“El aumento de los trastornos por consumo de drogas en los últimos 20 a 30 años es un síntoma de problemas sociales y económicos mucho mayores”.
Shannon
Monnat, Universidad de Siracusa
Las
autoridades gubernamentales de Estados Unidos manifiestan estar altamente
preocupadas por el avance imparable de armas estratégicas de sus archirrivales:
Rusia y China. Según fuentes del Pentágono, las dos potencias asiáticas han
tomado la delantera en el desarrollo de misiles
hipersónicos con impresionantes velocidades que superan todo lo conocido hasta
ahora, dejando atrás al país americano por varios años. Esto puede entenderse de
dos maneras: 1) existe una pomposa declaración exagerada, deliberadamente
inflada, que justifica la necesidad de seguir gastando cifras astronómicas en
la industria militar (para beneficio de unos pocos megacapitales: Lockheed
Martin, Boeing, Northrop Grumman, Raytheon, General Dynamics, Honeywell,
Halliburton, BAE System); o 2) evidencia el reconocimiento genuino de una
pérdida de la delantera en las tecnologías militares de punta. De ser esto
último (todo indicaría que de eso se trata), el imperio estadounidense comienza
definitivamente su declive, porque queda a merced de letales ataques nucleares sorpresivos
de sus enemigos con armamento indetectable, que supera con creces todas las
defensas propias. Ello, en el mediano plazo, obligaría a una forzosa nueva
arquitectura de las relaciones internacionales, en el entendido que quien tiene
el garrote más grande, impone las condiciones. Y hoy por hoy, ese garrote lo
tienen Rusia y China.
Eso, definitivamente, no es por fuerza una buena noticia para
el campo popular del mundo, para la gran masa trabajadora global. Que caiga el
imperialismo estadounidense no es el triunfo del socialismo. Rusia en la
actualidad, desintegrada la Unión Soviética, es un país capitalista más, y como
tal, se mueve con el más puro afán de lucro. Sus empresas son tan rapaces y despiadadas
como cualquier empresa capitalista de cualquier parte del planeta, sea una gran
corporación multinacional o un pequeño negocio de un país menor. Recuérdese,
para el caso, lo sucedido en Guatemala con la minera
rusa que produce estragos como cualquier empresa
minera que llega al Tercer Mundo.
Lo cierto es, sin embargo, que Estados Unidos ha ido
perdiendo la hegemonía total que tuvo durante las décadas posteriores a la
Segunda Guerra Mundial, cuando producía una cuarta parte de toda la riqueza
mundial y era la gran potencia militar, pasando a ser ahora un país sumamente
endeudado, dependiendo en forma creciente de las inyecciones financieras de
China y de Japón, produciendo apenas algo más del 15% del Producto Bruto
Global, sin la hegemonía en armas estratégicas. Qué terminará con Estados
Unidos como el imperio más rapaz de la historia: ¿los indetectables misiles
hipersónicos de Moscú o de Pekín –con cargas nucleares que pueden destruir de
un bombazo todo el estado de Texas, por ejemplo– o su trágico american way of life?
Parece que esto último. El modelo de vida que generó el
capitalismo más desarrollado dio como resultado un sujeto y una ética
insostenibles. El nuevo dios pasó a ser el consumo, la adoración de los
oropeles, la veneración quasi religiosa del “tener”. En su nombre se sacrificaron
pueblos enteros –los originarios de América del Norte en principio, y de otras
latitudes luego–, así como el planeta Tierra. Si toda la humanidad consumiera
como lo hace la población estadounidense, en unos días se acabarían los
recursos naturales. En Estados Unidos todo es consumir y botar a la basura,
dejarse llevar por la novedad, buscar con voracidad el poseer cosas. “Lo que hace grande a este país es la
creación de necesidades y deseos, la creación de la insatisfacción por lo viejo
y fuera de moda”, pudo decir el gerente de la agencia publicitaria estadounidense
BBDO, una de las más grandes del mundo. Magistral pintura de cómo
funciona el capitalismo en su punto máximo de desarrollo. De esa manera se
construyó esa ideología hedonista del poseer,
entendiendo que ahí está la felicidad. No olvidar, como dijera Freud, que “El ser humano ha
llegado a ser, por así decirlo, un dios con prótesis; bastante magnífico cuando
se coloca todos sus aparatos, pero éstos no crecen de su cuerpo, y a veces le
procuran muchos sinsabores”. Pareciera que la
sociedad estadounidense, motorizada por ese capitalismo consumista que solo
puede pensar en business, lo olvidó.
En
otros términos: el modelo del capitalismo hiperexpandido
es inviable. La gente, más allá de la fantasía de ser feliz porque “tiene”
muchas cosas, también sufre mucho. Prueba de ello es la violencia con que se vive en Estados Unidos. Hay síntomas sociales que
lo evidencian: la agresión desatada contra otros, y contra sí mismo.
El 42% de las armas en poder de civiles en el mundo está en manos de
estadounidenses, a pesar de que ese país sólo tiene el 4,4% de la población
mundial. Su violencia es proverbial. En el 2020, en plena pandemia de Covid-19,
reportó
más de 43,000 muertes por armas de fuego (120 diarias), y en el presente año todo
indica que superará esa cifra. Hay un tiroteo cada 12 minutos. Su tasa de
homicidio con armas de fuego supera los 13 por 100,000. Por lo pronto se calcula
que en el país existen 319 millones de armas en poder de población civil; de
ellas, 114 millones son pistolas, 110 millones son rifles y 86 millones son
escopetas. La industria que produce esas mercancías mueve más de 40,000
millones de dólares al año. Ahí también se inscriben fusiles automáticos, como
el AR-15, versión civil del militar M-16 (30 tiros por minuto), producido por
Colt’s Manufacturing Company, el arma más empleada en las masacres tan recurrentes,
comunes, ya parte de la cotidianeidad de Estados Unidos.
Por
otro lado, junto a esa bomba de tiempo que estalla continuamente, más de
100,000 personas murieron el año pasado (abril 2020-abril 2021) por sobredosis
de drogas (alrededor de 280 diarias). Ya es moda impuesta en forma cada vez más
creciente el uso de sustancias más y más mortíferas, con efectos catastróficos
para la salud biológica y psicológica: krokodil, flakka, sales de baño,
AH-7921, fentanilo. El número de decesos por drogas del año pasado superó a las
producidas por armas y accidentes automovilísticos. Como todo es producto a
consumir, también las sustancias psicoactivas (una tonelada y media de drogas
ingresa diariamente a su territorio). De todos modos, allí hay mucha tela para cortar: ese consumo está
digitado, como todos los consumos de la sociedad capitalista. ¿Para qué se
toman refrescos gaseosos, o se usa goma de mascar, o se come “comida chatarra”,
o se compra un arma de guerra en la tienda de la esquina, o es “cool” drogarse,
o se tatúa el cuerpo, o se cambia el vehículo cada año? La lista de los
etcéteras puede ser interminable.
Shannon
Monnat, directora del Centro Lerner para la Promoción de la Salud Pública de la
Universidad de Siracusa, de Nueva York, dijo que “el aumento de los trastornos por consumo de drogas en los últimos 20 a
30 años es un síntoma de problemas sociales y económicos mucho mayores. (…) Las soluciones para combatir nuestra crisis
de sobredosis de drogas solo serán efectivas si abordan los determinantes
sociales y económicos a largo plazo que están en la base”.
Apelar
a esas cuestionables –y a veces ridículas– mediciones de “niveles de felicidad”
de las poblaciones, es algo que no aporta absolutamente nada. Es evidente que
la promoción del consumo que hace hasta el hartazgo la sociedad capitalista,
logra resultados. Pero consumir alocadamente y cambiar continuamente de
productos no es la meta final. Es un intento por llenar vacíos que nunca podrán
colmarse. En Estados Unidos la población vive endeudada, comprando cosas
materiales y servicios varios, pero eso no puede evitar el vacío humano. Los balazos y las drogas no alcanzan para obturarlo.
Ese modelo megaconsumista –consumir
más de lo que se produce– fatalmente pasa factura. Eso es lo que está
sucediendo, y el imperio comienza a desmoronarse.
Sin
dudas, el capitalismo llevado a su fase más elevada representado por ese ideal
de consumo imparable, no es viable. Estados Unidos hace ya largo tiempo que
consume más de lo que produce. En otros términos: más de lo que puede,
endeudándose. Su deuda externa es técnicamente impagable, y su población vive
siempre endeudada, consumiendo y pagando en un ciclo interminable. Pero alguien
paga ese desenfreno: nosotros, el resto del mundo. Su moneda, el dólar, ya no
tiene respaldo real. Los circuitos financieros tomaron el control y su
capitalismo va teniendo menos base real, porque no asienta en una producción
material. El resguardo son sus fuerzas armadas (alrededor de 1,000 bases
diseminadas por el mundo asegurando la “libertad” y la “democracia”). ¿Qué
pasará en un futuro, ahora que va perdiendo la supremacía militar?
Ese
consumismo desaforado pasó factura. Los capitales se reacomodan, se desplazan a
lugares donde pueden explotar más y mejor, viven de la especulación, pero la
población común (clase trabajadora, la enorme clase media) sufre las
consecuencias. La cantidad impresionante de muertos por disparos de armas de
fuego (suicidios y homicidios) y el consumo siempre creciente de
estupefacientes evidencian que algo anda mal en la base, en los cimientos de
esa sociedad. Una sociedad que de todo hace negocio, que a todo transforma en
mercancía (las armas se venden libremente en cualquier negocio, las drogas son
algo tan común como la comida o la ropa, una mercadería más para el consumo),
termina sentando las bases para su autodestrucción. Pero no todo se compra y se
vende: hay límites. El capitalismo desaforado parece haberlo encontrado, y la
guerra ya no es salida, como lo fue durante mucho tiempo. Ahora, si Estados
Unidos osara entrar en guerra con sus rivales, pierde. Todo indica que le está
llegando su hora. Pero la cuestión de fondo no es qué país será el dominante:
la cuestión sigue siendo cómo superar el capitalismo.
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