La guerra entre Rusia y Ucrania no parece terminar. La Federación Rusa ya tomó lo que buscaba: el sur de Ucrania para separar esa región y, muy probablemente, anexarla a su territorio. Pero el gobierno de Washington busca afanosamente seguir adelante con el conflicto bélico. ¿Por qué?
1) 1) Porque
no quiere rivales (Rusia y China) que le hagan sombra. Y
2)
2) Porque
mantener viva la guerra le representa un fabuloso negocio.
De momento envió 3,000 millones
de dólares en ayuda a Kiev: 1,400 sistemas de misiles
antiaéreos Stinger; más de 4,600 misiles antitanque Javelin; cinco helicópteros
Mi-17; tres lanchas patrulleras; cuatro radares contra artillería y contra
drones; 2,000 armas ligeras antiblindaje; 300 lanzagranadas y municiones; 600
escopetas y 600 ametralladoras; 5,000 fusiles; 1,000 pistolas; 25,000 chalecos
antibalas; 25,000 cascos; casi 40 millones de cartuchos de munición para armas
pequeñas y más de un millón de cartuchos de granadas, morteros y artillería; 70
hummers y otros vehículos; 6,000 sistemas antiblindaje AT-4 y 100 drones
Switchblade.
Alguien paga todas esas mercaderías al complejo militar-industrial. La
guerra es negocio.
Ahora el presidente Joe Biden propuso al Congreso la
aprobación de un paquete de 33,000 millones de dólares (¡33,000 millones!, más
o menos el PBI de Uruguay, o de Bolivia, o de Uganda, o de Sudán) para armar a Ucrania en busca de la “democracia y
la libertad”. ¿A dónde llegará ese dinero? A la caja registradora de las
empresas del complejo militar-industrial, obviamente. ¿Quién lo paga? En
definitiva: el mundo que está sujeto al dólar (casi la totalidad del planeta).
¿POR QUÉ SIGUE LA GUERRA EN
UCRANIA?
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