miércoles, 24 de febrero de 2021

¿BRUJERÍA?

https://www.youtube.com/watch?v=3TjVBpyTeZM

 

Ni bien conoció la historia, Tao Lam decidió que quería hacer algo al respecto. Sabía que existía un lejano parentesco con esa rama de la familia Lam que había emigrado a Canadá un tiempo atrás. Por tanto Elisa, la misteriosamente desaparecida joven, era una lejana familiar. Las noticias que recorrieron el mundo, y que, por supuesto, también llegaron a Hong Kong, lo conmovieron profundamente.

 

Tao era periodista. Si bien aún muy joven, ya se había ganado fama de acucioso investigador, inteligente, muy profundo. Por eso el canal de noticias ATV Home lo había contratado. Sus búsquedas periodísticas, que daban como resultado “picantes” notas, eran seguidas con mucho interés. De ahí que, cuando planteó a la dirección del canal la posibilidad de hacer una exhaustiva investigación sobre el caso Elisa Lam en Los Ángeles -lugar de la desaparición de la muchacha- de inmediato tuvo luz verde. Se le asignó un generoso presupuesto para moverse por un mes entre Canadá, lugar donde vivía Elisa con sus padres, y la ciudad estadounidense. El canal preparó todas las condiciones necesarias, habiendo contactado tanto con la policía de Los Ángeles como con las autoridades del hotel donde había tenido lugar el suceso, así como la familia Lam en Vancouver, todo ello para facilitar el desplazamiento de los periodistas-investigadores. Tao viajaría, con los gastos pagos, junto al camarógrafo Wang Ming Fu, compañero de trabajo con quien había ido trabando una profunda amistad.

 

La historia trágica de la desaparición y muerte de Elisa Lam seguía envuelta en el misterio. Esta joven de 21 años, Lam Ho Yi, quien tomara el nombre occidental de Elisa en Canadá donde sus progenitores de origen chino abrieron un restaurante de comida original de su país, era ya nacida en territorio del continente americano, en la ciudad de Vancouver. Presentaba algunos trastornos psicológicos. Por lo pronto, el año de su desaparición, 2013, no habiéndose inscrito para continuar sus estudios en la Universidad de Columbia Británica, había consultado con un psiquiatra. Se le había diagnosticado depresión profunda y trastorno bipolar (psicosis maníaco-depresiva), por lo que estaba recibiendo tratamiento con neurolépticos y antidepresivos (quetiapina, wellbutrin, lamotrigina y venlafaxina). Ese año, por tanto, decidió no estudiar, tomándose un tiempo para recorrer la costa oeste de Estados Unidos.

 

Fue así que viajó sola a Los Ángeles, contrariando la voluntad de sus padres. Ellos sabían que Elisa no estaba en las mejores condiciones para moverse, que su depresión no era poca, pero no pudieron oponerse. Ya en California, sin conocer la ciudad, buscó un albergue barato, terminando en un sitio con un oscuro historial a sus espaldas: el Hotel Cecil. Ese lugar, que parecía especialmente preparado para una macabra obra de terror, mostraba una historia espesa, pesada, que podría asustar a cualquiera. Habiendo sido elegante al momento de su inauguración, allá por 1924 con un fino estilo Art Decó, en el momento de la llegada de Elisa había pasado a ser un decadente refugio de marginales, un hotelucho de mala muerte, pese a sus 600 habitaciones. La zona en que se hallaba, el pleno centro de la ciudad, había ido decayendo hasta convertirse en “área roja”, plagada de drogadictos, vendedores callejeros de drogas, prostitutas, personas recién salidas de la cárcel sin destino y homeless.

 

Si bien sus instalaciones aún conservaban el lujo de épocas idas, el escaso mantenimiento y el tipo de clientela con la que se manejaba habían ido deteriorando su imagen. Como aristócratas venidos a menos, el Hotel Cecil no tenía mucho de lo que sentirse orgulloso, más que de su gloria pasada. Menos aún, con la sucesión de “catástrofes” que contaba en su haber: muertes varias en sus habitaciones, suicidios, haber hospedado a criminales tristemente famosos, ser lugar de refugio de marginales diversos. Por sus habitaciones pasaron dos de los más connotados asesinos seriales de Estados Unidos: Richard Ramírez, con 14 asesinatos en su haber durante el año 1985, y Jack Unterweger, quien asesinó a 10 trabajadoras sexuales la década de los 90, tres de ellas durante su estancia en el Cecil. Igualmente hospedó a Elizabeth Short, popularmente conocida en los medios como “La Dalia Negra”, al momento en que apareciera descuartizada, crimen que conmovió a todo Los Ángeles y que catapultó más aún la funesta reputación del Cecil. La misteriosa muerte de Elisa Lam completaba patéticamente el macabro paisaje.

 

Tao y Wang viajaron llenos de expectativas, deseosos de hacer una nota verdaderamente impactante. En Hong Kong, o incluso en toda China, eso podría ser todo un éxito, dado que la suerte corrida por esta joven de ascendencia china había tocado profundamente la fibra nacional. Se prepararon muy exhaustivamente para la investigación. Tao leyó todo lo que pudo encontrar sobre el caso, vio el tétrico video infinitas veces y se informó de las interminables conjeturas que recorrían el internet, para hacerse una muy detallada idea de la situación. De ese modo, partió con varias hipótesis. Por supuesto, las había en gran cantidad, no faltando explicaciones esotéricas, ligadas a fuerzas fantasmáticas, a fenómenos paranormales y hasta algún abordaje que hablaba de alienígenas involucrados en el asunto. Como siempre, los “casos raros” disparaban toda suerte de dislates.

 

Por lo que habían podido conocer los reporteros, Elisa tomó en principio una habitación compartida; su comportamiento algo extraño, extravagante, asustó a sus compañeras, las que pidieron se alejara a la joven chino-canadiense. Las autoridades del hotel, entonces, ubicaron a Elisa en una habitación para ella sola. La suma de todos estos elementos -su rara conducta, su diagnóstico psicológico, el estar bajo medicación psiquiátrica- abrían ya una punta investigativa para profundizar, la misma que utilizó la policía en su momento.

 

Lo tremendamente llamativo de todo el caso fue el inquietante video del ascensor de la noche del 31 de enero de 2013, última vez que se vio a Elisa con vida, antes de su posterior desaparición. Igualmente rara, inquietante se diría, fue la forma en que se la encontró días después: muerta en un depósito de agua en la azotea del hotel sin ninguna pista clara que permitiera esclarecer el hecho. La policía llegó a la conclusión que no se trató de un hecho criminal. ¿Suicidio? Era difícil decirlo, pero no habiendo rastro alguno de violencia en el cuerpo de la joven, ni prueba de ataque sexual o de consumo de alguna sustancia psicotrópica, el hecho no podía catalogarse como homicidio. La autopsia no reveló ningún dato adicional que hiciera pensar en algo delictivo. Simplemente, se consideró un accidente; Elisa habría subido, ella sola, hasta el tanque de agua, y habría caído ahí dentro, no pudiendo sobrevivir, por lo que no había asesino que perseguir.

 

Finalmente, el caso se cerró. Al menos, se cerró como expediente judicial. Pero al haberse viralizado el video del ascensor (en diez días recibió más de diez millones de visitas), las especulaciones y los “investigadores” de internet se multiplicaron al infinito. Por tanto, de algún modo el caso Elisa Lam nunca se dio por terminado; las dudas siguieron flotando en el ambiente. Tan “llamativo” resultaba el asunto, que años después un canal televisivo lo aprovechó para generar una serie, de gran audiencia por cierto (gran negocio, claro está).

 

Tao y su camarógrafo Wang revisaron el video de marras no menos de 200 veces. El registro de la cámara de seguridad del ascensor dura casi 4 minutos. Lo que se ve hacer allí a Elisa parece el montaje de una película de terror. Pero no lo es. Es exactamente lo que quedó grabado, material que nunca fue editado. La policía permitió que el mismo se difundiera, y por lo bizarramente escalofriante, o escalofriantemente bizarro, que se ve, abrió interminables comentarios, conjeturas, conspiraciones. Una de las preguntas recurrentes es por qué por tanto tiempo las puertas permanecieron abiertas; ello llevó a pensar a muchos observadores -espíritu conspiracionista mediante- que hubo otros agentes involucrados en la desaparición, y no solo se trató de un accidente fatal de la joven.

 

No faltó también quien dijo haber visto un zapato masculino en el minuto 2:27, último momento en que se ve a Elisa. Del mismo modo, se especuló con que faltaban partes del video, convenientemente editado por las autoridades policiales o por el personal del hotel. Todo ello, en tanto especulaciones de las más variadas, creíbles y radicalmente no creíbles -Elisa estaba comunicándose con un espíritu que se hallaba en el pasillo a través de sus incomprensibles gesticulaciones”, se dijo por allí- alimentaron un mito, que no dejó de crecer con el tiempo.

 

Entre algunas de las cosas llamativas, sin explicación por parte de nadie, es la desaparición del teléfono celular de la joven. Junto a su cadáver, flotando en la cisterna del techo con dos metros y medio de profundidad, aparecieron sus ropas, pero no así el teléfono. Eso, obviamente, dio lugar a las más intrincadas elucubraciones.

 

Igual de intrincada, complicada, compleja, fue una de las conclusiones -si es que así puede llamársele- a la que llegaron varios internautas interesados en el caso. En el momento en que se produjo el fallecimiento de la joven y en los meses posteriores, cuando tuvo lugar la investigación de los detectives de la policía de Los Ángeles, en la zona en que se encuentra el hotel, Skid Row, tuvo lugar un gran brote de tuberculosis. Fue llamativo, al menos eso indicaron varios “investigadores cibernéticos”, que la prueba específica aplicada por las autoridades sanitarias de la ciudad para detectar potenciales nuevas víctimas de la enfermedad, tenía como nombre LAM-ELISA: Lipo Arabino Mannan -LAM- (glucolípido y factor virulento asociado con Mycobacterium tuberculosis, la bacteria responsable de la tuberculosis), y Enzyme-Linked Immunosorbent Assay -ELISA- (ensayo por inmunoabsorción ligado a enzimas para detectar anticuerpos). Rarezas de ese tipo empezaron a encontrarse por todos lados, alimentando así en forma exponencial el aura de misterio que rodeó el caso. Y sigue rodeándolo años después. Tanto, que un prestigioso canal encontró en él una interesante veta económica, produciendo una serie.

 

Con el paso del tiempo, el Hotel Cecil cambió su nombre por el de Stay on Main, sin dejar de ser un albergue de bajo costo, listo para recibir a todo tipo de personas no importando su condición. También con los años, el hotel fue enjuiciado, tanto por algunos de los huéspedes que se alojaron en el momento de la muerte de Elisa -y que, seguramente, bebieron el agua que provenía del depósito donde flotaba su cadáver- como por sus padres. Todas las demandas fueron finalmente desestimadas, pues la institución adujo que no podía responsabilizarse de un hecho fortuito, explicable básicamente por una enfermedad mental de una de sus pasajeras.

 

El trabajo de Tao y de Wang fue arduo. El mes presupuestado inicialmente no alcanzó, por lo que el canal decidió prolongar por treinta días más su financiamiento. De ese modo, los periodistas pudieron verse con una interminable cantidad de personas. Empezando por familia Lam en Vancouver, tomaron contacto con numerosos policías asignados al caso en su momento, así como con muchos trabajadores del hotel, del 2013 y actuales. Para completar la investigación, se entrevistaron también con vecinos del lugar, huéspedes y habitantes diversos de Los Ángeles. Producto de todo eso, produjeron abundantes imágenes y el guión de un fabuloso video, que en algún momento se pensaba difundir por la televisión de Hong Kong.

 

En el diario de campo de Tao se decía, coincidiendo con lo afirmado por la policía en su momento -explicación que parecía la más lógica, en realidad: la única lógica- que la joven chino-canadiense no había sido víctima de ningún hecho criminal. Su condición psicológica explicaba lo sucedido: padeciendo un trastorno psíquico grave, en la soledad del hotel sufrió un acceso psicótico que la llevó a la muerte. Lo que se ve en el ascensor, más allá de la forma incomprensible que pueda presentar -y que sin duda impresiona, asusta, pareciendo no admitir explicaciones racionales- manifiesta en definitiva una conducta delirante. Todo indicaría que Elisa Lam fue víctima de un delirio persecutorio (¿personalidad esquizo-paranoide de base?), lo que se puede ver en su rara conducta en el video del ascensor. Presumiblemente se sintió perseguida y salió aterrorizada. No está claro cómo llegó a los tanques de agua de la azotea, pero no sería improbable que eso haya sucedido: en medio de su frenética y despavorida huida de sus perseguidores imaginarios, la desesperada Elisa podría haber buscado refugio en la cisterna, sin saber en qué peligro mortal se metía. Una persona psicótica en pleno brote, en pleno ataque, es capaz de hacer cualquier cosa. No hubo mano criminal: su propia enfermedad mental la mató.

 

Terminado de escribir su reporte, Tao bajó al restaurante del hotel. Wang no quiso acompañarlo pues dijo tener mucho dolor de cabeza. Luego de un tiempo prudencial, viendo que Tao no regresaba a la habitación, el camarógrafo se inquietó un poco. Lo llamó reiteradas veces a su teléfono móvil, sin conseguir comunicarse. Ante ello, se sorprendió, por lo que decidió bajar. Ni en el restaurante ni en la recepción supieron explicarle nada: Tao había desaparecido. Inmediatamente se movilizó la policía; incluso llegó el Cónsul chino destacado en Los Ángeles. La prensa, más rápida a veces que la policía, inundó el Hotel Cecil en búsqueda de primicias. El despliegue fue casi inmediato, impresionante. El mismo Wang, en tiempo real, comenzó a mandar noticias a Hong Kong. Un nuevo revuelo, similar al de 2013, o superior, comenzó a copar el interés de la opinión pública mundial. Tras tres días de afanosa búsqueda, desnudo, con sus prendas flotando en el agua, en el mismo tanque que años atrás había aparecido el cuerpo de Elisa Lam, se encontró el de Tao, también muerto por inmersión. No había la más mínima seña de violencia; la autopsia no reveló ingestión de psicotrópicos ni de alcohol etílico. No había habido agresión sexual. La sorpresa cundió por todo el orbe. Nadie sabía explicar qué había pasado. El teléfono celular de Tao sigue sin aparecer.



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