Se dice interminablemente que en los países socialistas hay escasez. Por el contrario, en los países “libres” hay abundancia. Cosa curiosa: en el Sur global ahora hay shopping centers por todos lados, abarrotados de mercaderías. En Guatemala –país empobrecido– se puede adquirir un automóvil Ferrari (100,000 dólares en adelante) o una moto Ducati (40,000 dólares). ¿De verdad?....
Luchar contra la pobreza implica, como mínimo, repartir más
equitativamente los productos del trabajo humano (lucha política
fundamentalmente -que indirectamente incluye lo militar, continuación de la
política por otros medios-). En realidad, no puede haber “lucha contra la
pobreza” sino contra la injusticia, contra la explotación. Esto también implica
no dejarnos de plantear esas preguntas que hacen a lo más hondo de nuestra
existencia: ¿por qué somos tan manipulables? Digámoslo con un ejemplo: la
población de Europa del Este, todavía en la era del socialismo real, ayudó a
hacer caer el muro de Berlín fascinada por la videocasetera o el pantalón
vaquero (las modas de ese entonces), los espejitos de colores que fascinaban en
los 90 del siglo pasado y que sus economías no le proveían. Hoy se lamentan de
lo perdido (salud y educación gratuitas, pleno empleo, viviendas populares y
calefacción subvencionada), y en cada ocasión que tienen, manifiestan su
añoranza por la seguridad material mínima que ya no pueden tener.
La supuesta “libertad” ganada no termina de
convencer. Entonces, complementando la pregunta anterior, habría que agregar
-para preguntarse con la misma fuerza-: ¿por qué nos seducen tanto los
espejitos de colores?
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