viernes, 31 de agosto de 2018
jueves, 30 de agosto de 2018
miércoles, 29 de agosto de 2018
UN AVENTURERO DESVENTURADO
Fue el único sobreviviente de la catástrofe.
El avión cayó en medio de una espesa selva tropical, y después de caminar más
de dos días, se encontró con ellos. En todo momento pensó que sería fácil
engañarlos. En la caída no se le había dañado el discman, y con ello pudo
lograr –creía– mantenerlos hechizados. Todos querían escuchar esa "música
mágica" que hacía el forastero. Después fue el turno del despertador de su
reloj pulsera. Con tanto "truco" los mantendría embelesados hasta
conseguir ganarse su admiración. Después sería sencillo manejarlos. Eso creyó,
hasta el día que se lo almorzaron.
martes, 28 de agosto de 2018
¿CON QUIÉN COOPERA LA COOPERACIÓN INTERNACIONAL?
“La cooperación para
el desarrollo humano persigue objetivos oficialmente declarados pero
sistemáticamente traicionados (…) Los datos sobre el uso global de los
financiamientos de la cooperación parecen demostrar que menos del 7% total de
las sumas disponibles es orientado hacia la ayuda a dominios prioritarios del
desarrollo humano. El resto sirve para objetivos comerciales y políticos que
van en el sentido contrario”. Luciano Carrino
PARA MUESTRA, VER
ESTA PATÉTICA DENUNCIA HECHA DESDE DENTRO MISMO DEL SISTEMA:
lunes, 27 de agosto de 2018
CAPITALISMO: ¡LOCURA INSOSTENIBLE!
Los vehículos con motores que utilizan derivados
del petróleo (gasolina y diesel) son los principales contaminadores del
planeta, causantes de la tremenda catástrofe medioambiental que vivimos. Pero mientras
haya petróleo para explotar (mínimo: un siglo más), las empresas automotrices y
las petroleras, en feliz pacto, seguirán obligándonos a consumir vehículos
contaminantes. ¿Por qué? Porque no quieren perder las ganancias fabulosas que
produce la explotación petrolera.
Es decir: para asegurar las ganancias de unas
pocas personas en el mundo, la población entera del planeta se desfavorece.
¡Eso es el capitalismo! ¡¡Una locura insostenible!!
domingo, 26 de agosto de 2018
FUMANDO ESPERO
Su padre había sido un fanático del tango. En
Medellín, Gardel seguía siendo figura legendaria, seguramente por haber muerto
ahí de modo trágico. El ambiente tanguero estaba en el aire, de ahí que Martín
había heredado esa afición. “Fumando espero” era el tango que más le conmovía,
por eso, en sus momentos más especiales (buenos o malos) no podía faltarle: lo
cantaba, lo silbaba, lo escuchaba en alguna grabación. Además, todo eso lo
asociaba directamente con el motivo de muerte de su padre: cáncer de pulmón,
consecuencia de haber sido un furioso fumador durante toda su vida. Por ese
motivo, Martín hacía lo imposible por no fumar. El período de mayor abstinencia
completa que había logrado era de dos años. Ahora fumaba muy ocasionalmente. Si
de evocación del cigarro se trataba, prefería el mítico tango de Carlos Gardel.
Cuando se conocieron él tenía 55 años y ella 23.
Martín era un prestigioso médico, y quizá el más reputado docente de la
Facultad. Su hijo, Guillermo, se encaminaba a ser médico también, así como su
novia, la bella e inteligente Sofía.
Martín estaba separado desde hacía ya largos años,
por lo que no vivía con Guillermo. De todos modos lo veía muy frecuentemente en
la universidad. Había buscado que no fuese su alumno, por razones elementales
de ética, decía. Era sumamente cuidadoso en eso. Sofía sí había estado en sus
clases, pero el prestigioso docente había intentado por todos los medios
mantener una sana distancia. Por lo pronto, y contrario a su costumbre con
otros estudiantes, la trataba de “usted”.
Pero desde el primer día que la vio, cuando se la
presentó su hijo, quedó fascinado con ella, “más de lo que debía”, se reprochaba
en secreto.
Sofía escribía poesía; cosa no tan habitual entre
estudiantes de Medicina, pero que en ella era una virtud que salía con pasmosa
facilidad. Martín no sabía si lo había impresionado más la belleza (Sofía era
increíblemente atractiva), la inteligencia (era, por lejos, la estudiante más
aplicada) o su calidad de poetisa. Quizá todo. Quizá algo más, que iría
descubriendo con el tiempo: su calidad de fruta prohibida.
Él, desde la separación, había comenzado a escribir.
Era mediocre, y nunca se había atrevido a compartir su pobre producción con
nadie. Ni sabría explicar cómo ni por qué, con su hijo como intermediario, hizo
llegar uno de sus cuentos cortos –media página– a Sofía. Después de eso, la
vergüenza que le nació fue indecible. Pensaba que la joven podía tomarlo a mal,
interpretarlo como una provocación, como un velado pedido de algo.
Desde ya, eran todas imaginaciones de Martín. Sofía
simplemente lo tomó como un lindo gesto. Todo lo demás corría por cuenta del
médico. Sin dudas, algo había comenzado a operarse en su fantasía, porque a
partir de ese momento su vida ya no fue la misma.
La relación de la joven con Guillermo era bastante
estable. Hacía ya años que noviaban, y tenían planes de casamiento para más
adelante, ya graduados. Martín los acompañaba gustoso en todo eso. Era su único
hijo, y en verdad había algo secreto que el profesor nunca contaba, pero que le
confería un sentido muy especial a su vida: de joven él, igual que su padre,
había sido un empedernido fumador. Cuando su esposa quedó embarazada de
Guillermo, a pedido de ella había dejado de fumar. En realidad, nunca lo había
dejado del todo, pero oficialmente ya no lo hacía. O en todo caso, lo hacía
siempre a escondidas, y en muy menor medida. Ocasionalmente, a hurtadillas,
fumaba un cigarro y luego se llenaba de culpa, por lo que lo ocultaba
cuidadosamente. Nunca faltaban las pastillas de menta para quitarse el olor a
tabaco. Por todo eso Guillermo, al menos en su imaginación, era símbolo de
vida, representaba a quien lo había salvado de un posible cáncer de pulmón.
Desde que conoció a Sofía, comenzó a fumar más. Por
supuesto, ni siquiera a él mismo quiso decírselo.
Comenzó a sentir que, sin saber el porqué, se reunía
menos con su hijo, lo evitaba, ponía continuamente cualquier excusa. Guillermo
nunca dijo nada al respecto, pero sí Sofía. La intuición de la joven era
proverbial.
Martín creyó encontrar en algunos gestos de la joven
una velada provocación: “¿respuesta a sus indecentes ideas?”, se preguntaba en
secreto. Nunca quedaría claro si era pura imaginación afiebrada del doctor, o
realmente había algo más que gentilezas por parte de la joven. Una vez que
Sofía lo visitó en su cubículo en la universidad para devolverle un libro,
inadvertidamente, en una maniobra casual, el médico rozó un pecho de la
muchacha con su mano. Los sentimientos encontrados fueron infinitos por parte
de ambos. Quedaron paralizados. A Martín se le ocurrieron millones de cosas en
un instante: que nada es casual, que esos actos fallidos tienen una agenda
oculta, que los deseos prohibidos siempre se expresan aunque sea
disfrazadamente. Se limitó a sonreír y, enrojeciendo, pidió disculpas.
Por la cabeza de Sofía también circularon infinidad
de cosas. Estuvo tentada de tomar la iniciativa y besarlo, pero le pareció una
locura absoluta; no tanto por lo osado de la situación que se crearía en el
momento, sino por las derivaciones que eso podría traer luego. Desde hacía
tiempo ambos sabían que había algo más que gentilezas políticamente correctas.
¿Quién se atrevería a dar el primer paso?
Unos días después de ese incidente, Martín recibió
una carta anónima en su consultorio. Alguien, misteriosamente, la había hecho
llegar no en horario de oficina, por lo que la secretaria no sabía quién la
llevó. Simplemente decía: “Mejor no”.
Quedó paralizado. Entendió que eso tenía que venir
de la joven; era más que obvio. Pero lo sorprendió tremendamente que fuera
letra de su hijo. La conocía a la perfección. Detallista como era, eso no se le
podía escapar.
Se atormentó por varios días pensando qué
significaba el anónimo. Fue en ese momento cuando ya no pudo contenerse y
comenzó a fumar nuevamente en forma regular. Quería ocultarlo públicamente,
pero el olor lo delataba. “Tengo olor a pecado”, se decía.
Fue en esos días que sucedió el accidente. Cuando se
lo avisaron, sintió que desfallecía. Habían caído de la moto: Guillermo murió
inmediatamente, y Sofía estaba grave. Contrario a lo que pensaba en relación a
no operar familiares o gente cercana, en un santiamén estaba preparado en el
quirófano. La operación fue larga y compleja –le había estallado el bazo en el
accidente– pero su fama profesional no era en vano: tras seis horas de
intervención, Sofía salvó su vida. Operar en esas condiciones, con un hijo
muerto esperando en la funeraria para ser velado, la proeza técnica tenía más
valor aún. De hecho, luego quisieron hacerle un reconocimiento en el Colegio
Médico que, muy gentilmente, Martín rechazó.
Unos meses después del fatídico accidente, el
profesor fumaba considerablemente. No se permitía hacerlo en forma pública,
aunque tampoco le importaba mucho si lo veían haciéndolo. Prefería ocultarlo
hasta donde podía.
A Sofía la había visto muy poco, lo estrictamente
necesario como médico dándole seguimiento en el post operatorio. Los padres de
la joven habían querido, infructuosamente, saludarlo y agradecerle en forma personal,
luego de los formales pésames en el velorio. Pero Martín, siempre muy
educadamente, había rehusado encontrarles.
El día que médico y paciente se encontraron en la
universidad, ya totalmente repuesta ella, Sofía se acercó para darle un beso en
la mejilla. Fue inmediato: las lágrimas surgieron en los ojos de ambos, pero
había también una sensación indefinible que, más que dolor, era de espanto. Lo
único que atinó a decir Sofía fue “hueles a pecado”.
No se dijeron una palabra más. Mirándose
profundamente, ambos lloraron en silencio y se despidieron con una sensación de
incomodidad pero, al mismo tiempo, sabiendo que ahí no terminaba esa historia
sino, en todo caso, empezaba.
Algún tiempo después, Sofía se atrevió a pedir una
cita formal para visitarlo en su clínica. Tras lentes negros y con el cabello
recogido, todo lo cual la hacía bastante irreconocible, llegó tragando saliva.
Martín se sorprendió cuando abrió la puerta. Por un instante quedaron
paralizados sin saber qué decirse. El beso peliculesco que se dieron en la boca
rompió el hielo.
“¿Por qué estás fumando tanto?”, preguntó la joven.
“Tengo que morirme de cáncer de pulmón igual que mi
viejo. Los pecadores nos merecemos eso”.
sábado, 25 de agosto de 2018
viernes, 24 de agosto de 2018
PEQUEÑA REFLEXIÓN EN DÓLARES
En Guatemala un
asalariado –si tiene la “suerte” de estar en planilla y cobrar sus
prestaciones– tiene un sueldo (medido de dólares) de algo más de $ 350
mensuales.
Un diputado
(burócrata de clase media con ínfulas de ricachón, mentiroso y manipulador, que
legisla a favor de los grandes grupos económicos nacionales y extranjeros) gana
(siempre medido de dólares, con sueldo base y todo lo que pueda robar por ahí)
unos $ 5,000 u $ 8,000 mensuales.
Uno de los grandes grupos
económicos que manejan el país (que explotan a los asalariados y que le dan
órdenes a las marionetas que tienen en el Congreso) puede ganar no menos de
CINCO MILLONES DE DÓLARES POR MES.
¿Queda claro cuál
es el verdadero problema del país? ¿La corrupción de los congresistas… o la
explotación inmisericorde de los trabajadores?
jueves, 23 de agosto de 2018
miércoles, 22 de agosto de 2018
¿CIVILIZACIÓN?
Corridas de toros,
peleas de box, riñas de gallos, arrojar bombas atómicas o napalm sobre
población civil no combatiente, racismo y xenofobia, machismo y misoginia,
ablación clitoridiana, Hollywood como patrón de éxito…
¿Qué reputas es la
civilización?
martes, 21 de agosto de 2018
lunes, 20 de agosto de 2018
ENTRE LA PENA DE MUERTE Y EL ABORTO
Como dijo Romelia Cutz: “Prohíben “matar” –que no es matar– a una célula en la barriga de una
mujer, de la que podrá salir un ser humano quizá. Y que, si sale, por las
condiciones en que fue engendrado, y por la situación general del país, no
tendrá buena salud, ni educación, ni futuro, por lo que, muy probablemente,
podrá terminar siendo un delincuente, un marero. Y cuando delinque y te roba un
teléfono celular por la calle, con la misma vehemencia que critican el aborto,
o con más vehemencia todavía, piden que lo maten. Algo no cuadra ahí”.
domingo, 19 de agosto de 2018
HIJOS DE MATRIMONIOS HOMOSEXUALES
La
homosexualidad (o la sexualidad en su conjunto) sigue siendo, y sin dudas será
siempre, el talón de Aquiles de la humanidad. Hoy día muchas parejas
homosexuales (varones y mujeres) adoptan y crían niños. La moral dominante pone
el grito en el cielo al respecto. De todos modos, no hay ninguna evidencia que afirme
que esos niños crezcan “anormales”.
Los
prejuicios siguen mandando (y, según dijo Einstein: “es más fácil desintegrar
un átomo que un prejuicio”)
sábado, 18 de agosto de 2018
MARX HABLA SOBRE LA CAÍDA DEL MURO DE BERLÍN
No puedo dar los detalles precisos, sino
simplemente hacer saber que recibí esta carta. Con mi pobre alemán me permití
hacer la traducción, y como creo que esto es muy importante, hago circular el
texto de marras en su versión española.
___________
Trabajadores del mundo:
Las fuerzas de la derecha internacional
festejan alborozadas estos casi 30 años de la Caída del Muro de Berlín. Pero se
equivocan. ¿Qué festejan en realidad? ¿El fin del socialismo?
La historia, contrariamente a como dijo
ese apologista del sistema de apellido Fukuyama hace algunos años atrás, no ha
terminado. ¿De dónde saldría tamaño disparate? La historia continúa su paso sin
que sepamos hacia dónde va. Hoy, sin temor a equivocarnos, dadas las
características que ha tomado el sistema capitalista internacional,
perfectamente podría estar dirigiéndose hacia la aniquilación de la especie
humana, dado el afán de lucro imparable que lo alimenta, y que bien podría
llevar al holocausto termonuclear de activarse todas las armas de destrucción
masiva que existen sobre la faz del planeta. O también, dado ese afán
insaciable de obtención de ganancia que no puede eliminar, a la destrucción del
planeta por el consumo irracional de recursos naturales que se está llevando a
cabo.
Las fuerzas de la derecha cantan
victoriosas su supuesto triunfo de 1989, pero en realidad no hay ningún
triunfo. Como escribí alguna vez en mis años mozos, siendo discípulo del
Profesor Hegel: el Amo tiembla aterrorizado delante del Esclavo porque sabe que
inexorablemente tiene sus días contados.
¿Qué quise decir en su momento con esta
frase, algo enigmática quizá, antes de ponerme a estudiar economía política
para luego redactar el Tomo I de El Capital? Pues no es nada complicado:
aparentemente el sistema capitalista “triunfó” de manera inexorable sobre las
experiencias socialistas que se estaban construyendo, siendo la demostración
palpable de ello la caída de este muro de la que ahora se cumplen casi 30 años.
Supuestamente, según la fanfarria con que esa derecha presenta las cosas, la
misma población alemana del este, “sojuzgada” por el yugo socialista, habría
derrumbado el tal muro para “liberarse” y acceder a las bondades del
capitalismo. ¡Pamplinas! Puras pamplinas, estupideces con que los actuales
medios masivos de comunicación presentan las cosas.
En realidad lo que esta derecha, por
ahora ganadora, festeja es que el Amo, para tomar la metáfora hegeliana (léase:
la clase capitalista) alejó por un tiempo el fantasma que la persigue (la clase
trabajadora y la posibilidad que alguna vez la misma se organice, abra los ojos
y la expropie, tal como pasó varias veces durante el siglo XX, en Rusia, en
China, en Cuba). Es decir: la clase por ahora dominante (industriales, banqueros,
terratenientes) sabe que está sentada sobre un barril de pólvora; sabe que los
trabajadores del mundo (obreros industriales urbanos –que fue lo que yo más
estudié en su momento–, campesinos, trabajadores explotados de toda índole,
sub-ocupados y desocupados –lo que yo en otro tiempo llamé Lumpenproletariät, es decir: población excluida y marginalizada) en
algún momento van a explotar.
La historia de la humanidad, y también
la historia del capitalismo, se los muestra. Las clases oprimidas aguantan
(porque no tienen otra alternativa, porque están sojuzgadas, reprimidas
brutalmente a veces, manipuladas en otras ocasiones). Aguantan hasta que,
llegado a un punto de la acumulación de contradicciones, estalla un período de
violencia revolucionaria, transformándose las relaciones de poder, pasando la
propiedad de los medios de producción de una clase a otra. Esto la derecha lo
sabe. Sabe muy claramente que la propiedad privada de esos medios es un saqueo
legalizado; sabe con precisión milimétrica que no puede dejar ni por un segundo
de cuidar esa propiedad, asentada en una explotación inmisericorde. Sabe que si
se descuida, si deja de proteger a capa y espada sus privilegios, las grandes
mayorías excluidas se levantan. Por eso, día a día, minuto a minuto, no dejan
de controlar y evitar que los trabajadores se organicen, piensen, conozcan la
verdadera realidad. Por eso los embrutecen con dádivas miserables: es decir, el
viejo pan y circo de los romanos.
Pero esa derecha sabe que el barril de
pólvora sobre el que está sentada puede explotar en algún momento, lo cual
significaría perder sus privilegios de clase. De hecho, eso ya sucedió varias
veces el siglo pasado. Por eso mismo, ante el retroceso que sufrió el primer
Estado obrero del mundo, la llamada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas,
las fuerzas de la derecha cantaron victoria, mostrando el derribamiento del
Muro de Berlín como la caída de las ideas socialistas. Dicho de otra manera:
como están tan aterrorizados con la posibilidad que los trabajadores reaccionen
alguna vez, se permitieron mostrar ese incidente como el fracaso inexorable de
las ideas socialistas. Pero ello no es sino una demostración del pavor que
sienten a ser expropiados. De ahí que presenten lo de Berlín como un triunfo
apoteósico y que cierra de una vez la historia.
No hay dudas que con la involución que
sufrieron las primeras experiencias socialistas del mundo (la Unión Soviética
se desintegró, China se abrió al mercado capitalista, Cuba quedó flotando en el
aire como pudo), el capitalismo internacional avanzó groseramente sobre las
conquistas de los trabajadores obtenidas a fuerza de sacrificio en décadas y
décadas de lucha. Por eso ahora ese sistema, que se autopresenta como ganador y
única salida posible, se permite explotar más aún que hace un siglo atrás. Hoy
día se perdieron conquistas sindicales, se hacen contratos sin prestaciones
laborales, no se respeta la jornada laboral de ocho horas, se expolia sin la
menor pudicia y se entroniza la figura del “ganador”.
No hay dudas, para tratar de concluir la
referida cita que hice más arriba, que el sistema sabe que ya le va a llegar el
turno, que su cabeza, igual que la del monarca francés en 1789, rodará por el
polvo. Por eso festeja este triunfo parcial –que, sin dudas, hizo retroceder
mucho al campo popular en estos últimos años– como un triunfo absoluto,
queriendo presentar las cosas como que con el Muro de Berlín derribado terminó
la explotación, y por tanto el ideal revolucionario socialista de
transformación social, de lucha contra las injusticias.
Pero los trabajadores del mundo siguen
siendo explotados, más que antes incluso, apaleados, reprimidos. ¿Por qué no
habrían de reaccionar? Tal vez hoy día, hay que reconocerlo, los partidos
comunistas están un tanto despistados. Mis ideas –que, en realidad, no son
mías, sino producto de una reflexión científica (¡no digan “marxismo” sino
materialismo histórico!)– se han querido presentar como anticuadas, fracasadas,
“pasadas de moda”. Nada más contrario a la verdad. ¿Acaso terminaron las
injusticias y la explotación? ¡Para nada!
Mientras siga la explotación en el mundo
(y esa es la esencia del sistema capitalista) habrá quien proteste, quien alce
la voz, quien busque organizarse para cambiar la situación. Que hoy día esa
organización y los programas políticos al respecto estén golpeados, es una
cosa. Pero pretender que se esfumaron, que los explotados quedarán contentos y
felices con su condición de tales, que las injusticias cesaron porque el
sistema ganó esta batalla, es un craso error.
No hay que olvidar que el capitalismo,
como proyecto económico-político, comenzó a surgir en los siglos XII y XIII,
allá en la Liga de Hansen, y demoró varias centurias hasta poder tomar mayoría
de edad constituyéndose en sistema dominante, casi a fines del siglo XVIII,
tanto en Francia e Inglaterra como en los nacientes Estados Unidos de América.
Las experiencias socialistas no tienen ni 100 años de vida. ¡No olvidarlo!
Cantar victoria porque se ganó una batalla es de mal guerrero. Lo único que
demuestra es que sí, efectivamente, ese Amo tiembla porque sabe que ya le va a
llegar su guillotina…, aunque en este momento se sienta ganador.
Los casi 30 años que ahora se pretenden
festejar no son sino una demostración que el sistema capitalista no tiene salida.
Se festeja el triunfo de la explotación y la injusticia. Si el sistema tuviera
“responsabilidad social empresarial”, como parece que ahora se puso de moda
decir, debería echarse a llorar por el descalabro absoluto que ha creado. Para
decirlo sólo con dos ejemplos, lapidarios y terminantes por cierto: en estos
momentos –créanme que sigo muy de cerca estos acontecimientos y estoy
perfectamente informado– la humanidad produce un 45% más de los alimentos
necesarios para nutrir a los alrededor de 8.000 millones de almas que pueblan
el mundo, y vergonzosamente la principal causa de muerte sigue siendo nada más
y nada menos que ¡el hambre! ¡Infame!, no caben dudas. Y para terminar: la
principal actividad de la especie humana, la que más ganancias genera desde el
punto de vista capitalista, la vanguardia de la ciencia y de la técnica es la
producción de armamentos. Es decir: la defensa a muerte de los privilegios de
algunos por sobre el bienestar de todos. ¡Más patético todavía!
Por tanto, camaradas, los insto a que no
nos dejemos confundir por estos cantos de sirena: la derecha no festeja un
triunfo sino que sigue estando en guerra, y con miedo, porque sabe que los
trabajadores, tarde o temprano, reaccionaremos. Y sabe, además, que la verdad
está de nuestro lado. Nosotros no explotamos ni sojuzgamos a nadie. ¡Ellos sí!
Hoy, como hace un siglo y medio, la
consigna no es lamentarse por la paliza recibida recientemente ni quedarse
embobados viendo la televisión. Sigue siendo como escribí con Federico en 1848:
“No hay nada que perder más que las cadenas. Por tanto: ¡unámonos!”
Dixi, et salvavi animam meam
Carlos Enrique Marx
Desde algún remoto lugar
viernes, 17 de agosto de 2018
jueves, 16 de agosto de 2018
miércoles, 15 de agosto de 2018
martes, 14 de agosto de 2018
lunes, 13 de agosto de 2018
domingo, 12 de agosto de 2018
¿ABOGADOS O ABOGANSTERS?
¿Por
qué es práctica común entre muchos abogados interponer continuamente acciones
legales maliciosas, solo para obstaculizar los procesos judiciales?
¿No
deberían ir presos los abogados que recurren a esos infames ardides dilatorios?
sábado, 11 de agosto de 2018
ESTEBAN, EL ROCKERO
–¡Muy buena onda! Sonó muy bueno, mi
cuate, muy bueno–, ponderó Esteban.
Todos estaban contentos; el ensayo
los había satisfecho hondamente. De seguir trabajando con esa intensidad, como
lo venían haciendo desde varios meses, conseguirían el contrato. Hacía ya casi
un año que lo buscaban, y todo parecía indicar que se encaminaban a lograrlo.
En
un medio musical como el mexicano eso no resultaba fácil; la competencia era
feroz, y se apelaba a cualquier cosa para dejar en el camino al competidor.
Todo estaba justificado: zancadillas, delaciones. A Esteban, el jefe de la
banda –tecladista y primera voz, y también autor de la mayoría de los temas–
estas cosas le resultaban detestables. Hijo de madre soltera, criado en la más
severa austeridad, con dotes musicales francamente notorias (había terminado su
curso en el Conservatorio Nacional con el promedio más alto de los últimos
cincuenta años), transmitía un espíritu de honestidad, de compromiso personal
muy raro de ver en un joven de veintidós años. Anhelaba ser siempre el primero
en todo.
Como parte de los emblemas de
cualquier grupo rockero, los cinco integrantes de "Los Chulos"
fumaban marihuana; pero para Esteban, muy en el fondo, eso lo tenía sin cuidado.
Era parte necesaria del mercadeo, de la imagen. Sin embargo, él no necesitaba
de ningún estímulo para tocar, y mucho menos para componer. Prefería el
chocolate, una de sus únicas y verdades pasiones. Podía, igualmente, usar
cualquier ropa; en las primeras conversaciones con la gente de la compañía
disquera se había hablado, sin embargo, de una cierta línea. Todavía no se
había fijado nada, pero la sugerencia eran camisetas informales coloridas y
zapatos tenis. Esteban, contestatario como siempre, prefería ensayar en pijama.
E incluso había pensado que así podrían actuar en público.
–¿Qué
te dijo la última vez que platicaron?–, preguntó Carlos, el baterista.
–Lo
de siempre. Que hay mucho interés, pero que se debe esperar un poco todavía–.
Esteban, a sabiendas, se reservaba información. Pensaba que así era mejor para
la integridad de la banda, para que nadie se preocupara. Sin dudas, llegado el
momento, él confiaba en que sabría manejar la situación de modo adecuado. En
realidad las proposiciones se las había hecho en privado, sin la presencia de
sus compañeros. No lo había hablado con nadie, ni con su madre, por quien
sentía devoción, ni con su novia, a quien adoraba.
–En
verdad, yo lo encuentro un poco desagradable a este tipo. Con ese acento medio
agringado, y esa pinta de gay disfrazado. No sé, quizá exagero ¿no?–, continuó
Carlos.
–Quizá–, fue la opinión general de sus
compañeros. Aunque en verdad a nadie le caía bien el gerente de la disquera.
Estadounidense de origen, afincado en México desde años pero sin haber perdido
su delator acento inglés, tenía un modo petulante no fácil de soportar.
–Bueno,
muchachos: última ronda de ensayo y nos vamos–, sentenció Esteban. Todos
estaban cansados, pero nadie osaba contradecirlo. Si bien tenía un modo siempre
agradable, no confrontativo, se las arreglaba para que, con tacto, se cumpliera
finalmente su voluntad. Un líder nato, sin dudas. Todos, algo a regañadientes
en secreto, tocaron nuevamente a pedido del jefe. Nadie lo llamaba así; y él,
por otro lado, jamás lo hubiera aceptado. Pero era el jefe, no cabían dudas.
El
oído absoluto de Esteban le permitía captar sin el más mínimo esfuerzo
cualquier pequeño error en las ejecuciones. Advirtió, en este último ensayo,
varios; pero no quiso decir nada. Supuso que el cansancio, luego de más de doce
horas de intenso trabajo, dispensaba de regaños a sus amigos. Mañana sería otro
día, y al fin no estaba disconforme con lo obtenido.
–Hay bandas que suenan mucho peor que
nosotros, y sin embargo graban. ¡Y venden!–.
José
Octavio, segunda guitarra, era el único integrante del grupo que usaba drogas
intravenosas. Nadie lo denostaba, pero ninguno lo secundaba en su práctica.
Algunas veces estas conductas salían como tema de conversación; había un
acuerdo tácito por parte de todos de no abrir juicios de valor al respecto.
Esteban era muy mesurado en esto; jamás tenía actitudes agresivas para con
nadie, y a José Octavio lo apreciaba mucho. Siempre, claro está, que no osara
hacerle sombra.
El
jueves de la semana entrante iba a venir Willy (es decir, el Sr. William
Toledo), gerente general de la casa discográfica más grande de México, con un
par de ingenieros en sonido a escuchar un ensayo. Había que impresionarlo; de
eso podía depender el contrato.
–Tengo la intuición de que nos van a
dar el sí para grabar–, dijo con serena seguridad Esteban.
–¿Y
qué te hace pensar que esta vez nos contraten?–, agregó Pedro, el bajista, tatuado
por todo el cuerpo, seguramente el de aspecto más extravagante, con aretes
hasta en la lengua. –¿Qué te parece que tenga de especial esta visita?–.
–No
lo sé; es un presentimiento nomás–.
Los
tres salieron gratamente conmovidos con el grupo. Las canciones tenían algo
particular, reconocieron los ingenieros; también lo confirmó Willy. Había que
darles una oportunidad. No eran rockeros comunes y podían resultar una
sensación comercial.
Un par de días después estaban los dos
solos en la oficina del gerente; Esteban intuyó que esa era la última
oportunidad: el contrato no dependía tanto de la calidad artística del grupo
sino de estas "negociaciones" extraoficiales. No lo pensó mucho. Con
ojos cerrados y dientes apretados se dejó llevar por la idea de triunfo, de
victoria, de éxito final que lo esperaba –así creía– luego de ese
renunciamiento. Nunca había tenido una relación homosexual, ni le interesaba
buscarla. Le resultó menos cruento de lo que pensaba.
Al
día siguiente, eufórico, con la copia del contrato en la mano –fue lo primero,
lo único, que le exigió a Willy– cayó en la cuenta de lo que había sucedido. Y
no lo podía creer. –¡No había usado preservativo!–
No
sabía ante qué cosa reaccionar primero: quería correr a la casa en que
ensayaban, donde sin dudas ya lo estaban esperando, y al mismo tiempo consultar
urgente a un médico.
Se
serenó. Recordó todo lo que había escuchado sobre el sida; precipitadamente se
le aparecía un cúmulo de dudas, de preguntas y respuestas, de ansiedades
desconocidas.
–¡No, no! Tan rápido no se puede
saber. Además… no siempre se transmite. Bueno, ¿quién sabe, no? Quizá esta vez
no–.
Sin
saber cómo –sus pies lo llevaban, pero no era él quien caminaba– llegó a
"la guarida", como le decían al lugar de los ensayos. Roberto, la
primera guitarra –el más reservado del grupo, quien pocas veces le dirigía la
palabra– fue el primero en hablarle:
–Hombre, ¡qué cara! Ni que hubieras
visto a la Parca–.
–Será
que todavía no lo puedo creer… tal vez por eso estoy así, con esta cara de
muerto… ¡O de alegre! Prepárense muchachos: ¡el mes próximo grabamos nuestro
primer disco!–
Todos,
a un mismo tiempo, dejaron de tocar los instrumentos que estaban afinando para
el ensayo.
–¿De
verdad? ¡No mames, güey! ¿Y cómo lo conseguiste?–
Esa
era la pregunta que más temía Esteban. Había pensado largamente en cómo manejaría
la situación cuando llegara el momento. Intuía que todos sabían, sin decirlo,
de sus contactos por fuera del grupo con el empresario. Quizá exageraba, pero
esa era su sensación. Pensó, sin dudas con un sentimiento de culpa que le
calaba los huesos, que ya todos podían saber lo de su encuentro homosexual.
–Pues… fue el mismo Willy que quiso
hablar conmigo luego de la visita de los otros días. En realidad… quedaron muy
impresionados con lo que les enseñamos, y por eso se apuró a cerrar contrato–.
–¿Y
por qué fuiste tu solo?–, se apresuró a interrogar José Octavio, con un aire
que denotaba segundas intenciones, provocación incluso.
–Es
que…– le faltaban las palabras –es que fue todo precipitado, ¿saben? No lo tenía
pensado; me llamó de repente, diciendo que quería hablarme. Pero no estuvo mal,
¿verdad?–
Esteban
se sabía en falta; si bien había obtenido el contrato, le quedaba –y se daba
cuenta que a sus compañeros también– un gusto amargo, difícil de digerir. Sin
llegar a contar la escena amatoria –no era necesario– algo prohibido rondaba la
situación. Algo que, sin siquiera ser dicho, tenía una sensación de cosa
escondida, de jugada sucia. Incluso, eso tenía más peso que la obtención del
convenio contractual con la disquera.
También
había júbilo, por cierto. Sin embargo, la forma en que se había dado todo
dejaba perplejos a los jóvenes. Era demasiado bueno para ser cierto, y era
demasiado cierto que Esteban blandiera el papel del contrato en su mano. No se
podía terminar de creer.
–Dime, Esteban– inquirió nuevamente
José Octavio –ese dichoso contrato, ¿no tendrá ninguna de esas cláusulas
confusas, con letra pequeñita, ilegible casi, que nos termine metiendo en
dificultades?–
–¡Qué
desconfiado! No, hombre. Por cierto que no. ¿Por qué piensas que podría hacer
yo una cosa así?–
Unos días después "Los
Chulos" ya estaban listos para su primera grabación. Serían doce temas,
todos rocks, ensayados hasta el cansancio, repetidos monótonamente cientos de
veces. No podía escapar ningún detalle; la rigurosa, purista escuela del
conservatorio había dejado marcas en Esteban. –Si se tiene un solo error en la
interpretación de una obra, hay que volver a repetirla no menos de diez veces–,
le resonaban aún las palabras de su maestro, un notorio pianista polaco a quien
seguía admirando todavía.
–El
jueves–, fijaron los del estudio de grabación. El miércoles por la tarde le
entregaban los resultados de la prueba Elisa.
Llegó
el día finalmente. A las ocho fueron apareciendo los jóvenes músicos. Quince
minutos después de la hora fijada llegó Esteban. El esfuerzo por parecer alegre
era enorme; estaba seguro que no lo lograría. Puso en juego sus mejores dotes
histriónicas, pero con la certeza que no podría ocultar la noticia.
La
primera jornada de grabación fue un éxito. A ese paso y con esa eficiencia, en
dos o tres días terminarían todo.
El
viernes, cerca del mediodía, apareció Willy. Como siempre, impecablemente vestido,
con esa sensación de no tener edad definida, con su estudiada sonrisa; se
mostró simpático con todos los integrantes del grupo por igual. Esteban lo
saludó fríamente.
–Felicitaciones, muchachos. De verdad
se lo merecen. Van a hacerse famosos, sin dudas–.
El cambio en la conducta de Esteban
fue notorio. Comenzó a mostrarse más taciturno, poco comunicativo. A veces,
antes o después de los ensayos, se lo escuchaba sobre el teclado jugueteando
con alguna obra de Beethoven o de Chopin, aquellas que había ejecutado en sus
ya lejanos conciertos de piano bajo la dirección del maestro Wrezmetsky. Como
siempre, no dejaba de impresionar a sus compañeros, fundamentalmente a José
Octavio, que nunca había podido acercarse al talento interpretativo de Esteban,
su eterno rival en el conservatorio. Los dos conciertos ofrecidos al piano por
el ahora segunda guitarra estaban a una distancia sideral de la calidad del
jefe de la banda. Ambos lo sabían, pero jamás se permitían siquiera mencionarlo.
–¿Qué
será que le pasa al jefecito?–, se aventuró a preguntar alguna vez Carlos, con
una espontánea ingenuidad.
–Raro, ¿verdad?–, se apresuró a responder
Pedro. –Ahora que deberíamos
estar más contentos que nunca, a éste se le ocurre ponerse melancólico. ¿Será
que se peleó con Cecilia, su novia?–
–No que yo sepa–, agregó un desconcertado José Octavio. –Y tú, Roberto, que eres más cuate de él:
¿qué piensas?–
–¡Cómo si yo pudiera saberlo…! Quizá esté
enfermo–.
Nadie quería tampoco profundizar en el
tema; todos lo admiraban en lo musical. Realmente el talento de Esteban era
grande. –Hay que hacer como Beethoven, muchachos, que hasta no tener terminada
la Appassionata no salió de su cuarto, tres días encerrado componiendo. Si no
es con pasión desbordada no se puede hacer música–, recordaban todos las
palabras del director de la banda, que a su vez repetía lo que le había
enseñado Wrezmetsky. En lo personal, sin embargo, más que admirarlo, le temían.
Su actitud era siempre amable, pero todos sabían que tras la compostura se
escondía un tirano. –Si no es con pasión desbordada, no se puede hacer nada,
absolutamente nada. Si no, mejor dedicarse a vender palomitas de maíz–. Lo
decía con compostura, con tranquilidad; detrás de las palabras, sin embargo,
había un tornado contenido, siempre listo a dejarse ver entre sombras.
El
gerente de la compañía los citó a todos, a los cinco, porque quería hablar
acerca del lanzamiento del disco. Se reunieron en su oficina, lujosa y con un
delicado aroma mentolado. Inexplicablemente Esteban no asistió. De todos modos
el Sr. Toledo fue muy gentil, muy amable con los cuatro presentes. Se lamentó
de la ausencia del tecladista y primera voz, pero no obstante ello anunció que
la semana próxima se pondría a la venta el nuevo álbum. "Tolerancia"
llevaría por título, tomando el nombre de uno de los temas incluidos.
Todos
festejaron.
Esa
misma noche, apenas un par de horas después de la reunión, se produjo el conato
de atentado. Pese a sus dos guardaespaldas, que no lo abandonaban jamás, uno de
los balazos le pasó no muy lejos. En ningún momento corrió riesgo real, pero no
dejó de asustarse. Los disparos los hizo alguien desde algún techo amparado en
la oscuridad. Toledo y sus matones prefirieron salir urgente de la escena y ni
siquiera dieron parte a la policía.
En
un primer momento Esteban, más por su confusión que por una certeza real, pensó
que lo había matado. Esa noche durmió placenteramente, como hacía tiempo no le
sucedía. A la mañana siguiente fue hacia "la guarida" con la secreta
esperanza de escuchar de todos la noticia: "¡mataron a Willy!". Pero no fue así. Su decepción fue
grande.
Luego
de ese incidente, Esteban fue tornándose paulatinamente más despótico. Esto fue
evidente para todos. Tanto y a tal punto, que en un momento los cuatro integrantes
del grupo, fuera de él, decidieron hacer algo al respecto.
Se
presentaron diversas alternativas; la más drástica –con la que nadie quería
cerrar la discusión– era la disolución del conjunto. Pero no, eso era
impensable; justo en este momento, acabando de sacar su primer material
discográfico. Hablar con Esteban, reemplazarlo, pagarle unas vacaciones en la
Polinesia para que reflexione, barajar y dar de nuevo… Fueron varias las
ocurrencias, con distinta suerte y grado de seriedad. Decidieron que lo mejor era
encararlo amigablemente y sentarse a conversar, cosa que, de hecho, poco
hacían.
No
pasadas dos semanas de la aparición del álbum, "Los Chulos" ya se
encontraban entre los diez primeros títulos vendedores, en México y en el área
centroamericana. "Tolerancia",
la canción insignia, la más elaborada por cierto, era ya tarareada por no pocos
jóvenes; la inclusión de un clavicordio –insólito en el ámbito rockero–,
magistralmente interpretado por Esteban, había resultado un éxito. Hubo quien
se atrevió a hablar del Jimmy Hendrix de los teclados (seguramente no era
errónea la comparación). Esteban estaba cada vez más intratable.
La
conversación con el grupo no llegó nunca. Inopinadamente dejó de ir a los ensayos;
luego de dos días de desaparecido, el mismo día que lo buscaron
–misteriosamente, según sus compañeros– de un laboratorio bioquímico, llegó la
noticia, a través de su madre –que estaba más sorprendida que los propios
integrantes de la banda: Esteban se había ido a un monasterio católico en
Arizonas, Estados Unidos. Entró en calidad de hermano aspirante, e
inmediatamente, entre otras obligaciones, fue destinado como organista de la
capilla. La decisión, según hizo saber a su madre, era irrevocable.
Quien
más estupefacto se mostró fue Willy. Coincidió –avatares del destino– con que
allí también había estado él de joven, cuando tuvo algún llamado místico, corto
y poco profundo por cierto. Guardaba un grato recuerdo de aquellos tiempos. Sin
pensarlo dos veces, al día siguiente salió hacia Colorado, para dirigirse luego
a Little Tree, el pequeño poblado en cuya cercanía se encontraba el recoleto
convento.
No
le fue fácil al gerente poder entrevistarse con Esteban. Aunque no supiera bien
cómo explicarlo, el fraile superior intuyó algo non sancto en aquella visita, en aquel hombre tan elegantemente
vestido, pero viejo, que sin ser familiar se preocupaba de esa manera por el
joven recién ingresado. A duras penas le concedió un cuarto de hora, y con un
testigo. El hermano Fidel, gordo y con cara de pocos amigos, fue destinado a
tales efectos.
El
encuentro fue más breve de lo estipulado por la autoridad monacal, pero de una
gran intensidad. La presencia del vigilante no le quitó ardor.
–No puedo creerlo, Esteban. ¿Pero por qué?–
–Es mi vida, es mi decisión–.
–Claro, claro. Nadie lo niega. Pero no lo
entiendo. Justo ahora que comienzan a ser ídolos, justo ahora que se te aparece
un futuro de éxito... Recuerda que es apenas el primer disco, y te puedo hacer
grabar muchos más–.
–¿Pero a qué costo?–
–¿Cómo a qué costo? Todo lo que hiciste, lo
haz hecho porque tú quisiste. Ya eres grande, ¿no? ¿Acaso te obligué a algo?–
–No me refiero a eso–.
–"No te entiendo, pichoncito–.
–¡El
sida, cabrón! ¿No sabes que me lo pegaste?–.
Willy
abrió desconcertadamente los ojos; tuvo que respirar hondo para poder seguir
hablando. El monje testigo no salía de su estupor.
–Pero,
¿de qué hablas? Si yo no tengo nada, estoy sano–.
–¡Tu
madre! ¿Quién me lo iba a transmitir si no?–
–Darling,
te equivocas. Te lo aseguro. Yo me hago la prueba cada tres meses. Eso es algo
que me obsesiona. Y contigo, no sé por qué, me permití descuidarme, lo sabes
bien. Luego estaba que me moría. Urgente, unos días después de aquel encuentro,
volví a hacerme mi chequeo. Puedo asegurarte que estoy sano. No entiendo qué me
quieres decir–.
–Entonces…–.
Le faltaron las palabras para continuar, no podía pensar nada. Esteban quedó
mirando el vacío.
–Debe haber una error–, intentó
agregar con profunda angustia Willy. El error gramatical cometido, uno de los
poquísimos que había en su bien cuidado español, sirvió para sacudir a Esteban
del sopor en que había caído.
–¡Un
error! Es masculino… ¿Cuándo vas a aprender bien el castellano, gringo?– dijo,
no sin cierto aire gracioso.
–When
you… cuando tú te decidas a enseñármelo–.
–Quiere
decir entonces… no entiendo, si con nadie más he ido a la cama últimamente, ni
con mi novia–.
–Mira, cuando hablé con los muchachos
de la banda un par de días atrás me dijeron no sé qué cosa de una carta de un
laboratorio que llegó para ti. ¿No será que te buscaban para algo de esto?
Quizá una, digo: un error. Eso sucede a veces–.
Efectivamente,
el laboratorio consultado por Esteban había incurrido en un desagradable
desliz: había traspapelado resultados, cambiando el nombre de los
destinatarios. La persona llegada días atrás a "la guarida" no tenía
sino el propósito de subsanar ese enojoso incidente. Pero nada se pudo hacer en
aquél entonces, dada la desaparición del buscado.
Confirmada
telefónicamente esa equivocación, sabiéndose entonces no afectado, Esteban
decidió retornar. Eran infinitas las cosas que se le antojaba debía poner en
claro: ¿tendría que contar el porqué de la desesperada decisión del convento? Y
si declaraba la presunción de una seropositividad ¿cómo explicar el origen? ¿No
era ya demasiado evidente su oscura relación con Willy? ¿Quién le podría creer
que lo hizo sólo para conseguir el contrato? ¿Lo abandonaría su novia? ¿Qué
diría su madre?
Pese
a todas las dudas, regresó. Lo hizo junto a Willy, quien ya no sabía si presentarse
ante "Los Chulos" como mentor empresarial, amigo, amante de Esteban,
o qué cosa. La relación entre ellos seguía siendo extraña. Aunque el empresario
se hubiera atrevido a contar todo en público, a llevar la aventura a un plano
de mayor compromiso, para Esteban toda la situación seguía siendo detestable, y
secreta.
Cuando
se reencontraron los cinco –fue en "la guarida"– no hubo ninguna explosión
afectiva especial: ni grandes abrazos, ni llantos, ni recriminaciones. Apenas
superficiales saludos. Algunos –José Octavio en especial, también Roberto–
fueron cortantes incluso. La condición era que, si regresaba a la banda, su
papel sería secundario; tenían ya contactado un eventual nuevo tecladista.
Esteban
no encontró otro salida: ahora, como solista, vende muchísimo, mucho más de lo
que hubiera imaginado algún tiempo atrás. Pero no sabe cómo hacer para mantener
oculta la relación con Willy ante su madre. Con su novia ya terminó; y días
atrás, cuando se cruzó con Carlos, el baterista, prefirió fingir no verlo.
viernes, 10 de agosto de 2018
NO EXISTE “CAMBIO CLIMÁTICO”
¡HAY CATÁSTROFE MEDIOAMBIENTAL DEBIDO AL CONSUMISMO
CAPITALISTA!, que no es lo mismo
jueves, 9 de agosto de 2018
¿DÓNDE ESTÁ LA CICIG EN ESTOS MOMENTOS EN LA LUCHA CONTRA LA IMPUNIDAD?
La
situación actual muestra un par de cosas:
- La CICIG es un engendro de Washington para la
supuesta lucha contra la corrupción, siempre parcial, manipulada. No lucha
de verdad contra nada.
- Los grupos mafiosos siguen en el poder en forma
inalterada. Y en este momento, con su Pacto de corruptos, han tomado la
iniciativa política.
- La impunidad como forma de hacer política
continúa dominando el panorama, ahora agigantada, con grupos clandestinos
que vuelven a operar como en la época de la guerra contrainsurgente.
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