La comunicación es una arista definitoria de lo humano. Aunque en el
reino animal hay comunicación, en lo humano hay características propias tan
peculiares. El sujeto humano se constituye sólo a partir de la interacción con
otros, comunicándose. Con los fenómenos ocurridos en la modernidad surge la
comunicación de masas, es decir: el proceso donde lo distintivo es la cantidad
enorme de receptores que recibe mensajes de un emisor único.
Primeramente la imprenta, luego el telégrafo, el teléfono, ya en pleno
siglo XX “maravillas” tecnológicas como la radio, el fonógrafo, el cine, la
televisión. Hacia fines del siglo XX las tecnologías comunicacionales marcan el
ritmo de la sociedad global. Cada vez más rápidas y eficientes, borran
distancias y acercan a inmensas cantidades planetarias de población.
Las actuales tecnologías digitales sirven para, literalmente, inundar el
mundo de comunicación, entronizándola. Ello asienta en nuevas formas de
conocimiento sofisticadas y complejas. Ese proceso de ampliación de las
fronteras comunicacionales y del conocimiento técnico en el que asientan hizo
pensar en una sociedad de la “información y el conocimiento”.
La clave de esa sociedad reside en una acumulación fabulosa de
información. La “aldea global” se construye sobre estos cimientos. El principal
recurso es el manejo de información, el “capital humano” capacitado, conocido
como know how.
La nueva sociedad que se perfila con la globalización y sus herramientas
por excelencia, las llamadas TICs -telefonía celular, computadora, internet-,
abren preguntas: ¿más información disponible produce por fuerza una mejor
calidad de vida y un mejor desarrollo personal y social? Esas tecnologías,
¿ayudan a la inclusión social, o refuerzan la exclusión? O, por el contrario
¿sólo generan beneficios a las multinacionales que se dedican a su
comercialización, contribuyendo a un mayor y más sofisticado control social por
parte de los grandes poderes globales?
La respuesta no está en las tecnologías. Éstas, como siempre, no dejan
de tener un valor puramente instrumental. Lo importante es el proyecto humano
en que se inscriben, el objetivo al servicio del que actúan. Por eso no hay
técnicas “buenas” y técnicas “malas” éticamente.
Por supuesto que el acceso a tecnologías que permiten el manejo de
información de un modo como nunca antes en la historia, brinda la posibilidad
de un salto cualitativo para el desarrollo. Ocurre, sin embargo, que esas
tecnologías, más allá de una cierta ilusión de absoluta democratización, no
producen por sí mismas los cambios necesarios para terminar con los problemas
crónicos de asimetrías que recorren el mundo.
Las tecnologías, si bien pueden mejorar las condiciones de vida
haciéndolas más cómodas y confortables, no modifican las relaciones
político-sociales a partir de las que se decide su uso.
Hoy días estas nuevas tecnologías las encontramos cada vez más
omnipresentes en todas las facetas de la vida: sirven para la comercialización
de bienes y servicios, para la banca en línea, para la administración pública
(pago de impuestos, gestión de documentación, presentación de denuncias), para
la búsqueda de la más variada información (académica, periodística, de solaz),
para el ocio y esparcimiento (los videojuegos son una de las instancias que más
crece en el mundo de las TICs), para la práctica de deportes, el desarrollo del
arte, en la gestión pública (algunos gobiernos están incorporando oficialmente el
uso de redes sociales como Twitter, Facebook, Youtube y otras cuando las
autoridades dan a conocer su posición sobre acontecimientos relevantes), se usan
en la guerra y en la paz, o desde las profundidades de la selva Lacandona. De
hecho, hay un sexo cibernético muy desarrollado.
Por ejemplo, un movimiento armado lleva adelante su lucha con un
personaje mediático que es más conocido por el uso de estos medios electrónicos
que por su fusil. En definitiva: estas tecnologías sirven para todo,
absolutamente: para todo lo que se nos ocurra: estudiar, para salvar una vida,
para extorsionar.
Definitivamente, comienzan a ser omnímodas. Están en todos lados, y la
tendencia es que seguirán estándolo cada vez más. Como un dato muy instructivo
en ese sentido puede mencionarse que hoy día las TICs ya constituyen un medio
de prueba en los procesos judiciales. Aún no están ampliamente difundidas y
todavía encuentran muchas restricciones, pero sin dudas dentro de un futuro
nada lejano serán pruebas contundentes.
“Las tecnologías de la información
y la comunicación no son ninguna panacea ni fórmula mágica, pero pueden mejorar
la vida de todos los habitantes del planeta. Se disponen de herramientas para
llegar a los Objetivos de Desarrollo del Milenio, de instrumentos que harán
avanzar la causa de la libertad y la democracia, y de los medios necesarios
para propagar los conocimientos y facilitar la comprensión mutua”, dijo alguna
vez Kofi Annan, ex Secretario general de la Organización de Naciones Unidas
refiriéndose a estos temas.
Pero cuidado, puede haber allí un espejismo. Las TIC’s, por sí mismas,
no solucionan los problemas de la humanidad. Las acuciantes deudas históricas
que llenan de penurias a los pueblos, no se terminan con tecnologías; para ello
son necesarios cambios profundos y reales en la estructura económico-social.
Bienvenidas las TIC’s, por supuesto, pero sin un cambio estructural real, no
hay solución.
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