SI SE VA EL ACTUAL PRESIDENTE GIAMMATTEI, ¿QUIÉN LO SUSTITUIRÍA? EL PROBLEMA VA MÁS ALLÁ DEL MANDATARIO. ¡ES ESTRUCTURAL!
¿CAMBIARÍAN LAS COSAS CON ZURY RÍOS, CON SANDRA
TORRES, CON MARIO ESTRADA, CON NETO BRAN, EVENTUALMENTE CON EL URUGUAYO PEPE
MUJICA?
NO SE TRATA DE SACAR AL ADMINISTRADOR DE TURNO.
HAY QUE IR MÁS ALLÁ. MOVILIZACIONES COMO LA DE AYER MARCAN EL CAMINO
GUATEMALA:
LA POBLACIÓN YA NO AGUANTA MÁS
Desde hace algún tiempo, la ciencia social estadounidense habla de Estados fallidos. Concepto engañoso, por cierto. Los Estados no fallan. Si en todo caso hay sociedades que viven en la mayor pobreza o, mejor dicho: con enormes asimetrías a partir de una inequitativa distribución de la riqueza entre clases, eso es producto de su propia historia, de su dinámica económico-social y política. Los Estados son el mecanismo que termina legalizando esa situación.
En ese sentido: ¡no fallan! Los Estados,
contrariando la “ingenua” visión escolar que los muestra como árbitro social neutro, como organizador de la vida civil, en
realidad representan la violencia institucionalizada de la clase dirigente. Los
Estados capitalistas defienden la propiedad privada de los medios de
producción. Punto. Si además pueden dar servicios públicos (salud, educación,
infraestructura básica, seguridad): bien (tal como pasa en el Primer Mundo). Si
no los dan (la cruda realidad del Sur global), “que la población se aguante”. En los países pobres los Estados no
fallan: no ofrecen buenos servicios, pero controlan al milímetro la seguridad
de los capitales. En el Norte, donde hay más recursos, su función es la misma:
se permiten dar mejores servicios públicos, pero básicamente están para asistir
a los capitales (recuérdese de la cantidad interminable de salvatajes que realizan ante las grandes
quiebras).
Ahora en Guatemala estamos en el año del
Bicentenario. ¿Qué se festeja? ¿Independencia de qué? Las grandes mayorías,
pueblos originarios y mestizos pobres, no tienen nada que festejar. Continúan
los mismos males de siempre, agravados en forma exponencial por la crisis
sanitaria que se vive desde el año pasado. En otros términos: Guatemala sigue
postrada. Si alguien tiene algo para festejar son los grupos privilegiados,
herederos en muchos casos de los amos durante la Colonia, los mismos que ahora
siguen detentando la propiedad del Estado-finca que es el país. Y seguirá postrada
mientras continúe siendo un país con las características actuales: capitalismo
pobre, dependiente, agroexportador, mirando siempre a su amo imperial de
Estados Unidos, racista y patriarcal.
El Estado, ya con 200 años, trabaja solo para
mantener los privilegios de la elite dominante. Además, hoy día está ganado por
mafias que lo manejan con la mayor corrupción e impunidad. El final de la
guerra interna hace 25 años, si bien abrió algunas expectativas, no cambió en
nada la situación de base. Guatemala continúa siendo un país empobrecido. No confundir:
no es un país pobre; sucede que la riqueza nacional está muy mal repartida, muy
asimétricamente distribuida. Ese es el verdadero problema de fondo, el “pecado
original” del país. El Estado, que no
falla, “santifica” esa realidad.
La corrupción es un mal agregado a la situación
estructural, la guinda sobre el pastel. Si los políticos que dirigen los
organismos de Estado fueran probos y no se quedaran con vueltos o hicieran sus
buenos negocios en las sombras, tal como sucede habitualmente, la situación no
mejoraría para las grandes mayorías populares. Es un espejismo, que cada vez se
profundiza más, pensar que la causa última de los males de la población estriba
en hechos corruptos de los gobernantes. De ese modo se naturaliza la estructura
económica, dando por supuesto que es un robo descarado que un político, luego
de haber pasado por la administración pública, tenga una mansión y vehículos de
lujo, pero es “natural” que un empresario o un terrateniente sí los pueda
poseer. El problema de la pobreza generalizada
del 70% de la población no estriba en la corrupción de funcionarios venales sino
en la forma en que se reparte la riqueza. Los administradores de turno, por
último -partidos políticos que llegan al poder gracias al financiamiento de
esos grupos privilegiados- son meros “empleados” del gran capital. Su rapiña es
nada al lado de la rapiña permanente de los finqueros terratenientes, de los
banqueros, de los industriales. El salario mínimo, que lo cobra apenas la mitad
de toda la masa trabajadora -urbana o rural, mientras que las amas de casa no
cobran nada- cubre apenas un tercio de la canasta básica. Eso lo dice todo. Por
ese motivo 200 personas diariamente migran en condiciones irregulares buscando
el “sueño americano”, arriesgando su vida y su dignidad.
Guatemala tiene una economía robusta en términos
macros. Es la más grande del área centroamericana, y la número diez en América
Latina. Pero aquí hay índices socio-económicos desastrosos. Un país donde se
produce mucha comida, presenta la mitad de la población infantil con
desnutrición crónica. Un país donde cada fenómeno natural que llega -huracán,
terremoto, erupción volcánica- se transforma en un desastre de proporciones
gigantescas. Comienza la temporada de lluvias y hay cientos de miles de afectados.
¿Por qué? Porque la estructura económico-social no permite repartir
equitativamente esa riqueza, y mucho menos, prevenir lo que se sabe que va a
suceder. El Estado, manejado por cualquier administración -por supuesto:
siempre de derecha, muy conservadora- no varía en su función. ¡Y no falla!
Cuando tiene que reprimir la protesta social, ahí está actuando a la
perfección.
El año pasado llegó la pandemia de COVID-19. ¿Qué
sucedió? Fue una nueva tragedia. Dejó en evidencia que el sistema nacional de salud
está colapsado, y que la posterior organización de la vacunación fue igualmente
un desastre. ¿Por qué? Porque no se prioriza en absoluto el bienestar de la
población, sino que el Estado simplemente es un gestor de los intereses de la elite,
desconociendo en forma olímpica las necesidades populares.
La pobreza crónica que define a Guatemala -70% en
situación de pobreza- no es producto solo de la corrupción de la clase
política: es consecuencia de la estructura misma de la sociedad, donde un minúsculo
grupo se lleva prácticamente todo, y el Estado es manejado por un Pacto de
Corruptos que solo roba a cuatro manos favoreciendo los grandes negocios de esa
elite y de nuevos sectores en ascenso, que tomaron auge luego de la guerra
interna (siempre ligados a negocios no
muy santos). Eso es importante puntualizarlo: existe una cultura de
impunidad que permite la explotación más descarada, el robo de bienes públicos,
la represión de la protesta social: pero todo ello -incluyendo la corrupción-
es consecuencia del modelo económico vigente: capitalismo pobre y dependiente.
¿Se sabe todo esto? Sí, se sabe. Cada niño que
muere de hambre, o que tiene hipotecado su futuro por la desnutrición crónica
que le acompaña junto al trabajo que de pequeño ya debe realizar, cada casa que
es llevada por la crecida de un río en temporada de lluvias, cada mujer
violentada por cualquier “macho” exponente de la cultura patriarcal que prevalece,
cada miembro de los pueblos originarios que es humillado una vez más por
prácticas racistas que inundan la vida cotidiana, todo eso se sabe y se podría
impedir. Es la crónica de un desastre anunciado, de un desastre que la elite
dominante no tiene la más mínima intención de transformar. El Estado, manejado
por mafias peligrosas, santifica todo esto.
Pareciera que la sucesión de presidentes cada
cuatro años elegidos “democráticamente”, no termina de resolver los problemas.
Eso evidencia no, como a veces se dice, que la gente no sabe elegir, sino que esta democracia formal no alcanza. ¿Habrá que buscar otra forma de democracia entonces?
Las movilizaciones populares marcan un estado de
ánimo de la población: la gente ya no aguanta más la miseria, el abandono, la
crisis agravada por la pandemia de COVID-19, la corrupción galopante en el
Estado. La destitución de un miembro del Ministerio Público como Juan Francisco
Sandoval -de los pocos no corruptos del elenco gobernante- por la Fiscal
General, en un acto que demuestra hasta qué punto el Pacto de Corruptos
(políticos, empresarios, militares, crimen organizado) está presente en la
estructura estatal, produjo reacciones populares, una gran indignación, mucha
cólera. Con esto se abre un nuevo capítulo en las luchas sociales. Ahora bien:
las causas estructurales que pusieron en marcha la guerra hace 60 años no han
cambiado en lo sustancial. La cantidad de muertos, heridos, dolor y sufrimiento
de más de tres décadas de conflicto armado interno son un recordatorio de las
injusticias que marcan la historia del país. Ahora no hay incendios inmediatos
a la vista, pero cualquier chispa lo puede volver a encender. Las
movilizaciones, por lo que se ha visto en otras partes de Latinoamérica,
producen efectos políticos (la Constituyente en Chile, por ejemplo). ¿Cómo
seguirá la historia en Guatemala?
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