El yate, de 5 millones de dólares, partió del puerto de B. con 12 personas a bordo. Viajaban su propietario, el excéntrico multimillonario M., con algunas amigas y amigos, además de la tripulación: el capitán, dos marineros y un grumete. Después de dos días de navegación, se desató inesperadamente una terrible tormenta que terminó hundiendo la nave. Por avatares del destino, solo pudieron salvarse M. y el joven aprendiz de marinero, J., de tan solo 18 años. A duras penas ellos dos pudieron llegar hasta una muy pequeña isla despoblada. Allí empezaron su sobrevivencia. Después de un par de semanas en la más grande precariedad, esperando siempre algún barco salvador, un pajarito escuchó este diálogo, que ahora nos relató:
(…)
Millonario: Muchacho, tráeme
unos cocos más. Hoy me quedé con hambre.
Grumete: ¿Sabe una cosa?
Estaba pensando el porqué tengo que hacerle yo todas estas cosas.
Millonario: ¿Cómo por qué? ¿No
eres el ayudante acaso? ¿No estás para eso?
Grumete: Bueno…, en el
barco así era. Pero aquí estamos los dos de igual a igual, como náufragos.
Millonario: Uy… ¿qué te pasa? ¿Desde
cuándo esa rebeldía? Pero ¿acaso no se te paga para que nos atiendas?
Grumete: ¿Pagar? ¿Usted me
va a pagar en esta isla desierta? ¿Acaso soy su empleado?
Millonario: Bueno…, así son
las cosas, ¿no? Así son las reglas de juego, te guste o no te guste. Eres pobre
y yo soy el dueño del yate. Soy yo el que tiene los billetes. No te olvides
nunca de eso, muchacho.
Grumete: Yo diría que…
¡tenía! los billetes. Aquí, en esta soledad, somos los dos iguales. Y ni
siquiera somos iguales, porque yo soy más joven, más fuerte, estoy mejor
preparado para sobrevivir. En realidad, aquí no somos iguales: soy yo un poco
superior. Al menos para soportar esta vida.
Millonario: Pero no tienes una
abultada cuenta bancaria. Esa es la pequeña diferencia…
Grumete: ¿Cuál cuenta? Aquí
eso no existe, M. Aquí estamos los dos semi desnudos, y el más fuerte, que soy
yo, es el único que puede treparse palmeras para buscar cocos, o ir a pescar
con ese improvisado arpón que hice. Si aquí hay alguna diferencia, la hay a mi
favor. ¿De qué billetes me habla?
Millonario: Cuando nos
rescaten volveremos a la normalidad. Y tú seguirás siendo grumete, marinero a
lo sumo, pescador. Si te va bien: capitán de un pobre barquito pesquero, cuando
envejezcas. Yo, en cambio, volveré a mi pent house, a mi limusina, a mi jet
privado… ¡Esa es la normalidad!, y no lo que estamos sufriendo aquí.
Grumete: Sí, claro… Si tiene
la suerte de sobrevivir aquí volverá a “esa” normalidad. Porque ahora la
normalidad es esta, donde usted come gracias a mi trabajo. O sea: sobrevive si
a mí se me ronca el culo de seguir pescando y bajando cocos para usted. Acuérdese,
M., que desnudos y medio barbudos como estamos, es decir: como dios nos trajo
al mundo, no hay diferencias. Las limusinas, las joyas y las cuentas bancarias son
accesorios que no nos definen. Nada de eso se lleva al más allá.
Millonario: ¡Comunista había
salido el muchacho!
Grumete: No sé cómo se
llamará eso…, pero es la pura, absoluta y descarnada verdad. ¿O las diferencias
las da un Rolex de oro?
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