miércoles, 29 de agosto de 2018

UN AVENTURERO DESVENTURADO





Fue el único sobreviviente de la catástrofe. El avión cayó en medio de una espesa selva tropical, y después de caminar más de dos días, se encontró con ellos. En todo momento pensó que sería fácil engañarlos. En la caída no se le había dañado el discman, y con ello pudo lograr –creía– mantenerlos hechizados. Todos querían escuchar esa "música mágica" que hacía el forastero. Después fue el turno del despertador de su reloj pulsera. Con tanto "truco" los mantendría embelesados hasta conseguir ganarse su admiración. Después sería sencillo manejarlos. Eso creyó, hasta el día que se lo almorzaron.



martes, 28 de agosto de 2018

¿CON QUIÉN COOPERA LA COOPERACIÓN INTERNACIONAL?





“La cooperación para el desarrollo humano persigue objetivos oficialmente declarados pero sistemáticamente traicionados (…) Los datos sobre el uso global de los financiamientos de la cooperación parecen demostrar que menos del 7% total de las sumas disponibles es orientado hacia la ayuda a dominios prioritarios del desarrollo humano. El resto sirve para objetivos comerciales y políticos que van en el sentido contrario”. Luciano Carrino

PARA MUESTRA, VER ESTA PATÉTICA DENUNCIA HECHA DESDE DENTRO MISMO DEL SISTEMA:





lunes, 27 de agosto de 2018

CAPITALISMO: ¡LOCURA INSOSTENIBLE!





Los vehículos con motores que utilizan derivados del petróleo (gasolina y diesel) son los principales contaminadores del planeta, causantes de la tremenda catástrofe medioambiental que vivimos. Pero mientras haya petróleo para explotar (mínimo: un siglo más), las empresas automotrices y las petroleras, en feliz pacto, seguirán obligándonos a consumir vehículos contaminantes. ¿Por qué? Porque no quieren perder las ganancias fabulosas que produce la explotación petrolera.

Es decir: para asegurar las ganancias de unas pocas personas en el mundo, la población entera del planeta se desfavorece. ¡Eso es el capitalismo! ¡¡Una locura insostenible!!




domingo, 26 de agosto de 2018

FUMANDO ESPERO







Su padre había sido un fanático del tango. En Medellín, Gardel seguía siendo figura legendaria, seguramente por haber muerto ahí de modo trágico. El ambiente tanguero estaba en el aire, de ahí que Martín había heredado esa afición. “Fumando espero” era el tango que más le conmovía, por eso, en sus momentos más especiales (buenos o malos) no podía faltarle: lo cantaba, lo silbaba, lo escuchaba en alguna grabación. Además, todo eso lo asociaba directamente con el motivo de muerte de su padre: cáncer de pulmón, consecuencia de haber sido un furioso fumador durante toda su vida. Por ese motivo, Martín hacía lo imposible por no fumar. El período de mayor abstinencia completa que había logrado era de dos años. Ahora fumaba muy ocasionalmente. Si de evocación del cigarro se trataba, prefería el mítico tango de Carlos Gardel.

Cuando se conocieron él tenía 55 años y ella 23. Martín era un prestigioso médico, y quizá el más reputado docente de la Facultad. Su hijo, Guillermo, se encaminaba a ser médico también, así como su novia, la bella e inteligente Sofía.

Martín estaba separado desde hacía ya largos años, por lo que no vivía con Guillermo. De todos modos lo veía muy frecuentemente en la universidad. Había buscado que no fuese su alumno, por razones elementales de ética, decía. Era sumamente cuidadoso en eso. Sofía sí había estado en sus clases, pero el prestigioso docente había intentado por todos los medios mantener una sana distancia. Por lo pronto, y contrario a su costumbre con otros estudiantes, la trataba de “usted”.

Pero desde el primer día que la vio, cuando se la presentó su hijo, quedó fascinado con ella, “más de lo que debía”, se reprochaba en secreto.

Sofía escribía poesía; cosa no tan habitual entre estudiantes de Medicina, pero que en ella era una virtud que salía con pasmosa facilidad. Martín no sabía si lo había impresionado más la belleza (Sofía era increíblemente atractiva), la inteligencia (era, por lejos, la estudiante más aplicada) o su calidad de poetisa. Quizá todo. Quizá algo más, que iría descubriendo con el tiempo: su calidad de fruta prohibida.

Él, desde la separación, había comenzado a escribir. Era mediocre, y nunca se había atrevido a compartir su pobre producción con nadie. Ni sabría explicar cómo ni por qué, con su hijo como intermediario, hizo llegar uno de sus cuentos cortos –media página– a Sofía. Después de eso, la vergüenza que le nació fue indecible. Pensaba que la joven podía tomarlo a mal, interpretarlo como una provocación, como un velado pedido de algo.

Desde ya, eran todas imaginaciones de Martín. Sofía simplemente lo tomó como un lindo gesto. Todo lo demás corría por cuenta del médico. Sin dudas, algo había comenzado a operarse en su fantasía, porque a partir de ese momento su vida ya no fue la misma.

La relación de la joven con Guillermo era bastante estable. Hacía ya años que noviaban, y tenían planes de casamiento para más adelante, ya graduados. Martín los acompañaba gustoso en todo eso. Era su único hijo, y en verdad había algo secreto que el profesor nunca contaba, pero que le confería un sentido muy especial a su vida: de joven él, igual que su padre, había sido un empedernido fumador. Cuando su esposa quedó embarazada de Guillermo, a pedido de ella había dejado de fumar. En realidad, nunca lo había dejado del todo, pero oficialmente ya no lo hacía. O en todo caso, lo hacía siempre a escondidas, y en muy menor medida. Ocasionalmente, a hurtadillas, fumaba un cigarro y luego se llenaba de culpa, por lo que lo ocultaba cuidadosamente. Nunca faltaban las pastillas de menta para quitarse el olor a tabaco. Por todo eso Guillermo, al menos en su imaginación, era símbolo de vida, representaba a quien lo había salvado de un posible cáncer de pulmón.

Desde que conoció a Sofía, comenzó a fumar más. Por supuesto, ni siquiera a él mismo quiso decírselo.

Comenzó a sentir que, sin saber el porqué, se reunía menos con su hijo, lo evitaba, ponía continuamente cualquier excusa. Guillermo nunca dijo nada al respecto, pero sí Sofía. La intuición de la joven era proverbial.

Martín creyó encontrar en algunos gestos de la joven una velada provocación: “¿respuesta a sus indecentes ideas?”, se preguntaba en secreto. Nunca quedaría claro si era pura imaginación afiebrada del doctor, o realmente había algo más que gentilezas por parte de la joven. Una vez que Sofía lo visitó en su cubículo en la universidad para devolverle un libro, inadvertidamente, en una maniobra casual, el médico rozó un pecho de la muchacha con su mano. Los sentimientos encontrados fueron infinitos por parte de ambos. Quedaron paralizados. A Martín se le ocurrieron millones de cosas en un instante: que nada es casual, que esos actos fallidos tienen una agenda oculta, que los deseos prohibidos siempre se expresan aunque sea disfrazadamente. Se limitó a sonreír y, enrojeciendo, pidió disculpas.

Por la cabeza de Sofía también circularon infinidad de cosas. Estuvo tentada de tomar la iniciativa y besarlo, pero le pareció una locura absoluta; no tanto por lo osado de la situación que se crearía en el momento, sino por las derivaciones que eso podría traer luego. Desde hacía tiempo ambos sabían que había algo más que gentilezas políticamente correctas. ¿Quién se atrevería a dar el primer paso?

Unos días después de ese incidente, Martín recibió una carta anónima en su consultorio. Alguien, misteriosamente, la había hecho llegar no en horario de oficina, por lo que la secretaria no sabía quién la llevó. Simplemente decía: “Mejor no”.

Quedó paralizado. Entendió que eso tenía que venir de la joven; era más que obvio. Pero lo sorprendió tremendamente que fuera letra de su hijo. La conocía a la perfección. Detallista como era, eso no se le podía escapar.

Se atormentó por varios días pensando qué significaba el anónimo. Fue en ese momento cuando ya no pudo contenerse y comenzó a fumar nuevamente en forma regular. Quería ocultarlo públicamente, pero el olor lo delataba. “Tengo olor a pecado”, se decía.

Fue en esos días que sucedió el accidente. Cuando se lo avisaron, sintió que desfallecía. Habían caído de la moto: Guillermo murió inmediatamente, y Sofía estaba grave. Contrario a lo que pensaba en relación a no operar familiares o gente cercana, en un santiamén estaba preparado en el quirófano. La operación fue larga y compleja –le había estallado el bazo en el accidente– pero su fama profesional no era en vano: tras seis horas de intervención, Sofía salvó su vida. Operar en esas condiciones, con un hijo muerto esperando en la funeraria para ser velado, la proeza técnica tenía más valor aún. De hecho, luego quisieron hacerle un reconocimiento en el Colegio Médico que, muy gentilmente, Martín rechazó.

Unos meses después del fatídico accidente, el profesor fumaba considerablemente. No se permitía hacerlo en forma pública, aunque tampoco le importaba mucho si lo veían haciéndolo. Prefería ocultarlo hasta donde podía.

A Sofía la había visto muy poco, lo estrictamente necesario como médico dándole seguimiento en el post operatorio. Los padres de la joven habían querido, infructuosamente, saludarlo y agradecerle en forma personal, luego de los formales pésames en el velorio. Pero Martín, siempre muy educadamente, había rehusado encontrarles.

El día que médico y paciente se encontraron en la universidad, ya totalmente repuesta ella, Sofía se acercó para darle un beso en la mejilla. Fue inmediato: las lágrimas surgieron en los ojos de ambos, pero había también una sensación indefinible que, más que dolor, era de espanto. Lo único que atinó a decir Sofía fue “hueles a pecado”.

No se dijeron una palabra más. Mirándose profundamente, ambos lloraron en silencio y se despidieron con una sensación de incomodidad pero, al mismo tiempo, sabiendo que ahí no terminaba esa historia sino, en todo caso, empezaba.

Algún tiempo después, Sofía se atrevió a pedir una cita formal para visitarlo en su clínica. Tras lentes negros y con el cabello recogido, todo lo cual la hacía bastante irreconocible, llegó tragando saliva. Martín se sorprendió cuando abrió la puerta. Por un instante quedaron paralizados sin saber qué decirse. El beso peliculesco que se dieron en la boca rompió el hielo.

“¿Por qué estás fumando tanto?”, preguntó la joven.

“Tengo que morirme de cáncer de pulmón igual que mi viejo. Los pecadores nos merecemos eso”.



viernes, 24 de agosto de 2018

PEQUEÑA REFLEXIÓN EN DÓLARES





En Guatemala un asalariado –si tiene la “suerte” de estar en planilla y cobrar sus prestaciones– tiene un sueldo (medido de dólares) de algo más de $ 350 mensuales.

Un diputado (burócrata de clase media con ínfulas de ricachón, mentiroso y manipulador, que legisla a favor de los grandes grupos económicos nacionales y extranjeros) gana (siempre medido de dólares, con sueldo base y todo lo que pueda robar por ahí) unos $ 5,000 u $ 8,000 mensuales.

Uno de los grandes grupos económicos que manejan el país (que explotan a los asalariados y que le dan órdenes a las marionetas que tienen en el Congreso) puede ganar no menos de CINCO MILLONES DE DÓLARES POR MES.

¿Queda claro cuál es el verdadero problema del país? ¿La corrupción de los congresistas… o la explotación inmisericorde de los trabajadores?



miércoles, 22 de agosto de 2018

¿CIVILIZACIÓN?





Corridas de toros, peleas de box, riñas de gallos, arrojar bombas atómicas o napalm sobre población civil no combatiente, racismo y xenofobia, machismo y misoginia, ablación clitoridiana, Hollywood como patrón de éxito…

¿Qué reputas es la civilización?



lunes, 20 de agosto de 2018

ENTRE LA PENA DE MUERTE Y EL ABORTO




Como dijo Romelia Cutz: “Prohíben “matar” –que no es matar– a una célula en la barriga de una mujer, de la que podrá salir un ser humano quizá. Y que, si sale, por las condiciones en que fue engendrado, y por la situación general del país, no tendrá buena salud, ni educación, ni futuro, por lo que, muy probablemente, podrá terminar siendo un delincuente, un marero. Y cuando delinque y te roba un teléfono celular por la calle, con la misma vehemencia que critican el aborto, o con más vehemencia todavía, piden que lo maten. Algo no cuadra ahí”.


http://www.plazapublica.com.gt/content/entre-pena-de-muerte-y-aborto



domingo, 19 de agosto de 2018

HIJOS DE MATRIMONIOS HOMOSEXUALES





La homosexualidad (o la sexualidad en su conjunto) sigue siendo, y sin dudas será siempre, el talón de Aquiles de la humanidad. Hoy día muchas parejas homosexuales (varones y mujeres) adoptan y crían niños. La moral dominante pone el grito en el cielo al respecto. De todos modos, no hay ninguna evidencia que afirme que esos niños crezcan “anormales”.

Los prejuicios siguen mandando (y, según dijo Einstein: “es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”)



sábado, 18 de agosto de 2018

MARX HABLA SOBRE LA CAÍDA DEL MURO DE BERLÍN





No puedo dar los detalles precisos, sino simplemente hacer saber que recibí esta carta. Con mi pobre alemán me permití hacer la traducción, y como creo que esto es muy importante, hago circular el texto de marras en su versión española.

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Trabajadores del mundo:

Las fuerzas de la derecha internacional festejan alborozadas estos casi 30 años de la Caída del Muro de Berlín. Pero se equivocan. ¿Qué festejan en realidad? ¿El fin del socialismo?

La historia, contrariamente a como dijo ese apologista del sistema de apellido Fukuyama hace algunos años atrás, no ha terminado. ¿De dónde saldría tamaño disparate? La historia continúa su paso sin que sepamos hacia dónde va. Hoy, sin temor a equivocarnos, dadas las características que ha tomado el sistema capitalista internacional, perfectamente podría estar dirigiéndose hacia la aniquilación de la especie humana, dado el afán de lucro imparable que lo alimenta, y que bien podría llevar al holocausto termonuclear de activarse todas las armas de destrucción masiva que existen sobre la faz del planeta. O también, dado ese afán insaciable de obtención de ganancia que no puede eliminar, a la destrucción del planeta por el consumo irracional de recursos naturales que se está llevando a cabo.

Las fuerzas de la derecha cantan victoriosas su supuesto triunfo de 1989, pero en realidad no hay ningún triunfo. Como escribí alguna vez en mis años mozos, siendo discípulo del Profesor Hegel: el Amo tiembla aterrorizado delante del Esclavo porque sabe que inexorablemente tiene sus días contados.

¿Qué quise decir en su momento con esta frase, algo enigmática quizá, antes de ponerme a estudiar economía política para luego redactar el Tomo I de El Capital? Pues no es nada complicado: aparentemente el sistema capitalista “triunfó” de manera inexorable sobre las experiencias socialistas que se estaban construyendo, siendo la demostración palpable de ello la caída de este muro de la que ahora se cumplen casi 30 años. Supuestamente, según la fanfarria con que esa derecha presenta las cosas, la misma población alemana del este, “sojuzgada” por el yugo socialista, habría derrumbado el tal muro para “liberarse” y acceder a las bondades del capitalismo. ¡Pamplinas! Puras pamplinas, estupideces con que los actuales medios masivos de comunicación presentan las cosas.

En realidad lo que esta derecha, por ahora ganadora, festeja es que el Amo, para tomar la metáfora hegeliana (léase: la clase capitalista) alejó por un tiempo el fantasma que la persigue (la clase trabajadora y la posibilidad que alguna vez la misma se organice, abra los ojos y la expropie, tal como pasó varias veces durante el siglo XX, en Rusia, en China, en Cuba). Es decir: la clase por ahora dominante (industriales, banqueros, terratenientes) sabe que está sentada sobre un barril de pólvora; sabe que los trabajadores del mundo (obreros industriales urbanos –que fue lo que yo más estudié en su momento–, campesinos, trabajadores explotados de toda índole, sub-ocupados y desocupados –lo que yo en otro tiempo llamé Lumpenproletariät, es decir: población excluida y marginalizada) en algún momento van a explotar.

La historia de la humanidad, y también la historia del capitalismo, se los muestra. Las clases oprimidas aguantan (porque no tienen otra alternativa, porque están sojuzgadas, reprimidas brutalmente a veces, manipuladas en otras ocasiones). Aguantan hasta que, llegado a un punto de la acumulación de contradicciones, estalla un período de violencia revolucionaria, transformándose las relaciones de poder, pasando la propiedad de los medios de producción de una clase a otra. Esto la derecha lo sabe. Sabe muy claramente que la propiedad privada de esos medios es un saqueo legalizado; sabe con precisión milimétrica que no puede dejar ni por un segundo de cuidar esa propiedad, asentada en una explotación inmisericorde. Sabe que si se descuida, si deja de proteger a capa y espada sus privilegios, las grandes mayorías excluidas se levantan. Por eso, día a día, minuto a minuto, no dejan de controlar y evitar que los trabajadores se organicen, piensen, conozcan la verdadera realidad. Por eso los embrutecen con dádivas miserables: es decir, el viejo pan y circo de los romanos.

Pero esa derecha sabe que el barril de pólvora sobre el que está sentada puede explotar en algún momento, lo cual significaría perder sus privilegios de clase. De hecho, eso ya sucedió varias veces el siglo pasado. Por eso mismo, ante el retroceso que sufrió el primer Estado obrero del mundo, la llamada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, las fuerzas de la derecha cantaron victoria, mostrando el derribamiento del Muro de Berlín como la caída de las ideas socialistas. Dicho de otra manera: como están tan aterrorizados con la posibilidad que los trabajadores reaccionen alguna vez, se permitieron mostrar ese incidente como el fracaso inexorable de las ideas socialistas. Pero ello no es sino una demostración del pavor que sienten a ser expropiados. De ahí que presenten lo de Berlín como un triunfo apoteósico y que cierra de una vez la historia.

No hay dudas que con la involución que sufrieron las primeras experiencias socialistas del mundo (la Unión Soviética se desintegró, China se abrió al mercado capitalista, Cuba quedó flotando en el aire como pudo), el capitalismo internacional avanzó groseramente sobre las conquistas de los trabajadores obtenidas a fuerza de sacrificio en décadas y décadas de lucha. Por eso ahora ese sistema, que se autopresenta como ganador y única salida posible, se permite explotar más aún que hace un siglo atrás. Hoy día se perdieron conquistas sindicales, se hacen contratos sin prestaciones laborales, no se respeta la jornada laboral de ocho horas, se expolia sin la menor pudicia y se entroniza la figura del “ganador”.

No hay dudas, para tratar de concluir la referida cita que hice más arriba, que el sistema sabe que ya le va a llegar el turno, que su cabeza, igual que la del monarca francés en 1789, rodará por el polvo. Por eso festeja este triunfo parcial –que, sin dudas, hizo retroceder mucho al campo popular en estos últimos años– como un triunfo absoluto, queriendo presentar las cosas como que con el Muro de Berlín derribado terminó la explotación, y por tanto el ideal revolucionario socialista de transformación social, de lucha contra las injusticias.

Pero los trabajadores del mundo siguen siendo explotados, más que antes incluso, apaleados, reprimidos. ¿Por qué no habrían de reaccionar? Tal vez hoy día, hay que reconocerlo, los partidos comunistas están un tanto despistados. Mis ideas –que, en realidad, no son mías, sino producto de una reflexión científica (¡no digan “marxismo” sino materialismo histórico!)– se han querido presentar como anticuadas, fracasadas, “pasadas de moda”. Nada más contrario a la verdad. ¿Acaso terminaron las injusticias y la explotación? ¡Para nada!

Mientras siga la explotación en el mundo (y esa es la esencia del sistema capitalista) habrá quien proteste, quien alce la voz, quien busque organizarse para cambiar la situación. Que hoy día esa organización y los programas políticos al respecto estén golpeados, es una cosa. Pero pretender que se esfumaron, que los explotados quedarán contentos y felices con su condición de tales, que las injusticias cesaron porque el sistema ganó esta batalla, es un craso error.

No hay que olvidar que el capitalismo, como proyecto económico-político, comenzó a surgir en los siglos XII y XIII, allá en la Liga de Hansen, y demoró varias centurias hasta poder tomar mayoría de edad constituyéndose en sistema dominante, casi a fines del siglo XVIII, tanto en Francia e Inglaterra como en los nacientes Estados Unidos de América. Las experiencias socialistas no tienen ni 100 años de vida. ¡No olvidarlo! Cantar victoria porque se ganó una batalla es de mal guerrero. Lo único que demuestra es que sí, efectivamente, ese Amo tiembla porque sabe que ya le va a llegar su guillotina…, aunque en este momento se sienta ganador.

Los casi 30 años que ahora se pretenden festejar no son sino una demostración que el sistema capitalista no tiene salida. Se festeja el triunfo de la explotación y la injusticia. Si el sistema tuviera “responsabilidad social empresarial”, como parece que ahora se puso de moda decir, debería echarse a llorar por el descalabro absoluto que ha creado. Para decirlo sólo con dos ejemplos, lapidarios y terminantes por cierto: en estos momentos –créanme que sigo muy de cerca estos acontecimientos y estoy perfectamente informado– la humanidad produce un 45% más de los alimentos necesarios para nutrir a los alrededor de 8.000 millones de almas que pueblan el mundo, y vergonzosamente la principal causa de muerte sigue siendo nada más y nada menos que ¡el hambre! ¡Infame!, no caben dudas. Y para terminar: la principal actividad de la especie humana, la que más ganancias genera desde el punto de vista capitalista, la vanguardia de la ciencia y de la técnica es la producción de armamentos. Es decir: la defensa a muerte de los privilegios de algunos por sobre el bienestar de todos. ¡Más patético todavía!

Por tanto, camaradas, los insto a que no nos dejemos confundir por estos cantos de sirena: la derecha no festeja un triunfo sino que sigue estando en guerra, y con miedo, porque sabe que los trabajadores, tarde o temprano, reaccionaremos. Y sabe, además, que la verdad está de nuestro lado. Nosotros no explotamos ni sojuzgamos a nadie. ¡Ellos sí!

Hoy, como hace un siglo y medio, la consigna no es lamentarse por la paliza recibida recientemente ni quedarse embobados viendo la televisión. Sigue siendo como escribí con Federico en 1848: “No hay nada que perder más que las cadenas. Por tanto: ¡unámonos!”

Dixi, et salvavi animam meam

Carlos Enrique Marx
Desde algún remoto lugar



domingo, 12 de agosto de 2018

¿ABOGADOS O ABOGANSTERS?




¿Por qué es práctica común entre muchos abogados interponer continuamente acciones legales maliciosas, solo para obstaculizar los procesos judiciales?

¿No deberían ir presos los abogados que recurren a esos infames ardides dilatorios?



sábado, 11 de agosto de 2018

ESTEBAN, EL ROCKERO






        –¡Muy buena onda! Sonó muy bueno, mi cuate, muy bueno–, ponderó Esteban.
            Todos estaban contentos; el ensayo los había satisfecho hondamente. De seguir trabajando con esa intensidad, como lo venían haciendo desde varios meses, conseguirían el contrato. Hacía ya casi un año que lo buscaban, y todo parecía indicar que se encaminaban a lograrlo.
En un medio musical como el mexicano eso no resultaba fácil; la competencia era feroz, y se apelaba a cualquier cosa para dejar en el camino al competidor. Todo estaba justificado: zancadillas, delaciones. A Esteban, el jefe de la banda –tecladista y primera voz, y también autor de la mayoría de los temas– estas cosas le resultaban detestables. Hijo de madre soltera, criado en la más severa austeridad, con dotes musicales francamente notorias (había terminado su curso en el Conservatorio Nacional con el promedio más alto de los últimos cincuenta años), transmitía un espíritu de honestidad, de compromiso personal muy raro de ver en un joven de veintidós años. Anhelaba ser siempre el primero en todo.
Como parte de los emblemas de cualquier grupo rockero, los cinco integrantes de "Los Chulos" fumaban marihuana; pero para Esteban, muy en el fondo, eso lo tenía sin cuidado. Era parte necesaria del mercadeo, de la imagen. Sin embargo, él no necesitaba de ningún estímulo para tocar, y mucho menos para componer. Prefería el chocolate, una de sus únicas y verdades pasiones. Podía, igualmente, usar cualquier ropa; en las primeras conversaciones con la gente de la compañía disquera se había hablado, sin embargo, de una cierta línea. Todavía no se había fijado nada, pero la sugerencia eran camisetas informales coloridas y zapatos tenis. Esteban, contestatario como siempre, prefería ensayar en pijama. E incluso había pensado que así podrían actuar en público.
–¿Qué te dijo la última vez que platicaron?–, preguntó Carlos, el baterista.
–Lo de siempre. Que hay mucho interés, pero que se debe esperar un poco todavía–. Esteban, a sabiendas, se reservaba información. Pensaba que así era mejor para la integridad de la banda, para que nadie se preocupara. Sin dudas, llegado el momento, él confiaba en que sabría manejar la situación de modo adecuado. En realidad las proposiciones se las había hecho en privado, sin la presencia de sus compañeros. No lo había hablado con nadie, ni con su madre, por quien sentía devoción, ni con su novia, a quien adoraba.
–En verdad, yo lo encuentro un poco desagradable a este tipo. Con ese acento medio agringado, y esa pinta de gay disfrazado. No sé, quizá exagero ¿no?–, continuó Carlos.
–Quizá–, fue la opinión general de sus compañeros. Aunque en verdad a nadie le caía bien el gerente de la disquera. Estadounidense de origen, afincado en México desde años pero sin haber perdido su delator acento inglés, tenía un modo petulante no fácil de soportar.
–Bueno, muchachos: última ronda de ensayo y nos vamos–, sentenció Esteban. Todos estaban cansados, pero nadie osaba contradecirlo. Si bien tenía un modo siempre agradable, no confrontativo, se las arreglaba para que, con tacto, se cumpliera finalmente su voluntad. Un líder nato, sin dudas. Todos, algo a regañadientes en secreto, tocaron nuevamente a pedido del jefe. Nadie lo llamaba así; y él, por otro lado, jamás lo hubiera aceptado. Pero era el jefe, no cabían dudas.
El oído absoluto de Esteban le permitía captar sin el más mínimo esfuerzo cualquier pequeño error en las ejecuciones. Advirtió, en este último ensayo, varios; pero no quiso decir nada. Supuso que el cansancio, luego de más de doce horas de intenso trabajo, dispensaba de regaños a sus amigos. Mañana sería otro día, y al fin no estaba disconforme con lo obtenido.
–Hay bandas que suenan mucho peor que nosotros, y sin embargo graban. ¡Y venden!–.
José Octavio, segunda guitarra, era el único integrante del grupo que usaba drogas intravenosas. Nadie lo denostaba, pero ninguno lo secundaba en su práctica. Algunas veces estas conductas salían como tema de conversación; había un acuerdo tácito por parte de todos de no abrir juicios de valor al respecto. Esteban era muy mesurado en esto; jamás tenía actitudes agresivas para con nadie, y a José Octavio lo apreciaba mucho. Siempre, claro está, que no osara hacerle sombra.
El jueves de la semana entrante iba a venir Willy (es decir, el Sr. William Toledo), gerente general de la casa discográfica más grande de México, con un par de ingenieros en sonido a escuchar un ensayo. Había que impresionarlo; de eso podía depender el contrato.
–Tengo la intuición de que nos van a dar el sí para grabar–, dijo con serena seguridad Esteban.
–¿Y qué te hace pensar que esta vez nos contraten?–, agregó Pedro, el bajista, tatuado por todo el cuerpo, seguramente el de aspecto más extravagante, con aretes hasta en la lengua. –¿Qué te parece que tenga de especial esta visita?–.
–No lo sé; es un presentimiento nomás–.
Los tres salieron gratamente conmovidos con el grupo. Las canciones tenían algo particular, reconocieron los ingenieros; también lo confirmó Willy. Había que darles una oportunidad. No eran rockeros comunes y podían resultar una sensación comercial.


Un par de días después estaban los dos solos en la oficina del gerente; Esteban intuyó que esa era la última oportunidad: el contrato no dependía tanto de la calidad artística del grupo sino de estas "negociaciones" extraoficiales. No lo pensó mucho. Con ojos cerrados y dientes apretados se dejó llevar por la idea de triunfo, de victoria, de éxito final que lo esperaba –así creía– luego de ese renunciamiento. Nunca había tenido una relación homosexual, ni le interesaba buscarla. Le resultó menos cruento de lo que pensaba.
Al día siguiente, eufórico, con la copia del contrato en la mano –fue lo primero, lo único, que le exigió a Willy– cayó en la cuenta de lo que había sucedido. Y no lo podía creer. –¡No había usado preservativo!–
No sabía ante qué cosa reaccionar primero: quería correr a la casa en que ensayaban, donde sin dudas ya lo estaban esperando, y al mismo tiempo consultar urgente a un médico.
Se serenó. Recordó todo lo que había escuchado sobre el sida; precipitadamente se le aparecía un cúmulo de dudas, de preguntas y respuestas, de ansiedades desconocidas.
–¡No, no! Tan rápido no se puede saber. Además… no siempre se transmite. Bueno, ¿quién sabe, no? Quizá esta vez no–.
Sin saber cómo –sus pies lo llevaban, pero no era él quien caminaba– llegó a "la guarida", como le decían al lugar de los ensayos. Roberto, la primera guitarra –el más reservado del grupo, quien pocas veces le dirigía la palabra– fue el primero en hablarle:
–Hombre, ¡qué cara! Ni que hubieras visto a la Parca–.
–Será que todavía no lo puedo creer… tal vez por eso estoy así, con esta cara de muerto… ¡O de alegre! Prepárense muchachos: ¡el mes próximo grabamos nuestro primer disco!–
Todos, a un mismo tiempo, dejaron de tocar los instrumentos que estaban afinando para el ensayo.
–¿De verdad? ¡No mames, güey! ¿Y cómo lo conseguiste?–
Esa era la pregunta que más temía Esteban. Había pensado largamente en cómo manejaría la situación cuando llegara el momento. Intuía que todos sabían, sin decirlo, de sus contactos por fuera del grupo con el empresario. Quizá exageraba, pero esa era su sensación. Pensó, sin dudas con un sentimiento de culpa que le calaba los huesos, que ya todos podían saber lo de su encuentro homosexual.
–Pues… fue el mismo Willy que quiso hablar conmigo luego de la visita de los otros días. En realidad… quedaron muy impresionados con lo que les enseñamos, y por eso se apuró a cerrar contrato–.
–¿Y por qué fuiste tu solo?–, se apresuró a interrogar José Octavio, con un aire que denotaba segundas intenciones, provocación incluso.
–Es que…– le faltaban las palabras –es que fue todo precipitado, ¿saben? No lo tenía pensado; me llamó de repente, diciendo que quería hablarme. Pero no estuvo mal, ¿verdad?–
Esteban se sabía en falta; si bien había obtenido el contrato, le quedaba –y se daba cuenta que a sus compañeros también– un gusto amargo, difícil de digerir. Sin llegar a contar la escena amatoria –no era necesario– algo prohibido rondaba la situación. Algo que, sin siquiera ser dicho, tenía una sensación de cosa escondida, de jugada sucia. Incluso, eso tenía más peso que la obtención del convenio contractual con la disquera.
También había júbilo, por cierto. Sin embargo, la forma en que se había dado todo dejaba perplejos a los jóvenes. Era demasiado bueno para ser cierto, y era demasiado cierto que Esteban blandiera el papel del contrato en su mano. No se podía terminar de creer.
–Dime, Esteban– inquirió nuevamente José Octavio –ese dichoso contrato, ¿no tendrá ninguna de esas cláusulas confusas, con letra pequeñita, ilegible casi, que nos termine metiendo en dificultades?–
–¡Qué desconfiado! No, hombre. Por cierto que no. ¿Por qué piensas que podría hacer yo una cosa así?–


Unos días después "Los Chulos" ya estaban listos para su primera grabación. Serían doce temas, todos rocks, ensayados hasta el cansancio, repetidos monótonamente cientos de veces. No podía escapar ningún detalle; la rigurosa, purista escuela del conservatorio había dejado marcas en Esteban. –Si se tiene un solo error en la interpretación de una obra, hay que volver a repetirla no menos de diez veces–, le resonaban aún las palabras de su maestro, un notorio pianista polaco a quien seguía admirando todavía.
–El jueves–, fijaron los del estudio de grabación. El miércoles por la tarde le entregaban los resultados de la prueba Elisa.
Llegó el día finalmente. A las ocho fueron apareciendo los jóvenes músicos. Quince minutos después de la hora fijada llegó Esteban. El esfuerzo por parecer alegre era enorme; estaba seguro que no lo lograría. Puso en juego sus mejores dotes histriónicas, pero con la certeza que no podría ocultar la noticia.
La primera jornada de grabación fue un éxito. A ese paso y con esa eficiencia, en dos o tres días terminarían todo.
El viernes, cerca del mediodía, apareció Willy. Como siempre, impecablemente vestido, con esa sensación de no tener edad definida, con su estudiada sonrisa; se mostró simpático con todos los integrantes del grupo por igual. Esteban lo saludó fríamente.
–Felicitaciones, muchachos. De verdad se lo merecen. Van a hacerse famosos, sin dudas–.


El cambio en la conducta de Esteban fue notorio. Comenzó a mostrarse más taciturno, poco comunicativo. A veces, antes o después de los ensayos, se lo escuchaba sobre el teclado jugueteando con alguna obra de Beethoven o de Chopin, aquellas que había ejecutado en sus ya lejanos conciertos de piano bajo la dirección del maestro Wrezmetsky. Como siempre, no dejaba de impresionar a sus compañeros, fundamentalmente a José Octavio, que nunca había podido acercarse al talento interpretativo de Esteban, su eterno rival en el conservatorio. Los dos conciertos ofrecidos al piano por el ahora segunda guitarra estaban a una distancia sideral de la calidad del jefe de la banda. Ambos lo sabían, pero jamás se permitían siquiera mencionarlo.
–¿Qué será que le pasa al jefecito?–, se aventuró a preguntar alguna vez Carlos, con una espontánea ingenuidad.
Raro, ¿verdad?–, se apresuró a responder Pedro. Ahora que deberíamos estar más contentos que nunca, a éste se le ocurre ponerse melancólico. ¿Será que se peleó con Cecilia, su novia?–
–No que yo sepa, agregó un desconcertado José Octavio. Y tú, Roberto, que eres más cuate de él: ¿qué piensas?–
–¡Cómo si yo pudiera saberlo…! Quizá esté enfermo–.
Nadie quería tampoco profundizar en el tema; todos lo admiraban en lo musical. Realmente el talento de Esteban era grande. –Hay que hacer como Beethoven, muchachos, que hasta no tener terminada la Appassionata no salió de su cuarto, tres días encerrado componiendo. Si no es con pasión desbordada no se puede hacer música–, recordaban todos las palabras del director de la banda, que a su vez repetía lo que le había enseñado Wrezmetsky. En lo personal, sin embargo, más que admirarlo, le temían. Su actitud era siempre amable, pero todos sabían que tras la compostura se escondía un tirano. –Si no es con pasión desbordada, no se puede hacer nada, absolutamente nada. Si no, mejor dedicarse a vender palomitas de maíz–. Lo decía con compostura, con tranquilidad; detrás de las palabras, sin embargo, había un tornado contenido, siempre listo a dejarse ver entre sombras.
El gerente de la compañía los citó a todos, a los cinco, porque quería hablar acerca del lanzamiento del disco. Se reunieron en su oficina, lujosa y con un delicado aroma mentolado. Inexplicablemente Esteban no asistió. De todos modos el Sr. Toledo fue muy gentil, muy amable con los cuatro presentes. Se lamentó de la ausencia del tecladista y primera voz, pero no obstante ello anunció que la semana próxima se pondría a la venta el nuevo álbum. "Tolerancia" llevaría por título, tomando el nombre de uno de los temas incluidos.
Todos festejaron.


Esa misma noche, apenas un par de horas después de la reunión, se produjo el conato de atentado. Pese a sus dos guardaespaldas, que no lo abandonaban jamás, uno de los balazos le pasó no muy lejos. En ningún momento corrió riesgo real, pero no dejó de asustarse. Los disparos los hizo alguien desde algún techo amparado en la oscuridad. Toledo y sus matones prefirieron salir urgente de la escena y ni siquiera dieron parte a la policía.
En un primer momento Esteban, más por su confusión que por una certeza real, pensó que lo había matado. Esa noche durmió placenteramente, como hacía tiempo no le sucedía. A la mañana siguiente fue hacia "la guarida" con la secreta esperanza de escuchar de todos la noticia: "¡mataron a Willy!". Pero no fue así. Su decepción fue grande.
Luego de ese incidente, Esteban fue tornándose paulatinamente más despótico. Esto fue evidente para todos. Tanto y a tal punto, que en un momento los cuatro integrantes del grupo, fuera de él, decidieron hacer algo al respecto.
Se presentaron diversas alternativas; la más drástica –con la que nadie quería cerrar la discusión– era la disolución del conjunto. Pero no, eso era impensable; justo en este momento, acabando de sacar su primer material discográfico. Hablar con Esteban, reemplazarlo, pagarle unas vacaciones en la Polinesia para que reflexione, barajar y dar de nuevo… Fueron varias las ocurrencias, con distinta suerte y grado de seriedad. Decidieron que lo mejor era encararlo amigablemente y sentarse a conversar, cosa que, de hecho, poco hacían.
No pasadas dos semanas de la aparición del álbum, "Los Chulos" ya se encontraban entre los diez primeros títulos vendedores, en México y en el área centroamericana. "Tolerancia", la canción insignia, la más elaborada por cierto, era ya tarareada por no pocos jóvenes; la inclusión de un clavicordio –insólito en el ámbito rockero–, magistralmente interpretado por Esteban, había resultado un éxito. Hubo quien se atrevió a hablar del Jimmy Hendrix de los teclados (seguramente no era errónea la comparación). Esteban estaba cada vez más intratable.
La conversación con el grupo no llegó nunca. Inopinadamente dejó de ir a los ensayos; luego de dos días de desaparecido, el mismo día que lo buscaron –misteriosamente, según sus compañeros– de un laboratorio bioquímico, llegó la noticia, a través de su madre –que estaba más sorprendida que los propios integrantes de la banda: Esteban se había ido a un monasterio católico en Arizonas, Estados Unidos. Entró en calidad de hermano aspirante, e inmediatamente, entre otras obligaciones, fue destinado como organista de la capilla. La decisión, según hizo saber a su madre, era irrevocable.
Quien más estupefacto se mostró fue Willy. Coincidió –avatares del destino– con que allí también había estado él de joven, cuando tuvo algún llamado místico, corto y poco profundo por cierto. Guardaba un grato recuerdo de aquellos tiempos. Sin pensarlo dos veces, al día siguiente salió hacia Colorado, para dirigirse luego a Little Tree, el pequeño poblado en cuya cercanía se encontraba el recoleto convento.


No le fue fácil al gerente poder entrevistarse con Esteban. Aunque no supiera bien cómo explicarlo, el fraile superior intuyó algo non sancto en aquella visita, en aquel hombre tan elegantemente vestido, pero viejo, que sin ser familiar se preocupaba de esa manera por el joven recién ingresado. A duras penas le concedió un cuarto de hora, y con un testigo. El hermano Fidel, gordo y con cara de pocos amigos, fue destinado a tales efectos.
El encuentro fue más breve de lo estipulado por la autoridad monacal, pero de una gran intensidad. La presencia del vigilante no le quitó ardor.
No puedo creerlo, Esteban. ¿Pero por qué?–
–Es mi vida, es mi decisión–.
–Claro, claro. Nadie lo niega. Pero no lo entiendo. Justo ahora que comienzan a ser ídolos, justo ahora que se te aparece un futuro de éxito... Recuerda que es apenas el primer disco, y te puedo hacer grabar muchos más–.
–¿Pero a qué costo?–
–¿Cómo a qué costo? Todo lo que hiciste, lo haz hecho porque tú quisiste. Ya eres grande, ¿no? ¿Acaso te obligué a algo?–
–No me refiero a eso–.
–"No te entiendo, pichoncito–.
–¡El sida, cabrón! ¿No sabes que me lo pegaste?–.
Willy abrió desconcertadamente los ojos; tuvo que respirar hondo para poder seguir hablando. El monje testigo no salía de su estupor.
–Pero, ¿de qué hablas? Si yo no tengo nada, estoy sano–.
–¡Tu madre! ¿Quién me lo iba a transmitir si no?–
–Darling, te equivocas. Te lo aseguro. Yo me hago la prueba cada tres meses. Eso es algo que me obsesiona. Y contigo, no sé por qué, me permití descuidarme, lo sabes bien. Luego estaba que me moría. Urgente, unos días después de aquel encuentro, volví a hacerme mi chequeo. Puedo asegurarte que estoy sano. No entiendo qué me quieres decir–.
–Entonces…–. Le faltaron las palabras para continuar, no podía pensar nada. Esteban quedó mirando el vacío.
–Debe haber una error–, intentó agregar con profunda angustia Willy. El error gramatical cometido, uno de los poquísimos que había en su bien cuidado español, sirvió para sacudir a Esteban del sopor en que había caído.
–¡Un error! Es masculino… ¿Cuándo vas a aprender bien el castellano, gringo?– dijo, no sin cierto aire gracioso.
–When you… cuando tú te decidas a enseñármelo–.
–Quiere decir entonces… no entiendo, si con nadie más he ido a la cama últimamente, ni con mi novia–.
–Mira, cuando hablé con los muchachos de la banda un par de días atrás me dijeron no sé qué cosa de una carta de un laboratorio que llegó para ti. ¿No será que te buscaban para algo de esto? Quizá una, digo: un error. Eso sucede a veces–.
Efectivamente, el laboratorio consultado por Esteban había incurrido en un desagradable desliz: había traspapelado resultados, cambiando el nombre de los destinatarios. La persona llegada días atrás a "la guarida" no tenía sino el propósito de subsanar ese enojoso incidente. Pero nada se pudo hacer en aquél entonces, dada la desaparición del buscado.


Confirmada telefónicamente esa equivocación, sabiéndose entonces no afectado, Esteban decidió retornar. Eran infinitas las cosas que se le antojaba debía poner en claro: ¿tendría que contar el porqué de la desesperada decisión del convento? Y si declaraba la presunción de una seropositividad ¿cómo explicar el origen? ¿No era ya demasiado evidente su oscura relación con Willy? ¿Quién le podría creer que lo hizo sólo para conseguir el contrato? ¿Lo abandonaría su novia? ¿Qué diría su madre?
Pese a todas las dudas, regresó. Lo hizo junto a Willy, quien ya no sabía si presentarse ante "Los Chulos" como mentor empresarial, amigo, amante de Esteban, o qué cosa. La relación entre ellos seguía siendo extraña. Aunque el empresario se hubiera atrevido a contar todo en público, a llevar la aventura a un plano de mayor compromiso, para Esteban toda la situación seguía siendo detestable, y secreta.
Cuando se reencontraron los cinco –fue en "la guarida"– no hubo ninguna explosión afectiva especial: ni grandes abrazos, ni llantos, ni recriminaciones. Apenas superficiales saludos. Algunos –José Octavio en especial, también Roberto– fueron cortantes incluso. La condición era que, si regresaba a la banda, su papel sería secundario; tenían ya contactado un eventual nuevo tecladista.
Esteban no encontró otro salida: ahora, como solista, vende muchísimo, mucho más de lo que hubiera imaginado algún tiempo atrás. Pero no sabe cómo hacer para mantener oculta la relación con Willy ante su madre. Con su novia ya terminó; y días atrás, cuando se cruzó con Carlos, el baterista, prefirió fingir no verlo.


jueves, 9 de agosto de 2018

¿DÓNDE ESTÁ LA CICIG EN ESTOS MOMENTOS EN LA LUCHA CONTRA LA IMPUNIDAD?




La situación actual muestra un par de cosas:

  1. La CICIG es un engendro de Washington para la supuesta lucha contra la corrupción, siempre parcial, manipulada. No lucha de verdad contra nada.

  1. Los grupos mafiosos siguen en el poder en forma inalterada. Y en este momento, con su Pacto de corruptos, han tomado la iniciativa política.

  1. La impunidad como forma de hacer política continúa dominando el panorama, ahora agigantada, con grupos clandestinos que vuelven a operar como en la época de la guerra contrainsurgente.