¿Hacia un capitalismo verde? Lo único verde en el panorama parecen… los billetes de dólar.
“Hay mucha gente que ya le encontró el
gusto por trabajar desde la casa, y las empresas ya le encontraron el gusto de
que la totalidad de la gente no vaya a las oficinas”.
Franco Uccelli, Banco Morgan Chase
“El futuro que nos espera” es el título de un trabajo
recientemente aparecido en la publicación británica “The Economist”, que resume
en 20 puntos el análisis realizado por una cincuentena de economistas y
politólogos en relación al futuro que sobrevendría a la actual pandemia de
Covid-19.
Su último punto parece un manifiesto
esperanzador: “El
mundo está viendo este año un nuevo inicio. Un renacimiento. La gente
replanteará sus metas personales, de trabajo, de salud, de dinero y
espirituales. Vienen grandes oportunidades para satisfacer todos esos
requerimientos y cambios de pensamiento. Un nuevo inicio anclado en valores
fortalecidos. Muchos comportamientos se transformarán y nunca regresarán”.
Algo no muy distinto se dijo en el Foro Económico Mundial, habitualmente
llamado Foro de Davos, en mayo de 2020, cuando iniciaba la crisis sanitaria
global.
Vale la pena atender a esta publicación de The Economist,
pues sus supuestas predicciones son,
en realidad, una expresión velada de líneas trazadas por los grandes poderes
capitalistas que manejan buena parte del mundo (habrá que excluir allí a China,
Rusia y algún espacio socialista que perdura pese a los embates: Cuba, Corea
del Norte). Por supuesto, esto no significa que esos vaticinios sean verdades reveladas, ni que forzosamente
habrán de cumplirse tal como se formulan. Pero sí marcan los escenarios que los
grandes megacapitales establecen a futuro; el semanario inglés, de este modo,
oficia de vocero oficioso de los mismos. Sin dudas, vale la pena leerlo, tal
como hacía Marx en su momento –el periódico fue fundado en 1843– pues allí se
trasunta el espíritu de la elite global y da una información más que preciosa
sobre qué se “cocina” en las alturas.
Valga decir, como un dato no poco importante, que The
Economist hace parte del The Economist Group, una empresa editorial que
tiene como sus principales accionistas nada más y nada menos que a las familias
Rothschild y Agnelli, de los más acaudalados grupos económicos del capitalismo.
Se respira en la publicación el más rancio neoliberalismo, la más acendrada
defensa de la ideología capitalista. Puede decirse entonces que lo que propone
como “futuro” este trabajo es lo que el capitalismo occidental dominante
propone; es decir: el futuro que esa elite anhela, y para lo cual trabaja sin
descanso día y noche.
¿Cuál es el futuro que nos espera entonces, según esta “planificación”?
Veamos algunos de los puntos:
·
Los
humanos deseamos volver a socializar, pero el trabajo a distancia básicamente
se quedará igual.
·
Las
casas se vuelven más tecnológicas y adaptadas al trabajo diario. Muchas
empresas se dedicarán a solucionar las necesidades de trabajar desde casa.
·
La
productividad ya no depende de un jefe que te revise, ahora una plataforma
medirá tus resultados. (…) No habrá diferencia entre contratar personal local y extranjero. Hoy
todos somos globales.
·
Los
empleos se reducirán dramáticamente, pues muchas funciones y operaciones
simples las resolverá la Inteligencia Artificial.
·
La
educación nunca volverá a ser igual. Será presencial pero tecnológicamente
adaptativa. Cada quien lo que necesita. Estudiar Offline y On-line será lo
normal.
·
El
sistema médico se adaptó a lo digital con tecnología a distancia para siempre.
·
El
comercio sigue creciendo, pero en línea; entran jugadores como Facebook,
Tik-Tok y YouTube que competirán con Amazon. Cierra un porcentaje cercano a 50%
de tiendas físicas globales.
·
El
cambio climático será un tema muy hablado y apoyado. Grandes industrias seguirán
transformándose y se generalizará el uso de la Inteligencia Artificial para
hacer mejor y sostenible ambientalmente la producción de bienes y servicios.
·
La
salud mental se vuelve un tema recurrente y grandes plataformas ayudarán a la
gente a sobrellevar las situaciones de agresividad, soledad y angustia que han
vivido al estar aisladas.
·
Todo
se va a lo natural y saludable. (…) La permacultura y los sistemas de producción personales eficientes
crecerán exponencialmente.
La escritora británica Helga Zepp-LaRouche expresó
sobre ese preconizado futuro: “La
City de Londres, Wall Street y varios bancos centrales importantes [buscan] consolidar
un control total sobre todas las inversiones financieras en beneficio de los superricos
a expensas de las clases medias y los pobres de todo el mundo. La “transición
ecológica” que venden significa una destructiva absorción financiera de las
economías, siendo el color “verde” sólo el estandarte de su propósito de
saqueo. Lo llaman el “Gran Reseteo, Gran Reajuste o Gran Reinicio. Con el pretexto de
reconstruir la economía mundial después de la pandemia de COVID-19, los
principales banqueros privados y multimillonarios pretenden llevar a cabo un
“cambio de régimen”, por el cual la política monetaria y fiscal ya no será
decidida por los gobiernos elegidos, sino por los bancos centrales privados y
los principales actores financieros directamente”.
Puede apreciarse que quienes fijan en muy buena
medida la arquitectura del mundo están tomando este momento histórico como algo
de gran importancia. Si hablan de “Gran Reseteo”, de un gran reinicio, la
pregunta es ¿qué es lo que se va a reiniciar? Esta expresión, metáfora de lo
que vendrá, fue propuesta en mayo del 2020, en Davos, por Carlos, príncipe de
Gales y heredero al trono de Gran Bretaña, junto al fundador y coordinador de
ese Foro, el empresario y economista alemán Klaus
Schwab. “La pandemia representa una rara
ventana de oportunidad para reflexionar, reimaginar y reiniciar el mundo”,
dice este acaudalado europeo, junto a Terry Malleret en su libro “Covid-19:
“El gran reinicio””. Ahora
bien: ¿qué será ese tal “reinicio”? ¿Cuál es ese futuro que nos espera?
Para estos megacapitales occidentales, definitivamente ¡más
capitalismo! Presentar esos vaticinios en una revista que es portavoz de los
grandes grupos económicos significa, de alguna manera, bregar porque así sean
las cosas. Un horizonte socialista ni siquiera se menciona. Es obvio que el
“pobrerío” no dueño de los capitales es el enemigo de clase, por tanto, es
impensable perder esa lucha. Lo que se transmite en esa publicación es el deseo
de lo que se ansía para el futuro. Es decir: el mundo según el diseño de la
gran banca, de la gran empresa multinacional, la sociedad planetaria a la que
aspira la elite global, lo cual será un esquema hecho a su entera conveniencia,
donde los sectores populares quedarían totalmente subsumidos.
Si algo resalta en ese posible diseño, ese “gran reinicio” en
ciernes, es un énfasis creciente en el individualismo, en la solución personal
a cada problema, un mundo interconectado donde el Estado no juega mayor papel, mundo
manejado en buena medida por inteligencia artificial (en manos de pocas
potencias, de pocas megaempresas) y donde el distanciamiento social es la norma
(¿ya no habrá organización sindical?). Aparentemente, según esas predicciones,
todo se irá haciendo en forma distanciada: trabajo, estudio, salud, compras,
diversión. El contacto humano pasará a ser algo raro (¿sexo cibernético?). Si
habrá cada vez más gente “sobrante”, no está allí la preocupación. En todo
caso, para esa elite global los desocupados, hambrientos, migrantes irregulares
y marginados –que no se preanuncia vayan a terminar– son un problema, solo porque
constituyen un peligro potencial, una bomba de tiempo que puede estallar en
cualquier momento. Para eso están los hipercontroles, y el mundo absolutamente
digitalizado lo permite. Por supuesto, ni remotamente se pone en tela de juicio
la continuidad del orden capitalista. Hay una visión liberal del mundo, donde
cada quien pareciera decidir su destino (¿será por eso que interesa la “salud
mental”?, entendida siempre como adaptación, como mansedumbre).
La preocupación por un capitalismo “verde” no es sino el
ocultamiento de la contradicción del capital depredador con la naturaleza. Siempre,
en forma inexorable, la acción humana depreda algo la naturaleza. Nuestra
especie, si bien es natural, tomó
independencia de ese mundo natural e interactúa con él de un modo totalmente
distinto a como lo hace cualquier especie animal o vegetal. El trabajo –“esencia probatoria del ser humano”,
dirán Hegel y Marx– por fuerza rompe el ciclo natural, transforma, depreda. Pero
el capitalismo llevó esa depredación a niveles insostenibles. La salida que se
avizora a eso no es ninguna salida: poner un rostro amable y plantar árboles en
los jardines de las empresas no es cuidar la ecología. Ni tampoco lo es llamar
a una autoconsciencia no depredadora de los “ciudadanos responsables” para que
no usen bolsas plásticas y dejen bien cerrados los grifos. El problema está en
la raíz del modo de producción. Las supuestas salidas verdes no son salidas.
Por ejemplo: se necesitan 1.700 galones de
agua para producir uno de biocombustible: ¿dónde está la solución? Expresó
Michael Klare: aunque “el sol y el
viento son efectivamente renovables hasta el infinito, los materiales
necesarios para convertir estos recursos en electricidad –minerales como el
cobalto, el cobre, el litio, el níquel y los elementos de tierras raras– son
todo menos renovables. Algunos de ellos, de hecho, son mucho más raros que el
petróleo, lo que nos hace pensar que los conflictos mundiales en torno a
recursos vitales bien podrían no desaparecer en la era de las energías
renovables”.
Entonces: ¿a trabajar desde la casa, a no protestar y a pensar en “salvarse individualmente”
comiendo vegetales sanos recogidos de los propios huertos hidropónicos
hogareños?, reciclando la basura, claro…, como “buenos ciudadanos
responsables”.
Está
claro que el documento, casi un “manifiesto” de lo que el capitalismo dominante
pretende, está concebido pensando en ciudadanos del Norte, consumidores
(¿blanquitos habría que agregar?) con aceptables niveles de ingreso, con casa
munida de todos los adelantos tecnológicos que el mundo actual puede proveer. Los
“pobres” del Sur (ni se menciona qué pasará con aquellos que, por la
inteligencia artificial, perderán sus empleos) no aparecen en el vaticinio. Es,
en definitiva, una expresión altanera, petulante y racista de la elite global,
la misma que para mantener sus privilegios mata de hambre a 20,000 personas
diarias, decreta guerras de exterminio y puede destruir el planeta
irresponsablemente. Si canta loas al “gran reinicio” que pretende, el solo
hecho de ver quién puede presentar esa idea en el encuentro de los
supermillonarios de Davos lo dice todo: un parásito como Carlos de Inglaterra,
representante del depredador imperio británico. Los que no poseen casa con
internet ni huerto hidropónico, no tienen acceso a tarjeta de crédito y no
saben si comerán al día siguiente, los que no viajan en avión ni conocen nada
de inteligencia artificial (la enorme mayoría de la
población planetaria), ¿no entran en esta prospectiva de The Economist?
No
significa que estas “predicciones” se vayan a cumplir exactamente así, pero eso
es –pareciera– lo que desean los megacapitales que condicionan el futuro. ¿Qué
podemos oponer? Porque el futuro, definitivamente, ¡no está escrito!
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