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sábado, 30 de noviembre de 2024
viernes, 22 de noviembre de 2024
TERCERA GUERRA MUNDIAL (Y ÚLTIMA)
“Si quieres la paz, prepárate para la guerra.”
“De las guerras se sabe como comienzan…
¡pero no como finalizan!”
Freud, en lo que llamó su “mitología conceptual”,
habló de una “pulsión de muerte”, es decir, una tendencia que tenemos
los humanos a la destrucción, para el caso, a la autodestrucción. Es un
concepto equívoco, complejo, con el que no es fácil estar de acuerdo. De todos modos,
la observación serena de la dinámica y la historia humana nos obliga a
considerar que lo dicho por el fundador del psicoanálisis no está tan lejos de la
realidad. “La inclinación a la agresión y a la destrucción forma parte de
ellos [los motivos de las guerras]: las innumerables muestras de barbarie
que jalonan la historia y la vida cotidiana no hacen más que confirmar su
existencia”, escribía en una carta en respuesta a Einstein, quien le
preguntaba por qué esa saña atroz del nazismo y, en general, de la especie
humana en determinadas ocasiones.
Lo cierto es que nadie quiere las guerras,
todos nos llenamos la boca hablando de paz, se firman pomposas declaraciones que
la entronizan, la Organización de Naciones Unidas se fundó -supuestamente- para
asegurarla…, pero la guerra sigue siendo una constante en el mundo. En estos
momentos hay más de 50 frentes de batalla abiertos en toda la geografía
planetaria (de las cuales se habla poco, porque un par de “estrellas” se roba
la atención -¿quién habla de los 200,000 muertos y 51,000 desaparecidos que
tuvieron lugar durante el sexenio de López Obrador en México, por ejemplo?, un
país sin guerra oficial, pero envuelto en un clima de violencia inaudito), guerras
donde muere gente, quedan heridos y discapacitados de por vida, así como
profundas secuelas psicológicas, amén de una terrible destrucción de la infraestructura
creada por la humanidad. ¿Alguien se beneficia de esto? Hoy día: sí. Quienes medran
comercialmente con ella: grandes fabricantes de armas (74.000 dólares por
segundo mueve globalmente la industria bélica en el mundo). Por dar un solo
ejemplo: cada soldado de Estados Unidos -hay casi un millón y medio- lleva como
equipo, contando todos sus pertrechos y el arma reglamentaria, alrededor de
18,000 dólares. Alguien gana con esas mercaderías -que no otra cosa son
todos esos instrumentos-; los soldados, por supuesto que no.
Qué tienen pensado los grandes grupos de poder
que manejan en buena medida los destinos de la humanidad, no lo sabemos. Lo que
está claro es que a la gran masa humana, aquellos a quienes nos quieren hacer creer
que emitiendo un voto cada cierto tiempo decidimos algo, se la tiene muy bien engañada.
Esos pueblos, en este caso: más de 8,000 millones de personas en todo el
planeta, nosotras y nosotros, solo padecemos los efectos de esas mega
decisiones. ¿Se viene entonces la Tercera Guerra Mundial, que significaría la
destrucción de todo?
El conflicto entre Rusia y Ucrania/OTAN tuvo como
objetivo de quienes lo pergeñaron (cabezas en Estados Unidos) golpear fuertemente
al gran país euroasiático para debilitarlo, intentando así evitar la
mancomunión Moscú-Pekín, buscando que no prosperara el proyecto de los BRICS. Sucede
que las cosas no salieron efectivamente como se pensaron, pues la Federación
Rusa dio batalla ante las provocaciones de la OTAN de colocar armas nucleares a
minutos de Moscú, y ni las acciones bélicas ni las numerosas sanciones
económicas lograron derribarla. Por el contrario, terminó apropiándose de una
cuarta parte del territorio ucraniano, y demostró su poderosísimo músculo
militar. La pobre población ucraniana fue el verdadero pato de la boda, con
alrededor de medio millón de personas muertas, fundamentalmente jóvenes que
fueron al frente de batalla. Igualmente, la infraestructura del país quedó severamente
castigada. Si alguien ganó con todo esto fueron los capitales estadounidenses,
que hicieron un triple negocio: 1) el complejo militar-industrial elevó sus
ventas de armas en forma exponencial, 2) sus empresas gasíferas (Cheniere
Energy, Sabine Pass, Kiewit Corporation, Gulfstream LNG Development), productoras
de gas natural licuado, el que comenzaron a vender a los países europeos a un
precio mucho mayor que lo que ellos pagaban por el gas ruso, y 3) las empresas
que se cobrarán las facturas de la reconstrucción de la destruida Ucrania, en
muchos casos tomándolas en especie, como por ejemplo las compañías agroalimentarias
(Cargill, Monsanto, Du Pont), quedándose con las enormes tierras fértiles del país
eslavo (el “granero de Europa”, con 33 millones de hectáreas cultivables).
De todos modos, en el medio de la guerra ruso-ucraniana,
el proyecto de los BRICS siguió adelante, y en el pasado mes de octubre en la
ciudad de Kazán, Rusia, se dieron importantes acuerdos, marcándose así la
creación de una importante área económica mundial desmarcada del dólar, lo cual
marca el inicio del declive del capitalismo occidental y de la supremacía de Washington.
Esta guerra está técnicamente perdida por la
OTAN/Estados Unidos -Ucrania solo es el campo de batalla-. Sobre el final del
período de Joe Biden, no estaba claro cómo seguiría o terminaría el conflicto. El
triunfo electoral de Donald Trump cambió un poco -o bastante- el tablero. Su promesa
-seguramente pirotecnia verbal de la campaña proselitista- de dar por
finalizada inmediatamente la guerra a partir de su asunción el próximo 20 de
enero, quedó en entredicho. Como medida de despedida la actual administración
demócrata decidió enviarle un fuerte mensaje: autorizó a Kiev en el uso de
misiles estadounidenses de largo alcance con los que penetrar en lo profundo
del territorio ruso. De hecho, fueron utilizado por el gobierno ucraniano.
La respuesta del Kremlin no se hizo esperar:
modificó de urgencia su doctrina nuclear, rebajando el umbral necesario para poder
emplear armas atómicas. El lanzamiento de un misil hipersónico que impactó en
suelo ucraniano burlando todas las defensas, es una demostración que el
conflicto puede escalar. En realidad, nadie quiere una guerra total,
devastadora, entre la OTAN y Rusia, con la posibilidad de uso de los arsenales
nucleares. Todo el mundo sabe que eso nos lleva directamente al holocausto
final para toda la humanidad. En verdad, la autorización que hace Biden es un
mensaje para Trump de parte del complejo militar-industrial de Washington (Lockheed
Martin, Boeing, Northrop Grumman, General Dynamics, Raytheon): “¡cuidadito
con pensar en terminar con nuestro negocio!”
Lo que hace Moscú también es un mensaje
político: “no nos fuercen a utilizar armas atómicas, porque si siguen
provocando, nos veremos en la necesidad de hacerlo.”
Más allá de ideas paranoicas, por supuesto que
hay factores de poder que deciden la marcha del mundo, siempre en secreto, sin
consultar a las grandes mayorías (la democracia occidental, representativa, por
tanto no pasa de mito payasesco). Uno de esos factores, quizá de los más
determinantes, es el Grupo Bilderberg. Esos “amos del mundo” se reúnen una vez
al año, fijando las pautas económico-políticas que nos tocará seguir a buena
parte de la humanidad. Por lo pronto, en el año 2022, su encuentro -siempre
mantenido bajo las más estrictas medidas de seguridad- tuvo lugar en la ciudad
de Washington, Estados Unidos. Nunca se conocen sus conclusiones; en todo caso,
las padecemos luego. Para esta ocasión pudo filtrarse lo que sería la agenda
del evento. Entre otros puntos (el avance de China y las estrategias para
detenerla, la guerra de Ucrania, el empantanamiento de la economía del
capitalismo occidental) figuraba la “gobernabilidad global post guerra
nuclear”. Todo indica que en estos poderosos grupos decisorios se contempla
la posibilidad de una guerra con armamento nuclear. Según las hipótesis que se
conocen, serían enfrentamientos con armas atómicas tácticas, no estratégicas.
Estas últimas, más allá de la disuasión, nunca se usarían, porque ello
significaría el fin de toda la población planetaria. Las armas tácticas no
tendrían tanto poder destructivo, pero los entendidos dicen que igualmente el
uso de armamento nuclear provocaría daños irreversibles. Lo cierto es que muy pequeñas
élites -grandes factores de poder- tienen ya planificado algo al respecto (con
refugios antibombas atómicas para pequeños grupos “selectos”, por ejemplo). Los
ciudadanos comunes de a pie ¿estaremos condenados a lo peor? ¿Se nos consultó
algo al respecto?
Nadie quiere la guerra nuclear, pero pareciera
que, sigilosamente, ¿realmente nos vamos deslizando hacia ella? La Alcaldía de
Nueva York está circulando un video dedicado a toda la población donde, en tres
pasos, explica la conducta a seguir en el caso de un ataque atómico. En el
Norte próspero hace un tiempo que se están vendiendo refugios anti bombas
atómicas por hasta dos millones de dólares. Rusia también los comenzó a
producir en forma masiva para su población. En los países escandinavos (Noruega,
Suecia, Finlandia) las autoridades están distribuyendo entre sus habitantes folletos
indicativos para resistir en el caso del comienzo de una guerra nuclear. El clima
se ha tensando mucho; la verborrea intimidatoria no falta.
De ambas partes, Rusia y Estados Unidos, las
respectivas autoridades dicen que no desean un enfrentamiento atómico, que eso
se debe impedir a toda costa; quizá nunca se llegue al mismo, pero la retórica
desplegada en estos días mantiene en vilo a mucha gente en el planeta.
Hoy
día ambas potencias cuentan con alrededor de 6,000 armas atómicas cada uno. Debe remarcarse
que el poder destructivo de cada uno de estos artefactos es, como mínimo, 20
veces -algunas 50 veces- superior a las bombas que lanzó Washington en 1945
sobre Japón (Hiroshima y Nagasaki), único país de la historia en utilizar este
armamento en acciones de enfrentamiento real, y justamente cuando la Segunda
Guerra Mundial ya estaba decidida y la nación nipona prácticamente rendida. Según
los científicos conocedores de estos asuntos, de activarse estos arsenales
nucleares disponibles en la actualidad se podría producir una explosión de
tales dimensiones cuyas secuelas llegarían hasta los confines del Sistema
Solar, hasta la órbita de Plutón. Ello podría ocasionar la muerte de millones y
millones de seres humanos en forma inmediata producto del impacto, más otros
miles de millones al corto tiempo de diversos tipos de cáncer por efecto de las
nubes radioactivas que envolverían todo el planeta.
Quienes
eventualmente sobrevivieran en los refugios -las estaciones de metro, por
ejemplo-, morirían de hambre a la brevedad, porque el invierno nuclear (polvo
levantado por las explosiones, similar a lo del meteorito de Yucatán hace 65
millones de años que acabó con el 75% de toda forma de vida, incluidos los
dinosaurios que hoy consumimos como petróleo) cubriría el sol por una década
como mínimo, creando una noche continuada que eliminaría toda forma viva.
Einstein había dicho que, si se daba una tercera guerra mundial, la cuarta
sería a garrotazos; parece que eso era demasiado esperanzador, excesivamente
benevolente: ¡no quedaría nadie!
Es
imposible predecir si eso puede pasar. Queremos creer que la racionalidad y la
sensatez se impondrían, y que nadie quiere comenzar un conflicto que puede
terminar en ese incontrolable Armagedón atómico. De hecho, las potencias
utilizan la expresión MAD: Mutually
Assured Destruction
(Destrucción Mutua Asegura), relación también conocida como “1+1=0”, para
referirse al eventual escenario de una guerra nuclear: ninguno de los dos
adversarios sobreviviría. Mad,
curiosamente, significa “loco” en idioma inglés. Confiamos en que nadie va a
ser tan “loco” de oprimir el primer botón. Pero la intuición freudiana
de una pulsión de muerte que,
inexorablemente nos llevaría a la autodestrucción, no parece descabellada. De
las guerras se sabe como comienzan… ¡pero no como finalizan!
En
estos momentos se está jugando con fuego. El “Reloj del Apocalipsis” o “Reloj
del Juicio Final”, como se le llama a la metáfora con que el Boletín de
Científicos Atómicos de la Universidad de Chicago mide la cercanía en que
se está ante la posibilidad del fin del mundo, coloca la medianoche a solo 90
segundos. No debe olvidarse que cuando se juega con fuego… nos podemos quemar.
El detalle a tener en cuenta es que ahora esa quemazón implica la posible
desaparición de la humanidad. ¿Por qué decir esto? Porque una vez desatado
un ataque nuclear, la vuelta atrás es imposible. Todos los análisis coinciden
en que es técnicamente imposible una conflagración nuclear, porque allí no
habría ganadores.
Las
bravuconadas, amenazas y mentiras son parte esencial de cualquier guerra. Esperemos
que todo esto no pase de la verborragia de los boxeadores antes de una pelea;
es decir: parte del circo mediático. El problema es que si eso se va de las
manos, se termina todo. Es inadmisible que la sed de lucro empresarial del
capitalismo -para que no caiga el dólar- nos pueda haber llevado a esto. Esto
muestra fehacientemente qué es en realidad el capitalismo: ¡el veneno de la
humanidad! Por eso mismo, por razones de ética elemental, hay que ir más allá
de él, antes que se imponga la pulsión de muerte.
martes, 19 de noviembre de 2024
VIDAS PARALELAS
Testimonio 1:
Mire Lic.: con mis 27 años a cuesta, creo que fueron muy
pocos, poquísimos, los momentos alegres de mi vida. Creo que me sobran los
dedos de la mano para contarlos. Quizá cuando a los 16, por primera vez en mi existencia,
recibí un regalo de Navidad. Me lo regaló un traidito que tenía. Bueno, en
realidad: el papá de mi primera hija, que después se mandó a mudar, cuando la
bebita se murió. De ahí, mire… ¡puros vergazos! De chiquita mi nana me abandonó
a los 4 años. Me crió una medio abuela. En realidad, no era mi abuela
exactamente. Era una vieja medio loca que me ponía a lavar ropa, toneladas de
ropa, y yo no podía decirle que no. Si no lo hacía, me cachimbeaba con un
alambre. De chiquita también empezaron las agresiones sexuales. Me violaron
como a los 8 o 9 años. Varias veces, muchas. Era un dizque familiar, un tío me
parece. No me atrevía a decirlo porque me daba miedo. Al final, me escapé de
esa casa. Deambulé un tiempo, viví en la calle, y no me da vergüenza decirlo.
Ahí conocí el thinner. Cuando una tiene hambre, créame Lic. que eso lo pone
pedo y se olvida de todo, del hambre, del frío, del miedo. Así fue que a los 12
años ya empecé a tener relaciones sexuales. Pero nunca fueron placenteras. En
realidad, eran más violaciones que encuentros amorosos. La mara con la que me
juntaba, para que me dieran entrada, exigió que me abriera de piernas con
varios de ellos. Y de verdad, la pura verdad, prefería eso a los maltratos en
mi casa. Quiero decir, con mi abuela y con mi violador. De esa manera, aunque
parezca raro, era mejor estar en la calle que recibiendo pijazos todo el
tiempo. Fue así que me prostituí. Creo que a los 14 tuve mi primer cliente. Así
vino mi segundo embarazo. La niña, que ahora anda por los 11 añitos, me la
quitó el gobierno, porque dicen que yo no estoy en condiciones de atenderla. Le
confieso algo, Lic.: jamás, jamás, con todos los hombres que me acosté, logré
tener placer. Ahora menos, desde que me pegaron el Sida. Por suerte, la chava
esta que es la madama del putero donde trabajo, una canchita de pisto, muy
bonita ella, no sé por qué, pero me trata bien. Le confieso algo Lic.: estoy
enamorada de ella.
Testimonio 2:
Mire Lic.: con mis 27 años no me puedo quejar de la vida
que llevo. Esta es la primera vez que tengo un traspié. Pero creo que fue
porque los dueños no le pasaron a la policía el impuesto que les exigen cada
semana. Yo, como administradora del lugar, pagué los platos rotos. Por
supuesto, el hilo siempre se corta por lo más delgado. De todos modos, creo que
no voy a tener mayores problemas. Tengo gente bien influyente conocida. ¿De
dónde? Bueno…, nunca lo cuento, pero a mí la verdad es que no me da vergüenza
decirlo. Como sé que soy muy bonita, muy atractiva, y después de los implantes
en las bubis mucho más, para pagarme los estudios de la universidad atendí
clientes. Claro que no era como estas pobres patojas del local, que tienen
todas terribles historias a sus espaldas, que solo penas pasaron en su vida.
Yo, la verdad, no la pasé mal. Me vine a estudiar a la ciudad Administración de
Empresas. Me metí en la pública, pero rápido me di cuenta que me iba a ir mejor
si tenía un título de una privada. Ahí fue entonces donde empecé a tener tipos.
Fui de las que llaman pre-pago. Es decir: de las finas. Por eso conozco gente
encumbrada, que espero que ahora me pueda ayudar. Tuve de clientes a diputados,
ministros, alcaldes, militares de alto rango, empresarios, y hasta mujeres muy
fichudas, de esas que venían en carro con chofer y guardaespaldas. Ah, y un
obispo también. Pero si algo me incomoda ahora, Lic., es que me preocupa en
especial una patojita, quizá la más linda del grupo. La pobre tiene Sida, tiene
una hija que le quitó la Secretaría de Bienestar Social, y me necesita mucho.
Le confieso algo Lic.: estoy enamorada de ella.
sábado, 16 de noviembre de 2024
PRESENTACIÓN DEL LIBRO “VAMOS POR EL SOCIALISMO”
PRESENTACIÓN DEL LIBRO “VAMOS POR EL SOCIALISMO”, DE MARCELO COLUSSI, EN EL MARCO DE ESTE COLOQUIO. MIÉRCOLES 4/12, 12:30 HS., EN FUNDACIÓN GOUBAUD (8 CALLE 3-51, ZONA 1, GUATEMALA).
https://www.clacso.org/coloquio-internacional-ciencias-sociales-y-violencias-en-centroamerica-entre-asedios-y-resistencias/
VI CONGRESO NACIONAL DE PSICOLOGÍA. GUATEMALA
VI CONGRESO NACIONAL DE PSICOLOGÍA.
GUATEMALA
Organizado por el Colegio de Psicólogos de Guatemala
https://congreso.colegiodepsicologos.org.gt/programa-congreso/
JUEVES 5/12, 11:30 AM. PRESENTACIÓN DEL TRABAJO:
“Los caminos de la Psicología: ¿Hacia dónde vamos?”, de Marcelo Colussi
Centro de Convenciones Tikal Futura, Sala 1
lunes, 28 de octubre de 2024
jueves, 17 de octubre de 2024
lunes, 7 de octubre de 2024
AMORES PELIGROSOS
Susana y Magdalena no se conocían previamente. Fue en la oficina de contabilidad de la empresa M. donde coincidieron.
En principio no se cayeron muy bien. Ambas eran arrogantes,
sobradamente vanidosas. Sus respectivas bellezas se los permitía. Jóvenes,
exuberantes y, quizá sin buscarlo, pero lográndolo al fin, muy provocativas, constituían
el punto obligado de todas las miradas masculinas. De todos modos, las dos
jóvenes tenían algo que, más allá de atraer miradas, ponía una barrera
inexpugnable ante cualquier avanzada varonil.
Susana era contadora; Magdalena nunca había terminado
sus estudios de auditoría; le quedaba eternamente pendiente su tesis,
repitiendo siempre que el año entrante la terminaría. Pero eso nunca pasaba.
Las dos eran sumamente eficientes en su trabajo.
Habían llegado a la empresa con una diferencia de un mes, y en poco tiempo se
habían ganado la admiración de todo el mundo. Por supuesto, por su corrección
profesional; y también por sus respectivas bellezas. Las compañeras de trabajo
-siete, para el caso- tenían una sensación compleja: admiración y envidia al
mismo tiempo. Varias de ellas, quizá sin saberlo en forma explícita, comenzaron
a imitar la forma en que las dos divas se maquillaban y peinaban.
Sin ninguna duda, la llegada de estas jóvenes a la
oficina contable de M., poderosa empresa exitosa que crecía sin detenerse
ligada a negocios hoteleros, había causado sensación. Nadie podía quedar
insensible a su presencia. Ni tampoco ellas, una en relación a la otra. Parecía
que competían en vistosidad, pues cada una superaba día a día su indumentaria,
su presentación. Estaba establecida, aunque no se lo dijeran expresamente, una
competencia para ver quién impresionaba más. Lo cierto es que se terminaban
impresionado mutuamente.
Con cierta reticencia, casi con desconfianza, su
comunicación era parca, distante. Un día, para sorpresa de Magdalena, Susana la
invitó a almorzar. Habitualmente lo hacían en la cocina de la compañía, y en
general no coincidían en sus horarios: una almorzaba a las 12 hs., la otra a
las 13. Magdalena quedó algo sorprendida con la invitación. Su primera reacción
fue decir que no; al menos, eso pensó. De todos modos, ante lo llamativo de la
situación –“¿por qué estaría invitándome?”, se preguntó-, y en cierta forma
movida por la curiosidad, aceptó.
Era la primera vez que estaban juntas las dos sin
ningún otro acompañante. Fueron a un pequeño restaurante cercano a la empresa.
Magdalena se mostraba a la defensiva, algo desconfiada. Susana tomó la
iniciativa. Hablaron de todo un poco, algo a las carreras -debían volver a su
puesto de trabajo- pero sin profundizar en nada. En realidad parecía un examen
que Susana estaba tomando a su compañera, escudriñando cada aspecto de su vida,
aunque sin entrar a detalles.
Ninguna de las dos tenía novio en ese momento. Ambas
contaron -permitiéndose explayarse algo en sus relatos- que venían de rupturas
amorosas, sin ahondar más allá.
El encuentro podría decirse que fue amable. Rompiendo
una lejanía que ya se había establecido como normal, con cierta frialdad
incluso, pudieron hablarse con relativa franqueza. Se prometieron volver a
hacerlo.
Esta vez fue Magdalena quien formuló la invitación. No
propuso almuerzo, sino cena; eso daba más tiempo para hablar. Y así lo
hicieron. Al calor de alguna copa de más, se permitieron contarse intimidades.
Las dos hablaron profusamente de sus desaires amorosos, refiriéndose siempre a
sus “ex parejas”. Fue Susana la que, ya casi sobre el final del encuentro, dijo
“mi ex novia”. Magdalena quedó sorprendida. No sabía si había escuchado
bien, si fue un error provocado por la somnolencia que trajeron varias copas de
vino, o estaba ante “la mujer más linda del mundo” pero que no servía
como mujer. “Pobrecitos los hombres que la buscan”, sonrió malévola.
No salía de su asombro. ¿Había escuchado bien? Con sus
27 años recién cumplidos, y tres noviazgos que no habían prosperado -más una
docena de encuentros casuales-, había recibido varias veces propuestas de
mujeres que la piropearon, que le proponían ir más allá de la coquetería. Nunca
aceptó, pero siempre había quedado con una duda al respecto. “¿Cómo sería
eso de hacer el amor con otra mujer?”
No quiso ser grosera ni ofensiva. Pensó y repensó mil
veces cómo preguntar acerca de un tema que veía tan delicado. Decidió una nueva
invitación a cenar. Esta vez la pregunta sobre esa “novia” terminó en besos
apasionados. No quiso pasar de allí, pero se dio cuenta que le sería muy
posible. No solo eso, sino que pasó a ser su más ferviente deseo.
Susana lo sintió rápidamente también. Un enorme ramo
de rosas rojas que llegó un día a la oficina a nombre de Magdalena selló las
cosas. Las flores no traían nombre específico; solo la indicación “De quien
te admira”. Una picaresca mirada entre las dos al recibir el presente
sentenció todo. Magdalena había escuchado bien: “novia”. De eso se trataba.
Con la excusa de adelantar en el trabajo, ambas
comenzaron a quedarse más tarde de lo habitual, esperando que la oficina se
despoblara. Así las cosas, un día quedaron solas, habiéndose retirado ya todo
el personal. No se contuvieron, y terminaron en una acalorada escena erótica.
Semidesnudas, después de haber consumado su acto amoroso, repararon en las
cámaras. “¡Qué desastre!”. Todo había quedado grabado.
Ambas entraron en pánico. Pensaron destruirlas, pero,
aunque se lo propusieron, no lo lograron. Estaban a una altura que se hacía
inalcanzable para ellas, y además -era el escollo más grande- tenían protección
contra vandalizaciones.
Al día siguiente, temblando, llegaron a la oficina
como todos los días, tratando de mostrarse calmas, sin dar indicio alguno de
preocupación. A la tarde, Susana recibió el primer mensaje del encargado de
seguridad de la empresa: “Quedó todo grabado, estúpidas. O hacemos el amor
los tres juntos, o esto se va a saber”. Intentó no mostrase inquieta, pero
un desasosiego infinito la invadió. Unos minutos antes de la hora de salida,
fue Magdalena la que recibió otro mensaje en su teléfono móvil. “Supongo que
tu amiga ya te habrá dicho. Entonces ¿cuándo lo hacemos? No sería conveniente
para ustedes que se conociera el video, ¿no es cierto?”
Las dos muchachas quedaron paralizadas. Ninguna
respondió los mensajes, y ambas se buscaron apresuradamente al terminar su
horario laboral. Tenían una sensación confusa, mezcla de estupor, miedo,
cólera.
“¿Qué hacemos?”, dijo una. “¡Hay que
matarlo!”, fue la inmediata respuesta de la otra. Un largo silencio se
estableció, quebrado finalmente por Magdalena. “Sí, es lo mejor”.
Tres días después de recibido los intimidantes
mensajes, ambas jóvenes salían del motel con el cadáver del jefe seguridad de
la empresa. Lo habían planeado muy bien: ya desnudos los tres, listos para
tener lo propuesto por el hombre, procedieron a dormirlo con una muy fuerte
carga de escopolamina que vertieron en su bebida, cuando estaban en los
prolegómenos del presunto acto sexual. Se las ingeniaron para retirarlo
discretamente y cargarlo en el vehículo en el que habían llegado, sin despertar
ninguna sospecha en los empleados del motel.
El cadáver, desmembrado en algunas partes, fue
abandonado en distintos sectores. Las dos se sorprendieron de la frialdad y
eficiencia con que hicieron todo eso. “Tendríamos que dedicarnos a ser
profesoras de anatomía”, bromearon. La crispación nerviosa en que se
encontraban las llevó a un inesperado estado de hilaridad donde no podían parar
de reírse. Los chistes macabros sobre el cuerpo desmembrado se sucedieron
imparables.
Pasado ya ese angustioso momento, un par de tragos y
un acalorado encuentro sexual les fue devolviendo la calma. Al día siguiente,
muy tranquilas -durmió cada una en su casa- volvieron a la oficina. Cuando
comenzó a cundir la sorpresa porque el jefe de seguridad, don Arnoldo, no
llegaba, ellas también simularon algún asombro. Todos coincidían en que
resultaba rara su ausencia, porque no se había reportado enfermo, y era de los
que jamás faltaba. De todos modos, la sorpresa no dio más que para algunos
comentarios, y todo siguió su curso normal.
Al día siguiente, sin embargo, la sorpresa por la
ausencia del encargado de las cámaras de seguridad se trocó en cierta
preocupación. “¿Qué le habrá pasado, si él nunca es de ausentarse sin aviso?”,
fue la pregunta que inquietó a todo el mundo. Magdalena, para ese entonces, ya
había tomado la decisión.
Ella siempre había estado con hombres; se sentía
claramente heterosexual. Incluso miraba con cierto recelo a las lesbianas. Lo
que le sucedió con Susana no lo podía entender. Confusamente entreveía que esa
suerte de competencia que habían entablado en los inicios de la relación, la
había llevado a deslumbrarse por la belleza y el encanto de su compañera.
Admiraba su elegancia -o quizá la invidiaba-, pero eso estaba lejos de
significar una vinculación amorosa. Después de haberlo meditado hondamente, y
luego de lo actuado con don Arnoldo, viendo que la relación con Susana no la
llevaba por un camino que ella deseara, se preparó para avisarle del corte, del
final de esa efímera explosión erótica.
La invitó a cenar la noche siguiente, cuando ya todos
en la oficina estaban bastante alarmados por la desaparición del encargado de
marras -nadie acertaba explicarse por qué don Arnoldo no aparecía por ningún
lado-. Eligiendo con mucho cuidado sus palabras Magdalena, mostrándose siempre
cariñosa, pero al mismo tiempo distante, le hizo saber a su compañera que bajo
ningún aspecto quería involucrarse afectivamente con ella. “Hubo atractivo,
y mucho; no lo niego, pero a mí no me gustan las mujeres. Fue una explosión de…,
no sé, de sugestión, de hipnosis, de vanidad de mi parte. No lo sé, fue raro.
Pero ya pasó. Después de lo que hicimos con el viejo ese, querría pensar que
este contacto entre nosotras dos nunca pasó”.
Susana quedó atónita. Mientras Magdalena hablaba,
trató de tomarle una mano, cosa que ésta rechazó. Luego de pronunciadas esas
palabras, vino un gran silencio, prologado por minutos que parecían siglos.
Susana derramó unas lágrimas. Magdalena hubiera querido consolarla, pero se
había hecho el firme propósito de no mostrar ninguna señal de afecto, más allá
de una cortesía mínima, solo formal.
La cena terminó con sollozos de ambas partes, pero
Magdalena hizo lo imposible por no mostrarse débil, por no evidenciar gestos de
ternura. Ella pagó.
Los días siguientes estuvieron muy distanciadas en la
oficina. Solo un muy frío saludo formal, casi entre dientes. Los compañeros
notaron que algo pasaba entre ellas, pues la simpática cercanía de días pasados
había desaparecido por completo. Ambas mostraban semblantes hoscos,
compungidos. Si alguien se atrevió a preguntar a alguna de ellas si le pasaba
algo, solo obtuvo una arisca respuesta.
Aproximadamente una semana después del hecho con el
viejo centinela, Susana, con aspecto sombrío, se acercó a su compañera. Con
rostro adusto, transmitiendo una sensación de gran preocupación, le dijo a su
interlocutora: “Aunque no quieras, tenemos que hablar. Surgieron problemas.”
Magdalena fue despreciativa. Con un ademán bastante
grosero le pidió que se alejara. “Ya no hay nada que hablar”, expresó
recia, frunciendo el ceño.
“No es así. Surgió un gran problema. Te pido por
favor que hablemos, es grave”.
“No lo creo. Prefiero ya no hablar más. Creo que ya
fue suficiente, ¿no?” La expresión de Magdalena no daba lugar a dudas: estaba
muy enojada y su rechazo era total.
Susana tuvo que apelar a sus más histriónicas dotes
seductoras y de oratoria para hacerle ver a su amiga que había algo realmente
grave en juego. Le rogó mil veces hablar luego del horario de la oficina.
Magdalena tenía una tremenda confusión de sentimientos: mucho miedo por lo
hecho con el señor de la seguridad, sensación de vergüenza por haber estado
sexualmente con una mujer, pero -y quizá esto era lo fundamental- un deseo
lujurioso por esta joven a la que veía tan tentadora, pero que no se podía
permitir. Ese día Susana estaba vestida con un provocativo escote y una muy
corta minifalda. Parecía una indumentaria hecha a la medida de esa ocasión:
¿había que seducir a Magdalena?
Ésta, más que por el efecto hipnótico de ver a ese
monumento a la belleza -¿o monumento a la lascivia?- sino, según quería creer
racionalmente, por lo grave que podía haber en ese misterioso mensaje que
pronunciara Susana, aceptó. Aunque en secreto ella sabía que, quizá, pesaba más
lo primero. Con cara de circunstancia y voz lúgubre, la contadora dijo, en
forma pausada, como estudiada: “estamos mal. Recibí otro mensaje de chantaje”.
Magdalena quedó estupefacta. Inmediatamente pensó en
la situación sombría que avizoraba: era coautora de un horrendo crimen. ¿Se
trataría de eso el misterioso mensaje del que hablaba su amiga?
“¿Y eso? ¡No te lo puede creer!”
Susana enseñó en su teléfono celular un mensaje de
texto, que venía de un número para ella desconocido. “Todo se sabe. El video
de ustedes dos está muy interesante, pero lo que hicieron con don Arnoldo no
fue tan interesante. Fue muy fuerte. ¿Quieren que se sepa, o cómo hacemos?”
Quedaron en silencio por un largo rato. Las lágrimas
aparecieron en el rostro de Magdalena, quien no paraba de retorcerse las manos.
“Te veo tranquila”, le dijo balbuceando a su amiga.
“Ya lloré y me retorcí las manos cuando leí esto”,
dijo Susana con calma.
“¿De quién es ese número?”
“No lo sé, por eso quería compartirte la situación,
para que ahora las dos, juntas, averigüemos”.
“Bueno… llamemos entonces”, sentenció
Magdalena.
Llamaron, pero nadie contestó. Se miraron
sorprendidas. Susana tomó una mano de Magdalena, quien, esta vez, lo permitió.
“¿Y qué hacemos ahora?”
Ambas se sentían desconcertadas. Podían entender que
el video ya hubiera llegado a otras manos; seguramente la gente de seguridad lo
compartió, y de seguro más de alguno en la oficina conocía la situación. Eso,
en definitiva, no era tremendo. Incómodo quizá, dada la homofobia reinante,
pero no conllevaba ningún peligro. Lo otro, el asesinato del encargado de las
cámaras, sí era grave. Eso era un monstruoso delito que podía significar el
quiebre de sus vidas: cárcel seguramente, y todo lo que eso implicaba.
Susana le ofreció a Magdalena dormir juntas esa noche.
Pero la auditora no aceptó. Estaba demasiado golpeada por la noticia, y
prefirió estar sola para aclarar un poco lo que debía hacer. Llorando, ambas se
despidieron.
Al día siguiente Susana, muy sonriente, se acercó a su
amiga, y mostrándole el teléfono, dijo con satisfacción: “Ya se empiezan a
aclarar las cosas. Creo que podemos atrapar a nuestro chantajista”.
“No te entiendo… ¿Qué pasó?”
“Recibí otro mensaje”, dijo sonriente Susana. “Es
una mierda lo que dice, pero nos puede dar pistas para descubrir quién es la
persona”.
“¿Eso te parece buena noticia?”, inquirió
Magdalena, entre asombrada y molesta.
“¡Por supuesto! Quizá ahora podamos saber quién
está atrás de esto”.
“¿Y quién puede estar?”
“Me parece que es alguien de la oficina”.
Esas palabras, que parecían tranquilizar a Susana,
crispaban más a Magdalena. No veía ese mensaje como un avance prometedor sino,
por el contrario, algo que las comprometía más, algo de lo que sentía
crecientemente no poder salir. Ya se veía entre rejas, esposada, acusada,
totalmente deshonrada.
En un acto de negación maníaca, Magdalena se
desentendió del tema. Se le cruzaron infinitas de ideas, sensaciones,
pensamientos, todos abigarrados y en un desorden fenomenal que no le permitía
tener claridad respecto a qué hacer. Lo que más insistió fue el deseo de huir
del país. “Todavía no pasó nada, pero en cualquier momento sucede. Es hora
de salir ahora”.
Susana, mucho más tranquila, al día siguiente llegó al
escritorio de la auditora con una sonrisa triunfal en su rostro. “¡Buenas
noticias!”
Para Magdalena no había posibilidad de que hubiera
buenas noticias. Estaba sumida en cavilaciones terribles, sombrías; también se
le había cruzado la idea del suicidio. Incluso había pensado cuál sería la
forma más efectiva y menos cruenta. La alegría de su amiga la incomodaba.
“¿Buenas noticias? No te lo puede creer”, dijo
cabizbaja, y a la vez agresiva.
“¡Sí, por supuesto! Vamos, seamos positivas. Esta
persona -supongo que es un hombre- se está delatando. Nos pide ahora que le
filmemos un video de nosotras dos haciendo el amor y se lo pasemos. ¡Esa es
nuestra oportunidad de agarrarlo!”
“Entonces ¿qué? ¿Otro descuartizado?”
“No sería necesario en este caso. Solo con hacerlo
desaparecer sería suficiente”, respondió con frialdad Susana.
“¡¿Hacerlo desaparecer?! ¿Otro más? ¡¡Estás loca!!”,
levantó la voz Magdalena, poniéndose muy nerviosa, saliéndose de sí.
Inmediatamente reparó en su error y trató de sonreír para que nadie en la
oficina sospechara, buscando atemperar el exabrupto. Susana, para hacer pasar
el incómodo momento, la invitó a hablar después del horario laboral.
Una vez más estaban frente a frente con un café de por
medio, hablando de su futuro. Esta vez Magdalena no retiró la mano. Con voz
suave, tierna, podría decirse incluso que seductora, Susana explicó su plan.
Según le hizo saber, el nuevo anónimo -que mostró en
la pantalla de su móvil- pedía algo bien concreto: que las dos mujeres tuvieran
relaciones sexuales -“lo más escandalosas posibles”, decía el texto- y
se grabaran en un video. Luego se las pasaran al autor (¿o autora?) del
anónimo, y esta persona se comprometía a devolver el video original, el de la
cámara de seguridad de la empresa, y ahí daba por terminado el asunto.
“Pero es radicalmente imposible creerle eso a este
chantajista”, reaccionó airada Magdalena. Ambas coincidieron en eso, que
ahí había un plan horrible que solo las podía perjudicar. Inclusive, podría
tratarse de una estrategia de la policía para detenerlas y hacerles confesar su
crimen. De todos modos Susana, según razonaba, veía una gran oportunidad en
todo esto. “Con el video que nos piden ya en la mano -habría que hacer un
muy buen trabajo ahí- podemos buscar negociar con esta persona. Y tenemos la
oportunidad servida en bandeja para agarrarlo y silenciarlo”.
Magdalena comenzó a temblar ante la propuesta. Podía
aceptar hacer el video, pero de ningún modo matar a alguien más. La mención de
esa posibilidad la aterraba, desestructurándola. Una vez más levantó la voz,
esta vez en la cafetería en que se encontraban, diciendo, casi a los gritos,
que de ningún modo ella cometería un nuevo asesinato. Fue necesario que Susana
la tranquilizara para que retomara la compostura. Profusas lágrimas bañaron su
cara, y un temblor generalizado la hacía tartamudear.
La contadora, con mucho aplomo y mucha dulzura, fue
intentando serenar a su amiga. Con convicción le hizo saber que ella,
Magdalena, no debía preocuparse por nada. Con el video ya grabado Susana tomaba
la responsabilidad de negociar con ese “sátrapa de mierda”, y que
excluía completamente a la joven auditora de cualquier cosa que pudiera
ocurrir.
“Pero ¿qué? ¿Otro muerto más? Yo no quiero ser cómplice
de eso”, balbuceó Magdalena, con una voz ahora casi inaudible. “Ni lo
serás”, sentenció categórica su amiga.
Magdalena prefirió no preguntar más nada. Se sentía
abatida por la situación, no veía salida en lo inmediato. Realizar ese video
que ahora le pedían lo aceptó. Muy en secreto sabía que su amiga la deslumbraba
como nunca lo había hecho anteriormente un hombre. No le gustaban las mujeres,
pero con Susana era otra cosa, inexplicable quizá. La envidiaba; querría ser
hermosa y desenvuelta como ella. En un rapto de confianza hacia Susana, pensó
que ella sí sabría encargarse de todo. Acto seguido, cuando su admirada
contadora resolviera la situación, sin decir palabra dejaría el país. No tenía
idea de hacia dónde marcharía, pero no podía seguir permaneciendo ahí, con el
peso de ser una asesina y una homosexual. Esos pensamientos afiebrados la
estaban volviendo loca. Esa noche necesitó dos vasos de whisky para poder dormir.
A la mañana siguiente se reportó enferma y no fue a su trabajo.
Susana intuía que Magdalena estaba a punto de
quebrarse; eso era bastante evidente. Por tanto, había que resolver rápido las
cosas, “para evitar un posible suicidio”, se dijo. De esa cuenta, dos
días después por medio de un mensaje de texto a su celular, le hizo saber a
Magdalena que el fin de semana harían el video.
“Pero… ¿y con eso cómo vas a identificar al
chantajista?”
“De eso me ocupo yo, no te preocupes”, afirmó Susana
contundente, segura.
El sábado por la tarde, con las cámaras de dos
teléfonos convenientemente ubicados para captar distintos ángulos, realizaron
el video. Sin dudas, el contacto sexual resultó maravilloso para ambas.
Magdalena reconoció que nunca en su vida había disfrutado tanto.
Fue después de terminado todo ese montaje que la
auditora comenzó a ver las cosas de otro modo. La obnubilación de días atrás
fue disipándose, y consideró todo con un sentido más realista. No le encontraba
lógica a lo dicho con tanta seguridad por su amiga; era inconcebible que ella
sola, a partir de ese video, pudiera arreglar una situación tan tremendamente
complicada como la que se había creado. El domingo siguiente a la borrachera de
éxtasis, encaró a Susana.
Ésta, con toda la frialdad imperturbable del mundo, respondió
cada una de sus dudas. De todos modos, Magdalena en absoluto quedó convencida. Le
exigió que destruyera las grabaciones. Pero eso era imposible ya, respondió
secamente Susana. Ya había descargado los archivos y, según dijo, los había
entregado a un amigo para que los editara, para luego pasarlos al extorsionista.
Luego de un forcejeo sangriento, exhausta y casi sin
poder respirar, Susana, con todo el cuerpo de Magdalena encima, quien le
oprimía el cuello ferozmente inmovilizándola con su rodilla derecha sobre el
pecho -la auditora había llegado a cinturón rojo de kung-fu- se vio forzada a
confesar: no había ningún extorsionista. Ella, fascinada por la belleza
incomparable de Magdalena, había pergeñado lo del nuevo mensaje.
Ahora ambas, en feliz pareja, viven en las Islas
Vírgenes Británicas, en el Mar Caribe, donde juntas administran un hotel a que
llamaron Susagdalena.
sábado, 5 de octubre de 2024
lunes, 12 de agosto de 2024
viernes, 9 de agosto de 2024
CURSO DE PSICOANÁLISIS
(impulsado por el Colegio de Psicólogos de Guatemala y la Fundación All in Mind).
Fueron 12 sesiones, que aquí dejamos:
https://drive.google.com/drive/folders/1iwo-yCoCOpbg_zdJbklYgpo2NDnG2SOU?usp=drive_link
El curso sigue ahora, con más desarrollo,
poniendo el énfasis en la clínica.
A partir de este curso, un buen grupo de
estudiantes (de la ciudad capital y de Xela) desea profundizar en
psicoanálisis, por lo que pide se repita el curso. Si hay más gente interesada
(estudiantes de Psicología de cualquier universidad, psicólogas/os graduadas/os
u otros profesionales), se les espera. Fecha de inicio: por definir.
Para más datos, comunicarse con
Yuvitza de León: 47503363
Alan Oxlaj: 41606734
miércoles, 31 de julio de 2024
miércoles, 17 de julio de 2024
CUENTO CORTO Y ESTÚPIDO
Había una vez, hace mucho tiempo, muy lejos de aquí, un príncipe que fue azul –ahora estaba desteñido– y como era muy miedoso, no cazaba dragones ni se atrevía a salvar a su princesa recluida en la torre de un castillo.
Se compró una moto japonesa, y no
sabiendo manejar bien, tuvo un accidente. Se quebró la pierna izquierda, por lo
que no pudo jugar más al polo ni practicar rafting. Ahora es senador vitalicio
en algún lejano país. Para no aburrirse, colecciona estampillas y mira siempre
a Laura de América.
Y colorín colorado, me voy a tomar
un cafecito.
viernes, 21 de junio de 2024
ARENGA
Compañeros:
Sabemos
que en esta misión nos va la vida. Pero no importa. Desde siempre hemos tenido
claro cuál era nuestro objetivo, qué superiores intereses rigen nuestro actuar.
Seguramente la gran mayoría de nosotros va a morir en el intento, pero eso no
debe acobardarnos. De nuestro esfuerzo, de nuestra accionar digno, glorioso,
inmortal, surgirá vida. De nuestro final como individuos el colectivo se verá
beneficiado. Es por eso, compañeros, que no debemos estar tristes. Sabemos que
si morimos, estaremos dando aliento a otros intereses más nobles, más
trascendentes. Pero bueno, basta de palabras. ¡A la acción concreta! ¡Salgamos,
espermatozoides!
jueves, 6 de junio de 2024
DISCURSO DEL PAPA
Aclaremos rápidamente -¡y con vehemencia!- que este texto es de docuficción. Es decir, una combinación de aspectos reales, existentes, concretos, pero tratados de una manera ficcional, literaria para el caso. Vale aclararlo, porque vez pasada circulé un texto similar, basado en un tal Abunda Lagula, (https://segundacita.blogspot.com/2020/02/el-poder-de-la-verdad.html) tanzano supuesto ganador de un Premio Nobel de Literatura, y muchas personas lo tomaron como la difusión de una noticia falsa, un fake news, por lo que, al menos por algunos, fui agredido y tratado de mentiroso, de embustero. Otros, felizmente entendieron el juego, y de inmediato pescaron de qué se trataba: una denuncia puesta en boca de alguien que no existe, pero que perfectamente podría existir, pues todo lo que denuncia es cierto, es real, crudo y descarnado. Es de esperarse que no suceda lo mismo con el presente texto y no se me acuse de mendaz engañador.
No es común que un Papa pronuncie un discurso el día
de su investidura. Sin embargo, tampoco ello está prohibido. Es por eso que hoy
me permito hacerlo, seguramente para sorpresa de quienes me escuchan. Y más
aún, para quienes me eligieron (el humo blanco es solo una triquiñuela para
quienes esperan en la Plaza de San Pedro. La elección de un Sumo Pontífice es
una sangrienta batalla política en el Colegio Cardenalicio, movida por sórdidos
intereses). Como no tengo grandes habilidades oratorias, espero que sepan
perdonarme esa limitación y me permitan leerlo.
Doy esta breve alocución en español, mi lengua materna
que aprendí desde la cuna en el país latinoamericano que me vio nacer, y no en
latín. Hablar en latín hoy sería un tremendo anacronismo y, fundamentalmente,
una grosera falta de respeto para la feligresía. A la fecha nadie habla latín;
solo algunos curas, muy contados, en los pasillos del Vaticano. Si bien sigue
siendo la lengua oficial de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana con la
que se escriben los documentos, nadie la habla. Por tanto, dar hoy un discurso
en latín sería un ejercicio de violencia contra la gran mayoría de gente que no
entendería qué se le está diciendo. Si hay religiosos en la iglesia que quieren
volver al latín, e incluso a oficiar la misa de espaldas a la feligresía, eso
muestra cómo piensan algunos de mis hermanos: son unos conservadores que viven
aún en la Edad Media, nostálgicos de las hogueras de la Inquisición.
Pues bien: hablo en español -podría hacerlo en
italiano, o en francés, que son los idiomas más comunes en la Santa Sede y con
los que estoy más familiarizado- porque esa es la lengua de la mayor parte de
seguidores de nuestra fe, que se hallan básicamente en ese sufrido -y
despojado- sub-continente que es América Latina. O Abya Yala, como hay quien
también lo nombra, para reivindicar a los pueblos originarios saqueados en su
momento, saqueo del que el Vaticano fue cómplice y sobre el que continúa
mantenido un silencio sepulcral.
Con estas breves palabras introductorias creo dar ya
la tónica de todo lo que he de exponer aquí. Si bien hay personajes dentro de
la curia que desean retornar a un pasado aristocrático donde las misas se
oficiaban en latín, y cuando Roma decidía buena parte de lo que sucedía en los
llamados Viejo Mundo (Europa) y Nuevo Mundo (América) -pero el mundo es más que
eso, no olvidemos-, yo estoy en otra posición, absolutamente en las antípodas. Algunos,
sin dudas, se horrorizarán de este discurso y pedirán mi inmediata destitución.
O, peor aún, como ya ha pasado otras veces con los Papas molestos -o con una
Papisa, nunca reconocida oficialmente por el Vaticano-, se les saca de encima.
Existen numerosas formas por las que una persona puede sufrir “accidentes”
fatales, lamentables, sin duda, pero que a algunos podrán beneficiar. Los
juegos de poder que se pergeñan en las sombras palaciegas no tienen límites.
Estoy más que seguro que este discurso va a causar
estupor, indignación, quizá furor y deseos de revancha. Pero más aún: va a
causar miedo, profundo miedo, mejor aún, terror, entre todos aquellos que se
sientan tocados, denunciados. Porque, sin dudas, hay mucho que denunciar, y
estoy seguro que ha llegado el momento de hacerlo. Tal como dice el refrán:
“quien calla, otorga”. Yo, ténganlo por seguro, no quiero otorgar nada, no
quiero seguir siendo cómplice.
Se preguntarán ustedes: ¿qué le pasa a este Papa tan
joven que dice tantas barbaridades, el papa más joven de la historia? El más
joven, aclaremos, fuera de Juan XII, el Fornicario, como se le conoció, que
llegó al trono con 18 años de vida por oscuros manejos palaciegos en el período
conocido como “pornocracia”, un pontífice totalmente disoluto y carente de la formación
mínima para ejercer su apostolado. Pues bien: ahora no corren aquellos
tormentosos tiempos del Imperio Romano. Soy joven, sin dudas, para ejercer un
papado -tengo 60 recién cumplidos-, pero las circunstancias no son como las de
aquel licencioso oportunista arribado por politiquería barata. Soy joven para
un cargo así, pero tengo la suficiente formación como para saber que lo puedo
ejercer correctamente. Bueno…, si me lo permiten y no muero “accidentalmente”
antes.
Tengo la preparación, decía, y me he esmerado mucho en
ella, pensando desde hace muy largos años en lo que ahora se está
materializando. No quiero ser petulante, presumido ni vanidoso, pero pasé la
mayor parte de mi vida estudiando, preparándome para este glorioso momento.
Conocí de cerca, y muy profundamente, la filosofía clásica, leída en griego en
muchas ocasiones, así como la teología de una vastedad de autores, estudiada
rigurosamente en latín. Pasé por varias universidades pontificias de diversos
países, profundicé en derecho canónico, así como en historia universal. La
política siempre me interesó, por lo que tengo, por fuera del ámbito
eclesiástico, una maestría en ciencias políticas y un doctorado en derechos
humanos. Hablo con bastante fluidez varios idiomas y no me siento, de ningún
modo, un impostor como Juan XII.
¿Por qué digo todo esto, sin el más mínimo interés en
ser presuntuoso? Para mostrar, para dejar totalmente claro que lo que he de
expresar en un momento está muy pensado, muy racionalizado y bien concebido, no
siendo producto de una emotiva explosión visceral. Por el contrario: esto me ha
tomado años de cavilaciones, al mismo tiempo que de preparaciones. Si resulta
molesto para alguien, o para muchos, tiene explicación: estoy denunciado cosas
de las que, en el seno de la santa iglesia, no se habla.
¿Por qué abracé el sacerdocio? Porque a la edad de 12
años fui violado por el cura de mi parroquia, en mi ciudad natal, en un barrio
pobre de una localidad que no viene a cuenta mencionar ahora: el padre Agustín.
Para ese entonces yo era monaguillo, absolutamente convencido de la integridad
de los pastores de almas. Más aún: embelesado por este sacerdote, pensaba
entrar al seminario. Luego de la violación, comencé a repudiar a la iglesia.
Permítanme decirles -y espero que no se me llenen de lágrimas
los ojos al hacerlo- que esta es la primera vez en mi vida que cuento ese
episodio. Como podrán imaginarse, un tierno jovencito, ingenuo aún, que nunca
se había masturbado para ese entonces, que veía el sexo como un pecado, ser
violado por alguien en quien confiaba, fue un golpe tremendo. No pude decirlo
en casa; a mi madre, me refiero, pues mi padre, albañil de profesión, nos había
abandonado hacía ya tiempo. Con mis cuatro hermanos, con quienes no tenía mayor
confianza, tampoco pude decirlo. Andando el tiempo, una mezcla de miedo,
vergüenza, estupor y mucha, muchísima cólera se fue enraizando. Fue a partir de
esa rara combinación de sentimientos que, luego de un primer momento de rechazo
por la institución y por todos los sacerdotes pensando alejarme de todo ámbito
religioso, años después decidí finalmente entrar al seminario para dedicarme a
la carrera eclesiástica, teniendo siempre como objetivo esto que ahora está
sucediendo.
En mi casa no llamó particularmente la atención esa
decisión. Tan fervoroso creyente que era, aunque por un momento dije que ya no
quería saber nada más con la iglesia, pareció casi natural que pensara en la
profesión sacerdotal. La violación, por tanto, la viví en el más riguroso silencio,
en secreto, llorándola a escondidas. Luego del tremendo asco que sentí por este
tal padre Agustín -todavía recuerdo sus repulsivas caricias y su voz
aterciopelada diciéndome que no contara nada de lo sucedido- y por toda la
iglesia, abrazar esta carrera me permitiría hacer lo que ahora estoy a punto de
consumar.
Pasé largos, muy largos años preparándome para esta
venganza. Alguien podrá decir que estoy loco, desajustado psicológicamente, que
hubiera sido necesario plantear esto de la violación con algún especialista en
salud mental en su momento, y no ahora, el día en que asumo como el
representante de dios en la Tierra. Pues bien: he de aclarar que lo que habré
de exponer no se relaciona solo con este fatídico episodio de la agresión
sexual. Eso es importante, sin la menor duda; importante para mí a nivel
personal. Pero también a un nivel político-institucional, social, pues
evidencia el tenor ético de la institución de la que ahora soy la cabeza.
Después de años de sacerdocio, de haber escuchado
infinidad de personas dolientes que buscan solución a sus cuitas en un
confesionario, y de ver la insustancial respuesta que les ofrecemos indicándoles
rezar alguna oración, en el mejor de los casos, o condenándolas moralmente por
pecadores o pecadoras -más a las mujeres, por cierto-; y después de años de
moverme casi con cintura política en la institución más vieja que existe en el
mundo, con ya más de dos milenios de permanencia, institución donde se juegan
los más perversos y ponzoñosos intereses de poderes siempre al acecho, estoy en
condiciones de abrir la boca y decir lo que por años vengo elaborando. Hoy como
Papa, como Obispo de Roma, como la autoridad máxima de la Iglesia Católica, con
este quizá insólito nombre de Vladimir I -¿les trae alguna asociación?- puedo
expresarlo sin ambages. Tal como dijera ese excelso teólogo italiano, además de
gran matemático y astrónomo, que fuera Giordano Bruno, ese fraile dominico que
hablaba sin pelos en la lengua: “Las religiones no son más que un conjunto de
supersticiones útiles para mantener bajo control a los pueblos ignorantes”.
En su momento, pleno
siglo XVI, con un Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición trabajando a
pleno, esas palabras le valieron la hoguera, no sin antes una monstruosa
tortura consistente en clavarle un clavo en su lengua, por las blasfemias proferidas.
Hoy día, más que blasfemias, deberíamos decir, las verdades que expuso. Si
saliendo de la Edad Media se condenaba a la pira inquisitorial a alguien por
atreverse a decir cosas así, un par de siglos después un librepensador como
Voltaire, en plena efervescencia iluminista dieciochesca, sin ser condenado a
nada, pudo decir que “la religión
existe desde que el primer hipócrita encontró al primer imbécil.”
Muchos pensadores, a lo largo del tiempo y en
distintos contextos, han hablado con precisión sobre las religiones y las
ilusiones que mantienen, sobre las que están asentadas, sobre esos sueños que
nos fascinan y en los que gustamos creer, aun sabiendo que son espejismos,
quimeras. El pensamiento mágico-animista ha tenido una fuerza monumental. Parece
que, durante milenios, ante la infinitud y el miedo existencial con se enfrentó
la humanidad, apelar a fuerzas superiores que tranquilizaban, fue un expediente
seguido por todas las culturas. Entrada ya la era industrial, esa confianza
ciega en algo que lo va a resolver todo, esa ilusión en un paraíso libre de
contradicciones donde solo hay armonía y bienaventuranza, sigue vigente. De esa
cuenta, con fuerza destructiva en su análisis, un anarquista como el ruso Mijaíl
Bakunin pudo decir a fines del siglo XIX: “El ser humano creó a Dios y luego se arrodilló
frente a él. Quién sabe si también se inclinará en breve frente a la máquina,
frente al robot.” Hasta ahora los seres humanos, siempre falibles,
pequeños, vulnerables, hemos necesitado de deidades, entes omnipotentes que,
ilusoriamente, nos resolverían todo. Y si no son los dioses que conocemos -hay
como tres mil en la historia humana- aparecen otros, como el dios-dinero, o la
diosa-tecnología.
Hijos e hijas: ya
estamos en condiciones de prescindir de ese pensamiento mágico. Dejemos la
magia solo como espectáculo de circo, que bien atractiva puede ser. Nos
embelesa, nos fascina, nos emboba podríamos decir, el mago que saca un conejo
de la galera. Pero sabemos que eso es prestidigitación, un buen manejo de
algunas técnicas que crea efectos ilusorios, espejismos. No hay magia: hay
doble fondo de la galera, o alguna maniobra por el estilo. A esta altura del
desarrollo tecnológico que ha alcanzado la humanidad parece algo absurdo seguir
manteniendo ese ensueño de la magia. Si nuestra esposa, nuestra hermana, o
nuestra hija, o cualquier mujer, aparece un día diciéndonos que está embarazada
por obra y gracia del espíritu santo, en el mejor de los casos sonreiremos. Si
insiste, veremos que algo anda mal, y si ella se empecina en esa narrativa, no
quedará más remedio que mandarla al hospital psiquiátrico. ¿Por qué entonces
millones de seres humanos, sin cuestionárselo, aceptan de buen grado que una
campesina muy pobre, allá en las tierras de Galilea, dos milenios atrás, quedó
embarazada aun manteniendo la virginidad? ¿Magia? Nadie cuestiona eso. Lo dicho
por Giordano Bruno parece tener pleno sentido.
Pues bien: así funcionan
todas las religiones. Son formaciones mágico-animistas que no resisten la razón
lógica. Más aún: se basan en el absurdo, y lo reafirman gustosas. Para ejemplo,
lo dicho por Tertuliano, ese padre de la iglesia católica de los primeros
tiempos, entre los siglos II y III, que pregonaba vehemente que cree sin
cuestionar los dogmas establecidos: que una virgen puede parir un niño, que un
cadáver -el de Jesús- puede revivir y salir volando al cielo. No solo cree todo
eso en contra de la razón, sino justamente cree por eso, porque es absurdo. De
ahí su famosa máxima “credo quia absurdum est”, creo porque es absurdo.
Lo absurdo, de esa forma, sería una garantía de credibilidad.
¿Qué decir hoy de eso,
cuando las ciencias nos hablan del origen del universo a través de una gran
explosión -la teoría del Big Bang- hace 13.800 millones de años, cuando un infinitamente
pequeño punto que concentraba toda la materia explotó y luego comenzó a
expandirse hasta enfriarse, y sigue expandiéndose? ¿Podemos seguir creyendo lo
que sea, y justificarlo acaloradamente, alegando que creemos justamente porque
es absurdo? Es hora de abrirnos a otra forma de ver las cosas. Ninguna
cosmogonía puede explicar, y menos aún operar positivamente, la realidad
partiendo de explicaciones místicas, mágicas, soplos divinos o dedos
omnicreadores. Cuando no había forma de explicar, y consecuentemente operar, la
realidad, cuando todo se explicaba por fuerzas ignotas, poderes sobrehumanos
inaccesibles para nosotros, esa dimensión mitológica tranquilizaba. Explicaban
lo inexplicable. Como se ha dicho: todas las cosmogonías “explican”, o intentan
explicar, lo que no conocemos, y por tanto nos conmueve, nos asusta. Hoy día
estamos en condiciones de explicar las cosas de otro modo, y, por tanto, actuar
sobre la realidad con mucha mayor eficacia. Ya no nos asustamos de los rayos,
sino que los detenemos con pararrayos, y fuimos más allá de Dédalo e Ícaro
pudiendo volar como pájaros gracias a este invento que se llama avión, que
rompe la ley de gravedad. Y estamos en condiciones de eliminar muchas
enfermedades, no implorando al cielo, sino haciendo cosas concretas,
produciendo medicamentos, haciendo cirugías, inventando la acupuntura,
descubriendo hierbas medicinales sanadoras, utilizando una bomba de cobalto. Nada
de eso se logró arrodillados y orando, sino haciendo cosas concretas. “El trabajo
es la esencia del ser humano”, dijo un filósofo decimonónico. No se
equivocó.
Me pregunto, y pregunto
a quienes deseen hacerlo con honda convicción crítica: si tenemos cáncer, por
ejemplo, ¿qué nos podrá curar: la oración o la oncología? Sin dudas que el
aspecto psicológico -para el caso: la fe- juega un papel crucial en lo humano.
Pero ¡cuidado!: lo psicológico no es un mito, no es de orden sobrenatural.
Recordemos que la palabra “mito” proviene del griego clásico y quiere decir
“cuento”, “relato”, semánticamente no muy lejos de “mentira”. Es decir: relato
ficticio. La dimensión psicológica del ser humano tiene explicaciones más
certeras que mensajes divinos, mensajes del más allá, fabulaciones mitológicas,
narraciones de los muertos que se nos aparecen. Por supuesto, en la dinámica de
cada ser humano, su dimensión psicológica cuenta, también si tiene cáncer (la
forma en que el mismo le afecta, cómo reacciona, cómo se siente anímicamente,
cómo lo soporta o no lo soporta). En otros términos: las explicaciones que nos
dan los saberes rigurosos no son absurdas. Creer porque algo es absurdo es
peligroso. Si la fe en algo puede ayudar, es en mantener ilusiones. La fe no
mueve montañas; las retroexcavadoras sí. La ilusión, de todos modos, es siempre
engañosa. No es lo mismo que esperanza, la cual implica una búsqueda activa,
consciente y racional. La ilusión, por el contrario, implica pasividad,
reforzando la actitud mágico-animista. Si alguien necesita apoyo emocional, y
todo el mundo alguna vez lo necesitamos en el transcurso de nuestras vidas,
para eso está la psicología, en cualquiera de sus variedades, y no la apelación
a mitos mágicos, a supersticiones. El cáncer lo curará el oncólogo, la angustia
la atenderá el psicólogo, y el brujo -que no otra cosa somos los sacerdotes,
los hechiceros, los shamanes de la tribu- no pasará de los pases mágicos: rece
cinco “Padre nuestros” y tenga fe en que se va a curar. ¿Se curará? Si
eventualmente se cura orando, no es por un efluvio divino, sino por esa
complejísima condición que hoy día se llama psicosomática. Es decir: el ser
humano es cuerpo biológico y también dimensión subjetiva. En todo caso, y en
esto sigo a los psicoanalistas, la palabra cura, pero no las fuerzas
sobrenaturales: Shangó, la diosa Shiva, Jehová, Allah, Odín, Quetzalcóatl o la
figura que quiera ponerse, son nuestras ilusiones, hasta ahora necesarias, así
como Superman o la Mujer Maravilla. Hasta Diego Maradona fue entronizado como
dios. Seamos claros y no nos llamemos a engaño: hablar y descargar malas
vibras, descargar historias que nos tienen atrapados, sí nos puede curar; orar,
prosternarse ante un tótem… tengo mis dudas.
Dirán ustedes: ¿cómo un Papa
puede hablar así? Pues bien: la respuesta es sencilla. Estuve esperando años,
mientras me formaba con el más estricto rigor académico, para decir estas
verdades. Y no solo para abrir esta feroz crítica a las religiones, sino una crítica
muy particular para la Santa iglesia católica -que de santa no tiene nada-. Las
religiones, lo sabemos, son un bálsamo para el alma, para la vida anímica. “El
opio del pueblo”, se dijo por allí. Hoy, con una psicología ya muy
desarrollada, podemos buscar formas más efectivas que apelar a entes superiores
y cuestiones de fe en atención a paliar nuestras cuitas. Eso creo que ya quedó
claro. En lo que deseo poner énfasis es en la perfidia que anida en la iglesia
católica.
Por siglos la iglesia romana fue un enorme, tremendamente
enorme y poderoso centro de poder en lo que hoy conocemos como Occidente:
Europa y Latinoamérica. Poder económico y, por supuesto, poder político. Llegó
a poseer aproximadamente un tercio de todas las tierras del continente europeo,
y detentaba, como mínimo, una décima parte de toda la riqueza que se generaba
en el Viejo Mundo. Su poder era casi ilimitado; pudo poner y quitar monarcas, y
sus encíclicas y bulas pontificias eran inapelables. Su doble moral es
proverbial, pues mientras los clérigos hacemos voto de pobreza cuando iniciamos
nuestra vida religiosa, las riquezas que atesora la iglesia son incalculables,
contraviniendo esa supuesta opción de pobreza. Me imagino que sabrán ustedes
que el Vaticano es el mayor propietario de oro de todo el planeta, poseyendo
más de 60.000 toneladas de ese preciado metal, lo cual equivale a
casi un tercio de todo el
oro que se extrajo en la historia de la humanidad, buena parte de él robado en
Latinoamérica cuando se dio ese infame proceso conocido como “descubrimiento de
América”, pero que en verdad fue un inmisericorde saqueo a partir de la
invasión que el Vaticano bendijo. Las reservas en oro de la iglesia católica
representan la mitad de todas las reservas en ese metal del mundo. Me pregunto
entonces: ¿voto de pobreza?
En nombre de dios, en la
lucha contra el demonio, pudo quemar vivas en la hoguera medio millón de
mujeres, acusadas de brujería, por ser “amantes del demonio”, según aquella
afiebrada locura antifemenina. La misoginia que desplegó a lo largo de su
historia no tiene parangón. Uno de mis recientes antecesores, preguntado por el
papel de las mujeres dentro de la iglesia, respondió sin la más mínima
vergüenza, que es como el de la virgen María, arrodillada a los pies del Cristo
yacente. Me parece que decir eso hoy, constituye un infame agravio para la
mitad de la población mundial. La mujer como esclava del hombre. ¡Qué infame
injusticia!
Sin dudas, la iglesia
católica ha sido, y sigue siendo, una de las instituciones más machistas, más
patriarcales y violentas de todas las que hemos conocido en la historia. La
mujer está por siempre excluida como sujeto de derechos. Si se pudo filtrar una
mujer como Papisa -luego lapidada por una muchedumbre enfurecida-, eso dio como
resultado la aparición de los palpati, aquellos que tenían que
corroborar que el Sumo Pontífice era efectivamente un varón, tocando sus
testículos en la sedia
stercoraria. “Duos habet et bene pendentes”, “tiene dos y cuelgan bien”. La mujer, aunque era objeto sexual para los
clérigos, en esta visión hipermachista que primó toda la historia, siempre fue
asociada a Lucifer. Podía dar placer en la cama, pero su presencia era satánica,
maléfica; por esa razón no se la incluía en los coros de la iglesia, por lo que
se desarrolló la aparición de los castrati, eunucos, cuya voz aflautada remedaba
la femenina a partir de la emasculación sufrida.
Ese desprecio por las
mujeres es proverbial: unos cuantos ancianos misóginos reunidos en Roma, que se
supone no saben nada acerca de la sexualidad dado el voto de castidad que han
hecho al consagrarse al sacerdocio, ¿con qué derecho pueden hablar sobre lo que
deben hacer las mujeres con su cuerpo y con su sexo? ¿No es una grosera,
injustificada y monstruosa intromisión en la vida personal de las mujeres
querer decidir lo que ellas pueden o no hacer, cuándo tener relaciones
sexuales, cuándo llevar adelante un embarazo o interrumpirlo, con qué objeto
sexual relacionarse? Eso es un terrible acto de violencia masculina,
atropellando la dignidad de las mujeres. ¿No es hora de terminar de una buena
vez por todas con esas tropelías, con estas degeneradas aberraciones? ¿Cuándo
vieron a una monja oficiando una misa? No hay ninguna explicación para ello,
más que un repulsivo acto de poder.
¿Y qué decir del
celibato? Eso, lo sabemos, no guarda ninguna justificación teológica,
espiritual. Solo una cuestión económica, decidida políticamente en el Concilio
de Trento, en el siglo XVI. Como dijo valientemente el periodista español Pepe
Rodríguez, dedicado a investigaciones en el marco de la iglesia: “El cura soltero era mucho más barato de mantener. Además,
como no estaba casado, sus bienes pasaban a ser propiedad de la Iglesia.”
Con estos temas de la moral católica hay muchos, infinitos asuntos pendientes
en el Vaticano. El celibato obligado que hoy existe, para curas y monjas,
dispara entre los sacerdotes esta práctica tan condenable que es la violación
de niños a manos de religiosos; justamente lo que sufrí yo, e hizo que guardara
un odio tremendo durante décadas. El silencio cómplice de Roma en esto es monstruoso. Un
delito de lesa humanidad, me atrevería a decir. Tanto como en plena pandemia de
VIH-Sida llamar al no uso del condón, sabiéndose que ese es el único modo de
evitar la transmisión de este insidioso virus.
Doble moral engañosa,
artera: otro tanto pasa con la sexualidad dentro de la institución. No se habla
de esto, se silencia, es pecado, pero como publicó en 1930 en su obra “Beatería
y religión” el canonista seglar Jaime Torrubiano Ripoll, de España: “el 90% de los clérigos son fornicarios”.
Muchos curas tienen “sobrinos”, muchos sobrinos. Curioso, ¿no? Nunca hijos,
pero sí sobrinos. Antaño los monjes en Irlanda
se acostaban con las monjas -las sub introductae- para probar su autodominio, sin conseguirlo en
la mayoría de los casos, por lo que hubo de prohibirse la práctica. ¡Qué
estupidez! Sería como prohibir por una normativa la erección de un hombre ante
un estímulo sexual, o la lubricación en una mujer. Eso sí que es absurdo.
Parece que es una locura querer prohibir por decreto algo que no se rige por la
pura decisión voluntaria. ¿No es hora también de hablar de esto, con valentía,
sin hipocresía? El celibato es obligado, pero ¿cómo prohibir un aspecto tan
vital del ser humano como la sexualidad a través de una ordenanza, de un papel
escrito? “El sueño de la razón produce monstruos”, inmortalizó Francisco
de Goya con sus célebres grabados. No hay que olvidarlo nunca.
¿Y de la homosexualidad
dentro de la iglesia, qué decir? Ello, lo sabemos, se da tanto entre curas como
entre monjas, pero se mantiene como un secreto total, vergonzante. No debe
olvidarse nunca que uno de los libros más excelsos sobre la materia, “Elogio de la sodomía”,
fue escrito por Giovanni Della Casa, arzobispo de Benevento, dedicado a su
compañero homosexual, el papa Julio III, quien ejerciera su papado entre 1550 y
1555, casualmente durante el Concilio de Trento, donde se habló de los excesos
de los religiosos. Doble
moral, hipocresía, falsedad: es necesario hacer caer tantas máscaras. ¡Es
imprescindible!
Por otro lado, la
iglesia es un formidable poder político. Lo fue a lo largo de la historia de
Occidente y, si bien hoy algo mermado, lo sigue siendo en la actualidad.
Teóricamente debería ocuparse solo de asuntos espirituales, artículos de fe.
Pero en realidad es un pérfido poder político, siempre del lado de los
explotadores. Solo para evidenciarlo con hechos de estos últimos años: el
Vaticano jugó un papel crucial en la caída del comunismo soviético en Polonia,
propiciando así el comienzo del fin del campo socialista en el este europeo. Y
ante la aparición de la Teología de la Liberación con su opción preferencial
por los pobres, jugó todas sus cartas para desarticular ese movimiento. La
imagen más icónica de esa maniobra política quedó registrada en el aeropuerto
de Managua, Nicaragua, cuando a la sazón el representante de esa tendencia, el
padre Ernesto Cardenal, cura popular identificado con el pobrerío y la entonces
Revolución Sandinista, debió pedir perdón por esa osadía transformadora, de
rodillas ante el entonces papa de origen polaco. En esto la iglesia nunca se
equivoca: llama a los pobres a soportar las penurias terrenales con la promesa
de un paraíso eterno en el más allá, pero como dijo aquel famoso cantautor
argentino Atahualpa Yupanqui: “¿Que dios vela por los pobres? tal vez sí y
tal vez no. ¡Pero es seguro que almuerza en la mesa del patrón!”
Digo todo esto con
convicción, con valentía. Sé que muy seguramente habré de ser tomado por
desequilibrado mental, que casi con seguridad no podré ejercer el papado que
comienza hoy porque poderes retrógrados buscarán impedirlo. Y tengo casi por
seguro que me condenarán de inmediato luego de pronunciado este discurso, buscando
destituirme como Papa. Mas habré de mantenerme en mi denuncia con toda
convicción, y tal como dijo Giordano Bruno ante el tribunal de la Santa
Inquisición al ser condenado a la pira: “Tembláis
más vosotros al anunciar esta sentencia que yo al recibirla”.