“Cuando mi vieja estaba embarazada, producto de una violación, me quiso abortar. Pero los de la iglesia le dijeron que no, que eso era pecado. Yo me crié como pude, con seis hermanos más, siempre pasando penurias, sin un centavo, mendigando. Así fue que me hice ladrón y después entré a la mara. El otro día me agarraron robando y me querían linchar. Alguien dijo que no, que me llevaran con la policía para que me juzguen y después me condenen a muerte. Yo pregunto: ¿por qué ahora me quieren matar y no cuando estaba en la panza de mi vieja? ¿No hubiera sido mejor?” Palabras de un pandillero.
La
legalización del aborto no terapéutico es una urgente y humanitaria medida de
salud pública, imprescindible en la Guatemala actual (quinto país en la
comisión de abortos ilegales en Latinoamérica, con alrededor de 100
realizaciones diarias según informes recientes). Esas prácticas, hechas en
clandestinidad y, por tanto, en la mayoría de los casos en condiciones de gran
precariedad higiénica, constituyen una de las principales causas de
morbi-mortalidad materna en el país. ¿De qué protección se habla entonces cuando se prohíbe el aborto? Nacen los niños,
pero la mitad de la población infantil está desnutrida, el 40% no termina la
educación primaria y muchísimas niñas y niños trabajan desde temprana edad. Mejor ¿por qué no proteger una VIDA DIGNA en
vez de golpearse el pecho con invocaciones moralistas? Las palabras del joven
pandillero son más que elocuentes.
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