Personaje 1: Yo siempre fui de izquierda, progresista, mente
abierta... No tengo dudas con eso. Pero con el tema de la pena de muerte....,
no sé. Ahí sí tengo mis dudas.
Personaje 2: ¿Dudas? Mmmm..., ahí no hay nada que dudar. Nadie
tiene el derecho de quitarle la vida a otro. ¡Alguien de izquierda y
progresista no puede avalar la pena de muerte! ¡¡Eso es retrógrado!!
Personaje 1: Bueno... No sé. ¿Qué hacer entonces con esa gente
condenada a muerte en algunos países, o con cadenas perpetuas en otros lados?
Son un problema social, son irrecuperables. Asesinos, violadores, dementes
furiosos incorregibles, gente que jamás siente culpa. Enfermos psicópatas...
¿Qué hacer con ellos?
Personaje 2: ¿Pero por qué matarlos?
Personaje 1: Lo mismo podría decir yo, aunque al revés: ¿por
qué dejarlos vivos? Sabemos que no se recuperan, que no cambian. Un psicópata
lo es de por vida. Eso no se puede modificar. ¿O acaso muchos años de cárcel
logran transformarlos? ¿Hay algún psicópata de estos, un descuartizador, un
asesino en serie, un violador de niños, que haya cambiado en la cárcel?
Nombrame uno solo que haya cambiado...
Personaje 2: Bueno.... es cierto... pero ¿quién tiene el
derecho de decidir sobre la vida de otro?
Personaje 1: ¡Vamos, Hermenegildo! No seamos hipócritas... ¡No
seamos tontos en el análisis! Todo el tiempo los grupos de poder están
decidiendo sobre nuestras vidas. ¡Y sobre nuestra muerte! Contestame eso con
franqueza (y vos sabés de esto porque sos médico): ¿acaso se cura un psicópata,
un perverso, un maniático sexual?
Personaje 2: No. Imposible.
Personaje 1: Entonces ¿para qué mantenerlo encerrado de por
vida? ¿Se va a curar así? ¿Va a cambiar? Me lo acabás de decir: no. Esa gente,
podríamos decirlo así: esa pobre gente enferma, no puede cambiar. Es una
cuestión de estructura psicológica, algo de base. El problema es que joden a la
sociedad, constituyen un problema serio. ¿O vamos a premiar a un asesino, a un
violador?
Personaje 2: Bueno... visto así, es cierto. No cambian. Pero
queda el problema ético: ¿quién tiene la potestad de decidir sobre la vida de
otro?
Personaje 1: ¡La sociedad que no está enferma! O que no está
tan enferma, que vive dentro de los cánones que se tienen por normales (sabiendo
que la normalidad es siempre relativa, histórica). Para eso está el Estado,
¿no? Para regular la vida social. Sabemos que es el instrumento de dominación
de la clase dominante. Eso ni se duda; pero también puede cumplir la función de
administrar más o menos la vida de la gente, poner normas de convivencia,
regular la sociedad. ¿Vale la pena mantener encerrado de por vida a un enfermo
de estos, que representa un problema social insoluble y que se sabe no puede
cambiar?
Personaje 2: Sí, abre la pregunta... Bueno, vez pasada leí por
ahí que el costo de la civilización es la enfermedad mental. Ningún animal
presenta estas psicopatías, es un asocial dentro de su especie.
Personaje 1: Yo iría más lejos y lo diría de otra forma. El
hecho de humanizarnos, de entrar en las normas sociales que nos hacen ser
humano, tiene un costo, tiene consecuencias. Es la angustia. Y algunos no
pueden entrar en esas normas: los psicóticos, que viven en su mundo, delirando
o alucinando, y los psicópatas, que viven en sociedad pero siempre
transgrediendo: matando, violando, robando, siendo políticos profesionales (que
son medio psicópatas).
Personaje 2: O sea que no hay salida: ¿siempre va a haber
transgresores, enfermos que asesinan y todo lo demás?
Personaje 1: Así parece. En Cuba socialista también los hay. Y
en vez de mantenerlos de por vida en una cárcel donde no van a cambiar,
dándoles de comer, pagando sus gastos -son unos parásitos que no aportan nada a
la sociedad- ¿por qué no sacárselos de encima?
Personaje 2: Complicado, ¿no?.... Es cierto: hay límites… Ahí
está el drama. Esta gente, los psicópatas, no tienen solución. Y por más que
digamos que hay que respetar la vida -eso sería el pensamiento progresista-
sabemos que un enfermo de esa naturaleza no puede cambiar. ¡Límite
infranqueable!, aunque nos hagamos los buenos y digamos que no tenemos derecho
a condenar a muerte a nadie. Eso me hace pensar en esto que leí, que me dejó
impresionado: la locura, la transgresión, eso es el costo de la civilización.
Lo cual quiere decir que en el ser humano siempre, absolutamente siempre
-también en los países socialistas por lo que se ve- hay una cuota de
insatisfacción. ¡Ese es el drama humano! Siempre hay algo insoluble, un límite
que no se puede saltar. Los psicópatas nos lo recuerdan.
Personaje 1: Así parece, ¿verdad? Y ese vacío en un tiempo lo
llenaban las religiones. ¡Pero no podemos seguir con pensamientos
mágico-animistas, mi hermano! Esta idea supuestamente progresista, de avanzada,
de estar contra la pena de muerte, básicamente tiene un sabor cristiano,
moralista: sólo dios puede decidir sobre la vida de los mortales. Mmm.... creo
que hay que cuestionarlo. En la China, que aún se dice socialista, fusilan sin
miramiento a los corruptos. ¿Están mejor o peor que nosotros? Es para darle
vueltas al asunto… Y te dejo esta pregunta, para alimentar más aún ese drama
humano del que hablás: ¿por qué un pensamiento progresista debería estar contra
la pena de muerte?
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