sábado, 23 de enero de 2021

ABORTO

Se lo voy a contar porque es usted y me cayó bien. Créame que no a cualquiera le cuento estas cosas. En realidad, para mí es muy duro hablar de todo esto.

 

Quizá piense que estoy exagerando, que me quiero hacer pasar por víctima. No es así, en absoluto. En realidad, soy víctima. Soy enteramente una víctima, y si usted me permite un momento, si tiene un rato para que le cuente mi historia y quiere soportar un relato algo lacrimógeno, verá por qué digo esto.

 

No quiero dar lástima. Nunca en mi puta vida quise hacer eso: dar lástima, pienso, es despreciable. ¿Para qué hacer algo así? Es de flojos, de débiles. Y yo, créame, no soy nada de eso. Siempre aguanté de pie los golpes. Y lo voy a seguir haciendo. No crea que la sentencia que acaban de darme me atemoriza. La gente que, como yo, tiene esa vida de mierda a sus espaldas, la gente que está acostumbrada a todo, a la miseria, a golpes, a vejámenes, a darse contra la pared todo el tiempo, bueno…, gente así no le tenemos miedo a nada. Estamos demasiado curtidos, se nos endureció el corazón.

 

Y una vez más permítame decirle que no exagero. ¡En absoluto! Si pasé todo lo que pasé en mi vida, si soporté los mil y un golpes, atrocidades, desprecios, cárceles, violaciones, mierdas de todos los colores, formas y tamaños, ¿acaso cree que esta puta condena me puede asustar?

 

No le estoy diciendo que me voy a escapar de la prisión. Ganas no me faltarían, pero supongo que no será fácil salirse de una cárcel de alta seguridad como ésta donde me van a meter. Ya me fugué tres veces en mi vida de cárceles. Una vez, la primera, fue de jovencito, cuando estaba en el reformatorio; después, ya mayor de edad, en dos oportunidades pude escaparme. Aunque ahora lo veo difícil. Supongo que todo el mundo va a tener puestos los ojos sobre mí, porque en este momento soy figura pública. Todas las cámaras de televisión están sobre mí, me acosan los periodistas… Claro que ser figura pública de esta manera no es lo más interesante del mundo precisamente. De verdad, no se lo deseo a nadie; esto es una tortura.

 

Bueno, como le decía: me fugué varias veces, recibí un balazo, tengo varias cicatrices de navajazos, me peleé no sé cuántas veces en la calle, recibí todo tipo de ofensas, una violación sexual de pequeñito, tuve varias sobredosis de crack…, pero aquí estoy vivo. Ahora se habla más de mí que de Maradona, de John Lennon, aunque eso va a ser temporal, me doy cuenta. Mi caso se hizo super famoso en este momento por lo que significa. Por supuesto, a nadie le interesa un negrito de mierda, pobre, nacido y criado en un barrio marginal, vapuleado varias veces de niño cuando robaba solo alguna que otra billetera o un collar a alguna mujer, golpeado por la policía hasta el cansancio, semi analfabeta. ¿A quién le importo? ¡A nadie! Pero, curiosamente, ahora soy noticia mundial. Sé que aparezco en la televisión todo el tiempo; y en las redes sociales no se para de hablar de mí, de mi malicia, de mi poca humanidad.

 

¡Qué hipocresía!, ¿no? Ahora hablan, ahora soy noticia, ahora todo el mundo, en todos los países, dice indignarse por lo que hice, pero nadie, absolutamente nadie se pregunta cómo se llegó a esto, por qué un joven de apenas 22 años es un asesino, qué hubo en mi vida que me hizo llegar a esto.

 

Por eso le decía que usted me cayó bien, no me parece hipócrita, me dice las cosas de frente, tal como debe ser, no me está juzgando todo el tiempo como hacen otros. Por eso, entonces, le cuento todo esto, y me gustaría saber su opinión. Su opinión franca, por supuesto. No que me vea con lástima, con conmiseración -¿está bien dicho así, verdad?, porque no conozco mucho de palabras complicadas-, con lástima, con compasión. Pero, bueno…, así son las cosas, mi amigo: maté a esa familia completa: padre, madre y los dos hijos, solo para robarle unos pocos billetes que tenían en la casa, y una bandeja de helado que había en la nevera. Parece terrible, ¿verdad? Quizá la gente llamada “normal” no lo pueda entender. Lo que muestra que hay mucha mentira con esto de la normalidad.

 

Yo, de haber tenido otra vida de pequeño, seguramente no hubiera llegado a esto. Tal vez hubiera podido ser como esos dos niños que maté. Es decir; niños normales, con una familia normal, con un papá y una mamá que me quieren, con juguetes, con comida todos los días, sin violencia… Pero no fue así. Claro que, cuando uno dice “normales” hay que hacer una consideración: muchos son así, con papá y mamá, y tomando helados a veces, con una infancia feliz, tranquila. ¡Pero también muchos son como yo! Es decir: vivimos en situaciones de mierda, entre la basura, la violencia, la más completa pobreza, el olvido. Tal vez yo, lo reconozco, soy más basura que otros, soy un asesino, pero ¿no son una basura también los que viven en palacios y nos miran a nosotros como deshechos?

 

Creo que usted conoce mi historia, ¿no? Mi mamá, puta de profesión, o trabajadora sexual, como se dice ahora, ya tenía otros cuatro hijos cuando yo nací. Estaba ya viejita cuando quedó embarazada de mí. Y según supe, porque ella misma me lo contó no sé cuántas veces, no quería tenerme, había pensado abortarme. Ella andaba ya por los 40, pero seguía trabajando de prostituta. Fue un grupito de muchachos de, digamos “buena familia”, que la contrató para una orgía. Ella aceptó, porque los billetes nunca venían mal. Pero esta gente la estafó: no le pagaron lo que le habían prometido, y no tuvieron protección al tener sexo.

 

Producto de eso, según ella me contaba, vino el embarazo. Mi viejita quiso denunciarlos, pero eso era imposible. ¿Se imagina usted?: una puta pobre, negra, ya vieja, sin ningún poder, meterse contra “niños bien”. Eso no podía prosperar de ningún modo, para nada. Así que mi pobre madre tuvo que aguantarse el atropello y agachar la cabeza. Agacharla una vez más, como la hemos agachado siempre nosotros, los pobres, los marginados, los negros, lo que venimos de esas barriadas consideradas zonas rojas por la gente llamada “normal”. No sé si usted alcanzará a dimensionar el odio que uno va acumulando así, pero creo que sí se da cuenta.

 

El odio no nace porque sí, así nomás. No, para nada. Tiene historia, como todo tiene historia en la vida. Las cosas no surgen de la nada. Nadie es malo solo porque se le ocurre ser malo. Yo creo, según lo que he visto en mi corta vida, corta pero movida vida, que la maldad es algo complicado. Todos tenemos cosas buenas…, a veces. Y también, del mismo modo, todos podemos hacer las peores cosas. Somos una mezcla rara, confusa. Mire, yo no soy psicólogo ni psiquiatra ni nada de eso, pero con mi poco, poquísimo estudio que tengo, veo que cualquiera puede hacer las cosas más nobles, a veces. Y también las más terribles.

 

Dicen que los pobres somos violentos, que de esas barriadas pobres, “marginales” como les dicen, “zonas rojas”, viene la gente más violenta. No estoy de acuerdo; creo que no es así. Todo el mundo tiene buenos sentimientos, a veces, como le decía. Y todos somos un poco demonios también, a veces. Depende de las circunstancias. Por ejemplo: la violencia más grande que hay, la guerra, donde está permitido matar, donde premian al que más enemigos mata -ahí uno no es un asesino sino un héroe de la patria-, la guerra, decía, no la declaran los pobres. ¿Se imagina gente como yo, un matón a sueldo, un pandillero peligroso, decidiendo la guerra de los países? ¡Imposible! Totalmente imposible. Entonces ¿de dónde putas sacan eso de que los pobres somos los violentos y la gente llamada normal, bien educada, criada en una familia, que no sufre los horrores de vivir en una zona roja, que esa gente no es violenta?

 

Le pongo otro ejemplo, para que vea cómo la violencia está siempre dando vuelta, y no solo en nosotros, los asesinos. ¡Porque yo soy un asesino!, no lo niego. Cuando era pequeño iba a la escuela, como todo niño. Pero yo era el único negrito de la clase. De más está decir que recibía todo tipo de ofensas, burlas, exclusiones. Y cuando se enteraron que era hijo de una prostituta, ¡ni le cuento! “Negro hijo de puta” me decían abiertamente. Los maestros, créame, no hacían nada por impedirlo. En todo caso, se hacían los desentendidos. Recuerdo una vez que teníamos que dibujar los símbolos patrios, y la maestra luego dijo que tal cosa, no recuerdo qué, la pintáramos color piel. Yo, entonces, la coloreé con color café oscuro. ¡Casi me mata la vieja de mierda! Hasta me mandó a la dirección. ¿Le parece que eso no es un acto de violencia? ¡Terrible violencia!, por supuesto. Pero no, el que recibió el castigo fui yo. Porque las pieles son de diversos colores; nosotros, los negros, ¿de qué color la tenemos si no? ¡Puta si no hay violencia!

 

Como ve, mi estimado, aunque la gente no se dé cuenta todos los días, la violencia está en todos lados. Para muestra, vea eso que le conté. O vea esto otro también: ¿cuál es el peor insulto de todos? “¡Hijo de la gran puta!” ¿Qué significa eso? Que ser puta es algo infame, una porquería, lo peor del mundo. “Sacrílego” creo que se dice, ¿no?, porque yo no conozco mucho de esas palabras difíciles, raras. O sea: puta es inmoral, deleznable. ¿Por qué? Ahí también hay violencia, hay hipocresía. Se las difama de día, pero de noche se va con ellas. Lo que los señores habitualmente no pueden hacer con sus esposas, muy respetables ellas, lo pueden hacer con las putas: coger por el culo, hacerles tragar el semen, silbarles y gritarles cuando bailan en un tubo, denigrarlas… Se indignan si eso se le haría a su hija, pero con las putas se vale. Todo eso, ¿no es violencia?, ¿no es hipócrita? No digo que yo no sea machista, pero eso ¿no es el peor machismo que hay? Entonces nosotros, los hijos de una trabajadora sexual, ¿somos lo peor que hay en el mundo? ¿Por qué la peor ofensa, el peor insulto que existe es, justamente “hijo de puta”? Los señorones que declaran las guerras, y que van con putas, incluso con putas muy caras, gastando fortunas, ¿ellos no son violentos entonces?

 

¡Por favor! Ya estoy harto de tanta mentira, de tanta hipocresía barata. ¿Por qué nos dicen violentos a nosotros? Yo lo reconozco, nunca dejé de reconocerlo: soy una porquería. Trabajé como matón a sueldo, y me quebré un par de tipos por encargo en su momento. Pero ¿por qué lo hice? Porque otros peor que yo me contrataron. Y se lo voy a decir con todas las letras, aunque no le voy a dar nombres: fueron encumbrados empresarios, gente que maneja muchísimo dinero quienes me pagaron el servicio. Me acuerdo bien: en realidad, no fueron ellos directamente, sino empleados de ellos que mandaron a buscarme. Tenían que terminar con un par de sindicalistas medio comunistones que estaban organizando a los trabajadores de sus empresas. Me contrataron, y pagaron muy bien, por cierto. Dígame entonces: ¿quién es el violento ahí: ellos o yo?

 

A esta altura ya no me sorprendo de nada. ¡De nada! Que yo me haya tronado unos cuantos en mi vida no es nada, al lado de otras cosas infinitamente peores que veo por allí. Los curas, por ejemplo. Ahí andan hablando del amor y no sé cuántas tonteras más. Y se violan a niñitos indefensos. ¿No da vergüenza eso? ¿Por qué se llenan la boca hablando de misericordia, del amor de dios y qué se yo qué otras cosas, y son tan mala onda de prohibir lo que ellos hacen en secreto? ¿No es violencia eso acaso? Unos viejos de mierda, violadores, borrachos, decidiendo si una mujer puede abortar o no. ¡Por favor! ¡Qué asco!

 

Hablando de violaciones, usted sabrá que a mí me violaron de pequeñito. Mire, si me pongo a contar todas las afrentas que tuve en mi vida, estaríamos aquí una semana entera hablando. Me violaron cuando yo tenía más o menos 7 u 8 años. Mi viejita nunca me lo quiso creer. Ella estaba atormentada, sin dinero, con deudas, sin saber qué hacer con cinco hijos. Siempre atormentada, sin saber cómo salir de ese pozo de mierda. Vivíamos en una casita que se venía abajo en un puto barrio pobre, lleno de violencia, entre delincuentes, borrachos y drogadictos. ¿Qué puede salir de allí sino otro delincuente? Lo único que veía yo de pequeño era violencia. Además de la violación, sufrí cosas que prefiero llevarme a la tumba. Mire, ni con usted, con quien agarré confianza, me atrevería a contar esas cosas. Prefiero guardármelo.

 

Lo que no puedo guardarme, uno de los odios más profundos que llevo adentro es lo que le hicieron a mi mamá con mi embarazo. Ella, como le dije, no quería tener otro hijo. Por eso, cuando supo que estaba embarazada, quiso abortar. Pero todo el mundo puso el grito en el cielo y le dijeron que no. De acuerdo a lo que ella me contó, se lo impidieron. Incluso, me dijo, hasta fue a la justicia. Pero como en esa época estaba prohibido el aborto, le dijeron que no. Por eso nací yo.

 

No me quejo de mi madrecita. Sé que ella, a su modo, me quiere. Si no me quiso cuando era un feto en su vientre, eso fue por otros motivos. Pero cuando nací, sé que me quiso. A su modo, haciendo lo que pudo, me crió. Claro que hubo carencias, muchas, ¡muchísimas! La pobre no sabía qué hacer con su vida; menos aún iba a saber qué hacer con la vida de un muchachito que le cayó de regalo. Pero ahí fue haciendo la lucha, y como pudo, me crió.

 

No puedo decir que haya sido una mala madre. Lo que pasa es que siendo pobre, marginal, con un trabajo de mierda como tenía, con problemas crónicos de alcoholismo y drogadicción, sin nadie que la apoyara ni la guiara, ¿qué podía sacar de mí? Un universitario con suma cum laude -así se dice, ¿no?-, eso no podía sacar. Los que no tenemos oportunidades desde el nacimiento, estamos siempre cagados. No todos los pobres de esas barriadas terribles salimos delincuentes, ¡por supuesto! Pero, de verdad: ¿qué nos espera? Con muy buena suerte, ser un pobre trabajador, un albañil, una sirvienta, un obrero en alguna puta fábrica de esas que pagan centavos, un peón en el mercado. Uno de esos que, como trabajador o mujer explotada, si se quiere organizar en un sindicato, es asesinado por un matón a sueldo como yo, pagado por los patrones. Pero, criándose entre delincuentes, vagos y drogadictos, ¿qué otra cosa puede uno salir si no es también un delincuente? ¿Quién es más hijo de la gran puta: el matón, el sicario que no se tienta el alma para gatillar fríamente, o quien lo contrata? Mire, seamos sinceros: todos, las dos partes en este caso, somos violentos. Pagar sueldos de hambre, ¿no es una forma de matar también? Pero, ¡claro!: eso es legal. ¡Qué mierda!

 

Por eso, mi amigo, yo, criado a los golpes como fue mi vida, a los 12 años ya estaba consumiendo drogas. ¡Y drogas pesadas! Y a los 15 me troné al primer tipo. Sé que troné a varios. La verdad, con toda sinceridad, no sé exactamente cuántos son, porque muchas veces, en peleas callejeras, uno dispara o pega con una cadena y solo ve la sangre. No se queda a averiguar si lo mató, o solo lo hirió. Pero en total son varios, quizá unos diez, tal vez quince. Ahora, con esto último que pasó, me queda más bronca aún, más odio reconcentrado. Pero no bronca por ser un asesino, a eso ya me acostumbré, sino por lo que sucedió en torno a todo este caso.

 

Usted vio exactamente cómo fueron las cosas. Sí, maté. Lo reconozco. Incluso lo confesé públicamente, ¿para qué iba a negarlo, si hasta creo que quedó grabado en las cámaras de seguridad de la casa? Por culpa de esa maldita droga, fui a robar para comprar crack. Pero tuve la mala suerte que se me cruzaron los cuatro de la familia. Yo no sabía que estaban ahí, y el tipo quiso defenderse con un arma. Fue automático: cada vez que me atacan, reacciono brutalmente. Iba drogado, no lo niego, así que me exalté y no pude contenerme. Mi “profesión”, si así puede decirse, es la violencia, la muerte. Los maté a los cuatro. Lo único decente que me pude llevar, además de unos pocos centavos, fue el helado que me comí. De niño, para mí era un sueño poder comer helado. Y bueno… me agarraron.

 

¿Qué iba a decir en mi defensa? Nada. Soy un criminal. Sé que estuvo mal lo que hice, pero… así es mi vida. Le cuento que antes de matar a la señora, estuve tentado de violarla. No lo hice, me pude controlar. Siempre que estoy con una mujer que me gusta, me acuerdo de cuando yo fui violado. En fin… eso es otra cuestión de la que no quiero hablar ahora. Lo que sí es increíble, no lo puedo entender, es que el juez no me haya condenado a muerte. Me dio perpetua. Como mi caso se hizo tan notorio por los medios, todo el mundo está hablando de eso, y ahora mucha gente se reúne para pedir que se cambie la sentencia. Están pidiendo la pena de muerte. Lo que no entiendo, le estaba diciendo, es de por qué a mi mamá, cuando pensaba abortarme, se lo prohibieron, e hicieron tanta bulla con eso. Y ahora, 22 años después, o 23, contando los nueve meses de embarazo, ahora que yo nací contra su voluntad y pasé todas las penurias que pasé, penurias que dieron como resultado esta basura que soy, ahora no entiendo por qué sí piden matarme, y no permitieron que lo hicieran años atrás, cuando hubiera sido mucho mejor no dejarme nacer. ¿No le parece hipócrita?



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