No puedo dar los detalles precisos, sino
simplemente hacer saber que recibí esta carta. Con mi pobre alemán me permití
hacer la traducción, y como creo que esto es muy importante, hago circular el
texto de marras en su versión española.
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Trabajadores del mundo:
Las fuerzas de la derecha internacional
festejan alborozadas estos casi 30 años de la Caída del Muro de Berlín. Pero se
equivocan. ¿Qué festejan en realidad? ¿El fin del socialismo?
La historia, contrariamente a como dijo
ese apologista del sistema de apellido Fukuyama hace algunos años atrás, no ha
terminado. ¿De dónde saldría tamaño disparate? La historia continúa su paso sin
que sepamos hacia dónde va. Hoy, sin temor a equivocarnos, dadas las
características que ha tomado el sistema capitalista internacional,
perfectamente podría estar dirigiéndose hacia la aniquilación de la especie
humana, dado el afán de lucro imparable que lo alimenta, y que bien podría
llevar al holocausto termonuclear de activarse todas las armas de destrucción
masiva que existen sobre la faz del planeta. O también, dado ese afán
insaciable de obtención de ganancia que no puede eliminar, a la destrucción del
planeta por el consumo irracional de recursos naturales que se está llevando a
cabo.
Las fuerzas de la derecha cantan
victoriosas su supuesto triunfo de 1989, pero en realidad no hay ningún
triunfo. Como escribí alguna vez en mis años mozos, siendo discípulo del
Profesor Hegel: el Amo tiembla aterrorizado delante del Esclavo porque sabe que
inexorablemente tiene sus días contados.
¿Qué quise decir en su momento con esta
frase, algo enigmática quizá, antes de ponerme a estudiar economía política
para luego redactar el Tomo I de El Capital? Pues no es nada complicado:
aparentemente el sistema capitalista “triunfó” de manera inexorable sobre las
experiencias socialistas que se estaban construyendo, siendo la demostración
palpable de ello la caída de este muro de la que ahora se cumplen casi 30 años.
Supuestamente, según la fanfarria con que esa derecha presenta las cosas, la
misma población alemana del este, “sojuzgada” por el yugo socialista, habría
derrumbado el tal muro para “liberarse” y acceder a las bondades del
capitalismo. ¡Pamplinas! Puras pamplinas, estupideces con que los actuales
medios masivos de comunicación presentan las cosas.
En realidad lo que esta derecha, por
ahora ganadora, festeja es que el Amo, para tomar la metáfora hegeliana (léase:
la clase capitalista) alejó por un tiempo el fantasma que la persigue (la clase
trabajadora y la posibilidad que alguna vez la misma se organice, abra los ojos
y la expropie, tal como pasó varias veces durante el siglo XX, en Rusia, en
China, en Cuba). Es decir: la clase por ahora dominante (industriales, banqueros,
terratenientes) sabe que está sentada sobre un barril de pólvora; sabe que los
trabajadores del mundo (obreros industriales urbanos –que fue lo que yo más
estudié en su momento–, campesinos, trabajadores explotados de toda índole,
sub-ocupados y desocupados –lo que yo en otro tiempo llamé Lumpenproletariät, es decir: población excluida y marginalizada) en
algún momento van a explotar.
La historia de la humanidad, y también
la historia del capitalismo, se los muestra. Las clases oprimidas aguantan
(porque no tienen otra alternativa, porque están sojuzgadas, reprimidas
brutalmente a veces, manipuladas en otras ocasiones). Aguantan hasta que,
llegado a un punto de la acumulación de contradicciones, estalla un período de
violencia revolucionaria, transformándose las relaciones de poder, pasando la
propiedad de los medios de producción de una clase a otra. Esto la derecha lo
sabe. Sabe muy claramente que la propiedad privada de esos medios es un saqueo
legalizado; sabe con precisión milimétrica que no puede dejar ni por un segundo
de cuidar esa propiedad, asentada en una explotación inmisericorde. Sabe que si
se descuida, si deja de proteger a capa y espada sus privilegios, las grandes
mayorías excluidas se levantan. Por eso, día a día, minuto a minuto, no dejan
de controlar y evitar que los trabajadores se organicen, piensen, conozcan la
verdadera realidad. Por eso los embrutecen con dádivas miserables: es decir, el
viejo pan y circo de los romanos.
Pero esa derecha sabe que el barril de
pólvora sobre el que está sentada puede explotar en algún momento, lo cual
significaría perder sus privilegios de clase. De hecho, eso ya sucedió varias
veces el siglo pasado. Por eso mismo, ante el retroceso que sufrió el primer
Estado obrero del mundo, la llamada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas,
las fuerzas de la derecha cantaron victoria, mostrando el derribamiento del
Muro de Berlín como la caída de las ideas socialistas. Dicho de otra manera:
como están tan aterrorizados con la posibilidad que los trabajadores reaccionen
alguna vez, se permitieron mostrar ese incidente como el fracaso inexorable de
las ideas socialistas. Pero ello no es sino una demostración del pavor que
sienten a ser expropiados. De ahí que presenten lo de Berlín como un triunfo
apoteósico y que cierra de una vez la historia.
No hay dudas que con la involución que
sufrieron las primeras experiencias socialistas del mundo (la Unión Soviética
se desintegró, China se abrió al mercado capitalista, Cuba quedó flotando en el
aire como pudo), el capitalismo internacional avanzó groseramente sobre las
conquistas de los trabajadores obtenidas a fuerza de sacrificio en décadas y
décadas de lucha. Por eso ahora ese sistema, que se autopresenta como ganador y
única salida posible, se permite explotar más aún que hace un siglo atrás. Hoy
día se perdieron conquistas sindicales, se hacen contratos sin prestaciones
laborales, no se respeta la jornada laboral de ocho horas, se expolia sin la
menor pudicia y se entroniza la figura del “ganador”.
No hay dudas, para tratar de concluir la
referida cita que hice más arriba, que el sistema sabe que ya le va a llegar el
turno, que su cabeza, igual que la del monarca francés en 1789, rodará por el
polvo. Por eso festeja este triunfo parcial –que, sin dudas, hizo retroceder
mucho al campo popular en estos últimos años– como un triunfo absoluto,
queriendo presentar las cosas como que con el Muro de Berlín derribado terminó
la explotación, y por tanto el ideal revolucionario socialista de
transformación social, de lucha contra las injusticias.
Pero los trabajadores del mundo siguen
siendo explotados, más que antes incluso, apaleados, reprimidos. ¿Por qué no
habrían de reaccionar? Tal vez hoy día, hay que reconocerlo, los partidos
comunistas están un tanto despistados. Mis ideas –que, en realidad, no son
mías, sino producto de una reflexión científica (¡no digan “marxismo” sino
materialismo histórico!)– se han querido presentar como anticuadas, fracasadas,
“pasadas de moda”. Nada más contrario a la verdad. ¿Acaso terminaron las
injusticias y la explotación? ¡Para nada!
Mientras siga la explotación en el mundo
(y esa es la esencia del sistema capitalista) habrá quien proteste, quien alce
la voz, quien busque organizarse para cambiar la situación. Que hoy día esa
organización y los programas políticos al respecto estén golpeados, es una
cosa. Pero pretender que se esfumaron, que los explotados quedarán contentos y
felices con su condición de tales, que las injusticias cesaron porque el
sistema ganó esta batalla, es un craso error.
No hay que olvidar que el capitalismo,
como proyecto económico-político, comenzó a surgir en los siglos XII y XIII,
allá en la Liga de Hansen, y demoró varias centurias hasta poder tomar mayoría
de edad constituyéndose en sistema dominante, casi a fines del siglo XVIII,
tanto en Francia e Inglaterra como en los nacientes Estados Unidos de América.
Las experiencias socialistas no tienen ni 100 años de vida. ¡No olvidarlo!
Cantar victoria porque se ganó una batalla es de mal guerrero. Lo único que
demuestra es que sí, efectivamente, ese Amo tiembla porque sabe que ya le va a
llegar su guillotina…, aunque en este momento se sienta ganador.
Los casi 30 años que ahora se pretenden
festejar no son sino una demostración que el sistema capitalista no tiene salida.
Se festeja el triunfo de la explotación y la injusticia. Si el sistema tuviera
“responsabilidad social empresarial”, como parece que ahora se puso de moda
decir, debería echarse a llorar por el descalabro absoluto que ha creado. Para
decirlo sólo con dos ejemplos, lapidarios y terminantes por cierto: en estos
momentos –créanme que sigo muy de cerca estos acontecimientos y estoy
perfectamente informado– la humanidad produce un 45% más de los alimentos
necesarios para nutrir a los alrededor de 8.000 millones de almas que pueblan
el mundo, y vergonzosamente la principal causa de muerte sigue siendo nada más
y nada menos que ¡el hambre! ¡Infame!, no caben dudas. Y para terminar: la
principal actividad de la especie humana, la que más ganancias genera desde el
punto de vista capitalista, la vanguardia de la ciencia y de la técnica es la
producción de armamentos. Es decir: la defensa a muerte de los privilegios de
algunos por sobre el bienestar de todos. ¡Más patético todavía!
Por tanto, camaradas, los insto a que no
nos dejemos confundir por estos cantos de sirena: la derecha no festeja un
triunfo sino que sigue estando en guerra, y con miedo, porque sabe que los
trabajadores, tarde o temprano, reaccionaremos. Y sabe, además, que la verdad
está de nuestro lado. Nosotros no explotamos ni sojuzgamos a nadie. ¡Ellos sí!
Hoy, como hace un siglo y medio, la
consigna no es lamentarse por la paliza recibida recientemente ni quedarse
embobados viendo la televisión. Sigue siendo como escribí con Federico en 1848:
“No hay nada que perder más que las cadenas. Por tanto: ¡unámonos!”
Dixi, et salvavi animam meam
Carlos Enrique Marx
Desde algún remoto lugar
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