“Las bombas podrán terminar con los hambrientos, con los enfermos y con los ignorantes, pero no con el hambre, con las enfermedades y con la ignorancia”.
Fidel Castro
“Las bombas podrán terminar con los hambrientos, con los enfermos y con los ignorantes, pero no con el hambre, con las enfermedades y con la ignorancia”.
Fidel Castro
“Cuando mi vieja estaba embarazada, producto de una violación, me quiso abortar. Pero los de la iglesia le dijeron que no, que eso era pecado. Yo me crié como pude, con seis hermanos más, siempre pasando penurias, sin un centavo, mendigando. Así fue que me hice ladrón y después entré a la mara. El otro día me agarraron robando y me querían linchar. Alguien dijo que no, que me llevaran con la policía para que me juzguen y después me condenen a muerte. Yo pregunto: ¿por qué ahora me quieren matar y no cuando estaba en la panza de mi vieja? ¿No hubiera sido mejor?” Palabras de un pandillero.
La
legalización del aborto no terapéutico es una urgente y humanitaria medida de
salud pública, imprescindible en la Guatemala actual (quinto país en la
comisión de abortos ilegales en Latinoamérica, con alrededor de 100
realizaciones diarias según informes recientes). Esas prácticas, hechas en
clandestinidad y, por tanto, en la mayoría de los casos en condiciones de gran
precariedad higiénica, constituyen una de las principales causas de
morbi-mortalidad materna en el país. ¿De qué protección se habla entonces cuando se prohíbe el aborto? Nacen los niños,
pero la mitad de la población infantil está desnutrida, el 40% no termina la
educación primaria y muchísimas niñas y niños trabajan desde temprana edad. Mejor ¿por qué no proteger una VIDA DIGNA en
vez de golpearse el pecho con invocaciones moralistas? Las palabras del joven
pandillero son más que elocuentes.
“Estimadas catedráticas y catedráticos. Les hemos convocado a esta reunión para hacerles saber que deben poner todo su empeño en que ningún estudiante pierda sus clases. Recuerden que si pierden, se enojan, se cambian de universidad, y por tanto, perdemos ingresos. Y si perdemos ingresos, no podemos seguir pagando sus salarios. Y todas y todos ustedes tienen familia, deudas, compromisos adquiridos, y no querrán dejar de cumplir con sus obligaciones, ¿no es cierto? Creo que entienden lo que estoy diciendo, ¿verdad?”
Vicerrector de una universidad privada al claustro
docente
Como la clase dominante de Estados Unidos está perdiendo su hegemonía global, inventó esta guerra de Rusia (¡de Putin!) contra Ucrania. En esa mentira intenta arrastrar a la Unión Europea. ¿Por qué fabricaron esta mentira? Porque Washington NECESITA una guerra para no perder su hegemonía mundial, cosa que le están arrebatando China y Rusia.
¡¡¡CUIDADO!!! ¡¡NO NOS DEJEMOS ENGAÑAR!! AQUÍ ESTÁ ESTA SARTA DE PATRAÑAS:
https://maldita.es/malditobulo/20220224/conflicto-militar-rusia-ucrania-bulos/
https://www.youtube.com/watch?v=g31f5cWGtas&t=108s
Zbigniew Brzezinski, uno de los hacedores de la política externa de Estados Unidos, dijo en 1997 que para seguir mantenido la hegemonía en el siglo XXI, Washington debe trabajar “Para impedir la confabulación y mantener la dependencia securitaria de los vasallos, para mantener a los tributarios obedientes y protegidos, y para impedir que los bárbaros se unan”.
¿LAS ARMAS BACTERIOLÓGICAS VAN EN ESE SENTIDO?
https://www.facebook.com/100063732279153/videos/259349608478232
Un asalariado pobre (obrero, campesino,
empleado, maestra, etc.) necesita 387 años para ganar lo que un super rico gana
en un mes.
Un asalariado no tan pobre (diputado,
esos que sacan las leyes que necesitan esos super ricos) necesita solo algo
menos de 100 años.
La quería entrañablemente. Había sido un amor fulminante, a primera vista. Cuando llegó a Tokio para estudiar su maestría en informática, temía que su precario japonés no le permitiera desenvolverse bien. Trasladarse desde Colombia a un país tan lejano, sin ningún familiar, sin ningún amigo, para estudiar más de diez horas diarias en un ambiente tan desconocido, era todo un reto. Muchas veces pensó que no lo lograría, pero conocer a la bella Takako –también estudiante de la maestría– le animó y le llenó de energía.
Noviaron por espacio de casi los dos años que duraba su beca. En
Colombia, igual que en tantas partes del mundo, era una extendida fantasía
estar con una geisha japonesa. A veces no podía creer todo lo que estaba
viviendo. No fueron pocas las veces que les encontraba el amanecer luego de
toda una noche de amor, aún con más ganas de seguir amándose.
Estaba comenzando a contemplar la posibilidad de quedarse en forma
definitiva en Japón, incluso contraviniendo el contrato que le obligaba a
retornar a su país natal. El amor por la hermosa Takako estaba más allá de
todo. Hasta que sucedió lo impensable. Un mes antes de finalizar la beca la
descubrió besándose con un varón. Jorgelina no pudo tolerarlo y mató a su novia
japonesa.
Ahora, detenida en Tokio, ha contemplado la alternativa de suicidarse.
Pero hay que ser japonés de origen para atreverse a practicar un harakiri.
En general no se relaciona a Latinoamérica con la ciencia, la tecnología, el arte o la filosofía; pero sí con atraso, primitivismo y con sociedades detenidas en los siglos de la colonia española, llenas de prejuicios. ¿Somos así los latinoamericanos o es la lectura que sobre nosotros produce el discurso imperial que nos condena a ser “indios” y “negros” atrasados, proveedores de materias primas baratas?
Desde hace algún tiempo se ha popularizado en el mundo la noción de lo "light". Todo es "light": la vida, las relaciones interpersonales, la actitud con que se enfrentan las cosas, la comida, las diversiones. "Light", ligero, liviano. La consigna -detrás de todo esto- es, pareciera: "¡no complicarse!" (Don’t worry!), "¡sé feliz!" (Be happy). Dicho de otro modo: no pensar, olvidarse del sentido crítico. Por supuesto, hay que “decirlo en inglés para que sea más evidente su sentido: lengua de los ganadores”, of course (no hay que ser loser - perdedor).
PERO…. ¿Y SI NO SOMOS GANADORES, ….. SOBRAMOS?
En la página 104 de la revista “Complot Magazine” número 58, de febrero del 2007 pueden leerse los nuevos “10 mandamientos”.
En un principio podríamos asociarlo a
alguna referencia religiosa o moral. Pero no, se trata de un tema de distinta
índole: la ética del
capitalismo, los lineamientos de la “moral del consumo”, la civilización del despilfarro.
Solo a modo de muestra de los
“mandamientos” pautados, citaremos algunos al azar; por ejemplo, el número
seis: “Pagar, lo que
sea, para intentar obtener el cuerpo perfecto”. O el número
10: “Poseer, tan
pronto salga al mercado, el accesorio más deseado: el iPhone”.
En realidad, ninguno de los mandamientos
tiene desperdicio; podríamos ver, por ejemplo, el número cinco: “Exhibir el tesoro más valioso: una piel
extraordinaria con L’or de vie créme de Dior”; o el número
9: “Mirar, con
detenimiento, cuál ha sido el impacto de Paris Hilton en la sociedad, con el
divertido blog de Las Ultra Fabulosas”, donde uno puede
enterarse, entre otras cosas, que la referida estrella estadounidense “salió de
prisión desfilando, divina y posando” y que [Christian] “Dior escuchó nuestras
plegarias”
Podríamos pensar que tal publicación es
una revista de humor, y los “mandamientos”, en cuestión, chistes quizá de un
humor ácido, negro, pero chistes al fin; pero no, se trata de la esencia de la
nueva “religión” creada por el capitalismo: la sociedad industrial que hace un par
de siglos se globalizó y manipula todas las relaciones humanas,
prácticamente en todos los rincones del planeta con un mandato imperativo: ¡consumir!
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“Las religiones no son más que un conjunto de supersticiones útiles para mantener bajo control a los pueblos ignorantes”.
Giordano Bruno
Los seres humanos nos decimos “civilizados”. Sí, sin dudas. En sentido estricto, lo somos. Somos una especie animal absolutamente civilizada, transida de cabo a rabo por el orden simbólico. Todo lo que hacemos está tocado por el proceso civilizatorio, todo, incluso aquellas cosas que parecieran más naturales. La alimentación, o la reproducción, por ejemplo, funciones básicas para mantener vivo a cada sujeto o para perpetuar la especie, como productos de la civilización ya dejaron de ser pura biología. Por eso hay quienes no tienen para comer y pasan hambre, o mueren de inanición (en tanto sobra comida en el mundo: 40% más de la necesaria para alimentar perfectamente a toda la humanidad), o son obesos o presentan anorexia. Nada de eso es algo estrictamente biológico, explicable desde parámetros físico-químico. Es un tejido social el que lo determina, una historia.
Otro tanto pasa con la sexualidad: no hay estricta
correspondencia entre la realidad anatómica y la identidad sexual. Hoy día
hablamos de LGTBIQ+. Nada de eso que llamamos sexualidad queda enteramente determinado
por la biología. Es nuestro ser social –historia subjetiva e historia
colectiva– la que nos moldea. La procreación es también un asunto simbólico (¿cómo
entender desde la carga genética la homosexualidad, el voto de castidad, la
esterilización o todas las confusas y erráticas conductas a las que asistimos
en este ámbito?). En sentido estricto, no hay sexualidad normal. La procreación
es una de las tantas posibilidades que se derivan del acto sexual, pero no la
única. El placer en este campo puede ligarse a una multitud casi interminable
de acciones.
Es decir: todo lo que hacemos tiene que ver con
nuestra civilización, con nuestra socialización. Incluso el primitivo garrote
del hombre de las cavernas, eso ya es un refinamiento civiliazatorio comparado
con cualquier animal. De allí, desde la primera piedra afilada por el primer Homo habilis hace dos millones y medio de
años hasta la computación cuántica o los viajes espaciales, el único animal que
pudo lograr transformar la naturaleza es este bicho civilizado que somos los humanos. “El trabajo es la esencia probatoria del ser humano”, dirá Marx
parafraseando a Hegel.
En esa línea podría decirse que la civilización es
aquello que nos va alejando cada vez más de lo animalesco, de la pura
sobrevivencia natural, del instinto (que
es un esquema
de comportamiento heredado que varía poco o nada de un individuo a otro, y que
se desarrolla siempre según una secuencia temporal fija, teniendo un objeto y
una finalidad invariable). Civilizarse
es refinarse, es utilizar cada vez más las funciones intelectuales superiores
en desmedro de la animalidad instintiva, de la pura fuerza bruta. El instinto,
como se ha dicho en psicoanálisis, está “pervertido” por lo social. No hay ser
humano “normal” por nacimiento –lo puede haber en términos biológicos, claro–:
todo lo demás es construcción histórica.
De todos modos, la fuerza bruta persiste. La violencia
es algo enteramente humano. Ningún animal ejerce violencia como nuestra
especie: los depredadores cazan, y punto (el león, el cocodrilo, el tiburón, el
águila). Nunca un depredador carnívoro ejerce el poder, la supremacía social,
la arrogancia con el más débil. Se lo come simplemente; en el mundo animal no
hay racismo, machismo, diferencias económicas, soberbia y arrogancia, tortura,
discriminación de ningún tipo, pornografía, ropa de marca… o ni siquiera ropa
(ningún animal esconde sus órganos genitales; los humanos sí, en todas las
culturas). Los animales no son sanguinarios; nosotros sí. Podemos experimentar
goce con el sufrimiento ajeno. Ahí están las cámaras de tortura y cuanta
perversión sádica se nos ocurra. ¿Festín de sangre? No somos Drácula, pero
pareciera… ¿Por qué, si no, la permanencia de prácticas como las corridas de
toros, las peleas de box o de kickboxing, las riñas de gallos o de perros? O,
en la Antigüedad romana clásica, el Coliseo con leones devorando cristianos y
peleas a muerte de gladiadores. Esto podría llevar a pensar también el porqué
de las guerras y su nada cercana perspectiva de erradicación, pero eso nos conduciría
por caminos que exceden este breve y poco profundo opúsculo. Aunque no está de
más recordar eso, justamente en estos momentos en que caminamos sobre un campo
minado con la provocación
de Estados Unidos y la OTAN a Rusia.
¿Cuál puede ser el placer de ver una lucha a muerte
entre dos adversarios?, porque no otra cosa son, en definitiva, estas prácticas
sanguinarias arriba mencionadas: la búsqueda de la eliminación del otro, la
sangre, el festín de la muerte. ¿Qué deseos alimentan todo eso? ¿Por qué ese
placer en gozar, incluso excitarse, con la sangre que corre? En todas estas
prácticas culturales la muerte es el convidado especial. En el box, justamente
como producto del “avance” en la civilización, ya no se persigue la muerte del
rival –se usan guantes y protectores bucales, hay reglamentos estrictos a
seguir y un árbitro que media entre los contrincantes– pero sí el sacarlo fuera
de combate. De todos modos, no deja de ser llamativo el enardecimiento del
público en las graderías: “¡Mátalo!,
¡Sangre!, ¡Dale en la herida!”. O el festejo gozoso del ganador que noqueó
al adversario, rebosante de alegría mientras el perdedor es retirado en
camilla. Todo esto puede hacer pensar en palabras de Sigmund Freud con motivo
de la llegada de los nazis y la anexión de su Austria natal al Tercer Reich: “Hoy día los nazis queman mis libros. En la
Edad Media me hubieran quemado a mí. Eso es el progreso humano”. Es decir:
somos terribles, pero cada vez somos menos
terribles. Sigue habiendo machismo, pero ya no se obliga a las mujeres a
usar cinturón de castidad, y si bien hay racismo, ya no se puede humillar
públicamente a nadie por su color de piel o pertenencia étnica, porque eso es
delito.
La civilización es ese largo, tortuoso, nunca
terminado proceso en el que nos vamos alejando de nuestros orígenes animales.
Pero lo curioso es que… ¡ningún animal mata por placer! En nuestro mundo
civilizado cada dos minutos muere una persona por un disparo de arma de fuego.
Y la industria de los armamentos (desde una pistola personal hasta un
portaviones atómico con aviones de combate o misiles hipersónicos con carga
nuclear), es el ámbito humano que más dinero mueve promoviendo los más osados e
increíbles avances científico-técnicos.
Aquello de poner la otra mejilla cuando nos abofetean
la primera, no pasa de vacío e impracticable pedido moral. La realidad humana
va por otro carril. En nombre del amor y de algún dios (de los tres mil que
existen) se realizaron las peores guerras religiosas. Parece que la sangre nos
llama (“La violencia es la partera de la
historia”, dijo con exactitud ese decimonónico pensador supuestamente
“superado”). Por lo que, si algún freno puede oponérsele a la violencia, la
apelación a un sacrosanto amor no alcanza. Digamos que “nadie está obligado a
amar a otro, pero sí a respetarlo”. En definitiva, la civilización es eso: la
instauración de una ley, de una norma que rige el funcionamiento social (la
prohibición del incesto, o del asesinato, la instauración de la propiedad
privada, el rojo del semáforo o la interdicción de orinar en la calle más un
largo etcétera). Sin dudas, las leyes no necesariamente son justas (¿lo es
acaso la propiedad privada, por ejemplo?). Son un ordenamiento hecho desde el
poder: “La ley es lo que conviene al más
fuerte”, dijo Trasímaco hace más de dos mil años; injusto quizá, pero
necesario para establecer un orden humano.
Freud, en lo que él llamó su “mitología conceptual”,
elucubró una pulsión de muerte (Todestrieb), energía destructiva que
anida en cada uno de nosotros, y que se manifiesta en todo lo anteriormente
descrito. Concepto problemático como el que más, muy discutido por todo el
ámbito psicoanalítico. Lo que está claro es que, viendo cómo nos movemos los
seres humanos, la intuición freudiana no parece descabellada. Corridas de
toros, riñas de gallo, peleas de box… ¿guerra mundial con armamento atómico?
Parece que la sangre llama.
En algún país por allí, de cuyo nombre no quiero acordarme, unos legisladores algo mentirosillos aprobaron una ley curiosa. La susodicha normativa pretende defender la familia, la sexualidad “correcta” y las buenas costumbres, prohibiendo, entre otras cosas, la interrupción de los embarazos.
Curioso,
decíamos, porque se protege la posibilidad de traer niños al mundo, pero no lo
que pasará luego con esos infantes pues, “curiosamente” también, la mitad de esa
población infantil presenta desnutrición crónica, lo cual afecta de por vida el
desarrollo (personal y social).
¡NO MATARLOS EN EL VIENTRE MATERNO,
PERO SÍ MATARLOS DE HAMBRE YA EN SU VIDA EXTRAUTERINA! NO SE ENTIENDE BIEN LA
JUGADA…
https://www.facebook.com/watch/?v=1609536179373822
Rigoberto
Trujillo se crió junto a Juan Diego Flórez. Ambos compartieron travesuras
infantiles, parrandas adolescentes y algo de música. Juan Diego, andando el
tiempo, llegó a ser uno de los mejores, si no el mejor cantante de ópera. “Este
peruano es mi sucesor como el más grande tenor”, llegó a declararlo el
legendario Pavarotti. Rigoberto no pasó de músico aficionado, y el alcohol
prontamente comenzó a hacer estrategos en su vida.
De jóvenes,
ambos entonaban juntos algunos huaynos, así como canciones de Los Beatles.
Posteriormente Juan Diego triunfó en los más connotados escenarios mundiales;
Rigoberto no pasó de desentonadas canciones en cantinas de mala muerte de su
Lima natal. Su envidia, incubada desde años atrás, ahora iba en aumento. Era un
odio visceral que lo carcomía.
“Si pudiera,
lo mataría. O mejor aún: le daría un tiro en la garganta así le arruino su puta
carrera”, mascullaba con un dolor indecible. Producto del alcohol, pero
básicamente porque su talento no era, ni remotamente, el de su ex amigo de
juventudes, su voz cada vez se tornaba más desagradable, cascada, casi
inaudible. Por el contrario, Juan Diego acrecentaba su fama y para sus
presentaciones había que reservar entradas meses antes.
Fue por
casualidad que Rigoberto vio el video de la actuación de Juan Diego en la Scala
de Milán. Sin duda, presentación histórica, única, que quedó en los anales de
la historia musical como una de las más grandiosas interpretaciones. Para la
ocasión, cantaba ahí el aria “Ah, mes amis”, de la ópera “La hija del
regimiento”, de Gaetano Donizetti. Obra de dificilísima interpretación,
presenta dificultades técnicas que hace que muy pocos tenores del mundo se
atrevan con ella; los nueve do de pecho que impone, la convierten en tan
complicada como majestuosa. Aquel 20 de febrero de 2007 Juan Diego logró lo que
no se hacía desde 1933, cuando el legendario Chaliapin, el bajo profundo ruso,
obligó a que el público pidiera un bis. Ahora, Juan Diego lograba algo similar:
después de cinco minutos de enardecidos aplausos, con lágrimas en los ojos de
la emoción, repitió el aria.
Cuando vio eso,
Rigoberto no pudo resistirlo. Después de repetir más de una docena de veces la
filmación, en el momento de la ovación del público se descerrajó el tiro en el
paladar. Curiosamente, no murió. Ahora, con su imagen de pobre indigente
desarrapado, tararea con voz apenas audible alguna canción popular en el metro de
Lima, viviendo de las limosnas.
A partir del declive de Estados Unidos como potencia hegemónica única y ante el avance de nuevos poderes: China y Rusia, Washington intenta inventar una guerra europea con el objetivo de frenar a estos dos países. Ahí está Ucrania como posible campo de batalla, sin decidir absolutamente nada en la cuestión, y la Unión Europea tratando de ser arrastrada por la Casa Blanca a una guerra que no le compete. El peligro de una conflagración mundial con armas nucleares es real. ¿Fin de la humanidad? Por qué no.
Ante ello,
¿DÓNDE DIABLOS ESTÁ LA ONU?
Escondida bajo la cama, por supuesto. Esto muestra que el manejo del mundo
sigue estando en manos de unos pocos, y la Organización de Naciones Unidas no
sirve en absoluto para los fines que, supuestamente, fue creada: FOMENTAR EL DESARROLLO Y ASEGURAR LA PAZ.
¿VALE LA PENA MANTENERLA?
No se entiende bien esto. Se dice que Maduro es un dictador, que Putin es un autócrata, que Xi Jinping es un déspota, que Castro era un dinosaurio que se perpetuó en el poder por décadas…. Bueno, eso dice cierta industria mediática, conservadora y de derecha, funcional a los poderes que declaran guerras y hambrean a la gente. Insisto: no se entiende bien esto. ¿Por qué todos los mencionados serían unos sátrapas y esa parásita de la monarca del gran centro imperial del Reino Unido, una tal Isabel, a quien NADIE eligió con voto popular, y que lleva SETENTA AÑOS en el trono (¿sangre azul?, ¿la nombró dios?), sin trabajar, sería magnífica y merecería muestras de cariño?
Ser varón, ser un macho, es sinónimo de “hombría”. Esta condición, a su vez, se define por características consideradas inherentes a la masculinidad: energía, fortaleza, coraje. ¿Puede una mujer participar de las propiedades de la hombría? ¿Y un homosexual? Seguramente no. En todo caso, para ser una mujer “que se hace valer” (la Dama de Hierro Margaret Tatcher o Condoleeza Rice, la Mujer Maravilla o cualquier ejemplo de lideresa “exitosa”) hay que presentar una dosis de dureza. Los símbolos de la femineidad no se corresponden con una imagen violenta.
Lo que está claro es que,
hasta ahora, todas las construcciones culturales de la masculinidad han apelado
a la violencia, a la fuerza, a la agresividad como distintivo de su condición.
Es decir: el triunfo se asocia con la superación sobre el otro, con su derrota.
Los modelos culturales con
los que se han construido todas las sociedades hasta la fecha se centran en la
hegemonía varonil. El poder, la propiedad, el saber, en definitiva: las consideradas
por el patriarcado dominante como “cosas importantes”, son masculinas,
varoniles. “El mundo de la mujer es la casa; la casa del hombre es el
mundo”, reza el refrán. Las sociedades machistas han considerado siempre la
fuerza como un valor en sí mismo. Fuerza va de la mano de éxito, virilidad es
sinónimo de fuerza. Y el mundo sigue centrándose en el patriarcado, en la
violencia como recurso último. Como en la época de nuestros ancestros: ¿quién
manda? Quien tiene el garrote más grande. Hoy esos garrotes se llaman armas
nucleares. El tamaño sí importa.
“La violencia es la partera de la historia”; al menos hasta ahora,
eso es innegable, y todas nuestras matrices culturales siguen haciendo de ella
el destino mismo de lo humano. La guerra ha sido y continúa siendo una de las
actividades más importantes en la dinámica social. Por cierto: cosa de varones,
de machos (aunque quien dirigía las
torturas en Irak fuera una mujer, Janis Karpinski, una generala, que sin dudas “los tenía bien puestos”).
Nada es eterno felizmente
(todos los dioses inmortales… al final desaparecieron), y esos patrones
patriarcales comienzan a ser cuestionados. Pero solos no han de caer, por lo
que necesitan un importante esfuerzo para seguir siendo puestos en dudas y
modificados. Buena parte de ese esfuerzo, además, debe venir desde los varones.
El machismo es un problema social, de
todas y todos, por lo que no son solo las mujeres las que tienen ante sí un
desafío. Son las sociedades en su conjunto las que deben cambiar. Metiendo
preso al albañil que le silba a una mujer desde su andamio no se termina el
problema: es un reto social.
Quizá hoy día en muchos
países occidentales ya dejó de ser tema tan normalizado la violencia
intrafamiliar; al menos, ya puede ser considerada un hecho delictivo y no un
“derecho” masculino. Aunque en modo alguno ha desaparecido, valga aclarar. La violencia,
además de la brutal agresión física, va tomando otras formas. La fortaleza
masculina -si es que a eso se le puede llamar “fortaleza”- puede verse también
de otras maneras:
•
De entre casi 200 países, solo alrededor de 20 están conducidos
políticamente por una mujer.
•
Solo el 14.5% de los miembros de los parlamentos nacionales de todo el
mundo son mujeres.
•
El 7% del total mundial de gabinetes ministeriales son mujeres; las
mujeres que son ministras se concentran en las áreas sociales.
•
Dentro de Naciones Unidas las mujeres ocupan sólo el 9% de los trabajos
directivos de mayor nivel.
•
El 99% de los títulos de propiedad combinados de todo el planeta
(acciones, tierras, bienes inmuebles, cuentas bancarias) está en manos masculinas.
•
Las mujeres trabajan igual o mayor cantidad de horas y con similar o
mayor esfuerzo que los varones por menor salario.
•
El trabajo doméstico de las amas de casa -sin horario, continuo,
perpetuo- no es justamente valorado ni reconocido como creador de valor.
•
Los efectos no deseados de cualquier método anticonceptivo los padecen
siempre las mujeres y no los varones (incomodidad, cambios hormonales, incluso
esterilidad), debido a la forma en que están concebidos -es siempre la mujer la
que tiene que “cuidarse”-, y el preservativo, prácticamente el único método con
que se protegen los varones, puede causar en no pocos casos irritaciones y
alergias a las mujeres-.
Ser varón otorga una cuota
de poder sobre la mujer. Por tanto, implica en forma natural poder ejercer la
violencia sin siquiera considerarla como problema. Ser un macho hecho y derecho
lleva implícita la violencia como su rasgo distintivo. Eso está naturalizado.
¿Puede construirse una
masculinidad sin necesidad de apelar a ese estereotipo violento? Eso lleva a pensar
cómo construir un nuevo modelo de sociedad basado en la horizontalidad, en el
compartir poderes y no en la imposición violenta y jerárquica del que “está
arriba”.
Pensar hoy en si se puede
ser varón sin ser violento es como pensar en una sociedad sin fuerzas armadas:
quizá suene quimérico, pero ahí está el reto. La construcción de una sociedad
nueva, solidaria y no basada en la fuerza bruta, va de la mano de nuevas y
superadoras relaciones donde nadie domine a nadie. Como dijo el Subcomandante
Marcos: “Tomamos las armas para construir
un mundo donde no sean necesarios los ejércitos”.
El matrimonio es la forma social que toma la unión de varones y mujeres (hoy día eso está en entredicho) para reproducir la especie. A partir de esa unión se constituye la familia, considerada la célula de toda sociedad. Según investigaciones recientes, aproximadamente un 50% de matrimonios en el mundo se disuelve antes de los primeros 10 años de consumados.
Podemos tomar el dato con pinzas (como todo dato en
el campo de la investigación social), pero no cabe ninguna duda que hay una
tendencia fuerte que no puede desconocerse. Esta tendencia nos habla de algo: el matrimonio es una institución en crisis. Los moteles están siempre llenos, pero
en general no por “felices matrimonios bien constituidos”. Da qué pensar,
¿verdad? Si desde tiempos bíblicos existe un mandamiento que castiga la
infidelidad, pero la misma es el pan nuestro de cada día, eso algo significa.
Queda la interrogante: ¿con qué reemplazarlo entonces?
Los ucranianos: no. Los rusos, tampoco. ¿A quién le sirve ese conflicto bélico? Solamente a la clase dominante de Estados Unidos: es una forma de “contener” a la Federación Rusa (indirectamente a China), sirve a alguna de sus empresas privadas que sigue explotando el gas de Ucrania mientras se intenta cortar el suministro energético ruso a Europa, y sirve, una vez más, a su complejo militar-industrial para seguir vendiendo armas. SOLO A ALGUNOS ESTADOUNIDENSES SERVIRÍA ESTA NUEVA GUERRA. Ucrania, por supuesto, no decide absolutamente nada en esto: es el jamón del emparedado, solo una triste excusa de la Casa Blanca para sus planes imperiales.
¿POR QUÉ NO SE DEJAN DE J…. MOLESTAR CON LO DE LA “INVASIÓN RUSA”?
¿Qué es más inmoral y corrupto: ofrecer soborno o aceptar soborno?
En
otros términos: ¿es la corrupción el verdadero problema que aqueja a las sociedades,
o es la injusticia estructural? ¿Nos vuelve pobres la corrupción de los
gobiernos, o la forma en que está organizada la sociedad y la manera en que se
reparte la riqueza?
¿POR QUÉ EXISTE ESE BLOQUEO?
“La mayoría de los cubanos apoya a Castro. No
existe una oposición política efectiva. La influencia comunista está
impregnando el gobierno. Todos los medios posibles deben emprenderse con
prontitud para debilitar la vida económica de Cuba. Realizar los mayores
avances para negar dinero y suministros a Cuba, para disminuir los salarios
monetarios y reales, para provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del
gobierno”.
Lester
Mallory, Vicesecretario de Estado Asistente para Asuntos Interamericanos del
Departamento de Estado, redactó este texto para la firma del presidente Dwight Eisenhower
el 6 de abril de 1960, según consta en los Archivos Centrales del Departamento
de Estado (737.00/4–660. Secreto).
“PROVOCAR HAMBRE, DESESPERACIÓN Y EL
DERROCAMIENTO DEL GOBIERNO”. 60 años después, esa política se mantiene.
Sacerdote: La concepción de la Virgen María por obra y gracia del Espíritu Santo, por un angelito que bajó a la Tierra a dejarle esa simiente divina, igual que el Infierno, ese lago de fuego donde las almas impuras arderían eternamente, todo eso, mi amigo, no existe en la realidad. ¡Son metáforas! Son narrativas metafóricas para dar a entender la pureza en un caso, y la malicia en el otro.
Feligrés: ¿De verdad, padre?
¡No lo puedo creer! ¿Y por qué mantienen esas mentiras entonces?
Sacerdote: Porque la masa
ignorante necesita creer en algo. Recuerde lo que dijo Giordano Bruno, por lo
que fue condenado a la hoguera: “Las religiones no son más que un conjunto de supersticiones útiles
para mantener bajo control a los pueblos ignorantes”.
Feligrés: Pero, ¿eso no es
blasfemo?
Sacerdote: Mire, después de
muchos años de sacerdocio uno entiende a este teólogo, y lo mal que hizo la
Inquisición en quemarlo.
A: Buena tarde. Usted es el Lic. Martínez, ¿verdad?
B: Sí, bienvenido a
la SAT. ¿En qué puedo servirle?
A: Tenemos entendido
que usted mañana va a hacer una visita a la empresa X., para ver algo de
evasión fiscal.
B: ¿Y cómo sabe eso?
Eso es un operativo secreto.
A: Ni tan secreto,
Licenciado. Nosotros sabemos todo.
B: ¿Y qué quieren?
A: Mire…, de cuate.
Mejor no vaya y dejemos todo así, ¿le parece? Aquí tiene este regalito que le
va a ayudar para terminar de pagar la hipoteca de su casa y aquí no ha pasado
nada.
B: ¿¡Me está
sobornando!?
A: Usted me entiende,
Licenciado. No nos hagamos los tontos…
B: ¿Y si no acepto y
lo denuncio?
A: Recuerde que tiene
dos hermosas hijitas a las que no querría que le pase nada, ¿verdad?