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Realidad y verdad
Según
la tradición aristotélico-tomista, la realidad es una y dada desde siempre,
puesta en forma indubitable a la espera de que el ser humano se contacte con
ella. De ese modo, la realidad existe independientemente del sujeto. Hay un
esencialismo en juego: las cosas son lo que son, siempre, independientemente
del contexto, de la historia. En este marco, según esta gnoseología
tradicional, la verdad es la “adecuación del sujeto cognoscente con la cosa
conocida” (Adaequatio intellectus et rei, decían
los escolásticos medievales) “Ver para creer”,
de acuerdo a la famosa fórmula de Santo Tomás de Aquino. La cosa, la
realidad, está a la espera de que el sujeto se dirija a ella para aprehenderla
y conocerla, por medio de sus sentidos y de la razón. Durante más de dos
milenios, ésta fue la idea dominante en la tradición occidental, concepción que
sigue prevaleciendo en el sentido común. El peso está puesto en la realidad
objetiva.
Desde
el Renacimiento europeo (siglos XV y XVI), a partir del cambio de paradigmas
que se produjo en aquel momento, las nociones de realidad y de verdad
varían. En el mundo moderno, dentro del nuevo ideal de ciencia copernicana, la
realidad pasa a ser “construcción”; es decir, producto de la forma en que
el sujeto se relaciona con la cosa. La realidad deja de ser una, única,
inobjetable. Llegados al presente, con el desarrollo de un pensamiento que se
descentra cada vez más de la realidad objetiva como garantía misma de su
existencia dada por un supremo creador, con un pensamiento mucho más centrado
en el sujeto, interesa fundamentalmente el proceso de “construcción” de esa
realidad. Immanuel Kant se encargará de sistematizar esa visión (el mundo está
“categorizado” por el sujeto; dios deja de ser garantía. Su “Crítica de la
razón pura”, de 1781, es la definitiva acta de nacimiento de esta nueva
concepción).
Los
datos de las distintas ciencias (no solo las sociales; también las llamadas
“exactas”, con la aparición de la física cuántica o la geometría fractal), a
partir de una nueva epistemología que rompe vínculos con la tradición
aristotélica, ponen el énfasis en la relatividad de la realidad: la
misma es entendida como construcción, siempre con algo de azaroso, construcción
histórica y, por tanto, cambiante, variada, en definitiva: relativa. El
peso pasa al sujeto y a las relaciones que establece con la cosa. Así como una
botella está medio vacía o medio llena, según el punto de vista con que se la
considere, así comienza a entenderse esta nueva visión de la realidad. La realidad
y la verdad dejan de ser un absoluto. Ya no hay ser supremo como
garantía de nada.
Ambos
elementos, realidad y verdad, entonces se construyen. No hay verdades
absolutas. Aunque hayan obligado a retractarse a Galileo para no ser quemado en
la pira por negar una verdad absoluta, su célebre frase cuando salió del
Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición lo dice todo: “eppur si muove”
(“sin embargo, se mueve”). Incluso las ciencias llamadas “exactas”, que
se suponen indubitables, hablan de una relatividad en juego. No hay verdades
absolutas. La rigurosa física newtoniana, bastión del “avance” técnico del
mundo moderno, hoy no sirve para conceptualizar -y operar- en la realidad contemporánea:
para viajes a estrellas lejanísimas hay que generar una nueva física; ya no se
puede viajar en el espacio tridimensional. Por tanto: la verdad es
siempre histórica, relativa. Pero hoy, con el auge monumental de las nuevas
tecnologías digitales, la misma noción de verdad cambia. No solo que la verdad
es relativa: ¡ya no hay verdad! ¿En qué podemos confiar?, ¿qué podemos
creer? La realidad parece esfumarse. ¿Cuál es la verdad? No la hay… O, en todo
caso, según se nos informa ahora, “superamos” la verdad. Ahora hay post
verdad.
Hacia
la post verdad
Las
comunicaciones, uno de los ámbitos que más creció y sigue creciendo vertiginosamente
entre todo el quehacer humano en estos últimos siglos, construye un
mundo nuevo. El capitalismo, desde sus albores, es sinónimo de comunicaciones,
desde la navegación a vela a los viajes espaciales, desde la imprenta de Gutenberg
a las actuales redes sociales, desde el telégrafo a los teléfonos inteligentes.
El capitalismo que sale victorioso de la Guerra Fría levanta como una de sus
banderas justamente este elemento: el mundo ha pasado a ser un terreno común a
todos, absolutamente conocido, donde ya no quedan rincones inaccesibles. Los
medios masivos de comunicación completan el panorama de un modo monumental. El
auge del internet como red de redes comunicativas -super autopista informática-
es la demostración palpable de que el siglo XXI constituye una aldea
realmente globalizada. El panóptico es una realidad evidente (tecnologías
digitales 5G, y 6G ya en camino), mientras la privacidad cede su lugar a un
hipercontrol de los grandes poderes que lo saben todo, siempre y en cualquier
lugar.
Con
el final de la Guerra Fría y el triunfo del gran capital transnacionalizado, el
discurso hegemónico -en su versión neoliberal- se siente en condiciones de
decir lo que le plazca. Surgen así los mitos post caída del muro de Berlín, que
nadie se atreve a contradecir. Los mitos (narración fabulosa, historia
ficticia) son construcciones simbólicas, responden a momentos históricos, a
coyunturas sociales puntuales, a tejidos del poder. “Fin de las ideologías”,
“resolución consensuada de conflictos”, “pragmatismo”, “triunfo del posibilismo
y la resignación”, “entronización del hedonismo”, creciente fetichización de la
tecnología, “colaboradores” y no “trabajadores”, “responsabilidad social
empresarial” reemplazando al Estado, son distintos elementos-baluartes que
conforman los nuevos paradigmas. En esa lógica llegamos al patético absurdo de
“post verdad”: no hay verdad o, más precisamente dicho, la verdad no
importa.
La
verdad, ya no como adecuación del pensamiento y la cosa sino como construcción
(como “desocultamiento” dirá Heidegger), pero siempre como motor de la
actividad humana, ahora sería prescindible, desechable. Pero, ¿qué es la
“post verdad”? “La industria y manufactura de los mensajes que producen
reacciones emocionales que son independientes de su relación con la realidad. (…)
Una forma sistémica y manufacturada de la circulación de la información en los
medios de comunicación” (Fernando Broncano). En otros términos: “La
indiferencia por la realidad”, la desinformación llevada a su grado
extremo, el reino del adormecimiento. Si se quiere: la construcción infinita de
mitos, de relatos fabulosos sin ningún correlato con lo real, pero que sirven a
alguien (por supuesto, no a las grandes mayorías, que son forzadas a
“consumirlos”, sino a los grupos de poder, que son quienes los generan a su
total beneficio).
Los medios masivos de comunicación, las redes sociales de internet con
los net centers o troll centers operando mentiras organizadas, la
promoción sin ninguna culpa de lo que actualmente se llama -con total
tranquilidad y desvergüenza- fake news (noticias falsas),
mantienen el mundo de la llamada “post verdad”. Se promueve abiertamente la
indiferencia por los hechos reales y concretos, la desinformación llevada a su
grado extremo, el reino del adormecimiento y de la superficialidad, la
liviandad absoluta, la banalización en su grado máximo. La realidad no importa
(puede ser un holograma, una realidad virtual), cuentan solo los efectos
emotivos manipulados por contenidos aparentemente cognoscitivos. Interesa el
efecto logrado: todo es hologramático, virtual, evanescente. De hecho,
la economía dominante es una ficticia economía virtual, financiera, sin
sustento efectivo en bienes materiales (por eso China, con una economía con
base real está superando al mundo financiero de Estados Unidos). De ese modo, se
va perdiendo la dimensión de dónde estamos, no se sabe si hay verdades firmes o
sin asidero. La imagen (manipulada infinitamente con los actuales programas
computacionales y técnicas de vanguardia varias, tal como muestran los videos
que abren este opúsculo) borra el contorno entre realidad e irrealidad. Así
surge esa vaga noción de post verdad.
Todo es posible, la vida es algo así como un sueño bien montado. O, para
decirlo más claramente, esos poderes dominantes intentan construir un mundo
social basado en esa deletérea evanescencia. La mentira se ha entronizado; la
mentira pasó a ser parte fundamental de la realidad en que vivimos. ¡O que se
nos hace vivir! Las redes sociales, amplias dominadoras de la cultura actual,
permiten mentir sin límites, impunemente. Cualquiera puede tener 5,000 amigos
(¿5,000 amigos? ..., parece la canción de Roberto Carlos), cambiar
indistintamente su identidad, su género, su imagen. La sensación implícita es
que sí: ¡todo es posible! Claro…, en la virtualidad. Pero la vida no es solo
virtual. El pan que falta en la mesa, o el cachiporrazo que da el policía al
manifestante, no son virtuales.
Hoy
día la sociedad de la información, por
medio de sutiles herramientas, nos sobrecarga de referencias. La suma de
conocimiento, o más específicamente: de datos, de que se dispone es fabulosa.
Pero tanta información acumulada, para el ciudadano de a pie y sin mayores
criterios con que procesarla, termina resultando contraproducente. Toda esta
saturación y sobreabundancia de ¿información?, y su posible banalización, está
inundando todo. Ya no hay criterio para saber qué es qué; los net centers
cumplen a cabalidad su contenido (ello recuerda lo dicho hace casi un siglo por
Goebbels, patéticamente actual al día de hoy: “Una mentira repetida mil
veces se termina convirtiendo en una verdad”). De una cultura del
conocimiento y su posible apropiación se puede pasar sin mayor solución de
continuidad a una cultura de la superficialidad. Si la verdad no cuenta y solo
importa la “post” verdad, ¿cómo orientarse? Las TICs (tecnologías de la
información y la comunicación) permiten ambas vías: el
pensamiento crítico y la más ramplona banalidad. En tal sentido, se ha hablado,
entonces, de intelicidio (Mario Roberto Morales). Pareciera que las
redes sociales contribuyen mucho a eso: el olvido (¿o la muerte?) del
pensamiento crítico. Los filtros y los distintos dispositivos informáticos
existentes permiten falsear/procesar/manipular la realidad a punto de hacer
desaparecer la verdad: no hay verdad, hay solo post verdad. Es decir: una pura
ilusión. En la virtualidad se puede ser y hacer cualquier cosa. ¿Cuál es la
verdad? No importa: solo importa el efecto que se logra con estas realidades
virtuales técnicamente bien manipuladas: soy gordo pero aparezco delgado, tengo
arrugas pero aparezco con rostro lozano, soy calvo pero aparezco con melena, no
sé qué decir pero opino cualquier cosa sin la menor vergüenza, un mago
prestigioso hace “desaparecer” la estatua de La Libertad en Nueva York, y las
mentiras bien montadas edifican un mundo virtual/real en el que nos movemos sin
aparente posibilidad de salida. La opinión política, el análisis pormenorizado,
la reflexión profunda se ven reemplazadas por un tuit de 280 caracteres.
A
la ideología capitalista neoliberal dominante todo esto le es perfectamente
funcional. Cuanto menos se piense, cuanto menos se critique: mejor. Las nuevas generaciones han sido moldeadas en esa matriz: pareciera que los poderes se encargaran de
hacer creer que la verdad sobra. No hay verdad, todo se esfuma, se
diluye. La pregunta que persiste es: ¿así será el futuro? Mejor si construimos
un futuro donde la verdad cuente.
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