sábado, 7 de abril de 2018

SÍ, ¡YO LA MATÉ!




¿En qué idioma hablamos entonces? Me imagino que en inglés, ¿no? Me dijiste que la entrevista iba a ser para una revista gringa. Bueno, tendrá que ser en inglés supongo. Para mí es lo mismo. Como te dije, yo soy un poco gringo y un poco salvadoreño, así que cualquier idioma me da lo mismo.

Es difícil contestar rápidamente lo que me preguntás. Son cosas muy difíciles. Además, con toda sinceridad, ahora me da un poco de vergüenza hablar de esto. Antes, cuando era jefe de la pandilla, me enorgullecía contar todas estas cosas. Cuanto más crueles eran los relatos –y te aseguro que eran crueles– mejor. Era como una competencia que teníamos dentro del grupo, a ver quién era más matón, más malo. ¿Ves todos estos tatuajes que tengo aquí? Bueno…, son algunos de los muertos que tengo a mi favor.

¿Cómo? ¿Cuántos maté en mi vida? No sé… La verdad es que nunca los conté. ¿Es necesario contestar eso? Te lo pregunto porque ahora, de verdad, no me siento muy orgulloso de ser un… un…. asesino. Porque eso soy. O… eso fui al menos. Ahora estoy seguro que no lo hago, que no mato; esos tiempos ya pasaron. Pero lo fui, y eso te marca de por vida. Por eso, ante tu pregunta, bueno… no sé: me da como una cosquillita. Te podría decir cualquier número. Total, no creo que quien lea esto se tome la molestia de corroborar la información. Pero voy a ser sincero, dado que vos lo fuiste conmigo. Maté muchos, realmente muchos. Empecé a los 10 años. Ahí me troné a la primera persona. Eso fue en Los Ángeles; fue la prueba de fuego para ingresar a la pandilla. Cinco balazos a quemarropa a un muchacho de la pandilla rival, bastante mayor que yo. Todavía lo recuerdo… No te creas que me hace feliz contar esto, pero es mi vida. ¡Es parte fundamental de mi vida! Después del primero, los otros ya ni te emocionan… Y si tengo que ser sincero te diría que… quizá 30 o 40 personas. Maté mucho. No sé… quizá más.

Me imagino que para muchos de quienes van a leer esta entrevista –la gran mayoría gringos, sentados cómodamente en un buen sillón y con la panza bien llena, lamentándose de estos marginales que somos los pandilleros, los pobres, los indiecitos latinoamericanos convertidos en ciudadanos de la primer potencia mundial–, me imagino, te decía, que para muchos será inconcebible todo lo que te puedo contar. Para esos ¿compatriotas les podría decir?, la violencia es siempre algo ajeno a ellos. Yo soy gringo, ya te lo dije. Bueno, al menos tengo un pasaporte de los Estados Unidos de América. Pero en realidad: no soy gringo, no me puedo considerar así. Nací ahí, es cierto; pero por pura casualidad del destino. Soy hijo de salvadoreños que salieron huyendo de su país por la pobreza crónica y por la guerra. ¿Te parece que me puedo considerar gringo? Y si bien me crié en los barrios marginales de Los Ángeles hablando en inglés, me siento más un latinoamericano. Maté porque eso hace un pandillero, y punto. Pero ¿por qué mata un gringo?

La violencia en los United –vos sos gringa y lo sabés– es realmente cosa seria. Pero no la de los pandilleros. No, no… eso no. Los pandilleros, te puedo asegurar, son más o menos iguales en cualquier parte. Hasta me atrevería decir que he visto más violencia en El Salvador. Y de hecho, yo aquí hice cosas que no me hubiera atrevido a hacer allá. Pero lo hice por pura demostración de fuerza, para atemorizar, porque aquí hay que ser malo, tremendamente malo, para ganarse un lugar. ¿Y cómo se puede ganar un lugar en una sociedad destrozada un deportado? Solamente a base de terror. Por eso aquí, como te decía, hice cosas increíbles, terroríficas.

¿Que si las quiero contar? Preferiría que no, pero solo para que se hagan una idea: en un tiempo con mi banda nos dedicamos a robar niños. Robamos muchos niños, no me lo podrías creer. Lo hacíamos en El Salvador, y también incursionamos en Honduras, y alguna vez en Guatemala. Los vendíamos vivos… ¡o en pedacitos!, para órganos. Eso es terrible, sin dudas. Y me arrepiento, claro… Pero ¿sabés con quién negociábamos eso? ¡Con una red gringa!

¿Adónde quiero llegar con esto? Pues, a mostrarte que la sociedad norteamericana es tremendamente violenta, locamente violenta. ¿Cómo va a ser eso que, sentado cómodamente en su sillón, un gringo cualquiera puede comprar un niño, o un órgano de niño para un trasplante, solo porque tiene muchos dólares? ¿No te parece asquerosamente violento eso? Y después –eso es quizá lo más trágico– hablan de la violencia de esos “primitivos” países del Sur. ¿No es vergonzoso?

Tal vez vos no sos así. Diría casi con seguridad que no, que sos distinta. No sos la típica Homero Simpson que representa a un gringo término medio (la caricatura de la tele no exagera nada). Pero los ciudadanos comunes, los ciudadanos promedio de ese país, sí son así: cómodamente sentaditos en su sillón, con la refrigeradora siempre llena y el vehículo bien lavado parqueado frente a su casa, piensan que violencia es sólo lo que pasa fuera de sus fronteras: las peleas entre tribus en el África, los narcos colombianos, los fundamentalistas musulmanes… ¿Y en casa? ¿Por qué es violento que yo secuestre y venda un niño en El Salvador y no es violento que una pareja gringa lo adopte ilegalmente en Boston? (luego, por supuesto, lo legalizará). ¿Por qué es violento un cartel colombiano o mexicano que lleva la coca hacia el norte, y no lo es darse su paliza de buena droga en una fiesta en Nueva York, pagando allí diez mil veces más el gramo de lo que se le pagó al campesino que cultivó las matitas en las montañas de Sudamérica? Por supuesto, alguien drogado no va a manejar su vehículo, porque allí se respetan mucho las normas, claro… Y en Latinoamérica cualquier “indio bruto” maneja borracho… Aquí es un caos, no se respetan normas. Allá no. ¿Te das cuenta la hipocresía?

Ya que estoy dizque filosofando sobre estas cosas –y no sé si esto lo vas a poner en la versión que presentes de la entrevista– me pregunto: ¿por qué se ve violento, o al menos eso nos hacen creer, a un campesino borracho que machetea a su mujer en nuestros países, o a un pandillero como fui yo, y no se juzga de la misma manera a un marine que mata a un musulmán? ¿Te das cuenta por dónde voy, a dónde quiero llegar? La violencia en Estados Unidos es increíble, proverbial. De hecho, es el único país en la historia que ha usado armas nucleares. ¡Dos veces! Y, lo peor de todo, sin que fuera necesario, porque cuando se arrojaron esas bombas, la guerra ya estaba terminada y Japón se rendía. ¿Me podés explicar por qué se hizo eso? Una pura demostración de poder, así de simple. Así como cuando yo me comí un dedo del jefe de otra banda al que me quebré en una pelea callejera –para crear terror y nada más– así los poderosos de Estados Unidos hacen esas cosas para demostrar poder. Me imagino que sabrás que en la doctrina militar gringa la hipótesis es tener siempre diez veces más poder de fuego que el enemigo. ¡Diez contra uno!, ¿te das cuenta? Son unos asesinos desalmados. ¿Por qué mantienen una ilegal prisión en Cuba como es Guantánamo, si no?

Yo también fui un criminal, no lo voy a negar. ¿Para qué iba a necesitar yo comerme el dedo índice de la mano derecha –el que se usa para gatillar el cohete– de mi rival vencido? Demostración de poder. ¿O para qué nos violábamos una muchachita indefensa entre cinco, seis o siete cuando estaba en la pandilla? Demostración de poder, y punto. ¿Vos pensás que puede ser bonito un orgasmo en esas condiciones? No me refiero a la muchacha violada, sino a nosotros, los violadores. Si lo hacíamos, era por una pura demostración de poder, para aterrorizar, porque de placer: nada. ¿Qué tendrá que ver eso con sexo, no? Pero ¿para qué haría una cosa similar un país que firmó tratados civilizados en esos foros internacionales, que por supuesto no sirven para nada? ¿Por qué usar armas atómicas contra población civil indefensa? ¿Por qué esa perpetua cultura de vaquero “bueno” matando indios “malos” que nos transmiten día a día? ¿Habrás visto películas de Hollywood, no? ¿Qué te parecen? Mierda, pura mierda para convencernos que los vaqueros buenos tienen el derecho de matar a esos salvajes, porque así se construye el “progreso”. Y Homero Simpson, o cualquier gringuito término medio, se lo termina creyendo. Y si está un poco mal de la cabeza… ¡nos jodimos! Porque de verdad que se cree Rambo. Y cada tanto aparece un loco de esos, agarrando una ametralladora y quebrándose una buena cantidad de honestos y pacíficos ciudadanos, en una escuela, en una iglesia, en el supermercado. ¿Por qué pasa esto tan seguido? Porque algún loquito se lo cree: la sociedad gringa está armada de esa manera, vaqueros o soldados “buenos” que pelean por la ¿justicia?, la ¿democracia?, ¿o la Coca-Cola?, contra indios “salvajes” (o “terroristas”, o narcotraficantes latinoamericanos, o comunistas –bueno, esto último ya está un poquito pasado de moda, pero el mecanismo sigue siendo el mismo…–). En nuestros países nos matamos por hambre. Allá un loco de estos mata porque repite lo que está en el aire, porque te venden un arma de guerra en cualquier negocio y cualquiera la puede comprar, porque Rambo es el héroe nacional y cualquier chiflado se lo toma en serio.

Yo soy poco leído, ya sabés. ¿Qué podrías esperar de un muchacho que se crió en las calles a punta de pistola y navaja? En realidad, apenas si leo y escribo; y la verdad, la cabeza no me da para mucho. Quizá porque me la arruiné con tanta droga, no sé… Pero por allí, a veces, hago chispazos… ¡y descubro cosas que me sorprenden! La vez pasada alguien dijo que es delito asaltar un banco, pero que es mucho más delito… ¡fundarlo!

Por supuesto. ¡Es así, madre! No, perdón: no pongas “madre” en la entrevista. Soy muy animal cuando hablo. Pero… siguiendo con lo que te decía: ni me preguntes el nombre de quién dijo esa frase; creo que era un gringo, un alemán: Trecht, o Brecht, o algo parecido. Bueno, no importa… Las pocas veces que me relacioné con gente así, con banqueros quiero decir, gente de mucha plata, políticos, personajes de alcurnia, me di cuenta cómo me veían: yo era siempre una basura al lado de ellos. Y me lo hacían sentir. Pero lo era no sólo por ser caco. ¡También me veían así cuando era jefe de la pandilla y les hacía los trabajos sucios que me pedían! Pero en realidad: ¿quién era más basura? ¿No se es basura también, o más todavía, por tirar bombas atómicas, o napalm? ¿Te acordás de la foto de la niña vietnamita quemada? ¡Qué mierda!, ¿no?

Ya que querés saber detalles escabrosos de todo esto, de mi vida, de los asesinatos, de las pandillas, te puedo contar –y eso sí te pido por favor que lo pongas en la entrevista– que mucha de la gente que me troné fue en El Salvador. Lo hice por encargo. Era la época en que ya ganaba bien, que tenía cierta seguridad. Ahí ya no caía preso por robarme una cadenita de oro como en otros tiempos. Si me agarraban, como pasó en un par de oportunidades, tenía buenas conexiones que me hacían salir al día siguiente.

Bueno, no me quiero extraviar en el relato: te decía que ahí ganaba bien. Los encargos eran cosa seria. Recuerdo que tuve que ocuparme de un par de dirigentes sindicales conocidos. Uno fue durante la huelga de maestros del año… ¡Fue famosa! ¿Te acordás de esos sindicalistas? No importa dar sus nombres ahora, pero uno de ellos era un dirigente muy conocido a nivel nacional. La verdad que me costó bastante eso, porque el fulano tenía dos tipos de custodia. Y por supuesto también me los tuve que tronar. Fuimos con algunos muchachos de la banda, bien armados… ¿Que quién nos daba las armas? Ah…, eso es otra cuestión. Algunas las comprábamos, otras las robábamos… Ah, vos decís para esa operación. En este caso pedí tres mini Uzi nuevitas a quienes nos contrataron. Era parte del pago, se puede decir, porque después nos las quedamos nosotros. Y pagaron con dólares nuevecitos, uno sobre otro. Si te digo quién fue el diputado que nos contactó te caerías de espalda. No te voy a dar el nombre, porque no quiero ponerme en riesgo yo, pero te puedo contar que uno de los tipos más influyentes en la política salvadoreña de ese entonces fue el que me contrató para el trabajito. En realidad, con él me vi sólo una vez. Y te aseguro que fue lo más despectivo que puedas imaginarte. Me hacía sentir una mierda. Después seguimos las negociaciones con sus colaboradores. Eso, con toda sinceridad, despreciarme de esa manera mientras me contrataba como matón a sueldo, ¿no te parece más basura que yo? ¿Quién era la basura, la pura mierda? Contestame eso… ¿eh?

Esa es una de las importantes que te puedo contar. La otra fue más gruesa todavía. Y ahí estuvo implicada la Embajada.

¿Qué Embajada? La gringa, por supuesto. En Latinoamérica cuando uno dice “la embajada” se sobreentiende que es la de Estados Unidos, los verdaderos mandamases. No hablé nunca con el Embajador, ¡qué va! Me comunicaba sólo con un par de norteamericanos –la verdad, nunca supe sus nombres– a los que sólo conocía por Mickey Mouse y Pato Donald (¡mirá cómo se hacían llamar los cabrones!). Y esta sí fue cosa seria. Lo pensé y recontra pensé mil veces antes de decidirme. En realidad, yo había trabajado con él previamente: El Canguro. El más buscado narco del país. Yo le había hecho un par de trabajitos sucios al fulano. Sí, sí: por supuesto. Sacarles de encima a competidores molestos que venían disputándole terreno.

El tal Canguro creo que me tenía cierto aprecio. Bueno…, el aprecio que puede haber entre gente como uno. Aunque, filosofando siempre… ¿podrán tener aprecio sincero gente como un hampón, o estos banqueros –que son lo mismo– o los diputados, o los embajadores que pueden hacer cochinadas como esta que te estoy contando? ¿Se arrepentirán alguna vez de las mierdas que hacen? ¿Quién es realmente la basura: el que vende niños… o el que los compra? Me lo pregunto muy en serio, porque esta gente, aunque vaya a misa los domingos y se golpee el pecho, la verdad que no creo que se arrepienta nunca de nada. Son más asesinos que yo. Yo me los quiebro a plomazos, y está mal. ¡Pero ellos lo piensan, y pagan por el trabajo! ¿No te parece más asqueroso y violento eso todavía?

Bueno, te contaba la historia del Canguro. Este era un pez gordo en El Salvador. En realidad, creo que ahora lo puedo contar sin problemas, el tipo había sido agente gringo. Sé que cobraba sueldo de la CIA. Sí, sí… de la CIA, de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos de América, la que tiene un águila en el escudo. ¿Te sorprende? A mí no.

Después de haber visto tanta mierda, de haber estado cerca de los poderes reales, los que me encargaban esos trabajitos sucios, la verdad es que no me sorprendo de nada. Y a veces hasta me parecen juegos de niños las cosas que yo hacía, comparadas con las porquerías de las que me fui enterando. Yo mataba uno por vez, de un tiro. ¿Qué me decís de tirar una bomba atómica sobre población civil totalmente desprevenida y matar casi un cuarto de millón de personas? Quienes deciden y encargan esas cosas son tremendamente peores que el peor pandillero, ¡creémelo! ¿Vos te imaginás ese nivel de manejo: poner a un narcotraficante famoso como agente de inteligencia? ¿Para qué eso? La madeja del ovillo es bien complicada. ¿Vos sabés quién es el principal cartel de narcotráfico en el mundo? No es ni colombiano, ni mexicano, ni afgano, ni del Asia…. ¡No, no! Es la DEA. Sí, exacto. La Oficina gringa que, supuestamente, se ocupa del combate a las drogas.

¿Vos pensás que si realmente se quisiera combatir la droga como un problema de salud para la juventud se invertiría casi solo en armas, tal como ahora se hace? No, mi amorcito. ¡Para nada! El tema de la droga es un negocio fabuloso para quienes lo manejan, que no son sólo estas redes de latinoamericanos. Estos –y yo me puedo haber sentido parte de ese negocio– somos los “malos” de la película. Un poco como los indios de las películas de Hollywood, como recién decíamos. ¿Sabías vos que entra más de una tonelada diaria de droga a Estados Unidos? ¿Nadie se da cuenta? ¿Así se hace el supuesto combate al narcotráfico? ¿Tan bobos son los soldados en la frontera gringa? ¿Cómo es que pueden agarrar tanto inmigrante y se les escapa tanta droga? Ahí hay gato encerrado, sin dudas.

Bueno, el Canguro era parte de ese circo. Creo que no hace a los detalles que vos querés publicar en esta revista, que tienen más que ver con mi historia de “criminal inhumano”. Pero creéme, con toda sinceridad, que yo no soy el peor en todo esto. Fui, no lo oculto para nada, un enfermo. Un muchachito que se crió entre balazos y muertos, y hasta me atrevería a decirte que la sangre me excitaba. Mi viejo fue uno de tantos y tantos salvadoreños que huyó de su país de origen, no tanto por la guerra sino por la catástrofe económica que vivíamos. Éramos él, mi viejita y cuatro hijos. Nos fuimos todos para los Estados; yo llegué cuando era un bebé. Por eso soy medio gringo, medio latino. Al final, me dieron la ciudadanía. Pero en realidad soy un muerto de hambre hecho a los plomazos en la calle, medio analfabeto, tímido en un sentido… Sí, sí: no te rías. Soy tímido, aunque maté a más de 40, y violé, y tengo regados por ahí no sé cuántos hijos. Hacía todo eso justamente porque soy tímido. Todo esto es una careta, una manera de protegerme, de no mostrarme. Me defendía a los balazos, pero atrás de eso soy muy frágil.

Pero, ¡vamos al grano! El tal Canguro era un agente que trabajaba para la Embajada, disfrazadamente, claro. En realidad, como vivía en un barrio donde había habido muchos guerrilleros, conocía a la gente y a los organizadores barriales mejor que nadie. Él pasaba esa información, y no sé qué más hacía para la CIA. Y a cambio lo dejaban traficar. Él se encargaba de hacer llegar cargamentos de Colombia hasta la frontera con México. Mirá: no conozco exactamente los detalles, pero sé que una vez se quedó con un vuelto de la DEA en una operación –un vuelto que era como de un millón de dólares– y eso no se lo perdonaron. Entonces ahí me contratan.

Te digo que lo pensé mucho, porque meterme en algo así era muy gordo, bien pesado. Pero los dólares pueden más que cualquier cosa, ¿no? “Poderoso caballero es don Dinero”, me dijeron un día citando una poesía que ni recuerdo de quién era. ¡Cuánta razón!, ¿no? El dinero mueve el mundo. Y bueno… es por eso que acepté. Y me troné al Canguro. No te voy a contar los detalles, pero que lo hice: ¡lo hice!

A partir de ahí empezó a cambiar mi vida. Ya no soy un niño, y si sobreviví todo lo que sobreviví –la gente como yo muy raramente pasa los 30 años– ya era hora de cambiar.

¿Qué si busqué alguna religión para eso? ¡¡No, no!! ¡En absoluto! Hay muchos compañeros que salieron de las pandillas, o también de las drogas, gracias a alguna iglesia. ¡No fue mi caso! No, para nada… ¿Me permitís que te diga algo? Yo nunca creí en esas cosas. Las religiones –es mi muy personal punto de vista, claro– no sirven para nada. Hubo otro de estos famosos cráneos que dijo algo como que “la religión es la droga de los pueblos”, o algo así ¿verdad? No, no… No lo leí; me lo dijo un educador en la cárcel alguna vez. Creéme que yo soy medio analfabeto. Y la verdad que tiene mucho sentido lo que dijo el viejo ese. Las religiones te vuelven más tonto. Si a alguien le sirve para dejar los malos pasos… ¡enhorabuena! Pero no es mi caso. Yo hice clic de otra manera. Además, lo que yo necesitaba no era alguien que me ordenara la vida, como pasa en muchos muchachos, descarriados, perdidos. Yo necesitaba dejar de matar, porque si no me iban a matar a mí.

¿Qué? ¿Y cómo te enteraste de eso? Yo no se lo conté a nadie. ¡Vos debés ser medio bruja! ¡¡O de la CIA!! Sí, efectivamente. Fue mi última muerte. ¡Y ya no más! Ahora soy pacífico, totalmente pacífico. Era una de mis hijas. La menor, concretamente, de 13 años. Sí, ¡yo la maté! Se había hecho pandillera la muy cabrona. Estaba perdida la pobre, se había hecho novia del jefe de la banda más criminal de El Salvador. Ya no tenía arreglo. Te aseguro que así le ahorré muchos sufrimientos…


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