“Yo fui medallista campeona en dos Juegos Olímpicos en una especialidad que no viene al caso en este momento. Ahora, algunos años después, mirando para atrás toda esa historia, me pregunto consternada: ¿para qué toda esa estupidez? Fomentar el deporte no es, en absoluto, tener atletas de élite. No, no. Eso es una locura que tuvo lugar durante la Guerra Fría, y que no ha parado. ¿Para qué sacrificar a jóvenes con cinco, ocho, diez horas diarias de rigurosísimos entrenamientos durante los mejores años de su juventud? Parece el entrenamiento de astronautas. Ahí lo creo pertinente, me parece correcto: un astronauta, aunque no se vea inmediatamente, aportará algo a la humanidad. Es como un artista que ensaya horas y horas y horas, un virtuoso del violín, una bailarina clásica: algo deja a la gente. Ahí sí vale el esfuerzo. Pero ¿para qué sirve nuestro esfuerzo de atletas? ¿Parte de la Guerra Fría? ¿Para demostrar que el país al que represento es “mejor” que todos? ¿Dónde quedó el amateurismo y el espíritu deportivo? Ahora solo negocios y competencia. ¿Y para eso hay que tomar drogas supuestamente legales, siempre a escondidas, someterse a monstruosas dietas, sacrificar el cuerpo? ¡Por favor! ¡Qué estupidez!”, dijo vez pasada una deportista olímpica.
Acaban de terminar los
XXXII Juegos Olímpicos en Tokio, Japón.
En forma creciente, los
atletas entran en la lógica comercial. Hablar de "amateurismo" en el
deporte hoy puede ser motivo de risas. Muchos jóvenes ni siquiera escucharon jamás
el término "deporte amateur".
Pronunciarlo en medio de la fiebre "deportiva" que recorre el planeta
(culto a la profesionalización y al mercado de atletas, así como al sacrosanto
fútbol profesional que barre todo el mundo, con fichajes astronómicos), podría incluso
pasar por un absurdo.
“El espíritu amateur que se pusiera en marcha
con la reedición moderna de los Juegos Olímpicos de la mano del Barón Pierre de
Coubertin en 1896 en Atenas, ya no existe. El deporte, por cierto, no nació
como actividad profesional; distintas sociedades, a su modo, lo han cultivado a
través de la historia, siempre como culto a la destreza corporal. La
profesionalización y su transformación en gran negocio a escala planetaria es
algo que solo el capitalismo moderno pudo generar”, osó declarar hace unos
años un funcionario del Comité Olímpico Internacional -COI-. Por supuesto, eso
le costó la expulsión.
¿Por qué el deporte
debe ser "profesional"? Aparentemente no hay respuestas; sería como
preguntarse: ¿por qué tomar Coca Cola? Son cosas que, en principio, no admiten
discusión. Sin embargo, definitivamente debemos seguir interrogándonos,
discutir lo que parece obvio. Las cosas no son "naturales"; tienen
historia (la historia la escriben los que ganan), por eso hay que seguir cuestionándonos
todo. ¿Cómo se pasó del amateurismo a la hiper profesionalización? ¿Por qué hay
que hacer controles antidoping a los atletas: es que acaso se supone que pueden
ser tan deshonestos de intentar mejorar su rendimiento en base a estimulantes?
Bueno…, parece que sí.
Seguramente la mayoría de la población mundial, preguntada sobre este
monumental circo de los deportes profesionales, estaría de acuerdo con mantener
la situación actual: agrada
"consumir" deportes. O más aún: consumir espectáculos
audiovisuales donde el deporte es la estrella principal, en general vía televisión,
azuzando nacionalismos.
El
campo socialista, décadas atrás, si bien fomentó una nueva actitud hacia el
deporte, no contribuyó en mucho a disminuir la tendencia a su
profesionalización; por el contrario, también la favoreció. El deporte
profesional fue un ámbito más de batalla durante la Guerra Fría, y los
disparates humanos a los que llegó la mercantilización capitalista tuvieron su
símil (igualmente disparatado) en el mundo socialista. Hoy día China, con su
enigmático "socialismo de mercado", parece ofrecer más de lo mismo.
Las potencias son potencias en todo: ¡también en lo deportivo! Hay que
demostrar que "se las
pueden".
La práctica
deportiva, en tanto desarrollo sistemático de habilidades y destrezas físicas,
en tanto recreación sana, ocupa indudablemente un lugar importante entre las
construcciones humanas; pero secundario si se la compara con el peso específico
que ha ido adquiriendo su profesionalización. El deporte, o eso que vemos por
televisión casi cada día, con programas específicos, o esa fiesta de las
Olimpíadas o los Mundiales de Fútbol realizados sistemáticamente cada dos años,
desde hace ya décadas, y cada vez más, se ha tornado 1) gran negocio, y 2)
instrumento de control político-social. Y también, siguiendo la lógica de la
que nos hablaba la cita inicial, campo de batalla por la supremacía global.
¿Por qué solo Estados Unidos, China o Rusia pueden ganar unas Olimpíadas?
Porque solo esos países son las super potencias que marcan el rumbo del mundo.
En un mundo donde absolutamente todo es mercancía negociable no tiene
nada de especial que el deporte, como cualquier otro campo de actividad (la
investigación científica, la sexualidad, la muerte, la guerra, la salud humana,
el agua que bebemos, el aire que respiramos), sea un producto comercial más,
generando ganancias a quien lo promueve (valor de uso y ¡valor de cambio! dijo
un pensador decimonónico supuestamente superado hoy día). Desde ya esto, el valor de cambio, en sí mismo no puede
ser reprochable en la lógica de mercado imperante. Simplemente reafirma el
esquema universal que sostiene el mundo moderno, capitalista, donde todo es un
bien para el intercambio mercantil.
En este contexto, del
que hoy ya nada y nadie pueden escapar, la práctica deportiva ha llegado a
perder -al menos en buena medida- su carácter de esparcimiento, de pasatiempo.
Esto trajo como consecuencia su ultra profesionalización, con la aplicación de
modernas tecnologías a sus respectivas esferas de acción. Todo lo cual ha
mejorado, y sigue haciéndolo a un ritmo vertiginoso, su excelencia técnica. Día
a día se rompen récords, se logran resultados más sorprendentes, se superan
límites ayer insospechados.
De todos modos, la imperiosa pregunta que se abre es respecto al lugar
que en todo ello ocupa la población. Los ciudadanos de a pie que no ganamos
medallas olímpicas, que en todo caso podemos practicar un deporte amateur, más
bien pasamos a ser meros espectadores pasivos (consumidores) de un espectáculo/negocio
-montado a nivel internacional- en el que no se tiene ninguna posibilidad de
decisión. La recreación termina siendo sentarse
a mirar ante una pantalla. Con el rompimiento de marcas y fichajes cada vez
más multimillonarios: ¿mejoran las políticas deportivas dedicadas a las grandes
masas, a los jóvenes? ¿En qué medida influye este "circo",
convenientemente montado, en la calidad de vida de los habitantes de la aldea
global? ¿Promueve acaso una vida más sana, o no es más que una nueva versión -sofisticada-
del antiguo "pan y circo" romano? (como alguien dijo mordaz: cada vez
con más circo y menos pan).
Es aquí donde debe profundizarse la crítica. El desarrollo del
perfeccionamiento deportivo ("más rápido, más fuerte, más alto") no
redunda en una popularización del ejercicio físico para todos. El lema de
"mente sana en cuerpo sano", pese a las cifras astronómicas que circulan
en los circuitos profesionales de los modernos coliseos, no conlleva
forzosamente un mejoramiento de la actitud para con el deporte (por el contrario,
si bien el cuidado corporal se ha disparado en estos últimos años y florecen
los gimnasios, también crece mundialmente el consumo de drogas, ¡incluidos los deportistas profesionales!).
¿Será que mientras más se "consumen" deportes menos se piensa,
menos se abren críticas? ¿No es absurdo que cada vez haya que perfeccionar más
los controles anti-drogas en los atletas? Eso, como mínimo, debería llevar a
cuestionarnos el circo, por no decir a darle la espalda y a profundizar la
crítica de la lógica de mercado que lo propicia. Como dijo la medallista
citada: "¿Para qué sirve nuestro
esfuerzo de atletas? ¿Parte de la Guerra Fría? ¿Para demostrar que el país al
que represento es "mejor" que todos?"
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