“Si quieres la paz, prepárate para la guerra.”
“De las guerras se sabe como comienzan…
¡pero no como finalizan!”
Freud, en lo que llamó su “mitología conceptual”,
habló de una “pulsión de muerte”, es decir, una tendencia que tenemos
los humanos a la destrucción, para el caso, a la autodestrucción. Es un
concepto equívoco, complejo, con el que no es fácil estar de acuerdo. De todos modos,
la observación serena de la dinámica y la historia humana nos obliga a
considerar que lo dicho por el fundador del psicoanálisis no está tan lejos de la
realidad. “La inclinación a la agresión y a la destrucción forma parte de
ellos [los motivos de las guerras]: las innumerables muestras de barbarie
que jalonan la historia y la vida cotidiana no hacen más que confirmar su
existencia”, escribía en una carta en respuesta a Einstein, quien le
preguntaba por qué esa saña atroz del nazismo y, en general, de la especie
humana en determinadas ocasiones.
Lo cierto es que nadie quiere las guerras,
todos nos llenamos la boca hablando de paz, se firman pomposas declaraciones que
la entronizan, la Organización de Naciones Unidas se fundó -supuestamente- para
asegurarla…, pero la guerra sigue siendo una constante en el mundo. En estos
momentos hay más de 50 frentes de batalla abiertos en toda la geografía
planetaria (de las cuales se habla poco, porque un par de “estrellas” se roba
la atención -¿quién habla de los 200,000 muertos y 51,000 desaparecidos que
tuvieron lugar durante el sexenio de López Obrador en México, por ejemplo?, un
país sin guerra oficial, pero envuelto en un clima de violencia inaudito), guerras
donde muere gente, quedan heridos y discapacitados de por vida, así como
profundas secuelas psicológicas, amén de una terrible destrucción de la infraestructura
creada por la humanidad. ¿Alguien se beneficia de esto? Hoy día: sí. Quienes medran
comercialmente con ella: grandes fabricantes de armas (74.000 dólares por
segundo mueve globalmente la industria bélica en el mundo). Por dar un solo
ejemplo: cada soldado de Estados Unidos -hay casi un millón y medio- lleva como
equipo, contando todos sus pertrechos y el arma reglamentaria, alrededor de
18,000 dólares. Alguien gana con esas mercaderías -que no otra cosa son
todos esos instrumentos-; los soldados, por supuesto que no.
Qué tienen pensado los grandes grupos de poder
que manejan en buena medida los destinos de la humanidad, no lo sabemos. Lo que
está claro es que a la gran masa humana, aquellos a quienes nos quieren hacer creer
que emitiendo un voto cada cierto tiempo decidimos algo, se la tiene muy bien engañada.
Esos pueblos, en este caso: más de 8,000 millones de personas en todo el
planeta, nosotras y nosotros, solo padecemos los efectos de esas mega
decisiones. ¿Se viene entonces la Tercera Guerra Mundial, que significaría la
destrucción de todo?
El conflicto entre Rusia y Ucrania/OTAN tuvo como
objetivo de quienes lo pergeñaron (cabezas en Estados Unidos) golpear fuertemente
al gran país euroasiático para debilitarlo, intentando así evitar la
mancomunión Moscú-Pekín, buscando que no prosperara el proyecto de los BRICS. Sucede
que las cosas no salieron efectivamente como se pensaron, pues la Federación
Rusa dio batalla ante las provocaciones de la OTAN de colocar armas nucleares a
minutos de Moscú, y ni las acciones bélicas ni las numerosas sanciones
económicas lograron derribarla. Por el contrario, terminó apropiándose de una
cuarta parte del territorio ucraniano, y demostró su poderosísimo músculo
militar. La pobre población ucraniana fue el verdadero pato de la boda, con
alrededor de medio millón de personas muertas, fundamentalmente jóvenes que
fueron al frente de batalla. Igualmente, la infraestructura del país quedó severamente
castigada. Si alguien ganó con todo esto fueron los capitales estadounidenses,
que hicieron un triple negocio: 1) el complejo militar-industrial elevó sus
ventas de armas en forma exponencial, 2) sus empresas gasíferas (Cheniere
Energy, Sabine Pass, Kiewit Corporation, Gulfstream LNG Development), productoras
de gas natural licuado, el que comenzaron a vender a los países europeos a un
precio mucho mayor que lo que ellos pagaban por el gas ruso, y 3) las empresas
que se cobrarán las facturas de la reconstrucción de la destruida Ucrania, en
muchos casos tomándolas en especie, como por ejemplo las compañías agroalimentarias
(Cargill, Monsanto, Du Pont), quedándose con las enormes tierras fértiles del país
eslavo (el “granero de Europa”, con 33 millones de hectáreas cultivables).
De todos modos, en el medio de la guerra ruso-ucraniana,
el proyecto de los BRICS siguió adelante, y en el pasado mes de octubre en la
ciudad de Kazán, Rusia, se dieron importantes acuerdos, marcándose así la
creación de una importante área económica mundial desmarcada del dólar, lo cual
marca el inicio del declive del capitalismo occidental y de la supremacía de Washington.
Esta guerra está técnicamente perdida por la
OTAN/Estados Unidos -Ucrania solo es el campo de batalla-. Sobre el final del
período de Joe Biden, no estaba claro cómo seguiría o terminaría el conflicto. El
triunfo electoral de Donald Trump cambió un poco -o bastante- el tablero. Su promesa
-seguramente pirotecnia verbal de la campaña proselitista- de dar por
finalizada inmediatamente la guerra a partir de su asunción el próximo 20 de
enero, quedó en entredicho. Como medida de despedida la actual administración
demócrata decidió enviarle un fuerte mensaje: autorizó a Kiev en el uso de
misiles estadounidenses de largo alcance con los que penetrar en lo profundo
del territorio ruso. De hecho, fueron utilizado por el gobierno ucraniano.
La respuesta del Kremlin no se hizo esperar:
modificó de urgencia su doctrina nuclear, rebajando el umbral necesario para poder
emplear armas atómicas. El lanzamiento de un misil hipersónico que impactó en
suelo ucraniano burlando todas las defensas, es una demostración que el
conflicto puede escalar. En realidad, nadie quiere una guerra total,
devastadora, entre la OTAN y Rusia, con la posibilidad de uso de los arsenales
nucleares. Todo el mundo sabe que eso nos lleva directamente al holocausto
final para toda la humanidad. En verdad, la autorización que hace Biden es un
mensaje para Trump de parte del complejo militar-industrial de Washington (Lockheed
Martin, Boeing, Northrop Grumman, General Dynamics, Raytheon): “¡cuidadito
con pensar en terminar con nuestro negocio!”
Lo que hace Moscú también es un mensaje
político: “no nos fuercen a utilizar armas atómicas, porque si siguen
provocando, nos veremos en la necesidad de hacerlo.”
Más allá de ideas paranoicas, por supuesto que
hay factores de poder que deciden la marcha del mundo, siempre en secreto, sin
consultar a las grandes mayorías (la democracia occidental, representativa, por
tanto no pasa de mito payasesco). Uno de esos factores, quizá de los más
determinantes, es el Grupo Bilderberg. Esos “amos del mundo” se reúnen una vez
al año, fijando las pautas económico-políticas que nos tocará seguir a buena
parte de la humanidad. Por lo pronto, en el año 2022, su encuentro -siempre
mantenido bajo las más estrictas medidas de seguridad- tuvo lugar en la ciudad
de Washington, Estados Unidos. Nunca se conocen sus conclusiones; en todo caso,
las padecemos luego. Para esta ocasión pudo filtrarse lo que sería la agenda
del evento. Entre otros puntos (el avance de China y las estrategias para
detenerla, la guerra de Ucrania, el empantanamiento de la economía del
capitalismo occidental) figuraba la “gobernabilidad global post guerra
nuclear”. Todo indica que en estos poderosos grupos decisorios se contempla
la posibilidad de una guerra con armamento nuclear. Según las hipótesis que se
conocen, serían enfrentamientos con armas atómicas tácticas, no estratégicas.
Estas últimas, más allá de la disuasión, nunca se usarían, porque ello
significaría el fin de toda la población planetaria. Las armas tácticas no
tendrían tanto poder destructivo, pero los entendidos dicen que igualmente el
uso de armamento nuclear provocaría daños irreversibles. Lo cierto es que muy pequeñas
élites -grandes factores de poder- tienen ya planificado algo al respecto (con
refugios antibombas atómicas para pequeños grupos “selectos”, por ejemplo). Los
ciudadanos comunes de a pie ¿estaremos condenados a lo peor? ¿Se nos consultó
algo al respecto?
Nadie quiere la guerra nuclear, pero pareciera
que, sigilosamente, ¿realmente nos vamos deslizando hacia ella? La Alcaldía de
Nueva York está circulando un video dedicado a toda la población donde, en tres
pasos, explica la conducta a seguir en el caso de un ataque atómico. En el
Norte próspero hace un tiempo que se están vendiendo refugios anti bombas
atómicas por hasta dos millones de dólares. Rusia también los comenzó a
producir en forma masiva para su población. En los países escandinavos (Noruega,
Suecia, Finlandia) las autoridades están distribuyendo entre sus habitantes folletos
indicativos para resistir en el caso del comienzo de una guerra nuclear. El clima
se ha tensando mucho; la verborrea intimidatoria no falta.
De ambas partes, Rusia y Estados Unidos, las
respectivas autoridades dicen que no desean un enfrentamiento atómico, que eso
se debe impedir a toda costa; quizá nunca se llegue al mismo, pero la retórica
desplegada en estos días mantiene en vilo a mucha gente en el planeta.
Hoy
día ambas potencias cuentan con alrededor de 6,000 armas atómicas cada uno. Debe remarcarse
que el poder destructivo de cada uno de estos artefactos es, como mínimo, 20
veces -algunas 50 veces- superior a las bombas que lanzó Washington en 1945
sobre Japón (Hiroshima y Nagasaki), único país de la historia en utilizar este
armamento en acciones de enfrentamiento real, y justamente cuando la Segunda
Guerra Mundial ya estaba decidida y la nación nipona prácticamente rendida. Según
los científicos conocedores de estos asuntos, de activarse estos arsenales
nucleares disponibles en la actualidad se podría producir una explosión de
tales dimensiones cuyas secuelas llegarían hasta los confines del Sistema
Solar, hasta la órbita de Plutón. Ello podría ocasionar la muerte de millones y
millones de seres humanos en forma inmediata producto del impacto, más otros
miles de millones al corto tiempo de diversos tipos de cáncer por efecto de las
nubes radioactivas que envolverían todo el planeta.
Quienes
eventualmente sobrevivieran en los refugios -las estaciones de metro, por
ejemplo-, morirían de hambre a la brevedad, porque el invierno nuclear (polvo
levantado por las explosiones, similar a lo del meteorito de Yucatán hace 65
millones de años que acabó con el 75% de toda forma de vida, incluidos los
dinosaurios que hoy consumimos como petróleo) cubriría el sol por una década
como mínimo, creando una noche continuada que eliminaría toda forma viva.
Einstein había dicho que, si se daba una tercera guerra mundial, la cuarta
sería a garrotazos; parece que eso era demasiado esperanzador, excesivamente
benevolente: ¡no quedaría nadie!
Es
imposible predecir si eso puede pasar. Queremos creer que la racionalidad y la
sensatez se impondrían, y que nadie quiere comenzar un conflicto que puede
terminar en ese incontrolable Armagedón atómico. De hecho, las potencias
utilizan la expresión MAD: Mutually
Assured Destruction
(Destrucción Mutua Asegura), relación también conocida como “1+1=0”, para
referirse al eventual escenario de una guerra nuclear: ninguno de los dos
adversarios sobreviviría. Mad,
curiosamente, significa “loco” en idioma inglés. Confiamos en que nadie va a
ser tan “loco” de oprimir el primer botón. Pero la intuición freudiana
de una pulsión de muerte que,
inexorablemente nos llevaría a la autodestrucción, no parece descabellada. De
las guerras se sabe como comienzan… ¡pero no como finalizan!
En
estos momentos se está jugando con fuego. El “Reloj del Apocalipsis” o “Reloj
del Juicio Final”, como se le llama a la metáfora con que el Boletín de
Científicos Atómicos de la Universidad de Chicago mide la cercanía en que
se está ante la posibilidad del fin del mundo, coloca la medianoche a solo 90
segundos. No debe olvidarse que cuando se juega con fuego… nos podemos quemar.
El detalle a tener en cuenta es que ahora esa quemazón implica la posible
desaparición de la humanidad. ¿Por qué decir esto? Porque una vez desatado
un ataque nuclear, la vuelta atrás es imposible. Todos los análisis coinciden
en que es técnicamente imposible una conflagración nuclear, porque allí no
habría ganadores.
Las
bravuconadas, amenazas y mentiras son parte esencial de cualquier guerra. Esperemos
que todo esto no pase de la verborragia de los boxeadores antes de una pelea;
es decir: parte del circo mediático. El problema es que si eso se va de las
manos, se termina todo. Es inadmisible que la sed de lucro empresarial del
capitalismo -para que no caiga el dólar- nos pueda haber llevado a esto. Esto
muestra fehacientemente qué es en realidad el capitalismo: ¡el veneno de la
humanidad! Por eso mismo, por razones de ética elemental, hay que ir más allá
de él, antes que se imponga la pulsión de muerte.
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