miércoles, 22 de septiembre de 2021

DIÁLOGOS

1.      RENUNCIA

 

A: Y, ¿cómo fue que pudiste conseguir ese trabajo en la ONG? No tienes título universitario, ¿verdad? ¿Cómo hiciste?

 

B: Uy… es largo de explicar. Y me duele cada vez que lo relato.

 

A: ¡Tranquila! No es necesario que lo cuentes entonces.

 

B: No, no… ¡Quiero hacerlo de todos modos! Es doloroso, pero siempre es bueno decirlo. Y cada vez que lo hago, se me ratifica más la necesidad de cambio. Pues bien… ¿te acordarás de la visita esa que hizo la princesa rubia aquella a nuestro país hace como tres décadas?

 

A: Sí, claro. La parásita esa que vive gracias a lo que nos roban a nosotros.

 

B: Exacto. Como todos los reyes europeos. Pero, bueno… esa vieja llegó hace años a nuestra aldea, rodeada de un millón de guardaespaldas, por supuesto. Y por supuesto, tampoco probó bocado de nuestra comida. ¡Ni agua quiso tomar! Traían cientos de botellas.

 

A: ¿Seremos perros sarnosos?

 

B: Así parece. Lo cierto es que llegó hasta mi madre, que era mamá soltera con cuatro hijos, en ese entonces, y había perdido una pierna, producto de una mina antipersonal sembrada durante la guerra.

 

A: ¡No sabía eso!

 

B: Sí, así fue… Pobrecita. Le tocó duro a mi viejita. Mucho más que a esta princesa, que viaja con no sé cuántas damas de compañía, y tiene un vestido para cada día del año. Y nunca jamás en su perra vida vivió como nosotras.

 

A: ¡Qué infamia! ¿no? Y todavía tienen el descaro de venir al África, después que nos hicieron mierda, a fotografiarse con estos “exóticos” negritos.

 

B: Sí, es deplorable… Pues bien: yo era una de las hijas de esa pobre mujer. La tal princesita, sacada de los cuentos de hada, llegó a nuestro caserío y nos sirvió un plato de comida a todas. Éramos como cien niñas. Fue un asqueroso gesto demagógico.

 

A: Creo haber visto esa foto muchas veces.

 

B: Seguramente. Se hizo famosa. Bueno… y la historia continuó. Años después, de una de esas llamadas agencias de cooperación, como yo era quizá la más movediza de los hijos -siguió teniendo, llegó a ser madre de once niños- me ofrecieron entrar en la ONG.

 

A: ¿Por qué motivo?

 

B: Porque yo era como un símbolo. Me usan.

 

A: Pero, ¿pagan bien?

 

B: Sí, sin dudas. Te compran el silencio con eso.

 

A: ¿Estás cómoda allí?

 

B: ¡Para nada! Me siento una traidora de mi gente. Pronto voy a renunciar.

 

 

2.      ISLA DESPOBLADA

 

 

El yate, de 5 millones de dólares, partió del puerto de B. con 12 personas a bordo. Viajaban su propietario, el excéntrico multimillonario M., con algunas amigas y amigos, además de la tripulación: el capitán, dos marineros y un grumete. Después de dos días de navegación, se desató inesperadamente una terrible tormenta que terminó hundiendo la nave. Por avatares del destino, solo pudieron salvarse M. y el joven aprendiz de marinero, J., de tan solo 18 años. A duras penas ellos dos pudieron llegar hasta una muy pequeña isla despoblada. Allí empezaron su sobrevivencia. Después de un par de semanas en la más grande precariedad, esperando siempre algún barco salvador, un pajarito escuchó este diálogo, que ahora nos relató:

 

A: Muchacho, tráeme unos cocos más. Hoy me quedé con hambre.

 

B: ¿Sabe una cosa? Estaba pensando por qué tengo que hacerle yo todas estas cosas.

 

A: ¿Cómo por qué? ¿No eres el ayudante acaso? ¿No estás para eso?

 

B: Bueno…, en el barco así era. Pero aquí estamos los dos de igual a igual, como náufragos.

 

A:  Uy… ¿qué te pasa? ¿Desde cuándo esa rebeldía? Pero ¿acaso no se te paga para que nos atiendas?

 

B: ¿Pagar? ¿Usted me va a pagar en esta isla desierta? ¿Acaso soy su empleado?

 

A: Bueno…, así son las cosas, ¿no? Así son las reglas de juego, te guste o no te guste. Eres pobre y yo soy el dueño del yate. Soy yo el que tiene los billetes. No te olvides nunca de eso, muchacho.

 

B: Yo diría que… ¡tenía! los billetes. Aquí, en esta soledad, somos los dos iguales. Y ni siquiera somos iguales, porque yo soy más joven, más fuerte, estoy mejor preparado para sobrevivir. En realidad, aquí no somos iguales: soy yo un poco superior. Al menos para soportar esta vida.

 

A: Pero no tienes una abultada cuenta bancaria. Esa es la pequeña diferencia…

 

B: ¿Cuál cuenta? Aquí eso no existe, M. Aquí estamos los dos semi desnudos, y el más fuerte, que soy yo, es el único que puede treparse palmeras para buscar cocos, o ir a pescar con ese improvisado arpón que hice. Si aquí hay alguna diferencia, la hay a mi favor. ¿De qué billetes me habla?

 

A: Cuando nos rescaten volveremos a la normalidad. Y tú seguirás siendo grumete, marinero a lo sumo, pescador. Si te va bien: capitán de un pobre barquito pesquero, cuando envejezcas. Yo, en cambio, volveré a mi pent house, a mi limusina, a mi jet privado… ¡Esa es la normalidad!, y no lo que estamos sufriendo aquí.

 

B: Sí, claro… Si tiene la suerte de sobrevivir aquí volverá a “esa” normalidad. Porque ahora la normalidad es esta, donde usted come gracias a mi trabajo. O sea: sobrevive si a mí se me ronca el culo de seguir pescando y bajando cocos para usted. Acuérdese, M., que desnudos y medio barbudos como estamos, es decir: como dios nos trajo al mundo, no hay diferencias. Las limusinas, las joyas y las cuentas bancarias son accesorios que no nos definen. Nada de eso se lleva al más allá.

 

A: ¡Comunista había salido el muchacho!

 

B: No sé cómo se llamará eso…, pero es la pura, absoluta y descarnada verdad. ¿O las diferencias las da un Rolex de oro?

 

 

3.      SORPRESA

 

 

A: Queríais hablar conmigo, ¿verdad Sor Rita?

 

B: Sí, madre superiora. Por favor….

 

A: Bueno, os escucho.

 

B: Es que…, me da mucha vergüenza. No sé por dónde empezar.

 

A: Vamos, vamos hermana… No temáis. Desembuchad. Vamos… ¡O escucho!

 

B: Sucede que… he pecado.

 

A: Aha. ¿Qué habéis hecho?

 

B: Tuve una mala acción, de la que me arrepiento mucho. Estoy avergonzada.

 

A: Bueno, tranquila, Sor Rita. Decidme: ¿cuál fue vuestro pecado?

 

B: Es que…, es que…. Me permití besar en la boca con Sor Mercedes.

 

A: ¡¿Sor Mercedes?! La muy desgraciada… Zorra de mierda.

 

B: Pero, ¿por qué decís eso, madre superiora?

 

A: Esa ramera me había prometido que solo conmigo estaría.

 

B: ……

 

 

4.      DUPLICACIÓN

 

 

A: Yo soy niña arco iris.

 

B: Ah, ¡qué bien…. ¿Y eso qué significa?

 

A: Es la persona que nace después que la madre tuvo un aborto.

 

B: O sea que naciste después de un niño que no nació.

 

A: Exacto. Mi mamá perdió un bebé antes que yo naciera.

 

B: ¿Cómo lo supiste?

 

A: Lo descubrí a partir de mi psicoterapia, con mi psicólogo. Y luego, informándome, hablando con una tía.

 

B: ¿Cómo es eso? No te entiendo.

 

A: Mi vieja siempre me decía que yo soy su arco iris.

 

B: ¿Y eso?

 

A: Yo no entendía. Pensé que me quería decir que yo era hermosa, una suma de colores, algo bello como el arco iris. A quién no le gusta el arco iris, ¿no?

 

B: Sí, es cierto. Pero… ¿qué es lo que descubriste? ¿Te molestó ese descubrimiento?

 

A: Bueno, sí… Me molestó un poco. Porque alguna vez, después de tanta preguntadera de mi parte, me confesó que había habido otra niña antes que yo.

 

B: Aha, ¿entonces?

 

A: La muy hija de puta me puso el mismo nombre que a la muerta.

 

B: ¿Cómo es eso? ¿Y tu papá qué dijo?

 

A: Soy hija de madre soltera.

 

B: ¿Y por qué hizo eso tu vieja?

 

A: No lo sé. Pero ya no se le puede preguntar.

 

B: ¿Murió?

 

A: ¡La maté a la muy perra!

 

B: ¡¿De verdad?!

 

A: Claro, por eso estoy acá, en la cárcel. Aquí no te ponen por bonita.

 

B: Pero, ¿por eso te la tronaste?

 

A: Por supuesto. ¿A quién le va a gustar ser el reemplazo de alguien? Cuando descubrí por qué mis primos me decían Adela dos, no aguanté. Siete puñaladas le metí.

 

B: Como los colores del arco iris.

 

 

5.      EN EL CONFESIONARIO

 

 

A: Padre, he pecado.

 

B: ¿Qué hiciste, hijo?

 

A: Maté.

 

B: ¿Estás arrepentido?

 

A: Un poco. Pero…, era mi trabajo.

 

B: ¿Tu trabajo?

 

A: Sí, padre: soy militar. Estamos en guerra.

 

B: ¿Te consideras un buen hombre?

 

A: ¡Por supuesto! Soy buen cristiano, buen padre de familia, defensor de nuestros valores occidentales… Pero a veces siento que los comunistas también son seres humanos, y me agarran esas culpas.

 

B: No te preocupes; reza diez padrenuestros y el Señor te acogerá gozoso.

 

A: Gracias. Padre: no me reconoce, ¿verdad?

 

B: No. ¿Quién eres?

 

A: El general Francisco Franco.

 

B: ¡¿El generalísimo?!... Con dos padrenuestros es suficiente, Excelencia.

 

 

6.      CAFECITO

 

 

A: Mi amigo, se acaba de pasar el semáforo en rojo.

 

B: Sí, ya lo sé agente. Sí, ¡qué vergüenza! Yo nunca hago eso…, pero esta vez estoy en una situación especialísima.

 

A: ¡No me diga! ¿Y cuál es la excusa?

 

B: Créame, agente: no es excusa. Voy apuradísimo porque estoy desesperado.

 

A: ¿Sí? ¿Y qué lo desespera tanto?

 

B: Lo que le acaba de pasar a mi señora. Entraron ladrones a la casa, y me dice que la violaron.

 

A: ¿De verdad? Uy… ¡pobrecita!

 

B: No se burle, agente. ¡De verdad! Recién me acaba de llamar, y lloriqueando me lo contó.

 

A: Mire: no se lo puedo creer, pero veo que se la supo ingeniar bien. La verdad es que lo felicito. Hasta voy a hacer como que se lo creo. Déjese algo para el cafecito y se me va a la chingada.

 

B: ¡Buena onda, poli! Aquí le dejo un billetito para el café. Muchas gracias. De verdad que se lo agradezco. Y le juro que no se va a volver a repetir la infracción.

 

A: ¡No, maestro! ¿De qué viviríamos nosotros entonces?



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