Si bien no se puede limitar el desarrollo de la investigación científica, se deben abrir cuestionamientos éticos sobre mucho de ella, tanto respecto a su implementación como del «avance» en sí mismo que representa como bien social. Hay tecnologías que ya han dado saltos fabulosos y, hoy por hoy, no necesitan seguir desarrollándose. Por ejemplo: la calidad de la reproducción de todos los actuales medios audiovisuales (cine, televisión, videojuegos, pantallas de computadoras y/o de teléfonos móviles). El punto alcanzado es definitivamente muy bueno y se torna innecesaria su evolución en estos momentos; si se lo hace, es solo en función de continuar generando mercancías para colmar políticas empresariales, pero tecnológicamente no hay nada que las justifique.
Otro tanto pasa con la
industria de los vehículos automotores; sabiendo que los motores de combustión
interna son uno de los principales agentes causantes del efecto invernadero
negativo, lo racional y éticamente correcto sería utilizar los nuevos avances tecnológicos
en la producción de transportes públicos no contaminantes, buscando la
paulatina eliminación del automóvil privado. Pero el hambre de ganancias de las
gigantescas corporaciones fabricantes de vehículos, indisolublemente unidas a
las grandes compañías petroleras, prefiere continuar con la producción
irracional de autos particulares en vez de promover salidas viables con medios
de movilidad públicos. La tecnología automotriz actual se sigue desarrollando
solo por el afán de ventas, siendo que ya no sería necesario su avance sino,
por el contrario, su reconversión hacia otro tipo de vehículos: no
contaminantes y de uso masivo, eliminando el agresivo, en términos ecológicos,
automóvil unipersonal o familiar.
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