jueves, 23 de junio de 2022

NUEVO ORDEN INTERNACIONAL

·         Para las grandes mayorías populares del mundo, para quienes, por lejos, somos más: la amplia clase trabajadora, los oprimidos, excluidos, los olvidados pueblos originarios, para quienes viven de un salario que nunca alcanza o sobreviven en la informalidad, para todas y todos aquellos que con nuestro trabajo alimentamos la riqueza de un minúsculo grupo de poderosos, la guerra no nos trae nada positivo.

 

·         Si alguien se beneficia de los conflictos bélicos son siempre los grupos de poder dominante, y en este contexto actual, más que nadie los fabricantes de armamentos (que se frotan las manos con cada nueva guerra).

 

·         En ese sentido, por supuesto que toda guerra es condenable. De todos modos, con una visión sopesada y crítica de la realidad humana (subjetiva y social), no puede menos que decirse (la experiencia lo demuestra en forma indubitable) que la historia se escribe con sangre. Si el socialismo representa la esperanza de escribir otra historia (“saliendo de la prehistoria”, como dijera Marx), ese es el desafío que nos convoca.

 

·         Lo que está sucediendo hoy entre Rusia y Ucrania (proceso complejo, con una larga y tortuosa historia) evidencia una lucha de poderes a nivel global entre proyectos enfrentados. Siempre en los marcos del capitalismo (Estados Unidos como potencia hegemónica arrastrando tras de sí a la Unión Europea), se asiste al choque de ese polo de poder con otro eje igualmente poderoso. Para el caso: contra la potencia militar de Rusia y el gigantesco poderío económico de China.

 

·         La actual Federación Rusa no es la Unión Soviética. Esto significa que el país que emergió en 1991 luego de la desintegración del primer Estado obrero y campesino, la primera experiencia socialista del mundo, ya no representa los intereses de los trabajadores. Es una nación capitalista, con un fuerte capitalismo de Estado y con grupos empresariales privados similares a los de cualquier otro país capitalista. Muchos de los antiguos jerarcas de la Nomenklatura pasaron a ser los nuevos capitalistas exitosos (y mafiosos, por cierto). Todo ello abre preguntas sobre cómo construir una sociedad alternativa al capitalismo, dado lo difícil que se ve. Pero difícil no significa imposible. El socialismo, de momento, debe seguir esperando.

 

·         Terminada la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos quedó como la principal potencia capitalista. Gracias al Plan Marshall pasó a controlar en muy buena medida la economía de una Europa destruida. Para evitar la alternativa socialista cercando a la Unión Soviética, creó la OTAN. Europa pasó a ser un rehén nuclear de las dos superpotencias que disputaban la Guerra Fría. El dólar fue la única moneda dominante, y por largas décadas, la clase dirigente expresada por la política de Washington se sintió dueña de buena parte del mundo. Pero últimamente eso está cambiando.

 

·         Con la desintegración de la Unión Soviética, el capitalismo occidental, liderado por Estados Unidos, trató por todos los medios de impedir el renacimiento de Rusia, intentando desarmar lo más posible el anterior proyecto socialista. De todos modos, en el medio del unipolarismo que dejó a Washington como única potencia por algunos años, surgieron nuevos elementos: China comenzó a alzarse como gran poder económico, y Rusia renació militar y políticamente.

 

·         Estados Unidos desde hace ya largos años viene perdiendo dinámica en su crecimiento (consume más de lo que produce). Su deuda externa es inconmensurable, apoyando su poderío en sus monumentales fuerzas armadas. Pero recientemente la conjunción de China y Rusia como nuevo eje de poder se le enfrenta.

 

·         Ante esta pérdida geohegemónica, la Casa Blanca busca por todos los medios contener el avance de estas dos naciones. Para ello militariza en forma ininterrumpida todo el mundo. En Europa, bajo su dirección, la OTAN cercó cada vez más a Rusia. Eso fue lo que hizo responder a Moscú desarrollando una incursión militar en Ucrania (“invasión” para algunos, “recuperación” para otros).

 

·         Todo indicaría que la clase dirigente de Estados Unidos no está dispuesta en lo más mínimo a perder su hegemonía. Es por ello que ahora sigue impulsando esta guerra, con el objetivo de debilitar por todos los medios a Rusia, mientras suenan tambores de guerra en relación a China (la defensa de Taiwán sería la excusa). Una vez más, pueblos enteros son diezmados, ucranianos ahora, taiwaneses en futuro próximo quizá, para mantener la hegemonía estadounidense. Los grandes capitales globales haciendo sus negocios, y los pueblos de a pie siempre excluidos.

 

·         Ucrania, ex república soviética, ahora manejada por una ultraderecha neonazi títere de Washington, pasó a representar un peligro para la seguridad rusa. Cuando se habló de la posibilidad de que poseyera armamento nuclear, Moscú respondió con toda la fuerza, atacando militarmente (Ucrania quedó sola, lo que evidencia que fue utilizada arteramente por Estados Unidos). Ello produjo la reacción del capitalismo occidental, acusándose a Rusia de invasora, sancionándola con duras medidas económicas que aún no se sabe qué repercusiones traerán, pero que todo indica que en vez de debilitarla, la fortalecieron. Si alguien se perjudica con las mimas, son las poblaciones.

 

·         La guerra en Ucrania no da miras de terminar. Si bien en términos militares Kiev ya perdió buena parte de su país (eso era lo que buscaba Moscú, asegurándose su salida al Mar Negro), lo cual significa la derrota ucraniana, las órdenes imperiales de Washington no desean para nada una salida negociada, por lo que siguen atizando el conflicto y enviando equipos de combate. No está de más decir que esos armamentos envidados por la OTAN, deben pagarse, y es el pueblo ucraniano quien lo hace, engrosando las cajas registradoras del complejo industrial-militar de Estados Unidos básicamente, y de algunos fabricantes europeos. Aunque la guerra técnicamente ya está perdida para Ucrania, quien maneja los hilos –la Casa Blanca– seguirá impulsando la “defensa de la democracia” (léase: provisión de más armamentos para intentar empantanar a Rusia).

 

·         Más allá de la propaganda impulsada por las cadenas comerciales del capitalismo occidental (“en la guerra, la primera víctima es la verdad”), que pone a Rusia como a punto de perder el enfrentamiento, lo cierto es que Moscú se ha salido con la suya: se anexó buena parte del territorio ucraniano y está reconfigurando el tablero internacional. Ha marcado una línea roja que Estados Unidos no puede cruzar, claro que a costa de invadir y masacrar a gente de Ucrania. La máxima “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, aquí no aplica para el campo popular global. Luego de tres meses de guerra, y con la región de Donbass ya manejada enteramente por la Federación Rusa, el presidente Putin pudo decir airoso en un discurso ante empresarios orientales, en la ciudad de San Petersburgo, que le está llegando la hora a la hegemonía occidental. Pero queda claro que no para reemplazarla con un proyecto socialista, sino buscando una multipolaridad siempre en los marcos del capitalismo. “Olvidarse de la Unión Soviética es no tener corazón; querer volver a ella es no tener cabeza”, pudo decir.

 

·         Con todo esto se instituye un escenario que podría llevar a una guerra mundial. De darse la misma, las consecuencias son impredecibles, dada la posibilidad de utilización de armamento nuclear. Ello es muy remoto, pero no descartable. Todo indica que se está abriendo un nuevo orden internacional, donde Estados Unidos pierde la supremacía absoluta, puesto que el dólar deja de ser moneda universal, apareciendo otras divisas (rublo y yuan) que generan un nuevo sistema financiero internacional. Pero para el pobrerío mundial eso no significa un cambio real en términos positivos. ¿Y el socialismo para cuándo?



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