¿Somos o nos
agarran de tontos?
ENTREVISTA A
JESÚS DE NAZARETH
El periodista suizo Heinrich Unheimlich, famoso por
su penetrante espíritu investigativo y por las osadas entrevistas que pudo
conseguir en su dilatada carrera profesional, nos volvió a sorprender
recientemente. Sin revelar nunca cómo lo obtuvo, pudo establecer contacto con
Jesús de Nazareth, quien aparentemente estaba de incógnito en nuestro planeta,
y forzarlo a responder algunas preguntas. Se dijo en un primer momento que el
reportaje era apócrifo, pero la cinta de audio (un viejo cassette convencional
de grabadora manual), sometida a las más rigurosas pruebas –en centros
académicos del más alto nivel e incluso en la NASA –, demostró su autenticidad.
No pudo tomar fotos (según contó luego Unheimlich, al querer fotografiarlo
usando su teléfono celular, el mismo se bloqueó inexplicablemente… ¿Milagro?).
De todos modos, aún quedando en las tinieblas los pormenores de la entrevista,
lo importante es que la misma pudo realizarse y luego difundirse.
No pueden dejar de mencionarse dos aspectos
importantes, aparentemente marginales al contenido específico de la nota
periodística, pero que dan un talante de lo que allí está en juego: por un
lado, la grabación del reportaje está hecha en alemán con acento de Zürich en
su primera parte, cambiando luego al francés –cambio que inopinadamente hizo el
entrevistado– para seguir más tarde en arameo, lengua que, al no ser
comprendida por el entrevistador, hizo dar por terminado el reportaje en forma
un tanto abrupta. Y un segundo elemento no menos significativo cual es el hecho
que, dos días después del encuentro –aparentemente fue en un centro comercial
de Ámsterdam, según una versión, o en un hotel en El Cairo, según dicen otros–
Unheimlich perdió el habla, que no ha vuelto a recuperar hasta la fecha, y
desarrolló un repentino cáncer de próstata.
Gracias a avatares del destino, hoy llegó a
nosotros esta riquísima pieza, no digamos ya del periodismo sino de la
producción cultural universal, que ahora ponemos a disposición de los lectores
en idioma español. Entendemos que la ocasión es más que propicia, dada la
cercanía de la cristiana fecha de la Navidad. Ustedes juzgarán.
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Heinrich Unheimlich:
Jesús, ¿qué anda haciendo por aquí casi de incógnito?
Jesús: Bueno…. no es la
primera vez que lo hago. Habitualmente suelo darme una vuelta por aquí a ver
cómo están las cosas. Y permítame decirle que nunca antes me habían
descubierto, por lo cual lo felicito: es usted muy perspicaz. En verdad me
sorprende que haya podido identificarme. Dígame: ¿cómo lo hizo?
Heinrich Unheimlich:
Mire, no se ofenda, pero ahora yo diría que vamos a invertir los papeles.
Ahora, quien pregunta soy yo, ¿de acuerdo? Luego, después de la entrevista, si
le parece, le cuento los detalles de cómo lo identifiqué. Pero, volviendo a lo
que decíamos… ¿así que regularmente viene de incógnito por aquí? ¿Y cómo
encontró las cosas ahora?
Jesús: Mal, muy mal. La
verdad es que siempre le damos seguimiento a este planeta, nos interesa mucho…
Heinrich Unheimlich:
Perdón que lo interrumpa: habla en plural. "Le damos seguimiento"
dice. ¿Quién además de usted?
Jesús: Pues, mi padre. Fue
él quien hizo todo esto. Y –se lo digo entre nosotros, en privado– a veces se
arrepiente. A veces se reprocha por qué se dejó llevar por la pasión inventando
esta especie tan rara que son ustedes, y se arrepiente. Pero ya es tarde, no
hay marcha atrás. En más de una oportunidad, para reparar ese
"error", como suele decir, pensó en eliminar toda la especie. De ahí
que permitió que desarrollen las armas de destrucción masiva, fundamentalmente
las nucleares. Pero nunca se termina de decidir si hacerlas usar. También
considera muy cruel la extinción total. Si bien la especie humana es
insoportable, absurda en algunos casos, incomprensible a veces, también tiene
cosas muy lindas, muy simpáticas.
Heinrich Unheimlich:
¿Como cuáles?
Jesús: Bueno…muchas,
numerosas, numerosísimas. Ustedes no son sólo estupidez; también han hecho
cosas importantes, muy lindas. Además de hacer la guerra, por ejemplo, y entre
otras cosas, hacen arte, aman a sus hijos, a veces se enamoran, a veces
filosofan y dicen cosas bien interesantes, bien profundas. Claro que no hay que
olvidar la contracara de todo eso: son egoístas, muy violentos, son muy conservadores,
les asusta mucho el cambio, y en estos últimos tiempos han desarrollado una
enfermiza cultura de apego a las cosas materiales que ustedes mismos producen.
Hay que reconocer que a veces son realmente inteligentes. Yo me sorprendí mucho
cuando en estos últimos años empezaron a inventar todos estos artefactos tan
llamativos que les reportaron enormes cambios: máquinas para volar, que ustedes
llaman aviones, máquinas para ir por debajo del agua, todos los aparatos para
comunicarse a la distancia: el telégrafo, el teléfono, la radio, la televisión,
el internet. No han logrado dominar aún la telepatía, pero no falta mucho para
que lo hagan. Bueno, todo eso realmente me tiene sorprendido. Y a mi padre
también. Porque de verdad que él no había planificado todo esto. Él solo dejó
la posibilidad abierta; de ahí en más, fueron ustedes los que dieron estos
pasos. Y de verdad que los felicito.
Por otro lado, como le venía diciendo, no hay dudas que todas esas
cosas, cuando uno lo ve desde afuera, sorprenden gratamente. Y hacen pensar en
que la humanidad no es tonta. Claro, después cuando empieza a profundizar… se
agarra la cabeza. Tienen internet… ¡para ver pornografía! Me imagino que usted
debe saber, bien informado como está al ser un destacado periodista, que una
tercera parte de las consultas que se hacen en la red de redes, es para mirar
pornografía. No es que esté mal tener apetitos carnales, no, por supuesto. Para
eso mi papá les dio la facultad del deseo. ¿O acaso no es grato desear,
derretirse de ganas por alguien? Pero, ¡qué pobreza espiritual tener que
contentarse con mirar a alguien desnudo en una pantalla!, ¿no? Cosas como esas
son las que me abren –o nos abren, mejor dicho– esas dudas: mi padre, a veces
con una sonrisa bonachona y mesándose la barba, dice entenderlos y que él así
lo quiso. Pero otras veces –y yo soy de esa idea también– piensa que son
demasiado tontos, demasiado miedosos ante la vida. Prefieren ver un cuerpo
desnudo en una pantalla en vez de tocarlo con sus propias manos. ¿Por qué ese miedo
absurdo? Prefieren la mentira y la hipocresía en vez de buscar la verdad. No
entiendo por qué esa pusilanimidad, no lo entiendo. Prefieren decir que está
todo bien, mientras sufren como condenados.
Bueno, pero me voy por la tangente. Usted me preguntaba qué cosas buenas
tienen los humanos. Mire: muchas. Por ejemplo, hacen música, que es algo
hermoso, angelical. Y no importa qué música, de las innumerables variedades que
tienen. Eso siempre es algo lindo, grato, que alegra el espíritu. La estupidez
comienza cuando con esa fiebre enfermiza por el apego a lo material y ese
insaciable afán de poderío que se ve tanto en estos últimos años de su
historia, comienzan a vender musiquita empaquetada. Por eso le digo que siempre
están oscilando entre lo genial (en música han hecho cosas geniales, de verdad.
Mire el alemán van Beethoven; pese a estar sordo musicalizó una oda a la
alegría, ¿no le parece genial? Bueno, o cualquier música: ¿escuchó alguna vez
un ukelele sentimental? Se lo recomiendo, Unheimlich); pero para no irnos por
la tangente, le decía que siempre basculan entre lo genial y lo ramplón. Hacen
músicas hermosas, y al mismo tiempo componen enlatados estúpidos que se obligan
a consumir pagando para escucharlos. Claro que, en eso, el jueguito es más complicado:
son algunos pocos los que se aprovechan de la gran mayoría. Son unos pocos los
que ganan dinero vendiendo basura, y la gran mayoría silenciosa agacha la
cabeza y consume las modas. En música eso se ve con palmaria claridad. ¿Me
entiende lo que le quiero decir? Al lado de creaciones realmente geniales
ustedes hacen estupideces que no parecen posibles. ¿Por qué ese afán perpetuo
de dominarse unos a otros? ¿Por qué esa lucha interminable por el poder?
Heinrich Unheimlich:
¿Y usted que cree? ¿Por qué su papá nos hizo así?
Jesús: Como le decía: a
veces se arrepiente de haber hecho eso. Pero también tiene sentido que sean
así, si uno lo piensa bien. Como son finitos, tienen los límites siempre a la
mano (la muerte está siempre presente, envejecen, se ponen decrépitos o, para
graficarlo de un modo muy evidente: al lado de la belleza que puedan tener, se
tiran pedos, con lo cual todo se afea –y todos, varones y mujeres, se los
tiran, todos…–), pues bien, como la finitud los inunda por todos lados, el
poder es lo que les puede hacer sentirse menos frágiles, es la puertita hacia
la plenitud. O es lo que, al menos, les provoca la sensación de plenitud. Todos
ustedes están condenados a envejecer, a corromperse, a morirse, todos ustedes
son siempre falibles, viven presa de los miedos, saben las cosas siempre
limitadamente, irremediablemente tienen que decidir ser varón o mujer porque
todo al mismo tiempo no se puede…; es decir: como la vida de los humanos está
inexorablemente marcada por sus límites (viven tirándose pedos, en otros
términos: comen manjares que luego se transforman en flatulencias), el
ejercicio del poder los hace sentir menos limitados. De ahí que estén
buscándolo perpetuamente. ¿A quién de ustedes no les gustaría ser dios? Tener
poder –aunque sean cuotas mínimas: el varón sobre la mujer, el europeo
–presuntamente civilizado– sobre los supuestos salvajes del África, el rico
sobre el pobre, el adulto sobre el joven– tener poder es alejarse de los
límites, aunque sea un poquito. El poder siempre hace sentir impune, absoluto,
inmortal. Por eso viven inventando historias que les permita fantasear con todo
eso: Superman actualmente, o cualquier héroe de las mitologías históricas en
todos los pueblos que han pasado por el planeta. ¿A quién no le gusta ser como
un actor triunfador de Hollywood, o como Schumacher, o como John Lennon, que
llegó a decir que era más famoso que yo? ¿Me entiende?
Heinrich Unheimlich:
Creo que sí. ¿Pero por qué su papá nos hizo así, tan limitados entonces?
Jesús: Vaya pregunta, mi amigo…
¿A quién no le gusta ser dios? Pregúnteselo a mi padre… Pero yo vine al mundo
hace dos mil años para tratar de ayudar un poco a soportar esos problemas, para
hacer más llevadera la vida pese a todos esos límites. Yo traté de enseñar a
vivir sin tantas angustias, sin fascinarse tanto con la búsqueda del poder.
Heinrich Unheimlich:
¿Y qué dice: lo consiguió?
Jesús: ¿Me lo está
preguntando en serio? Vamos, Unheimlich: ¡no sea estúpido! ¿No ve acaso cómo
está el mundo? A veces soy yo el que se arrepiente de haber venido, me
arrepiento de haberme hecho tantas expectativas. Con toda sinceridad le digo
que yo pensaba que iba a ser más fácil la transformación ética de los seres
humanos. Pero veo que eso no es fácil. No digo que no se pueda cambiar, no, por
supuesto que no. Ahí está el socialismo como una promesa abierta. Y eso no ha
terminado, créame que no. La historia sigue, y lo que se creía un triunfo
absoluto de los grandes capitales hace unos años atrás, hoy se derrumba como
castillo de naipes con la crisis financiera internacional. La gente es tonta,
pero no tanto. Se deja explotar porque no le queda otra alternativa, pero llega
un momento en que se rebela. "Pena sobre pena y pena hace que uno pegue el
grito. La arena es un puñadito, pero hay montañas de arena". Creo que eso
lo dice claramente: es un poema de un cantor argentino que quizá conozca:
Atahualpa Yupanqui. No le puedo decir que fracasé en mi intento de hace dos mil
años; pero veo que las cosas son más complicadas de lo que creía. Los que se
suponía tenían que ser mis sucesores para seguir predicando ese mensaje de
contestación contra el poder –que fue revolucionario en su momento, créame, por
eso a mí me crucificaron los romanos–, los que tenían que seguir con mi
ejemplo, es decir: la iglesia católica, mire cómo terminaron: una institución
con el poder más descomunal durante mil años, dueña de riquezas y conciencias,
que se permitió matar a cuanta persona se le opuso, y que ahora, aunque un poco
debilitada, sigue siendo lo más contrario a lo que yo vine a enseñar. ¿Cómo
podría entender usted que mis sucesores vistan ropas de oro y piedras preciosas
si yo vine a combatir esas flaquezas? ¿Cómo puede entender que, en mi nombre,
se quemó viva a tanta gente, en nombre del amor? Algo no funcionó ahí.
Heinrich Unheimlich:
Habló del amor. Usted predicó aquello de poner la otra mejilla luego de ser
abofeteado, de amarse los unos a los otros –bueno: John Lennon decía algo
parecido, ¿no?– Pero si observamos detenidamente el mundo, lo que menos
encontramos es amor. El amor eterno de los enamorados se termina muy pronto,
después de la luna de miel, y las relaciones entre las personas no son muy
amorosas que digamos precisamente (se venden más armas que libros, o que
flores). ¿Qué pasó con su enseñanza?
Jesús: A veces me lo
cuestiono, sí. Quizá fui un poco ingenuo, lo reconozco. Vez pasada hablaba con
Quetzalcóatl en un encuentro de dioses que tuvimos en el monte Olimpo, y fue él
quien me abrió los ojos al respecto. Yo pensaba que la gente respondería mejor
a mi mensaje, que verdaderamente haría un acto de arrepentimiento y buscaría
cambiar cuando se diera cuenta de su condición. Pero no sabía con exactitud
cómo los había programado mi padre. Veo que la angustia ante la vida que tienen
ustedes –que no he encontrado en los seres de otros planetas– es más fuerte de
lo que me imaginaba, de ahí que la búsqueda del poder los tiene demasiado
trastornados. Viven siempre pensando en sí mismos, siempre preocupados en ver
cómo triunfan a costa del otro. Son demasiado individualistas,
"narcisistas" para decirlo con un término que inventaron sus
psicólogos y me parece muy bueno: viven fascinados y enamorados de ustedes
mismos, por eso les cuesta tanto amar al otro. Piensan en primera persona,
sueñan en primera persona, el otro les es un instrumento para conseguir sus
fines, nada más. Yo creí que lo lograría, pero no sabía bien en la que me
metía. Por eso, dos mil años después, rectificaría mi mensaje: no los llamaría
tanto a amarse sino a respetarse, lo cual ya es muy mucho pedir.
Mire, Unheimlich: se lo voy a decir con una parábola. Ustedes se aman
tanto a sí mismo, les cuesta tanto amar a otro, que está más que demostrado que
el 98,5% se procura placer a sí mismo sin compañero sexual, masturbándose.
Heinrich Unheimlich:
¿Y el otro 1,5 por ciento?
Jesús: Es manco. (Risas)
Heinrich Unheimlich:
Tiene buen sentido del humor, por lo que veo. Hablando de otra cosa, pronto
está de cumpleaños. ¿Qué dice al respecto?
Jesús: Eso, de verdad, me
tiene asqueado. Ahora, al menos en una buena parte del mundo, festejan mi
cumpleaños, el número 2008 para ser más exactos, tirando la casa por la
ventana. Pero vea cómo lo celebran: ¡ni una imagen mía por ningún lado! En mi
lugar vino a instalarse ese gordito con risa estúpida vestido de payaso, que no
entiendo de qué vive riéndose. ¿Se da cuenta? ¿Entiende lo que le quiero decir?
Todo el mundo dice ahora: ¡feliz navidad!, y creo que ni siquiera sabe lo que
está festejando. Pregúntele usted a cualquiera que come como condenado en mi
fiesta de cumpleaños y chupa como una esponja quién es ese flaco ascético que
andaba por ahí harapiento predicando la igualdad hace dos mil años atrás, y
seguro que no lo va a saber. Pero seguro que compró regalitos y puso una imagen
del gordito este que le mencionaba en su casa. ¿Por qué nadie me pone un pastel
con velitas para que las sople? ¿Alguien me preguntó si no me gustarían
mariachis para festejar mi cumpleaños? No, nada de eso… Yo hablé de valores
espirituales, de lucha contra la ostentación y la frivolidad del poder, de
solidaridad genuina, de igualdad para todos y todas –bueno, en mi época no
importaba la cuestión de género, se hablaba sólo en masculino–, y ahora
celebran mi cumpleaños olvidándose de mí y reemplazando mi mensaje por un
consumismo voraz y por un imbécil que se ríe invitando a comprar locamente. ¡Es
triste! Pero no hay que darse por vencidos. Yo sigo viendo luz al final del
túnel, aunque cueste mucho.
Heinrich Unheimlich:
¿Ve luz? ¿De verdad? ¿Y cuál es el futuro de la humanidad entonces, Jesús?
Jesús: [A partir de aquí
Jesús comienza a hablar en francés] Ah…, está pidiendo demasiado. Como me
imagino que comprenderá, no puedo darle mayores precisiones. Lo que sí le
adelanto es que la historia no está terminada. Aunque los que alientan el
consumismo interminable que promueve Santa Klaus crean que ganaron la batalla,
se equivocan. En ese sentido, parafraseando a ese buen pensador que tuvieron
ustedes en el siglo XIX llamado Hegel, podríamos decir que "el amo tiembla
aterrorizado delante del esclavo, porque sabe que inexorablemente tiene sus
días contados". Por más parafernalia militar que los amos desarrollen para
cuidar sus privilegios, la justicia se va a imponer. No hay espada –ni misil
nuclear, digamos hoy día–, por más poderosa que sea, que pueda imponerse sobre
la justicia.
Heinrich Unheimlich:
¿Se refiere a la justicia divina, al Juicio Final?
Jesús: ¡No, compañero! ¿De
qué justicia divina me está hablando? Quiero decir que la gente, lentamente, va
abriendo un poco más los ojos. Antes, cuando yo andaba correteando por los
desiertos de Galilea –¡todavía me acuerdo la sed que pasaba ahí!– el emperador,
el amo esclavista, eran casi dioses, intocables, impunes. ¿Quién osaba
enfrentárseles? Y otro tanto pasaba en otras latitudes: los chinos no podían
mirar a los ojos a su emperador. Lo mismo era con cualquier mandamás. Cualquier
teocracia –en el Asia, en América– podía decidir con la más absoluta
naturalidad sobre la vida de un súbdito. ¿Quién le ponía freno a esos poderes?
Lo mismo podía hacer el varón con su mujer. ¿Quién iba a protestar por eso?
Pero las cosas están cambiando, mi amigo. La gente va abriendo un poco más los
ojos. No sé si habrá sido mi enseñanza, no lo sé. A veces, cuando visito
cualquier centro comercial para esta época, unos días antes de mi cumpleaños,
me sorprendo y pienso que todo mi esfuerzo fue en vano. ¿Cómo es posible que unos
pocos, poquísimos, desde sus limusinas blindadas o desde un pent house que
puede costar varios millones de dólares, decidan la vida de las grandes
mayorías planetarias? ¿Cómo es posible que a las masas, igual que en mi época
en el circo con los gladiadores y los leones, se las siga engañando de esa
manera, ahora con todos los nuevos artificios tecnológicos? Parece que las
cosas no cambian, y eso llevaría a la desesperanza. Pero no es tan así,
Unheimlich: las cosas cambian.
Heinrich Unheimlich:
Sí, claro… pero permítame decirle que la gente ya no se siente tan creyente
como antes. Los católicos aún siguen los ritos, por ejemplo el de festejar la
Navidad, o el de casarse por la iglesia o bautizar a sus hijos, pero la
religiosidad va perdiendo importancia en el mundo moderno, más guiado por los
jet supersónicos y las tarjetas de crédito que por un mensaje místico.
Jesús: Exactamente. Eso es
lo que estoy tratando de decirle: la gente cambia. Y agregaría: ¡felizmente! Si
no, aún seguiría en las cavernas. Pero no: hay cambios, siempre. La historia no
está terminada. No quiero anticiparle para dónde seguirán esos cambios. Es más:
nos pusimos de acuerdo con mi viejito que eso no lo vamos a revelar por ahora.
Pero, aunque parezca que no, las cosas se mueven. Como dijo aquel italiano
famoso que la iglesia casi cocina en la hoguera: eppur si muove.
Heinrich Unheimlich:
Entonces, haciendo un balance de estos primeros dos mil años de su trabajo,
¿qué diría?
Jesús: [Comienza a hablar
en arameo y el periodista corta la entrevista]