La situación de marginación y violencia que sufren las mujeres afecta al colectivo femenino, obviamente. Pero eso es un problema de corte social que involucra a toda la población. Por tanto, en la solución de tremendo problema deben participar tanto mujeres como varones. Como todo asunto social, es político, ideológico-cultural, por tanto, masivo, colectivo.
A través de la historia ha primado
siempre la supremacía masculina. Las diferencias sexuales anatómicas conllevan
diferencias psicológicas; esto no explica –mucho menos justifica– la posición
social del género femenino. La fortaleza física varonil no revela el por qué de
la discriminación de las mujeres; ello debe buscarse totalmente en el orden
social. Se trata de un ordenamiento de poderes, algo absolutamente construido,
que así como se fue instituyendo, puede –¡y debe– se deconstruido, abolido.
En los humanos no hay correspondencias
biológico-instintivas entre machos y hembras sino ordenaciones entre
hombres y mujeres; entres caballeros y damas (¿en qué gen está escrito que los
primeros no lloran y juegan fútbol mientras las segundas son “tiernas y débiles”
y juegan muñecas? El celeste o el rosa son códigos culturales, no más). El
acoplamiento sexual no está determinado/asegurado instintivamente (hay
homosexualidad, votos de castidad, autoerotismo, infinidad de prácticas que sin
ser genitales definitivamente son sexuales). Masculinidad y femineidad son construcciones
simbólicas, ligadas más a la psicología humana y a los determinantes socio-culturales
que a los órganos sexuales. Los géneros son edificaciones históricas.
Todas las civilizaciones giraron
siempre en torno a la detención del poder. Las mujeres –salvo casos puntuales–
como género han estado excluidas de su ejercicio. El poder, considerado en ese orden,
se ha construido de forma masculina. Su representación –cosa que se repite en
distintos modos civilizatorios– hace alusión a lo fálico, a lo varonil (bastón
de mando, báculo, cetro dorado).
En las distintas culturas, actuales o
históricas, los estereotipos de género se dan sin mayores variedades: lo masculino
= poderoso, activo; lo femenino = sumiso, pasivo. El poder, en esa lógica, se ha
construido en términos masculinos. En esto el género femenino ha quedado en
inferioridad. Si hay mujeres poderosas su arquetipo participa de las
características ligadas universalmente a lo masculino: “una mujer que se
sabe poner los pantalones”.
Entre los derechos humanos se
encuentran los derechos de las mujeres. Ellos son específicos en cuanto
género, distintos y con particularidades propias por su condición diferente en
relación a los varones. Pero no debe perderse de vista que los derechos de las
mujeres son derechos universales en tanto seres humanos: derecho a disponer de
su propio cuerpo, derecho a ser consideradas como sujeto y no como objeto,
junto a todos aquellos que podrían considerarse generales: civiles, económicos,
culturales.
Todas las sociedades conocidas ofrecen
diversas asimetrías, pero habitualmente se recalcan más las económicas. La
exclusión de género no es vista con la misma intensidad. Sin restarle valor a
las diferencias económicas, no debe olvidarse que las construcciones sociales,
y sus críticas también, han sido siempre varoniles. Al hablar de marginación de
género estamos refiriéndonos nada menos que a la mitad de la población mundial,
lo cual no es poco. El trabajo doméstico, es decir: el cuidado cotidiano que todo
el mundo (hombres y mujeres) necesita indispensablemente, así como la crianza
de la prole, han quedado en general en manos femeninas. Por esa asimetría de
poderes, el trabajo doméstico, entonces, se ha visto relegado a un nivel
inferior, secundario. “¿Tu mamá trabaja? No: es ama de casa”. El trabajo
doméstico, en general realizado por mujeres, no se paga, por tanto, se invisibiliza
como trabajo. Eso vale para la mitad de la población mundial. Valga agregar que
el 99% de las propiedades en el mundo están en manos masculinas.
Hombres y mujeres no somos iguales;
pero no hay diferencias sociales, jurídicas y políticas –o al menos no hay nada
que justifique esas diferencias– entre los géneros. Por tanto, como problema
social, todo el colectivo debe cambiar la actual concepción.
EN ESE SENTIDO, EL PATRIARCADO ES UNA
CONSTRUCCIÓN HISTÓRICA QUE DEBE SER ABOLIDA DE UNA VEZ. ¡PROFUNDICEMOS LO QUE
YA SE ESTÁ HACIENDO! EL 8 DE MARZO, DÍA DE LA MUJER, ES UNA FECHA PROPICIA PARA
RECORDAR ESA LUCHA, ¡Y FORTALECERLA!
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