Desde inicios del 2020 hemos padecido la
pandemia de Covid-19; la misma lleva causadas 7 millones de muertes, aunque a
decir de la Organización Mundial de la Salud -OMS-
la cifra real sería el doble, dados los sub-registros. Hoy día, vacunación
mediante, lo peor de la crisis sanitaria ha pasado, aunque la pandemia no
ha terminado; más aún: expertos en el tema hablan de la perspectiva de otras
nuevas. El director de la OMS, Tedros Adhanom
Ghebreyesus, expresó a fines del 2020 la posibilidad, por no decir la
seguridad, de la ocurrencia de nuevas pandemias en un futuro inmediato: “La historia nos muestra que no será la
última pandemia. (…) La
pandemia reveló los estrechos vínculos entre la salud de las personas, los
animales y el planeta (…) Todos los esfuerzos para mejorar los sistemas
sanitarios resultarán insuficientes si no van acompañados de una crítica de la
relación entre los seres humanos y los animales, así como de la amenaza
existencial que representa el cambio climático, que está convirtiendo la Tierra
en un lugar más difícil para vivir.”
La crisis sanitaria que se vive hoy, así como
el decrecimiento de la economía a nivel mundial producto de la anterior (retracción
de alrededor de un 5% del producto bruto global) son una realidad palpable. Debe
agregarse, sin embargo, que en el estancamiento económico hay además otro
factor: el empantanamiento del capitalismo. La crisis bursátil iniciada en el
2008 nunca se resolvió, y el parate ocasionado por los confinamientos de la
pandemia han servido como salida “adecuada” para justificar el estancamiento.
Aunque debe quedar bien en claro que lo que produjo tantos desastres económicos
no fue solo el encierro obligado, sino el sistema imperante.
Los millones de muertos por la enfermedad, al
igual que el quiebre de numerosas empresas y la pauperización de grandes masas,
ahí están, sin miras de solución en lo inmediato. Las distintas secuelas que
está dejando el Covid-19 van modificando el mundo. Las vacunas que comenzaron a
suministrarse -con todas las críticas aparejadas- no son la gran panacea,
porque el deterioro del que es un síntoma la actual crisis no se arregla con
inmunizaciones. La crisis se evidencia en la alarma que se encendió en todos
los países dado el tremendo nivel de deterioro de los sistemas públicos, que no
pudieron dar abasto a la avalancha de infectados, dada su precarización
producto de las políticas privatistas de estas últimas décadas. Todo indica que
la realidad sanitaria global se está modificando a futuro. Hacia mediados del
2022, y pese a la vacunación masiva, la situación no mejora sustancialmente en
términos planetarios, surgiendo cepas nuevas que, si bien no son especialmente
más mortales, sí tienen mayores capacidades de transmisibilidad. Sin ser
agorero, todo indica que lo vendrá en el futuro inmediato no va para mejor, al
menos para el gran campo popular, para las grandes mayorías de la humanidad. Si
alguien se beneficia de la situación presente son, como siempre, pequeños
grupos de poder: farmacéuticas, todo lo relacionado con la informática, la gran
banca y, aunque parezca monstruoso, la industria militar, que fue de los pocos
negocios que siguió creciendo durante la pandemia.
Se habló hasta el hartazgo de la “nueva
normalidad” post-pandemia, viendo en ella -quizá con excesivo optimismo- la
posibilidad de un mundo más “humanizado”, más solidario. Sin dudas: ¡excesivo
optimismo! Lo que muestra el mundo hoy día no nos permite ser muy promisorios:
sigue el capitalismo feroz, sigue el individualismo, continúan las guerras.
En el nuevo escenario global que se va
abriendo -en realidad no solo por la pandemia- puede que se modifiquen
relaciones de poder entre las grandes potencias. En este momento todo indica
que Estados Unidos está perdiendo -bastante aceleradamente- su papel de centro
hegemónico internacional. Con un producto bruto de más del 30% de la economía
planetaria después de la Segunda Guerra Mundial, ahora aporta solo un 18%. El
hiperconsumo desenfrenado y su voraz avidez le han pasado factura: el dólar, su
moneda, anteriormente sostenido a punto de invasiones militares, hoy día va
perdiendo valor. La República Popular China lo está destronando como potencia
económica y científico-tecnológica. En el plano puramente militar, Rusia lo ha
dejado atrás, tomándole varios años de delantera en el desarrollo de armas
estratégicas (misilística hipersónica). Todo eso, de todos modos, no
necesariamente es una buena noticia para el campo popular. Está abierto el
debate sobre el actual modelo de “socialismo de mercado” impulsado por China;
en principio, sin embargo, ese no es el espejo donde puede mirarse la clase
trabajadora internacional y los empobrecidos pueblos del mundo. ¿Post pandemia
con una China hegemónica y dominante en tecnología 5G? (y 6G ya en camino). Eso
no necesariamente es una buena noticia para la humanidad: las injusticias
siguen a la orden del día por doquier. Continúa la ética individualista, la
explotación de la clase trabajadora… ¡y los conflictos bélicos! Repitamos: la
industria militar creció casi un 5% durante la pandemia.
¿Qué es entonces la “nueva normalidad”? ¿El
teletrabajo? “Hay mucha gente que ya le encontró el
gusto por trabajar desde la casa, y las empresas ya se encontraron el gusto de
que la totalidad de la gente no vaya a las oficinas”, expresó Franco
Uccelli, alto directivo del JPMorgan
Chase & Co, uno de los bancos más grandes del mundo (estadounidense), de
esos que marcan lo que es “normal”.
En el apogeo de la pandemia se dieron unas
6,000 muertes diarias; ahora la curva epidemiológica de esta enfermedad tiende
a aplanarse, mientras se mantienen otras muertes por razones inaceptables: ¡desnutrición!,
por ejemplo. De ningún modo podemos aceptar la actual normalidad donde mueren
diariamente 20,000 personas por hambre o por causas ligadas a la desnutrición
mientras sobra comida en el mundo. La supuesta “nueva normalidad” no augura
nada nuevo en verdad, al menos para las grandes mayorías (para las empresas
como la recién citada, quizá sí). En esta sociedad global post-pandemia, ¿se “abuenarán” los “malos”
que nos matan de hambre? Obviamente no se trata de bondades o maldades en
juego: son luchas de clases, relaciones sociales trans-individuales. Todo
indica que lo dicho por este funcionario de uno de los bancos más poderosos del
mundo marca la “nueva normalidad”. El mundo digital que ya se abrió, de momento
no parece favorecer a las grandes mayorías. Trabajar desde casa ¿es un triunfo
popular? ¿Cómo se formarán los sindicatos entonces? ¿O en la “nueva normalidad”
eso ya no cabe? Las tecnologías digitales, fabulosas sin dudas, pueden servir
para dar saltos en la historia; o también, como pareciera perfilarse de
momento, para controlarnos más y mejor (control, se entiende, que ejercerán los
grupos de poder sobre las poblaciones, obligando a consumir lo que entiendan
oportuno, y silenciando la protesta cuando también lo consideren oportuno).
Luego del auge de la pandemia
vino la vacunación masiva. Va quedando claro que el principal perjudicado con
esta crisis sanitaria global es, como siempre, la gran masa trabajadora de
todos los países. La oligarquía internacional que maneja el mundo capitalista
-que no tiene nacionalidad, en definitiva: “El
capital no tiene patria” decía Marx- puede hoy hacer algunas mínimas
concesiones para que no estalle la olla de presión. De esa cuenta, ha comenzado
a hablar de la posibilidad de establecer una renta básica universal.
Probablemente el “Gran Reinicio” del que se habla en los más altos círculos de
poder consista en un intento de reingeniería social a escala planetaria para
seguir manteniendo inalterables sus privilegios. En esa lógica, con planes
neoliberales que no terminan -¿quién dijo que el neoliberalismo está acabado?-
los Estados van quedando crecientemente debilitados, siendo reemplazados por el
asistencialismo de mecenas, o por ese engendro impresentable llamado
“cooperación internacional”. La cada vez mayor precarización en las condiciones
laborales constituye un mecanismo para aumentar las tasas de ganancia del
capital, fragmentando la organización, y por tanto las luchas populares. El
proceso de “oenegización” hoy día tan extendido, no es sino una forma de seguir
implementando el “divide y reinarás”.
El
capitalismo es el capitalismo. Es decir: solo piensa en lucro empresarial,
basado en un individualismo hedonista fundante (“La sociedad no existe. Solo hay hombres y mujeres individuales”,
dijo Margaret Tatcher). La salud pública, por tanto, es concebida de la misma
manera. En otros términos: es un valor de
cambio más, una mercancía que puede generar ganancias. La solidaridad no
existe (la beneficencia y la cooperación internacional no tienen nada que ver
con la solidaridad). En esa lógica, los grandes oligopolios farmacéuticos
utilizaron fondos públicos para la investigación de estas nuevas vacunas, y sin que se
hubiera demostrado fehacientemente la validez, eficacia y seguridad de las
mismas, comenzaron a utilizarse. Curioso que esas empresas (estadounidenses y
europeo-occidentales) lograron que sus respectivos Estados sean quienes
pagarían las indemnizaciones por posibles efectos secundarios derivados de
estos productos experimentales, mientras continúan negociaciones para lograr
quedar exentas de toda responsabilidad civil por las eventuales secuelas
producidas por sus medicamentos.
Más allá de
la efectividad o no de estas vacunas -curiosamente, las de fabricación rusa,
china o cubana no ocuparon la cartelera de la prensa como sucede con las de las
multinacionales capitalistas-, de sus efectos secundarios nocivos a mediano y
largo plazo, de las razonables dudas que todo esto pueda abrir, la ideología
capitalista (individualista y hedonista) evidencia una vez más que no está en
condiciones de aportar nada para una humanidad igualitaria. Vergonzosamente los
países llamados desarrollados han acaparado la casi totalidad de la producción,
dejando migajas para el Sur.
El Director de la OMS no
ahorró palabras para denunciar las asimetrías en el manejo de las vacunas y la
voracidad de los más acaudalados. Consideró “moralmente indefendible, epidemiológicamente negativo y clínicamente
contraproducente” el panorama actual (hay países prósperos del Norte con
casi la totalidad de su población con tres dosis, mientras otros en el Sur no
llegan al 50% de habitantes con una o dos dosis). Atacando la mercantilización
de la salud y la falta de solidaridad evidenciada en el manejo de la
distribución de las vacunas, se refirió a los mecanismos de mercado enfatizando
que son “insuficientes para conseguir la
meta de detener la pandemia logrando inmunidad de rebaño con vacunas”,
defendiendo la necesidad de planteos de políticas públicas para afrontar la
crisis sanitaria. “Tengo que ser franco:
el mundo está al borde de un catastrófico fracaso moral, y el precio de este
fracaso se pagará con vidas y medios de subsistencia en los países más pobres”.
El modelo de producción y
consumo que comporta el capitalismo no es viable a largo plazo: las pandemias
serían, entre otras, una de sus ingratas consecuencias. Las respuestas técnicas
-la vacunación universal- no alcanzan, porque la evidencia muestra que las
mismas no llegan por igual a todos los habitantes del planeta. Se trata
entonces de buscar otros caminos, establecer las relaciones humanas y los
esquemas sociales sobre otros modelos sociopolíticos. Hay que pensar en
alternativas, por lo que, como dijera Rosa Luxemburgo entonces: “socialismo
o barbarie”.
El sistema capitalista, que
sin ningún lugar a dudas no puede solucionar todos los problemas humanos que
hoy día ya son solucionables gracias al desarrollo científico-técnico, no está
agotado. Con varios siglos de existencia, sabe arreglárselas muy bien para
permanecer de pie. En la guerra contra el socialismo, hoy por hoy va ganando.
Pero eso no es una buena noticia para la humanidad, porque la prosperidad de
unos pocos asienta en las penurias de las grandes mayorías planetarias. La
situación de la salud lo evidencia de modo patético, y la actual crisis
sanitaria muestra que la mercantilización de un bien tan preciado como ése lo
único que trae es ganancias para unos pocos a costa de sacrificios de los más.
Después de la pandemia no se ve, al menos en principio, un horizonte post
capitalista. Al contrario, todo augura más capitalismo, con una super potencia
en declive disputando la hegemonía mundial con otras dos super potencias (con
capitalismo de Estado y capitalismo mafioso una, con socialismo de mercado la
otra). Las guerras no han desaparecido de la historia, sino que siguen siendo una cruda
realidad -ahí está la mediática guerra en Ucrania-, y la posibilidad de un
holocausto termonuclear está siempre abierta. Ante este mundo y la nueva
normalidad que se avecina, con este “Gran Reinicio” que los capitales
occidentales propician, la clase trabajadora mundial no puede sentir ninguna
alegría. Si nuevas pandemias podrán venir, y la salud seguirá siendo un bien
comercializable, el camino capitalista es un callejón sin salida. Por tanto,
como gran tarea pendiente, estamos llamados a construir algo distinto, una
alternativa a este modo de producción basado solo en el lucro, que prescinde
tanto del ser humano -a quien transforma en esclavo asalariado, o lo desecha
producto de la robotización- o se lleva por delante la naturaleza, olvidando
que hay un solo planeta, que nuestra casa común no es una infinita cantera para
explotar. En tal caso, por supuesto que son más que actuales las palabras de la
revolucionaria polaco-alemana.