Definitivamente John era un tipo de mala suerte. Ya
desde pequeño las cosas parecían estar siempre en su contra: a los 7 años fue
pateado por un caballo, a los 11, en el cumpleaños de su hermano menor, cayó de
la escalera en la casa paterna fracturándose las dos piernas. A los 15, la
primera vez que practicó canopy, tuvo la desgracia de ver cómo se rompía el
arnés que lo sujetaba cayendo desde una altura de más de 10 metros, lo que lo
dejó dos meses hospitalizado. A los 17 fue atropellado por un autobús, lo que
lo mantuvo en silla de ruedas por casi tres meses, dejándole una renguera
crónica, no muy acentuada, pero sí visible a simple vista.
Con las mujeres no le fue mucho mejor; a sus 22 años
–momento en que sucedió la historia que ahora vamos a narrar– nunca había
tenido relaciones sexuales, ni siquiera un beso. Era muy tímido, y lo que
siempre recordaba es que en una de sus pocas fiestas con jóvenes de su edad, a
los 18 años en su Dallas natal, en Texas, fue víctima de una broma de mal gusto
por parte de unos compañeros de clase borrachos que lo desnudaron y lo lanzaron
a una piscina. Como casi no sabía nadar, estuvo a punto de ahogarse. Después de
esa nada agradable experiencia, no asistió más a fiestas. Y eso lo alejó más
aún de las mujeres.
A los 20 años, cursando la carrera de abogacía y
siendo voluntario en una casa de atención de drogodependientes, decidió hacerse
mormón. Dos años después marchó a Honduras, en Centroamérica, como parte de su
misión evangelizadora. La decisión de abrazar esta religión era una de las
pocas cosas que realmente lo mantenían alegre. Por lo demás, era bastante
taciturno, habitualmente de pocas palabras.
Tegucigalpa, la ciudad donde había sido asignado, no
le gustaba, así como no le gustaba el idioma español. El rico paradigma verbal
del castellano se le hacía extremadamente difícil, por lo que lo odiaba. A la
capital hondureña donde desarrollaba su misión, también. La ciudad se le
tornaba casi infernal a causa del desorden urbano reinante: el ruido y la suciedad
se le hacían insoportables, pero como disciplinado miembro de su iglesia que
era, cumplía a cabalidad la tarea asignada.
El día de la historia en cuestión, un miércoles, como
todos los días de su vida, se levantaba a las 4 de la mañana. Como todos los
días también, hacía algo de gimnasia, leía un poco y luego participaba de las
actividades de la iglesia, entre las que estaba el desayuno, hecho de la misma
manera que si se encontrara en Dallas –no podía comer plátanos por la mañana.
Le parecía de mal gusto–. Puntualmente a las 8 de la mañana, salía a predicar,
junto con otro misionero. Ese día fue con Rudolph.
Tegucigalpa, como habíamos dicho, le desagradaba. Pero
más aún le desagradaban los hondureños. O, en términos generales, los latinos.
Por supuesto, esto no lo hubiera dicho nunca jamás en público; incluso hacía
todos los esfuerzos a su alcance para tratar de no pensar así, de no sentir
eso. Despreciar a otro ser humano, como buen religioso que era, sabía que no
estaba bien. Pero el sentimiento espontáneo iba más allá de lo racional, y
desde joven tenía esa sensación: personas de piel algo morena y ojos y cabellos
castaños eran sinónimo de “peligro”. Vagos, borrachos, pendencieros, mujeriegos
(los varones) o putas (las mujeres), pero fundamentalmente: un peligro para los
que, como su padre y toda su familia que se lo había enseñado, eran buenos
trabajadores y pagaban sus impuestos, todo eso era lo que tenía como
representación de “hispanos”. Y para el caso daba lo mismo hondureños,
mexicanos o uruguayos. No había mayor distinción: eran todos aquellos que
venían de esas “selváticas regiones”.
De todos modos, convivir y tratar de ganar para la
iglesia a gente con la que no se sentía unido –o más aún: aborrecía visceralmente–
era todo un reto. En ese sentido, sin dudas su esfuerzo era loable.
Vivir en medio de esos “vagos, borrachos y
pendencieros” le significa un costo altísimo. Sabía que no podía despreciarlos
por el hecho de ser “unos salvajes”, aunque secretamente así lo creyera. Al
mismo tiempo, hacía lo imposible por sentirlos sus iguales. Cuando le
preguntaban qué vinculaciones había entre los mormones y la CIA, simplemente
sonreía. Nunca se atrevió a preguntar en su iglesia por qué los hondureños
insistían tanto con eso.
Su llegada a Honduras tampoco había estado libre de la
mala fortuna que siempre lo acompañaba. Tres días después de pisar suelo del
centroamericano país, tuvo la desgracia de pasar por debajo de un edificio
desde donde cayó una maceta desde el tercer piso, abriéndole la cabeza. Su
primer contacto con Latinoamérica vino a robustecer sus prejuicios de lugar
caótico, brutal y violento.
Ese miércoles, decíamos, en abril, con mucho calor,
salió con Rudolph con un itinerario ya trazado. Viendo ahora los hechos, cabe
preguntarse si John tuvo mala suerte… o por el contrario corrió la mejor de las
suertes. Y así lo decimos porque, si bien lo que le pasó fue bastante trágico,
su compañero Rudolph encontró la muerte. Al menos John puede contar la
historia.
Partieron desde la iglesia con rumbo a la colonia El
Reparto, uno de los sectores más pobres de la ciudad. John no pudo precisar
nunca qué sucedió exactamente con su acompañante. Sólo sabe que como alrededor
de las nueve de la mañana fueron interceptados por un grupo de muchachas jóvenes
con aspecto de “prostitutas”, y algunos muchachos varones. Esas fueron sus
palabras textuales en la declaración policial que dio. Ahí perdió de vista a
Rudolph.
La denuncia que presentó –hecha casi a la fuerza,
porque las autoridades de su iglesia y funcionarios de su embajada se lo
exigieron por razones administrativas– causó hilaridad entre los policías que
la tomaron. Era muy raro recibir de un varón una denuncia de maltrato por parte
de una mujer. Pero infinitamente más raro –descabellado, insólito más bien– era
recibir una denuncia de violación sexual contra un hombre…. a manos –bueno, es
una manera de decir– de mujeres. Lo cierto es que así fue la denuncia: John Mc Gregor, estadounidense, 22 años,
rubio y de ojos celestes, de 1.83 m. de altura, con una leve cojera en su
pierna izquierda, originario de Dallas, Texas, misionero mormón residente en
Tegucigalpa, Honduras, fue violado por un grupo indeterminado de mujeres la
mañana del 22 de abril de….
La noticia corrió rápidamente y por varios días fue la
comidilla de los medios de comunicación locales. Se le intentó hacer más de
alguna entrevista a John, todas rechazadas en forma categórica por su iglesia.
El interesado parece ser que salió de incógnito del país unos días después del
suceso.
Los hechos, como sucede en general en este tipo de
situaciones fuera de lo común, nunca terminan de conocerse en detalle; son más
los rumores que circulan que la fría verdad objetiva, y por tanto se termina
sabiendo más una historia deformada que lo que realmente sucedió. Por otro
lado, en un tema tan singular como la violación de un hombre por una(s)
mujer(es), son más los prejuicios en juego que otra cosa, por lo que es muy
difícil saber con certeza qué pasó aquella mañana de miércoles en la colonia El
Reparto. De todos modos, según las declaraciones extraoficiales que pude
conseguir por ahí del agente Isidoro Velásquez –quien no tuvo problema en dar
la cara para contar lo que sabía–, parece ser que la situación fue así:
Cuando los dos mormones caminaban por un oscuro
callejón, fueron interceptados por un grupo de hombres y mujeres, de por lo
menos diez personas en total. La gran mayoría, o todos y todas, estaban
tatuados y portaban armas de fuego y/o cuchillos. Uno de ellos llevaba un bate
de baseball. Los dos mormones fueron reducidos en base a intimidaciones,
separando a uno del otro. John, desde ese momento, no supo más nada de Rudolph.
El cuerpo sin vida de este último apareció al día siguiente en un barranco del
sector, sin lengua y sin la mano izquierda. John fue llevado a la fuerza a una
casa, “muy desagradable”, según cuenta el agente Velásquez que el gringo
manifestó en su declaración.
Allí fue desnudado por todo el grupo con lujo de
fuerza, y luego amarrado a una cama. Posteriormente los varones se fueron,
quedando sólo las mujeres. John no pudo decir con exactitud cuántas eran ellas,
si cuatro o cinco, pero estaba seguro que era un grupo. Todas ellas se
desnudaron. Muchas de ellas no lo hicieron en forma total, sino que se dejaron
portaligas, de esas que se ven en las películas pornográficas –aquí el agente
se detuvo para reflexionar cómo era posible que John, siendo mormón, conociera
este detalle– y en algunos casos, también zapatos de tacón. Todas tenían el
cabello largo y suelto, y olían mal. Trataron de excitarlo sexualmente, pero no
consiguieron una erección de parte del mormón, seguramente por el terror que se
lo impedía. Ante este incidente comenzaron a manosearse entre ellas,
excitándose cada vez más. Luego –aquí John se puso a llorar cuando contaba la
historia, según nos lo hizo saber el agente Velásquez– apareció en escena un
enorme vibromasajeador de más de un pie de largo (es decir, de más de 30
centímetros. John nunca se acostumbró al sistema métrico decimal usado en
Latinoamérica y seguía hablando en “pies”). Primero lo utilizaron algunas
mujeres entre sí, pasándoselo por sus “zonas pudendas” –palabra bastante
sofisticada para el español que manejaba el extranjero, y que Velásquez no
conocía, pero que supuso que serían las partes “cochinas” de las mujeres, para
citarlo literalmente tal como nos lo refirió–. Luego de estas escenas,
comenzaron a introducírselo a John por el.... –una vez más, aquí el agente
pareció ponerse nervioso cuando relataba, pero no fue difícil entender por
dónde se lo habían metido–. Fue ahí cuando el mormón, según sus propias
declaraciones, alcanzó la erección. Y más excitado se puso aún, de acuerdo a lo
que él mismo relató en la estación de policía, cuando apareció una videocámara.
Al verse filmado, hasta pareció alegrarse. Cuando John lo contaba, según nos
dijo Velásquez, incluso parecía feliz. Erecto, se dejó montar por varias, o
todas, las mujeres que allí había. Perdió la cuenta de cuántas veces lo
violaron, pero sabe que eyaculó varias veces. Él mismo se sorprendió ante ese
hecho.
Pero la pena más grande que manifestaba John, la
aflicción que lo atormentaba y por la que no encontraba remedio, era saber que
no les había dicho a sus violadoras, nunca, en ningún momento, que él era
portador del VIH. Y habían tenido sexo sin protección.
Según manifestó en la declaración antes los ocho
policías que lo escuchaban (la denuncia había comenzado con dos funcionarios
que tomaban nota, pero paulatinamente se había incorporado todo el personal de
la comisaría, absortos como estaban con el relato del gringo), él nunca había
tenido relaciones sexuales, pero en la época en que trabajaba como voluntario
en el centro de atención de tóxicodependientes en recuperación, en Dallas, en
algún accidente con un muchacho seropositivo, se había contagiado el virus.
Nunca lo dijo, ni siquiera en su iglesia, hasta que ahora saltó todo.
Según pudo saberse John, que aún no está mal de salud,
ahora cuida viejitos en un geriátrico en las afueras de Boston, mientras sigue
su tratamiento antiviral.
Ah, y de las mujeres violadoras en Tegucigalpa, la
policía nunca pudo encontrar nada. Según nos contó el agente Velásquez, parece
ser que se trata de un grupo satánico que organiza misas negras, las que
incluyen este tipo de rituales. Hace un par de meses nos contó que violaron a
una monjita belga que, para su desgracia, quedó embarazada. Pero nadie se
quiere meter con ese grupo. Alguien nos dijo por ahí que autoridades policiales
participan también de esas orgías.
El relato implica prejuicios...John puede ser mormon y homosexual...y si su iglesia bien no acepta su homosexualidad la oculta...es solo parte de la opresion que John sufre, se niega su identidad sexual y por supuesto oculta ser seropositivo...ademas un hombre puede ser violado por una mujer incluso si es hetero...una mujer violada puede exitarse sexualmente y esto no implica que no ocurre violacion...la violacion no es acerca de sexo sino de poder sobre otro. El articulo me parece extremadamente machista...por supuesto que en muchas partes del mundo pueden reirse de que alguien como John pueda ser violado o abusado por uno o varias mujeres pero esto no quita que suceda.
ResponderBorrar