Texto con Mención Especial en la XVIII edición del Premio “Pensar a Contracorriente”, Cuba 2021 (escrito y premiado en 2020, antes que comenzaran las vacunaciones)
I
La
pandemia de COVID-19 que se desplegó por todo el mundo y que, de momento, no da
miras de terminar en lo inmediato, nos ha abierto innumerables interrogantes. Este
texto, escrito no desde referentes teórico-conceptuales biomédicos ni epidemiológicos
sino a partir de las ciencias sociales, pretende comenzar a entender qué significa
todo esto y, fundamentalmente, qué podemos esperar en lo que sigue.
La
pandemia no ha terminado. La crisis sanitaria, así como el decrecimiento de la
economía a nivel mundial (retracción de alrededor de un 5% del producto bruto
global) son una realidad palpable. El millón y medio de muertos por la
enfermedad, al igual que el quiebre de numerosas empresas y la pauperización de
grandes masas, ahí están, sin miras de solución en lo inmediato. Las vacunas
que comienzan a aparecer no son, al menos de momento, la gran panacea, y hacia
fines del 2020 la situación arrecia, surgiendo cepas nuevas que, si bien no son
más mortales, sí tienen mayores capacidades de transmisibilidad. Todo indica
que lo vendrá en el futuro inmediato no va para mejor, al menos para el gran
campo popular, para las grandes mayorías de la humanidad. Si alguien se
beneficia de la situación presente, son pequeños grupos de poder.
Si
en un primer momento, en diciembre del 2019 y a comienzos del 2020, era
incierto el origen del virus, cuando aparecieron los primeros casos en la
ciudad de Wuhan, capital de la provincia de Hubei, en la China central, esa
duda salió de la agenda mediática. Las teorías que veían en la aparición del
nuevo agente patógeno un arma bacteriológica de alguna de las dos grandes potencias
que hoy se disputan la hegemonía global (Estados Unidos y la República Popular
China), quedaron atrás. Todo indica -o al menos, así quedaron “explicadas” las
cosas- que se trató de una mutación natural de un virus, que luego desarrolló
un alto potencial patogénico, y que posteriormente, dada la creciente
globalización e interconexión en que vivimos, se esparció por todo el orbe. Por
supuesto, como ha pasado con todo lo dicho -que continúa y, seguramente, se continuará
diciendo- sobre este inusual fenómeno del coronavirus, se tejieron las más
intrincadas teorías sobre esta confusa situación. Lo cierto es que, repitiendo
y enfatizando lo expresado más arriba, van quedando más preguntas que
respuestas.
La
pandemia existe, los muertos ahí están y ya se cuentan por un millón y medio a
nivel global en el momento de escribirse estas líneas, pero algunas cosas no
terminas de estar claras. O, al menos, para los mortales de a pie que manejamos
solo retazos de información, sigue habiendo bastante interrogantes, de momento
no muy transparentemente abordados. En los primeros meses de la pandemia,
cuando comenzaban los confinamientos y las distintas medidas restrictivas, se
desató una alarma monumental a escala planetaria, una psicosis colectiva que ha
orillado a buena parte de la población mundial a un estado verdaderamente de
pánico irracional, de terror.
Primero
fueron las compras enloquecidas (el papel higiénico, por ejemplo), luego las
mascarillas, que en algunos casos hasta decuplicaron sus precios (y en algunas
circunstancias, se vendieron recicladas). Tampoco faltaron agresiones contra
portadores del virus en distintas partes del mundo, o contra sospechosos de
serlo. Incluso se llegó a la aberración de atacar a personal de salud
(médicos/enfermeros) o, en Latinoamérica, a personas retornadas de los Estados
Unidos, por ser posibles agentes transmisores. A partir de la declaración del
presidente de ese país, Donald Trump, de “virus chino”, no faltaron tampoco
agresiones y discriminaciones contra población con rasgos asiáticos en
cualquier parte del orbe. Posteriormente, hacia fines del año, tuvimos la
interminable sucesión de “versiones” sobre las vacunas. En nuestro sector del
mundo (capitalismo occidental y cristiano, como suele decírsele) las
informaciones sobre las vacunas no dejan de ser sugestivas: de la Sputnik V
fabricada por Rusia, o de la china, elaborada por la empresa Sinovac (con el
más alto nivel de efectividad: 97%), casi no se habla, mientras de las otras
-de los grandes oligopolios que manejan buena parte de la salud mundial- llegan
informaciones no siempre claras.
En
otros términos: en casi todo el año 2020 se vivió un clima absolutamente
enrarecido, inusual, enfermizo. La prácticamente totalidad de la humanidad se
enfrentó a una prisión forzada, en algunos casos con toque de queda, y un muy
alto porcentaje de la población planetaria comenzó a estar virtualmente encerrada,
encarcelada, ya sin saber qué hacer durante ese confinamiento. Haciendo
evidente lo que ya es más que sabido, pero en general silenciado (el 80% de las
violaciones sexuales suceden en los hogares y las perpetran varones conocidos
por las víctimas), la violencia contra las mujeres se disparó en forma
exponencial durante la cuarentena. Las consecuencias de este clima enrarecido,
inusual, son evidentes: arreciaron las situaciones de crisis de ansiedad y de
violencia intrafamiliar.
En
medio de ese cúmulo infinito de interrogantes y decires varios surge de todo un
poco: desde intentos serios y profundos de escudriñar la situación a
repeticiones mecánicas de lo dicho desde el discurso oficial dominante, desde
visiones apocalípticas a lecturas en clave de conspiración, desde memes y
chistes para descomprimir la angustia a lúgubres percepciones agoreras, desde
“leones hambrientos” puestos a circular por las ciudades rusas por el
presidente Vladimir Putin para impedir que la población se movilizara a “explicaciones”
religiosas donde la pandemia es un castigo divino por la suma de pecados
cometidos. En algunos lugares, por ejemplo, eso disparó violentas conductas
homofóbicas contra población de la diversidad sexual, en el entendido que esa
“degeneración” pecaminosa se pagaba con esta nueva “plaga” enviada por el Sumo
Hacedor. En verdad, nadie tiene “la” explicación, simplemente porque no
la hay. Estamos ante un sinnúmero de factores complejos que muestran lo
tremendamente intrincado del mundo actual.
Sin
dudas, la economía mundial quedó maltrecha. Pero, como anticipábamos más
arriba, no todos los agentes económicos salieron mal parados de esta detención
fenomenal de las actividades. La gran masa trabajadora, los asalariados
(urbanos, rurales, sub-ocupados) sintieron tremendamente el golpe. Otros
actores (los grandes actores de siempre), no. Esto lleva a pensar que la
pandemia, o bien estuvo pergeñada o, lo más probable, que sirva para un
rediseño post-pandemia que augura más capitalismo, quizá renovado, pero siempre
capitalismo. Por tanto: explotador, basado en la explotación de la masa
trabajadora, prescindiendo del bienestar general, basado solo en el lucro
personal-empresarial. Con una visión pesimista, Helga Zepp-LaRouche pudo
decir al respecto:
“Con el
pretexto de reconstruir la economía mundial después de la pandemia de COVID-19,
los principales banqueros privados y multimillonarios pretenden llevar a cabo
un “cambio de régimen”, por el cual la política monetaria y fiscal ya no será
decidida por los gobiernos elegidos, sino por los bancos centrales privados y
los principales actores financieros directamente. En esta fase final de la
política neomaltusiana de décadas a favor de los especuladores, consolidarían
el control final sobre todas las inversiones y las canalizarían por completo
hacia las “tecnologías verdes”, cortando así toda inversión en los sectores
productivos de la energía de alta tecnología, la industria, la agricultura y la
infraestructura. (…) Si este plan, promovido por el Foro Económico
Mundial con una serie de conferencias sobre el “Gran Reseteo”, tiene éxito,
significará el fin de las naciones industrializadas del llamado sector
avanzado, y la muerte de literalmente millones, y luego miles de millones, de
personas en los países en desarrollo.”
Con
un mínimo de seriedad y aplomo científico, es imposible afirmar categóricamente
que todo esto estuvo organizado por alguien, el cual se beneficiará a mediano
plazo. Lo que sí es cierto, es que habrá quien sí saque más provecho de la
situación, y quien se verá más perjudicado. Como van las cosas de momento, en consonancia
con lo que ha quedado como la versión oficial de los acontecimientos, la cual
terminó asumiendo que esto es un fenómeno natural que tocó a toda la humanidad
y que no hay mano criminal en el asunto, ciertos grupos de poder (digamos:
muchos de los de siempre) saldrán ampliamente beneficiados. En términos
generales, desde una lectura clasista del proceso en juego, está más que claro
que pequeños grupos de poder harán su negocio, mientras que las grandes mayorías
populares de todo el planeta retrocederán en su situación, incluso se
empeorarán. Eso, de hecho, ya está sucediendo, y la tendencia pareciera ir
hacia su profundización.
II
La actual pandemia de
coronavirus definitivamente está marcando un parteaguas en la historia. Sin
dudas, por la magnitud que ha cobrado el fenómeno, tendrá repercusiones grandes
y duraderas. ¿Fin del neoliberalismo? ¿Final del capitalismo? ¿O nuevo
capitalismo reforzado? ¿Qué será eso de la tan cacareada “nueva normalidad”
post pandemia?
Hay crisis sanitaria, pero mucho más, hay una sistemática, histórica y
estructural injusticia en el sistema, que la actual pandemia de COVID-19
permite apreciar en toda su dimensión, de hecho, potenciándola. Jean
Ziegler, consultor de organismos internacionales, lo expresa con precisión:
“El hambre continúa expandiéndose año
a año, cada día mueren 24,000 personas de hambre, y por causas relacionadas con la desnutrición son 100,000, lo que da
un total de 35 millones de muertes al año. Cuando según datos de la FAO (Fondo
para la Agricultura y la Alimentación de la ONU) en el mundo se producen
alimentos para alimentar a 12,000 millones de personas [actualmente somos
casi 8,000 millones] (…), cada niño que muere de hambre es un asesinato”.
El
COVID-19, con una letalidad de alrededor del 4%, está matando, en promedio,
alrededor de 2,700 personas diarias (con una curva epidemiológica que está en
su máxima expresión y hoy, lentamente, con la aparición de las vacunas, deberá
tender a aplanarse), junto a muertes provocadas por otras afecciones que bien
podrían evitarse con los cuidados respectivos (enfermedades cuya curva no se
aplana; por favor, no olvidar nunca eso en los análisis: ¡¡curva epidemiológica
que hoy no tiende a aplanarse!!): los 3,014 que mata cada día la tuberculosis
(y, como van las cosas, seguirá matando), o los 2,430 de la hepatitis B, los
2,216 de la neumonía, los 2,110 del VIH-SIDA o los 2,002 de la malaria, de
acuerdo a datos de la Organización Mundial de la Salud. Dolencias que, en
muchos casos, son “enfermedades de la pobreza”, enfermedades que denotan
la falta de atención para las poblaciones. La diferencia de clases, con una
clase que lo posee todo (porque explota) y otra que vive en la indigencia
(porque es explotada), sigue siendo el núcleo de nuestra organización social. Eso
no lo cambió la pandemia. Ni parece que lo pudiera cambiar; al contrario: lo
está profundizando.
¿Podría
contribuir a cambiar esa estructura este germen patógeno que ha matado una
considerable cantidad de personas hacia fines del año 2020? ¿Por qué lo
cambiaría? Para el fin del año 2020, habrá muerto más de un millón y medio de seres
humanos; en el mismo período de tiempo, por hambre o por causas ligadas al hambre:
no menos de 30 millones. ¿Desde cuándo los gobiernos de derecha, conservadores
y neoliberales, que inundan hoy el planeta, incluso con posiciones neofascistas,
se preocupan tanto y tan insistentemente de la salud de sus poblaciones? Algo
huele raro ahí. ¿Se sacarán ejércitos a las calles, como se ha hecho en tantos
puntos del planeta con la actual pandemia, para detener el hambre, imponiendo
medidas de corte militar, confinamientos y toques de queda? Obviamente no.
El
virus es peligroso, de eso no caben dudas, pero la pandemia ha tenido una
repercusión mediática llamativa, que obliga a reflexionar sobre el manejo que
se le ha dado. Es cierto que, por sus características, el SARS-CoV-2 es
altamente contagioso, más que otros agentes patógenos (cada portador puede
transmitirlo a tres o cinco personas, y no termina de estar claro si los
portadores asintomáticos pueden contagiar o no. Y las nuevas cepas
recientemente aparecidas presentan mayor potencial contagioso). Al difundirse
con tanta velocidad, la infección puede extenderse a una muy amplia capa de
población, y si bien la letalidad no es alta, de no contenerse debidamente, sería
muchísima la gente que necesitaría asistencia médica. Dado que los sistemas de
salud pública de prácticamente todo el mundo se han venido debilitando en forma
creciente con las políticas neoliberales de estas últimas décadas, un aluvión
de enfermos los colapsaría en forma catastrófica. Y el sector privado no está
en condiciones de afrontarlo. Esa es una explicación del porqué de las medidas
restrictivas, tantas y tan contundentes.
Sin
dudas el sistema capitalista ha hecho del campo de la salud un gran negocio, tremendamente
redituable, por cierto. La privatización de los servicios sanitarios, así como
el auge impresionante de la medicina asistencial alopática con toda la cohorte
de tecnología que impone, y la gran industria de los medicamentos como fondo,
resultan hoy una de las grandes actividades comerciales a escala planetaria. Lo
cierto es que ese planteamiento, que, por supuesto no repara en lo preventivo,
se ha demostrado ineficiente para contener la crisis sanitaria. Por el
contrario, los enfoques que han desarrollado países con esquemas socialistas,
con Estados que realmente sí velan por la salud de sus poblaciones, han
respondido mucho más eficazmente. Al respecto del manejo de la epidemia como tema de salud
pública, aunque la corporación mediática internacional (capitalista) lo ignora,
no debe dejarse de considerar cómo Cuba, una pequeña isla socialista atacada
vilmente por el imperialismo estadounidense, bloqueada sistemáticamente, ha
manejado la crisis sanitaria. Son reveladoras en tal sentido las palabras de
Sergio Ferrari:
“Cuba
contabiliza 50 veces menos de muertes que Suiza y casi 120 veces menos que
Bélgica”, enfatiza el prestigioso oncólogo Franco Cavalli, doctor y catedrático
suizo, que entre 2006 y 2008 fue presidente de la Unión Internacional Contra el
Cáncer (UICC). En estos últimos 10 meses, la nación caribeña registra 8.233
infecciones y solo 134 decesos para una población de cerca de 12 millones de
personas. Lo que representa un impacto de 1.18 muertes por 100 mil habitantes.
En tanto su vecina República Dominicana oscila en los 21.92; Alemania -ejemplo
europeo por el control de la pandemia-, tiene 19.68; Suiza llega ya a 55.53 y
Bélgica a 144.73, siempre por cada 100 mil habitantes.”
También el gobierno comunista
de China optó clara y decididamente por este modelo preventivo con una voluntad
rotunda para conseguir y llevar adelante la estrategia de “erradicación” o
“supresión” (COVID cero) del virus con excelentes resultados (una estrategia de
supresión con actuaciones similares a China con algunas diferencias fue
adoptada por países como Corea del Sur, Singapur, Nueva Zelanda o Vietnam). La
estrategia sanitaria de China, que dio como resultado contar con solo 4,634
fallecidos para una población de casi 1,500 millones, se basó en elementos
como: el control de la movilidad junto con los confinamientos estrictos a
escala de distrito o provincia, “gestión cerrada” que ha permitido a las
autoridades limitar las entradas, salidas y horarios de las zonas afectadas con
precisión a escala de edificio o manzana, la temprana trazabilidad de los
contagios mediante dispositivos móviles con la utilización de medios humanos
para conseguir los controles de temperatura en los espacios públicos
(tecnologías 5G), las medidas de prevención individual y las pruebas gratuitas
a gran escala con obtención muy rápida de resultados.
El
mundo capitalista reaccionó estruendosamente ante la aparición del virus; pero
reaccionó de un modo llamativo. Para evitar el colapso total de sus sistemas
sanitarios, desarrolló un control epidemiológico estricto pensando desde el
inicio en la posterior vacuna. Se preocupó por un elemento que detenía la
economía; o, al menos, la detenía en parte. Pero no puede dejar de mencionarse
que hay aquí una hipocresía en juego: otras enfermedades que no llegaron a los
países capitalistas centrales (Estados Unidos, Europa Occidental) no
despertaron similares alarmas. El ébola, la malaria, el zika, son afecciones
tan preocupantes como el COVID-19, pero no aparecen en las “zonas de confort”
del capitalismo más desarrollado. ¿Quién se interesa, por ejemplo, por el noma?
Según la Organización Panamericana de la Salud -OPS/OMS-
“El noma, o
cancrum oris, es una infección de
gangrena de acción rápida que destruye las membranas de moco de los tejidos
orales y faciales. Se desconoce la etiología exacta de ello, pero con mayor
frecuencia ocurre en los niños “malnutridos” que viven en las áreas con el
saneamiento deficiente. El noma no se ha notificado ampliamente en la América
Latina y el Caribe, pero aproximadamente 140,000 nuevos casos se diagnostican
anualmente. La tasa de mortalidad es cerca de 8.5%. Es sumamente prevalente en
África subsahariana”.
Coronavirus: ¿virus
de la hipocresía entonces? El manejo que ha recibido la infección de
coronavirus no deja de abrir interrogantes. Sin negar que es una enfermedad de
cuidado, la comparación de su letalidad con otras afecciones plantea dudas. Considerada en términos biomédicos, no es tan grave, pues según el
grado de letalidad hay afecciones mucho más dañinas: Peste (Yersinia pestis):
100%, peste pulmonar: 100%, VIH-SIDA: 100%, leishmaniasis visceral: 100%,
rabia: 100%, viruela hemorrágica: 95%, carbunco: 93%, ébola: 80%, viruela en
embarazadas: 65%, MERS (Síndrome respiratorio de Oriente Medio): 45%, fiebre
amarilla: 35%, dengue hemorrágico: 26%, malaria: 20%, fiebre tifoidea: 18%,
tuberculosis: 15%.
Definitivamente
ha habido en todo lo que se tejió en torno a la pandemia una exacerbación del
miedo. Por como se han dado las cosas, todo indica que existe allí una
intencionalidad no declarada que excede con creces la preocupación sanitaria.
Curiosamente, buena parte de la economía mundial se detuvo; pero no solo por la
pandemia, y no todos sufrieron por igual.
III
El sistema
capitalista está haciendo agua; la crisis bursátil empezó en diciembre del año
pasado, estallando monumentalmente en los primeros meses del 2020. Los
movimientos financieros, que dieron lugar a fortunas fabulosas en detrimento de
la producción, estallaron, y aunque ello no se publicitó mucho -al contrario:
se trató de ocultar- el sistema global entró en una crisis fenomenal. La crisis
sanitaria (real, pero definitivamente amplificada en grado sumo) encontró en la
crisis económica una justificación perfecta. Al final de la pandemia se tendrá
una buena cantidad de muertes; sin embargo, el sistema, con su injusticia
estructural, habrá matado muchísima más gente. Como dice el economista belga Erick
Toussaint:
“Aunque haya una relación innegable
entre los dos fenómenos (la crisis bursátil y la pandemia del coronavirus), eso
no significa que no es necesario denunciar las explicaciones simplistas y
manipuladoras que declaran que la causa es el coronavirus. (…) No solo
la crisis financiera estaba latente desde hacía varios años y la prosecución
del aumento de precio de los activos financieros constituían un indicador muy
claro, sino que, además, una crisis del sector de la producción había comenzado
mucho antes de la difusión del COVID, en diciembre de 2019. Antes del cierre de
fábricas en China, en enero de 2020 y antes de la crisis bursátil de fines de
febrero de 2020. Vimos durante el año 2019 el comienzo de una crisis de
superproducción de mercaderías, sobre todo en el sector del automóvil con una
caída masiva de ventas de automóviles en China, India, Alemania, Reino Unido y
muchos otros países”.
Buscar
esas relaciones, esas articulaciones entre crisis económico-social y crisis
sanitaria no es antojadizo. Esto no presupone, en modo alguno, negar la
existencia de la enfermedad, ni mucho menos su peligrosidad. Como cualquier
dolencia biomédica, debe ser tratada con todo el rigor científico del caso; la
morbi-mortalidad del virus no está en discusión. Pero sí vale preguntarse cómo
los factores de poder global han venido manejando la cuestión.
Dado
que estamos ante un fenómeno sumamente complejo, con infinidad de elementos y
variables en juego, no puede haber una explicación única que contemple
todas las facetas. Por otro lado, es sabido que procesos de carácter
sociopolítico como el presente, que exceden totalmente lo sanitario, conllevan
una carga de secretividad de la que los mortales de a pie no sabemos nada. Sin
apelar a estas teorías conspirativas con algún talante paranoico que suelen
aparecer en momentos como el presente (grupos en las sombras o sectas
esotéricas manejando el mundo: los judíos, los masones, los Illuminati, los
Rosacruces, etc.), debe reconocerse que hay fuerzas minúsculas que deciden las
líneas generales de las políticas globales. La historia de la humanidad se
explica en términos de luchas de clases; eso, aunque intentó declarárselo
muerto con la caída del Muro de Berlín, sigue presente, y tan al rojo vivo como
siempre, y hay pequeños, muy pequeños grupos super poderosos que conducen esa
dinámica. “Por supuesto que hay luchas de clase, pero es mi clase, la clase
rica, la que está haciendo la guerra, y la estamos ganando”, dijo el
acaudalado multimillonario estadounidense Warren Buffet (con alrededor de 90,000
millones de dólares de patrimonio). La población, sufragando cada algunos años,
no elige nada, más allá de un administrador de turno. Son los miembros más
encumbrados de las clases dominantes quienes fijan las políticas generales; los
políticos de profesión solo las implementan.
Esos
pequeños grupos de poder (cada vez con más poder: económico, político y
militar) deciden a puertas cerradas mucho de lo que sucede en nuestro planeta.
Eso no significa que todo lo que actualmente vivimos con la pandemia sea una
obra arreglada por mentes satánicas, con un guión preestablecido que estamos
cumpliendo a cabalidad. Pero sí debe considerarse que el sistema en su conjunto
tiene una dirección. La crisis económica actual, que no es solo producto del
coronavirus, tiene causas de las que da cuenta, sin apelación a ningún “talante
paranoico”, el materialismo histórico.
Ahora bien: esa clase
beneficiada, que asienta su riqueza y poderío en el trabajo de enormes mayorías
a las que sojuzga, hace lo imposible para mantener sus privilegios. Para ello
apela a los mecanismos más sórdidos, más perversos, más sanguinarios llegado el
caso. Como sin miramientos lo dijo uno de los más connotados intelectuales
orgánicos de esa clase dominante, el polaco-estadounidense Zbigniew Brzezinsky,
miembro de importantes tanques de pensamiento de Estados Unidos y catedrático
en la Universidad Johns Hopkins:
“La sociedad será dominada por una elite de personas
libres de valores tradicionales que no dudarán en realizar sus objetivos
mediante técnicas depuradas con las que influirán en el comportamiento del
pueblo y controlarán con todo detalle a la sociedad, hasta el punto que llegará
a ser posible ejercer una vigilancia casi permanente sobre cada uno de los
ciudadanos del planeta. (…) Esta elite buscará todos los medios para
lograr sus fines políticos tales como las nuevas técnicas para influenciar el
comportamiento de las masas, así como para lograr el control y la sumisión de
la sociedad”.
La marcha del mundo tiene una lógica. Lo que
hacemos cada día, responde en muy buena medida a planes trazados. Y esos planes
no los traza la mayoría en decisiones populares, en asambleas abiertas. ¡En
absoluto! Eso que se nos presenta como democracia es la más artera mentira,
manipulada muy eficientemente. Por supuesto que sí, hay formas auténticas de
democracia de base, de poder popular donde se deciden las líneas por donde
transitará una comunidad. Pero, a todas luces, esas son de momento expresiones
muy embrionarias. Solo las experiencias socialistas las han permitido en parte,
de ahí que el socialismo siga siendo la única esperanza real de un mundo más
justo. Este mito de la democracia parlamentaria actual no es sino eso: mito,
ficción, fantasía, burda manipulación.
El orden
del mundo no lo decide el “ciudadano” votando cada cierto tiempo. Eso es
patéticamente absurdo. Los presidentes -todos, de todos los países- son, en
definitiva, empleados de los verdaderos tomadores de decisiones. ¿Quién
establece el precio del petróleo, lo que un país debe producir, el inicio de
las guerras, el entretenimiento para mantener “felices a los esclavos”? La
gente, el ciudadano de a pie, la persona que está leyendo este texto: ¡no! Eso
se decide a puertas cerradas entre muy pocas personas en el mundo. En las
sociedades de clase, siempre fue así: el rey y su séquito, el faraón, el sumo
sacerdote, los mandarines, la gente que maneja el Fondo Monetario Internacional
o los que se sientan en un lujoso pent house climatizado con enormes
jacuzzis, esos a los que “la plebe” no puede acceder jamás, esos de quienes ni
siquiera conocemos sus nombres, esos son los que deciden (¿quiénes son los
dueños de la Exxon-Mobil, o de la Coca-Cola Company, del JPMorgan Chase &
Company, de la Pfizer?). ¿Cuándo cambiará eso? …, no lo sabemos ni lo estamos
previendo. Lo que sí está por demás de claro, como dijo el francés Honoré de
Balzac, que “todo poder es una
conspiración permanente.” Las leyes, lo sabemos, no son justas ni
equitativas, y no las deciden las mayorías: “La ley es
lo que conviene al más fuerte”, expresó Trasímaco de Calcedonia en el siglo
IV antes de nuestra era. “Las leyes están hechas para y por los dominadores,
y conceden escasas prerrogativas a los dominados”, dijo Sigmund Freud en
1932.
¿Por qué ahora los Estados, a partir de las
políticas neoliberales vigentes en estas últimas décadas, se adelgazaron
terriblemente siendo reemplazados por la “beneficencia” de eso que se llama
“cooperación internacional”, o sustituidos por grandes mecenas? He ahí una
forma de precarizar cada vez más la vida de la clase trabajadora global, para
someterla más y más. Los servicios básicos los debe brindar el Estado y no
bienhechores magnánimos. Daniel Espinosa nos
informa que
“Los “Silicon Six”,
como se conoce a Microsoft, Google, Apple, Facebook, Netflix y Amazon, son
expertos en elusión tributaria, una realidad que han sabido ocultar tras su
imagen de modernidad, de empresas “cool” (y muchos millones en donaciones
“caritativas” a medios de comunicación). De acuerdo con una investigación
reciente de Fair Tax Mark, esas seis compañías lograron ahorrarse cerca de 100
mil millones de dólares en impuestos entre 2010 y 2019”.
¿Qué mortal de a pie decidió acabar con los Estados nacionales y
precarizar sus servicios básicos: salud, educación, infraestructura, seguridad?
¿Es una elucubración delirante pensar que esa desaparición del estado de
bienestar se hizo para explotar más aún a los explotados de siempre?
“De lo que se trata es
de sustituir la autodeterminación nacional, que se ha practicado durante siglos
en el pasado, por la soberanía de una elite de técnicos y de financieros
mundiales”, pudo decir el recientemente fallecido David Rockefeller, nieto
del legendario John Davison Rockefeller, en su
momento la persona más acaudalada del mundo, fundador de la mítica dinastía de
banqueros e industriales petroleros de Estados Unidos. “Todo lo que
necesitamos es una gran crisis y las naciones aceptarán el Nuevo Orden Mundial”,
agregó en su momento, él, que fuera uno de los más grandes conspiradores,
arquitecto de la política mundial, factótum de importantes grupos “selectos”
que deciden la marcha de la sociedad planetaria, donde no puede llegar “la
chusma”, instancias como el Grupo Bilderberg, o
la Comisión Trilateral (Estados Unidos, Europa Occidental, Japón), según su
propio decir, “altas personalidades” que deciden lo que ha de suceder en la humanidad:
“el conjunto de potencias financieras e intelectuales mayor que el mundo
haya conocido nunca”. ¿Es ver fantasmas pensar que todo eso existe?
El 1% de la población mundial detenta el 50% de la riqueza mundial; y de ese
mínimo porcentaje, solo el 0.01% es el que da las órdenes a los presidentes.
Decir eso, ¿es ser paranoico?
No es ninguna novedad (no
es un delirio paranoico, una voz alucinada) constatar que infinidad de hechos
políticos que suceden están dispuestos en oficinas de la más alta secretividad,
sin que las poblaciones tengan la más remota idea: Pearl Harbor, el asesinato
de Kennedy para continuar con la guerra de Vietnam a la que él se oponía, la
caída de las Torres Gemelas, las supuestas armas de destrucción masiva en Irak,
el ataque a Nicaragua antes de que el sandinismo “invadiera Texas”, el
financiamiento de la Ford Motors Company al nazismo alemán en sus inicios -para
que invadiera y terminara con la Unión Soviética-, los experimentos sobre la
sífilis hechas, sin conocimiento de nadie, con población guatemalteca en la
década de 1950, armas bacteriológicas desconocidas por el público, los secretos
revelados por la crisis de conciencia del ex espía estadounidense Edward
Snowden, y la lista puede continuar interminable. El medicamento cubano
Interferón alfa 2B recombinante sirvió para contener la epidemia en China, ¿por
qué no se dijo una palabra de eso en el “mundo libre”? ¿Es ser un desubicado
psicótico preguntarse el porqué de ese silencio? No son elucubraciones
paranoicas, afiebradas visiones conspirativas del mundo, delirios insanos para
mandar al manicomio a quien exprese preguntas sobre todo esto.
El sistema capitalista está
en un momento especial; por eso decíamos que lo vivido actualmente puede
considerarse un parteaguas en la historia: ¿fin del capitalismo o capitalismo
renovado y fortalecido?
Seguramente ahora cambiarán
cosas, porque terminada la pandemia habrá más muertos y más pobreza. O, al
menos, más pobreza para las clases subalternas, eterna e históricamente
olvidadas. Tengamos cuidado con las informaciones que circulan y muestran el
caos económico generado. Sin dudas, para la clase trabajadora mundial todo esto
es una pésima noticia, y para muchas pequeñas y medianas empresas también.
Ahora bien, de las megaempresas que manejaban el mundo hasta antes de la
explosión de la crisis sanitaria, no todas saldrán golpeadas. Las petroleras, por ejemplo, probablemente sí
(curiosamente la familia Rockefeller, ícono de la riqueza estadounidense, salió
del negocio del oro negro en el 2017. ¿Vamos hacia las energías renovables?).
Las de alta tecnología, los “Silicon Six” recién mencionadas, no. Al contrario:
en este momento, con el encierro forzado de prácticamente toda la población
planetaria, el consumo de estos productos se disparó sideralmente. Nunca habían
ganado tanto dinero como ahora con la pandemia.
Las fortunas más grandes se van acumulando en estos últimos
años en las empresas ligadas a la cibernética, la inteligencia artificial, la
informática, la robótica (de las que China, pareciera, ha tomado la delantera
sobre el resto del mundo. Evidentemente, su imagen de fabricante de “juguetitos
de mala calidad” quedó totalmente atrás). Como ejemplo representativo, el
cambio que se ha venido dando en la dinámica económica de la principal potencia
capitalista, Estados Unidos: para 1979, una de sus grandes empresas icónicas,
la General Motors Company, fabricante de ocho marcas de vehículos, empleaba a
un millón de trabajadores -daba trabajo a la mitad de la ciudad de Detroit, de
tres millones de habitantes-, con ganancias anuales de 11,000 millones de
dólares. Hoy día Microsoft, en Silicon Valley, mientras Detroit languidece como
ciudad fantasma con apenas 300 mil pobladores, ocupa 35 mil trabajadores, con
ganancias anuales de 14,000 millones de dólares. El capitalismo está cambiando:
no se hizo menos explotador, sino que ahora explota de otra manera, con mayor
sutileza (el llamado teletrabajo, ¿no es una forma de explotación también?).
Luego
de estos confinamientos forzados, de estas estrategias de control poblacional
ayudado por las tecnologías digitales más avanzadas -de las que China parece
haber tomado la delantera- vale preguntarse ¿qué sigue?
IV
Las
opiniones se dividen. Insistamos en esto: nadie de los “comunes mortales” sabe
con seguridad qué pasará, pero sí se pueden ver tendencias, y en muchos casos,
esas tendencias ya son realidades concretas que han tomado forma y no parecen
poder desactivarse.
Fuera de toda la interminable
parafernalia que acompaña la presente pandemia de coronavirus (miles y miles de
memes, recetas caseras, pronósticos agoreros, predicciones varias, chistes,
oraciones, pedidos de perdón, fake news), la misma pasará. Aún no está
claro cómo evolucionará, cuántos muertos dejará y qué seguirá después. Sin
dudas, habrá cambios -ya se están viendo muchos- en el panorama geopolítico y
en la cotidianeidad de la vida en cada rincón del planeta. Como van las cosas,
nadie puede asegurar que esto estuvo planificado: enfermedad natural derivada
de los actuales modelos de producción, según se nos dice. De igual modo, nadie
puede vaticinar qué seguirá. Se habló de un Nuevo Orden Mundial post pandemia;
una nueva configuración ya no basada en la globalización neoliberal sino en un
mayor proteccionismo nacionalista. Es probable. La fortaleza de China, en este
momento, en buena medida se debe justamente a esa globalización.
Difícil, cuando no imposible, predecir lo que vendrá. ¿Una
población más disciplinada, controlada, maniatada? ¿Es esta encerrona
universal, toque de queda incluido, un ensayo de cómo se mantendrá a la
población de aquí en más? ¿Teletrabajo para todos? ¿Hiper-control a través de
medios digitales que saben en detalle cada cosa de nuestras vidas? Hay voces
que, viendo el desastre del neoliberalismo (es decir: la entronización absoluta
del libre mercado sobre la intervención estatal) piden -esperan, anhelan- un
nuevo orden más solidario, no centrado tanto en los negocios sino en lo humano
(¿Estado de bienestar keynesiano?, ¿socialdemocracia?) Sin dudas, la fuerza con
que golpea la epidemia muestra que solo los Estados fuertes, incluso con
planteos socialistas, como China, Cuba, Norcorea, pueden afrontar exitosamente
desastres sanitarios como el presente.
Si de inmunización se trata, para la gran mayoría de países
del mundo: empobrecidos, víctimas del orden capitalista imperial, la suerte no
se ve muy favorable. Los países prósperos del Norte ya acapararon la mayor
parte de las dosis de las vacunas producidas por los gigantes farmacéuticos
comerciales. Las vacunas china y rusa -probablemente la cubana también- podrán
tener otro destino quizá, más humanitario. Pero, como siempre, la cadena se
corta por el eslabón más débil, y son las poblaciones más carenciadas las que
más sufren con la crisis sanitaria. No se sabe cuándo ellas podrán vacunarse.
El mundo seguirá, por supuesto, porque esta pandemia no
terminará con la especie humana. ¿O será, como dice esa visión “conspiranoica”
presentada más arriba, que ya hay poderes que están preparando la vacuna con la
que podrán meternos cualquier cosa eventualmente, y se va hacia una eutanasia
programada?
¿Terminará el capitalismo con todo esto? ¿Terminan las luchas
de clases? ¡¡Ni remotamente!! En todo caso, se reconfigura el mundo.
Probablemente China se alce como la potencia dominante, con una economía más
sólida no basada en la especulación financiera sino en la producción de bienes
reales, con una sólida y efectiva reserva monetaria fijada en toneladas de oro
y no en papeles bursátiles, y el dólar vaya perdiendo su hegemonía. Por lo
pronto, su economía ya comenzó a reactivarse, superando una vez más a Estados
Unidos y a la Unión Europea. ¿El mundo mirará con cariño las posturas
socialistas, la solidaridad que mostraron China y Cuba en la oportunidad,
quienes apoyaron a diversos países con equipos médicos, medicinas, brigadas
sanitarias? Es probable, pero ello no pasará de una cuota de cariño/admiración
que no logrará cambiar ideológicamente aquello para lo que está preparada la
población mundial: trabajar sin protestar, consumir lo que el mercado impone,
no organizarse, no pensar en cambios radicales, no sentirse dueña del poder. La
ideología sigue siendo la misma. Eso no lo cambia un virus. Como bien dice
Michele Nobile: “el resultado final más probable es el regreso a la
normalidad, no sin haber integrado la experiencia del estado de emergencia en
el arsenal de políticas públicas”.
¿Servirá todo esto para denunciar a la oprobiosa serpiente
viperina que es el capitalismo, o hay en juego una maniobra maquiavélica que
traerá más capitalismo todavía, quizá menos gente en el mundo (se habló de
planes neomaltusianos de reducción de la población global), y poderes
hiper-dominantes que digitarán nuestras vidas haciendo pensar con sus
maquinaciones actuales en películas de ciencia ficción? (el “Gran Hermano”
orwelliano pareciera ya un hecho). Por supuesto que la actual es una ocasión
maravillosa para hacer aquella denuncia y profundizarla. La privatización
inmisericorde de todo, el negocio antepuesto a lo humano (business is
business), el lucro individual como baluarte fundamental de la vida, ahora
más que nunca -viendo las consecuencias espantosas que pueden acarrear- pueden
ser cuestionados. ¿Puede servir la pandemia quizá para acercar a un cambio
revolucionario de paradigmas? De nosotros depende, pero siendo absolutamente
realistas, vemos que en la actualidad no hay organización ni fuerza suficiente
como para forzar una transformación radical.
Algunos
grandes conglomerados económicos capitalistas (aquellos ligados a las
tecnologías digitales, la gran banca internacional, las farmacéuticas, también la
narcoactividad -que no se vio afectada por la pandemia-) siguen intocables sus
negocios. En este nuevo capitalismo renovado que estamos viviendo, cada vez más
centrado en lo que ahora se llama “cuarta revolución industrial” (primera
revolución: máquina a vapor, luego la electricidad, posteriormente computación,
ahora la digitalización), no todos pierden. Al contrario: la pandemia está
sirviendo para expandir ciertas actividades comerciales al máximo, de un modo
superlativo. No todos se perjudican con el cierre de la economía. Por ejemplo:
mientras las empresas petroleras están trabajando a pérdida, las empresas
ligadas al mundo digital están más robustas que nunca. Para la clase
trabajadora mundial, para los pueblos de a pie que no tienen cómo responder a
la crisis socio-económica, sí es pura pérdida.
¿Qué
sigue entonces? ¿Será un mundo mejor? La pregunta puede ser ingenua, o mal
formulada. ¿Por qué sería “mejor”? No falta quien, desde un optimismo
desbordante, como por ejemplo Adalid Contreras, así lo cree:
“Otro mundo emergerá de los escombros que deja
la pandemia. Tenemos que trabajar para que sea un mundo no solamente otro, sino
un mundo donde quepamos todos, sin exclusiones, con dignidad, sin injusticias,
con igualdad, sin opresores, con libertad, sin egoísmos, con convivencia en
comunidad, sin una voz única, con coros plurilingües de esperanzadora utopía.
Está en nuestros corazones concebirlo y en nuestras manos diseñarlo,
construirlo y habitarlo. (…) Los siglos contados del capitalismo parecen estar abriendo
las compuertas de otro modo de producción y de vida, en la conclusión
inexcusable de su fase neoliberal”.
Por
supuesto que sería deseable un mundo más equitativo, más balanceado y
solidario, libre de tantas injusticias y asimetrías indefendibles (24,000
muertos de hambre diarios en un mundo donde sobran alimentos), pero sabemos que
las cosas no son simplemente como las deseamos. Los paraísos son siempre
“paraísos perdidos” (a no ser los paraísos fiscales, donde los humanos de a pie
no cabemos, donde solo caben dineros de dudosa procedencia, y para algunos
“elegidos” no están perdidos). ¿No es un tanto quimérico pensar que terminada
una enfermedad la realidad social mundial va a cambiar como por arte de magia?
Las luchas de clases, la extracción de plusvalor, la guerra como negocio de
algunos… ¿terminarán porque se extinga ese agente etiopatogénico surgido -aparentemente-
en la ciudad de Wuhan, China?
Otros, por el contrario,
con un análisis más exhaustivo del panorama, con un criterio más crítico,
pueden entrever otra realidad post pandemia como, por ejemplo, el economista
William Robinson:
“Estimulado por la pandemia de coronavirus, el capitalismo global
está al borde de una nueva ronda de reestructuración a nivel mundial basándose
en una digitalización mucho mayor de toda la economía y sociedad global. Esta
reestructuración empezó tras la Gran Recesión de 2008 pero las condiciones
sociales y económicas cambiantes propiciadas por la pandemia acelerarán
enormemente el proceso. Probablemente aumentará la concentración del capital a
nivel mundial y empeorará la desigualdad social. Habilitados por las
aplicaciones digitales, los grupos dominantes -a menos que sean obligados a
cambiar de rumbo por la presión de masas desde abajo- recurrirán al aumento del
Estado policial global para contener los próximos levantamientos sociales”.
Queda
en pie la pregunta si era realmente necesaria la militarización de la vida
cotidiana, o se juegan allí otras perspectivas, otros proyectos a mediano y
largo plazo. ¿Un ensayo de lo que vendrá? Como manifiestan Jorge Riechmann,
Adrián Almazán y otros en el “Manifiesto la necesidad de
luchar contra un mundo ‘virtual’”:
“La crisis sanitaria ha sido la oportunidad perfecta para
reforzar nuestra dependencia de las herramientas informáticas y desarrollar
muchos proyectos económicos y políticos previamente existentes: docencia
virtual, teletrabajo masivo, salud digital, Internet de las Cosas,
robotización, supresión del dinero en metálico y sustitución por el dinero
virtual, promoción del 5G, smart
city… A esa lista se puede añadir los nuevos proyectos de seguimiento
de los individuos haciendo uso de sus smartphones,
que vendrían a sumarse a los ya existentes en ámbitos como la vigilancia
policial, el marketing o las aplicaciones para ligar en internet. En
conclusión, el peligro mayor al que nos enfrentamos no es que las cosas «se
queden como estaban», sino que vayan a bastante peor”.
Hoy
día, hablando de lo que vendrá luego de la pandemia de coronavirus, se ha
popularizado el término “la nueva normalidad”. ¿Qué significa eso exactamente?
Entra a tallar aquí, de un modo decisorio, la nueva modalidad productiva y de
relacionamiento social dada por la tecnología dominante: la revolución digital,
la que dio un salto impresionante en estos últimos años, pero que con la
pandemia se profundizó en forma espectacular. Definitivamente, estamos ante un
hecho civilizatorio de proporciones gigantescas, quizá aún no considerado en
toda su dimensión. ¿Qué mundo sigue entonces, teniendo en cuenta que la vida de
todo el planeta se va “digitalizando”? ¿Qué es esa “nueva normalidad” de la que
tanto se habla? ¿Es una promesa de cambio o, por el contrario, es más de lo
mismo, o peor aún: lo mismo con más? Agudamente dijo Camilo Jiménez
refiriéndose a la pandemia en términos de análisis histórico: “Disolvieron todas las protestas del mundo
sin un solo policía. ¡Brillante!” ¿Qué mundo nos espera entonces?
Lo anterior no deja de
plantear preguntas. Sin necesidad de encontrar paranoicamente conspiraciones a
diestra y siniestra, puede verse que nos adentramos en un mundo siempre
capitalista, pero con nuevas modalidades. Con los confinamientos, el
obligado distanciamiento social y medidas de estricto control sobre cada
ciudadano que se van imponiendo, pareciera que la protesta social es la primera
en resentirse con la pandemia. No parece paranoico decir esto. ¿Hay un plan
maestro trazado? Es razonable planteárselo. Para el sistema en su conjunto, la
tarea básica de cada día, de cada minuto, es mantenerse inalterable. Es decir: ¡que
nada cambie! Puede haber cambios superficiales, cosméticos; en otros
términos: gatopardismo. O sea: que algo cambie por arriba para que, de fondo,
no cambie nada. El control ejercido por el gran capital sobre la gran masa
explotada (la absoluta mayoría de la humanidad) es cada vez más sutil, y al
mismo tiempo, más efectivo, más profundo. Las modernas tecnologías de control
poblacional (técnicas de psicología militar, mecanismos ideológico-culturales
cada vez más refinados, ámbito digital), se enmarcan definitivamente en lo
apuntado por Brzezinsky: “sociedad dominada mediante técnicas depuradas con
las que influirán en el comportamiento del pueblo y la controlarán con todo detalle”.
De allí que lo expresado por Jiménez tiene absoluto sentido: para la segunda
mitad del año 2019 el mundo hervía en protestas ante las inhumanas políticas
neoliberales (capitalismo salvaje, sin anestesia). En Latinoamérica (Chile,
Colombia, Haití, Honduras), Europa (“chalecos amarillos” en Francia,
movilizaciones en Alemania, en Italia), en Medio Oriente (Líbano, Egipto,
Irak), las poblaciones salían a protestar masivamente; de pronto, un virus
mortal detuvo todo. Podemos quedarnos con la lectura de la casualidad. O,
del mismo modo, abrirnos preguntas.
V
Las
cosas no surgen simplemente porque las deseemos, por un acto de buena voluntad,
por apelación a un “abracadabra” fantástico y todopoderoso. Tal como va el
mundo, todo indica que la normalidad a la que volveremos luego de la pandemia
podrá ser distinta en determinados puntos: habrá que usar mascarillas, lavarse
continuamente las manos con gel antibacterial, distanciarse del prójimo, no
darse un beso en la mejilla, desinfectar la suela de los zapatos. Pero en
cuanto a lo que decide nuestras vidas (que tiene que ver más que nada con los
paraísos fiscales, que no con nuestras muy honestas y apreciables apetencias):
¿más de lo mismo o lo mismo con más?
Es
probable que en este nuevo escenario que se pueda abrir se modifiquen
relaciones de poder entre las grandes potencias. En este momento todo indica que
Estados Unidos está perdiendo -bastante aceleradamente- su papel de centro
hegemónico global. Con un producto bruto de más del 50% de la economía planetaria
después de la Segunda Guerra Mundial, ahora aporta solo un 18%. El hiperconsumo
desenfrenado y su voraz avidez le han pasado factura: su moneda, anteriormente
sostenida a punto de invasiones militares, hoy día va perdiendo valor. La
República Popular China lo está destronando como potencia económica y
científico-tecnológica. En el plano puramente militar, Rusia lo ha dejado
atrás, tomándole varios años de delantera en el desarrollo de armas
estratégicas (misilística hipersónica). Todo eso, de todos modos, no
necesariamente es una buena noticia para el campo popular. Está abierto el
debate sobre el actual modelo de “socialismo de mercado” impulsado por China;
en principio, sin embargo, ese no es el espejo donde puede mirarse la clase trabajadora
internacional y los empobrecidos pueblos del mundo. ¿Post pandemia con una
China hegemónica y dominante en tecnología 5G? (y 6G ya en camino).
Trabajar
por un mundo donde quepamos todos, tal como lo pide el arriba citado Adalid Contreras, y tantos otros
también, es algo que va más allá de la pandemia. ¿Solo una enfermedad esparcida
globalmente nos puede movilizar en tal sentido? Suena raro. Quizá ante el
trauma de un evento con algo de catastrófico por lo ahora vivido (en muy buena
medida, exagerado convenientemente por los medios comerciales de
comunicación), puedan surgir estas aspiraciones “bondadosas”, de llamados a un
nuevo modo de relacionamiento. Pero siendo crudamente realistas, todo indica
que quienes marcan el rumbo no son los “trabajadores asalariados” sino sus
jefes: “Hay
mucha gente que ya le encontró el gusto por trabajar desde la casa, y las
empresas ya se encontraron el gusto de que la totalidad de la gente no vaya a
las oficinas”, como dijo Franco Uccelli, alto directivo del JPMorgan
Chase & Co, uno de los bancos más grandes del mundo (estadounidense), de
esos que sí, efectivamente, marcan lo que es “normal”.
De ningún modo podemos aceptar la actual normalidad donde mueren
diariamente 24,000 personas por hambre o por causas ligadas a la desnutrición
mientras sobra comida en el mundo. La supuesta “nueva normalidad” no augura
nada nuevo en verdad. Pero más allá de buenas intenciones, queda por verse cómo lograr
efectivamente ese cambio. ¿Es un acto de corazón? ¿Se “abuenarán” los “malos”
que nos matan de hambre? Obviamente no se trata de bondades o maldades en
juego: son luchas de clases, relaciones sociales trans-individuales. Todo
indica que lo dicho por este funcionario de uno de los bancos más poderosos del
mundo marca la “nueva normalidad”. El mundo digital que ya se abrió, de momento
no parece favorecer a las grandes mayorías. Trabajar desde casa ¿es un triunfo
popular? ¿Cómo se formarán los sindicatos entonces? ¿O en la “nueva normalidad”
eso ya no cabe? Las tecnologías digitales, fabulosas sin dudas, pueden servir
para dar saltos en la historia; o también, como pareciera perfilarse de
momento, para controlarnos más y mejor.
Según
la UNESCO, el órgano especializado del Sistema de Naciones Unidas para la
Educación, la Ciencia y la Cultura -organización que promociona la campaña “La
nueva normalidad”-, lo que vendrá cuando se haya aplanado completamente la
curva epidemiológica del COVID-19 (la de los muertos por inanición no se aplana
nunca, ¡no olvidarlo!), invita “a reflexionar sobre lo que es normal, sugiriendo que
hemos aceptado lo inaceptable durante demasiado tiempo. Nuestra realidad
anterior ya no puede ser aceptada como normal. Ahora es el momento de cambiar”.
Pero, ¿la “hemos aceptado”, o se nos ha impuesto? “Los
desastres y las emergencias no solo arrojan luz sobre el mundo tal como es.
También abren el tejido de la normalidad. A través del agujero que se abre,
vislumbramos las posibilidades de otros mundos”, agrega Peter Baker en el
marco de la referida campaña. Las cosas no surgen simplemente porque las
deseemos, no olvidarlo.
Luego de la pandemia de
coronavirus viene la vacunación masiva. Bill Gates, uno de los mayores magnates
actuales del planeta -propietario de una de esas empresas antes citadas,
campeonas de la evasión fiscal- es uno de los más grandes filántropos en el
mundo y promotor de esa vacunación. “Las próximas guerras serán con
microbios, no misiles”, dijo repetidamente. De hecho, él y su cónyuge
Belinda constituyen uno de los principales sostenes financieros de la
Organización Mundial de la Salud -OMS-, mecenas preocupado por la salud de la
humanidad. ¿Seremos paranoicos si nos abrimos preguntas al respecto, si
desconfiamos de tanta bondad? (porque alguien que evade impuestos da que
pensar, ¿no?).
La sociedad global cada
vez más se encamina hacia tecnologías de vanguardia, revolucionarias (en las
que China ya le está tomando la delantera a Estados Unidos). Las fortunas más
grandes se van acumulando ahora en las empresas ligadas a esas tecnologías.
Llama la atención que un mecenas como Gates (que no parece tan “trigo limpio”,
si es tamaño evasor fiscal y destructor de los Estados nacionales -la beneficencia
no puede suplir al Estado-) se preocupe tanto de las vacunaciones. Quizá deba
incluirse también en los negocios de futuro, de esos que no decrecen con la
pandemia (como parece estar sucediendo con el petróleo) a la gran corporación
farmacéutica, la Big Pharma (que hoy produce y vende mascarillas,
respiradores, gel antibacteriano, pruebas de detección de COVID-19, fármacos
como Remdesivir -del fármaco cubano Interferón: ni una palabra- o las vacunas,
todo lo cual está generando ganancias astronómicas). Según datos que llegan
dispersos, representantes de la GAVI, la Global Alliance for Vaccines and
Immunization, y su fundador y principal financista, Bill Gates con su
benemérita Fundación, insisten cada vez más en la necesidad de una inmunización
universal.
Como todo esto de la
pandemia está aún muy confuso, nadie puede asegurar categóricamente nada. ¿Por
qué este mecenas tan preocupado por la salud mundial? ¿Seguirá a toda esta
parafernalia una vacunación obligatoria con insumos que habrá que pagar y que,
tal como están las cosas, no garantizan el fin de la crisis? Según se nos dice,
podrán venir nuevas pandemias, a partir de nuevos agentes patógenos. “Microbios
y no misiles” se apuntaba; ¿habrá un guión escrito? El director de la OMS,
Tedros Adhanom Ghebreyesus, expresó a fines del 2020 la posibilidad, por no
decir la seguridad, de la ocurrencia de nuevas pandemias en un futuro
inmediato:
“La
historia nos muestra que no será la última pandemia. (…)
La pandemia reveló los estrechos vínculos entre la salud de las personas,
los animales y el planeta (…) Todos los esfuerzos para mejorar los
sistemas sanitarios resultarán insuficientes si no van acompañados de una
crítica de la relación entre los seres humanos y los animales, así como de la
amenaza existencial que representa el cambio climático, que está convirtiendo
la Tierra en un lugar más difícil para vivir.”
Parece que el modelo de producción y consumo que
trajo el capitalismo no es viable a largo plazo: las pandemias serían una de
sus ingratas consecuencias. Hay que pensar en alternativas. Como dijera Rosa
Luxemburgo entonces: “socialismo o barbarie”. Por tanto, como gran tarea
pendiente, estamos llamados a construir algo distinto, una alternativa a este
modo de producción basado solo en el lucro, que prescinde tanto del ser humano
-a quien transforma en esclavo asalariado, o lo desecha producto de la
robotización- o se lleva por delante la naturaleza, olvidando que hay un solo
planeta, que nuestra casa común no es una infinita cantera para explotar.
Con esperanza, pero también con realismo -y cabe
aquí el llamado de Antonio Gramsci a “actuar
con el pesimismo de la razón y el optimismo del corazón”- recordemos que “El
capitalismo no caerá si no existen las fuerzas sociales y políticas que lo
hagan caer”, como dijo certeramente Vladimir Lenin. Reafirmando el Che
Guevara años después: “La
revolución no es una manzana que cae cuando está podrida. La tienes que hacer
caer”.
Referencias
bibliográficas
América
Latina en Movimiento -ALAI-. (2020). Post Covid-19: Más allá de los clichés
(I). Disponible en: https://www.alainet.org/es/dossier/post-covid19-i
Borón,
A. (2020). La pandemia y el fin de la era neoliberal. CLACSO. Disponible
en: https://www.clacso.org/la-pandemia-y-el-fin-de-la-era-neoliberal/
Cabal, E. (2020). David Rockefeller: “Todo lo
que necesitamos es una gran crisis y las
naciones aceptarán el Nuevo Orden Mundial”.
Disponible en: https://www.alertadigital.com/2013/05/18/david-rockefeller-todo-lo-que-necesitamos-es-una-gran-crisis-y-las-naciones-aceptaran-el-nuevo-orden-mundial/?fbclid=IwAR21rNcUTSgdKF1gcpM7LRp0wXRAelrkaN9KIMl4gBdTgVvajPSndxM5e9k
Contreras,
A. (2020) La vida después del coronavirus. Disponible en: https://www.alainet.org/es/articulo/205651
Espinosa,
D. (2020). El tramposo Bill Gates. Disponible en: https://www.alainet.org/es/articulo/206298
Ferrari,
S. (2020). Aquella solitaria vacuna cubana. Una señal de esperanza para los países empobrecidos.
Disponible en: https://rebelion.org/una-senal-de-esperanza-para-los-paises-empobrecidos/
Gálvez
Roldán, P. (2020). Los excelentes resultados de la estrategia de “supresión”
Covid cero. Disponible en: https://rebelion.org/los-excelentes-resultados-de-la-estrategia-de-supresion-covid-cero/
Nobile.
M. (2020). Un solo mondo, una sola salute, una sola umanità. Disponible
en: https://www.sinistrainrete.info/societa/17511-michele-nobile-un-solo-mondo-una-sola-salute-una-sola-umanita.html?highlight=WyJtaWNoZWxlIiwiJ21pY2hlbGUiLCJub2JpbGUiLCInbm9iaWxlJyIsInBhbmRlbWlhIiwibWljaGVsZSBub2JpbGUiLCJub2JpbGUgcGFuZGVtaWEiXQ==
Organización
Panamericana de la Salud -OPS/OMS-. (S/F) El Noma o cancrum oris.
Disponible en:
Organización
Mundial de la Salud -OMS-. (2020). El Covid-19 no será “la última pandemia”,
advierte la OMS. Disponible en: https://www.jornada.com.mx/notas/2020/12/26/mundo/el-covid-19-no-sera-la-ultima-pandemia-advierte-la-oms/
Pueyo,
T. (2020). Coronavirus: Por qué tenemos que actuar ahora. Disponible en:
https://www.pagina12.com.ar/253133-coronavirus-por-que-tenemos-que-actuar-ahora
Ramonet,
I. (2020). Coronavirus: La pandemia y el sistema-mundo. Disponible en: https://www.pagina12.com.ar/262989-coronavirus-la-pandemia-y-el-sistema-mundo.
Riechman, J. et al. (2020). Manifiesto
la necesidad de luchar contra un mundo ‘virtual’. Disponible
en: https://www.zabaldi.org/index.php/es/semana-de-la-solidaridad/12-noticias/700-manifiesto-la-necesidad-de-luchar-contra-un-mundo-virtual
Robinson,
W. (2020). La economía post-covid puede tener más robots, menos puestos de
trabajo y vigilancia intensificada. Disponible en: https://www.elsaltodiario.com/crisis-economica/economia-post-covid-mas-robots-menos-puestos-trabajo-vigilancia-intensificada
Toussaint,
E. (2020). La pandemia del coronavirus se enmarca en una crisis
multidimensional del capitalismo. Disponible en: https://www.cadtm.org/La-pandemia-del-coronavirus-se-enmarca-en-una-crisis-multidimensional-del
Twohey, M. et al. (2020) Los países
prósperos aseguraron sus vacunas, pero ‘han vaciado los estantes’ para el resto.
Disponible en: https://www.nytimes.com/es/2020/12/17/espanol/vacunas-paises.html
UNESCO.
(2020). La nueva normalidad. Disponible en: https://es.unesco.org/campaign/nextnormal
Wang Zhou (Editor). (2020). The coronavirus
prevention handbook. (Versión en español). Hubei Science and Technology
Press. Disponible en: http://mppre.gob.ve/wp-content/uploads/2020/03/Libro-de-prevencio%CC%81n-del-CORONAVIRUS-traducido-al-espan%CC%83ol..pdf-2.pdf.pdf
Zepp-LaRouche, H. (2020). La última iniciativa
del Instituto Schiller. Disponible en: https://www.mentealternativa.com/larouche-resolucion-para-una-resistencia-mundial-al-fascismo-global-y-detener-la-toma-de-control-de-la-banca-central/
Ziegler,
J. (2014). En Pascual Ramos, A.: Las causas estructurales de la inseguridad
alimentaria en África del Este: Un acercamiento a los factores socioeconómicos,
políticos y culturales que obstaculizan el acceso al alimento en la región.
Documento de Trabajo N° 30. Madrid: Instituto Universitario de Desarrollo y
Cooperación. Disponible en: https://www.ucm.es/data/cont/docs/599-2014-05-19-PLMP_Andrea_Pascual.pdf
Zizek,
S. (2020). El coronavirus es un golpe a lo Kill Bill al sistema capitalista.
Disponible en: https://www.semana.com/cultura/articulo/slavoj-zizek-el-coronavirus-es-un-golpe-a-lo-kill-bill-al-sistema-capitalista/658098/
No hay comentarios.:
Publicar un comentario