miércoles, 31 de marzo de 2021

MOVIMIENTOS INDÍGENAS LATINOAMERICANOS: UN DESAFÍO

"Los indios no tienen salvación porque no tienen sentido de la propiedad, (…) son anarquistas".

 

Federico Rauch, exterminador de indígenas patagónicos, siglo XIX

 

En el informe "Tendencias Globales 2020 – Cartografía del futuro global", del consejo Nacional de Información de los Estados Unidos, puede leerse: "A comienzos del siglo XXI hay grupos indígenas radicales en la mayoría de los países latinoamericanos, que en 2020 podrán haber crecido exponencialmente y obtenido la adhesión de la mayoría de los pueblos indígenas Esos grupos (…) podrán poner en causa las políticas económicas de los liderazgos latinoamericanos de origen europeo". Como bien dice Boaventura Sousa: "la verdadera amenaza [para la estrategia hegemónica de Estados Unidos] son las fuerzas progresistas y, en especial, los movimientos indígenas y campesinos. La mayor amenaza proviene de aquellos que invocan derechos ancestrales sobre los territorios donde se encuentran estos recursos [biodiversidad, agua dulce, petróleo, riquezas minerales], o sea, de los pueblos indígenas".

 

Quienes durante siglos fueron considerados por los invasores europeos la "raza inferior" con cuya inmisericorde explotación se contribuyó en buena medida a la acumulación originaria del capitalismo de aquel continente, ahora pasan a constituirse en un peligro para la seguridad hemisférica. Los movimientos indígenas de Latinoamérica están vivos y en pie de lucha.

 

Pero ¿qué son en realidad estos movimientos? El término se aplica a una variada y bien heterogénea realidad; aunque más allá de esa dispersión, hay un común denominador: la reivindicación de una identidad cultural de base.

 

Sin dudas esos movimientos vienen creciendo en estos últimos años, cobrando más fuerza y solidez. En algunos países son ya actores políticos de gran importancia, no pudiendo ser excluidos del diálogo nacional tal como lo fueron durante los siglos pasados. De hecho, ya hay experiencias de manejo a nivel nacional, como sucede en el Estado Plurinacional de Bolivia.

 

Las reivindicaciones más sólidas de algunos movimientos indígenas se encaminan hacia el planteamiento de Estados plurinacionales. En Latinoamérica, donde los pueblos originarios siguieron resistiendo la conquista en una interminable puja, los nuevos planteamientos de plurinacionalidad buscan su representación efectiva en las naciones modernas, en las que se da la paradoja que, teniendo mayorías de población indígena (como sucede en Guatemala), existen Estados que marginan a esos pueblos autóctonos, Estados centrados en las ciudades capitales y que tomaron el español como lengua oficial, abominando de su composición aborigen.

 

Desde hace ya algunas décadas los pueblos indígenas de diferentes regiones de Latinoamérica vienen llevando a cabo una serie de luchas en defensa de sus derechos plenos y de sus territorios, con estrategias variadas. En esa dinámica política encuentran como sus enemigos directos a los mismos Estados nacionales donde habitan, que más que acogerlos como ciudadanos los han marginado y reprimido históricamente. Se enfrentan a las fuerzas armadas y policíacas de los mismos países de los que son parte, a los terratenientes, a las empresas extractivas –petroleras, mineras, productoras de etanol, forestales– (en general extranjeras y afincadas en territorios que los Estados nacionales les otorgan pasando por sobre los pueblos originarios), todo en un marco reivindicativo que va desde lo político hasta lo cultural.

 

Sin plantearse específicamente como socialistas, estos movimientos son una "piedra en el zapato" para los grupos dominantes. Con una tradición que viene de sus siglos de resistencia a la dominación española, evidencian una democracia de base más genuina que muchas de las raquíticas democracias representativas de los Estados que los acogen. Si profundizan esas prácticas de democracia directa, inmediatamente se tornan desafíos a los poderes tradicionales de sus países, pudiendo confluir con las tendencias más contestatarias de otros sectores sociales igualmente segregados y empobrecidos (trabajadores urbanos, pobrerío en general). Es decir: los movimientos indígenas vienen emergiendo en el mismo horizonte común de cambio social y político que levantan otros colectivos igualmente marginados, apostando por nuevas formas de democracia participativa, todo lo cual es un reto abierto al statu quo, tradicionalmente conservador y racista con un profundo sentimiento "anti-indio".

 

Las izquierdas tradicionales de Latinoamérica, en general inspiradas en cosmovisiones de marxismo ortodoxo, muchas veces de manual esquemático, han tenido muchas reticencias para aceptar el hecho de una "movilización política indígena" como una entidad propia, y de hecho su accionar político siempre se ha encaminado a integrar los movimientos indígenas en la lógica de lucha campesina.

 

Sin irse al extremo de un pintoresquismo romántico –o ingenuo– que ve en los pueblos originarios sólo una suma de bondades (con lo que se estaría reeditando el mito del "buen salvaje", mito eminentemente racista, en definitiva), también es cierto que el fenómeno de los pueblos indígenas de Latinoamérica no se agota con una lectura desde los parámetros de una ortodoxia marxista mal entendida. "Echamos por la borda las teorías racistas y/o paternalistas que, con distinto nombre y en épocas sucesivas, presentaban a las poblaciones indígenas (...) como un problema irresoluto al que había que darle una solución definitiva, por el exterminio o por el mestizaje programado, amén de la proletarización que exigían los pensadores estalinistas de las izquierdas ortodoxas para limpiar el camino que conduciría a la revolución" (Guzmán Böckler). Sin dudas los indígenas son campesinos, en muchos casos con limitado acceso a la tierra y con los mismos problemas que agobian a cualquier campesino pobre del continente, pero también tienen otras demandas específicas que no van a deponer.

 

El indigenismo por el indigenismo puro puede derivar en folclore, o en fundamentalismo. Pero negar la especificidad de las luchas de los pueblos indígenas convirtiéndolos mecánicamente en campesinos es un déficit en la acción política que pretende transformar la actual realidad político-social. Y como siempre, la realidad es mucho más verde que el gris de la teoría.




martes, 30 de marzo de 2021

¿MÁS ALIMENTOS… O MÁS GANANCIAS PARA GRANDES EMPRESAS?

Las empresas de tecnología y las plataformas de distribución más grandes del mundo, como Microsoft y Amazon, comenzaron a entrar al sector alimentario. Esto conduce a una integración fuerte y poderosa entre las compañías que proveen de productos a los agricultores (pesticidas, tractores, drones, semillas) y aquellas que controlan el flujo de datos y tienen acceso a los consumidores. Por el lado de los insumos, los agronegocios se unen a esta tendencia logrando que los agricultores usen sus aplicaciones para teléfonos móviles y les proporcionen datos, con base en los cuales pueden entregar “recomendaciones” a los agricultores. En la producción, vemos que las grandes corporaciones de comercio electrónico compran empresas en el sector y toman el control de la distribución de alimentos. En conjunto, se favorece el uso de insumos químicos y de costosa maquinaria, así como la producción de materias primas para grandes empresas y no alimentos para los mercados locales. Promueven la centralización, la concentración y la uniformidad, son propensas al abuso y a la monopolización.”

 

GRAIN (https://grain.org/es/article). Informe de enero 2021




lunes, 29 de marzo de 2021

MORAL SEXUAL HIPÓCRITA

Historia verídica:

 

J., 38 años, profesional, soltero, ¡¡¡muy católico!!!, empezó a salir con A., 33 años, profesional, divorciada, no tan católica. Tuvieron relaciones sexo-genitales. Comenzó a darse un noviazgo. Llegado a un punto, pensaron en la posibilidad de unir sus vidas, incluso casándose legalmente Y POR LA SANTA IGLESIA CATÓLICA APOSTÓLICA ROMANA. Por ello, J. insistió a A. en la necesidad de gestionar su “nulidad matrimonial” ante las correspondientes autoridades eclesiásticas.

 

Reflexión de A.: “¿Cómo? Para coger sí, muy progresista, pero para la formalidad y la vidriera social, muy religioso. ¡¡Qué descarado!! ¡Qué se meta su nulidad en el bolsillo izquierdo del pantalón!”

 

Los conquistadores españoles, auto-considerados “civilizados”, vinieron a traer “civilización” a estas tierras “bárbaras y primitivas” … Pero para agarrarse (cogerse) a las mujeres indígenas, no valía la diferencia civilizatoria. Mmmmm, algo no cuadra allí.

 

Y hoy día, más de 500 años después de aquel latrocinio patriarcal, las cosas no han cambiado mucho. Muchos jóvenes de clase media y alta, urbanos, suelen iniciarse sexualmente con la “indita” (la empleada doméstica) de su hogar. Pero casarse con alguna de ellas: ¡jamás!

 

Se le preguntó alguna vez a una joven estudiante de Administración de Empresa de una distinguida universidad privada:

 

¿Qué harían en tu familia si la empleada doméstica queda embarazada por tu hermano?

 

¡¡La echamos!!



 

domingo, 28 de marzo de 2021

TATUAJES: ¿NUEVA MERCADERÍA?

Empecemos por contextualizar la situación: este es un artículo escrito por una persona occidental, urbana, nacida y criada en la segunda mitad del siglo XX, con hábitos, naturalmente, que hablan de esa historia previa; y buena parte de sus lectores -si es que los hay- quizá pueda tener más o menos similares características. Dicho rápidamente: para nosotros, occidentales modernos pertenecientes a esa generación que describíamos, el tatuaje es un elemento más o menos "raro", con cierto toque exótico. No está en nuestra historia más antigua como cultura. (Vale aclarar también que quien escribe no está en contra de la práctica actual de los tatuajes; sólo se abren consideraciones sobre su utilización).

 

El término "tatuaje", con una cierta variación en el deletreo, ha sido adoptado en las diversas lenguas occidentales vigentes. La palabra fue llevada a Europa en el año 1771 por el capitán inglés James Cook al regreso de su primer viaje por los, así llamados en aquel entonces, mares del sur. Durante la travesía navegó alrededor de las costas de Nueva Zelanda y Tahití. El capitán Cook escribió en su bitácora sobre esta práctica, sumamente "rara" para los ciudadanos occidentales de ese entonces: "Manchan sus cuerpos pinchando la piel con los instrumentos pequeños hechos del hueso, que estampan o mezclan el humo de una tuerca aceitosa [...] En esta operación, que es llamada por los naturales "tattaw", las hojas dejan una marca indeleble en la piel. Se realiza generalmente cuando tienen cerca de diez o doce años de la edad y en diversas partes del cuerpo."

 

Los tatuajes fueron una práctica euroasiática en los remotos tiempos del Período Neolítico, encontrándose incluso en algunas momias egipcias con una antigüedad de hasta 7.000 años. Puede hallárselos en las antiguas culturas china y japonesa hace unos 4.000 años. 2.500 años atrás se expanden por las islas del Pacífico. No aparecen nunca en las culturas americanas prehispánicas. En Europa los invasores nórdicos llevaron la costumbre del tatuaje a las islas británicas hacia el siglo X. Era el orgullo de estos guerreros tener símbolos y crestas tribales de sus familias sobre la piel. De hecho, es ésta una costumbre que todavía sobrevive entre algunas familias de linaje aristocrático, particularmente en Escocia. Incluso parte de la iglesia católica animó a tatuar a sus miembros en los siglos XVII y XVIII. Hoy día algunos sacerdotes han seguido la costumbre, y los diseños religiosos tatuados en el antebrazo o el pecho son considerados tradición en diversos pueblos búlgaros y los eurasiáticos católicos.

 

La función de los tatuajes es diversa: distintivo social, religiosa -formando parte de innumerables ritos-, cosmética. En ciertas ocasiones se ha hecho un uso horrendo de él, como en el caso del sistema de identificación de los judíos en los campos de concentración mantenidos por el régimen nazi durante la Segunda Guerra Mundial, utilizándoselos de igual modo que la marca que se le hace a veces al ganado en pie.

 

Lo cierto es que no hacen parte de la cultura cotidiana de toda la población occidental como algo histórico, como legado cultural milenario ya incorporado. Es más: para gente occidental por arriba de las tres décadas de edad están asociados a prácticas de ciertos grupos más bien marginales (el hampa, las prostitutas), o muy puntuales, como los marineros. Su uso como ornamento "chic" es algo muy reciente. ¿Nueva moda? ¿Nuevo fetiche de consumo?

 

Sí, sin ningún lugar a dudas. Nuevo "nicho de mercado" descubierto hace unos pocos años, y eficientemente explotado. Lo que hasta hace poco tiempo no era sino patrimonio de presidiarios, ahora pasa a ser símbolo "sexy", o marca identitaria de ciertos grupos, juveniles fundamentalmente. Obviamente el cambio no se dio por casualidad, por generación espontánea; alguien lo planeó, lo puso en marcha. Y alguien saca provecho de eso, sin dudas. ¿Los usuarios, los compradores, los que pagan por estas nuevas mercaderías de moda? En algún sentido también sacan beneficios: se tatúan porque los satisface. Pero sabiendo que la sociedad capitalista de consumo hace de cada cosa una mercadería vendible, es ya difícil saber -cuando no imposible- dónde termina lo necesario y dónde comienza lo superfluo, dónde lo producido llena necesidades y dónde las necesidades son inventadas por la misma dinámica del sistema. Si alguien se beneficia en este nueva "cultura del tatuaje" que se comenzó a difundir hace algunos años en países occidentales, hay que pensarlo ante todo en términos económicos -y por cierto no son los tatuados-.

 

Llevar tatuajes en el cuerpo puede ser bonito o no; a quien le gusten, les resultarán bonitos -valga la perogrullada- y no dejará de agregar nuevos y más sofisticados diseños cada vez; y quien quiera aborrecerlos también está en su derecho de hacerlo. Lo que queremos destacar aquí es que se los ha convertido en una nueva mercadería para consumir, una más de tantas, una más que se impone y que termina por ser "agradable". Eso muestra que los gustos, los criterios estéticos, la cultura en general, son implementados por algunos grupos detentadores de poder; y demuestra también que la gran mayoría sigue al rebaño, sigue las imposiciones. Hace apenas unos años, en Occidente, los tatuajes eran cosa de delincuentes; ahora son artículos quasi eróticos, o modas de ciertos segmentos. ¿Quién produjo el cambio? Sin dudar que puedan ser muy bonitos, o excitantes, lo que podemos extraer del fenómeno es la manipulación escondida: son una mercadería más que se terminó imponiendo.

 

Esto es sólo para demostrar cómo el sistema capitalista hace de cualquier cosa un objeto de consumo más, fetichizándolo, imponiéndolo como necesario; esa es su razón de ser, independientemente que el modelo económico-social en juego sea pernicioso, insostenible, injusto. Y eso no tiene límite: el tatuaje simplemente puede ejemplificar la tendencia.

 

Pero ese modelo es absolutamente insostenible a la larga, porque la voracidad del consumo pone en entredicho la misma sobrevivencia de la fuente de todos los recursos, es decir: la Naturaleza; por tanto hay que detenerlo, hay que cambiarlo. De eso depende nuestra sobrevivencia como especie. ¿Qué hacer entonces?

 

Sólo una sociedad de la información, una sociedad de gente informada y pensante, podrá suplir el modelo del consumo ciego y desbocado. Debemos apuntar a un modelo de mayor racionalidad, de mayor equilibrio con el medio ambiente, donde no seamos compradores compulsivos de cada novedad que ofrece el mercado. Y desde ya nos apuramos a decir que un pensamiento alternativo, un pensamiento socialista, no es "aburrido", "pesado" y "anti-sexy" porque pueda cuestionar, por ejemplo, el porqué de esta nueva tendencia de los tatuajes. Es crítico, nada más ni nada menos; lo cual puede ser enormemente dinámico, irreverente, pícaro. Incluso excitante. Y quien quiera, por supuesto, que se tatúe.



sábado, 27 de marzo de 2021

FRASCOS DE FORMOL

Gilberto nunca decía “no” a nada. Era ya proverbial su amabilidad. No discutía con nadie, siempre con una sonrisa en su rostro.

 

En el grupo juvenil de la iglesia donde actuaba, algo en tren de broma, le apodaban “el santo”. En realidad, más que broma parecía una realidad. “Un pan de dios” era la expresión que mejor le cuadraba, que lo describía en su integridad.

 

Sin explicación lógica posible, era el preferido de su abuelo entre sus ocho nietos. Don Maximiliano, el más acaudalado terrateniente de la zona, legendario por sus amoríos y por su violencia -tenía varios muertos en su haber, siempre en “defensa propia”, según rezaban los partes policiales, así como incontables hijos extramatrimoniales- gustaba decir que Gilberto era su “único y verdadero sucesor”.

 

De hecho, ambos eran dos gotas de agua: sus características de “raza superior”, como solía expresarse el viejo hacendado, les hacía sentirse en un plano especial. Abuelo y nieto superaban el metro noventa de altura, y la blancura de sus pieles, así como el azul profundo de sus ojos y el amarillo reverberante de sus cabellos, no tenían parangón. Por lo pronto, Gilberto era el único de sus descendientes que hablaba en perfecto alemán con el viejo (lo había estudiado con obsesiva perfección en la Deutsche Schule).

 

Del pasado de don Maximiliano nadie sabía mucho a ciencia cierta. Oscuramente se tenía idea que había llegado a ese rincón de aquel país latinoamericano escapando de la guerra. No más que eso. Y que tenía mucho dinero. Dada esa opacidad, se habían ido tejiendo distintas leyendas a su alrededor. El viejo terrateniente, siempre enigmático, impenetrable, sonreía levemente tras su máscara pétrea. Las dos pistolas que cargaba en su cintura, más el infaltable machete, clausuraban todas las preguntas.

 

Gilberto despertaba ternura. Ese “pan de dios”, ese “santo”, parecía de otro mundo: su actitud casi beatífica, su candidez, el hecho de jamás proferir insultos, le daban un aire especial. Resultaba raro que un tipo como su abuelo, quien aún era partidario de utilizar el látigo para castigar a sus trabajadores en ciertas ocasiones, ponderara tanto a ese inocente jovencito de aspecto angelical. Si algo los unía, era su compartida afición por la entomología. Ambos dedicaban, por separado o a veces juntos, largas horas a buscar y clasificar insectos.

 

Nadie conocía de la secreta pasión de Gilberto, quien solía perderse tardes completas en las zonas boscosas de la heredad de su abuelo: buscaba insectos… para descuartizarlos. Don Maximiliano, a su vez -también en secreto- era un consumado descuartizador de animalitos. En su estudio -decorado con pomposa suntuosidad- exhibía interminables frascos con piezas de bichos varios, y en las paredes se mostraban numerosas cabezas embalsamadas de distintos animales. Cuatro cráneos humanos sobre su escritorio daban un toque tétrico al lugar. Las empleadas domésticas buscaban como escaparle a la limpieza de esa habitación; el aire lúgubre de tanta botella con formol, mariposas y murciélagos atravesados con alfileres y bocas rugientes de animales momificados las espantaba.

 

Solo Gilberto mantenía una muy cordial relación con el abuelo; tanto sus hijos como los nietos miraban al anciano con temor, con cierta desconfianza. Había algo de siniestro en su figura. Sin buscarlo, espantaba. ¿Qué había en ese nieto, el “alemancito”, con el que mantenía un trato tan cordial?

 

Gilberto, sin que pareciera darse cuenta de ello, era continuamente víctima de acoso. Muchas veces, un acoso sutil o, en todo caso, abusaban de él. Dada su generosidad, como nunca se negaba a nada, terminaba siendo el obligado chofer de todo su grupo de amigas y amigos. Tenía un lujoso vehículo cero kilómetro, que los dividendos de la hacienda permitía comprar. Pero él casi no lo disfrutaba: era más el tiempo que dedicaba a llevar pasajeros gratis que lo utilizado para sí mismo.

 

Un hecho especialmente importante en su vida, silenciado por Gilberto durante mucho tiempo, fue el aborto que, sin quererlo, terminó apañando. Se puede decir que nunca tuvo novia; en todo caso, más de alguna mujer lo sedujo, incluso lo llevó a la cama. Como él nunca decía que no, se dejó. Fue así que Alicia, hermosa morena veinteañera, quedó embarazada. El procedimiento quirúrgico lo terminó pagando Gilberto, sin saber que el dinero que daba era para eso. Cuando supo que ya no sería padre, casi desespera. La muchacha, sin mayor trámite, lo dejó. A partir de ahí la actitud del joven -23 años tenía en ese entonces- empezó a cambiar.

 

Coincidió todo ello con la muerte de su abuelo y de sus padres en un accidente aéreo. Los tres, junto con el piloto, cayeron en la avioneta particular propiedad de don Maximiliano, dirigiéndose alguna vez hacia la ciudad de P. El testamento del viejo alemán era explícito: Gilberto era el único -¡el único!- heredero de sus propiedades: Hacienda La Moderna “con todo lo clavado y plantado” (se quitó la indicación que rezaba “indios incluidos”, por ser una rémora impresentable en la actualidad), alrededor de una docena de propiedades en la capital, varios vehículos, la avioneta, un lujoso yate.

 

Por supuesto, toda la familia reaccionó airada. Sus tres hermanos, tres tíos y ocho primos no lo podían creer. El odio que se disparó entre todos ellos fue volcánico, incontenible. De todos modos, no había modo de reaccionar jurídicamente contra el beneficiado: el texto del documento legal no daba lugar a malentendidos.

 

Pero siempre se encuentran alternativas. Como el dinero lo compra todo, en un complot del más alto hermetismo, varios de los familiares lograron “convencer” a un juez. Así fue que se intentó declarar insano mental a Gilberto. Cuando el joven se percató de la artera maniobra, ya su suerte estaba echada. O, al menos, eso era lo que pensaban los otros descendientes.

 

Hasta donde se sabe, el joven no tuvo ninguna asesoría; fue enteramente su elucubración. Lo cierto es que, un día antes de la audiencia fijada por el juzgado, Gilberto citó a la familia al despacho que otrora fuera de don Maximiliano. No se conocen los detalles exactos, pero el voraz incendio terminó con la vida de los diez familiares presentes, así como con la de tres empleados de la casa. Gilberto se salvó de milagro. Los cuatro que no murieron carbonizados, quienes no estuvieron aquel día en la reunión por diversos motivos, fueron apareciendo descuartizados tiempo después, sin ninguna explicación. Ahora, en su nueva casa -un apartamento bastante modesto en el barrio M., en la capital- en la habitación convertida en estudio, exhibe cuatro cráneos, igual que lo hacía su abuelo. Y varios frascos con formol con piezas biológicas. Él dice que son insectos y partes de animalitos que diseccionó. En realidad, nadie se lo cree.



miércoles, 24 de marzo de 2021

¿MONARQUÍAS HEREDITARIAS HABLANDO DE DEMOCRACIA?

Estos cabrones hijos de su reverendísima madre santa se podrían ir a freír espárragos, por decirlo levemente. Pikutara joan. ¡Me cago en la hostia! No sé si estos gilipollas son o se hacen. Sarta de inmundos parásitos. ¿Por qué no os vais a trabajar, cabrones? ¡Sed normales, como todos, y no viváis a nuestras costillas, parásitos de mierda! ¿Cómo es posible que ¡Su Majestad!, ese parásito medieval que se hace llamar ¡Su Majestad!, ¡Su Alteza!, tenga el infame descaro de criticar la supuesta falta de democracia en Cuba o en Venezuela, mientras el católico reino borbónico tiene una anacrónica monarquía hereditaria? ¡¡He-re-di-ta-ria! El asqueroso y repulsivo franquismo no ha muerto, ¡coño! ¡¡El medioevo con Torquemada a la cabeza no ha muerto!!

 

Gorane Eligoletxorrea, activista vasca en una marcha en Barcelona.




 

martes, 23 de marzo de 2021

CATÁSTROFE ECOLÓGICA (¡Y NO CAMBIO CLIMÁTICO!): UN PROBLEMA POLÍTICO

"No entiendo por qué nos matan a nosotros, destruyen nuestros bosques y sacan petróleo para alimentar automóviles y más automóviles en una ciudad ya atestada de automóviles como Nueva York".

Dirigente indígena ecuatoriano.

 

I

 

La "Flor de las Indias", como las llamara en el siglo XIV el incansable viajero y mercader italiano Marco Polo (las mil doscientas islas e islotes de coral desperdigadas por el Océano Índico conocidas hoy como Islas Maldivas), con sus 500.000 habitantes (actualmente un paraíso turístico), están condenadas a desaparecer bajo las aguas oceánicas en un lapso no mayor de 30 años si continúa el calentamiento global y el consecuente derretimiento de casquetes polares y glaciares. Lo tragicómico es que sus habitantes no han vertido prácticamente un gramo de agentes contaminantes.

 

La globalización es un proceso no sólo económico; es un fenómeno político-social y cultural. Más aún: es un hecho civilizatorio. Extremando el concepto, donde más podemos verla (sufrirla) es en la perspectiva ecológica que trae el nuevo modelo de producción industrial surgido hace doscientos años con el capitalismo que tuvo lugar en Europa, hoy difundido por todo el orbe. La globalización, en un sentido, es la mundialización de los problemas medioambientales, de los que nadie, en ningún punto del globo, puede sustraerse. Por eso el ejemplo con que se abre el texto: un habitante "subdesarrollado" de la Polinesia sufre las consecuencias de un desaforado consumo de combustibles fósiles en otra parte del planeta, en ciudades "desarrolladas" plagadas de automóviles. Es evidente que el planeta es uno solo, la casa común de la especie humana.  

 

La solución a esa degradación de nuestra casa común, que desde hace algunos años se viene dando con velocidad vertiginosa, es más que un problema técnico: es político, y no hay ser humano sobre la faz del planeta que no tenga que ver con él. Así como nadie escapa a la publicidad comercial -hasta en la más remota aldea del mundo puede encontrarse un afiche de Coca-Cola o de Shell-, así, mucho más aún, nadie escapa al efecto invernadero negativo, a la lluvia ácida, a la desertificación o a la falta de agua potable. En ningún área del quehacer humano puede verse más claramente la globalización que en el campo de la ecología (del griego: oikos: casa, logos: estudio). De igual modo, en ningún campo de acción en torno a grandes problemas humanos se encuentran respuestas más globalizadas que en lo tocante a nuestro compartido desastre medioambiental. Un habitante de las Maldivas, consumiendo 100 veces menos que un estadounidense o un europeo-occidental, está tanto o más afectado que ellos por los modelos de desarrollo depredadores que envuelven a toda la humanidad. O nos salvamos todos, o no se salva nadie.

 

Podríamos considerar el desastre ecológico como consecuencia de factores exclusivamente técnicos, solucionables también en términos puramente tecnológicos: se reemplazan los vehículos de combustión interna que queman combustibles fósiles por agrocombustibles, o por energías eléctricas. Pero la tecnología es un hecho altamente político. Si en vez de petróleo se utiliza etanol extraído de palma aceitera, o caña de azúcar, o se usan baterías de litio, siempre quedan problemas políticos en los marcos del capitalismo: para producir agrocombustibles se quitan tierras de cultivo de alimentos a los campesinos, o se invade Bolivia para buscar el litio de sus ricos yacimientos. Mientras la forma de concebir la productividad del trabajo se da en el marco del actual modelo de desarrollo (sin dudas contrario al equilibrio ecológico), ello es, ante todo, un hecho político, un hecho que nos habla de cómo establecemos las relaciones sociales y con el medio circundante. Si, como dice el epígrafe, para tener automóviles circulando en Nueva York es preciso aniquilar humanos y selva en otras latitudes, ahí hay un tremendo problema con la noción de desarrollo.

 

II

 

La industria moderna ha transformado profundamente la historia humana. En el corto período en que la producción capitalista se enseñoreó en el mundo -dos siglos, desde la máquina de vapor del británico James Watt en adelante- la humanidad avanzó técnicamente lo que no había hecho en su ya dilatada existencia de dos millones y medio de años. Puede saludarse ese salto como un gran paso en la resolución de ancestrales problemas: desde que la tecnología se basa en la ciencia que abre el Renacimiento europeo, con una visión matematizable del mundo aplicada a la resolución práctica de problemas, se han comenzado a resolver cuellos de botella. La vida cambió sustancialmente con estas transformaciones, haciéndose más cómoda, menos sujeta al azar de la naturaleza.

 

Pero esa modificación en la productividad no dio como resultado solamente un bienestar generalizado. Concebida como está, la producción es, ante todo, mercantil. Lo que la anima no es sólo la satisfacción de necesidades, sino el lucro, el cual se concreta en el circuito de la comercialización ("realización de la plusvalía" dirá el materialismo histórico). Más aún: la razón misma de la producción pasó a ser la ganancia; se produce para obtener beneficios económicos. Por eso se produce cantidades gigantescas de productos realmente no necesarios, pero que se van imponiendo como imprescindibles a partir del modelo de desarrollo imperante. Es desde esta clave esencial como puede entenderse la historia que transcurrió en este corto tiempo desde la máquina de vapor de mediados del siglo XVIII a nuestros días; la historia del capitalismo (europeo primero, norteamericano luego, igualmente el japonés o el de cualquier latitud) no es otra cosa que la obsesiva búsqueda del lucro, no importando el costo. Si para obtener ganancia hay que sacrificar pueblos enteros, diezmarlos, esclavizarlos, e igualmente hay que depredar en forma inmisericorde el medio natural -esa es la única lógica que mueve al capital-, todo ello no cuenta. La sed de ganancias no mide consecuencias.

 

Actualmente, dos siglos después de puesto en marcha ese modelo, la humanidad en su conjunto paga las consecuencias. ¿Merecen los habitantes de las Islas Maldivas desaparecer bajo las aguas porque en la ciudad de Los Ángeles, Estados Unidos, hay un promedio de un automóvil de combustión interna por persona arrojando dióxido de carbono, o porque los ciudadanos estadounidenses económicamente más privilegiados consumen más de 100 litros diarios de agua, 70 más de lo necesario (contra un litro de un habitante del África sub-sahariana)? ¿Se merece cualquier habitante del planeta tener 13 veces más riesgo de contraer cáncer de piel a partir del adelgazamiento de la capa de ozono que lo que ocurría 100 años atrás por el hecho de tener cerveza fría en la refrigeradora? ¿Es éticamente aceptable que un perrito de un hogar del "civilizado" Primer Mundo consuma un promedio anual de carne roja superior al de un habitante del Sur global o que tenga servicios psicológicos (¡sí: hay psicólogos caninos!) mientras en otros países faltan vacunas básicas, madres que no pueden amamantar a sus hijos por su desnutrición crónica o gente que muere de diarrea por falta de agua potable?

 

Aunque hay alimentos en cantidades inimaginables (45% más de lo necesario para nutrir bien a toda la humanidad), viviendas cada vez más confortables y seguras, comunicaciones rapidísimas, expectativas de vida más prolongadas, más tiempo libre para la recreación, etc., etc., la matriz básica con que el capitalismo se plantea el proyecto en juego no es sustentable a largo plazo: importa más la mercancía y su comercialización que el sujeto para quien va destinada. Si realmente hubiera interés en lo humano, en el otro de carne y hueso que es mi igual, nadie debería pasar hambre, ni faltarle agua, ni sufrir con enfermedades que las tecnologías vigentes están en condiciones de vencer. En definitiva, se ha creado un monstruo; si lo que prima es vender, la industria relega la calidad de la vida como especie en función de seguir obteniendo ganancia. Para que 15% de la humanidad (básicamente del Norte global y de algunas islas de esplendor en el Sur) consuma sin miramientos, un 85 % ve agotarse sus recursos. Y el planeta, la casa común que es la fuente de materia prima para que nuestro trabajo genere la riqueza social, se relega igualmente. Consecuencia: el mundo se va tornando invivible. Peligroso, sumamente peligroso incluso. ¿Habrá que pensar en una irremediable pulsión de muerte, como concluyó Freud, una tendencia a la autodestrucción que nos guía? ¿Será que en una sociedad nueva, un mundo de "productores libres asociados", como decía Marx, esas contradicciones se superarán?

 

La cada vez más alarmante falta de agua dulce, la degradación de los suelos, los químicos tóxicos que inundan el planeta, la desertificación, el calentamiento global, el adelgazamiento de la capa de ozono, el efecto invernadero negativo, los desechos atómicos, las montañas de basura que flotan en los océanos, son problemas de magnitud global a los que ningún habitante de la humanidad en su conjunto puede escapar. Todo ello es, claramente, un problema político y no solo técnico. Y es en la arena política -las relaciones de poder, las relaciones de fuerza social entre los diferentes grupos, entre las diferentes clases sociales- donde puede encontrar soluciones. Si se consume en forma voraz, demencial, sin medir las consecuencias, es porque quienes dirigen el mundo -los grandes megacapitales globales- han ideado esta increíble obsolescencia programada donde hay que botar todo muy rápidamente para seguir consumiendo. La gente común, el ciudadano de a pie, no es el irresponsable; solo sigue mansamente los dictados impuestos. "¡Hay que consumir!" es la consigna establecida. Y el consumo no para (ni tampoco las ganancias de los productores).

 

En el Foro Mundial de Ministros de Medio Ambiente reunido en la ciudad de Malmoe, Suecia, en mayo del 2000 en el marco del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), se reconoció en la llamada Declaración de Malmoe que las causas de la degradación del medio ambiente global están inmersas en problemas sociales y económicos tales como la pobreza generalizada, los patrones de producción y consumo no sustentables, la desigualdad en la distribución de las riquezas y la carga de la deuda externa de los países pobres. Por eso, es engañoso hablar de "cambio climático", como si se tratara de una mutación natural de las condiciones climatológicas; lo que existe es una catástrofe generalizada provocada por el modelo capitalista en curso.

 

III

 

Se ve así que la destrucción del medio ambiente responde a causas eminentemente humanas, a la forma en que las sociedades se organizan y establecen las relaciones de poder; en definitiva: a motivos políticos. El modelo industrial surgido con el capitalismo y con la ciencia occidental moderna, además de producir un salto tecnológico sin precedentes (comparable a la conquista del fuego, a la aparición de la agricultura, o de la rueda, o de la escritura) generó también problemas de magnitud descomunal, porque el afán de riqueza que lo alienta no repara en otra cosa que en el billete de banco: se perdió de vista lo humano, y la idea de que los humanos somos parte de la naturaleza. El ensoberbecimiento de los "ganadores" (si es que al capitalismo se le puede decir "ganador") llevó a esquemas agresivos inimaginables. El poder de destrucción -y de autodestrucción- alcanzado por la especie humana creció también en forma exponencial, por lo que las posibilidades de autodesaparecernos son cada vez más grandes (¿pulsión de muerte entonces?). El militarismo capitalista -respondido por el socialismo real en forma simétrica- llevó a un callejón sin salida, donde la sobrevivencia de toda especie viva sobre el planeta está en entredicho. Valga agregar que la totalidad del poder atómico con fines militares generado en la actualidad -alrededor de 13.000 ojivas nucleares, repartidas fundamentalmente entre las dos superpotencias atómicas, la Federación Rusa -heredera de la ex Unión Soviética- y Estados Unidos, cada una de ellas equivalente a no menos de 20 bombas de las arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945- posibilitaría generar una explosión de tal magnitud cuyos efectos destructivos llegarían hasta la órbita de Plutón. Proeza técnica, sin dudas, pero que no sirve para terminar con el hambre, con la falta de agua para muchos, con la ignorancia y el pensamiento mágico-animista aún presente en las religiones.

 

En otros términos: el desprecio moderno por el medio ambiente que nos lega el capitalismo surgido en Europa se ha instalado con una soberbia aterradora. Lo cual reafirma que el llamado Occidente y la idea de desarrollo que ahí se gestó están en franca desventaja con otras culturas (orientales, americanas prehispánicas, africanas) en relación a la cosmovisión de la naturaleza, y por tanto al vínculo establecido entre ser humano y medio natural. El desastre ecológico en que vivimos no es sino parte del desastre social que nos agobia. Si el desarrollo no es sustentable en el tiempo y centrado en el sujeto concreto de carne y hueso que somos, no es desarrollo. Si se puede destruir el lejano Plutón, pero no se puede asegurar la vida de los habitantes de las Maldivas porque la idea de desarrollo no los contempla, entonces hay que cambiar ese modelo, por inservible. Es una pura cuestión de sobrevivencia como especie.

 

A no ser que haya sectores sociales -detentadores de omnímodos poderes, por cierto- que ya estén apostando por una vida fuera de este planeta, contaminado, lleno de "pobres", sin solución, en definitiva. Pero los que no hacemos voto por ello, los mortales de a pie, los que creemos que es más importante un habitante de las Maldivas que cambiar el automóvil cada año, los que no queremos morir de un evitable cáncer de piel, o sumergidos por el derretimiento de los hielos polares, tenemos mucho por seguir luchando aún. El problema de nuestra casa común nos toca a todos. Todos, entonces, podemos -tenemos- que hacer algo. Y es importantísimo remarcar que en esa lucha no se trata de cambiar hábitos de consumo personal, como si fuéramos los habitantes del mundo los responsables de la catástrofe en curso por una cuestión de ignorancia o de desidia. De algún modo, cierta preocupación ecologista que se ha instalado, con la figura de la joven activista sueca Greta Thunberg a la cabeza, no termina de resolver la cuestión. El problema no estriba en que cada ciudadano "responsablemente" consuma menos, recicle, no use bolsas de plástico sino de arpillera, cierre bien el grifo de agua y use la bicicleta en vez del vehículo con motor de combustión interna. Eso es loable, pero no alcanza. Lo que hay que cambiar es el modo de producción en su conjunto, el capitalismo. Como dijera Marx en 1850: "No se trata de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva".




lunes, 22 de marzo de 2021

DUDAS SOBRE LA VACUNACIÓN

¿Por qué se demora tanto, pero tanto tanto, la vacunación contra el COVID-19 en Guatemala? Curioso, ¿verdad? En otros países del área la vacunación ya comenzó; aquí va insufriblemente lenta. Y algo más llamativo aún: la cúpula empresarial está pidiendo al gobierno que apure la vacunación. No queremos pensar que el sector público declare que no se da abasto para llevarla a cabo, y la iniciativa privada termine regenteando el proceso (y ganando plata, claro…). ¿Será?

 


sábado, 20 de marzo de 2021

CARTA A JEANINE ÁÑEZ, EX DICTADORA EN BOLIVIA, ANTE SU DETENCIÓN

No temas Jeanine. No tengas miedo, Jeanine. A vos no te van a golpear hasta hacerte pulpa la cara. No te raparán la cabeza hasta hacerte sangrar el cuero cabelludo, con las manos atadas a la espalda. No te arrastrarán por las calles, después de arrojarte pintura roja, para el escarnio y la diversión de tus enemigos. No lo permitirían "las polleras", esas cholas que tanto despreciaste y perseguiste. No tengas miedo, Jeanine. Fuiste detenida y encarcelada sin que tus derechos humanos fueran vulnerados. Fuiste conducida a una cárcel de mujeres, con acceso a defensa legal, y ante los ojos del mundo, no humillada y aterrorizada por una jauría de machos rabiosos que te destrozaran y exhibieran tu miedo y tu dolor como un trofeo. No tengas miedo Jeanine. Aunque hayas renegado de ser "una coya" y te hayas declarado aria, rubia y superior a esas pieles morenas y a esos ojos antiguos a quienes mandaste a cazar, no tengas miedo. Ellas, nosotras, no somos como vos.

Cecilia Solá

 


viernes, 19 de marzo de 2021

UNIVERSIDADES PRIVADAS: ¿EXCELENCIA?

Hay que ser muy bruto para no graduarse en una universidad privada. Allí el cliente siempre tiene la razón. Mire, compare usted: en la pública sacarse un 80 sobre 100 es un lujo, es para hacer fiesta. En una privada, 80 es una mala nota. En las privadas no hay orstáculo [sic] para tener un título”.

 

Comentarios de un estudiante de una universidad privada “de garaje”

 


jueves, 18 de marzo de 2021

RUSIA Y CHINA “INVADEN” LATINOAMÉRICA

El eje cubano, nicaragüense y venezolano está en el centro de la inestabilidad en la región y debe ser visto como tal, con estrechos vínculos existentes con Rusia y China”, advirtió -hablando en inglés- la nicaragüense Cristiana Chamorro, hija de Violeta Barrios de Chamorro, el 17 de febrero de 2021 en un encuentro del tanque de pensamiento “Diálogo Interamericano”, financiado por gobierno de Estados Unidos, realizado en Washington.



miércoles, 17 de marzo de 2021

ODIO DE CLASE

¿NO ES QUE UN BUEN CRISTIANO AMA AL PRÓJIMO?

 

Bueno…, parece que no siempre es así. El odio de clase -igual que el odio racial, o el odio de género (misoginia o androginia)- ahí está, sale a luz.

 

Para muestra (¡patética, monstruosa!) esta pintada callejera que apareció en alguna pared de Buenos Aires, Argentina, en 1952, cuando se supo que Eva Duarte, esposa de Juan Domingo Perón, padecía de cáncer. Evita, valga decir, era considerada la “abandera de los humildes”, símbolo del pueblo “descamisado”.



 

lunes, 15 de marzo de 2021

¿QUIÉNES SON MÁS CORRUPTOS: ¿LOS POLÍTICOS O LOS EMPRESARIOS?

Se habla insistentemente de la pobreza en que estamos por culpa de la corrupción de los funcionarios públicos “que se roban todo”. Podríamos llegar a estar tentados de creerlo. Pero ello oculta otra cosa: la verdadera causa de las injusticias sociales no es la corrupción sino el sistema económico-social en que vivimos; es decir, la EXPLOTACIÓN DEL TRABAJO ASALARIADO.

 

No olvidar que junto a la corrupción de los funcionarios, está también la del empresariado, de la que la prensa casi no habla, y que es INFINITAMENTE mayor. Para ejemplificarlo: caso Corporación Aceros de Guatemala S.A.

 

Entre sus principios puede leerse que esta empresa fomenta el

 

“DESARROLLO RESPONSABLE

 

Crecer de manera responsable es parte fundamental de nuestra estrategia. Aseguramos el bienestar de nuestros colaboradores, sus familias y comunidades, promovemos el desarrollo, cuidamos el medioambiente y fortalecemos la industria del acero con prácticas sostenibles”, siendo sus valores:

 

Honestidad y rectitud

Actitud responsable

Calidad en todo lo que se hace

Personas leales, comprometidas y realizadas

 

Pero en el 2016 una investigación judicial determinó que la empresa debía al fisco 270 millones de quetzales (más de 30 millones de dólares) “por hacer simulaciones en la compra de chatarra a proveedores inexistentes y con inconsistencias”.

 

Por tanto debió pagar 782.9 millones de quetzales al Estado (97 millones de dólares) entre deuda, multa y cobro de intereses. ¿Y los valores éticos?

 

Y, HABLANDO DE CORRUPCIÓN, ¿SABÍA USTED QUE ESE EMPRESARIADO PAGA EL SALARIO MÍNIMO (que cubre solo una tercera parte de la canasta básica) A NO MÁS DE UN 30% DE LOS Y LAS TRABAJADORES/AS EN GUATEMALA?

 

CORRUPCIÓN, PERO…. ¿DE QUIÉN?



domingo, 14 de marzo de 2021

¿POR QUÉ NOS ODIAN?

Alguna vez el presidente de Estados Unidos George Bush hijo preguntó: “¿por qué nos odian?” Pregunta absurda. ¿Hará falta responderla, o es suficiente con ver el papel que ese país ha jugado en el mundo durante el sigo XX y lo que va del presente? ¿Cómo no los van a odiar por todas partes?

 

Parafraseando esa frase, una activista feminista latinoamericana dijo, ante la sucesión interminable de femicidios, violaciones sexuales y embarazos no deseados donde los varones salen huyendo: ¿por qué nos odian?

 

La respuesta es impostergable: ¡PORQUE EL MACHISMO PATRIARCAL SIGUE ENSEÑOREADO EN LA CULTURA DOMINANTE!



 

sábado, 13 de marzo de 2021

¿CÓMO VA LA SALUD EN GUATEMALA?

Va mal, usted. Mire, yo trabajo en el Ministerio de Salud y me encargo de tabular datos, por eso sé lo que le digo. Desde el año pasado de lo único que se habla es de la pandemia de COVID-19. Y ahora, de la vacunación. Y, seamos francos: ambas cosas han sido un desastre. Tenemos más de 6,000 muertos con el coronavirus, igual que en China. Pero allá, no hay que olvidarse, son 1,500 millones de personas. Y de la vacunación… ¡mejor ni hablar! Ahora solo es COVID, COVID, COVID… ¿Y qué pasó con los otros 22 programas del Ministerio? ¡Olvidados! Pero de eso ni se habla. ¿Sabía que aumentó la desnutrición el año pasado? De eso, por supuesto, ni una palabra”.

Declaraciones de una funcionaria del Ministerio de Salud en charla privada




 

jueves, 11 de marzo de 2021

CENTROAMÉRICA Y LA INSEGURIDAD CIUDADANA

Centroamérica constituye el área más pobre y olvidada del subcontinente latinoamericano. La gran mayoría de la población mundial asocia la región con “países bananeros”, y eso es todo el conocimiento que se tiene de la zona. En otros términos: pobreza generalizada, mucha violencia, corrupción. Y, por supuesto, producción de bananos. O producción “de postre”, como se le ha llamado: frutas, café y azúcar.

 

Con índices socioeconómicos semejantes a los del África Sub-sahariana, los problemas estructurales convierten a casi todos sus países (Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua) en una virtual bomba de tiempo. Altas tasas de desnutrición, analfabetismo, falta de oportunidades laborales, salarios de hambre, Estados deficitarios y corruptos, escasez de servicios básicos, más una serie de factores históricos que a continuación veremos, hacen de esta zona un lugar particularmente inseguro. Algunas ciudades centroamericanas (San Pedro Sula, San Salvador, Guatemala, Tegucigalpa) figuran entre las urbes más peligrosas del mundo por los alarmantes niveles de criminalidad. Los promedios de homicidios cometidos diariamente a nivel nacional: 15, 20, 25, hacen en pensar en territorios en guerra. En el 2020 esas tasas descendieron drásticamente, debido al obligado confinamiento que trajo la pandemia de COVID-19. Pero la violencia no ha desaparecido; si bien se redujo el año pasado, continuó siendo muy alta en comparación con otras zonas del mundo, incluso con países abiertamente en guerra. En realidad, no se trata de conflictos bélicos declarados, pero de hecho son sociedades que viven en perpetua “guerra”.

 

No es ninguna novedad que la pobreza extrema funciona como caldo de cultivo fértil para la delincuencia. A este telón de fondo de la pobreza crónica se suman enormes movimientos migratorios desde el campo hacia las ciudades (se estima no menos de 30 personas diarias en cada país que realizan esa migración interna), lo que crea presiones inmanejables en las grandes concentraciones urbanas -capitales de entre dos y tres millones de habitantes-, trastocando la capacidad productiva de las comunidades de origen y produciendo procesos fuera de control como son los barrios marginales. Por lo pronto, un cuarto de la población urbana centroamericana habita en zonas llamadas “marginales”, sin servicios básicos, peligrosas, nada amigables, la mayor de las veces en condiciones de invasores en terrenos fiscales. Lo peor de todo: sin miras de solución en lo inmediato, con una crisis sanitaria actual que complejiza más aún la situación.

 

En los grandes centros urbanos de los países de la región es común la tajante separación entre esos barrios precarios, en general considerados “zonas rojas” (por lo peligrosas, donde “no entra nadie, ni la policía”), por un lado, y por otro los lujosos sectores ultraprotegidos de muy difícil o imposible acceso para el ciudadano común y corriente (lugares donde se encuentran mansiones con piscina y helipuertos, comparables a las mejores mansiones del mal llamado Primer Mundo). Caminar por las calles o viajar en transporte público se ha tornado peligroso. E igualmente inseguras y violentas son las zonas rurales: cualquier punto puede ser escenario de un robo, de una violación, de una agresión. A título de patético ejemplo: en los autobuses no han sido raras las violaciones sexuales de mujeres. La violencia delincuencial ha pasado a ser tan común que no sorprende; por el contrario, ha ido banalizándose en un cierto sentido, aceptándose como parte normal del paisaje social cotidiano. Es frecuente un asesinato por el robo de un teléfono celular, de un reloj pulsera, de un anillo.

 

Actualmente la violencia cotidiana ha pasado a ser un problema muy grave en todos estos países. De hecho, la tasa de homicidios alcanzaba antes de la pandemia en promedio el 40 por cada 100,000 habitantes, considerándosela como muy alta con relación a los patrones internacionales. Esta violencia tiene un costo global como porcentaje del PIB de entre 5 y 15%, mientras que el de la seguridad privada va del 8 al 15% (dato significativo: las agencias de seguridad son uno de los ramos comerciales que más ha crecido en estas últimas décadas, y el negocio continúa en expansión). Es importante destacar que víctimas y victimarios son regularmente jóvenes entre 15 y 25 años.

 

Como dato complementario, no menos indicativo de la situación, debe remarcarse que los linchamientos de ladrones (de pequeños ladrones, rateros de poca monta) no son infrecuentes, lo cual evidencia la crisis social en juego. Linchamientos, por cierto, que son ampliamente aceptados por la población.

 

Tanta violencia nace de un entrecruzamiento de causas: como se anticipaba, de la pobreza estructural, además de la herencia de las guerras recientemente sufridas, de las migraciones incontrolables; a lo que se suma una impunidad histórica y una profunda ineficiencia de los sistemas de justicia (de ahí los linchamientos, supuesta “justicia por mano propia”, “justicia popular”).

 

Los años 80 del siglo pasado marcaron para Centroamérica una época de furiosos enfrentamientos armados internos. En el marco de la Guerra Fría -fría para las dos superpotencias enfrentadas, super caliente para estos países, que son lo que efectivamente pusieron el cuerpo-, desde la lógica insurgente y contrainsurgente que se instauró, el área se militarizó completamente. Los efectos inmediatos de esas polarizaciones fueron terribles: muertos, heridos, mutilados, pérdidas materiales, más todas las secuelas psicológicas que ello trae aparejadas, en general sin ningún abordaje desde políticos públicas efectivas. El escape a través del alcohol es el expediente más sencillo para “tapar” los problemas. “En Guatemala solo borracho se puede vivir”, dijo el Premio Nobel de Literatura, el guatemalteco Miguel Ángel Asturias.

 

Los años 90 dieron lugar a procesos de paz en cada país, terminándose la situación bélica de hecho, pero persistiendo enraizada la cultura de violencia que se instaló en toda la zona y cuyas consecuencias aún persisten. En cualquier república centroamericana hoy puede conseguirse en el mercado negro un fusil de asalto con municiones por 100 dólares, y la costumbre de usar armas de fuego está muy extendida (se calcula que entre la población civil hay igual cantidad de armas registradas que de ilegales).

 

En general son los sectores juveniles los más golpeados por todos estos procesos, los que encuentran menos espacios de desarrollo. Los prejuicios sociales -alimentados por una ideología patriarcal hondamente asentada- ven en la juventud un problema social en sí mismo, sin atender a la compleja problemática que lleva a la proliferación de pandillas juveniles, lo cual es, ante todo, un síntoma social que habla -violenta, groseramente- del fracaso de los modelos imperantes en la región. Muchas veces, cuando las autoridades piensan en “prevención de la violencia” en las “zonas rojas”, se dedican a poner alumbrado público en las zonas más oscuras y a entregar canchas de fútbol o de básquet, como si eso, por sí mismo, fuera una solución, en tanto se desconocen las causas profundas de la situación.

 

Una de las salidas más frecuentes para los jóvenes centroamericanos de escasos recursos, tanto urbanos como rurales, -que, por cierto, son mayoría- es engrosar las filas de los inmigrantes ilegales rumbo a los Estados Unidos; y si no, las pandillas (las “maras”, como se las conoce en la región). El “dinero fácil”, la distribución callejera de drogas, las conductas transgresoras, son siempre una tentación.

 

Un ingrediente que coadyuva fuertemente al clima de violencia cotidiana es la impunidad general que campea: corrupción gubernamental generalizada, sistemas judiciales obsoletos e inoperantes, cuerpos policiales desacreditados, sistemas de presidios colapsados; todo lo cual no contribuye a bajar los índices delincuenciales sino que, a la postre, los retroalimenta. En muchos casos, diversos mecanismos de los Estados son secuestrados por mafias del crimen organizado, con grandes cuotas de poder político, que manejan abiertamente sus negocios amparados en esa cobertura legal: narcotráfico, contrabando, tráfico de indocumentados, poderosas bandas de asaltabancos o robacarros a nivel regional, venta ilegal de recursos maderables. Para estos grupos, demás está decirlo, la criminalidad reinante le es no sólo funcional sino necesaria. Y ante todo ello, las agencias privadas de seguridad aparecen como la solución (aunque, en realidad, fuera de gran negocio para sus propietarios, no representan ninguna solución). “No hay que ser sociólogo ni politólogo para darse cuenta la relación que existe entre el muchacho marero al que se le manda a extorsionar un barrio y la agencia de seguridad privada, de un diputado o un militar, que al día siguiente viene a ofrecer sus servicios”, decía con claridad meridiana un joven de una pandilla centroamericana.

 

Esta ola delincuencial que azota la región se monta, a su vez, en una historia de violencia cultural signada por el autoritarismo, el machismo patriarcal, la falta de mecanismos democráticos y de consenso, un espíritu casi feudal en algunos casos (en zonas rurales alejadas no es raro el virtual derecho de pernada, jus prima nocte). Para usar una expresión ya muy dicha, pero sin dudas siempre oportuna: la violencia genera violencia. Si en un hogar un niño es criado con suma violencia -ese es el patrón dominante: “el mejor psicólogo es el cincho”-, seguramente repetirá eso en sus acciones posteriores, cuando crezca. “Se repite activamente lo que se sufrió pasivamente” enseña el psicoanálisis.

 

Para la percepción popular la inseguridad pública es uno de los principales problemas a afrontar, si no el mayor, tanto o más que la pobreza histórica. El continuo bombardeo mediático contribuye a reforzar este estereotipo, alimentando un clima de paranoia colectiva donde aparece la “mano dura” como la opción salvadora. Es en esa lógica -deliberadamente manipulada por grupos que se benefician de este clima de violencia- que la militarización de la cultura cotidiana no ceja, y las agencias de seguridad privadas superan con creces a las policías estatales en una relación de 5 a 1; lo cual, valga insistir, en modo alguno garantiza la seguridad ciudadana.

 

La solución a todo esto no es la represión; la mejor manera de terminar -o al menos reducir sustancialmente- este cáncer social de la violencia delincuencial, de la criminalidad cotidiana, de la violencia en general, es la prevención. Pero no esa sátira de prevención arriba mencionada, donde los jóvenes parecieran ser “naturalmente” el problema a abordar. Dicho de otro modo: la única posibilidad real de transformar la situación pasa por el mejoramiento de las condiciones de vida de la población: pan y justicia. La seguridad ciudadana no se logra con armas, perros guardianes, alambradas electrificadas y sistemas de alarmas; se logra con equidad social. “Es mejor invertir en aulas de clase que en cárceles”, decía Lula da Silva. ¡Gran verdad!