Este escrito fue encontrado entre las pertenencias del desaparecido antropólogo senegalés Senghor Mbaye, quien se dedicó a estudiar los ritos religiosos de la cultura occidental no anglosajona, proyecto para el cual se instaló por tres años en siete países occidentales católicos (cuatro europeos y tres latinoamericanos), donde llevó a cabo sus investigaciones.
El presente manuscrito nunca llegó a ser publicado con anterioridad,
y hoy lo damos a conocer aquí como primicia. Esperamos que esto contribuya a
conocer más al género humano en su conjunto.
(…) Las realizan apelotonados en grandes concentraciones en unos lugares específicos destinados exclusivamente a esa celebración. Parece ser que eso no les preocupa mucho, porque se los ve relativamente felices. Automatizados, todos siguen un mismo ritmo. Hacen todo igual, ora hablando en voz baja, ora cantando, ora moviéndose lentamente hacia donde se encuentra el encargado de conducir el rito; pareciera que alguna fuerza común los impulsara a todos al unísono.
En lo que ahora nos concierne, nos limitaremos a este
aspecto particular ligado a su vida espiritual. Hasta donde hemos podido
averiguar, estas ceremonias tienen una especial importancia en su dinámica
social y en su urdimbre psicológica individual. De pequeños no las entienden
bien, pero con el curso de los años van asimilándolas cada vez más y terminan
por hacerlas parte de su vida. Llegado un momento de su desarrollo personal, no
pueden vivir sin ellas. Pero es necesario puntualizar que, de niños, se aburren
soberanamente cuando los fuerzan a asistir. Sólo por la imposición paterna las soportan.
No son festividades alegres. Todo lo contrario: son
fúnebres, trágicas. En realidad evocan continuamente la muerte. El ídolo que
adoran es, de hecho, un muerto. Para quien espera vida, dinamismo, energía o
cosas por el estilo en estas celebraciones, es muy fácil desilusionarse. O
incluso aburrirse. Son ceremonias más bien tediosas.
La población tiene una participación sólo pasiva; jamás
se mueve, no salta, no baila. Los cánticos –de los que, en general, hay pocos;
preferentemente es un murmullo a media voz– transmiten gran solemnidad.
Distinto a otras canciones que se dan por fuera de estas celebraciones, las que
aquí se usan son especialmente tristes.
Se pudo comprobar que hasta hace muy pocos años, estos
ritos se oficiaban en una lengua ya no hablada en ningún lugar, que sólo quedó
como idioma oficial de sus brujos. No fue sino hasta hace muy poco, viendo que
la población no entendía qué se le decía en esta lengua muerta, que la alta
jerarquía decidió reemplazar esa lengua cenacular por las habladas
cotidianamente.
Sus brujos, por cierto, son muy especiales. En términos
oficiales deben guardar la más absoluta castidad. No pueden tener pareja, y
mucho menos hijos. Pero, de hecho, aunque siempre en forma subterránea,
mantienen prácticas sexuales tanto hétero como homosexuales. No son
infrecuentes los hijos que conciben, aunque nunca se hacen cargo de ellos. Hay
una marcada diferencia entre los brujos varones y las mujeres. Estas últimas
tienen un lugar secundario dentro de la estructura religiosa institucional. No
celebran los cultos, no aconsejan a los feligreses, no tienen nunca ningún
lugar de poder; su papel se reduce a ser simples siervas, destinadas por lo
común al cuidado material de enfermos, viejos o huérfanos. También para ellas
está vedada, al menos en forma oficial, toda práctica sexual. Tanto varones
como mujeres que pertenecen al mundo religioso, si desean tener vida sexual una
vez abrazada su carrera religiosa como shamanes -o el equivalente
correspondiente en su cultura- deben abandonar tal estatuto. Sólo así se les
permite entonces tener una vida amorosa y procrear.
En el caso de los brujos varones, es curiosa su
importancia en la vida espiritual del colectivo al que sirven. Sin vida
afectiva activa para con otros congéneres -oficialmente se le llama "voto
de castidad" a eso- se permiten aconsejar e imponer patrones de conducta
para todos sus seguidores. Sin haber concebido nunca un hijo -insistimos: al
menos en forma pública- hablan sobre la crianza de los hijos, sobre la práctica
del aborto o sobre la moralidad general de la población. Lo curioso es que la
población acepta lo que estos brujos le dicen, y en general lo sigue bastante
consecuentemente. No son, como entre los religiosos del Asia, una fuente de
sabiduría y de espiritualidad profunda, sino que están ganados por el confort y
el consumo material: no ayunan, sino que, por el contrario, comen muy bien y no
hacen ningún trabajo físico. El grupo de disidentes que optó por una relación
más simbiótica con sus pueblos fue desautorizado por la dirección de su
institución religiosa madre.
Ambos tipos de brujos, varones y mujeres, visten de
riguroso negro con unas largas túnicas que los cubren desde el cuello hasta los
pies, y en el caso de las mujeres también las cabezas. Es común que lleven un
amuleto colgado al cuello consistente en una cruz de madera.
Las ceremonias que practican -todos los días, pero siendo
la de mayor importancia la que tiene lugar los domingos por la mañana- consiste
en la adoración de una imagen crucificada, según sus tradiciones con grandes
poderes mágicos. Su invocación sirve para favorecer la más inimaginable cohorte
de pedidos: en relación con la salud, con el destino, con la buena suerte en
sentido más general. Hasta incluso: con la potencia sexual varonil. Son
monoteístas. Tratan de "salvajes" y "primitivos" a quienes
no siguen sus tradiciones religiosas y se ríen de quienes respetan y/o adoran a
las fuerzas de la naturaleza (mientras, es perentorio decirlo, han producido un
desastre ecológico de proporciones gigantescas).
En el transcurso de la ceremonia su brujo -siempre,
indefectiblemente, un varón; las mujeres no pueden oficiarlas-, ataviado de una
manera especial, agregando prendas más coloridas sobre la túnica negra, alaba
continuamente a la cruz. Incluso la dibuja reiteradamente con las manos en el
aire, conducta que siguen repetidas veces los fieles. También come y bebe. Come
una masa pequeña, representación del cuerpo de su dios según sus creencias, y
bebe una bebida espirituosa elaborada a base de uva llamada vino. Sobre el
final de la ceremonia algunos fieles -los que lo deseen; esto no es
obligatorio- también pueden comer de esa masa, pero no así beber vino. Ese es
un privilegio dedicado sólo a los sacerdotes.
Algo muy importante: previo a poder comer esa masa, que
en realidad no es un alimento en términos estrictos sino que tiene valor ritual
solamente, los fieles deben cumplir con un paso previo consistente en lo que
llaman "confesión". Es decir: deben contarle a uno de estos brujos vestido
de negro, que no es el mismo oficiante de la ceremonia, las faltas de carácter
moral que han tenido últimamente. Esto es algo muy particular, desconocido
totalmente en nuestras culturas; hasta se podría decir que tiene algo de
simpático. Hay como una mentira tácita en juego. Se cuentan pequeños deslices
de la vida cotidiana, insignificantes en la moralidad del colectivo (haber
dicho un improperio, haberse masturbado, haberse comido a escondidas algo sin
el consentimiento de la madre o del cónyuge), pero no hablan jamás de las
grandes calamidades espirituales y sociales que les acosan: las guerras, la
explotación económica que se infringen desde minorías privilegiadas hacia las
grandes mayorías, la poligamia disfrazada de fidelidad monogámica, el deterioro
irracional que producen sus técnicas de trabajo sobre el medio ambiente, las
invasiones y el desprecio a que someten tan frecuentemente a nuestros pueblos
negros, la codicia, el individualismo extremo, el alcoholismo y la drogadicción
con que pretenden tapar sus cuitas.
En términos generales puede decirse que su práctica
religiosa es algo más superficial, más cosmético que algo hondamente sentido en
el colectivo. Cumplen con el rito dominical (a veces, incluso, no es en día
domingo) de asistir a sus ceremonias, pero durante el resto de la semana se
permiten las más increíbles tropelías. Existe una tabla axiológica llamada
"mandamientos", pero es sistemáticamente violada por la población. Y,
caso curioso, también por los brujos. A título de ejemplo: se habla de la
necesidad de no mentir -así lo expresa uno de esas reglas morales de su tabla
de valores- pero toda su sociedad está estructurada sobre la base de mentiras y
encubrimientos sociales. Los sacerdotes no pueden tener vida sexual, por
ejemplo, pero son más que frecuentes los hijos que conciben en las sombras,
muchas veces terminándolos por abortar, si bien la práctica del aborto está
severamente penalizada por sus autoridades religiosas. Se habla
generalizadamente de amor al prójimo, pero viven explotándose, mintiéndose,
encerrados en un individualismo voraz y buscando la manera de sacar ventajas
sobre sus iguales. La mentira no es un dato anecdótico, sino que hace parte de
la estructura colectiva, tanto en la relación entre géneros como entre dirigentes
y subordinados. Decir la verdad es lo menos frecuente en sus culturas, aunque
se supone que sus prácticas religiosas hacen de ella su piedra angular. Como
dato curioso: también los que prometen y no cumplen (los llamados políticos
profesionales), los torturadores, los militares con sus armas de destrucción
masiva, los que prestan dinero a interés, los que explotan el trabajo de otros,
los varones que se hacen servir por las mujeres, los que inventan historias
para confundir a la gente en los medios masivos de comunicación, todos ellos
hablan siempre de amor, incluso se golpean el pecho en señal de solidaridad y
altruismo, pero la mentira y el odio se imponen siempre. Tuve ocasión de ver
una sala de torturas (práctica bastante usada en esta cultura) donde había un
crucifijo y donde quien nos la enseñó repetía continuamente "por el amor
de dios".
Si bien el amor existe en sus costumbres, no es lo que
más descuella en términos de organización de su sociedad. En la vida cotidiana
su religiosidad es más cosmética que otra cosa. Según sus creencias se habla de
igualdad, pero en la cotidianeidad eso es lo que menos puede encontrarse entre
sus miembros. No son infrecuentes los menesterosos que acuden a sus lugares
ceremoniales -llamados "iglesias"- para pedir limosnas; es en sus
puertas, justamente viendo a esos indigentes, donde puede constatarse más
fehacientemente la diferencia entre quienes poseen y quienes no tienen donde
caer muertos. No hay conciencia de ayuda colectiva entre todos los integrantes
de su pueblo; por el contrario, viven haciéndose la guerra unos a otros,
atormentándose en términos económicos, destruyéndose y autodestruyéndose. La
caridad es sólo un dato anecdótico para con esos parias de las puertas de los
templos.
La fiesta principal de su tradición religiosa es el día
que se evoca ora el nacimiento, ora la muerte del enviado principal: el hijo de
su dios, una figura con forma humana que murió en la cruz, supuestamente como
ofrenda para salvar la vida espiritual de todo el colectivo. Pero hasta donde
se pudo constatar con nuestros métodos de investigación antropológica, esas
festividades ya prácticamente no tienen mayor esencia religiosa y pasaron a ser
celebraciones paganas destinadas al consumo hedonista de alimentos y bebidas.
De hecho, para la época en que se evoca el nacimiento de esta figura, en
diciembre, fue apareciendo una nueva deidad -no reconocida como sacra de
momento, pero tanto o más adorada que su ícono principal- llamada Papá Noel, o
Santa Klaus, o San Nicolás. Esta figura se liga al despilfarro, a las grandes
comilonas, al intercambio de regalos. La idea de purificación espiritual se va
perdiendo lentamente.
Si bien la investigación historiográfica no fue nuestro
punto de principal interés, hasta donde pudimos investigar en el curso de los
años la institución religiosa y la espiritualidad misma han venido sufriendo
profundos cambios. Durante más de un milenio el poder de la jerarquía
institucional fue omnímodo, atendiendo no sólo la faceta religiosa sino
influyendo también en los poderes políticos. De hecho, su sede principal, donde
está el brujo mayor -un anciano, siempre varón, supuestamente elegido por
voluntad divina y que no usa su verdadero nombre, a quienes todos llaman
"papito" en una lengua muerta ya no usada por ningún pueblo- fue por
largos siglos el foco de poder político y económico de su mundo. Desde allí se
pusieron y se quitaron monarcas, se mandó a matar más de medio millón de fieles
que no cumplían a cabalidad con los ritos (en general mujeres, a quienes se les
quemaba vivas), se apoyó la conquista de lo que llamaron el "nuevo
mundo". El poder sobre la ideología y las costumbres de la población eran
totales. Pero desde hace unos 300 años eso ha ido cambiando paulatinamente,
llegándose a la situación actual donde la religiosidad está en franca
descomposición.
Hoy por hoy, aunque en términos oficiales nadie se atreve
a decirlo así, son otros los dioses que ocupan la mente de la población. Aunque
se practican estos viejos ritos, la gente adora fundamentalmente el dinero, los
productos de su tecnología (algunos más que otros, como los automóviles, los
teléfonos celulares, los perfumes), y desde hace unas décadas, un mecanismo de
compra y venta muy singular al que llaman "tarjeta de crédito" (…)
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