Tras los atentados contra las Torres Gemelas en 2001, el gobierno estadounidense lanzó el Acta Patriótica. Se pusieron en marcha así: 1) las llamadas guerras preventivas, y 2) el más estricto control de su propia población.
En nombre de la “defensa de la patria” se pisoteó la soberanía del
mundo, iniciándose invasiones “preventivas” a países supuestamente “focos de
terroristas”. En lo interno se conculcaron derechos históricos de la población,
al hacer “sospechoso” a todo ciudadano estadounidense.
La humanidad completa se convirtió en “sospechosa”, iniciándose la
iniciativa TIA: Total Information Awareness (“Conocimiento Total de la Información”),
como parte de la Ley de Seguridad Nacional. Al hacerse público el proyecto,
numerosas organizaciones de derechos humanos y defensa del ciudadano alzaron la
voz en protesta ante la grosera intromisión del Estado en la privacidad de cada
estadounidense. Como consecuencia, el Congreso debió detenerlo. Pero hacia el
año 2006, filtraciones a la prensa precisaron que el software desarrollado
se había desplazado a otras agencias de espionaje.
Años atrás todo esto parecía un asunto de ciencia-ficción; hoy, ese
panóptico universal es una realidad. Existen sistemas de control total de la
población planetaria: 1) las empresas disponen de toda la información necesaria
para afinar sus estrategias de mercadeo (¿qué le gusta a cada persona?, ¿qué
ofrecerle?), 2) las agencias gubernamentales de espionaje pueden examinar todos
los datos de la vida de cada ciudadano.
Una forma de control absoluto de cada ser humano sobre la faz del
planeta; control que se ejerce no sólo sobre sus comunicaciones sino sobre sus
características biométricas (tramado del iris, huellas dactilares, voz), lo
cual permite un monumental banco de datos universales que posibilita a los
agentes de inteligencia buscar y detectar por satélite a una persona en
cualquier lugar del mundo con una velocidad pasmosa.
Sintéticamente explicado, estos sistemas, del que TIA fue el precursor, consisten
en una combinación de tecnologías de punta en el campo de la informática (entre
las que se cuenta una monumental base de datos que permite almacenar
información personal de los casi 8 mil millones de habitantes actuales del
planeta, incluyendo videos, fotos y parámetros biométricos de cada ingresado al
programa), con la capacidad de localización por satélite e identificación de
seres humanos a distancia, mediante las características biométricas
almacenadas.
Las declaraciones que hiciera tiempo atrás el ex espía estadounidense
Edward Snowden (¿arrepentido?) permiten ver que los programas diseñados hace algunos
años durante la administración de Bush hijo, hoy día son una realidad, sin
importar qué partido gobierne en la Casa Blanca.
En ese
sentido, el programa Prism es la más
brillante creación del espionaje de Washington, y se nutre con los datos
suministrados por grandes operadores estadounidenses de internet. Así absolutamente
todos estamos vigilados (seguramente también quienes están leyendo este texto
ahora).
El centro de operaciones principal para la vigilancia digital radica en
el estado de Utah, cerca de la pequeña ciudad de Bluffdale, en el condado de
Salt Lake. El centro cuenta con la mayor capacidad concebida para almacenar
datos de vigilancia electrónica de todas partes del mundo: la unidad de
capacidad para guardar esa información se mide en cientos de exabytes (cada uno
equivalente a más de mil millones de gigabytes). Utiliza la energía eléctrica
de la pequeña ciudad vecina para tener los servidores en marcha y millones de
litros de agua para mantenerlos frescos.
Alrededor del perímetro de la construcción, una serie de sensores de
detección de intrusos brinda la seguridad necesaria para trabajar tranquilos,
apoyados por guardias armados. La NSA no lo niega; por el contrario, lo nombra
Centro de Datos de la Comunidad de Seguridad Cibernética Iniciativa Nacional
Integral, y afirma que ayuda a proteger las redes civiles de los ataques
cibernéticos.
La guerra, hoy por hoy, ya no se hace solo con armas mortíferas; es, cada vez más y en forma creciente, una guerra tecnológica donde la totalidad de la población mundial pasó a ser un blanco.
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