En alguna reunión sobre la obra de Milton Friedman en la Universidad Francisco Marroquín (baluarte guatemalteco del neoliberalismo) con docentes y estudiantes marroquinianos más catedráticos invitados de otras universidades, los expositores mostraban cómo “si uno quiere, puede”, que todo es “cuestión de actitud”. La idea a resaltar era que, “con trabajo fecundo, si alguien se lo propone, puede salir de pobre… Y no solo eso: ¡puede hacerse millonario!”
Ante eso,
insistentemente repetido, una joven estudiante pidió la palabra:
“Señores catedráticos, con todo el respeto,
permítanme dar mi modesta opinión. O más que opinión: mi pregunta, porque la
verdad es que no entiendo bien esto que ustedes dicen. Yo soy estudiante
becada, y como parte de mi trabajo de campo, estuve toda la quincena pasada
haciendo una investigación en una remota aldea de Quiché. Ahí la gente
sobrevive en condiciones increíbles: no hay luz eléctrica, no hay agua potable,
las mujeres lavan la ropa en el río, todas las familias tienen cinco, siete,
diez hijos. Hay una escuelita donde el maestro falta la mayor parte del tiempo,
y la población apenas si come. La desnutrición es lo común. Mucha de esa gente
no conoce la capital. Entonces, yo me pregunto: aunque esa población quiera,
¿cómo hace para salir de pobre? ¿Trabajando duro? Pero…, si pasa toda la vida
trabajando, y no hay modo…”
La reacción de
los profesores fue una sarta de estupideces que no pudieron desdecir lo
expresado por la joven.
SI UNO QUIERE, ¿ES CIERTO QUE PUEDE? O ¿HABRÁ QUE MATIZAR ESO?
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