(Versión en español, traducida del original en inglés)
Entrevistador: Buenas días Señor
Charles Hamilton.
Sr. Hamilton: Buenos días.
Entrevistador: Sabemos que usted
hace algún tiempo fue un caballo, ¿es correcto?
Sr. Hamilton: Sí, efectivamente.
Entrevistador: ¿Qué se siente
ser un caballo?
Sr. Hamilton: Bueno… no es fácil
poder transmitirlo. Ahora que soy humano, me cuesta decirlo con precisión. Es..,
¿Cómo explicarle?, es una sensación rara, cuando uno es caballo, no se reflexiona…
pero ahora que trato de recordarlo me doy cuenta que a veces era más fácil ser
un caballo que un humano.
Entrevistador: Bueno, como dijo
Jack el Destripador, "vamos por partes"… ¿En dónde era caballo usted?
Sr. Hamilton: En el Castillo de
Southampton. Mi ama era
Entrevistador: Ah, la famosa
Condesa Lipton.
Sr. Hamilton: Sí, la misma.
Entrevistador: ¿Cuál era su
nombre cuando era caballo?
Sr. Hamilton: Trueno.
Entrevistador: Y cuéntenos, Sr.
Hamilton: ¿Cómo se transformó en ser humano?
Sr. Hamilton: Esteee… mire, fue
un experimento de una estudiante de
Entrevistador: Aha, ¿y luego qué
pasó?
Sr. Hamilton: Pues fue Anne
quien terminó de hacerme humano completamente: me enseño a hablar, a vestirme
como un humano, a comer como un humano. En fin, a comportarme en todo como un
ser humano cualquiera.
Entrevistador: Cuéntenos más
sobre Anne entonces.
Sr. Hamilton: Ella prefiere
quedar fuera de todo esto, y yo prometí no involucrarla.
Entrevistador: Pero permítame
Sr. Hamilton: si no la involucramos ¿cómo sabemos que usted efectivamente era
un caballo antes?
Sr. Hamilton: Promesa es
promesa, y un caballero cumple su palabra.
Entrevistador: Bueno, de
acuerdo. ¿Y cuánto tiempo le tomó toda la transformación?
Sr. Hamilton: Unos seis meses. De
cualquier forma, aunque ahora soy humano, conservo aún algunos rasgos equinos.
Entrevistador: ¿Como cuál?
Sr. Hamilton: Por ejemplo, cada
vez que siento el aroma de la hierba fresca, no puedo resistir la tentación. El
otro día devasté el jardín de mi vecina; y ayer, mientras jugaba al fútbol con
un grupo de amigos, me comí casi media cancha de césped, sin ningún problema de
indigestión. Pero para ser sincero no hay nada mejor que la hierba de los
jardines de Downing Street.
Entrevistador: ¡No puedo
creerlo!
Sr. Hamilton: Sí, se lo aseguro;
se come mejor ahí, en los jardines, que adentro. En su interior es puro whisky
y esa comida que indigesta más que la hierba. Pero eso no es todo, puedo
comprobarlo más aún cada vez que veo una yegua. Ahí, no puedo evitarlo y se me
escapa algún relincho.
Entrevistador: Es decir, ¿se le
escapa la bestia?
Sr. Hamilton: Sí, bueno… lo de
bestia habría que verlo bien. Porque… ¡mire que a veces los humanos son más
bestias que nosotros! Bueno, quiero decir, que lo que era yo antes. Mire las
guerras, o las torturas. Mire los campos de concentración. Le aseguro que
cuando yo era caballo nunca vi a un potrillo pasando hambre. Y ahora de humano
veo cantidades de niños desnutridos; y no lo termino de entender. Si hay hierba
para todos los caballos, ¿porqué no hay comida para todos los humanos?
Entrevistador: Bueno, bueno…
pero lo que nos interesa ahora es su vida anterior, Sr. Hamilton, su vida como
caballo. Así que…
Sr. Hamilton: Pero ¿está usted
de acuerdo entonces en que los seres humanos son más bestias que los caballos a
veces?
Entrevistador: Dejemos eso,
dejemos eso. Mejor termine de contarnos lo que nos empezó a decir de las yeguas.
Sr. Hamilton: Sí, tal como le
decía, a veces al ver a una buena yegua, todavía me emociono.
Entrevistador: Pero ahora ¿le
gustan las mujeres, las mujeres humanas, verdad?
Sr. Hamilton: Ah, sí. ¡Por
supuesto! No sé si alguna vez me casaré -no termino de entender esa institución
humana de la familia-, pero me gusta mucho la sensación de estar enamorado.
Entrevistador: ¿De caballo no
estaba enamorado?
Sr. Hamilton: No,
lamentablemente no. Yegua que me gustaba la montaba; de las 23 que había en el
Castillo de Southampton, siempre había alguna a mi disposición. Pero nunca
estuve enamorado. Eso no se usa entre los caballos.
Veo que muchos
varones hacen lo mismo que los caballos: eligen una yegua, quiero decir: una
mujer, y se la montan. Pero también tienen la posibilidad de enamorarse. ¡Y no
hay duda que eso es muy bonito!
Entrevistador: Me parece que
usted está enamorado Sr. Hamilton ¿o me equivoco?
Sr. Hamilton: Eeeh, bueno: no
hay por qué negarlo.
Entrevistador: ¿Podríamos saber
de quién?
Sr. Hamilton: Sí, claro: de
Katherine, una veterinaria hermosa.
Entrevistador: ¡No me diga! ¿Ella
sabe que usted era antes un caballo?
Sr. Hamilton: Seguro. Ella fue
una de las primeras en saber lo de la transformación, porque es la veterinaria
de los caballos del castillo de la condesa Lipton. Incluso ahora que no tiene
ayudante, yo hago las veces de tal. Cuando atiende caballos en Southampton, a
veces la acompaño, y veo a mis anteriores camaradas.
Entrevistador: ¿Qué planes tiene
con esta veterinaria?
Sr. Hamilton: Por el momento sé que
estamos muy enamorados, y eso es sublime. Pero en cuanto a casarnos y formar
una familia, tal como le decía, no lo sé. Por supuesto que me gustaría tener
descendencia, pero me aterra que me suceda como a tantos varones.
Entrevistador: ¿A qué se
refiere?
Sr. Hamilton: Es que los varones
se casan y al poco tiempo tienen otra mujer, y otra, y otra.
Entrevistador: ¡No exagere, Sr.
Hamilton! No todos los varones son así.
Sr. Hamilton: Tiene razón: hay
algunos peores. Algunos, aquí en el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del
Norte -según el nombre oficial de este país, nombre que nadie usa, por cierto-,
aquí no tanto, decía, pero también se ve, aquí, y más aún en los países que
nosotros nos encargamos de empobrecer y a los que llamamos primitivos -los de África,
los de Latinoamérica- es común que los varones tengan cantidades de hijos a los
que no siempre atienden.
Entrevistador: No entiendo, Sr.
Hamilton: ¿qué es lo que usted teme?
Sr. Hamilton: Temo que me suceda
eso: andar dejando hijos esparcidos por todas partes.
Entrevistador: ¿Pero usted haría
eso?
Sr. Hamilton: ¡No, por supuesto!
Ni le pegaría a mi mujer. Pero veo que todo eso es tan frecuente…
Entrevistador: ¿No sigue
exagerando?
Sr. Hamilton: No, para nada.
Mire: no sólo en los países que nosotros llamamos primitivos, sino en nuestro
Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte una de las principales causas
de muerte femenina es la violencia intrafamiliar ocasionada por los varones.
¿Qué me dice de eso?
Entrevistador: Bueno… no sé qué
decirle. Pero, aquí quien debe hacer las preguntas soy yo, ¿no le parece? Ja,
ja, ja…
Sr. Hamilton: Claro, tiene
razón… pero también me gusta preguntar.
Entrevistador: Ya habrá ocasión,
sin dudas. Y siguiendo con las preguntas, entonces: ¿a qué se dedica
actualmente, Sr. Hamilton, además de ayudar a su novia veterinaria?
Sr. Hamilton: Hago de todo un
poco. Últimamente me he estado dedicando a dar clases de equitación, por las
mañanas. Eso es bonito, pero no se gana mucho, porque es bastante ocasional. Y
por las tardes ayudo en una tienda para caballos. Bueno, quiero decir: de
artículos para caballos.
Entrevistador: Veo que sigue muy
vinculado al mundo equino.
Sr. Hamilton: Sin dudas. Pero
permítame explicarle: con todo eso, si bien me divierto, no gano lo suficiente
para vivir dignamente como un caballero. Y aunque Usted no lo crea, con lo que
efectivamente gano bien es con las apuestas.
Entrevistador: ¿Apuestas? ¿De
qué, Sr. Hamilton?
Sr. Hamilton: De carreras de caballos,
¡por supuesto! Como conozco bastante de caballos, raramente me equivoco. Y
apostando ahí me hago un aceptable ingreso.
Además, prefiero
trabajar en todas estas cosas -dando clases, como asesor en la tienda, incluso
con Katherine- por cuenta propia y no ser un asalariado más.
Entrevistador: ¿Por qué no ser
un asalariado?
Sr. Hamilton: Por la
explotación, mi querido amigo, así de simple: por la bendita explotación.
Entrevistador: ¿Considera Usted
que se explota a los asalariados?
Sr. Hamilton: ¿Usted no? ¿No
será tan ingenuo, verdad? Porque no ver eso, créame, es un tanto ingenuo… o
inhumano. Yo que fui caballo y que ahora soy un humano más le puedo asegurar
que entre los animales no se ve la explotación que se da entre los humanos.
Créame que ningún caballo explota a su semejante. Cuando nos tocaba correr,
todos los caballos corríamos por igual; y eso no es así entre ustedes, digo:
entre nosotros. Siempre hay quien se aprovecha de los más débiles.
Entrevistador: Sr. Hamilton,
volvamos al objetivo de esta entrevista y dejemos aparte esas consideraciones.
Mejor díganos su raza. ¡Quiero decir: cuando era caballo, claro!
Sr. Hamilton: Ja, ja, ja. ¡Muy
buena su pregunta! ¿O debo tomarla como una ironía? Pero, cierto: no soy yo
quien debe preguntar sino responder. ¡Raza! ¡Raza! Entre los humanos es muy
importante eso, ¿verdad? Porque veo que como a uno lo ven, así lo tratan. Entre
los caballos no discriminábamos a uno negro, o blanco, o marrón; ni tampoco los
pura sangre o los ponies eran mal vistos, ni los pintos, ni los de carga… Todos
éramos simplemente caballos, por igual. Pero entre los humanos no es así, y no
termino de entender por qué. ¿Son mejores los blancos que los negros? ¿Saltan
más alto? ¿Galopan más rápido? Quiero decir: ¿son más inteligentes unos que
otros? En realidad, yo los veo a todos más o menos iguales.
Entrevistador: De acuerdo, Sr.
Hamilton, de acuerdo. Pero no ha contestado mi pregunta. Usted, cuando era
caballo, ¿qué raza era?
Sr. Hamilton: Pura sangre. Si
no, no hubiera podido llegar a ser en un tiempo, tal como lo fui, el preferido
de la condesa.
Entrevistador: Ah, lo pillé.
Entonces por lo que cuenta parece que Usted era de abolengo. ¿Y acaso no le
gustaba eso?
Sr. Hamilton: ¿Abolengo?
Recuérdese: los caballos no reflexionamos, quiero decir: no reflexionan. Raza,
abolengo… todos esos son inventos humanos. Por otro lado, ¿qué cosa tan buena
podría ser llevar en el lomo a una condesa? Es como ser un caballo de circo,
sólo que en el circo de la aristocracia muy pocos se divierten. Y al menos en
el otro circo la función es para muchos. Ahora, entre nosotros: hubiera
preferido mil veces llevar a una esbelta acróbata que a esa gorda desabrida de
la condesa Lipton, créamelo.
Entrevistador: Me parece, Sr.
Hamilton, que no tengo más preguntas. Por otro lado lo veo particularmente
ácido. Vamos a dejar aquí la entrevista, y le agradecemos mucho su tiempo.
Sr. Hamilton: De acuerdo, y…. ¿es
esta la ocasión para que yo pueda preguntar?
Entrevistador: Sí, adelante.
Sr. Hamilton: Eeeh… ¿y mi cheque para cuándo?
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