Con la caída de la Unión Soviética y el paso a mecanismos de mercado de China, el capitalismo se sintió triunfal. “Fin de la historia y de las ideologías”, gritó jubiloso. Las políticas neoliberales que venían imponiéndose para esos años completaron el panorama: el capital le propinó un golpe terrible a la clase trabajadora mundial, al pobrerío, al “pobretariado”, como dijo Frei Betto. En ese horizonte de desesperanza, apareció la Revolución Bolivariana en Venezuela -socialismo del siglo XXI se le llamó- y una serie de países latinoamericanos, siempre por vía de elecciones, tuvo gobiernos de centro-izquierda (Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador, Uruguay, Paraguay, Honduras). Vino luego una ola de restauración de ultraderecha (Bolsonaro, Macri, Piñera, Duque). Ahora se da una alternancia entre derecha neoliberal a ultranza e izquierda moderada. Cada elección ganada por un candidato no tan troglodita (López Obrador en México, Pedro Castillo en Perú, ahora Xiomara Castro en Honduras) se siente como un triunfo popular, casi de izquierda.
Esto
deja ver que las propuestas de izquierdas, socialistas, revolucionarias -¡que
nunca pueden darse por vía de las elecciones en el marco de la
institucionalidad capitalista!, que solo pueden triunfar superando al Estado
burgués- brillan por su ausencia. Deja ver también que el campo popular sigue
terriblemente sometido, atontado, aturdido, derrotado por knockout. De ahí que
un tibio triunfo socialdemócrata se lo puede sentir como un gran paso popular.
La experiencia demuestra luego que no es tal.
SOCIALISMO NO ES QUE UN CAUDILLO
CARISMÁTICO REGALE UN PAQUETE DE COMIDA O UNA CASA POPULAR
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