Tal como va el mundo, todo indica que la normalidad a la que volveremos luego de la pandemia podrá ser distinta a lo ya conocido: habrá que usar mascarillas, lavarse continuamente las manos con gel antibacterial, distanciarse del prójimo, no darse un beso en la mejilla ni un apretón de manos, desinfectar la suela de los zapatos. Pero además de eso, los elementos más profundos, lo que decide nuestras vidas (es decir: esos resortes que “la plebe” no maneja): ¿más de lo mismo o lo mismo con más?
Es probable que en este nuevo escenario que se pueda
abrir se modifiquen relaciones de poder entre las grandes potencias. En este
momento todo indica que Estados Unidos está perdiendo -bastante aceleradamente-
su papel de centro hegemónico global. Con un producto bruto de más del 50% de
la economía planetaria después de la Segunda Guerra Mundial, ahora aporta solo
un 18%. El hiperconsumo desenfrenado y su voraz avidez le han pasado factura:
su moneda, anteriormente sostenida a punto de invasiones militares, hoy día va
perdiendo valor. La República Popular China lo está destronando como potencia
económica y científico-tecnológica. En el plano puramente militar, Rusia lo ha
dejado atrás, tomándole varios años de delantera en el desarrollo de armas
estratégicas (misilística hipersónica). Todo eso, de todos modos, no
necesariamente es una buena noticia para el campo popular. Está abierto el
debate sobre el actual modelo de “socialismo de mercado” impulsado por China;
en principio, sin embargo, ese no es el espejo donde puede mirarse la clase
trabajadora internacional y los empobrecidos pueblos del mundo. ¿Post pandemia
con una China hegemónica y dominante en tecnología 5G? (y 6G ya en camino).
Trabajar por un mundo post pandemia donde “quepamos
todos”, tal como se ha dicho, es algo que va más allá de
la crisis sanitaria. ¿Solo una enfermedad esparcida globalmente nos puede
movilizar en tal sentido? Suena raro. Quizá ante el trauma de un evento con
algo de catastrófico por lo ahora vivido (en muy buena medida, exagerado convenientemente
por los medios comerciales de comunicación), puedan surgir estas aspiraciones
“bondadosas”, de llamados a un nuevo modo de relacionamiento, de “sentirnos
hermanos todos”, como pide el Vaticano con la reciente invocación del Papa
Francisco “Fratelli tutti” (Hermanos
todos). Siendo crudamente realistas todo indica que quienes marcan el rumbo no
son precisamente los “trabajadores asalariados” sino sus jefes: “Hay mucha gente que ya le encontró el gusto por
trabajar desde la casa, y las empresas ya se encontraron el gusto de que la
totalidad de la gente no vaya a las oficinas”, dijo Franco Uccelli, alto
directivo del JPMorgan Chase &
Co, uno de los bancos más grandes del mundo (estadounidense), de esos que sí,
efectivamente, marcan lo que es “normal”. Seguramente por allí va a ir esta
“nueva normalidad”.
De ningún modo podemos aceptar
la actual normalidad donde mueren diariamente 24,000 personas por hambre o por
causas ligadas a la desnutrición mientras sobra comida en el mundo. Pero la
supuesta “nueva normalidad” no augura nada nuevo en verdad. Más allá de buenas
intenciones, queda por verse cómo lograr
efectivamente ese cambio. ¿Es un acto de corazón? ¿Se “abuenarán” los “malos”
que nos matan de hambre? Obviamente no se trata de bondades o maldades en
juego: son luchas de clases,
relaciones sociales trans-individuales. Todo indica que lo dicho por este
funcionario de uno de los bancos más poderosos del mundo marca la “nueva
normalidad”. El mundo digital que ya se abrió, de momento no parece favorecer a
las grandes mayorías. Trabajar desde casa ¿es un triunfo popular? ¿Cómo se
formarán los sindicatos entonces? ¿O en la “nueva normalidad” eso ya no cabe?
Las tecnologías digitales, fabulosas sin dudas, pueden servir para dar saltos
en la historia; o también, como pareciera perfilarse de momento, para
controlarnos más y mejor.
Según la UNESCO, órgano especializado del Sistema de
Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, lo que vendrá
cuando se haya aplanado completamente la curva epidemiológica del COVID-19 (la
de los muertos por inanición no se aplana nunca, ¡no olvidarlo!), invita “a reflexionar sobre lo que es normal, sugiriendo
que hemos aceptado lo inaceptable durante demasiado tiempo. Nuestra realidad
anterior ya no puede ser aceptada como normal. Ahora es el momento de cambiar”.
Pero, ¿la “hemos aceptado”, o se nos ha impuesto? Luego de la pandemia de coronavirus viene la
vacunación masiva. Bill Gates, uno de los mayores magnates actuales del planeta
-propietario de una de esas megaempresas que se ha beneficiado exponencialmente
con los encierros causados por la pandemia, es uno de los más grandes
filántropos en el mundo y promotor de esa vacunación. “Las próximas guerras
serán con microbios, no misiles”, dijo repetidamente. De hecho, él y su
ahora ex cónyuge Belinda constituyen uno de los principales sostenes
financieros de la Organización Mundial de la Salud -OMS-, mecenas preocupado
por la salud de la humanidad. ¿Seremos paranoicos si nos abrimos preguntas al
respecto, si desconfiamos de tanta bondad?
Va quedando claro que el principal
perjudicado con esta crisis sanitaria global es la gran masa trabajadora de
todos los países. La oligarquía internacional que maneja el mundo capitalista
-que no tiene nacionalidad, en definitiva: “El
capital no tiene patria” decía Marx- puede hoy hacer algunas mínimas
concesiones para que no estalle la olla de presión. De esa cuenta, ha comenzado
a hablar de la posibilidad de establecer una renta básica universal.
Probablemente el “Gran Reinicio” del que se habla, por ejemplo en el Foro de
Davos, consista en un intento de reingeniería social a escala planetaria para
seguir manteniendo inalterables sus privilegios. En esa lógica, con planes
neoliberales que no terminan -¿quién dijo que el neoliberalismo está acabado?-
los Estados van quedando crecientemente debilitados, siendo reemplazados por el
asistencialismo de mecenas (fundaciones como la de Bill Gates, o Soros, o
cualquiera por el estilo), o por ese engendro impresentable llamado
“cooperación internacional”. La cada vez mayor precarización en las condiciones
laborales constituye un mecanismo para aumentar las tasas de ganancia del
capital, fragmentando la organización, y por tanto las luchas populares. El
proceso de “oenegización” hoy día tan extendido, no es sino una forma de seguir
implementando el “divide y reinarás”.
La sociedad global cada vez más se
encamina hacia tecnologías de vanguardia, revolucionarias (en las que China ya
le está tomando la delantera a Estados Unidos). Las fortunas más grandes se van
acumulando ahora en las empresas ligadas a esas tecnologías. Llama la atención
que un mecenas como Gates (que no parece tan “trigo limpio”, si es un gran
evasor fiscal como se ha denunciado y destructor de los Estados nacionales -la
beneficencia no puede suplir al Estado-) se preocupe tanto de las vacunaciones.
No mucho tiempo atrás, el fundador de Microsoft advertía al mundo que la gran
amenaza global en este momento no era la guerra nuclear sino las pandemias. “Microbios
y no misiles” indicaba.
Quizá deba incluirse también en los negocios de futuro, de esos que no decrecen
con la pandemia (como parece estar sucediendo con el petróleo, por ejemplo) a
la gran corporación farmacéutica, la Big Pharma (que durante el 2020
produjo y vendió en cantidades mayúsculas mascarillas, respiradores, gel
antibacteriano, pruebas de detección de COVID-19, fármacos como Remdesivir -del
fármaco cubano Interferón: ni una palabra- o las vacunas, todo lo cual está
generando ganancias astronómicas). Según datos que llegan dispersos, representantes
de la GAVI, la Global Alliance for Vaccines and Immunization, y su
fundador y principal financista, Bill Gates con su benemérita Fundación,
insisten cada vez más en la necesidad de una inmunización universal.
Acertadamente dice Mara Luz Polanco: “La lógica mercantil de la
industria farmacéutica también ha provocado que sus inversiones se destinen
principalmente a la búsqueda de aquellos medicamentos que podrían redituar más
ganancias, descuidando los necesarios para el tratamiento de otras enfermedades.
Se sabe por ejemplo que las farmacéuticas desatienden la investigación para el
tratamiento de enfermedades raras, infecciosas, o la producción de vacunas
porque pueden ser menos rentables que otros productos, y en general, la
industria privada orientada por criterios de rentabilidad no está interesada en
proyectos que requieren mayor inversión, suponen más riesgos o son de baja
demanda”.
La insistencia en esa vacunación
universal, exigida casi como un obligado pasaporte que permitirá moverse por el
mundo y seguir integrado a la “nueva normalidad”, obliga a formularse
preguntas. Una vez más, parafraseando al jesuita Xabier Gorostiaga, quien dijo
que “No somos estúpidos quienes seguimos
teniendo esperanza [en un mundo más justo luego de la caída del Muro
de Berlín]”, podemos decir: “No
somos paranoicos quienes nos planteamos preguntas ante tanta confusión con la
pandemia”. ¿Por qué esta apresurada, casi desesperada necesidad de
vacunación global?
Esta
autorización de super emergencia que recibieron las distintas vacunas anti
COVID-19 que fueron apareciendo, abrió dudas. Decisiones de excepcionalidad
para el uso de medicamentos que no han sido debidamente probados -una vacuna
debería pasar no menos de diez años de observación antes de ser ofrecida públicamente-
se dan solo en casos de una muy grave situación de alarma, que podría permitir
correr riesgos excepcionales, saltando los protocolos y controles exigidos
normalmente. El pánico generado al inicio de la pandemia, básicamente inducido
por los medios comerciales de comunicación a escala planetaria, preparó el
terreno para la posterior aceptación de las vacunas.
El capitalismo es el capitalismo. Es
decir: solo piensa en lucro empresarial, basado en un individualismo hedonista
fundante. La salud pública, por tanto, es concebida de la misma manera. En
otros términos: es un valor de cambio
más, una mercancía que puede generar ganancias. La solidaridad no existe (la
beneficencia y la cooperación internacional no tienen nada que ver con la
solidaridad). En esa lógica, los grandes oligopolios farmacéuticos utilizaron
fondos públicos para la investigación de estas nuevas vacunas, y sin que se
hubiera demostrado la validez, eficacia y seguridad de las mismas, comenzaron a
utilizarse. Curioso que esas empresas (estadounidenses y europeo-occidentales)
lograron que sus respectivos Estados sean quienes pagarían las indemnizaciones
por posibles efectos secundarios derivados de estos productos experimentales,
mientras continúan negociaciones para lograr quedar exentas de toda
responsabilidad civil por las eventuales secuelas producidas por sus medicamentos.
El reputado neurocirujano estadounidense Russell Blaylock afirmó que “Dado que no se han realizado estudios sobre lo que sucede con las
proteínas de pico una vez que se han inyectado y, lo que es más importante,
cuánto tiempo seguirá produciendo el ARNm las proteínas de pico, no tenemos
idea sobre la seguridad de estas vacunas. Moderna y Johnson & Johnson nunca
antes habían hecho una vacuna. (…) Para permitir que la
población use estos productos biológicos completamente experimentales, el
gobierno tuvo que declarar esta “pandemia” una emergencia médica y
utilizar la Autorización de uso de emergencia (EUA), que enfatiza que
los agentes no están aprobados y son completamente experimentales. El proceso
de aprobación de una vacuna experimental normalmente requiere un período de
hasta diez años de estudio intensivo antes de que se apruebe una vacuna”.
Más allá de la efectividad
o no de estas vacunas -curiosamente, las de fabricación rusa, china o cubana no
ocupan la cartelera de la prensa como sucede con las de las multinacionales
capitalistas-, de sus efectos secundarios nocivos a mediano y largo plazo, de las
razonables dudas que todo esto pueda abrir, la ideología capitalista
(individualista y hedonista) evidencia una vez más que no está en condiciones
de aportar nada para una humanidad igualitaria. Vergonzosamente los países
llamados desarrollados han acaparado la casi totalidad de la producción,
dejando migajas para el Sur.
El Director de la OMS, Tedros Adhanom
Ghebreyesus, no ahorró palabras para denunciar las asimetrías en el manejo de
las vacunas y la voracidad de los más acaudalados. Consideró “moralmente indefendible, epidemiológicamente
negativo y clínicamente contraproducente” el panorama actual. Atacando la
mercantilización de la salud y la falta de solidaridad evidenciada en el manejo
de la distribución de las vacunas, se refirió a los mecanismos de mercado
enfatizando que son “insuficientes para
conseguir la meta de detener la pandemia logrando inmunidad de rebaño con
vacunas”, defendiendo la necesidad de planteos de políticas públicas para
afrontar la crisis sanitaria. “Tengo que
ser franco: el mundo está al borde de un catastrófico fracaso moral, y el
precio de este fracaso se pagará con vidas y medios de subsistencia en los
países más pobres”.
Como una medida paliativa
ante esta desproporción impresentable, en el Foro Mundial de Davos en 2017 se
presentó el Fondo de Acceso Global para Vacunas Covid-19, más conocido
por su sigla COVAX.
Es preciso puntualizar que el mismo fue fundado por la ya mencionada GAVI y por
la Coalition
for Epidemic Preparedness Innovations -CEPI-, ambas instancias concebidas y financiadas por la
Fundación Gates. El COVAX se presenta como institución público-privada,
utilizando fondos públicos (las investigaciones para generar las vacunas de los
oligopolios capitalistas de allí provienen) para beneficio privado. Es un sutil
mecanismo que emplea el disfraz de lo público para actuar como institución
bancaria comercial, comprando las vacunas a las grandes empresas farmacéuticas
(Pfizer/BioNTech, AstraZeneca, Moderna, Johnson & Johnson, Janssen).
Supuestamente su objetivo es garantizar el acceso igualitario a las vacunas
para todos los países, pero en realidad se trata de un instrumento de los
grandes capitales para defender a la Big
Pharma. Todo indica que su cometido real no es, precisamente, la
solidaridad con los más humildes sino la protección de las patentes de los
oligopolios capitalistas, impidiendo en todo lo posible la distribución de
vacunas producidas por instancias públicas de Rusia, China o Cuba, bloqueando
al mismo tiempo la posibilidad de producción de países que tienen la capacidad
tecnológica de hacerlo, como India, Brasil, Argentina o Sudáfrica,
Como todo esto de la pandemia está
aún muy confuso, nadie puede asegurar categóricamente nada. ¿Por qué, por
ejemplo, Bill Gates, este mecenas multimillonario también evasor fiscal, está
tan preocupado por la salud mundial? A toda esta parafernalia de la pandemia
debe continuar una vacunación universal obligatoria con insumos que habrá que
pagar y que, tal como están las cosas, no garantizan el fin de la crisis (la
OMS y las mismas farmacéuticas están hablando de la necesidad de dosis de
refuerzo). Además, la inmunidad que otorgan estas vacunas es temporal, por lo
que se está entrando en un ciclo de obligadas vacunaciones periódicas. Todo indica
que hay un muy buen negocio a la vista. Según se nos dice, podrán venir nuevas
pandemias, a partir de nuevos agentes patógenos. “Microbios y no misiles”
se apuntaba; ¿habrá un guión escrito? Vacunas de uso mundial casi obligado
surgidas en un santiamén, saltando todos los protocolos. Son más las dudas que
las respuestas, las sombras que las luces.
El modelo de producción y consumo que trajo el
capitalismo no es viable a largo plazo: las pandemias serían, entre otras, una
de sus ingratas consecuencias. Las respuestas técnicas -la vacunación
universal- no alcanzan, porque la evidencia muestra que las mismas no llegan
por igual a todos los habitantes del planeta. Se trata entonces de buscar otros
caminos, establecer las relaciones humanas y los esquemas sociales sobre otros
modelos sociopolíticos. Hay que pensar en alternativas, por lo que, como dijera
Rosa Luxemburgo entonces: “socialismo o barbarie”.
El sistema capitalista, que sin ningún lugar a
dudas no puede solucionar todos los problemas humanos que hoy día ya son
solucionables gracias al desarrollo científico-técnico, no está agotado. Con
varios siglos de existencia, sabe arreglárselas muy bien para permanecer de
pie. En la guerra contra el socialismo, hoy por hoy va ganando. Pero eso no es
una buena noticia para la humanidad, porque la prosperidad de unos pocos
asienta en las penurias de las grandes mayorías planetarias. La situación de la
salud lo evidencia de modo patético, y la actual crisis sanitaria muestra que
la mercantilización de un bien tan preciado como ese lo único que trae es
ganancias para unos pocos a costa de sacrificios de los más. Después de la
pandemia no se ve, al menos en principio, un horizonte post capitalista. Al contrario, todo augura más capitalismo, con
una super potencia en declive disputando la hegemonía mundial con otras dos
super potencias (con capitalismo de Estado y capitalismo mafioso una, con
socialismo de mercado la otra). Las guerras no han desaparecido de la historia,
sino que siguen siendo una cruda realidad, y la posibilidad de un holocausto
termonuclear está siempre abierta. Ante este mundo y la nueva normalidad que se
avecina, con este “Gran Reinicio” que los capitales occidentales propician, la
masa trabajadora mundial no puede sentir ninguna alegría. Si nuevas pandemias
podrán venir, y la salud seguirá siendo un bien comercializable, el camino
capitalista es un callejón sin salida. Por tanto, como gran tarea pendiente,
estamos llamados a construir algo distinto, una alternativa a este modo de
producción basado solo en el lucro, que prescinde tanto del ser humano -a quien
transforma en esclavo asalariado, o lo desecha producto de la robotización- o
se lleva por delante la naturaleza, olvidando que hay un solo planeta, que
nuestra casa común no es una infinita cantera para explotar.
Con esperanza, pero también con realismo -y cabe
aquí el llamado de Antonio Gramsci a “actuar
con el pesimismo de la razón y el optimismo del corazón”- recordemos que “El
capitalismo no caerá si no existen las fuerzas sociales y políticas que lo
hagan caer”, como dijo certeramente Vladimir Lenin.
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