miércoles, 31 de enero de 2018

CLASE POLÍTICA: ¿QUÉ LA DIFERENCIA DE LA CLASE DELINCUENCIAL?

La “vieja” forma de hacer política se mantiene. Es decir: sigue primando la corrupción, la impunidad, el tráfico de influencias, el compadrazgo, el matonaje, la cultura alcohólica, el machismo descarado, el racismo, la absoluta falta de solidaridad, la mentira desvergonzada, el espíritu gangsteril …


¿HABRÁ UNA “NUEVA” FORMA? ¿DÓNDE ESTÁ?


martes, 30 de enero de 2018

LOS POLÍTICOS, ¿SON PSICÓPATAS?


Según la Clasificación Internacional de las Enfermedades, Versión 10 (CIE-10), de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la PSICOPATÍA se evidencia por:

        Descuido de las obligaciones sociales y frialdad de sentimientos hacia los demás.
        Importante diferencia entre el comportamiento de la persona y las normas sociales vigentes.
        No aprende de la experiencia ni por medio del castigo.
        Baja tolerancia a la frustración. Si la sufre podrá recurrir a la violencia o la agresión.
        Tendencia a culpabilizar a los demás de sus propios errores.
        Personalidad:
·         amoral
·         antisocial
·         asocial
·         psicopática
·         sociopática

Los políticos “profesionales” (lo que se suele llamar “la clase política”), en Guatemala y en cualquier parte del mundo: ¿son psicópatas? Su actuación coincide en mucho con lo que dice la OMS, ¿verdad?





viernes, 26 de enero de 2018

UNA MISMA PIEZA MUSICAL TOCADA CON DISTINTOS INSTRUMENTOS


La obra, original para violín y piano, titulada “Czardas”, del italiano Vittorio Monti, que recrea ese baile tradicional de origen húngaro, es una de las piezas musicales de mayor complejidad técnica. Su ejecución requiere de un muy alto grado de maestría en el manejo del instrumento con que se toque, dado lo endemoniadamente difícil de su interpretación.

Veamos aquí una colección de versiones con los más diversos instrumentos (cuerda frotada, cuerda pulsada, viento, teclado, incluso percusión como la marimba, banda de rock, orquestas diversas), todas ejecuciones de altísima calidad.

Comenzamos con una versión “alternativa” en violín, ejecutada por Marcelo –arco con mano izquierda, como cosa rara– grabada en las afueras del metro de Berlín.




martes, 23 de enero de 2018

LAS MAFIAS RETORNAN EN GUATEMALA


Tras un período en que los grupos de poder se sintieron golpeados (se desarmaron algunas mafias –Pérez Molina y Baldetti presos, por ejemplo– y la SAT comenzó a cobrarle impuestos a todo el mundo), ahora se rearman y vuelven envalentonados.

Ya bloquearon al titular de la SAT, ya tienen la presidencia del Congreso, van por el Ministerio Público, van tras la CICIG (ya declararon non grato a su cabeza), van tras el Procurador de Derechos Humanos. Como Byron Lima “sabía demasiado”, todo hace  pensar que lo sacaron de camino. Y a todo eso le llaman democracia…


¿SE VIENE UNA CACERÍA DE BRUJAS?

viernes, 19 de enero de 2018

JOHN, EL MORMÓN



Definitivamente John era un tipo de mala suerte. Ya desde pequeño las cosas parecían estar siempre en su contra: a los 7 años fue pateado por un caballo, a los 11, en el cumpleaños de su hermano menor, cayó de la escalera en la casa paterna fracturándose las dos piernas. A los 15, la primera vez que practicó canopy, tuvo la desgracia de ver cómo se rompía el arnés que lo sujetaba cayendo desde una altura de más de 10 metros, lo que lo dejó dos meses hospitalizado. A los 17 fue atropellado por un autobús, lo que lo mantuvo en silla de ruedas por casi tres meses, dejándole una renguera crónica, no muy acentuada, pero sí visible a simple vista.

Con las mujeres no le fue mucho mejor; a sus 22 años –momento en que sucedió la historia que ahora vamos a narrar– nunca había tenido relaciones sexuales, ni siquiera un beso. Era muy tímido, y lo que siempre recordaba es que en una de sus pocas fiestas con jóvenes de su edad, a los 18 años en su Dallas natal, en Texas, fue víctima de una broma de mal gusto por parte de unos compañeros de clase borrachos que lo desnudaron y lo lanzaron a una piscina. Como casi no sabía nadar, estuvo a punto de ahogarse. Después de esa nada agradable experiencia, no asistió más a fiestas. Y eso lo alejó más aún de las mujeres.

A los 20 años, cursando la carrera de abogacía y siendo voluntario en una casa de atención de drogodependientes, decidió hacerse mormón. Dos años después marchó a Honduras, en Centroamérica, como parte de su misión evangelizadora. La decisión de abrazar esta religión era una de las pocas cosas que realmente lo mantenían alegre. Por lo demás, era bastante taciturno, habitualmente de pocas palabras.

Tegucigalpa, la ciudad donde había sido asignado, no le gustaba, así como no le gustaba el idioma español. El rico paradigma verbal del castellano se le hacía extremadamente difícil, por lo que lo odiaba. A la capital hondureña donde desarrollaba su misión, también. La ciudad se le tornaba casi infernal a causa del desorden urbano reinante: el ruido y la suciedad se le hacían insoportables, pero como disciplinado miembro de su iglesia que era, cumplía a cabalidad la tarea asignada.

El día de la historia en cuestión, un miércoles, como todos los días de su vida, se levantaba a las 4 de la mañana. Como todos los días también, hacía algo de gimnasia, leía un poco y luego participaba de las actividades de la iglesia, entre las que estaba el desayuno, hecho de la misma manera que si se encontrara en Dallas –no podía comer plátanos por la mañana. Le parecía de mal gusto–. Puntualmente a las 8 de la mañana, salía a predicar, junto con otro misionero. Ese día fue con Rudolph.

Tegucigalpa, como habíamos dicho, le desagradaba. Pero más aún le desagradaban los hondureños. O, en términos generales, los latinos. Por supuesto, esto no lo hubiera dicho nunca jamás en público; incluso hacía todos los esfuerzos a su alcance para tratar de no pensar así, de no sentir eso. Despreciar a otro ser humano, como buen religioso que era, sabía que no estaba bien. Pero el sentimiento espontáneo iba más allá de lo racional, y desde joven tenía esa sensación: personas de piel algo morena y ojos y cabellos castaños eran sinónimo de “peligro”. Vagos, borrachos, pendencieros, mujeriegos (los varones) o putas (las mujeres), pero fundamentalmente: un peligro para los que, como su padre y toda su familia que se lo había enseñado, eran buenos trabajadores y pagaban sus impuestos, todo eso era lo que tenía como representación de “hispanos”. Y para el caso daba lo mismo hondureños, mexicanos o uruguayos. No había mayor distinción: eran todos aquellos que venían de esas “selváticas regiones”.

De todos modos, convivir y tratar de ganar para la iglesia a gente con la que no se sentía unido –o más aún: aborrecía visceralmente– era todo un reto. En ese sentido, sin dudas su esfuerzo era loable.

Vivir en medio de esos “vagos, borrachos y pendencieros” le significa un costo altísimo. Sabía que no podía despreciarlos por el hecho de ser “unos salvajes”, aunque secretamente así lo creyera. Al mismo tiempo, hacía lo imposible por sentirlos sus iguales. Cuando le preguntaban qué vinculaciones había entre los mormones y la CIA, simplemente sonreía. Nunca se atrevió a preguntar en su iglesia por qué los hondureños insistían tanto con eso.

Su llegada a Honduras tampoco había estado libre de la mala fortuna que siempre lo acompañaba. Tres días después de pisar suelo del centroamericano país, tuvo la desgracia de pasar por debajo de un edificio desde donde cayó una maceta desde el tercer piso, abriéndole la cabeza. Su primer contacto con Latinoamérica vino a robustecer sus prejuicios de lugar caótico, brutal y violento.

Ese miércoles, decíamos, en abril, con mucho calor, salió con Rudolph con un itinerario ya trazado. Viendo ahora los hechos, cabe preguntarse si John tuvo mala suerte… o por el contrario corrió la mejor de las suertes. Y así lo decimos porque, si bien lo que le pasó fue bastante trágico, su compañero Rudolph encontró la muerte. Al menos John puede contar la historia.

Partieron desde la iglesia con rumbo a la colonia El Reparto, uno de los sectores más pobres de la ciudad. John no pudo precisar nunca qué sucedió exactamente con su acompañante. Sólo sabe que como alrededor de las nueve de la mañana fueron interceptados por un grupo de muchachas jóvenes con aspecto de “prostitutas”, y algunos muchachos varones. Esas fueron sus palabras textuales en la declaración policial que dio. Ahí perdió de vista a Rudolph.

La denuncia que presentó –hecha casi a la fuerza, porque las autoridades de su iglesia y funcionarios de su embajada se lo exigieron por razones administrativas– causó hilaridad entre los policías que la tomaron. Era muy raro recibir de un varón una denuncia de maltrato por parte de una mujer. Pero infinitamente más raro –descabellado, insólito más bien– era recibir una denuncia de violación sexual contra un hombre…. a manos –bueno, es una manera de decir– de mujeres. Lo cierto es que así fue la denuncia: John Mc Gregor, estadounidense, 22 años, rubio y de ojos celestes, de 1.83 m. de altura, con una leve cojera en su pierna izquierda, originario de Dallas, Texas, misionero mormón residente en Tegucigalpa, Honduras, fue violado por un grupo indeterminado de mujeres la mañana del 22 de abril de….

La noticia corrió rápidamente y por varios días fue la comidilla de los medios de comunicación locales. Se le intentó hacer más de alguna entrevista a John, todas rechazadas en forma categórica por su iglesia. El interesado parece ser que salió de incógnito del país unos días después del suceso.

Los hechos, como sucede en general en este tipo de situaciones fuera de lo común, nunca terminan de conocerse en detalle; son más los rumores que circulan que la fría verdad objetiva, y por tanto se termina sabiendo más una historia deformada que lo que realmente sucedió. Por otro lado, en un tema tan singular como la violación de un hombre por una(s) mujer(es), son más los prejuicios en juego que otra cosa, por lo que es muy difícil saber con certeza qué pasó aquella mañana de miércoles en la colonia El Reparto. De todos modos, según las declaraciones extraoficiales que pude conseguir por ahí del agente Isidoro Velásquez –quien no tuvo problema en dar la cara para contar lo que sabía–, parece ser que la situación fue así:

Cuando los dos mormones caminaban por un oscuro callejón, fueron interceptados por un grupo de hombres y mujeres, de por lo menos diez personas en total. La gran mayoría, o todos y todas, estaban tatuados y portaban armas de fuego y/o cuchillos. Uno de ellos llevaba un bate de baseball. Los dos mormones fueron reducidos en base a intimidaciones, separando a uno del otro. John, desde ese momento, no supo más nada de Rudolph. El cuerpo sin vida de este último apareció al día siguiente en un barranco del sector, sin lengua y sin la mano izquierda. John fue llevado a la fuerza a una casa, “muy desagradable”, según cuenta el agente Velásquez que el gringo manifestó en su declaración.

Allí fue desnudado por todo el grupo con lujo de fuerza, y luego amarrado a una cama. Posteriormente los varones se fueron, quedando sólo las mujeres. John no pudo decir con exactitud cuántas eran ellas, si cuatro o cinco, pero estaba seguro que era un grupo. Todas ellas se desnudaron. Muchas de ellas no lo hicieron en forma total, sino que se dejaron portaligas, de esas que se ven en las películas pornográficas –aquí el agente se detuvo para reflexionar cómo era posible que John, siendo mormón, conociera este detalle– y en algunos casos, también zapatos de tacón. Todas tenían el cabello largo y suelto, y olían mal. Trataron de excitarlo sexualmente, pero no consiguieron una erección de parte del mormón, seguramente por el terror que se lo impedía. Ante este incidente comenzaron a manosearse entre ellas, excitándose cada vez más. Luego –aquí John se puso a llorar cuando contaba la historia, según nos lo hizo saber el agente Velásquez– apareció en escena un enorme vibromasajeador de más de un pie de largo (es decir, de más de 30 centímetros. John nunca se acostumbró al sistema métrico decimal usado en Latinoamérica y seguía hablando en “pies”). Primero lo utilizaron algunas mujeres entre sí, pasándoselo por sus “zonas pudendas” –palabra bastante sofisticada para el español que manejaba el extranjero, y que Velásquez no conocía, pero que supuso que serían las partes “cochinas” de las mujeres, para citarlo literalmente tal como nos lo refirió–. Luego de estas escenas, comenzaron a introducírselo a John por el.... –una vez más, aquí el agente pareció ponerse nervioso cuando relataba, pero no fue difícil entender por dónde se lo habían metido–. Fue ahí cuando el mormón, según sus propias declaraciones, alcanzó la erección. Y más excitado se puso aún, de acuerdo a lo que él mismo relató en la estación de policía, cuando apareció una videocámara. Al verse filmado, hasta pareció alegrarse. Cuando John lo contaba, según nos dijo Velásquez, incluso parecía feliz. Erecto, se dejó montar por varias, o todas, las mujeres que allí había. Perdió la cuenta de cuántas veces lo violaron, pero sabe que eyaculó varias veces. Él mismo se sorprendió ante ese hecho.

Pero la pena más grande que manifestaba John, la aflicción que lo atormentaba y por la que no encontraba remedio, era saber que no les había dicho a sus violadoras, nunca, en ningún momento, que él era portador del VIH. Y habían tenido sexo sin protección.

Según manifestó en la declaración antes los ocho policías que lo escuchaban (la denuncia había comenzado con dos funcionarios que tomaban nota, pero paulatinamente se había incorporado todo el personal de la comisaría, absortos como estaban con el relato del gringo), él nunca había tenido relaciones sexuales, pero en la época en que trabajaba como voluntario en el centro de atención de tóxicodependientes en recuperación, en Dallas, en algún accidente con un muchacho seropositivo, se había contagiado el virus. Nunca lo dijo, ni siquiera en su iglesia, hasta que ahora saltó todo.

Según pudo saberse John, que aún no está mal de salud, ahora cuida viejitos en un geriátrico en las afueras de Boston, mientras sigue su tratamiento antiviral.

Ah, y de las mujeres violadoras en Tegucigalpa, la policía nunca pudo encontrar nada. Según nos contó el agente Velásquez, parece ser que se trata de un grupo satánico que organiza misas negras, las que incluyen este tipo de rituales. Hace un par de meses nos contó que violaron a una monjita belga que, para su desgracia, quedó embarazada. Pero nadie se quiere meter con ese grupo. Alguien nos dijo por ahí que autoridades policiales participan también de esas orgías.


jueves, 18 de enero de 2018

¿TERCERA GUERRA MUNDIAL?

Por error (si es que fue un error… ¿o habrá sido un simulacro?), días pasados se disparó un alerta de misil sobre un estado de Estados Unidos: Hawaii.

Efectivamente ¿se viene la Tercera Guerra Mundial, o son artificios de la política internacional -básicamente de Washington- para mantenernos en vilo?


Hay que recordar que “quien juega con fuego, se puede quemar”. Y aquí “quemarse” significa el fin de la Humanidad. 

martes, 16 de enero de 2018

lunes, 15 de enero de 2018

“NI CORRUPTO NI LADRÓN”, decía la campaña.

Pero… ¿por qué, entonces, tanta insistencia en expulsar a la CICIG, a Iván Velásquez y a seguir protegiendo y dándole poder a corruptos?

domingo, 14 de enero de 2018

¿PAÍSES DE MIERDA?

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, acaba de referirse a "países de mierda" (Honduras, Haití, naciones africanas). 

¿Qué criterios habrá usado para "medirlos"? 


Mmmmm... No parece muy seria la apreciación. ¿O estará hablando –como siempre– desde el racismo, la soberbia y prepotencia imperial?

sábado, 13 de enero de 2018

MUJERES CONDENADAS POR LAS RELIGIONES

La cultura machista-patriarcal está hondamente arraigada en todas las sociedades del planeta. Es cierto que ya ha comenzado un cambio, lento todavía, pero sin pausa. De todos modos, es muchísimo lo que resta por avanzar aún. No está claro cómo seguirán esos cambios; en todo caso, en nombre de una justicia universal todas y todos debemos apoyarlos.
Lo que sí está claro es que las religiones -todas ellas- no juegan un papel precisamente progresista en ese cambio: más que ayudar a la igualación de las relaciones entre los géneros, promueven el mantenimiento de las más odiosas y repudiables diferenciaciones injustas (¿puede haber alguna diferenciación injusta que no se odiosa y repudiable?)
Amparados en la pseudo explicación de "ancestrales motivos culturales", podemos entender -jamás justificar- el patriarcado, los arreglos matrimoniales hechos por los varones a espaldas de las mujeres, el papel sumiso jugado por éstas en la historia, el harem, la ablación clitoridiana; podemos entender que una comadrona en las comunidades rurales de Latinoamérica cobre más por atender el nacimiento de un niño que el de una niña, o podemos entender la lógica que lleva a la lapidación de una mujer adúltera en el África.
En esta línea, entonces, podríamos decir que las religiones ancestrales son la justificación ideológico-cultural de este estado de cosas; las religiones en tanto cosmovisiones (filosofía, código de ética, manual para la vida práctica) han venido bendiciendo las diferencias de género, por supuesto siempre a favor de los varones. ¿Por qué los poderes, al menos hasta ahora, han sido siempre masculinos y misóginos? Esto demuestra que todas las religiones son machistas, nunca progresistas, nunca promueven la equidad real; y si hay diosas mujeres, como efectivamente las hay, la feligresía está atravesada por el más absoluto patriarcado. ¿Cuándo habrá una Papisa? La única que se cuenta en la historia de la Iglesia Católica -Juana I, nunca reconocida oficialmente por el Vaticano- fue linchada. Estamos ahora en el Siglo XXI, donde sin dudas se han empezado a producir cambios en la relación entre géneros, pero la misoginia sigue mandando.
Quizá en un arrebato de modernidad podríamos llegar a estar tentados de decir que las religiones más antiguas, o los albores de las actuales grandes religiones monoteístas, son explícitas en su expresión abiertamente patriarcal, consecuencia de sociedades mucho más "atrasadas", sociedades donde hoy ya se comienza a establecer la agenda de los derechos humanos, incluidos los de las mujeres, sociedades que van dejando atrás la nebulosa del "sub-desarrollo". Así, no nos sorprende que dos milenios y medio atrás, Confucio, el gran pensador chino, pudiera decir que "La mujer es lo más corruptor y lo más corruptible que hay en el mundo", o que el fundador del budismo, Sidhartha Gautama, aproximadamente para la misma época expresara que "La mujer es mala. Cada vez que se le presente la ocasión, toda mujer pecará".
Tampoco nos sorprende hoy, en una serena lectura historiográfica y sociológica de las Sagradas Escrituras de la tradición católica, que en el Eclesiastés 22:3 pueda encontrarse que "El nacimiento de una hija es una pérdida", o en el mismo libro, 7:26-28, que "El hombre que agrada a Dios debe escapar de la mujer, pero el pecador en ella habrá de enredarse. Mientras yo, tranquilo, buscaba sin encontrar, encontré a un hombre justo entre mil, más no encontré una sola mujer justa entre todas". O que el Génesis enseñe a la mujer que "parirás tus hijos con dolor. Tu deseo será el de tu marido y él tendrá autoridad sobre ti", o el Timoteo 2:11-14 nos diga que "La mujer debe aprender a estar en calma y en plena sumisión. Yo no permito a una mujer enseñar o tener autoridad sobre un hombre; debe estar en silencio".
Siempre en la línea de intentar concebir la historia como un continuo desarrollarse, y al proceso civilizatorio como una búsqueda perpetua de mayor racionalidad en las relaciones interhumanas, podría entenderse que cosmovisiones religiosas antiguas como la que aún mantienen los ortodoxos judíos repitan en oraciones que se remontan a lejanísimas antigüedades: "Bendito seas Dios, Rey del Universo, porque Tú no me has hecho mujer", o "El hombre puede vender a su hija, pero la mujer no; el hombre puede desposar a su hija, pero la mujer no".
Reconociendo que los prejuicios culturales, racistas para decirlo en otros términos, siguen estando aún presentes en la humanidad pese al gran progreso de los últimos siglos, desde una noción occidental (eurocéntrica), podría pensarse que son religiones "primitivas" las que consagran el patriarcado y la supremacía masculina. Así, ente la población africana, es común que en nombre de preceptos religiosos (de "religiones paganas" se decía no hace mucho tiempo) más de 100 millones de mujeres y niñas son actualmente víctimas de la mutilación genital femenina, practicada por parteras tradicionales o ancianas experimentadas al compás de oraciones religiosas a partir del concepto, tremendamente machista, de que la mujer no debe gozar sexualmente, privilegio que sólo le está consagrado a los varones, mientras que eso por cierto no sucede en sociedades "evolucionadas". 
Igualmente desde un prejuicio descalificante puede decirse que la dominación masculina queda glorificada en religiones que, al menos en Occidente, son vistas como fanáticas, fundamentalistas, primitivas en definitiva. En ese sentido, en esa lógica de discriminación cultural, puede afirmarse que los musulmanes ya en su libro sagrado tienen establecido el patriarcado, lo cual podría ratificarse leyendo el verso 38 del capítulo "Las mujeres" del Corán (en la traducción española de Joaquín García-Bravo), que textualmente dice: "Los hombres son superiores a las mujeres, a causa de las cualidades por medio de las cuales Alá ha elevado a éstos por encima de aquéllas, y porque los hombres emplean sus bienes en dotar a las mujeres. Las mujeres virtuosas son obedientes y sumisas: conservan cuidadosamente, durante la ausencia de sus maridos, lo que Alá ha ordenado que se conserve intacto. Reprenderéis a aquellas cuya desobediencia temáis; las relegaréis en lechos aparte, las azotaréis; pero, tan pronto como ellas os obedezcan, no les busquéis camorra. Dios es elevado y grande".
Incluso podría decirse que si la religión católica consagró el machismo, eso fue en tiempos ya idos, pretéritos, muy lejanos, y no es vergonzante hoy que uno de sus más conspicuos padres teológicos como San Agustín dijera hace más de 1.500 años: "Vosotras, las mujeres, sois la puerta del Diablo: sois las transgresoras del árbol prohibido: sois las primeras transgresoras de la ley divina: vosotras sois las que persuadisteis al hombre de que el diablo no era lo bastante valiente para atacarle. Vosotras destruisteis fácilmente la imagen que de Dios tenía el hombre. Incluso, por causa de vuestra deserción, habría de morir el Hijo de Dios". Curioso modo de ver las cosas, a leerse en clave de psicología, pues el mismo Obispo de Hipona, años atrás, antes de su conversión, cuando era un joven aristócrata sibarita había expresado que "es de mal gusto acostarse dos noches seguidas con la misma mujer". Es decir: la mujer siempre como objeto, y más aún: objeto peligroso. Y tampoco llama la atención que hace ocho siglos Santo Tomás de Aquino, quizá el más notorio de todos los teólogos del cristianismo, expresara: "Yo no veo la utilidad que puede tener la mujer para el hombre, con excepción de la función de parir a los hijos". Pero, ¿no debe abrirse una crítica genuina de todo esto?
Las religiones ven en la sexualidad un "pecado", un tema problemático. Sin dudas, ese es un campo problemático. Pero no porque lleve a la "perdición" (¿qué será eso?) sino porque es la patencia más absoluta de los límites de lo humano: la sexualidad fuerza, desde su misma condición anatómica, a "optar" por una de dos posibilidades: "macho" o "hembra". La constatación de esa diferencia real no es cualquier cosa: a partir de ella se construyen nuestros mundos culturales, simbólicos, de lo masculino y lo femenino, yendo más allá de la anatómica realidad de macho y hembra. Esa construcción es, definitivamente, la más problemática de las construcciones humanas, y siempre lista para el desliz, para el "problema", para el síntoma (o, dicho de otra manera, para el goce, que es inconsciente. ¿Cómo entender desde la lógica "normal" que un impotente o una frígida gocen con su síntoma?). A partir de esa construcción simbólica, se "construyó" masculinamente la debilidad femenina. Así, la mujer es incitación al pecado, a la decadencia. Su sola presencia es ya sinónimo de malignidad; su sexualidad es una invitación a la perdición, a la locura.
En la tristemente célebre obra "Martillo de las brujas" ("Malleus maleficarum") de Heinrich Kramer y Jacobus Sprenger, aparecida en 1486 como manual de operaciones de la Santa Inquisición, puede leerse que: "Estas brujas conjuran y suscitan el granizo, las tormentas y las tempestades; provocan la esterilidad en las personas y en los animales; ofrecen a Satanás el sacrificio de los niños que ellas mismas no devoran y, cuando no, les quitan la vida de cualquier manera. Entre sus artes está la de inspirar odio y amor desatinados, según su conveniencia; cuando ellas quieren, pueden dirigir contra una persona las descargas eléctricas y hacer que las chispas le quiten la vida, así como también pueden matar a personas y animales por otros varios procedimientos; saben concitar los poderes infernales para provocar la impotencia en los matrimonios o tornarlos infecundos, causar abortos o quitarle la vida al niño en el vientre de la madre con sólo un tocamiento exterior; llegan a herir o matar con una simple mirada, sin contacto siquiera, y extreman su criminal aberración ofrendándole los propios hijos a Satanás". (…) "La facultad que todas tienen en común, así las de superior categoría como las inferiores y corrientes, es la de llegar en su trato carnal con el diablo a las más abyectas y disolutas bacanales". No está de más recordar que gracias a instructivos como éste pudieron ser quemadas en la hoguera miles de mujeres en la Edad Media, por supuesta brujería. Fue la idea religiosa en juego la que provocó esto, más allá del declarado "amor al prójimo": la mujer como incitadora al pecado, como puerta de entrada a la perdición. ¿Amparados en qué derechos varones misóginos pudieron, o pueden, mantener esta monstruosa injusticia?
Toda esta misoginia, este machismo patriarcal tan condenable podría entenderse como el producto de la oscuridad de los tiempos, de la falta de desarrollo, del atraso que imperó siglos atrás en Occidente, o que impera aún en muchas sociedades contemporáneas que tienen todavía que madurar (y que, por ejemplo, aún lapidan en forma pública a las mujeres que han cometido adulterio, como los musulmanes, o les obligan a cubrir su rostro ante otros varones que no sean de su círculo íntimo). Pero es realmente para caerse de espaldas saber que hoy, entrado ya el siglo XXI, la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana sigue preparando a las parejas que habrán de contraer matrimonio con manuales donde puede leerse que "La profesión de la mujer seguirá siendo sus labores, su casa, y debería estar presente en los mil y un detalles de la vida de cada día. Le queda un campo inmenso para llegar a perfeccionarse para ser esposa. El sufrimiento y ellas son buenos amigos. En el amor desea ser conquistada; para ella amar es darse por completo y entregarse a alguien que la ha elegido. Hasta tal punto experimenta la necesidad de pertenecer a alguien que siente la tentación de recurrir a la comedia de las lágrimas o a ceder con toda facilidad a los requerimientos del hombre. La mujer es egoísta y quiere ser la única en amar al hombre y ser amada por él. Durante toda su vida tendrá que cuidarse y aparecer bella ante su esposo, de lo contrario, no se hará desear por su marido", tal como puede consultarse en "20 minutos Madrid" del lunes 15 de noviembre de 2004, año V., número 1.132, página 8. La idea de "pecado decadente" ligado a las mujeres, no sólo en el catolicismo, sigue estando presente en diversas cosmovisiones religiosas, todas de extracción patriarcal.
El actual papa Francisco tiene como uno de sus objetivos darles un lugar mucho más protagónico a las mujeres en la práctica de la religión católica desde la institución vaticana. ¿Futuras sacerdotisas? Quizá. ¿Por qué no? Es hora que la Iglesia y las religiones se modernicen en muchos aspectos, que formulen una genuina autocrítica, que evolucionen.
Las religiones, quizá no puede ser de otra manera dado el papel social que cumplen, tienden a ser conservadoras. En eso, las mujeres salen siempre mal paradas: desde el machismo ancestral que nos constituye, todas las religiones hacen de las mujeres el "chivo expiatorio" que refuerza la construcción machista. Aunque ya va siendo hora de romper esos atávicos esquemas, ¿verdad? ¿Por qué la suerte de las mujeres tiene que estar supeditada al parecer de unos cuantos varones misóginos? Cambiar esquemas es algo siempre difícil, tortuoso, complicadísimo. "Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio", dijo sabiamente Einstein. Pero más allá de esas enormes dificultades, es un imperativo ético de toda la sociedad (varones y mujeres) plantearse estos cambios.

viernes, 12 de enero de 2018

VENGANZA

VENGANZA


Paul pertenecía a una tradicional familia londinense de clase media alta. Sus padres, ambos profesionales, después de
perder a su segundo hijo en el parto, decidieron quedarse solo con él. Se crió, por tanto, como hijo único, plagado de atenciones, sobreprotegido.

Sus años de escuela secundaria en la prestigiosa City of London School for Boys no le dejaron el mejor recuerdo. Por el contrario, tuvieron el sabor de martirio. Sus grandes lentes con aros de carey y su cara eternamente aniñada le conferían un aspecto de debilidad del que, con el más aborrecible espíritu burlón, se aprovechaban sus compañeros. Como sufría cierto grado de cifosis dorsal, lo que lo hacía caminar siempre bastante jorobado, lo habían apodado “El Esclavo”. Paul resentía amargamente de todo eso, pero no sabía qué hacer. Los largos años de psicoterapia llevados con una prestigiosa psicoanalista, no habían servido para quitarle el profundo sentimiento de inferioridad. Se encontraba solo, se sentía eternamente solo, desamparado, vulnerable.

Su vida siempre fue así o, al menos para él, ésa era la sensación que le dejaba: eterno desabrigo, perpetua orfandad. Nadie podía ayudarle, ni los padres, ni su psicoterapeuta. Hermanos no tenía, y sinceros amigos con quien hablar, tampoco. Los empleados domésticos que habían pasado por su casa eran lejanos, y sus docentes, aunque no entendía bien por qué, le marcaban una distancia infranqueable. Sentía que nadie gpodía ayudarle.

El recuerdo que tenía de la escuela cuando su adolescencia era bastante dramático: lo habían desnudado en un par de ocasiones, escondiéndole toda la ropa, y en un caso, quemándosela en el baño del establecimiento. En otra oportunidad, le habían obligado a comer crudo parte de un pollito utilizado para una disección en la clase de Zoología. También recordaba, muy amargamente, cuando le habían impuesto masturbarse cinco veces seguidas, so pena de denunciarlo ante las autoridades del centro educativo como homosexual. Todo eso le confería un resentimiento visceral, que nunca dejaba salir, pero que allí estaba. La cólera acumulada era demasiada.

En la universidad estudió Arqueología. Fue el único alumno de todo su grupo del City of London School en elegir esa carrera. Elección que le costó las más ácidas burlas por parte de sus compañeros adolescentes. Todos reían de esa profesión, “inservible” según el criterio generalizado.

A ese grupo –unos doce muchachos– dejó de verlos desde que ingresó a su carrera. Años después, habiéndose encontrado con un ambiente no tan hostil en el ámbito universitario, con honores se graduó como arqueólogo. El resentimiento contra aquellos adolescentes, de todos modos, nunca menguó.

En la universidad era de pocos amigos. Bastante parco, muy tímido, hablaba lo mínimo indispensable con sus compañeros varones. De las mujeres, hasta donde le era posible, prefería huir. Nunca pudo conseguir pareja. A los 28 años, ya con un doctorado en Paleontología ganado con las máximas calificaciones, era aún casto. La cólera sufrida durante sus años de adolescencia con los compañeros del City of London School perduraba. Secretamente, aunque su psicóloga lo había enfilado hacia una necesaria superación de la cólera, la furia ahí seguía.

Curiosamente, aunque era un consumado científico, mantenía creencias bastante irracionales. Por ejemplo, con respecto al monstruo del Lago Ness, en Escocia. De hecho había viajado varias veces allí con la secreta esperanza de avistarlo. Por supuesto, nunca había visto nada.

Otro tanto pensaba del “gusano de la muerte”, el Aka Allghoi Khorhoi, según la creencia de los nómadas de las estepas mongolas, fundamentalmente de quienes vivían en el desierto de Gobi, ese mágico y fascinante lugar del planeta tan cargado de leyendas, yacimiento por excelencia de fósiles prehistóricos.

Justamente por esa afición a las creencias populares, a los mitos, a una visión mágico-animista que siempre mantenía, junto a su posición materialista, se dedicaba bastante a los juegos de azar. En especial, a la lotería. Y quiso la suerte que dos días antes de su cumpleaños número 29 ganara un pozo especial que se había venido acumulando: casi dos millones de libras esterlinas.

Aunque soltero empedernido, vivía separado de sus padres desde hacía buen tiempo. Ni bien ganó ese millonario premio, no lo pensó mucho y tomó la decisión: se iría a cruzar el desierto de Gobi. Ese era uno de sus sueños dorados. Otros, visitar diversos lugares que se le figuraban exóticos, encantadores: el Machu Picchu en el altiplano andino en Perú, el desierto del Sáhara, algunas islas en la Polinesia, los bosquimanos en el desierto del Kalahari. Pensó también, si el dinero le alcanzara, en un viaje espacial (algunas órbitas circunvolando la Tierra), aunque eso se le antojaba excesivamente caro.

Dos días antes de la partida se lo comunicó a sus padres. Iría al desierto de Gobi en solitario, absolutamente solo.

Viajó hasta la ciudad de Irkustk, en la Siberia rusa, y de ahí en tren hasta Ulan Bator, la capital de Mongolia. Allí contrató un vehículo todo-terreno (un jeep Toyota), debidamente preparado para el tipo de travesía que emprendería.

Desoyendo todos los consejos ofrecidos en las agencias de turismo, no contrató ningún guía. Confió enteramente en su intuición, en su GPS y en su sed de aventura. Lo que iba a emprender no era nada fácil: en el desierto de Gobi, en Mongolia, no hay carreteras trazadas, y se viaja por caminos siguiendo los rastros de las caravanas. De todos modos, pese a todas las posibles dificultades, nada lo desalentó. Un garrafón con 60 litros de agua pura, una buena provisión de comida envasada, dos tanques extras de combustible y algunos rudimentos de idioma mongol le fueron suficientes para emprender el viaje.

En la primera semana de julio –la época propicia para aventurarse por el desierto, cuando las temperaturas son más benignas que los 30 grados bajo cero del invierno– partió desde Ulan Bator hacia el Gobi Sur. Primeramente pasó por el Cañón de Yolyn, para encaminarse luego hacia el Parque Nacional Gobi Gurvan Shaikhan.

La desolación del desierto le encantaba a Paul. Ahí se sentía realmente muy bien: no debía hablar con nadie, no había límites, era casi la nada. Viajaba sin un camino fijo, solo siguiendo las huellas de algún otro vehículo que pudiera haber pasado con anterioridad, o guiado por algún rebaño de camellos de alguna caravana de nómades con que se encontraba. Ocasionales caballos, cabras, algún yak; muy poca gente, casi nadie. En algún momento se avistaban gers, las tradicionales carpas circulares mongolas cubiertas de pieles de oveja, con gente viviendo en medio de esa desoladora inmensidad, cocinando, manteniendo el calor de hogar. Para su sorpresa, nunca veía niños. También lo sorprendieron los paneles solares y antenas satelitales que esas rústicas viviendas exhibían, que luego vino a saber son parte de una iniciativa del gobierno mongol, vendidas a un cómodo precio a los nómades del desierto.

Viajar en esas condiciones lo sentía fascinante. No se veían pueblos, ni cultivos, ni pasturas, ni cercos que limitaran el paso. Cuando por puro gusto se detenía en algún momento y apagaba el motor del vehículo, el único ruido que escuchaba era el ulular del viento. Un cielo azul inconmensurable, con un sol abrasador no ocultado por ninguna nube, se juntaba con el árido suelo en el horizonte, dando la sensación de un espacio monumental, inacabable. Eso lo hacía sentir empequeñecido; pero al mismo tiempo, le confería una sensación de grandeza espiritual que jamás había experimentado, ni con alucinógenos, ni con algunas experiencias místicas que había buscado cuando estudiaba Arqueología.

Las primeras noches las pasó dentro del vehículo. La incomodidad y el frío hicieron que desde el cuarto día trabara contacto con los pobladores de los gers. Haciéndose entender con una mezcla confusa de inglés, mongol y señas, alquiló espacio en esas carpas para las futuras noches. Como pudo, trabó conversación con los lugareños. Aunque durante el día el sol raja la tierra con calores bastante agobiantes, las noches son especialmente gélidas. Le llamó la atención –y quiso ayudar en la faena de encender el fuego– que como combustible hogareño utilizaran bosta de caballo de o camello, dado que no hay madera en la región.

Todo lo tenía fascinado: la falta de contaminación ambiental de las ciudades (sonora, visual, la polución del aire), el silencio, los cambiantes colores del desierto, la inmensidad, la sensación oceánica de completud. Así, imbuido de ese sentimiento tan peculiar, amparado en su buen sentido de orientación y lo que podía intercambiar con los habitantes del lugar, llegó a las magníficas dunas de arena conocidas como Khongor, o “Dunas cantantes”. Allí se quedó dos días, contemplando hipnotizado ese paisaje, solo, sin hablar una palabra con nadie.

Más espectacular aún fue su sensación de grandeza e infinitud, todo al mismo tiempo, en los “Acantilados de Fuego” de Bayan Zag, donde se encuentran los yacimientos de restos fósiles de dinosaurios más grandes del mundo. Soñó despierto con que, de algún huevo fosilizado de estos extinguidos animales, podría aparecer una bestia. El escenario del desierto le parecía propicio para una aparición tal. Ahí estuvo tres días. Habló con varios nómades que habían alzado sus gers en la zona; compartió alimentos, intercambiando platos de los lugareños con arenque enlatado de sus provisiones. Bebió gustoso airag, fermentado de leche de yegua, que sintió similar a la cerveza tradicional de cualquier pub londinense.

Después de ese corto tiempo en aquel sitio de ensueño, imaginando sentir el rugido de algún gran reptil prehistórico, siguió su marcha rumbo al Valle de Orkhon, con el proyecto de llegar así a las ruinas de Karakorum, la antigua capital del Imperio Mongol de Genghis Kan. Para Paul todo eso tenía un aura mágica, inexplicable, algo hipnótico. Pensaba, y eso lo emocionaba largamente, que la mayoría de la población actual del mundo –más de 30 países modernos con alrededor de 3.000 millones de personas– habita hoy en tierras conquistadas en su momento por el gran guerrero mongol. Al igual que con los dinosaurios, fantaseaba poder ver aparecer en las inmensidades del desierto las hordas de ese grandioso emperador, atronadoras, invencibles, montadas en sus legendarios caballos (los mongoles son los mejores jinetes del mundo).

En esas elucubraciones estaba en el medio del Valle de Orkhon cuando sucedió lo impensable. Algo mucho más, infinitamente más surrealista que la aparición de un dinosaurio o de Genghis Kan con sus ejércitos. Algo que no entraba en su lógica, ni en su más suprema fantasía: en un paraje especialmente árido, donde no había caminos de camellos ni se veían tiendas de los nómadas por ningún lado, había dos jeeps similares al suyo, con guías mongoles y varios turistas. Inmediatamente los reconoció.

No podía ser real, pero ahí estaban, desesperados, casi llorando, al borde del ataque de pánico. No conocía a todos, pero sí a cuatro de los ocho viajeros: eran algunos de sus ex compañeros de la escuela secundaria en su Londres natal. Coincidencia inaudita del destino, también ellos habían decidido hacer ese viaje a través del desierto de Gobi. Hacía años que no se veían, y Paul no hubiera querido encontrarlos nunca más en su vida. Pero ahí estaban. Increíblemente, en la inmensidad del desierto, habían hecho una desafortunada maniobra y los dos vehículos habían chocado entre sí. Producto del impacto, un jeep había golpeado contra un enorme peñasco, y el otro había volcado. Ambos habían quedado inutilizados, y no llevaban radio. La sangre corría por la frente de alguno de los turistas, mientras el clima general de todo el grupo era de desesperación. Pero lo peor era que William –quien fuera seguramente el más osado, el más ruin en sus bromas contra Paul en las épocas de estudiantes del City of London School– parecía agonizar. Según explicaron a los gritos, entre sollozos y ademanes de tragedia, algo “inexplicable” lo había alcanzado. “Algo así como un rayo, una descarga eléctrica”, decía una de las jóvenes del grupo, desconocida para Paul. “¡Aka Allghoi Khorhoi!, ¡Aka Allghoi Khorhoi!”, gritaban alarmados los dos choferes mongoles.

El gusano de la muerte”, pensó Paul. “Entonces… ¡existe!”, haciendo referencia a los mitos populares del desierto de Gobi que hablaban de un mitológico animal que envenena/electriza a sus víctimas. Con el vidrio de la ventanilla apenas bajado unos pocos centímetros, escuchó la súplica del grupo. Uno de los jóvenes lo reconoció, y trató de saludarlo. William agonizaba, y el grupo en su conjunto no sabía cómo salir de ahí.


La partida del jeep de Paul fue increíblemente rauda. Varios días después, cuando leía en Ulan Bator la noticia en un diario local, en inglés, de la muerte de un grupo de turistas británicos y dos guías mongoles, sonrió satisfecho. 

jueves, 11 de enero de 2018

¿POR QUÉ EL ESTADO DE GUATEMALA ES TAN, PERO TAN DEFICIENTE? ¿POR LA CORRUPCIÓN?

¡¡¡NO!!! Eso es lo que nos quieren hacer creer (sin con esto justificar la corrupción, por supuesto).

Es pobre porque la reacaudación fiscal es de las más bajas del mundo (la segunda más baja en Latinoamérica, después de Haití):

Solo 10.2% del Producto Interno Bruto -PIB-. (Incluso en el 2017 descendió 0.2% respecto al 2016), mientras que la media latinoamericana es de 20 o 25%, y en algunos países (escandinavos, Canadá), el Estado recauda hasta el ¡60/! del PIB.

LOS QUE TENDRÍAN QUE PAGAR MÁS IMPUESTOS (LOS SECTORES MÁS ADINERADOS) NO LOS PAGAN.


¡ESA ES LA CAUSA DEL ESTADO RAQUÍTICO QUE EXISTE! La corrupción es un cáncer que se suma a esa situación deplorable, ¡PERO NO ES LA AUTÉNTICA RAZÓN DE FONDO!

miércoles, 10 de enero de 2018

¡ESTE NO ES EL SINDICALISMO QUE NECESITAMOS!

http://www.soy502.com/articulo/cdag-adquiere-seguro-sus-empleados-dia-inocentes-63338

“¡Sindicatos eran los de antes!”, se podría decir. Sin dudas, es así. ¿Será un “logro” sindical obtener un regalo para Navidad de parte de la empresa? Mmmmm…..

En las primeras décadas del pasado siglo las luchas sindicales de los trabajadores lograron reales y sustantivos avances sociales (jornada laboral de 8 horas, seguros sociales para la salud, para la vejez, protección efectiva de los derechos humanos de quien trabaja, etc.). Con los años, los sindicatos fueron ganados por una práctica corrupta, conciliadora con la clase empresarial, burocrática, pasando a ser sinónimo de desmovilización, de entreguismo.

Hoy día (como muestra vale un botón, por ejemplo, lo pactado entre el Sindicato de la Confederación Deportiva Autónoma de Guatemala -CDAG- y las autoridades de la institución), los sindicalistas, además de arreglar un seguro de salud (innecesario, pues los trabajadores ya tienen IGSS -¿habrá “mocos” de por medio?), obtuvieron un “acuerdo que obliga al Estado a celebrarle un convivio navideño a los hijos de los trabajadores, quienes reciben un regalo ese día. Este convenio laboral permite que los hijos de los empleados hereden las plazas laborales de sus padres en caso de muerte o de ser declarados "incapaces" por el Seguro Social”.

¿ESO ES LA LUCHA SINDICAL? ¿CONSEGUIR UN REGALO PARA NAVIDAD?

martes, 2 de enero de 2018

ENTREVISTA A ADRIANA CARRILLO (SAMANTHA), TRABAJADORA SEXUAL DE GUATEMALA

“TODO LO QUE SE SALGA DE LA LLAMADA MORAL SEXUAL NORMAL ES MAL VISTO”


Intentar denigrar a alguien diciéndole que es un “¡hijo de sexoservidora!”, insulto por lo demás raro (¿quién lo proferiría así?), puede resultar hilarante, disparatado incluso. Por el contrario, ser un “¡hijo de puta!” tiene un peso categórico, lapidario. Ser “puta” en nuestra occidental y cristiana sociedad, conlleva una carga de discriminación muy difícil de soportar. El cuerpo femenino, desde toda una historia milenaria, es el lugar del goce… y de la indecencia. Vender servicios sexuales está estigmatizado, aborrecido. Pero, ¿qué dice de ello alguien que por años se dedicó a ese oficio? Adriana Carrillo (Samantha), 33 años, es hoy la Coordinadora Nacional de la Red Latinoamericana y del Caribe de Mujeres Trabajadores Sexuales –REDTRASEX– Capítulo Guatemala (con sede central en Buenos Aires, Argentina) y Coordinadora de la guatemalteca Asociación Mujeres en Superación –OMES–. Definitivamente la cuestión es mucho más compleja (¡infinitamente más compleja!) que una cuestión de supuesta “dudosa moralidad”, que “mujeres de vida fácil”, que “vicios” o “pecados”. En todo caso, se presentifican en todo esto ancestrales mitos y prejuicios, hipocresías y dobles discursos que, si bien están aún muy lejos de desaparecer, al menos comienzan a cuestionarse. “Desde tiempos inmemoriales el poder masculino utilizó a la mujer como objeto sexual, y los varones visitan prostitutas en todas partes del mundo, desde todos los tiempos. Pero luego se marginaliza a la mujer que hace eso, se la tilda de pecadora. ¿No es una injusticia eso?”, reflexiona Samantha. Para contribuir a ese cuestionamiento, a esa radical y necesaria crítica de la moral conservadora que sigue pesando sobre la amplia mayoría de la sociedad, Argenpress dialogó con ella por medio de su corresponsal en Centroamérica, Marcelo Colussi, en la ciudad de Guatemala. Producto de ello presentamos aquí la siguiente entrevista.
_________
Pregunta: En nuestro contexto latinoamericano un varón que tiene muchas mujeres, un “puto” en el lenguaje popular centroamericano [en Argentina “puto” es sinónimo de homosexual; deberíamos decir un “mujeriego”, un “Don Juan”] es tolerado, o incluso alabado en círculos masculinos; por el contrario ser una mujer con muchos hombres, una “puta”, es una ignominia, una deshonra. ¿Qué decir de esto?
Samantha: Eso no sólo es latinoamericano: es mundial. Tiene que ver con el machismo, con el sistema patriarcal que nos domina, que siempre engrandece al hombre y pone a la mujer por el piso. Tener muchas mujeres denota hombría, pero de ese modo la mujer sigue estando muy estigmatizada. Si tiene la misma libertad sexual que tiene un varón, la sociedad machista la ve mal, la juzga, la discrimina. Dice de ella que no tiene principios ni valores, que es algo malo, incluso despreciable. Ser “puta” tiene la característica de algo decadente, terrible. Pero también puede tener un sentido de halago, de felicitación: si alguien hizo algo muy bueno es un cabrón, un ¡hijo de puta! “¡Qué hijo de puta, mirá lo que consiguió!”, por ejemplo. O sea que la palabra puede tener los dos significados, aunque se usa mucho más para herir que para halagar. Hoy por hoy en nuestra cultura la mujer que tiene relación con varios hombres está tan desvalorizada que es un insulto. Es sólo un objeto sexual al que no se valora como ser humano. ¿Pero por qué eso tiene que ser así? ¿Por qué no es igual con los varones? Hoy día ya hay mujeres que hemos decidido usar nuestro cuerpo como queremos, y en muchos casos optamos por trabajar con él. En ese sentido, somos como cualquier trabajador, con nuestros propios derechos, con nuestros propios pensamientos. Una trabajadora sexual, es decir: aquella mujer que decidió trabajar sexualmente con su cuerpo cobrando por el servicio que ofrece, trata de reivindicar lo que hace, y por ende, reivindicar el cuerpo de la mujer, que es otra forma de decir que intenta reivindicar a todas las mujeres en el medio de una sociedad terriblemente machista y patriarcal. Una trabajadora sexual es alguien que vende un servicio, que hace una transacción comercial. Hay muchas mujeres que sin llamarse trabajadoras sexuales tienen este comercio, esta transacción comercial con varones: es un negocio, un intercambio económico: te doy algo a cambio de algo, así de simple. Quien desarrolla ese trabajo no está reivindicada como trabajadora, porque nuestra sociedad sigue siendo muy prejuiciosa, y cuando se habla de sexo continuamos moviéndonos con patrones sumamente machistas. De ahí que se diga que esto es malo. Pero no hay bueno y malo en sí mismo; eso lo decide la sociedad. ¿Quién dice que ejercer este trabajo es malo? ¿Quién lo decide?
Pregunta: ¿Qué hace que una mujer pueda dedicarse a este oficio?
Samantha: La sociedad machista desde tiempos inmemoriales puso en menos a la mujer, la prostituyó, la rebajó, la convirtió en simple objeto para el uso masculino. Las mujeres desde toda la historia venimos sufriendo esta violencia patriarcal, que en definitiva es una violencia política. La mujer nunca podía decidir, no tenía voz y voto. Ahora, si bien hay mucho que cambiar todavía, ya empezamos a hacernos escuchar, nuestra voz comienza a escucharse. Las mujeres que nos dedicamos a ser trabajadoras sexuales lo hacemos porque vemos que es un negocio rentable. Aclaro que no cualquier mujer, por razones psicológicas muy personales, puede ser una trabajadora sexual, puede tener relaciones sexuales con cualquier hombre y cobrando. En cambio una trabajadora sexual es eso mismo ante todo: una trabajadora. O sea que tomamos nuestra actividad como un trabajo, no como una relación sentimental. Es como una profesión: se hace con seriedad profesional, porque cobramos por el servicio, por tanto hay que hacerlo bien, sin involucrarse afectivamente. Para la sociedad machista puede parecer muy grotesco lo que hacemos, pero para nosotras no: es un trabajo bien remunerado, y punto.
PreguntaUna trabajadora sexual ¿quiere salir de la vida que lleva? ¿Se puede arrepentir en algún momento del trabajo que realiza?
Samantha: Las trabajadoras sexuales no nos arrepentimos del trabajo que hacemos. Y aquí hay que hacer una diferencia muy importante: hay mujeres que nos dedicamos a ser trabajadoras sexuales por propia decisión, y hay otras mujeres explotadas en el contexto de la prostitución, la trata, el proxenetismo y la esclavitud sexual. Ellas sí son explotadas; ellas no eligieron esa vida de martirio. Ellas sí quieren salir de ese contexto de explotación, abuso y violación de sus derechos. Esas mujeres no se arrepienten de su acto propiamente dicho: en todo caso se arrepienten y quieren salir del mundo de explotación y violencia en que se encuentran. Ellas sí son violentadas, violadas en sus derechos, marginalizadas. Ellas sí tienen mucho de que arrepentirse, porque su vida es un verdadero martirio, porque viven explotadas. Pero una trabajadora sexual no, porque estamos empoderadas, somos luchadoras, tenemos claro qué queremos. En definitiva, porque tenemos una posición política clara en la vida. No nos arrepentimos sino que estamos orgullosas de ser lo que somos. Por ejemplo, compañeras mías que se dedican a este trabajo, en unos años, tomando conciencia de sus derechos, sabiendo hacerse valer, han tenido un cambio fabuloso. Asombra verlas ahora, empoderadas, luchadoras, tan distintas a cómo eran 10 o 15 años atrás. Estas mujeres, entre las que me incluyo, ahora sabemos a dónde queremos ir, tenemos metas claras, tenemos un proyecto. Eso es muy distinto de las compañeras que son víctimas de la prostitución, porque ellas aún no han pasado por este proceso de empoderamiento. Son víctimas, están bajo el mando de quien las regentea, sufren todos los acosos de proxenetas, a veces también de la policía, del Estado, y además de los prejuicios sociales que las excluyen. El mundo masculino las usa –¿qué varón no ha ido con prostitutas?– pero al mismo tiempo, con la doble moral que reina, las discrimina, las criminaliza. Una trabajadora sexual, por el contrario, es como una cuentapropista: vende un servicio y se pone de acuerdo con su precio. Se establece el contrato con el cliente: ¿qué querés: sexo anal, oral, poses, masaje sensual, querés acompañamiento afectivo, querés hablar, querés que te escuche, querés ir a cenar? Es una transacción comercial, y ahí nosotras, como trabajadoras por cuenta propia, no perdemos.
Pregunta: Una prostituta, una mujer prostituida, por el contrario, no gana lo que quiere. Es decir: es una trabajadora explotada, alguien más se queda con parte, con buena parte de la ganancia que ella produce con el, por así decirlo, sudor de su frente.
Samantha: Exacto. La trabajadora no tiene la retribución económica justa por su trabajo, porque se lo roban, porque tiene un proxeneta que la explota. Si la mujer no ha decidido por voluntad propia estar donde está, lo suyo deja de ser un trabajo independiente, como es el caso de las trabajadoras sexuales, que trabajamos con pasión, con orgullo de lo que hacemos, con entusiasmo. Para la mujer prostituida su trabajo sexual es una carga pesada, una obligación, además de todo juzgado despreciativamente por la sociedad. Vivimos una moral horrible, porque la sociedad utiliza a las prostitutas, pero luego las desprecia, y todo lo que se salga de la llamada moral sexual normal es mal visto. La religión oficial ayuda a ese desprecio, pues una prostituta, al igual que un homosexual o un travesti, dice que no heredará el reino de los cielos, pues supuestamente somos pecadores. Si es cierto que Dios existe, en todo caso ¿por qué cuestionaría a una mujer que vendiendo su cuerpo dio de comer a sus hijos y los crió? ¿Quién dice que eso es un pecado?
Pregunta: Un empresario que no paga impuestos, ¿es un pecador también? Y los que deciden las guerras, que no somos la gran mayoría silenciosa de la gente, ¿no son pecadores?
Samantha: ¡Por supuesto! Aquí hay demasiada hipocresía. ¿Quién decide qué es pecado y quién no? ¿Dios lo mandó decir acaso? Es una sociedad hipócrita, con doble moral la que pone esos parámetros. Desde tiempos inmemoriales el poder masculino utilizó a la mujer como objeto sexual, y los varones visitan prostitutas en todas partes del mundo, desde todos los tiempos. Pero luego se marginaliza a la mujer que hace eso, se la tilda de pecadora. ¿No es una injusticia eso? Para una trabajadora sexual es gratificante saber que nadie la explota, que hace valer sus derechos y que con su trabajo, elegido libremente, puede mantener a su familia, tal como es mi caso por ejemplo. Lo que sucede es que las sociedades siguen siendo terriblemente machistas y patriarcales, por eso la mujer que tiene varios hombres es mal considerada, denigrada, deshonrada. ¿Pero quién es el justo y quién el injusto? ¿Quién es verdaderamente el pecador en todo esto?
Pregunta: En Guatemala específicamente, o en toda Latinoamérica ¿qué hay más: mujeres prostituidas manejadas por redes de trata y proxenetismo, o trabajadoras sexuales independientes?
Samantha: No disponemos de los datos exactos, pero te diría que en toda Latinoamérica y el Caribe aproximadamente un 70% de mujeres que venden sus servicios sexuales lo hacemos por propia elección. Es decir: somos trabajadoras sexuales independientes. Pero ahí habría que incluir una enorme cantidad de mujeres que, sin decirse explícitamente trabajadoras sexuales, tienen transacciones sexuales con un hombre. Puede incluirse ahí al ama de casa monogámica que mantiene una relación extramatrimonial, por ejemplo. Ahora bien: saber con exactitud cuántas mujeres son víctimas de la trata, de la esclavitud sexual, de la explotación por parte de redes criminales de proxenetismo, eso es un dato muy difícil de tener, porque se mueve muy en las sombras. Nosotras, las trabajadoras sexuales asociadas, organizadas en nuestras asociaciones y debidamente empoderadas, no queremos que se nos asimile con las mujeres violentadas y manejadas por estas redes, porque eso nos pone en un pie de igualdad con aquellas mujeres a las que no se les respetan sus derechos. Si nos encajonan en ese mismo paquete y nos ponen como mujeres en prostitución, nos ponen en una situación de indefensión, siendo justamente todo lo contrario lo que buscamos con nuestras organizaciones. Es decir: queremos dar el mensaje de empoderamiento, de hacer valer nuestros derechos, de que nosotras decidimos sobre nuestras vidas y nuestros cuerpos. Pero hay que decir que lamentablemente hay una enorme cantidad de mujeres jóvenes, menores de edad en muchos casos, víctimas de estos negocios ilegales, de la trata, del turismo sexual, de la esclavitud. Y eso claramente es un problema político. Por eso los gobiernos deben tomar cartas en el asunto y desarrollar acciones fuertes, contundentes.
Pregunta: ¿Los diferentes Estados de la región latinoamericana tienen políticas específicas sobre estos temas?
Samantha: No hay políticas públicas como tales. Existen leyes contra la violencia sexual y la trata de personas. La prostitución está penalizada por la ley, y en realidad no hay un reconocimiento del trabajo sexual independiente. Para arreglar un poco toda esta terrible situación de mujeres en prostitución, en trata y en dependencia de redes de proxenetismo, los Estados deben partir por reconocer de una vez el trabajo sexual independiente, que es la única manera de comenzar a combatir en serio la explotación y la esclavitud sexual. Las mujeres que estamos en este negocio no tenemos que llevar la culpa a cuesta, la infamia, la marginación. Las mujeres que están prostituidas deben ser vistas como víctimas y reivindicárselas, no excluirlas y estigmatizarlas.
Pregunta: La prostitución está prohibida, es cierto. Pero ¿por qué? Si lo vemos desde el punto de vista sanitario, es sabido que las mujeres que venden sus servicios sexuales son las que más se cuidan de enfermedades de transmisión sexual siendo un grupo muy poco contagiado con el VIH, justamente a raíz de esos cuidados. De hecho, por diversas cuestiones que hablan de la doble moral reinante, hay muchas más amas de casa monogámicas y heterosexuales portadoras de VIH que mujeres de la comunidad de trabajadoras sexuales o prostituidas. ¿Por qué se prohíbe la prostitución entonces, y por qué la “mala de la película” es la mujer parada en la esquina que ofrece su cuerpo?
Samantha: En realidad la mujer prostituida es una víctima. Se la penaliza a ella y se la lleva presa, pero ella es el eslabón más débil de la cadena, la que paga las consecuencias. Ella es víctima de una explotación brutal, económica, moral, social. Ella no elige estar ahí: la ponen a la fuerza. La ley dice que hay que llevar preso al proxeneta, al que está en el negocio de la trata, al que obliga a las mujeres, en muchos casos menores de edad, a desarrollar ese negocio. Pero así como se aplican las leyes, lo que menos se combate es la explotación, la trata y la esclavitud. La que sale más perjudicada es la mujer prostituida. La sociedad machista hace caer su peso sobre la mujer, y mete en el mismo saco también a la trabajadora sexual, como si fuera una víctima de la prostitución; pero así no se arregla nada. Nosotras no somos un problema. Por el contrario, somos parte de la solución
Pregunta: ¿Algo más para agregar, ya sobre el final de la entrevista?
Samantha: Las trabajadoras sexuales a nivel de toda Latinoamérica exigimos a los Estados y a la sociedad, a nivel general, que pongan mucha atención a lo que estamos haciendo. La legitimidad la tenemos, pero ahora exigimos la legalidad. Somos legítimas trabajadores independientes, pero ahora queremos una legalidad que afiance nuestros derechos, que nos dé un lugar social reconocido como solución y no como foco de problemas, que permita evidenciar que somos seres humanos que queremos aportar alternativas de solución.