Vos sos mexicano, ¿no? Sí, me di cuenta por el acento. Bueno, y porque estamos en México, ¡qué boludo!, ¿no?
¿Qué hago aquí? Uy… si te contara. Es
largo. Si tenés tiempo te cuento. La verdad, che, sos la primera persona a
quien se lo voy a contar. Y quizá la única. Porque de aquí tengo que agarrar un
vuelo para Europa, hacer combinación, voy a El Cairo, en Egipto, y de allí
vuelo para Yemen.
¿De por qué voy ahí? Es complicado. Es
difícil de explicar. Tenés razón: ¡qué mierda vamos a saber aquí en América
Latina de Yemen! Esos son países raros, que nunca escuchamos nombrar. ¿Tenés
idea cuál es la capital de Yemen? Por supuesto: aquí no sabemos nada de esa
parte del mundo. Eso es de los cuentos de hadas, de “Las mil y una noches”. La
capital se llama Saná, una ciudad que jamás en la puta vida escuchamos
mencionar.
¿Y qué voy a hacer ahí? Bueno…, te cuento.
No voy por negocios, no. Ni tampoco soy terrorista musulmán. ¡Olvidate! Voy a
pagar deudas. Una deuda fundamental, básica, la más importante de mi vida. Voy
a pagar la gran, terrible, monstruosa cagada que cometí años atrás.
¡No!, no te asustes. Soy buenito. Pero hay
que explicarlo bien. Yo, ahí donde me ves, soy un asqueroso y repugnante
asesino. Soy buenito, porque yo nunca quise matar a nadie. ¡Pero de pelotudo
que soy me pasé casi 200 personas, y dejé
heridas al menos a otras 1,500! Y todos los daños psicológicos, por supuesto.
¡Eso no se cura nunca!
Tranquilo, hermano.
¡Tranquilo! No soy un asesino en serie, un matón a sueldo. No, nada de eso. Soy
el tipo más pelotudo del mundo, y de boludo sin arreglo que soy, hice una
imbecilidad hace ya como 20 años que no me está dejando vivir.
¿Te acordás del incendio
en aquella discoteca en Argentina? Eso fue en diciembre de hace muchos años,
casi veinte pirulos atrás. Bueno… yo fui el pelotudo que tiró la bengala. O más
que pelotudo: el tremendo hijo de puta.
Me imagino que te habrás
enterado, ¿no? Claro, por supuesto: ¡fue la peor tragedia del rock argentino!
No solo argentino, che: ¡fue la peor tragedia del rock mundial! Todavía no se
me pasa… Todavía siento los gritos de la gente, los empujones de la muchachada
tratando de salir corriendo, la desesperación, el fuego, el humo. Se apagó la
luz con el incendio, y eso fue un infierno. ¡Qué horrible! ¡¡Qué mierda!!
Los jueces dijeron que
los culpables fueron los empresarios del boliche y algunos funcionarios
municipales. Sí, todo eso es más o menos cierto. Sin duda que fue una terrible
cagada que dejaran entrar tanta gente, que tuvieran las puertas cerradas, que
no hubiera medidas de seguridad. Sí, estoy de acuerdo: que los metan en cana a
todos esos soretes, así, por lo menos, los familiares y amigos de las víctimas
saben que hay un culpable. Eso tranquiliza un poco. Ya se sabe que los
empresarios lo único que quieren es ganar guita, y se cagan en la gente. ¿Qué
les importa diez, cien o mil muertos más si eso da ganancia? Y los inspectores
municipales son todos unos trásfugas, unas mierdas. En lo único que piensan es
en las coimas. ¿Coimas? Sí, claro: soborno. ¿Cómo se dice aquí? ¿Mordida? Ah,
¡qué simpático!
Por supuesto, los muertos
no reviven con esos tipos presos, pero al menos se hace un poco de justicia.
Eso está bien. Pero lo peor –te lo cuento con toda confianza–, lo peor de todo
esto es que el verdadero culpable anda suelto: soy yo.
A mí siempre me gustó el
rock. De pendejo… ¿Qué significa pendejo? Bueno, en Argentina quiere decir
pibe, jovencito. Ah, sí: en México quiere decir tonto. Está bien: de pibe,
cuando ya era un pendejo en sentido mexicano, es decir: un boludito, quise
formar mi grupo de rock. Yo hacía como que tocaba la batería. Nunca estudié,
pero tenía un amigo baterista que me enseñó un poco. Y algunas veces me
prestaba su batería. Pero nunca llegué a formar una banda. La verdad, flaco
–¿cómo te llamás vos?–, la verdad, Ramiro, siempre fui un fracaso. Quizá la
única forma de destacar en algo era haciendo un poco de quilombo. ¿Qué quiere
decir quilombo? Bueno, en Argentina eso es despelote, ruido, bulla, ¿me
entendés? Solo haciendo eso, quilombo, haciéndome notar con algo raro, con algo
que llamara la atención, yo me sentía bien. Por eso iba a la cancha a ver a
Boca y ahí gritaba como un condenado, puteaba, llevaba el bombo y una matraca.
Solo así, haciéndome sentir con esas boludeces, me sentía bien yo. Una vez le
tiré una botella a uno de River, y le pegó en la pata. Me acuerdo que se armó
un quilombo bárbaro en la cancha…, ¡tuvieron que suspender el partido! Yo, por
supuesto, contento, cagándome de risa. Los de la barra hasta me festejaban.
Pero, bueno…lo de aquella
discoteca fue lo máximo de todo eso. Yo varias veces había llevado bengalas a
conciertos de rock. Es lindo eso, hacer quilombo, sentir que uno vale en el
medio de la muchedumbre, que te aplauden. Eso te hace sentir gente, y no el
boludo total que soy. Pero, en fin… no quiero aburrirte. ¿Te estoy aburriendo,
Ramiro?
Entonces sigo. Bueno, la
cuestión es que un gomía… ¿Qué significa gomía? Es que en Argentina se chamuya
todo el berre, se habla al revés. Gomía es amigo. Entonces, un amigo me dijo
que no hiciera tamaña estupidez, que tirar una bengala en un lugar cerrado podía
ser una catástrofe. El flaco Gutiérrez… Era buen tipo el flaco.
Dicho y hecho. Yo tiré la
bengala, y me imagino que sabrás lo que pasó aquella noche. Era un día antes de
fin de año. Yo tenía 20 años y vivía con mis viejos. Ese año había empezado Filosofía
en la UBA, la Universidad de Buenos Aires, que es pública. Pero avancé muy
poco. En realidad, yo sabía que no podía, no me daba el cuero para eso. Siempre
fue pelotudo para todo, y para el estudio más todavía. La cuestión que ese
diciembre andaba soltero, y por ganas de romper las pelotas un rato llevé un
par de bengalas. No tuve problemas para pasarlas. Estaba con unos amigos, que
ya para esa hora de la noche andaban en pedo. Es decir: borrachos. En Argentina
estar borracho se dice estar en pedo, o estar en curda. ¿Cómo se dice eso en
México?
Ah, ¡qué cómico! Bolo…
Bueno, estos muchachos estaban más bolos que la mierda. Yo no. Para colmo eso:
yo estaba más fresquito que una lechuga, por eso lo que hice fue atroz, no
merece perdón de dios. Aunque no creo en dios, claro. Lo hice en mi sano
juicio, cagándome en lo que me había dicho este otro tipo, que no fuera a tirar
una bengala en un espacio cerrado.
La cuestión es que ni
bien tiré el cusifai ese, la bengala, en un segundo el techo se prendió fuego.
Parece que era de plástico. Lo demás, ya sabés.
Fue lo peor del mundo,
realmente un infierno. ¿Sabés lo que son 6,000 personas gritando, amontonadas,
todas cagadas de miedo por el fuego y el humo que hay en la sala, y con solo
una puta puerta de salida? ¡Fue fatal, che! La gente se moría asfixiada,
pisoteada, lloraba, gritaba….
Yo ni sé cómo, pero pude
salir. Afuera, en la lleca, o sea: en la calle, pude respirar tranquilo. Me
desencontré con mis amigos. Uno de ellos quedó todo quemado, pero no murió. En el
real quilombo que se armó, perdí el reloj. Pero ya afuera me tranquilicé un
poco. Aunque por dentro estaba que me moría.
Cuando empezó a llegar la
cana, es decir: la policía, yo estuve tentado de entregarme. Les iba a decir:
“yo soy el hijo de puta que comenzó el incendio”. Pero creéme que no pude,
Ramiro. Me cagué todo, no me atreví. Y despacito, sin hablar con nadie, me fui
yendo a la mierda. Mi cagazo era tremendo, porque pensé que Gutiérrez, el flaco
este que me había dicho que no llevara la bengala, podía delatarme. Después, a
los días, me enteré que el pobre había muerto. Es horrible: alegrarse de la
muerte de una persona. Me entendés por qué estoy tan hecho mierda, ¿no?
La cuestión es que me fui
del lugar de la tragedia, caminando, silbando bajito. Llegué a mi casa como a
las dos de la madrugada. Mis viejos estaban apolillando, o sea: durmiendo.
Venía con tantos nervios que los desperté para contarles lo que había pasado.
Por supuesto, no les dije una palabra de lo de la bengala. Mi vieja, con lágrimas
en los ojos, me abrazó fuerte, fuerte, muy fuerte, como creo que nunca lo había
hecho en su vida. Agradeció al cielo que yo estuviera sano y salvo. Ella era
bastante católica, ¿viste?
Me fui a dormir, pero no
pude dormir. Me fumé como medio atado de cigarros. Estaba que no me aguantaba.
A las seis de la mañana me levanté. Mi viejo, que ya estaba mateando, se
sorprendió de verme tan temprano. Yo esos días no laburaba. Tenía vacaciones,
por navidad y todo eso. Había pensado ir a pasar la noche de fin de año a otro
boliche, quizá invitando a una minita que me gustaba. ¿Minita? Eso quiere decir
mina, es decir: una piba, una mujer. Había pensado invitarla. Gloria se
llamaba. Pero te juro que ese fue uno de los peores días de mi vida. A la noche
íbamos a ir de mis abuelos para despedir el año, y de ahí, después de la cena,
tenía pensado ir a boludear a una discoteca. Pero ya ni la llamé a Gloria, y no
fui a pachanguear.
Mis viejos pensaron que
estaba tan mal, tan caído, por el shock de lo vivido. No dije nada, y asentí.
No me atrevía a decir que yo era el asesino hijo de puta que había tirado la
bengala. Ya todo el país estaba conmocionado con la noticia. Por todos lados,
la televisión, la radio, empezaban a dar las noticias: diez muertos, veinte
muertos, cincuenta muertos, ochenta muertos.
Vos entendés cómo puedo
haber estado yo, ¿no? Pregunté por teléfono a mis amigos cómo estaban. Solo el
Ricardito había salido jodido. Estaba internado, medio quemado el pobre. Los
otros pibes con los que había ido estaban bien.
Bueno… ahí empezó el
suplicio. En estos casi veinte años no hubo un día, un solo puto día en que no
pensara en esa tragedia. Y jamás lo pude contar a nadie. No me atreví. Hasta
pensé ir con un psicólogo. Pero me detuve. Me daba mucha vergüenza contar eso.
Más aún: yo pensaba que si me delataba, me podían meter en cana. No sé qué
tendría que hacer un psicólogo en ese caso, si eso es secreto profesional o
tendría que denunciarme a la tira. Por las dudas, no fui.
Y así fue pasando el
tiempo. Como no estudié y no tengo guita, tuve que ir a laburar de cualquier
cosa. Desde hace años soy tachero. ¿Qué es tachero? ¿El que arregla los tachos?
¡Ja, ja, ja!... No. En Argentina al taxi se le dice tacho, y al taxista:
tachero. Bueno, fui taxista por varios años, siempre como peón, como empleado
del dueño del coche. ¡Qué iba a comprar yo un taxi! ¿Con qué guita? Nunca me
casé. Anduve boludeando con varias minas, pero nunca me casé. Y desde hace ya
varios años empecé a pensar en este plan que ahora estoy concretando.
Ahora viene la parte
linda, che. ¿Por qué estoy en México ahora? Bueno… fui juntando centavo tras
centavo, y pude llegar a la suma que necesitaba. Lo vi por primera vez en un
documental, y dije: ¡ahí tiene que ser! ¡¡El pozo del infierno!! Que también llaman el pozo Barhout.
¿Dónde es? Bueno…Como te decía, Roberto…
¡Perdón! Ramiro. Es que uno de los pibes muertos yo lo conocía. Roberto se
llamaba, y todas las semanas, ¡todas las putas semanas se me aparece en una
pesadilla, con la cara desfigurada! Ya no aguanto más eso, ¿me entendés? ¡¡No
se puede vivir así!! Pero…, me estoy exaltando. Tranquilo, tranquilito…, te
sigo contando. Yemen es un país allá por el Golfo Pérsico. Es de los más pobres
del mundo; es puro desierto. Y como todos los países de esa zona, tiene
petróleo. Aunque la vida allá es un quilombo: la gente literalmente se caga de
hambre. No hay nada: puro desierto, Ramiro.
En el medio de ese desierto, en su
provincia más pobre, que se llama Al Mahra, hay una cosa increíble: un pozo
intrigante.
Todo esto lo fui averiguando con el
tiempo, buscando en internet, viendo documentales. Ese pozo está embrujado,
según dicen los lugareños, tiene espíritus malignos. Es la entrada al infierno.
Yo no creo esas boludeces, por supuesto. ¿No viste lo que dijo el papa
Francisco? –que es argentino y es de San Lorenzo de Almagro, los Gauchos de
Boedo–: que el infierno no existe, que eso es una representación de la malicia
humana, una ¿metáfora creo que se dice, no? Bueno, lo que hice yo, por ejemplo.
Pero me voy del tema.
El puto pozo éste está en el medio de la
nada, del desierto de piedras y arena. La gente del lugar no quiere pasar
cerca, porque dicen que el pozo te chupa, te traga. Es grande. Tiene como 30
metros de diámetro, y no se sabe qué profundidad. Calculan que, por lo menos,
100 metros. O más tal vez. Nadie nunca bajó. Todo el mundo le tiene miedo,
porque está todo oscuro y no se ve el final. Dicen que salen olores
nauseabundos. Parece que es de terror, che.
¿Para qué voy a ir ahí? Para tirarme y
hacerme mierda. Y si de verdad es la puerta al infierno, ¡que la abran! ¡¡Allá
voy!!
Unos días después de ese encuentro en la
sala de espera del aeropuerto de México, Ramiro Rodríguez Cruz, originario de
Tamaulipas, desde Italia donde había viajado por asuntos de negocio, hizo saber
que ese “loco” que se había tirado al “Pozo del infierno” –noticia que se hizo
bastante pública, dado lo bizarro del asunto– había estado con él conversando
tranquilamente. Manifestó el empresario mexicano que pensó que se trataba de
una broma que le estaba haciendo su interlocutor; llegó a pensar que era un
montaje de cámara oculta, cámara-sorpresa, para ver su reacción, por lo que
prefirió no opinar nada ante ese “disparatado argentino”. No quería hacer
ningún ridículo.
En Argentina la noticia causó cierto
revuelo y reavivó la bronca eterna por la tragedia de los pibes muertos en ese
concierto. Por lo pronto, apareció un anónimo –un mensaje escrito en papel
dejado en el baño de caballeros del Café Tortoni –bar emblema de la ciudad de
Buenos Aires– donde decía que ese suicida de Yemen era un impostor, que el
verdadero artífice de la masacre, quien había disparado la aciaga bengala,
andaba “suelto, vivito y coleando”.
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