lunes, 30 de abril de 2018

¿EN QUIÉN SE PUEDE CREER?




Álvaro Arzú (¿autor intelectual de la muerte del Obispo Gerardi, de la muerte de Byron Lima?, y quien se apropiara ilegalmente de empresas públicas) murió sin haber sido tocado por la justicia. ¿Por qué?

Un alto militar en servicio era jefe de pandillas. ¿Cómo es eso?

La población no cree en las instituciones de la “democracia” porque a cada momento encuentra que son una mentira bien organizada para seguir explotándola.




domingo, 29 de abril de 2018

LA PRENSA NOS CONFUNDE




¿Por qué tanto revuelo por las marchas campesinas que detienen el tráfico, y no se dice una palabra por el caos (¡absoluto, loco, demencial caos!) que producen las procesiones de Semana Santa o las antorchas del 15 de septiembre?

O todos hijos, o todos entenados….



sábado, 28 de abril de 2018


CONTRADICCIONES


Para referirse a ciertos personajes sociales (altos funcionarios, magistrados, legisladores, obispos, jueces, embajadores) suelen utilizarse términos pomposos como HONORABLE, EXCELENTISIMO, RESPETABLE, REVERENDISIMO, ILUSTRISIMO y otras estupideces por el estilo.

Me pregunto (no sin angustia, porque no puedo encontrar la respuesta por ningún lado) ¿por qué se sigue manteniendo esta vacía terminología medieval? ¿Qué demonios tienen de respetables, honorables o ilustres estos fulanos, que son mentirosos, embusteros, farsantes, ávidos de poder, politiqueros y hacen las mismas tonteras que quienes no nos decimos excelentísimos ni reverendísimos? ¿Acaso no se tiran pedos olorosos estos "superhombres"?


viernes, 27 de abril de 2018

MENTIRA PIADOSA





Hacía ya ocho años que estaban casados. Ilka y Anasztáz conformaban una ¿feliz? pareja. Cumplían con casi todos los requisitos para ser “normales”; solo faltaba tener un hijo.

Él trabajaba como catedrático de tiempo completo (matemática pura) en la Universidad Corvinus; ella era enfermera jefa en la Sala de Pediatría del Hospital Buda. Eran muy pequeños cuando la época comunista, por lo que casi no recordaban nada de eso. La entrada triunfal del capitalismo tras la retirada de la Unión Soviética, había homogenizado gustos y tendencias; por eso, ambos se podían sentir ahora “ciudadanos del mundo”, y gustaban de las mismas cosas que un neoyorkino, un parisino o un habitante de Buenos Aires. Los dos coincidían en su pasión por los teléfonos celulares. Su máxima aspiración, además de concebir el añorado hijo, era viajar un día a Estados Unidos.

Ambos habían nacido y crecido en Budapest, ciudad a la que amaban entrañablemente. Su relación llevaba ya casi dos décadas; se conocieron en la adolescencia, y desde allí comenzó una historia que se había prolongado casi sin sobresaltos por años y años.

Anasztáz guardaba cierta cuota de vergüenza, nunca expresada explícitamente. Según indicaban todos los exámenes, era él quien no tenía la capacidad de engendrar. El conteo de espermas mostraba que era prácticamente imposible embarazar a su esposa.

Si fuéramos católicos, Ilka”, decía casi con malicia, “podríamos pedirle al Altísimo -que no es un jugador de básquet- que nos concediera ese milagro, ¿no?” Lo espetaba con amargura, casi con resignación. Ilka sonreía complaciente sin decir palabra.

Habían pensado en la posibilidad de adoptar. Incluso, dado que no tenían un mal pasar económico, habían contemplado la idea de aprovechar el viaje a Estados Unidos para, desde allí, llegarse hasta Centroamérica, y en alguno de esos banana countries conseguir un niño. Por lo que se habían informado, en esos países era bastante sencillo conseguir un niño saltando barreras legales y pagando un buen soborno.

De todos modos, aunque ya no iba quedando mucho tiempo -41 años él, 38 Ilka- querían hacer un último intento con un nuevo tratamiento que había llegado a Hungría procedente de Alemania. Aún no estaba totalmente disponible al público, pero ella, por su condición de allegada a la dirección del hospital, pudo tener acceso a la terapia -una serie de 12 vacunas que se debían aplicar ambos miembros de la pareja-. Lo probaron.

Pero además de ese tratamiento, Ilka se atrevió a más. Luego de pensarlo y repensarlo horas y horas (semanas, meses), se decidió a hacer lo que venía concibiendo desde ya hacía un buen tiempo: hacerse embarazar por otro hombre, y luego decirle a Anasztáz que el bebé era de él. No creían en milagros, pero ¿por qué no podía darse uno?

Se justificó una y mil veces: eso no era un engaño. Por el contrario, si el embarazo resultaba, Anasztáz sería la persona más feliz del mundo. Convencida entonces de la obra misericordiosa que iba a iniciar, se puso manos a la obra.

El elegido fue Gellért, gran amigo de la pareja y conocido de Anasztáz desde la infancia. Él era un arquitecto que también trabajaba como docente en la universidad. Separado, también de 41 años de edad, era codiciado por las mujeres de su círculo. Muy guapo -con barba ya canosa y sempiterno fumador de pipa-, era conocido en el ambiente artístico-intelectual de Budapest tanto por arquitecto talentoso como por mujeriego incorregible.

Gellért: tenemos que hablar”, dijo misteriosa Ilka alguna vez que quedaron solos. El arquitecto intuyó inmediatamente que ahí había algo importante, que no se trataba de una simpleza doméstica.

En un pequeño barcito de la calle T. le hizo la propuesta. Ilka, sin mayores rodeos, fue clara y contundente. Habló, incluso, de firmar un contrato si él lo deseaba; allí se establecería que Gellért quedaba libre de toda responsabilidad para con el niño, en caso se diera el nacimiento. Era solo un semental, así de crudo.

El arquitecto quedó sorprendido. No se atrevió a decir todo lo que hubiera querido expresar. Desde siempre había sentido algo más que amistad por Ilka. El hecho de ser la pareja de su más íntimo amigo lo había refrenado. Nunca se había atrevido siquiera a insinuarle algo; era un amor en secreto. Sin embargo, jamás dejaba de pensar en ella.

Ahora que era ella quien tomaba la iniciativa, Gellért no lo podía creer. ¿Era un sueño eso? ¿Un regalo de los dioses? ¿Quizá un chiste macabro para ponerlo a prueba?

Quedó tan atónito que no pudo responder de inmediato. Viendo eso, Ilka sacó una hoja de papel donde había escrito un pequeño texto fijando las condiciones. Tembloroso, Gellért intentó leerlo. Sin llegar al final, dijo que sí. Con lágrimas en los ojos preguntó: “¿No es una broma?” La hora y media de apasionado amor que tuvieron casi al momento de leer la carta, en un motel cercano a la universidad, le demostró que no.

A partir de allí, los encuentros se sucedieron cada vez con más intensidad. Nunca en su vida ella había tenido tantas relaciones sexuales; hubo días de dos o más encuentros para hacer el amor con alguno de “sus” hombres: a la mañana con su esposo, a la tarde, furtivamente, con Gellért, y a la noche nuevamente con Anasztáz.

Al poco tiempo, el milagro se produjo: Ilka resultó embarazada. En realidad, ella misma no sabía de quién era. Lo más probable es que fuese de Gellért, dadas las circunstancias. Pero no se podía saber si el método de estimulación germano había sido efectivo. Solo se podría dilucidar el asunto haciendo una prueba de ADN al nuevo ser. Aunque ¿para qué?, se preguntaba Ilka. Lo importante era que el objetivo se había logrado.

Gellért, temeroso, avergonzado por lo acontecido, de todos modos quería seguir la relación. Ilka también. Habían comenzado a enamorarse. Pero no era eso lo convenido.

Los contratos son un simple papel, querida”, expresaba convencido Gellért. “El amor es más que una firma, que un convenio”. Ella quería tanto como él continuar esa relación escondida, pero no se lo podía permitir. Se sentía sucia, mentirosa.

Ahora se trataba de lo más difícil: decirle a su pareja que venía un niño en camino. Eso, en circunstancias normales, no hubiera representado ningún problema. Pero no era así. Tendría que fingir.

De todos modos, guardaba la secreta esperanza que el tratamiento hubiera sido efectivo, y no se podía descartar terminantemente que el hijo fuera de Anasztáz. La duda la carcomía, pero al mismo tiempo le permitía mantener la compostura. Aunque muy en secreto -secreto que ni a ella misma quería confesar- todo esto la estimulaba, la llenaba de gozo.

El esposo casi muere de la alegría al saber la noticia. La sombra de Gellért ni remotamente podía cruzársele. Eso era solo de importancia para Ilka. Gellért se mantenía inmutable ante el nuevo ser en camino. La incertidumbre de no saberse a ciencia cierta la paternidad en juego lo liberaba de culpa. Por otro lado, aun sabiendo claramente que fuera suyo, eso no alcanzaba para inmutarlo. Los dos hijos que tenía de su primer matrimonio casi los desconocía. Muy a su pesar les pasaba una pequeña cuota de mantenimiento, y los veía solo ocasionalmente. La paternidad no era su fuerte precisamente.

El embarazo, pese a la edad de Ilka, se desarrolló con total normalidad. El alumbramiento fue igualmente normal: madre e hijo salieron muy bien. A los once meses, Tódor ya daba sus primeros pasos. La alegría en la pareja no podía ser mayor. Aunque para la madre, siempre quedaba un resto de insatisfacción; luego de haber mantenido esa maratónica carrera buscando el embarazo con dos, tres o cuatro relaciones sexuales por día con dos hombres distintos por espacio de varios meses, ahora había sobrevenido la más completa abstinencia. Muy esporádicamente, un poco a desgano, se encontraba con Gellért. El sexo que tenían para esas ocasiones era malo, mecánico, falto de toda gracia.

La culpa comenzó a apoderarse de Ilka. Veía que la relación de Anasztáz con su hijo era hermosa, sana, plena. Le daba horror pensar que alguna vez su marido se enterara, si bien no de la posible paternidad falsa, al menos sí de la relación que ella había mantenido, o mantenía aún, con su gran amigo. Eso era una traición. La angustia la devanaba, sin saber qué hacer.

El arquitecto seguía tan enamorado de ella como siempre, y comenzó a fraguar la idea de proponerle que se separe de Anasztáz, que él se haría cargo de la crianza de Tódor. Cuando se lo propuso, el niño ya tenía casi dos años. Ilka rompió en una estridente carcajada, clausurando la conversación con un aparatoso: “¡Estás loco!

Un mes después, por motivos de trabajo, tanto Ilka como su amante coincidieron en un viaje a Debrecen. Aprovecharon un vehículo de la universidad, donde viajaba un total de 12 personas. Ilka, con consentimiento de las autoridades universitarias, aprovechó el transporte para ir a esta ciudad a realizar un trámite de su hospital. Como iban con mucha gente, en ningún momento hubo nada que pudiera delatar la relación. De hecho, viajaron en asientos separados.

Al regreso, con mucha lluvia, sobrevino el accidente. Antes del mismo, ella iba pensando en cómo tomaría fuerzas para contarle la verdad a su esposo. No quería seguir manteniendo ese secreto eternamente; eso la estaba matando. Lo mejor sería hacerle una prueba de ADN a Tódor para salir de dudas; de comprobarse que el padre era Gellért, lo mejor era hacerlo público, desenmascarar todo. La mentira la estrangulaba. Para Anasztáz podía ser terrible, pero era mejor que continuar con el ocultamiento. Al menos, eso cavilaba la enfermera.

En una curva el chofer del microbús perdió el control y se estrellaron. Cuatro personas murieron; una de ellas fue Ilka. Gellért sufrió politraumatismos que lo dejaron en coma por dos semanas.

Para Anasztáz fue fatal: perdió al mismo tiempo a su esposa y prácticamente a su más íntimo amigo, dado que Gellért, saliendo del coma, quedó parapléjico, sin habla. Como el arquitecto, aun siendo mujeriego y lleno de admiradoras por todos lados, no tenía verdaderas amistades, fue Anasztáz quien lo acogió en su casa. Las dos enfermeras que contrató para atenderlo tiempo completo, las asumió como un reconocimiento merecido a su mejor amigo.

A los cuatro años de edad, Tódor tuvo el accidente. Cayó desde el segundo piso de la casa, y tuvo fractura de cráneo. Era grave. Entre tantos exámenes que le realizaron, también estudiaron su ADN. La sorpresa de los médicos -se atendió en el hospital Buda, donde trabajara la madre- fue que no coincidía con el de su padre, Anasztáz. O, al menos, el que hasta ese entonces se consideraba el padre.

El profesor, sin saber exactamente por qué, tuvo la intuición que Gellért no era externo al asunto. No quería pensarlo, lo horrorizaba la idea, pero le pareció imprescindible hacerlo. El arquitecto, siempre postrado en su silla de ruedas y emitiendo solo sonidos guturales que no podían descifrarse, no se opuso. Al mismo tiempo que Tódor salía de peligro luego de la operación, la prueba de ADN confirmaba su verdadera ascendencia. Gellért, que aunque no tenía respuestas motoras podía entender intelectualmente lo que se le decía, expresó su consternación, o quizá su espanto, con unas pocas lágrimas que rodaron por su mejilla, cuando escuchó de boca de su amigo que se había develado el secreto.

Anasztáz pensó en varias opciones: abandonar a Gellért, dejarlo morir de hambre, torturarlo sistemáticamente. El impacto de lo descubierto fue tan grande que hasta incluso pensó en abandonar a Tódor, “que no es mi hijo”. Finalmente optó por lo más bochornoso.

Ahora el arquitecto es llevado todas las mañanas a la Basílica de San Esteban, donde pasa todo el día, hasta el atardecer, sentado en su silla de ruedas, con un recipiente donde se recogen las monedas, y un piadoso cartel colgado de su cuello que dice: “Ayuda para un desdichado mentiroso… e hijo de puta”.

miércoles, 25 de abril de 2018

UNA GUATEMALTECA CRITICANDO AL SOCIALISMO EN EUROPA… ¡IMPERDIBLE!




Un entrañable camarada, ahora residenciado en Europa, nos hace llegar este video de la blonda guatemalteca Gloria Álvarez. Se trata de una ponencia que la filósofa centroamericana hiciera ante el Parlamento Europeo, donde despotrica agriamente contra el socialismo.

Nuestro amigo nos informa:

“Te hago llegar esa conferencia dictada en el Parlamento Europeo por la guatemalteca Gloria Álvarez. No parece que ella fuera del "tercer mundo" sino del "primer mundo". Pero es la hija de un país donde más del 70% de su población pasa calamidades y sufrimientos. País que ha servido de experimentos humanos por parte del sistema que defiende con los dientes; país que recientemente fue tildado por Donald Trump como "países de mierda". País que cada día sufre más el acoso de los EUA y que le exige a México que aplique medidas para que esa gente no pase por sus fronteras rumbo al Norte (la quimera); país que tiene tres ex presidentes en la cárcel, todos, según las leyes internacionales, corruptos; país que puso más de 250 mil muertes para salvarse del comunismo; país que está descrito en la Fruta Amarga; país que es explotado y saqueado cada día más. En fin uno más de los que ya son colonia imperial. Esa joven habla de democracia y de libre mercado, donde eso realmente no existe, habla de monopolios cuando el mundo lo manejan precisamente las trasnacionales, incluyendo los de la prensa. Defiende a capa y espada el neoliberalismo y según ella ese es el camino. Para ella la justicia social no existe. Para ella, quien no piense como ella es un comunista o narcogobierno que debe desaparecer. En fin ella es la dueña de la verdad y el fin del camino.”


martes, 24 de abril de 2018

EN UGANDA PROHIBIERON LA HOMOSEXUALIDAD, Y AHORA QUIEREN PROHIBIER EL SEXO ORAL





Puede dar risa, pero en el “civilizado” Occidente ocurren cosas similares, o peores: en Roma, por ejemplo, viven unos ancianitos misóginos que, sin haber tenido nunca relaciones sexuales (ni orales ni genitales) –bueno… al menos oficialmente–, es decir, sin tener la más pálida idea de lo que es la sexualidad, deciden sobre la salud sexual y reproductiva de las mujeres.

Y en la flemática Gran Bretaña, la homosexualidad fue considerada delito hasta 1967 (hasta 1980 en Escocia y hasta 1982 en Irlanda del Norte).

Y en muchísimos países los y las homosexuales tienen o viven en pareja, pero está prohibido oficialmente que contraigan nupcias.

¿Sabía usted que, según una reciente investigación, el 99.7% de los varones se masturba? (¿y que el 0.3% es manco?)

No hay dudas que el tema de la sexualidad ha sido y continúa siendo el Talón de Aquiles de la Humanidad. ¿Por qué nos da risa, pudor, vergüenza o tapamos los órganos genitales? Porque la sexualidad demuestra nuestros aterrorizantes límites.


lunes, 23 de abril de 2018

¿SE VA JIMMY MORALES Y VIENE JAFETH CABRERA?




Es probable que eso ocurra. Ahora, el actor cómico metido a presidente está cayendo bastante precipitadamente. Los empresarios “honestos”, que tiene “responsabilidad social” y reconocen en público sus errores (¿parece otro personaje cómico de Jimmy Morales, no?) le están bajando el dedo.

¿Asumirá el ex rector de la USAC para completar el mandato? No hay que olvidar que Cabrera está acusado de ladrón en la Universidad de San Carlos: http://www.albedrio.org/htm/articulos/m/maf-001.htm

PARECE QUE ESTAS DÉBILES DEMOCRACIAS DE CARTÓN NO SOLUCIONAN NADA PARA EL CIUDADANO DE PIE…

viernes, 20 de abril de 2018

CONSTRUYENDO LA PAZ EN EL MUNDO





Después de la Seguna Guerra Mundial, finalizada en 1945…

• Corea y China, 1950-53 (guerra de Corea);
• Guatemala, 1954;
• Indonesia, 1958;
• Cuba, 1959-1961;
• Guatemala, 1960;
• Congo, 1964;
• Laos, 1964-73;
• Vietnam, 1961-73;
• Camboya, 1969-70;
• Guatemala, 1967-69;
• Granada, 1983;
• Líbano, 1983 y 1984 (objetivos libaneses y sirios);
• Libia, 1986;
• El Salvador, 1980;
• Nicaragua, 1980;
• Irán, 1987;
• Panamá, 1989;
• Iraq, 1991 (guerra del Golfo Pérsico);
• Kuwait, 1991;
• Somalia, 1993;
• Bosnia, 1994 y 1995;
• Sudán, 1998;
• Afganistán, 1998;
• Yugoslavia, 1999;
• Yemen, 2002;
• Iraq, 1991-2003
• Iraq, 2003-2015;
• Afganistán, 2001-2015;
• Pakistán, 2007-2015;
• Somalia, 2007-8 y 2011;
• Yemen, 2009 y 2011;
• Libia 2011 y 2015;
• Siria, 2014-2018

Intervenciones armadas de Estados Unidos en el mundo, para CUIDAR LA PAZ…


miércoles, 18 de abril de 2018

MIGRACIONES IRREGULARES: UNA MIRADA CRÍTICA



 Cindy López / Marcelo Colussi

Las migraciones han existido siempre en la historia. Podría decirse que si algo caracteriza a la especie humana es su afán de búsqueda, de descubrimiento; de ahí que emigró y cubrió todo el planeta. En ese sentido, las migraciones son un fenómeno positivo. Pero, desde hace ya unas décadas, la arquitectura de la sociedad planetaria globalizada (capitalista) encuentra en las migraciones un problema cada vez más grave. Millones y millones de personas huyen desesperadas de la pobreza y/o la guerra, siempre en países del Sur, para intentar llegar a las islas de prosperidad del Norte (Estados Unidos, Europa, Japón).

En la actualidad, la situación se tornó casi inmanejable. Pero hay una doble moral en el discurso dominante proveniente de los países desarrollados: se pone frenos a la migración, y al mismo tiempo se aprovecha de ella como mano de obra barata. La situación que pasan los migrantes es bochornosa, tanto en su viaje como ya instalados en el lugar de llegada, siempre escondiéndose como ciudadanos “irregulares”. Ahora bien: una visión romántica, endulcorada, que busque un perfil más “humanizado” en el trato para con los migrantes, no ayuda en realidad para cambiar las cosas. El núcleo del asunto pasa por modificar la estructura que expulsa cada vez más gente desde los países empobrecidos.

De todos modos, hoy es un discurso largamente generalizado levantar la voz por la situación de los migrantes –“pobres y desamparados migrantes”–, ya sea en su marcha hacia el lugar de destino o, si logran llegar, ante las penurias que pasan como “ilegales” en su nueva morada. De cualquier forma, vale hacer una mirada crítica del fenómeno.

Las migraciones humanas son un fenómeno tan viejo como la humanidad misma. De acuerdo con las hipótesis antropológicas más consistentes, se estima que el ser humano hizo su aparición en un punto determinado del planeta (probablemente el África) y de ahí emigró por toda la faz del globo. De hecho, el hombre es el único ser viviente que ha emigrado y se ha adaptado a todos los rincones del mundo.

Las migraciones, por lo tanto, no constituyen una novedad en la historia. Siempre las ha habido y generalmente han funcionado como un elemento dinamizador del desarrollo social. Sin embargo, hoy día, y desde hace varios años con una intensidad creciente, se plantean como un “problema”. Lo que aquí queremos delimitar es: problema ¿por qué? y ¿para quién?

Recientemente el fenómeno ha adquirido una dimensión masiva, de proporciones antes nunca vistas, apareciendo motivado por razones de orden puramente social: guerras, discriminaciones, persecuciones, pero más aún: pobreza. A partir de la segunda mitad del siglo XX puede decirse que empieza a constituirse en un verdadero “problema” (al menos para algunos), perdiendo definitivamente su carácter de factor de progreso, de aventura positiva. La Tierra se pobló de humanos justamente gracias a las migraciones. ¿Por qué hoy día son un problema?

Nunca antes como ahora tanta gente huye de situaciones adversas; pero, paradójicamente, nunca antes ha habido tantas situaciones adversas. La riqueza y el bienestar crecen a pasos agigantados para muchos, pero para muchísimos otros también crece (en forma inversamente proporcional) su marginación, su falta de posibilidades, su precariedad.

Las oleadas de pobladores del Tercer Mundo indocumentados en viaje hacia el Norte se muestran imparables, siendo este tipo de migración el que alarma al status quo central. En todos estos casos puede verse un interés del migrante por desplazarse desde una situación comparativamente más desventajosa (material, social) hacia una más beneficiosa.

La gente huye de la miseria: del área rural a la ciudad, de los países pobres a la prosperidad del Norte, al igual que huye de las guerras, de las persecuciones políticas, de las cacerías humanas, cualquiera sea su naturaleza. Ahora bien, si el número de “escapados” aumenta (ya sea en forma de desplazados, refugiados, exiliados, de habitantes de barrios marginales en las ciudades o de inmigrantes irregulares en las sociedades más ricas) esto está indicando que las condiciones de vida de donde proviene tanta gente, expulsan en vez de permitir un armónico desarrollo.

Con la globalización en curso, a la que actualmente todos asistimos sin poder resistirnos, las fronteras del Estado-nación moderno tienden a debilitarse, y los desplazamientos de población (así como los de capital) entre un punto y otro del orbe son cada vez más comunes. Aunque nunca –y esto es lo dramático– en función de proyectos sopesados, de estrategias racionales de desarrollo. Sin embargo, vale una precisión: los capitales sí se mueven organizadamente, con un proyecto claro; las masas humanas: no.

Lo distintivo en las migraciones actuales, además de su tamaño, es el hecho de constituirse como problema para todos los factores que hacen parte de ellas, en virtud de su desorganización, de su desorden, de la pérdida de su condición constructiva. Hace tiempo que las migraciones dejaron de ser percibidas como un motor beneficioso para las sociedades. En un mundo en el que, agigantadamente, en vez de resolverse problemas cruciales, se entroniza la tendencia a dividir entre aquellos que “se salvan” y los que “sobran”, las migraciones (como recurso desesperado de muchísimos) pueden pasar a ser un calvario. Por un lado, si bien permiten parches circunstanciales a partir de las remesas, no cambian estructuralmente la situación de los que emigran; y por otro, crean un supuesto malestar en los países receptores, el cual se maneja arteramente según interesadas agendas políticas.

Lo que está claro es que el fenómeno migratorio en su conjunto está denunciando una falla estructural del sistema social que lo produce. Los grandes capitales del Tercer Mundo reciben en conjunto diariamente alrededor de 1,000 personas que migran desde el área rural; y algunos miles llegan cada día ilegalmente desde el Sur a los países desarrollados.

Quien lo siente fundamentalmente como un problema, y más raudamente ha dado los primeros pasos para reaccionar, es el área de llegada de tanta migración: el Norte desarrollado. Sin duda que las que emigran son poblaciones en riesgo, pero para la lógica del poder dominante el riesgo está, ante todo, en su propia casa, en la prosperidad del llamado Primer Mundo, que comienza a ser “invadido”, ininterrumpidamente, por contingentes siempre en aumento.

Si tanta gente huye de su situación cotidiana, ello debería llamar a la reflexión inmediata: ¿por qué existe un mundo que integra a algunos y marginaliza a tantos? Las migraciones actuales están hablando, patéticamente, de poblaciones “excedentes” en el planeta. Pero ¿qué mundo puede ser este donde haya gente “de sobra”? Obviamente, los modelos de desarrollo en juego hacen agua, por lo que hay que replantearlos. En otros términos: el modelo capitalista no ofrece salida para la inmensa mayoría de la población mundial.

Las penurias que deben pasar los migrantes en su marcha hacia la supuesta salvación son enormes, terribles. En estos últimos años de crisis sistémica, desde el 2008 a la fecha, con la ralentización de la economía de muchos países desarrollados, esas penurias se acrecentaron. Justamente por esa crisis global del sistema capitalista, las condiciones de recepción de migrantes en el Norte se ponen cada vez más duras, más denigrantes incluso. El discurso oficial que domina en los países industrializados es que “los inmigrantes vienen a quitar puestos de trabajo”. Donald Trump, en Estados Unidos, ganó las elecciones levantado ese sensiblero y mojigato mensaje. Con ello, lo que se consigue es que la clase trabajadora internacional siga fragmentándose, haciendo que un trabajador del Norte vea a un “mojado” del Sur como un competidor, un enemigo en definitiva.

Pero hay ahí una doble moral en juego: por un lado se aprovecha la mano de obra barata, casi regalada, que llega a los bolsones de desarrollo en el Norte, gente desesperada dispuesta a trabajar por migajas (que, en sus países del Sur representa mucho); y por otro, se le pone trabas cada vez mayores, alentándola a no migrar. Los muros se suceden cada vez con mayor frecuencia, haciendo recordar más a campos de concentración que a fronteras entre naciones.

Es real que la crisis económica hace que muchos trabajadores oriundos de los países desarrollados estén escasos de trabajo, pero el endurecimiento de los obstáculos migratorios con los trabajadores del Sur busca no sólo desestimularlos sino también, básicamente, chantajearlos, pagando salarios bajísimos y ofreciendo condiciones de super explotación. El antiguamente llamado “ejército de reserva industrial” (¡las categorías marxistas siguen siendo válidas!), es decir: las poblaciones desocupadas y siempre listas a trabajar por centavos, no ha desaparecido. Hoy se presenta como fenómeno global, mundial. Se lo declara problema, pero al mismo tiempo es lo que ayuda a mantener bajos los salarios. El único beneficiado en esto es el capital.  

No hay dudas que ese endurecimiento torna el viaje de los migrantes una verdadera pesadilla. En Latinoamérica se estima que de cada tres migrantes irregulares solo uno llega al american dream. Otro es devuelto en el camino, y otro muere en el intento. Luego, si sobreviven a condiciones extremas y logran ingresar a las “islas de salvación” (Estados Unidos, Europa, Japón), su estadía allí, en general en condiciones de irregularidad, aumenta la pesadilla.

Pero permítasenos esta reflexión: suele levantarse la voz, lastimera por cierto, en relación a las penurias de los migrantes indocumentados. Suele decirse que la vida que llevan en los países del Norte es deplorable, lo cual es cierto. Y suele exigirse también un mejor trato de parte de esos países para con la enorme masa de migrantes irregulares.

Todo eso está muy bien. Es, salvando las distancias, como preocuparse por la situación actual de los niños de la calle. Pero ese dolor, expresado en la lamentación por la situación de esas poblaciones especialmente vulnerables y vulnerabilizadas (los migrantes indocumentados, la niñez de la calle) queda coja si no se ve también la otra cara del problema: ¡la verdadera y principal cara! ¿Por qué hay millones y millones de migrantes que escapan de sus países de origen, forzados por la situación económica? La cuestión no es tanto pedir un trato digno en los países de llegada, sino plantearse por qué deben escapar.

Los gobiernos de los países expulsores no dicen nada al respecto porque las remesas que envían estos trabajadores indocumentados sirven para paliar, al menos en parte, la pobreza estructural de las familias de origen y evitar que la misma se profundice. En México y Centroamérica esas remesas representan porciones altas del PBI (a veces superando el 20%).

En vez de quedarnos con la lamentación y victimización del migrante, ¿por qué no denunciar con la misma energía la injusticia estructural que los fuerza a emigrar? Pedir que los países de acogida regularicen su situación migratoria no está mal. Pero ¿por qué no trabajar denodadamente para lograr que nadie tenga que emigrar en esas condiciones, porque su país de origen no le brinda las posibilidades mínimas de sobrevivencia?

Del mismo modo que nadie debe discriminar ni castigar a un niño de la calle (él es el síntoma visible de un proceso social mucho más complejo) tampoco nadie debe excluir, segregar o maltratar a un migrante en condición de irregularidad. Pero ¡cuidado!: si alguien tiene que salir huyendo de su sociedad natal porque ahí no puede sobrevivir, es ahí donde hay que trabajar para cambiar esa injusta y deplorable situación. Trabajar por la regularización de los migrantes que huyeron de la situación de precariedad en sus países de origen puede ser muy bien intencionado, pero no cambia en nada la situación de fondo que sigue expulsando gente.

Puede ser correcto trabajar/pedir/exigir al gobierno de los Estados Unidos mayor apertura en su política migratoria, pero no debe olvidarse que como país soberano tiene la potestad de establecer esas políticas según su conveniencia. Donde sí se debe actuar con la mayor energía es en los países expulsores. Es ahí donde se debe pedir/exigir a los Estados nacionales la creación de condiciones que impidan seguir produciendo potenciales migrantes. Si no, ¿habría que luchar porque los países del Norte –Estados Unidos más específicamente para el caso de Centroamérica– acepten también a los más de 9 millones de guatemaltecos que no migran pero que igualmente están en situación de pobreza permaneciendo en el país?

Todas estas preguntas, aparentemente alejadas en principio de respuestas prácticas concretas, deben ser el fundamento de nuestras acciones en torno al tema de las migraciones. En definitiva, el debate teórico serio (creemos que imperioso) sobre todo esto es lo que mejor puede encaminar las futuras intervenciones. Recordemos las palabras de Einstein, famoso inmigrante judío: “no hay nada más práctico que una buena teoría”. Pensemos críticamente toda esta situación: más que lamentarnos por el síntoma evidente, trabajemos en la fuente expulsora. Cuidado: ¡que los árboles no nos impidan ver el bosque!

martes, 17 de abril de 2018

SOFÍA




Hiroyuki acababa de terminar su doctorado en microbiología molecular. El esfuerzo no había sido poco; la tesis, muy novedosa por cierto, seguramente daría que hablar. Hiroyuki lo sabía; sus asesores y la junta que lo examinaron estaban sorprendidos con la profundidad del estudio, pero básicamente, de la propuesta en ciernes: siguiendo los pasos del ruso Oparin, sentaba las bases para la generación de vida artificial.

El tema de “crear” realidades nuevas, artificiales, lo fascinaba. “Quería sentirse dios”, era la conclusión a la que había arribado su psicoterapeuta en el corto tiempo que visitó a una psicóloga. Nuestro ahora doctorado sonreía benévolamente ante esa formulación. “En definitiva”, razonaba, “no tenía nada de malo querer ser perfecto”.

Por años había estado trabajando el tema de la reproducción de la vida en un tubo de ensayo; la falta de presupuesto le había impedido desarrollar adecuadamente la idea para llegar al producto final. Pero ahora, con su tesis, ya estaban sentadas las bases para concretarlo. Los pocos experimentos que había impulsado le indicaban que el camino estaba abierto. Era solo cuestión de conseguir los apoyos financieros del caso.

Ahora, dado este primer gran paso, se podía permitir distender un poco, relajarse. Dos años de labor intensa a razón de 12 horas diarias enfrascado en la tesis (disponía de una beca) merecían algo de festejo. Decidió tomar el servicio de Niñas De Lux. Sabía que esa era la oferta de prostitutas más avanzada de Japón, y quizá del mundo. Por catálogo virtual se podía elegir la sexoservidora –o sexoservidor, u oferta bisexual– del gusto, combinando un sinnúmero de variables: características corporales, osadía en la prestación del servicio, nivel educativo, idiomas que hablara. Se le podían agregar, incluso, –obviamente eso era bastante más caro– otras funciones, como auxiliar para la limpieza de la casa, apoyo para resolver tareas econométricas, habilidades ajedrecísticas. Las posibilidades eran enormes, casi infinitas. Pero había un problema: pese a todas esas virtudes, eran seres humanos. Por tanto, siempre existía la posibilidad del error.

Hiroyuki, en todo, absolutamente en todo, buscaba la perfección. Un obsesivo-compulsivo como él no entendía el mundo de otra manera. La improvisación, la chapucería, el incumplimiento de lo previamente establecido, le parecían todas cosas imposibles, absolutamente desagradables. Sus mañas en relación a la limpieza, durante el desarrollo de la tesis, habían ido en aumento. Ahora necesitaba tres toallas para secarse luego de tomar un baño (una para la cabeza, una para las manos y otra para el resto del cuerpo). De igual modo, el aseo de sus manos imponía complicados ceremoniales, que perentoriamente debían ser cumplidos, si no, la angustia más profunda e inmanejable lo embargaba (luego del agua y jabón usaba desinfectante, y después perfume).

Su vida, en términos generales, era ese pendular entre pesados rituales personales y brillantez intelectual. Su carrera académica era intachable: con sus recién cumplidos 34 años tenía en su haber dos maestrías y ahora el doctorado, siempre con las mejores calificaciones, felicitaciones por parte de sus maestros, asombro envidioso por sus pares. Hablaba a la perfección inglés e italiano, siendo un gran conocedor de la cultura itálica, que lo tenía extasiado. La dedicatoria de su tesis la había escrito en la lengua del Dante: “Non sono io che l’ha fatto. È stato Dio”, tal como dicen que dijo Beethoven el día del estreno de su Novena Sinfonía al ser consultado sobre cómo había logrado tamaña maravilla, expresándose en esa lengua.

Con su relativamente corta edad tenía publicados ya tres libros, uno de los cuales se había vuelto un clásico en el ámbito de la microbiología molecular en todas partes del mundo. Tenía admiradores por doquier. Y admiradoras. Pero para esas “incomprensibles, molestas cosas del corazón”, como solía decir –no sin cierta mofa– no tenía tiempo. Sus días se iban entre libros, computadoras… y ceremoniales (los libros, siempre, debían estar acomodados de mayor a menor por el ancho de su lomo, los calcetines los usaba siempre, forzosamente, tres días seguidos, para orinar tenía que cerrar los ojos y cantar una canción de cuna con la que lo arrullaron de bebé).

El festejo por el doctorado finalmente llegó. Contrató a la sexoservidora más cara, japonesa, con prominentes pechos (de silicona, por supuesto), que le remedaba las actrices italianas que lo tenían fascinado. Pero, una vez más, la disfunción eréctil se impuso.

Era ya la tercera vez consecutiva que sucedía eso, siempre con carísimas sexoservidoras de esa empresa. El hecho comenzó a preocuparle a Hiroyuki: el dinero malgastado ya era mucho.

Cuando dejó su psicoterapia, su psicóloga –una afamada y muy respetable profesional de Tokio– le intentó hacer ver que aún no estaba terminado el proceso, que esos endiablados ceremoniales que lo perseguían todo el tiempo, no desaparecerían solos, ni solo con medicación psiquiátrica. De la impotencia Hiroyuki casi no quiso hablar, contrariando la regla fundamental del tratamiento.

Le preocupaban dos cosas: que la cuantiosa inversión en estas prostitutas terminaba siendo dinero arrojado a la basura, y que el hecho de su disfunción trascendiera. Lo primero no le importaba tanto; lo segundo le aterraba. No quería ser el hazmerreír de sus compañeros, de toda la universidad, del laboratorio. Que sus padres lo supieran, lo tenía sin cuidado. Con ellos mantenía una débil relación, muy a la distancia. Aunque vivían en la misma ciudad, casi no se veían. No le hubiera preocupado que se enteraran de la impotencia.

Ante todo ello, buscó comunicarse con alguien que le había propuesto trabajar vez pasada: el Dr. Suzuka, director del Departamento de Investigaciones en Robótica Avanzada del Instituto de Tecnología de Tokio, de la Universidad Nacional. El afamado científico, ya anciano, dirigía el prestigioso equipo que estaba llevando a cabo atrevidas investigaciones en el campo de la inteligencia artificial y robots de última generación, “humanoides”, tal como se les había bautizado. Los resultados eran prodigiosos.

Los estudios estaban sumamente avanzados; ya se había logrado generar máquinas casi humanas. O “más que humanas”, decía Hiroyuki, puesto que estos artefactos “no se equivocan nunca, son perfectos”. La búsqueda de perfección le era una obsesión. Aunque… claro: la impotencia sexual lo alejaba de eso. “Las disfunciones, cualquier disfunción, son horrendas. Nos recuerdan que somos limitados”, filosofaba con amargura. Las palabras de su psicóloga, evidentemente, habían caído en saco roto.

Para el Dr. Suzuka era un orgullo integrar a un tan connotado joven en su equipo. La especialidad de biólogo permitiría dotar de todo lo humano que faltaba para el prototipo sobre el que ahora trabajaba.

La conjunción del viejo sabio y el joven y brillante investigador fue más que oportuna. En no más de un año de duro trabajo conjunto –en el equipo participaban doce personas– el producto estuvo terminado. A pedido –insistente pedido– de Hiroyuki, el robot llevó por nombre Sofía. Era un tributo a Sofia Loren, la atractiva actriz italiana de algunas décadas atrás. El rostro y los bustos de la muñeca animada eran una copia exacta de la diva.

Faltaba la prueba final: hacerla convivir como un ser humano, interactuando en la cotidianeidad de cualquier casa normal, común y corriente, en situaciones diarias de vida. Esa prueba de fuego era, quizá, el escollo más importante a salvar para poder tener un resultado final exitoso, y eventualmente comunicar al mundo el logro. Hiroyuki se ofreció para ser el conejillo de Indias.

En realidad, desde el primer momento en que inició el proyecto, nuestro joven genio había tenido en mente contar con ese producto para su uso personal. La asociación con el Instituto de Tecnología tenía eso como objetivo final, tal vez nunca dicho explícitamente, pero siempre presente en forma subrepticia. Al menos, en el proyecto de Hiroyuki.

Todas las pruebas de laboratorio habían resultado un éxito. Incluso elementos como la menstruación, o ventosidades –“las cosas más humanas que existen”, según expresaba el doctor en microbiología–, tenían un realismo total. En verdad, Sofía parecía una humana. Pensaba, sentía, decidía, tenía orgasmos, podía entristecerse, aburrirse o meterse los dedos en la nariz para sacarse mucosidades. También podía masturbarse, hacer chistes, mentir. Pero no habían contemplado su psicología inconsciente. Como no tenía historia –su historia era una planta de montaje en el aséptico e iluminado laboratorio de la universidad– no había deseo inconsciente. Pero fuera de ese detalle, era un trabajo realmente perfecto. Hablaba a la perfección italiano con acento romano, y japonés. Hiroyuki prefería comunicarse con ella en el idioma latino. Él también lo dominaba perfectamente.

La prueba duraría un mes. Durante ese lapso Hiroyuki llevaría la vida más normal que pudiera con quien pasaba a ser su esposa. Compartirían su apartamento, nada lujoso pero plagado de todos los adelantos tecnológicos de un hogar japonés moderno. El problema estaba en que Hiroyuki nunca había tenido pareja. En sus 34 años apenas si había salido con alguna mujer. Las visitas a prostitutas habían sido bastante ocasionales, y la impotencia su común denominador.

Hiroyuki estaba rebosante de alegría porque ante cualquier nuevo fracaso sexo-genital, podía estar seguro que no pasaría vergüenza. Sofía estaba programada para ser absolutamente reservada. Más allá de un programado margen de maniobra donde podía tomar decisiones, básicamente cumplía órdenes. Sus decisiones, en definitiva, no eran más que complementos, asistencias, ayudas a quienes la habían creado. Como era sumamente inteligente, ayudaría positivamente, su creatividad estaba al servicio de sus “amos”.

Pero algo pasó que no fue exactamente así. La primera semana de convivencia fueron puras decepciones sexuales; Sofía había debido ayudarlo casi desesperadamente cada acto coital, logrando pobres, míseras eyaculaciones de Hiroyuki, obtenidas con sacrificio, casi sin erección, apelando a las más inimaginables maniobras, con más dolor que otra cosa (dolor físico, pero fundamentalmente, dolor moral). Ante este panorama, el lunes de la segunda semana, cuando el joven científico había salido, Sofía se comunicó telefónicamente con el Dr. Suzuka para presentar los reclamos del caso. Fue imposible hacer que el equipo no escuchara la conversación. ¡Quería sexo!, y esa “mujercita debilucha” de su pareja no la complacía.

Aunque no querían de ningún modo humillar a Hiroyuki, esa reacción fue incontenible. Apelando a los más rígidos autocontroles morales, no transformaron la situación en un bochorno. De todos modos, en los días siguientes el joven investigador pudo darse cuenta que el “chisme” había trascendido. Enojado, sumamente furioso, un par de noches después encaró a Sofía. Hablando en japonés, con las palabras más soeces e hirientes que encontró, increpó a la muñeca.

La respuesta de Sofía, tranquila, sumamente serena, hasta amistosa, fue simple, pero lapidaria: “Deberías retomar con tu psicóloga”.

Esa misma noche procedió a desactivarla. La desarmó íntegra, y lo sorprendió el amanecer escribiendo el informe que luego enviaría al Instituto, con el que dio por terminantemente finalizado el experimento, recomendado no proceder a fabricar ese “diabólico engendro”.



domingo, 15 de abril de 2018

¿JUNTAMOS FIRMAS PARA INVADIR ESTADOS UNIDOS? ¿USTED ESTARÍA DE ACUERDO?




Por supuesto, esto es una provocación progagandística, porque nadie está pensando seriamente en invadir Estados Unidos. Pero vale la pena el ejercicio.

Washington, unilateral e impunemente, decidió atacar Siria. Lanzó más de 100 misiles para “castigar” al presidente Bashar al Assad, por un presunto ataque químico que realizara contra población civil. Todo indica que ese ataque efectivamente sí existió, pero ¡lo hizo Estados Unidos! El bombardeo del viernes habría sido un intento por borrar evidencias incriminatorias que dejarían mal parada a la Casa Blanca.

“Miente, miente, miente… Una mentira repetida mil veces se termina transformando en una verdad”, es la consigna.

Se sabe que Estados Unidos está desarrollando plutonio enriquecido para nuevos misiles en laboratorios de California. ¡Eso nos alarma!

Y también hay información que está probando nuevas armas bacteriológicas en ensayos que realiza en Baltimore. ¡No podemos permitirlo!

Es sabido, igualmente, que está reciclando toda su flota de la marina de guerra en varios astilleros sobre el Atlántico. ¡Eso nos preocupa mucho!

También circuló la información que la CIA está implementando nuevas técnicas de tortura para instruir a los militares latinoamericanos, y las prueba en la usurpada base de Guatánamo, en la isla de Cuba, y en bases en Texas. ¡Eso nos aterroriza!


ANTE TODO ESO PROPONEMOS ATACAR EL TERRITORIO ESTADOUNIDENSE Y DESTRUIR DE UNA VEZ TODOS ESTOS SINIESTROS LUGARES.

COMO POBLACIÓN MUNDIAL NOS ASISTE EL DERECHO (¿NOS ASISTE EL DERECHO?) DE INGRESAR EN UN PAÍS SOBERANO, BOMBARDEAR, PEDIR QUE QUITEN A SU PRESIDENTE, EXIGIR REFORMAS EN SU CONSTITUCIÓN Y DEMANDAR LA INMEDIATA SUSPENSIÓN DEL RATÓN MICKEY, Y/O DE MC DONALD’S, TAL COMO HACE ESTADOS UNIDOS EN CUALQUIER PAÍS DEL MUNDO (bueno… donde puede: en Rusia y en China no puede, por ejemplo).

¿Quién firmaría?