"Los indios no tienen salvación porque no tienen sentido de la propiedad, (…) son anarquistas".
Federico Rauch, exterminador
de indígenas patagónicos, siglo XIX
En el informe "Tendencias Globales 2020 – Cartografía
del futuro global", del consejo Nacional de Información de los Estados
Unidos, puede leerse: "A comienzos del siglo XXI hay grupos
indígenas radicales en la mayoría de los países latinoamericanos, que en 2020
podrán haber crecido exponencialmente y obtenido la adhesión de la mayoría de
los pueblos indígenas Esos grupos (…) podrán
poner en causa las políticas económicas de los liderazgos latinoamericanos de
origen europeo". Como bien
dice Boaventura Sousa: "la verdadera amenaza [para la estrategia hegemónica de Estados
Unidos] son las fuerzas progresistas y,
en especial, los movimientos indígenas y campesinos. La mayor amenaza proviene
de aquellos que invocan derechos ancestrales sobre los territorios donde se
encuentran estos recursos [biodiversidad, agua dulce, petróleo, riquezas
minerales], o sea, de los pueblos
indígenas".
Quienes durante siglos fueron considerados por los invasores
europeos la "raza inferior" con cuya inmisericorde explotación se
contribuyó en buena medida a la acumulación originaria del capitalismo de aquel
continente, ahora pasan a constituirse en un peligro para la seguridad
hemisférica. Los movimientos indígenas de Latinoamérica están vivos y en pie de
lucha.
Pero ¿qué son
en realidad estos movimientos? El término se aplica a una variada y bien
heterogénea realidad; aunque más allá de esa dispersión, hay un común
denominador: la reivindicación de una identidad cultural de base.
Sin dudas esos movimientos vienen creciendo en estos últimos años,
cobrando más fuerza y solidez. En algunos países son ya actores políticos de gran
importancia, no pudiendo ser excluidos del diálogo nacional tal como lo fueron
durante los siglos pasados. De hecho, ya hay experiencias de manejo a nivel
nacional, como sucede en el Estado Plurinacional de Bolivia.
Las reivindicaciones más sólidas de
algunos movimientos indígenas se encaminan hacia el planteamiento de Estados
plurinacionales. En Latinoamérica, donde los pueblos originarios siguieron
resistiendo la conquista en una interminable puja, los nuevos planteamientos de
plurinacionalidad buscan su representación efectiva en las naciones modernas,
en las que se da la paradoja que, teniendo mayorías de población indígena (como
sucede en Guatemala), existen Estados que marginan a esos pueblos autóctonos, Estados
centrados en las ciudades capitales y que tomaron el español como lengua
oficial, abominando de su composición aborigen.
Desde hace ya algunas décadas los pueblos indígenas de
diferentes regiones de Latinoamérica vienen llevando a cabo una serie de luchas
en defensa de sus derechos plenos y de sus territorios, con estrategias
variadas. En esa dinámica política encuentran como sus enemigos directos a los mismos
Estados nacionales donde habitan, que más que acogerlos como ciudadanos los han
marginado y reprimido históricamente. Se enfrentan a las fuerzas armadas y
policíacas de los mismos países de los que son parte, a los terratenientes, a
las empresas extractivas –petroleras, mineras, productoras de etanol,
forestales– (en general extranjeras y afincadas en territorios que los Estados
nacionales les otorgan pasando por sobre los pueblos originarios), todo en un
marco reivindicativo que va desde lo político hasta lo cultural.
Sin plantearse específicamente como socialistas, estos
movimientos son una "piedra en el zapato" para los grupos dominantes.
Con una tradición que viene de sus siglos de resistencia a la dominación
española, evidencian una democracia de base más genuina que muchas de las
raquíticas democracias representativas de los Estados que los acogen. Si
profundizan esas prácticas de democracia directa, inmediatamente se tornan
desafíos a los poderes tradicionales de sus países, pudiendo confluir con las
tendencias más contestatarias de otros sectores sociales igualmente segregados
y empobrecidos (trabajadores urbanos, pobrerío en general). Es decir: los
movimientos indígenas vienen emergiendo en el mismo horizonte común de cambio
social y político que levantan otros colectivos igualmente marginados,
apostando por nuevas formas de democracia participativa, todo lo cual es un
reto abierto al statu quo, tradicionalmente conservador y racista con un
profundo sentimiento "anti-indio".
Las izquierdas tradicionales de Latinoamérica, en general
inspiradas en cosmovisiones de marxismo ortodoxo, muchas veces de manual
esquemático, han tenido muchas reticencias para aceptar el hecho de una
"movilización política indígena" como una entidad propia, y de hecho
su accionar político siempre se ha encaminado a integrar los movimientos
indígenas en la lógica de lucha campesina.
Sin irse al
extremo de un pintoresquismo romántico –o ingenuo–
que ve en los pueblos originarios sólo una suma de bondades (con lo que se
estaría reeditando el mito del "buen salvaje", mito eminentemente racista,
en definitiva), también es cierto que el fenómeno de los pueblos indígenas de
Latinoamérica no se agota con una lectura desde los parámetros de una ortodoxia
marxista mal entendida. "Echamos por la borda
las teorías racistas y/o paternalistas que, con distinto nombre y en épocas
sucesivas, presentaban a las poblaciones indígenas (...) como un
problema irresoluto al que había que darle una solución definitiva, por el
exterminio o por el mestizaje programado, amén de la proletarización que
exigían los pensadores estalinistas de las izquierdas ortodoxas para limpiar el
camino que conduciría a la revolución" (Guzmán Böckler). Sin dudas los indígenas son campesinos, en muchos casos con limitado
acceso a la tierra y con los mismos problemas que agobian a cualquier campesino
pobre del continente, pero también tienen otras demandas específicas que no van
a deponer.
El indigenismo por el indigenismo puro puede derivar en
folclore, o en fundamentalismo. Pero negar la especificidad de las luchas de
los pueblos indígenas convirtiéndolos mecánicamente en campesinos es un déficit
en la acción política que pretende transformar la actual realidad
político-social. Y como siempre, la realidad es mucho más verde que el gris de
la teoría.
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