https://www.youtube.com/watch?v=3TjVBpyTeZM
Ni bien conoció la historia, Tao Lam decidió que quería hacer algo al
respecto. Sabía que existía un lejano parentesco con esa rama de la familia Lam
que había emigrado a Canadá un tiempo atrás. Por tanto Elisa, la
misteriosamente desaparecida joven, era una lejana familiar. Las noticias que
recorrieron el mundo, y que, por supuesto, también llegaron a Hong Kong, lo
conmovieron profundamente.
Tao era periodista. Si bien aún muy joven, ya se había ganado fama de
acucioso investigador, inteligente, muy profundo. Por eso el canal de noticias ATV
Home lo había contratado. Sus búsquedas periodísticas, que daban como resultado
“picantes” notas, eran seguidas con mucho interés. De ahí que, cuando planteó a
la dirección del canal la posibilidad de hacer una exhaustiva investigación
sobre el caso Elisa Lam en Los Ángeles -lugar de la desaparición de la muchacha-
de inmediato tuvo luz verde. Se le asignó un generoso presupuesto para moverse
por un mes entre Canadá, lugar donde vivía Elisa con sus padres, y la ciudad
estadounidense. El canal preparó todas las condiciones necesarias, habiendo
contactado tanto con la policía de Los Ángeles como con las autoridades del
hotel donde había tenido lugar el suceso, así como la familia Lam en Vancouver,
todo ello para facilitar el desplazamiento de los periodistas-investigadores.
Tao viajaría, con los gastos pagos, junto al camarógrafo Wang Ming Fu,
compañero de trabajo con quien había ido trabando una profunda amistad.
La historia trágica de la desaparición y muerte de Elisa Lam seguía
envuelta en el misterio. Esta joven de 21 años, Lam Ho Yi, quien tomara el
nombre occidental de Elisa en Canadá donde sus progenitores de origen chino
abrieron un restaurante de comida original de su país, era ya nacida en
territorio del continente americano, en la ciudad de Vancouver. Presentaba algunos
trastornos psicológicos. Por lo pronto, el año de su desaparición, 2013, no habiéndose
inscrito para continuar sus estudios en la Universidad de Columbia Británica,
había consultado con un psiquiatra. Se le había diagnosticado depresión profunda
y trastorno bipolar (psicosis maníaco-depresiva), por lo que estaba recibiendo
tratamiento con neurolépticos y antidepresivos (quetiapina, wellbutrin,
lamotrigina y venlafaxina). Ese año, por tanto, decidió no estudiar, tomándose
un tiempo para recorrer la costa oeste de Estados Unidos.
Fue así que viajó sola a Los Ángeles, contrariando la voluntad de sus padres.
Ellos sabían que Elisa no estaba en las mejores condiciones para moverse, que
su depresión no era poca, pero no pudieron oponerse. Ya en California, sin
conocer la ciudad, buscó un albergue barato, terminando en un sitio con un
oscuro historial a sus espaldas: el Hotel Cecil. Ese lugar, que parecía especialmente
preparado para una macabra obra de terror, mostraba una historia espesa,
pesada, que podría asustar a cualquiera. Habiendo sido elegante al momento de
su inauguración, allá por 1924 con un fino estilo Art Decó, en el momento de la
llegada de Elisa había pasado a ser un decadente refugio de marginales, un
hotelucho de mala muerte, pese a sus 600 habitaciones. La zona en que se
hallaba, el pleno centro de la ciudad, había ido decayendo hasta convertirse en
“área roja”, plagada de drogadictos, vendedores callejeros de drogas,
prostitutas, personas recién salidas de la cárcel sin destino y homeless.
Si bien sus instalaciones aún conservaban el lujo de épocas idas, el
escaso mantenimiento y el tipo de clientela con la que se manejaba habían ido
deteriorando su imagen. Como aristócratas venidos a menos, el Hotel Cecil no
tenía mucho de lo que sentirse orgulloso, más que de su gloria pasada. Menos
aún, con la sucesión de “catástrofes” que contaba en su haber: muertes varias
en sus habitaciones, suicidios, haber hospedado a criminales tristemente
famosos, ser lugar de refugio de marginales diversos. Por sus habitaciones
pasaron dos de los más connotados asesinos seriales de Estados Unidos: Richard Ramírez,
con 14 asesinatos en su haber durante el año 1985, y Jack Unterweger, quien
asesinó a 10 trabajadoras sexuales la década de los 90, tres de ellas durante
su estancia en el Cecil. Igualmente hospedó a Elizabeth Short, popularmente
conocida en los medios como “La Dalia
Negra”, al momento en que apareciera descuartizada, crimen que conmovió a todo
Los Ángeles y que catapultó más aún la funesta reputación del Cecil. La
misteriosa muerte de Elisa Lam completaba patéticamente el macabro paisaje.
Tao y Wang viajaron llenos de expectativas, deseosos de hacer una nota
verdaderamente impactante. En Hong Kong, o incluso en toda China, eso podría
ser todo un éxito, dado que la suerte corrida por esta joven de ascendencia
china había tocado profundamente la fibra nacional. Se prepararon muy
exhaustivamente para la investigación. Tao leyó todo lo que pudo encontrar
sobre el caso, vio el tétrico video infinitas veces y se informó de las
interminables conjeturas que recorrían el internet, para hacerse una muy
detallada idea de la situación. De ese modo, partió con varias hipótesis. Por
supuesto, las había en gran cantidad, no faltando explicaciones esotéricas,
ligadas a fuerzas fantasmáticas, a fenómenos paranormales y hasta algún
abordaje que hablaba de alienígenas involucrados en el asunto. Como siempre,
los “casos raros” disparaban toda suerte de dislates.
Por lo que habían podido conocer los reporteros, Elisa tomó en principio
una habitación compartida; su comportamiento algo extraño, extravagante, asustó
a sus compañeras, las que pidieron se alejara a la joven chino-canadiense. Las
autoridades del hotel, entonces, ubicaron a Elisa en una habitación para ella
sola. La suma de todos estos elementos -su rara conducta, su diagnóstico
psicológico, el estar bajo medicación psiquiátrica- abrían ya una punta
investigativa para profundizar, la misma que utilizó la policía en su momento.
Lo tremendamente llamativo de todo el caso fue el inquietante video del
ascensor de la noche del 31 de enero de 2013, última vez que se vio a Elisa con
vida, antes de su posterior desaparición. Igualmente rara, inquietante se
diría, fue la forma en que se la encontró días después: muerta en un depósito
de agua en la azotea del hotel sin ninguna pista clara que permitiera
esclarecer el hecho. La policía llegó a la conclusión que no se trató de un
hecho criminal. ¿Suicidio? Era difícil decirlo, pero no habiendo rastro alguno
de violencia en el cuerpo de la joven, ni prueba de ataque sexual o de consumo
de alguna sustancia psicotrópica, el hecho no podía catalogarse como homicidio.
La autopsia no reveló ningún dato adicional que hiciera pensar en algo
delictivo. Simplemente, se consideró un accidente; Elisa habría subido, ella
sola, hasta el tanque de agua, y habría caído ahí dentro, no pudiendo
sobrevivir, por lo que no había asesino que perseguir.
Finalmente, el caso se cerró. Al menos, se cerró como expediente
judicial. Pero al haberse viralizado el video del ascensor (en diez días
recibió más de diez millones de visitas), las especulaciones y los
“investigadores” de internet se multiplicaron al infinito. Por tanto, de algún
modo el caso Elisa Lam nunca se dio por terminado; las dudas siguieron flotando
en el ambiente. Tan “llamativo” resultaba el asunto, que años después un canal
televisivo lo aprovechó para generar una serie, de gran audiencia por cierto
(gran negocio, claro está).
Tao y su camarógrafo Wang revisaron el video de marras no menos de 200
veces. El registro de la cámara de seguridad del ascensor dura casi 4 minutos.
Lo que se ve hacer allí a Elisa parece el montaje de una película de terror.
Pero no lo es. Es exactamente lo que quedó grabado, material que nunca fue
editado. La policía permitió que el mismo se difundiera, y por lo bizarramente
escalofriante, o escalofriantemente bizarro, que se ve, abrió interminables
comentarios, conjeturas, conspiraciones. Una de las preguntas recurrentes es
por qué por tanto tiempo las puertas permanecieron abiertas; ello llevó a
pensar a muchos observadores -espíritu conspiracionista mediante- que hubo
otros agentes involucrados en la desaparición, y no solo se trató de un
accidente fatal de la joven.
No faltó también quien dijo haber visto un zapato masculino en el minuto
2:27, último momento en que se ve a Elisa. Del mismo modo, se especuló con que
faltaban partes del video, convenientemente editado por las autoridades
policiales o por el personal del hotel. Todo ello, en tanto especulaciones de
las más variadas, creíbles y radicalmente no creíbles -“Elisa estaba
comunicándose con un espíritu que se hallaba en el pasillo a través de sus
incomprensibles gesticulaciones”, se dijo por allí- alimentaron un mito,
que no dejó de crecer con el tiempo.
Entre algunas de las cosas llamativas, sin explicación por parte de
nadie, es la desaparición del teléfono celular de la joven. Junto a su cadáver,
flotando en la cisterna del techo con dos metros y medio de profundidad,
aparecieron sus ropas, pero no así el teléfono. Eso, obviamente, dio lugar a
las más intrincadas elucubraciones.
Igual de intrincada, complicada, compleja, fue una de las conclusiones
-si es que así puede llamársele- a la que llegaron varios internautas
interesados en el caso. En el momento en que se produjo el fallecimiento de la
joven y en los meses posteriores, cuando tuvo lugar la investigación de los
detectives de la policía de Los Ángeles, en la zona en que se encuentra el
hotel, Skid Row, tuvo lugar un gran brote de tuberculosis. Fue llamativo, al
menos eso indicaron varios “investigadores cibernéticos”, que la prueba
específica aplicada por las autoridades sanitarias de la ciudad para detectar
potenciales nuevas víctimas de la enfermedad, tenía como nombre LAM-ELISA: Lipo
Arabino Mannan -LAM- (glucolípido y factor virulento asociado con Mycobacterium
tuberculosis, la bacteria responsable de la tuberculosis), y Enzyme-Linked
Immunosorbent Assay -ELISA- (ensayo por inmunoabsorción ligado a enzimas para
detectar anticuerpos). Rarezas de ese tipo empezaron a encontrarse por todos
lados, alimentando así en forma exponencial el aura de misterio que rodeó el
caso. Y sigue rodeándolo años después. Tanto, que un prestigioso canal encontró
en él una interesante veta económica, produciendo una serie.
Con el paso del tiempo, el Hotel Cecil cambió su nombre por el de Stay
on Main, sin dejar de ser un albergue de bajo costo, listo para recibir a todo
tipo de personas no importando su condición. También con los años, el hotel fue
enjuiciado, tanto por algunos de los huéspedes que se alojaron en el momento de
la muerte de Elisa -y que, seguramente, bebieron el agua que provenía del
depósito donde flotaba su cadáver- como por sus padres. Todas las demandas
fueron finalmente desestimadas, pues la institución adujo que no podía
responsabilizarse de un hecho fortuito, explicable básicamente por una
enfermedad mental de una de sus pasajeras.
El trabajo de Tao y de Wang fue arduo. El mes presupuestado inicialmente
no alcanzó, por lo que el canal decidió prolongar por treinta días más su
financiamiento. De ese modo, los periodistas pudieron verse con una
interminable cantidad de personas. Empezando por familia Lam en Vancouver, tomaron
contacto con numerosos policías asignados al caso en su momento, así como con
muchos trabajadores del hotel, del 2013 y actuales. Para completar la
investigación, se entrevistaron también con vecinos del lugar, huéspedes y
habitantes diversos de Los Ángeles. Producto de todo eso, produjeron abundantes
imágenes y el guión de un fabuloso video, que en algún momento se pensaba
difundir por la televisión de Hong Kong.
En el diario de campo de Tao se decía, coincidiendo con lo afirmado por
la policía en su momento -explicación que parecía la más lógica, en realidad:
la única lógica- que la joven chino-canadiense no había sido víctima de ningún
hecho criminal. Su condición psicológica explicaba lo sucedido: padeciendo un
trastorno psíquico grave, en la soledad del hotel sufrió un acceso psicótico que
la llevó a la muerte. Lo que se ve en el ascensor, más allá de la forma
incomprensible que pueda presentar -y que sin duda impresiona, asusta,
pareciendo no admitir explicaciones racionales- manifiesta en definitiva una
conducta delirante. Todo indicaría que Elisa Lam fue víctima de un delirio
persecutorio (¿personalidad esquizo-paranoide de base?), lo que se puede ver en
su rara conducta en el video del ascensor. Presumiblemente se sintió perseguida
y salió aterrorizada. No está claro cómo llegó a los tanques de agua de la
azotea, pero no sería improbable que eso haya sucedido: en medio de su frenética
y despavorida huida de sus perseguidores imaginarios, la desesperada Elisa
podría haber buscado refugio en la cisterna, sin saber en qué peligro mortal se
metía. Una persona psicótica en pleno brote, en pleno ataque, es capaz de hacer
cualquier cosa. No hubo mano criminal: su propia enfermedad mental la mató.
Terminado de escribir su reporte, Tao bajó al restaurante del hotel.
Wang no quiso acompañarlo pues dijo tener mucho dolor de cabeza. Luego de un
tiempo prudencial, viendo que Tao no regresaba a la habitación, el camarógrafo
se inquietó un poco. Lo llamó reiteradas veces a su teléfono móvil, sin
conseguir comunicarse. Ante ello, se sorprendió, por lo que decidió bajar. Ni en
el restaurante ni en la recepción supieron explicarle nada: Tao había desaparecido.
Inmediatamente se movilizó la policía; incluso llegó el Cónsul chino destacado
en Los Ángeles. La prensa, más rápida a veces que la policía, inundó el Hotel
Cecil en búsqueda de primicias. El despliegue fue casi inmediato,
impresionante. El mismo Wang, en tiempo real, comenzó a mandar noticias a Hong
Kong. Un nuevo revuelo, similar al de 2013, o superior, comenzó a copar el
interés de la opinión pública mundial. Tras tres días de afanosa búsqueda,
desnudo, con sus prendas flotando en el agua, en el mismo tanque que años atrás
había aparecido el cuerpo de Elisa Lam, se encontró el de Tao, también muerto
por inmersión. No había la más mínima seña de violencia; la autopsia no reveló
ingestión de psicotrópicos ni de alcohol etílico. No había habido agresión
sexual. La sorpresa cundió por todo el orbe. Nadie sabía explicar qué había
pasado. El teléfono celular de Tao sigue sin aparecer.