miércoles, 31 de octubre de 2018

UN PRODUCTOR DE UNA COMPAÑÍA DISQUERA





-          Pero, ¿cómo es eso, tío? ¿No es que se le da publicidad a los mejores músicos?
-          ¡Ay, nena! Eres muy ingenua todavía. Se publicita solo lo que vende. La calidad no importa.
-          Entonces… ¿los grandes creadores? ¿Cómo?...
-          No hay grandes creadores, m’hija. Esos son muy pocos: Bach, Vivaldi, Mozart, Beethoven, Louis Armstrong, Jimmy Hendrix, quizá The Beatles… Nosotros, en Occidente, hacemos escuchar lo que nos da plata. Así de simple. ¿Acaso creíste que toda esa basura que rueda por ahí es arte? En la China, en la India, en el Islam, tienen sus propios músicos, y con eso no nos metemos. La música tradicional de cada pueblo es otra cosa.
-          Pero… ¿y todos esos músicos de moda que venden millones y millones?
-          Eso, nena. ¡Eso mismo! Los ponemos de moda nosotros, los empresarios, y al tiempo pasan. Y como arte profundo, de toda esa bazofia, al rato no queda nada. Pero a nosotros sí nos quedan los bolsillos bien repletitos… ¿Se entiende?



domingo, 28 de octubre de 2018

FALTAN DOS MESES PARA NAVIDAD Y YA EMPEZÓ LA PARAFERNALIA PUBLICITARIA




¿Somos o nos agarran de tontos?


ENTREVISTA A JESÚS DE NAZARETH

El periodista suizo Heinrich Unheimlich, famoso por su penetrante espíritu investigativo y por las osadas entrevistas que pudo conseguir en su dilatada carrera profesional, nos volvió a sorprender recientemente. Sin revelar nunca cómo lo obtuvo, pudo establecer contacto con Jesús de Nazareth, quien aparentemente estaba de incógnito en nuestro planeta, y forzarlo a responder algunas preguntas. Se dijo en un primer momento que el reportaje era apócrifo, pero la cinta de audio (un viejo cassette convencional de grabadora manual), sometida a las más rigurosas pruebas –en centros académicos del más alto nivel e incluso en la NASA –, demostró su autenticidad. No pudo tomar fotos (según contó luego Unheimlich, al querer fotografiarlo usando su teléfono celular, el mismo se bloqueó inexplicablemente… ¿Milagro?). De todos modos, aún quedando en las tinieblas los pormenores de la entrevista, lo importante es que la misma pudo realizarse y luego difundirse.

No pueden dejar de mencionarse dos aspectos importantes, aparentemente marginales al contenido específico de la nota periodística, pero que dan un talante de lo que allí está en juego: por un lado, la grabación del reportaje está hecha en alemán con acento de Zürich en su primera parte, cambiando luego al francés –cambio que inopinadamente hizo el entrevistado– para seguir más tarde en arameo, lengua que, al no ser comprendida por el entrevistador, hizo dar por terminado el reportaje en forma un tanto abrupta. Y un segundo elemento no menos significativo cual es el hecho que, dos días después del encuentro –aparentemente fue en un centro comercial de Ámsterdam, según una versión, o en un hotel en El Cairo, según dicen otros– Unheimlich perdió el habla, que no ha vuelto a recuperar hasta la fecha, y desarrolló un repentino cáncer de próstata.

Gracias a avatares del destino, hoy llegó a nosotros esta riquísima pieza, no digamos ya del periodismo sino de la producción cultural universal, que ahora ponemos a disposición de los lectores en idioma español. Entendemos que la ocasión es más que propicia, dada la cercanía de la cristiana fecha de la Navidad. Ustedes juzgarán. 
____________ 

Heinrich Unheimlich: Jesús, ¿qué anda haciendo por aquí casi de incógnito? 

Jesús: Bueno…. no es la primera vez que lo hago. Habitualmente suelo darme una vuelta por aquí a ver cómo están las cosas. Y permítame decirle que nunca antes me habían descubierto, por lo cual lo felicito: es usted muy perspicaz. En verdad me sorprende que haya podido identificarme. Dígame: ¿cómo lo hizo? 

Heinrich Unheimlich: Mire, no se ofenda, pero ahora yo diría que vamos a invertir los papeles. Ahora, quien pregunta soy yo, ¿de acuerdo? Luego, después de la entrevista, si le parece, le cuento los detalles de cómo lo identifiqué. Pero, volviendo a lo que decíamos… ¿así que regularmente viene de incógnito por aquí? ¿Y cómo encontró las cosas ahora?

Jesús: Mal, muy mal. La verdad es que siempre le damos seguimiento a este planeta, nos interesa mucho…

Heinrich Unheimlich: Perdón que lo interrumpa: habla en plural. "Le damos seguimiento" dice. ¿Quién además de usted?

Jesús: Pues, mi padre. Fue él quien hizo todo esto. Y –se lo digo entre nosotros, en privado– a veces se arrepiente. A veces se reprocha por qué se dejó llevar por la pasión inventando esta especie tan rara que son ustedes, y se arrepiente. Pero ya es tarde, no hay marcha atrás. En más de una oportunidad, para reparar ese "error", como suele decir, pensó en eliminar toda la especie. De ahí que permitió que desarrollen las armas de destrucción masiva, fundamentalmente las nucleares. Pero nunca se termina de decidir si hacerlas usar. También considera muy cruel la extinción total. Si bien la especie humana es insoportable, absurda en algunos casos, incomprensible a veces, también tiene cosas muy lindas, muy simpáticas.

Heinrich Unheimlich: ¿Como cuáles?

Jesús: Bueno…muchas, numerosas, numerosísimas. Ustedes no son sólo estupidez; también han hecho cosas importantes, muy lindas. Además de hacer la guerra, por ejemplo, y entre otras cosas, hacen arte, aman a sus hijos, a veces se enamoran, a veces filosofan y dicen cosas bien interesantes, bien profundas. Claro que no hay que olvidar la contracara de todo eso: son egoístas, muy violentos, son muy conservadores, les asusta mucho el cambio, y en estos últimos tiempos han desarrollado una enfermiza cultura de apego a las cosas materiales que ustedes mismos producen. Hay que reconocer que a veces son realmente inteligentes. Yo me sorprendí mucho cuando en estos últimos años empezaron a inventar todos estos artefactos tan llamativos que les reportaron enormes cambios: máquinas para volar, que ustedes llaman aviones, máquinas para ir por debajo del agua, todos los aparatos para comunicarse a la distancia: el telégrafo, el teléfono, la radio, la televisión, el internet. No han logrado dominar aún la telepatía, pero no falta mucho para que lo hagan. Bueno, todo eso realmente me tiene sorprendido. Y a mi padre también. Porque de verdad que él no había planificado todo esto. Él solo dejó la posibilidad abierta; de ahí en más, fueron ustedes los que dieron estos pasos. Y de verdad que los felicito.
Por otro lado, como le venía diciendo, no hay dudas que todas esas cosas, cuando uno lo ve desde afuera, sorprenden gratamente. Y hacen pensar en que la humanidad no es tonta. Claro, después cuando empieza a profundizar… se agarra la cabeza. Tienen internet… ¡para ver pornografía! Me imagino que usted debe saber, bien informado como está al ser un destacado periodista, que una tercera parte de las consultas que se hacen en la red de redes, es para mirar pornografía. No es que esté mal tener apetitos carnales, no, por supuesto. Para eso mi papá les dio la facultad del deseo. ¿O acaso no es grato desear, derretirse de ganas por alguien? Pero, ¡qué pobreza espiritual tener que contentarse con mirar a alguien desnudo en una pantalla!, ¿no? Cosas como esas son las que me abren –o nos abren, mejor dicho– esas dudas: mi padre, a veces con una sonrisa bonachona y mesándose la barba, dice entenderlos y que él así lo quiso. Pero otras veces –y yo soy de esa idea también– piensa que son demasiado tontos, demasiado miedosos ante la vida. Prefieren ver un cuerpo desnudo en una pantalla en vez de tocarlo con sus propias manos. ¿Por qué ese miedo absurdo? Prefieren la mentira y la hipocresía en vez de buscar la verdad. No entiendo por qué esa pusilanimidad, no lo entiendo. Prefieren decir que está todo bien, mientras sufren como condenados.
Bueno, pero me voy por la tangente. Usted me preguntaba qué cosas buenas tienen los humanos. Mire: muchas. Por ejemplo, hacen música, que es algo hermoso, angelical. Y no importa qué música, de las innumerables variedades que tienen. Eso siempre es algo lindo, grato, que alegra el espíritu. La estupidez comienza cuando con esa fiebre enfermiza por el apego a lo material y ese insaciable afán de poderío que se ve tanto en estos últimos años de su historia, comienzan a vender musiquita empaquetada. Por eso le digo que siempre están oscilando entre lo genial (en música han hecho cosas geniales, de verdad. Mire el alemán van Beethoven; pese a estar sordo musicalizó una oda a la alegría, ¿no le parece genial? Bueno, o cualquier música: ¿escuchó alguna vez un ukelele sentimental? Se lo recomiendo, Unheimlich); pero para no irnos por la tangente, le decía que siempre basculan entre lo genial y lo ramplón. Hacen músicas hermosas, y al mismo tiempo componen enlatados estúpidos que se obligan a consumir pagando para escucharlos. Claro que, en eso, el jueguito es más complicado: son algunos pocos los que se aprovechan de la gran mayoría. Son unos pocos los que ganan dinero vendiendo basura, y la gran mayoría silenciosa agacha la cabeza y consume las modas. En música eso se ve con palmaria claridad. ¿Me entiende lo que le quiero decir? Al lado de creaciones realmente geniales ustedes hacen estupideces que no parecen posibles. ¿Por qué ese afán perpetuo de dominarse unos a otros? ¿Por qué esa lucha interminable por el poder?

Heinrich Unheimlich: ¿Y usted que cree? ¿Por qué su papá nos hizo así?

Jesús: Como le decía: a veces se arrepiente de haber hecho eso. Pero también tiene sentido que sean así, si uno lo piensa bien. Como son finitos, tienen los límites siempre a la mano (la muerte está siempre presente, envejecen, se ponen decrépitos o, para graficarlo de un modo muy evidente: al lado de la belleza que puedan tener, se tiran pedos, con lo cual todo se afea –y todos, varones y mujeres, se los tiran, todos…–), pues bien, como la finitud los inunda por todos lados, el poder es lo que les puede hacer sentirse menos frágiles, es la puertita hacia la plenitud. O es lo que, al menos, les provoca la sensación de plenitud. Todos ustedes están condenados a envejecer, a corromperse, a morirse, todos ustedes son siempre falibles, viven presa de los miedos, saben las cosas siempre limitadamente, irremediablemente tienen que decidir ser varón o mujer porque todo al mismo tiempo no se puede…; es decir: como la vida de los humanos está inexorablemente marcada por sus límites (viven tirándose pedos, en otros términos: comen manjares que luego se transforman en flatulencias), el ejercicio del poder los hace sentir menos limitados. De ahí que estén buscándolo perpetuamente. ¿A quién de ustedes no les gustaría ser dios? Tener poder –aunque sean cuotas mínimas: el varón sobre la mujer, el europeo –presuntamente civilizado– sobre los supuestos salvajes del África, el rico sobre el pobre, el adulto sobre el joven– tener poder es alejarse de los límites, aunque sea un poquito. El poder siempre hace sentir impune, absoluto, inmortal. Por eso viven inventando historias que les permita fantasear con todo eso: Superman actualmente, o cualquier héroe de las mitologías históricas en todos los pueblos que han pasado por el planeta. ¿A quién no le gusta ser como un actor triunfador de Hollywood, o como Schumacher, o como John Lennon, que llegó a decir que era más famoso que yo? ¿Me entiende?

Heinrich Unheimlich: Creo que sí. ¿Pero por qué su papá nos hizo así, tan limitados entonces?

Jesús: Vaya pregunta, mi amigo… ¿A quién no le gusta ser dios? Pregúnteselo a mi padre… Pero yo vine al mundo hace dos mil años para tratar de ayudar un poco a soportar esos problemas, para hacer más llevadera la vida pese a todos esos límites. Yo traté de enseñar a vivir sin tantas angustias, sin fascinarse tanto con la búsqueda del poder.

Heinrich Unheimlich: ¿Y qué dice: lo consiguió?

Jesús: ¿Me lo está preguntando en serio? Vamos, Unheimlich: ¡no sea estúpido! ¿No ve acaso cómo está el mundo? A veces soy yo el que se arrepiente de haber venido, me arrepiento de haberme hecho tantas expectativas. Con toda sinceridad le digo que yo pensaba que iba a ser más fácil la transformación ética de los seres humanos. Pero veo que eso no es fácil. No digo que no se pueda cambiar, no, por supuesto que no. Ahí está el socialismo como una promesa abierta. Y eso no ha terminado, créame que no. La historia sigue, y lo que se creía un triunfo absoluto de los grandes capitales hace unos años atrás, hoy se derrumba como castillo de naipes con la crisis financiera internacional. La gente es tonta, pero no tanto. Se deja explotar porque no le queda otra alternativa, pero llega un momento en que se rebela. "Pena sobre pena y pena hace que uno pegue el grito. La arena es un puñadito, pero hay montañas de arena". Creo que eso lo dice claramente: es un poema de un cantor argentino que quizá conozca: Atahualpa Yupanqui. No le puedo decir que fracasé en mi intento de hace dos mil años; pero veo que las cosas son más complicadas de lo que creía. Los que se suponía tenían que ser mis sucesores para seguir predicando ese mensaje de contestación contra el poder –que fue revolucionario en su momento, créame, por eso a mí me crucificaron los romanos–, los que tenían que seguir con mi ejemplo, es decir: la iglesia católica, mire cómo terminaron: una institución con el poder más descomunal durante mil años, dueña de riquezas y conciencias, que se permitió matar a cuanta persona se le opuso, y que ahora, aunque un poco debilitada, sigue siendo lo más contrario a lo que yo vine a enseñar. ¿Cómo podría entender usted que mis sucesores vistan ropas de oro y piedras preciosas si yo vine a combatir esas flaquezas? ¿Cómo puede entender que, en mi nombre, se quemó viva a tanta gente, en nombre del amor? Algo no funcionó ahí.

Heinrich Unheimlich: Habló del amor. Usted predicó aquello de poner la otra mejilla luego de ser abofeteado, de amarse los unos a los otros –bueno: John Lennon decía algo parecido, ¿no?– Pero si observamos detenidamente el mundo, lo que menos encontramos es amor. El amor eterno de los enamorados se termina muy pronto, después de la luna de miel, y las relaciones entre las personas no son muy amorosas que digamos precisamente (se venden más armas que libros, o que flores). ¿Qué pasó con su enseñanza?

Jesús: A veces me lo cuestiono, sí. Quizá fui un poco ingenuo, lo reconozco. Vez pasada hablaba con Quetzalcóatl en un encuentro de dioses que tuvimos en el monte Olimpo, y fue él quien me abrió los ojos al respecto. Yo pensaba que la gente respondería mejor a mi mensaje, que verdaderamente haría un acto de arrepentimiento y buscaría cambiar cuando se diera cuenta de su condición. Pero no sabía con exactitud cómo los había programado mi padre. Veo que la angustia ante la vida que tienen ustedes –que no he encontrado en los seres de otros planetas– es más fuerte de lo que me imaginaba, de ahí que la búsqueda del poder los tiene demasiado trastornados. Viven siempre pensando en sí mismos, siempre preocupados en ver cómo triunfan a costa del otro. Son demasiado individualistas, "narcisistas" para decirlo con un término que inventaron sus psicólogos y me parece muy bueno: viven fascinados y enamorados de ustedes mismos, por eso les cuesta tanto amar al otro. Piensan en primera persona, sueñan en primera persona, el otro les es un instrumento para conseguir sus fines, nada más. Yo creí que lo lograría, pero no sabía bien en la que me metía. Por eso, dos mil años después, rectificaría mi mensaje: no los llamaría tanto a amarse sino a respetarse, lo cual ya es muy mucho pedir.
Mire, Unheimlich: se lo voy a decir con una parábola. Ustedes se aman tanto a sí mismo, les cuesta tanto amar a otro, que está más que demostrado que el 98,5% se procura placer a sí mismo sin compañero sexual, masturbándose.

Heinrich Unheimlich: ¿Y el otro 1,5 por ciento?

Jesús: Es manco. (Risas)

Heinrich Unheimlich: Tiene buen sentido del humor, por lo que veo. Hablando de otra cosa, pronto está de cumpleaños. ¿Qué dice al respecto?

Jesús: Eso, de verdad, me tiene asqueado. Ahora, al menos en una buena parte del mundo, festejan mi cumpleaños, el número 2008 para ser más exactos, tirando la casa por la ventana. Pero vea cómo lo celebran: ¡ni una imagen mía por ningún lado! En mi lugar vino a instalarse ese gordito con risa estúpida vestido de payaso, que no entiendo de qué vive riéndose. ¿Se da cuenta? ¿Entiende lo que le quiero decir? Todo el mundo dice ahora: ¡feliz navidad!, y creo que ni siquiera sabe lo que está festejando. Pregúntele usted a cualquiera que come como condenado en mi fiesta de cumpleaños y chupa como una esponja quién es ese flaco ascético que andaba por ahí harapiento predicando la igualdad hace dos mil años atrás, y seguro que no lo va a saber. Pero seguro que compró regalitos y puso una imagen del gordito este que le mencionaba en su casa. ¿Por qué nadie me pone un pastel con velitas para que las sople? ¿Alguien me preguntó si no me gustarían mariachis para festejar mi cumpleaños? No, nada de eso… Yo hablé de valores espirituales, de lucha contra la ostentación y la frivolidad del poder, de solidaridad genuina, de igualdad para todos y todas –bueno, en mi época no importaba la cuestión de género, se hablaba sólo en masculino–, y ahora celebran mi cumpleaños olvidándose de mí y reemplazando mi mensaje por un consumismo voraz y por un imbécil que se ríe invitando a comprar locamente. ¡Es triste! Pero no hay que darse por vencidos. Yo sigo viendo luz al final del túnel, aunque cueste mucho.

Heinrich Unheimlich: ¿Ve luz? ¿De verdad? ¿Y cuál es el futuro de la humanidad entonces, Jesús?

Jesús: [A partir de aquí Jesús comienza a hablar en francés] Ah…, está pidiendo demasiado. Como me imagino que comprenderá, no puedo darle mayores precisiones. Lo que sí le adelanto es que la historia no está terminada. Aunque los que alientan el consumismo interminable que promueve Santa Klaus crean que ganaron la batalla, se equivocan. En ese sentido, parafraseando a ese buen pensador que tuvieron ustedes en el siglo XIX llamado Hegel, podríamos decir que "el amo tiembla aterrorizado delante del esclavo, porque sabe que inexorablemente tiene sus días contados". Por más parafernalia militar que los amos desarrollen para cuidar sus privilegios, la justicia se va a imponer. No hay espada –ni misil nuclear, digamos hoy día–, por más poderosa que sea, que pueda imponerse sobre la justicia.

Heinrich Unheimlich: ¿Se refiere a la justicia divina, al Juicio Final?

Jesús: ¡No, compañero! ¿De qué justicia divina me está hablando? Quiero decir que la gente, lentamente, va abriendo un poco más los ojos. Antes, cuando yo andaba correteando por los desiertos de Galilea –¡todavía me acuerdo la sed que pasaba ahí!– el emperador, el amo esclavista, eran casi dioses, intocables, impunes. ¿Quién osaba enfrentárseles? Y otro tanto pasaba en otras latitudes: los chinos no podían mirar a los ojos a su emperador. Lo mismo era con cualquier mandamás. Cualquier teocracia –en el Asia, en América– podía decidir con la más absoluta naturalidad sobre la vida de un súbdito. ¿Quién le ponía freno a esos poderes? Lo mismo podía hacer el varón con su mujer. ¿Quién iba a protestar por eso? Pero las cosas están cambiando, mi amigo. La gente va abriendo un poco más los ojos. No sé si habrá sido mi enseñanza, no lo sé. A veces, cuando visito cualquier centro comercial para esta época, unos días antes de mi cumpleaños, me sorprendo y pienso que todo mi esfuerzo fue en vano. ¿Cómo es posible que unos pocos, poquísimos, desde sus limusinas blindadas o desde un pent house que puede costar varios millones de dólares, decidan la vida de las grandes mayorías planetarias? ¿Cómo es posible que a las masas, igual que en mi época en el circo con los gladiadores y los leones, se las siga engañando de esa manera, ahora con todos los nuevos artificios tecnológicos? Parece que las cosas no cambian, y eso llevaría a la desesperanza. Pero no es tan así, Unheimlich: las cosas cambian.

Heinrich Unheimlich: Sí, claro… pero permítame decirle que la gente ya no se siente tan creyente como antes. Los católicos aún siguen los ritos, por ejemplo el de festejar la Navidad, o el de casarse por la iglesia o bautizar a sus hijos, pero la religiosidad va perdiendo importancia en el mundo moderno, más guiado por los jet supersónicos y las tarjetas de crédito que por un mensaje místico.

Jesús: Exactamente. Eso es lo que estoy tratando de decirle: la gente cambia. Y agregaría: ¡felizmente! Si no, aún seguiría en las cavernas. Pero no: hay cambios, siempre. La historia no está terminada. No quiero anticiparle para dónde seguirán esos cambios. Es más: nos pusimos de acuerdo con mi viejito que eso no lo vamos a revelar por ahora. Pero, aunque parezca que no, las cosas se mueven. Como dijo aquel italiano famoso que la iglesia casi cocina en la hoguera: eppur si muove.

Heinrich Unheimlich: Entonces, haciendo un balance de estos primeros dos mil años de su trabajo, ¿qué diría?

Jesús: [Comienza a hablar en arameo y el periodista corta la entrevista]

martes, 23 de octubre de 2018

CONFESIONES DE UN CATÓLICO





“No es posible creer que la religión católica es una religión verdadera cuando se basa en tal sinnúmero de falsedades. Sin embargo, la Iglesia ha intentado desde su origen imponer las creencias que ha declarado dogmáticas mediante toda clase de coacciones”.

Dicho por Jesús Aparicio Bernal, un cuadro del más rancio franquismo español, católico a morir. Sabrá por qué lo dice, ¿no?



domingo, 21 de octubre de 2018

ORIGINAL PROTESTA EN TAILANDIA

ORIGINAL PROTESTA EN TAILANDIA


Bangkok, 6/2/01. Una pareja de esposos –el Sr. Monthathip Komutcharoenkul, 29 años, y la Sra. Phuket Shinawatra, 26 años– habiendo sido víctimas de una estafa, según manifestaron a prensa y curiosos que no podían creer lo que veían, se encerraron en un ascensor a hacer el amor como original método de protesta.
La pareja hizo saber que la empresa financiera Bangkok Insurances and Financial Business, filial local de la multinacional Universal Insurances Corporation Ltd. con sede en Atlanta, Estados Unidos, los estafó en 30.000 dólares depositados en una cuenta de ahorro especial un año y medio atrás.
Al momento de querer retirar sus fondos se encontraron con que ello no era posible, contraviniendo lo originalmente pactado. Según dijeron a ThaiRath, tras dos meses de infructuosos reclamos donde no encontraron respuesta positiva ni en la compañía ni en los juzgados pertinentes, decidieron provocar un escándalo que permitiera hacer público el hecho.
Fue así que en horas de la mañana del jueves 5 de febrero montaron el ascensor del edificio donde está ubicada la empresa financiera –una torre de 32 pisos– y ante los ojos atónitos de otros usuarios que entraban y salían del mismo, se amarraron con cadenas a sus agarraderas, se desnudaron y comenzaron a mantener relaciones sexuales.
La medida provocó indignación en algunos e hilaridad en otros. Los medios de comunicación llegaron más rápido que la policía, quien finalmente los detuvo por escándalos e inmoralidad en lugares públicos. De todos modos la empresa aludida se vio forzada a reaccionar ante la denuncia de la pareja, y al momento del cierre de esta edición había pagado la fianza para sacarles de la comisaría donde los esposos habían sido conducidos, comenzando a negociar "en términos amigables". 


jueves, 18 de octubre de 2018

LA IMPUNIDAD SIGUE VIVA




YA NO SE HABLÓ MÁS DE LA CICIG NI DE IVÁN VELÁSQUEZ. ¿POR QUÉ? LLAMATIVAMENTE LOS MEDIOS COMERCIALES ACALLARON EL TEMA. ¿HUBO NEGOCIACIONES?




miércoles, 17 de octubre de 2018

MIGRANTES HONDUREÑOS: ¿LA MIGRACIÓN ES SOLUCIÓN?




¿POR QUÉ NO DENUNCIAR CON LA MAYOR ENERGÍA LA INJUSTICIA ESTRUCTURAL QUE LOS FUERZA A EMIGRAR?




Con relación a los migrantes hondureños de paso por Guatemala en su camino hacia Estados Unidos mucho se ha dicho. Se los puede ver como “víctimas”, o incluso como “héroes”. Vale la pena preguntarse: ¿la solución a los problemas es la migración?

Por supuesto que la migración es un derecho inalienable, pero suele levantarse la voz, lastimera por cierto, en relación a las penurias de los migrantes indocumentados. Suele decirse que la vida que llevan en los países del Norte es deplorable, lo cual es cierto. Y suele exigirse también un mejor trato de parte de esos países para con la enorme masa de migrantes irregulares.

Todo eso está muy bien. Es, salvando las distancias, como preocuparse por la situación actual de los niños de la calle. Pero ese dolor, expresado en la lamentación por la situación de esas poblaciones especialmente vulnerables y vulnerabilizadas (los migrantes indocumentados, la niñez de la calle) queda coja si no se ve también la otra cara del problema: ¡LA VERDADERA Y PRINCIPAL CARA! ¿Por qué hay millones y millones de migrantes que escapan de sus países de origen, forzados por la situación económica? La cuestión no es tanto pedir un trato digno en los países de llegada, sino plantearse por qué deben escapar.

Los gobiernos de los países expulsores no dicen nada al respecto porque las remesas que envían estos trabajadores indocumentados sirven para paliar, al menos en parte, la pobreza estructural de las familias de origen y evitar que la misma se profundice. En México y Centroamérica esas remesas representan porciones altas del PBI (a veces superando el 20 %).

En vez de quedarnos con la lamentación y victimización del migrante, ¿POR QUÉ NO DENUNCIAR CON LA MISMA ENERGÍA LA INJUSTICIA ESTRUCTURAL QUE LOS FUERZA A EMIGRAR? Pedir que los países de acogida regularicen su situación migratoria no está mal. Pero ¿por qué no trabajar denodadamente para lograr que nadie tenga que emigrar en esas condiciones, porque su país de origen no le brinda las posibilidades mínimas de sobrevivencia?



domingo, 14 de octubre de 2018

TEATRO CALLEJERO





Fue durante la dictadura de P. Nunca quedó claro si el grupo teatral era un mecanismo más del tenebroso aparato represivo, si era una en apariencia extravagante forma de protesta ante la situación reinante pero con gran y estudiado impacto político final, o si simplemente eran unos locos que no encontraron mejor manera que expresarse que haciendo ese insólito teatro callejero. Lo cierto es que el grupo Tambor –tal como se llamaba– pasó a ser un importante referente para la vida cotidiana de la población. Ante cada escena “rara” del diario vivir, ante cada hecho insólito o llamativo que podía ocurrir –y que, de hecho, ocurrían frecuentemente en una gran ciudad como J.– ya era común que la gente lo asociara con “esos locos del Tambor”. Por supuesto, no siempre las extravagancias tenían que ver con ellos, pero así había ido quedando en la conciencia colectiva.

Fue un jueves por la noche. Hacía un frío inusual para la tropical ciudad de J. Para la población, acostumbrada a andar siempre ligera de ropas y a cuidarse del sol abrasador, constituía una novedad asombrosa tener que protegerse del frío. Lo cierto es que todos andaban tiritando, cubiertos con la escasas prendas de abrigo de que disponían –¿quién iba a tener chaquetas o gorros de lana en el trópico?– y por supuesto, hablando monotemáticamente de esa ola de aire polar que había venido a instalarse. Tanto estaba conmocionando este suceso climático que incluso la dictadura había desaparecido momentáneamente de los comentarios de la gente.

Como a las 8 de la noche, en el Bar Santiago, quizá uno de los lugares más concurrido para esos años, donde se juntaba de todo un poco, apareció el grupo. Eran tres varones jóvenes, vestidos de civil pero con un toque militar: uno de ellos llevaba pantalón camuflageado, todos calzaban botas bien lustradas, alguno tenía chaqueta de cuero negro. Todos llevaban, ostentosamente remarcadas, insignias nazis en sus ropas así como manoplas con pinchos. Todos, igualmente, cargaban bastones a la cintura, y uno de ellos llevaba de su mano izquierda un perro ovejero alemán.

El aspecto del grupo era siniestro. Ante su aparición en el bar, todos los concurrentes callaron. El silencio fue repentino; y por cierto tan notorio que, por un momento, lo único que se oyó fue el jadeo del perro.

Todo era impresionante en su aspecto, pero quizá lo que más llamaba la atención, lo que más provocaba, eran los brazaletes con las insignias nazis.

Los asistentes, luego de un primer momento de asombro, habiéndose recobrado algo de un hecho tan insólito, comenzaron a abrir juicios por lo bajo.

Un joven con aspecto bohemio, que pese al frío no había renunciado a sus sandalias –ahora con gruesas medias de lana– les comentó a sus vecinos que eso, muy probablemente, era un montaje de los del Tambor. Algunos asintieron, pero otros se mostraron más escépticos.

En otra mesa, un médico que estaba allí con su amante –una enfermera bastante más joven que él– opinó que esto era una provocación del gobierno.

Alguien más –una mujer que, según pudo saberse luego, era una dirigente sindical de incógnito en el bar aquella noche– le dijo a sus cuatro acompañantes que los recién llegados constituían un grupo nazi de verdad, que la dictadura había propiciado la creación de estas cosas, y que estaban allí para darse a conocer en forma pública, que eso era la más cruda evidencia de lo que estaba viviendo el país.

Todos dudaron. Todas las versiones podían ser veraces, pero nadie quería aventurarse a opinar en público, a decirlo en voz alta. Y menos aún, a actuar.

¿Y si realmente era una provocación de la dictadura para medir la opinión pública? ¿Cómo saberlo? Pero más aún: ¿para qué querer saberlo?

Lo mejor, como había pasado a ser ya una costumbre en esos sombríos años, era callar.

Callar una vez más, mirar para otro lado, disimular: la sangrienta tiranía que enlutaba al país había ido creando esa cultura de silencio, de ahogada resistencia, de perpetuo ocultamiento. De hecho había una propaganda gubernamental por televisión que mostraba una calle cargada de tráfico sobre la que se superponía el infernal ruido de un taladro neumático de los que se usan para romper cemento, y junto a ello el estridente llanto de un bebé, todo lo cual, bien montado, transmitía una sensación de bullicio desquiciante. Y sobre ese telón de fondo aparecía la angelical cara de una enfermera rubia (¿por qué en los países tropicales, donde la población mayoritaria nunca es rubia, siempre eligen modelos blanquitas para expresar la felicidad?) pidiendo cerrar la boca porque –así decía la promoción– … “el silencio es salud”. Es decir: callarse como forma de conservar la vida, de ahorrarse problemas, de existir.

La pedagogía del terror había dado sus resultados: la gente había aprendido a silbar distraídamente y a no enterarse de nada. La aparición de ese grupo con insignias nazis lo venía a poner a prueba una vez más.

En realidad los miembros del grupo Tambor habían hecho ese razonamiento: ante una población resignada a no poder enfrentar su realidad había que ayudar a quitarse la venda de los ojos. Eso era lo que buscaban con sus excéntricas –y en general incomprensibles– presentaciones de teatro callejero. La incitación al público a que se involucrara en sus juegos escénicos buscaba –según pensaba el grupo– que la gente reaccionara. En general eran invocaciones fuertes, en muchos casos excesivas, a una toma de posición.

La dictadura, o porque aún no se había percatado de la propuesta del grupo, o porque no la había entendido, o quizá porque había evaluado que no le traía ninguna consecuencia negativa, lo dejaba hacer. De ahí que no fuera raro encontrar en la capital –sólo ahí, no estaban en ciudades del interior– estas insólitas intervenciones: una mujer desnuda corriendo entre los vehículos de una avenida diciendo que la perseguían los marcianos, dos jóvenes vestidos con túnica de colores remedando una pelea con espadas de cartón, un grupo de actores y actrices deshojando flores y gritando como locos frente a la puerta de la catedral… La variedad y originalidad de sus acciones eran increíbles.

Para la noche del jueves de frío que aquí relatamos, el razonamiento en juego desarrollado por el grupo había sido el de siempre: golpear a la sometida población por medio de confrontativos mensajes para forzarla a reaccionar, golpearla de manera sarcástica, molestarla, agredirla. Sin dudas –aunque los miembros del Tambor no lo explicitaran así– en su proyecto había algo, o mucho, de mesiánico. Su nada disimulada opinión era que, agrediendo “constructivamente” a la gente, ésta tendría que llegar a abrir los ojos en algún momento.

Todos los callejeros actores que conformaban el grupo creían esto con absoluta convicción; el hecho de ser tomados más por locos que por “esclarecidos guías políticos” les tenía sin mayor cuidado. “Perdónalos, padre. No saben lo que hacen” se podría haber dicho de su actitud.

Lo cierto es que esa fría noche de aquel jueves algo pasó. Algo, por supuesto, que no estaba en los planes de los jóvenes actores. Alguien de una de las más alejadas mesas –un varón de barba y cojera en su pierna izquierda, según los testigos– sacó su pistola y, al grito de “hijos de la gran puta”, vació el cargador sobre los tres caracterizados de nazis. Hecho los disparos, huyó. Nunca nadie pudo identificarlo con claridad.

Fue más el susto que el daño que realmente les provocó a los atónitos actores: sólo uno de ellos recibió un balazo en el hombro, por lo que debió ser trasladado a un hospital. Pero no fue nada de importancia.

Luego de este insólito incidente, muy probablemente por el miedo corrido por los osados comediantes, el grupo Tambor no volvió a aparecer nunca más. En realidad, nadie los extrañó, y hubo en más de una ocasión algún comentario sobre su desquiciada propuesta y de cómo ahora ya la población de J. había dejado de padecer esas locuras, las que se consideraban un castigo agregado a la ya traumatizante dictadura.

Pero hay también quien dice que esa visceral reacción del rengo que los cosió a balazos –seguramente pensando que los había matado, por lo que se dio a la fuga inmediata– fue lo que comenzó a provocar una pérdida de miedo por parte de la población.

Sea lo que haya sido, al cabo de unos meses de ese hecho en el bar Santiago, la dictadura cayó en medio de masivas movilizaciones populares. El miedo se había extinguido.

Según me contó un buen amigo de quien no puedo dar el nombre, el director artístico del grupo teatral –que, por supuesto, se disolvió luego del incidente referido– está absolutamente convencido que fueron sus actuaciones callejeras las que llevaron al fin del gobierno militar. Ahora es mimo en los metros de París.

También es confuso el origen de esa horripilante estatua en la plaza de B. construida luego del fin del gobierno del dictador P., en la que se evoca a un rengo. Algunos dicen que se trata del autor de los disparos del bar Santiago.