racismo, en cuanto una de tantas expresiones de la agresividad, en cuanto constituyente del fenómeno humano, es inmodificable. Así las cosas, no habría ya mucho por hacer: siguiendo esa lógica, lo distinto a uno mismo, lo que saca de nuestro metro cuadrado, incomoda; por tanto, habría que excluirlo. Entonces, ante cada nueva expresión discriminatoria, con resignación habría que encogerse de hombros por encontrarnos frente a un hecho supuestamente natural.

 

Sin pretender buscar la “esencia” humana, lo mínimo que podemos decir es que el ser humano es un ser social. Somos lo que somos en relación a otro. Siempre y necesariamente estamos en relación con otros, si no, no somos seres humanos. Ahora bien, esas relaciones no siempre y necesariamente son relaciones de mutua cooperación y solidaridad; estas últimas son posibilidades, tanto como las agresivas, de envidia o discriminatorias. Lo que sí podemos es establecer normas de relacionamiento entre todo el colectivo, donde nadie salga desfavorecido.

 

Las religiones, todas, a su modo predican el amor entre los seres humanos. Pero pareciera (la historia lo demuestra) que esto solo no alcanza para asegurar una armónica convivencia. (Valga agregarlo: también hay guerras religiosas -quizá las más crueles-, y la conquista de América se hizo en nombre de la fe católica. Reléase la cita de Juan Ginés de Sepúlveda al respecto). La única posibilidad de poner límites a la agresividad es fijar normas que instituyan nuevas relaciones de poder. Apelar al amor, está visto que no garantiza nada.

 

Nadie está obligado a amar al prójimo, pero sí está obligado a respetarlo. No hay vacuna contra el racismo, ni contra las injusticias. Pero hay la posibilidad de establecer nuevas relaciones de poder basadas en la real participación de todas y todos. Eso, en definitiva, es el socialismo. Diferencias habrá siempre; la cuestión es cómo encarar eso.

 

Suprimir, eliminar al otro distinto no es el camino. Ello, en definitiva, no es sino alimentar el ciclo de violencia; y eso no tiene fin: hoy niños de la calle, después los drogadictos, después los homosexuales…. ¿Y después? ¿Seropositivos?, ¿habitantes de barrios marginales?, ¿indígenas?, ¿mujeres? ¿Y después gitanos, judíos, negros, latinos, habitantes del Tercer Mundo…? La lista no tiene fin. Y en algún lado de la lista estamos todos. La idea de racismo, hoy día, debería darnos vergüenza. Pero sigue siendo una triste realidad, más allá de interesantes gestos cosméticos.




martes, 26 de enero de 2021

LA “INDITA” ¿CON AGUA FRÍA?

Es muy frecuente en las casas de clase media de la capital o de algunas cabeceras departamentales que las duchas de los cuartos principales tengan agua caliente. Pero en la habitación de servicio, donde habitualmente podrá encontrarse una trabajadora doméstica procedente de los departamentos, muy probablemente de origen maya (ASQUEROSA Y DENIGRANTEMENTE LLAMADA “INDITA”), en la ducha hay agua fría.

 

“YO NO SOY RACISTA”, DICEN ALGUNOS…. PARECE QUE EL SIGLO XVI CON PEDRO DE ALVARADO A LA CABEZA NO HA TERMINADO



lunes, 25 de enero de 2021

HABLANDO DE ÉTICA: AVANCES Y RETROCESOS

"A veces la guerra está justificada para conseguir la paz".

Barack Obama, ¡¡Premio Nobel de la Paz!! (SIC)

 

¿Hay progreso en la historia humana? La respuesta depende de qué entendamos por progreso. La tendencia casi inmediata en nuestra cotidianeidad, marcada por un fuerte sesgo economicista, es concebirlo como "mejoramiento", como "superación", de suyo ligado al ámbito material. En general, sin embargo, esta reflexión no nos la planteamos en términos subjetivos: ¿se progresa espiritualmente?, ¿hay progreso cultural? La ética, ¿progresa? ¿Se mejora la calidad de lo humano?

 

Observada la historia en su faceta material, desde el primer ser humano de las cavernas hace dos millones y medio de años atrás hasta nuestros días, es más que obvio que se ha registrado progreso, un progreso enorme, monumental. Al menos en lo técnico, en lo material, en la forma en que nos relacionamos con la naturaleza e inventamos una nueva naturaleza "social". La duda se abre en el otro ámbito, en lo más propiamente humano: ¿ha habido progreso en este sentido? ¿Puede haberlo?

 

En principio podríamos estar tentados de decir que, aunque muy lentamente, la humanidad va progresando en términos éticos. Hoy, distintamente a la antigüedad clásica de tantos pueblos, ya no se practican sacrificios humanos; hoy, un déspota gobernante no puede pedir un festín de sangre o bajar el pulgar para ver cómo un ser humano mata a otro para solaz de los observadores. Al día de hoy contamos con leyes que protegen, cada vez más, la vida y su calidad. Se legisla el aborto y la eutanasia. Hoy la tendencia es buscar repartir los beneficios del progreso material entre todos, y no reservarlos para la familia real, para el sacerdote supremo o el cacique de la tribu. El machismo, aunque aún se practica día a día en forma repulsiva –la ola de femicidio no se detiene–, comienza a ser puesto en la picota. Y otro tanto sucede con el racismo, aunque como práctica social concreta siga existiendo (ahí está George Floyd, entre tantos otros, como infame recordatorio). Todo lo cual, entonces, nos puede hacer llegar a la conclusión que, sin dudas, hay progreso social. Aunque justifique las guerras, tal como lo dice el epígrafe, un afrodescendiente, un nigger puede llegar al sillón presidencial de la Casa Blanca.

 

Arribados a este punto, es necesario puntualizar un par de consideraciones fuertes, que sin dudas no pueden agotarse en este pequeño trabajo, y que llaman a su profundización: por un lado, es siempre muy relativo (¿precario quizá?, siempre en condiciones de retroceder) el "avance" que se da en la condición humana, en su esfera ética. Los "progresos" espirituales son de una naturaleza radicalmente diversa a aquellos otros del orden material. Si no hay Tercera Guerra Mundial (con energía atómica), podemos estar –relativamente– seguros que no volveremos a las cavernas y a las hachas neolíticas; pero no podemos estar tan seguros que se ha afianzado de una vez y para siempre la cultura de la no violencia, la tolerancia y la convivencia pacífica entre todos los seres humanos, más allá de las pomposas declaraciones que se escuchan a diario y de la "corrección política" que se va imponiendo por todos lados. Una rápida mirada a la coyuntura mundial nos lo recuerda de modo feroz.

 

¿Cómo explicar, si no, que en la Rusia post soviética los otrora cuadros comunistas se tornen tan rápida y fácilmente despiadados capitalistas explotadores, o que en ese experimento tan singular que es la China socialista con economía de mercado, abierta la posibilidad de la acumulación –"Ser rico es glorioso" dijo Deng Xiao Ping– aparezcan multimillonarios similares, o superiores, a los del capitalismo occidental? Toda la fascinante tecnología que hemos desarrollado en milenios y nos llevó, entre otras cosas, a la energía atómica, no impidió que se lanzaran bombas nucleares sobre población civil no combatiente con una crueldad que puede empalidecer ante cualquier "primitiva" civilización del pasado. Aunque la justificación oficial del gobierno de Washington pueda parecer "piadosa" (evitar más muertes con un desembarco), la verdad es otra cosa: una absoluta demostración de poder. Esto, sólo por poner algún ejemplo. O para abundar algo en esta línea: la tecnología que permite el espectacular mundo moderno, con vehículos que surcan la faz del planeta a velocidades siempre crecientes, lleva al mismo tiempo a una catástrofe medioambiental de proporciones dantescas, ocasionada en muy buena medida por los motores que impulsan a esos vehículos. Y si se reemplazan los combustibles fósiles por energías no contaminantes, tal como utilizan los vehículos impulsados por baterías eléctricas para las que se necesita el litio como elemento básico, ahí está el golpe de Estado en Bolivia en el 2018. Y un magnate productor de algunos de esos vehículos (Elon Musk: "Derrocamos a quien queramos") puede justificar el latrocinio muy alegremente, sin recibir condena alguna. ¿Progreso entonces?

 

Hay una idea cuestionable de progreso. Se puede, por ejemplo, destruir la selva tropical y a los pueblos que allí habitan para extraer petróleo con los que alimentar vehículos con motores de combustión interna, o matar "cholos" en Bolivia para quedarse con los Salares de Uyuni, ¿en nombre del progreso? Progreso, valga decir, que nos va dejando paulatinamente sin agua dulce para continuar la vida. ¿Puede decirse seriamente que hay "progreso" social si un habitante término medio de un país ¿desarrollado? como Estados Unidos consume un promedio de 100 litros diarios de agua, o más, mientras que un habitante del África negra sólo tiene acceso a un litro? Dicho sea de paso: por la falta de agua potable mueren dos mil personas diarias. ¿Cuál es el "progreso" humano en que asienta ese monumental absurdo? Porque lo peor de todo es que a ese blanco término medio que riega su jardín 3 veces por semana y lava sin cesar sus varios vehículos, no le interesa la sed de un semejante africano; es más: ni siquiera está enterado de ello. La tecnología, definitivamente, no tiene la culpa de esta locura en juego. La lectura serena y objetiva del estado del mundo nos fuerza a reflexionar sobre todo esto: ¿avanzamos o retrocedemos en términos éticos?

 

El poder sigue siendo el eje que mueve las sociedades; poder que se articula con el afán de lucro, que no es sino la contracara de la idea de propiedad privada, todas ellas absolutas creaciones humanas.

 

Justamente como la sed de poder no se ha extinguido, el trágico disparate en curso en la actualidad, con los halcones fundamentalistas manejando la hiper-potencia mundial (no importa cuál sea el presidente de turno sentado en la Casa Blanca), nos puede llevar de nuevo a las cavernas y al período neolítico (la guerra nuclear generalizada, aunque ya no exista la Unión Soviética y una frontal Guerra Fría, no es una fantasía de ciencia ficción; sigue siendo una posibilidad y está a la vuelta de la esquina). En tal caso no sería la "evolución" técnica la que nos devolvería a ese estadio sino –una vez más– nuestra dificultad para progresar en lo ético. Salvando las formas económicas, ¿es muy distinta en términos éticos una empresa petrolera o fabricante de armas de los Estados Unidos actual comparada con un faraón egipcio, por ejemplo, aunque hoy se llenen la boca hablando de responsabilidad social empresarial, contratando muchas mujeres, negros y homosexuales? ¿Qué diferencia en esencia a estas empresas "legales" de un cartel del narcotráfico?

 

"Es delito robar un banco, pero más delito aún es fundarlo", decía sarcásticamente Bertolt Brecht. Las guerras –cíclicas, obstinadamente repetitivas– nos recuerdan de manera dramática estos desgarrones de nuestra mortal y evanescente condición: progresa la técnica, pero lo ético sigue siendo la asignatura pendiente. Hablamos cada vez más de derechos humanos y de respeto a la vida, pero en las guerras se sigue premiando como héroe de la patria a quien más enemigos mate. ¿Cómo entender eso? Dicho sea de paso también: el negocio más grande todos los actualmente existentes y aquél que ocupa la mayor inteligencia humana -y también la artificial– para la creación y renovación constante, ¡es la guerra! La producción de armamentos –desde una simple pistola hasta los misiles nucleares más poderosos– son el renglón más desarrollado de todos los que implementa la especie humana. ¿Lo qué más ha progresado entonces?

 

Más allá de esta primera consideración –de un talante pesimista seguramente– cabe un segundo comentario, no menos importante que el anterior, y con el cual se relaciona: aunque lento, tortuoso, plagado de dificultades, casi con valor de conclusión podemos decir entonces que efectivamente ha habido progreso social. Repitámoslo: hoy no se quema vivo a nadie por hereje; se pueden quemar libros, pero eso no es lo mismo. Hoy, aunque estamos aún lejísimos de alcanzarla, el tema de la justicia –económica, social, de género, étnica– es ya un patrimonio de la agenda de discusión de toda la humanidad; hoy, aunque persiste el machismo, ya no existe el derecho de pernada ni se utilizan cinturones de castidad para las mujeres, en numerosos lugares no se penaliza la homosexualidad permitiéndose los matrimonios entre iguales, y las leyes –ya universalizadas– fijan prestaciones laborales (aunque el capitalismo salvaje de estos años recién pasados está intentando borrar esos avances sociales).

 

En esta línea de pensamiento se inscribe una cantidad, bastante grande por cierto, de temas referidos a lo socio-cultural, que son incuestionables avances, mejoras, progresos en lo humano. La lista podría ser extensa, pero a los fines de mencionar algunos de los puntos más relevantes, podríamos decir que ahí entran todos los pasos que conciernen a la dignificación humana. No con la misma intensidad en todos los rincones del planeta, pero en el transcurso de los últimos siglos, con la modernidad que trajo una visión científica de la realidad, los derechos humanos hicieron su entrada triunfal en la historia. Hoy por hoy son ya una conquista irrenunciable. Se podrá decir que son un engendro occidental que, si se quiere profundizar, surgen como un camino paralelo a la lucha revolucionaria por el cambio social (el materialismo histórico no necesita ese complemento quizá); pero existen y marcan un camino de avance ético. Ya nadie puede matar por capricho a un esclavo, porque hoy ya se ha superado ese "primitivismo" de la esclavitud. Aunque hay que aclarar, no obstante, que la Organización Internacional del Trabajo ha denunciado que pese a nuestro "progreso" en materia laboral persisten cerca de 30 millones de trabajadores esclavizados en este siglo "hiper tecnológico", en muchos casos produciendo las maravillas industriales que se consumen alegremente en lugares donde la vida es simpática y próspera y nadie piensa en esclavos.

 

El siglo XX, luego de mostrar hasta dónde es posible llevar el hambre de poder de los humanos con la Segunda Guerra Mundial (tendencia de los varones, valga precisar, que son quienes realmente lo ejercen –el 99% de las propiedades del mundo están en manos varoniles–), dio como resultado el establecimiento de gestos muy importantes para asegurar esa dignidad de la que hablábamos arriba: se constituyó el sistema de Naciones Unidas y se fijó la Declaración Universal de Derechos Humanos. Pero la historia de estos últimos años mostró que, más allá de una buena intención, esas instancias no resolvieron –¡ni podrán resolver nunca!– problemas históricos de las sociedades (porque no pasan de decorosos remiendos); ahora que vemos naufragar esos tibios intentos luego de las "guerras preventivas" que impulsa Washington en un mundo que sigue marcado por el manejo vertical de los megacapitales globales, entonces, no podemos menos que afirmar que "estamos retrocediendo" en esos avances. Pomposas declaraciones y actitudes políticamente correctas: sí (hasta un presidente negro en Estados Unidos); cambios reales: no. Esta, entonces, podríamos decir que es la segunda aseveración fuerte: si ha habido algún progreso en lo cultural, ahora lo estamos perdiendo. O, dicho de otro modo, hay una tensión perpetua en la que se avanza y retrocede en un balance siempre inestable.

 

Lo que en el curso de los últimos dos siglos fueron avances en la esfera social, desde la caída de la Unión Soviética (primer y más sostenido experimento socialista de la historia), han venido retrocediendo sistemáticamente. Hasta incluso en el mismo seno de las Naciones Unidas, que habla pomposamente de derechos humanos, se perdieron conquistas laborales, aunque suene paradójico (en general el personal trabaja ahora por contratos puntuales, sin prestaciones laborales, precarizados). Si allí sucede eso, ya no digamos cuál es el grado de avasallamiento de los derechos de los trabajadores a escala global. Caído el emblemático Muro de Berlín, el capital se siente dueño absoluto del mundo; en estos pocos años se han perdido conquistas sindicales históricas, se retrocedió en organización político-sindical, se desmovilizaron actitudes contestatarias. Si volvían protestas callejeras espontáneas en el transcurso del 2019 alzando la voz contra las infames políticas neoliberales, la llegada de la pandemia de COVID-19 ("curiosa" llegada, por cierto), las silenció, las postergó. Lo que se puede apreciar en estos últimos años, luego del proclamado "fin de la historia" con el derrumbe del campo socialista este-europeo, es que creció lo que podría llamarse "cultura light", la sobrevivencia no-crítica, el "amansamiento" colectivo. Es decir: se criminalizó la protesta como nunca antes. ¡Trabaje y no proteste, consuma y no piense!, pasó a ser la consigna universal. El actual confinamiento que trajo el coronavirus sirvió para aumentar esa tendencia. De hecho, se precarizaron más aún las condiciones laborales, y el trabajo hogareño, en buena medida, pasó a ser la norma. ¿Alguien diría que trabajar desde su caso es progreso?

 

Lo curioso, o complejo –¿trágico quizá?, ¿patético?– en todo este problemático y enmarañado ámbito del progreso humano es que mientras por un lado nos alejamos de los prejuicios más estereotipados y se comienzan a tolerar, por ejemplo, matrimonios homosexuales o que un afrodescendiente pueda haber llegado al sillón presidencial en el racista país que hoy hace las veces de potencia principal, al mismo tiempo ese mismo país (no el presidente, claro, sino los que tienen el poder decisorio final: blancos multimillonarios que manejan corporaciones multinacionales) diseña planes geoestratégicos que irrespetan las nociones elementales de derechos humanos modernos, permitiéndose invadir cuando quieren y en nombre de lo que quieren. Sin dudas que todo esto es contradictorio, complejo, difícil de entender. Y junto a eso, no olvidar, potencias capitalistas de Europa occidental, promotoras de los sacrosantos derechos humanos, en pleno siglo XXI… ¡aún mantienen enclaves coloniales! Sin dudas, avanzamos y retrocedemos al mismo tiempo.

 

Con las estrategias imperiales en curso mantenidas por Washington se han perdido importantes avances en relación al respeto y al entendimiento entre seres humanos, aunque se haya dado el importante paso de permitirse superar un racismo histórico que llevó a linchar negros hasta hace apenas unos años. ¿Avanzamos o retrocedemos entonces? Quizá, aunque pueda sonar a ciencia-ficción, haya grupos de poder que ya están concibiendo –¿quizá implementando?– estrategias para instalarse fuera de nuestro planeta, condenando a quienes se queden en esta maltrecha Tierra a sobrevivir como puedan… si es que pueden. Con lo que –una vez más– la edad de las cavernas y las hachas de piedra no se ven tan lejanas, metafórica y literalmente. ¿Quiénes detentan hoy el poder global? Los que tienen esas hachas y garrotes más grandes: los que tienen los misiles nucleares más poderosos. Nihil novum sub sole? ¿Nada nuevo bajo el sol?

 

En definitiva, decidir en términos académicos, en nombre de alguna pureza semántica, si avanzamos o retrocedemos moralmente, puede ser intrascendente. Si miramos la historia de la especie humana, hay avances; pero eso solo si hacemos una mirada de muy largo alcance, de siglos, o de milenios. Hay avances importantes (el movimiento feminista, las reivindicaciones étnicas, la aceptación de la diversidad sexual), pero hay retrocesos en la justicia social. Lo que está claro es que no puede haber cambio real y sostenible si no se avanza simultáneamente en todos los aspectos.



domingo, 24 de enero de 2021

FEMICIDIO EN GUATEMALA: ¿HASTA CUÁNDO?

¡¡HAY QUE DETENER ESA LOCURA YA!!

 

No todos los varones son asesinos, no todos los varones matan a sus parejas. ¡Pero sin dudas el patriarcado reinante facilita el femicidio! El silencio cómplice, la tolerancia del Estado, la cultura machista que nos domina, todo eso es el caldo de cultivo para esta infamia que ahora parece no tener fin.

 

¡PERO HAY QUE PONERLE FIN A ESTA MONSTRUOSIDAD INFAME DEL FEMICIDIO!



 

sábado, 23 de enero de 2021

ABORTO

Se lo voy a contar porque es usted y me cayó bien. Créame que no a cualquiera le cuento estas cosas. En realidad, para mí es muy duro hablar de todo esto.

 

Quizá piense que estoy exagerando, que me quiero hacer pasar por víctima. No es así, en absoluto. En realidad, soy víctima. Soy enteramente una víctima, y si usted me permite un momento, si tiene un rato para que le cuente mi historia y quiere soportar un relato algo lacrimógeno, verá por qué digo esto.

 

No quiero dar lástima. Nunca en mi puta vida quise hacer eso: dar lástima, pienso, es despreciable. ¿Para qué hacer algo así? Es de flojos, de débiles. Y yo, créame, no soy nada de eso. Siempre aguanté de pie los golpes. Y lo voy a seguir haciendo. No crea que la sentencia que acaban de darme me atemoriza. La gente que, como yo, tiene esa vida de mierda a sus espaldas, la gente que está acostumbrada a todo, a la miseria, a golpes, a vejámenes, a darse contra la pared todo el tiempo, bueno…, gente así no le tenemos miedo a nada. Estamos demasiado curtidos, se nos endureció el corazón.

 

Y una vez más permítame decirle que no exagero. ¡En absoluto! Si pasé todo lo que pasé en mi vida, si soporté los mil y un golpes, atrocidades, desprecios, cárceles, violaciones, mierdas de todos los colores, formas y tamaños, ¿acaso cree que esta puta condena me puede asustar?

 

No le estoy diciendo que me voy a escapar de la prisión. Ganas no me faltarían, pero supongo que no será fácil salirse de una cárcel de alta seguridad como ésta donde me van a meter. Ya me fugué tres veces en mi vida de cárceles. Una vez, la primera, fue de jovencito, cuando estaba en el reformatorio; después, ya mayor de edad, en dos oportunidades pude escaparme. Aunque ahora lo veo difícil. Supongo que todo el mundo va a tener puestos los ojos sobre mí, porque en este momento soy figura pública. Todas las cámaras de televisión están sobre mí, me acosan los periodistas… Claro que ser figura pública de esta manera no es lo más interesante del mundo precisamente. De verdad, no se lo deseo a nadie; esto es una tortura.

 

Bueno, como le decía: me fugué varias veces, recibí un balazo, tengo varias cicatrices de navajazos, me peleé no sé cuántas veces en la calle, recibí todo tipo de ofensas, una violación sexual de pequeñito, tuve varias sobredosis de crack…, pero aquí estoy vivo. Ahora se habla más de mí que de Maradona, de John Lennon, aunque eso va a ser temporal, me doy cuenta. Mi caso se hizo super famoso en este momento por lo que significa. Por supuesto, a nadie le interesa un negrito de mierda, pobre, nacido y criado en un barrio marginal, vapuleado varias veces de niño cuando robaba solo alguna que otra billetera o un collar a alguna mujer, golpeado por la policía hasta el cansancio, semi analfabeta. ¿A quién le importo? ¡A nadie! Pero, curiosamente, ahora soy noticia mundial. Sé que aparezco en la televisión todo el tiempo; y en las redes sociales no se para de hablar de mí, de mi malicia, de mi poca humanidad.

 

¡Qué hipocresía!, ¿no? Ahora hablan, ahora soy noticia, ahora todo el mundo, en todos los países, dice indignarse por lo que hice, pero nadie, absolutamente nadie se pregunta cómo se llegó a esto, por qué un joven de apenas 22 años es un asesino, qué hubo en mi vida que me hizo llegar a esto.

 

Por eso le decía que usted me cayó bien, no me parece hipócrita, me dice las cosas de frente, tal como debe ser, no me está juzgando todo el tiempo como hacen otros. Por eso, entonces, le cuento todo esto, y me gustaría saber su opinión. Su opinión franca, por supuesto. No que me vea con lástima, con conmiseración -¿está bien dicho así, verdad?, porque no conozco mucho de palabras complicadas-, con lástima, con compasión. Pero, bueno…, así son las cosas, mi amigo: maté a esa familia completa: padre, madre y los dos hijos, solo para robarle unos pocos billetes que tenían en la casa, y una bandeja de helado que había en la nevera. Parece terrible, ¿verdad? Quizá la gente llamada “normal” no lo pueda entender. Lo que muestra que hay mucha mentira con esto de la normalidad.

 

Yo, de haber tenido otra vida de pequeño, seguramente no hubiera llegado a esto. Tal vez hubiera podido ser como esos dos niños que maté. Es decir; niños normales, con una familia normal, con un papá y una mamá que me quieren, con juguetes, con comida todos los días, sin violencia… Pero no fue así. Claro que, cuando uno dice “normales” hay que hacer una consideración: muchos son así, con papá y mamá, y tomando helados a veces, con una infancia feliz, tranquila. ¡Pero también muchos son como yo! Es decir: vivimos en situaciones de mierda, entre la basura, la violencia, la más completa pobreza, el olvido. Tal vez yo, lo reconozco, soy más basura que otros, soy un asesino, pero ¿no son una basura también los que viven en palacios y nos miran a nosotros como deshechos?

 

Creo que usted conoce mi historia, ¿no? Mi mamá, puta de profesión, o trabajadora sexual, como se dice ahora, ya tenía otros cuatro hijos cuando yo nací. Estaba ya viejita cuando quedó embarazada de mí. Y según supe, porque ella misma me lo contó no sé cuántas veces, no quería tenerme, había pensado abortarme. Ella andaba ya por los 40, pero seguía trabajando de prostituta. Fue un grupito de muchachos de, digamos “buena familia”, que la contrató para una orgía. Ella aceptó, porque los billetes nunca venían mal. Pero esta gente la estafó: no le pagaron lo que le habían prometido, y no tuvieron protección al tener sexo.

 

Producto de eso, según ella me contaba, vino el embarazo. Mi viejita quiso denunciarlos, pero eso era imposible. ¿Se imagina usted?: una puta pobre, negra, ya vieja, sin ningún poder, meterse contra “niños bien”. Eso no podía prosperar de ningún modo, para nada. Así que mi pobre madre tuvo que aguantarse el atropello y agachar la cabeza. Agacharla una vez más, como la hemos agachado siempre nosotros, los pobres, los marginados, los negros, lo que venimos de esas barriadas consideradas zonas rojas por la gente llamada “normal”. No sé si usted alcanzará a dimensionar el odio que uno va acumulando así, pero creo que sí se da cuenta.

 

El odio no nace porque sí, así nomás. No, para nada. Tiene historia, como todo tiene historia en la vida. Las cosas no surgen de la nada. Nadie es malo solo porque se le ocurre ser malo. Yo creo, según lo que he visto en mi corta vida, corta pero movida vida, que la maldad es algo complicado. Todos tenemos cosas buenas…, a veces. Y también, del mismo modo, todos podemos hacer las peores cosas. Somos una mezcla rara, confusa. Mire, yo no soy psicólogo ni psiquiatra ni nada de eso, pero con mi poco, poquísimo estudio que tengo, veo que cualquiera puede hacer las cosas más nobles, a veces. Y también las más terribles.

 

Dicen que los pobres somos violentos, que de esas barriadas pobres, “marginales” como les dicen, “zonas rojas”, viene la gente más violenta. No estoy de acuerdo; creo que no es así. Todo el mundo tiene buenos sentimientos, a veces, como le decía. Y todos somos un poco demonios también, a veces. Depende de las circunstancias. Por ejemplo: la violencia más grande que hay, la guerra, donde está permitido matar, donde premian al que más enemigos mata -ahí uno no es un asesino sino un héroe de la patria-, la guerra, decía, no la declaran los pobres. ¿Se imagina gente como yo, un matón a sueldo, un pandillero peligroso, decidiendo la guerra de los países? ¡Imposible! Totalmente imposible. Entonces ¿de dónde putas sacan eso de que los pobres somos los violentos y la gente llamada normal, bien educada, criada en una familia, que no sufre los horrores de vivir en una zona roja, que esa gente no es violenta?

 

Le pongo otro ejemplo, para que vea cómo la violencia está siempre dando vuelta, y no solo en nosotros, los asesinos. ¡Porque yo soy un asesino!, no lo niego. Cuando era pequeño iba a la escuela, como todo niño. Pero yo era el único negrito de la clase. De más está decir que recibía todo tipo de ofensas, burlas, exclusiones. Y cuando se enteraron que era hijo de una prostituta, ¡ni le cuento! “Negro hijo de puta” me decían abiertamente. Los maestros, créame, no hacían nada por impedirlo. En todo caso, se hacían los desentendidos. Recuerdo una vez que teníamos que dibujar los símbolos patrios, y la maestra luego dijo que tal cosa, no recuerdo qué, la pintáramos color piel. Yo, entonces, la coloreé con color café oscuro. ¡Casi me mata la vieja de mierda! Hasta me mandó a la dirección. ¿Le parece que eso no es un acto de violencia? ¡Terrible violencia!, por supuesto. Pero no, el que recibió el castigo fui yo. Porque las pieles son de diversos colores; nosotros, los negros, ¿de qué color la tenemos si no? ¡Puta si no hay violencia!

 

Como ve, mi estimado, aunque la gente no se dé cuenta todos los días, la violencia está en todos lados. Para muestra, vea eso que le conté. O vea esto otro también: ¿cuál es el peor insulto de todos? “¡Hijo de la gran puta!” ¿Qué significa eso? Que ser puta es algo infame, una porquería, lo peor del mundo. “Sacrílego” creo que se dice, ¿no?, porque yo no conozco mucho de esas palabras difíciles, raras. O sea: puta es inmoral, deleznable. ¿Por qué? Ahí también hay violencia, hay hipocresía. Se las difama de día, pero de noche se va con ellas. Lo que los señores habitualmente no pueden hacer con sus esposas, muy respetables ellas, lo pueden hacer con las putas: coger por el culo, hacerles tragar el semen, silbarles y gritarles cuando bailan en un tubo, denigrarlas… Se indignan si eso se le haría a su hija, pero con las putas se vale. Todo eso, ¿no es violencia?, ¿no es hipócrita? No digo que yo no sea machista, pero eso ¿no es el peor machismo que hay? Entonces nosotros, los hijos de una trabajadora sexual, ¿somos lo peor que hay en el mundo? ¿Por qué la peor ofensa, el peor insulto que existe es, justamente “hijo de puta”? Los señorones que declaran las guerras, y que van con putas, incluso con putas muy caras, gastando fortunas, ¿ellos no son violentos entonces?

 

¡Por favor! Ya estoy harto de tanta mentira, de tanta hipocresía barata. ¿Por qué nos dicen violentos a nosotros? Yo lo reconozco, nunca dejé de reconocerlo: soy una porquería. Trabajé como matón a sueldo, y me quebré un par de tipos por encargo en su momento. Pero ¿por qué lo hice? Porque otros peor que yo me contrataron. Y se lo voy a decir con todas las letras, aunque no le voy a dar nombres: fueron encumbrados empresarios, gente que maneja muchísimo dinero quienes me pagaron el servicio. Me acuerdo bien: en realidad, no fueron ellos directamente, sino empleados de ellos que mandaron a buscarme. Tenían que terminar con un par de sindicalistas medio comunistones que estaban organizando a los trabajadores de sus empresas. Me contrataron, y pagaron muy bien, por cierto. Dígame entonces: ¿quién es el violento ahí: ellos o yo?

 

A esta altura ya no me sorprendo de nada. ¡De nada! Que yo me haya tronado unos cuantos en mi vida no es nada, al lado de otras cosas infinitamente peores que veo por allí. Los curas, por ejemplo. Ahí andan hablando del amor y no sé cuántas tonteras más. Y se violan a niñitos indefensos. ¿No da vergüenza eso? ¿Por qué se llenan la boca hablando de misericordia, del amor de dios y qué se yo qué otras cosas, y son tan mala onda de prohibir lo que ellos hacen en secreto? ¿No es violencia eso acaso? Unos viejos de mierda, violadores, borrachos, decidiendo si una mujer puede abortar o no. ¡Por favor! ¡Qué asco!

 

Hablando de violaciones, usted sabrá que a mí me violaron de pequeñito. Mire, si me pongo a contar todas las afrentas que tuve en mi vida, estaríamos aquí una semana entera hablando. Me violaron cuando yo tenía más o menos 7 u 8 años. Mi viejita nunca me lo quiso creer. Ella estaba atormentada, sin dinero, con deudas, sin saber qué hacer con cinco hijos. Siempre atormentada, sin saber cómo salir de ese pozo de mierda. Vivíamos en una casita que se venía abajo en un puto barrio pobre, lleno de violencia, entre delincuentes, borrachos y drogadictos. ¿Qué puede salir de allí sino otro delincuente? Lo único que veía yo de pequeño era violencia. Además de la violación, sufrí cosas que prefiero llevarme a la tumba. Mire, ni con usted, con quien agarré confianza, me atrevería a contar esas cosas. Prefiero guardármelo.

 

Lo que no puedo guardarme, uno de los odios más profundos que llevo adentro es lo que le hicieron a mi mamá con mi embarazo. Ella, como le dije, no quería tener otro hijo. Por eso, cuando supo que estaba embarazada, quiso abortar. Pero todo el mundo puso el grito en el cielo y le dijeron que no. De acuerdo a lo que ella me contó, se lo impidieron. Incluso, me dijo, hasta fue a la justicia. Pero como en esa época estaba prohibido el aborto, le dijeron que no. Por eso nací yo.

 

No me quejo de mi madrecita. Sé que ella, a su modo, me quiere. Si no me quiso cuando era un feto en su vientre, eso fue por otros motivos. Pero cuando nací, sé que me quiso. A su modo, haciendo lo que pudo, me crió. Claro que hubo carencias, muchas, ¡muchísimas! La pobre no sabía qué hacer con su vida; menos aún iba a saber qué hacer con la vida de un muchachito que le cayó de regalo. Pero ahí fue haciendo la lucha, y como pudo, me crió.

 

No puedo decir que haya sido una mala madre. Lo que pasa es que siendo pobre, marginal, con un trabajo de mierda como tenía, con problemas crónicos de alcoholismo y drogadicción, sin nadie que la apoyara ni la guiara, ¿qué podía sacar de mí? Un universitario con suma cum laude -así se dice, ¿no?-, eso no podía sacar. Los que no tenemos oportunidades desde el nacimiento, estamos siempre cagados. No todos los pobres de esas barriadas terribles salimos delincuentes, ¡por supuesto! Pero, de verdad: ¿qué nos espera? Con muy buena suerte, ser un pobre trabajador, un albañil, una sirvienta, un obrero en alguna puta fábrica de esas que pagan centavos, un peón en el mercado. Uno de esos que, como trabajador o mujer explotada, si se quiere organizar en un sindicato, es asesinado por un matón a sueldo como yo, pagado por los patrones. Pero, criándose entre delincuentes, vagos y drogadictos, ¿qué otra cosa puede uno salir si no es también un delincuente? ¿Quién es más hijo de la gran puta: el matón, el sicario que no se tienta el alma para gatillar fríamente, o quien lo contrata? Mire, seamos sinceros: todos, las dos partes en este caso, somos violentos. Pagar sueldos de hambre, ¿no es una forma de matar también? Pero, ¡claro!: eso es legal. ¡Qué mierda!

 

Por eso, mi amigo, yo, criado a los golpes como fue mi vida, a los 12 años ya estaba consumiendo drogas. ¡Y drogas pesadas! Y a los 15 me troné al primer tipo. Sé que troné a varios. La verdad, con toda sinceridad, no sé exactamente cuántos son, porque muchas veces, en peleas callejeras, uno dispara o pega con una cadena y solo ve la sangre. No se queda a averiguar si lo mató, o solo lo hirió. Pero en total son varios, quizá unos diez, tal vez quince. Ahora, con esto último que pasó, me queda más bronca aún, más odio reconcentrado. Pero no bronca por ser un asesino, a eso ya me acostumbré, sino por lo que sucedió en torno a todo este caso.

 

Usted vio exactamente cómo fueron las cosas. Sí, maté. Lo reconozco. Incluso lo confesé públicamente, ¿para qué iba a negarlo, si hasta creo que quedó grabado en las cámaras de seguridad de la casa? Por culpa de esa maldita droga, fui a robar para comprar crack. Pero tuve la mala suerte que se me cruzaron los cuatro de la familia. Yo no sabía que estaban ahí, y el tipo quiso defenderse con un arma. Fue automático: cada vez que me atacan, reacciono brutalmente. Iba drogado, no lo niego, así que me exalté y no pude contenerme. Mi “profesión”, si así puede decirse, es la violencia, la muerte. Los maté a los cuatro. Lo único decente que me pude llevar, además de unos pocos centavos, fue el helado que me comí. De niño, para mí era un sueño poder comer helado. Y bueno… me agarraron.

 

¿Qué iba a decir en mi defensa? Nada. Soy un criminal. Sé que estuvo mal lo que hice, pero… así es mi vida. Le cuento que antes de matar a la señora, estuve tentado de violarla. No lo hice, me pude controlar. Siempre que estoy con una mujer que me gusta, me acuerdo de cuando yo fui violado. En fin… eso es otra cuestión de la que no quiero hablar ahora. Lo que sí es increíble, no lo puedo entender, es que el juez no me haya condenado a muerte. Me dio perpetua. Como mi caso se hizo tan notorio por los medios, todo el mundo está hablando de eso, y ahora mucha gente se reúne para pedir que se cambie la sentencia. Están pidiendo la pena de muerte. Lo que no entiendo, le estaba diciendo, es de por qué a mi mamá, cuando pensaba abortarme, se lo prohibieron, e hicieron tanta bulla con eso. Y ahora, 22 años después, o 23, contando los nueve meses de embarazo, ahora que yo nací contra su voluntad y pasé todas las penurias que pasé, penurias que dieron como resultado esta basura que soy, ahora no entiendo por qué sí piden matarme, y no permitieron que lo hicieran años atrás, cuando hubiera sido mucho mejor no dejarme nacer. ¿No le parece hipócrita?



viernes, 22 de enero de 2021

SOCIALISMO = JUSTICIA ECONÓMICA, EQUIDAD DE GÉNERO, FIN DEL RACISMO

Las luchas en torno a las contradicciones de clase no pueden ser adecuadamente comprendidas en su trayectoria y su complejidad si se analizan divorciadas de los problemas de género y opción sexual, ecológico-medioambientales y nacionalistas –étnicos, raciales y religiosos–, que marcan nuestros tiempos. No se trata de hacerle decir a Marx aquello que no podría haber pensado en su contexto biográfico. Se trata de dialogar con él, si se quiere con cierto dejo de irreverencia, para formularle preguntas que cuestionen sus presupuestos y pongan en marcha los engranajes del espíritu crítico propio de su filosofía de la praxis.

Sabrina González