María de las Mercedes se dejó estar para tener un hijo. Se casó a los 35 y recién a los 39 buscó el embarazo. Eugenio Xavier también se demoró bastante. Tenía 43 cuando se enteró que sería padre. Ambos, padre y madre, pasaron los largos años de su juventud extendida entre viajes, parrandas y lujos exorbitantes. Sus respectivas muy holgadas posiciones económicas se los permitían.
Los negocios familiares heredados les brindaban la oportunidad de
realizar sus caprichos sin que nadie se les pudiera oponer. Ser herederos de
dos bancos más diez mil hectáreas de tierra fértil, en un caso, o de la acería
más grande del país y de una aerolínea en el otro, transformaban sus
irracionales berrinches en simpáticas excentricidades.
Cuando supieron que la joven sería madre, la alegría fue mayúscula en
ambas familias. Se debía garantizar que las herencias siguieran en buenas
manos.
No importaba que el ser en camino fuera varón o mujer. Lo importante era
que naciera bien, sin complicaciones, normal por donde se le quisiera
ver.
Como extravagancia de multimillonarios, la pareja decidió hacer una gran
fiesta cuando se supiera el sexo del vástago. Para ello, dado que con la
pandemia de COVID-19 se debían guardar estrictas medidas de seguridad sanitaria,
se decidió hacer un almuerzo al aire libre con más de cien comensales. En el
transcurso de la celebración, una avioneta dibujaría en los cielos un corazón
con el nombre del hijo o hija con humo. Color rosado si era mujercita, celeste
si se trataba de un hombrecito.
El ultrasonido se realizó a las 10 de la mañana en el Centro Diagnóstico
más caro de la ciudad. De allí, con la noticia recién salida del horno, padre y
madre marcharon al Country Club, donde esperaba esa multitud ávida de conocer
la noticia.
Como parte de la "sorpresa" preparada, no serían los papás
quienes anunciarían el sexo del pequeño, sino el color de la estela que dejaría
alguna de las dos avionetas preparadas.
Un momento antes de mediodía, previo al pantagruélico almuerzo, el avión
correspondiente debía dejar dibujado un gigantesco corazón en el cielo con el
color respectivo. Se sabía que padre y madre, si alguna virtud tenían, era la
puntualidad. De ahí que los invitados comenzaron a preocuparse cuando, pasadas
las doce, ningún vuelo anunciaba la novedad. Más de media hora después de lo
establecido, para mayúscula sorpresa de los invitados, ambas aeronaves
dibujaban al unísono un corazón con dos colores.
Quiso el destino, ¿quizá premonitorio?, que en medio de esa maniobra,
demasiada arriesgada por cierto, chocaran los aviones cayendo entre llamas
sobre los asistentes. María de las Mercedes y Eugenio Xavier, que en ese
momento iban incorporándose al grupo, providencialmente resultaron ilesos.
Luego, entre llantos y gritos de horror y la risa nerviosa por haberse salvado
de la catástrofe, de esa catástrofe, hablaron de la otra catástrofe: el hijo en
camino no era enteramente ni rosa ni celeste. Era hermafrodita.
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