Un psicólogo joven
decía: “El psicólogo social tiene que denunciar y velar por el bien de la
población”.
La afirmación
–quizá equívoca– abre preguntas: un ingeniero químico, ¿también tiene que
denunciar y velar por el bien de la población? ¿Y un profesor de gramática? ¿Un
trabajador social? ¿Y un chef?
Esto lleva a
pensar: la psicología social ¿se constituye como tal porque denuncia? Pero ¿eso
no es una acción política que deberíamos realizar todos, en tantos sujetos
sociales, en tanto ciudadanos? ¿No debemos velar por el bien de la población
todos por igual, ingenieros químicos, chefs, trabajadoras sexuales y
psicólogos?
¿Psicología social o práctica política?
Las poblaciones -o
más correctamente habría que decir: las clases subalternas, los desposeídos- no
tienen mayor poder (o no tienen ninguno, aunque se les quiera hacer creer que
con el voto de las democracias representativas lo ejercen). La historia de la
humanidad, al menos desde que existe propiedad privada, es la historia de
clases dominantes enfrentadas a clases dominadas, sojuzgándolas (el Estado es
el mecanismo de dominación ad hoc). Si se trata de cambiar esa relación
injusta, se está ante una profunda alteración en la forma en que se accede a la
riqueza y en que se distribuye socialmente el poder. Ese cambio es, lisa y
llanamente, una revolución.
Ahora bien: si es
cierto que la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases y
del reemplazo de una por otra a través de los siglos por medio de profundas
transformaciones políticas, la pregunta se dirige hacia qué papel puede -¿o
debe?- jugar la Psicología en esa dinámica. ¿Está al servicio del mantenimiento
de la situación dada (posición conservadora), o de su transformación (posición
revolucionaria)? O más aún: ¿es la Psicología la que debe contribuir al cambio
social, o eso es una práctica política? El marxismo,
en todo caso, con toda la energía se propone como la orientación teórica para
darle forma a ese cambio, que en realidad vehiculiza la clase trabajadora
(obreros industriales urbanos, proletariado campesino, amas de casa,
trabajadores varios –tanto los psicólogos como los chefs, los albañiles, los
vendedores ambulantes o los ingenieros químicos–): “No se trata de reformar la propiedad privada [de los medios de
producción], sino de abolirla; no se
trata de paliar los antagonismos de clase, sino de abolir las clases; no se
trata de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva”,
formulará Marx (1848). La pregunta -o el problema- se plantea en torno a cómo
puede la ciencia psicológica contribuir a ese cambio.
Anida allí una
cierta confusión: la práctica política transformadora (revolucionaria) implica
determinadas acciones y tareas, diversas según la ocasión, y que la historia
demuestra no están definidas según un manual de operaciones, según protocolos
estandarizados universalmente. Han servido -y seguramente seguirán sirviendo-
en esa tarea político-transformadora tanto la organización barrial como la lucha
sindical, el movimiento campesino como la acción armada, el trabajo
propagandístico clandestino como la eventual participación en comicios dentro
de los marcos de la democracia representativa. Todo eso es contribuir a
“empoderar” (para usar un término “de moda”) a los “desempoderados”, a
organizarse como clase revolucionaria, a tener claro un proyecto político de
mediano y largo plazo para desplazar a la clase dominante construyendo un nuevo
Estado revolucionario y popular. Esos procesos ya se dieron en varias ocasiones
a lo largo del siglo XX.
La Psicología,
entendida en esa vertiente de “comprometida”, puede intentar estar al lado de
los sectores desfavorecidos, excluidos, los pobres y humildes. Pero eso, ¿es
una especificidad de intervención científica, o una práctica política? El
actuar de un psicólogo profesional como militante político (comprometido con la
revolución, si se quiere decir así incluso), no queda claro desde qué recorte
teórico psicológico se hará. Si organiza su gremio (la corporación de
psicólogos), o se plantea incidir políticamente en el campo de la salud (sobre
las políticas públicas sanitarias, por ejemplo), lo hace en tanto sujeto
político, en tanto militante, en tanto ciudadano que participa. Pero eso no es
Psicología, en sentido estricto. Para decirlo de un modo provocativo: un
psicólogo que se dedica a hacer clínica “individual”, ¿no puede también ser un
militante político e incidir revolucionariamente? La transformación política
buscada, ¿se hace desde referentes teórico-conceptuales de la Psicología, o
quizá el marxismo resulta más útil como guía para esa acción?
Es por todo ello
que se superponen -quizá no quedando claro los respectivos campos- la praxis
política con el ejercicio de una ciencia, lo cual puede llevar -o decididamente
lleva- a equívocos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario